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Besos



- I -

Primer beso

                                                                                                                                         
   �-La luz de ocaso moribunda toca
del pinar los follajes tembladores,
suspiran en el bosque los rumores
y las tórtolas gimen en la roca.
  Es el instante que el amor invoca;
ven junto a mí te sostendré con flores
mientras roban volando los amores
el dulce beso de tu dulce boca.�
   La virgen suspiró: sus labios rojos
apenas él yo te amo murmuraron,
se entrecerraron lánguidos los ojos,
   los labios a los labios se juntaron,
y las frentes, bañadas de sonrojos
al peso de la dicha se doblaron.
 

- II -

Un beso nada más

   Bésame con el beso de tu boca,
cariñosa amistad del alma mía,
un sólo beso el corazón invoca,
que la dicha de dos... me mataría.
   �Un beso, nada más! Ya su perfume
en mi alma derramándose, la embriaga;
y mi alma por tu beso se consume
y por mis labios impaciente vaga.
   �Júntese con la tuya...! Ya no puedo
lejos tenerla de tus labios rojos...
�Pronto...! �dame tus labios...! �tengo miedo
de ver tan cerca tus divinos ojos!
   Hay un cielo, mujer, en tus abrazos;
siento, de dicha el corazón opreso...
�Oh! �sosténme en 1a vida de tus brazos
para que no me mates con tu beso!
 

- III -

En el jardín

   Ella estaba turbada y sonreía,
él le hablaba en la sombra a media voz;
solo estaba el jardín, y la algazara
del baile se escapaba del salón.
   Al través de las hojas las estrellas
lanzaban temblorosas su fulgor...
Yo no sé cómo fue; mas, sin pensarlo,
se encontraron los labios de los dos.
   Y encontrarse los labios cariñosos
de dos que se aman con inmenso amor,
es sentir que dos almas, que dos vidas,
se confunden en una, y van a Dios...
 
   �Sonrisa de mujer, tú eres aurora!
�Beso de la mujer, tú eres un sol...!
�Qué dulces son tus besos, vida mía!
            �Qué hermoso es el amor!
 

- IV -

Tu cabellera
   Déjame ver tus ojos de paloma
cerca, tan cerca que me mire en ellos;
déjame respirar el blando aroma
que esparcen destrenzados tus cabellos.
   Déjame así, sin voz ni pensamiento,
juntas las manos y a tus pies de hinojos,
embriagarme, en el néctar de tu aliento,
abrasarme en el fuego de tus ojos.
   Pero te inclinas... La cascada entera
cae de tus rizos óndulos y espesos.
�Escóndeme en tu negra cabellera
y déjame morir bajo tus besos!
 

- V -

El beso del adiós
   Era el instante del adiós: callaban,
y sin verse, las manos se estrechaban,
        inmóviles los dos.
   Almas que al separarse se rompían,
temblando y sin hablarse se decían:
�He �aquí el instante del postrer adiós.�
 
   Doliente corno el ángel del martirio
ella su frente pálida de lirio
         tristísima dobló;
quiso hablar, y el sollozo comprimido
su pecho desgarró con su gemido
que el nombre idolatrado sofocó.
 
   Y luego, con afán, con ansia loca
tendió sus manos y apretó su boca
         a la frente de él...
Fue un largo beso trémulo... y rodaba
de aquellos ojos que el dolor cerraba
copioso llanto de infinita hiel.
 
   Él lo sintió bañando sus mejillas,
y cayó conmovido de rodillas...
         Sollozaban los dos...
Y en un abrazo delirante presos
confundieron sus lágrimas, sus besos,
y se apartaron... sin decirse adiós.
 

- VI -

El último beso

   Empujé, vacilando como un ebrio
         la entrecerrada puerta.
Había en la estancia gentes que lloraban,
y en medio de los cirios funerarios,
         ella... �mi vida...! muerta.
 
   Pálido mármol que esculpió la muerte
         en su mano de hielo,
la hermosura terrestre de la virgen,
del abierto sepulcro, por la entrada
se iluminaba con la luz del cielo.
 
   Llegué, me arrodillé... y aquel gemido
         que lanzó mi alma loca
hizo temblar la llama de los cirios...
Después..., no supe más... Un beso eterno
clavó a su frente mi convulsa boca.
 
   Todo el llanto de mi alma, el duelo inmenso,
         �oh niña! de perderte,
estaba en ese beso de la tumba...
�Te lo llevó, -�verdad?-, llegando al cielo,
         el ángel de la muerte?





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Adioses

Nuestro adiós



                                                                                                                                         
   �Si no sabía llorar...! Jamás su frente
se dobló a los pesares.
Fue siempre la mujer indiferente,
la diosa a recibir acostumbrada
incienso de alabanza en sus altares.
 
   Amor junto a ella humilde
las alas plegó inquietas,
y repitió a su oído suplicante
el cántico de amor de los poetas.
Y acaso el aura fría
de la noche besando sus cabellos,
en un vago sollozo le traía
una voz de ultratumba en que gemía
el adiós postrimer de alguno de ellos.
 
   Mas no sabía llorar...
                                  Y, aquella tarde,
-una tarde sin luz, triste y lluviosa-,
inclinó la cabeza silenciosa
así como las blandas florecillas
que hirió la tempestad. Los soberanos
ojos cubriose con entrambas manos
y el llanto desbordó por sus mejillas.
 
   Lloraba, sí, lloraba.... De rodillas,
yo, traspasado de dolor, le hablaba...
Pero ella no me oía;
�callaba, sollozaba, se moría...!
Sólo sentí su mano que temblaba
desesperada al estrechar la mía.
 
   Era aquel nuestro adiós. Era el momento
solemne de pasión y de tormento
de un amor inmortal. Eran dos almas
locamente estrechadas en el fuerte
nupcial abrazo de una sola vida,
que separaba, haciéndolas pedazos,
la mano inexorable de la suerte
con el fúnebre adiós de la partida.
 
   Y lloraba en mis brazos... Y lloraba
con tan triste y profundo desconsuelo,
que en tan lúgubre, tarde parecía
que al mirarla llorar lloraba el cielo
y que por ella se enlutaba el día.

                                                                                                                                         
   Y mojaba la lluvia su semblante,
su semblante tan pálido y tan bello,
y el viento de la tarde sollozante
agitaba en desorden su cabello.
Yo lo hablaba, le hablaba.... No me oía...
Solamente su mano temblorosa
se estrechaba convulsa con la mía.
 
   Así fue nuestro adiós... Toda mi alma
dejé en sus labios con pasión opresos,
y me traje la suya, que bebieron
en sus ardientes lágrimas mis besos.
 

No... no te digo adiós

   �Por qué vienes así, mi enamorada,
cuando dormido estoy, cuando con lazos
invisibles, el sueño ata mis brazos,
y no puedo apretarte al corazón?
�Por qué vienes así cuando mis labios
cierra el sueño también, y busco ansioso,
sin poderle encontrar, el cariñoso
acento con que te habla mi pasión?
 
   �Por qué vienes así...? �Sabes acaso
que son las de la noche las hermosas
horas de las estrellas misteriosas,
y, estrella del amor, surges también,
porque sabes que la hora de los sueños
es la hora en que los ángeles sin nombre
bajan del cielo a visitar al hombre,
con su ala de oro a proteger su sien?
 
   �Por qué vienes así, pálida mía,
con tus ojos de amor sobre mis ojos,
y con temblor de besos en los rojos
labios que apagan en el mío la voz?
�Por qué son tan dolientes tus abrazos?
�Por qué tanto sollozo y duelo tanto,
y al besarme me mojas con tu llanto,
y sólo sabes la palabra adiós?
 
   No es un adiós el que mi voz te deja
         llorosa, vida mía,
que adiós es la tristísima palabra
         de la ausencia sombría.
 
   Que adiós es el sollozo que se arranca
         del corazón herido,
que adiós es el saludo de la muerte,
         la cifra del olvido.
 
   �No, no te digo adiós...! Para nosotros
         palabra tal no existe;
la boda de las almas es eterna
         cuando amor las asiste.
 
   Y lo que llaman en el mundo ausencia,
         distancia, despedida,
para aquellos no son que sólo forman
         un alma y una vida.
 
   Para aquellos no son que, al fuego vivo,
         de los labios impresos,
cual nosotros sus almas desposaron
         en tálamo de besos.
 
   No, no te digo adiós... �Quién de sí mismo
         se ausenta y se despide?
�Cómo puedo a mi propio pensamiento
         decir que no me olvide?
 
   No se mira sin luz, y sin ambiente
         el pecho se sofoca,
y mi luz son tus ojos, y mi aliento
         los besos de tu boca.
 
   Yo soy tan sólo corazón, y tú eres
         su sangre y su latido...
�Cómo a mi mismo corazón pudiera
         dejar en el olvido?
 
   Idénticas, mezcladas, confundidas
         cual la llama y su luz,
nuestras almas no saben siendo una
         si eres yo, si soy tú.
 
   Y antes yo pensaré sin pensamiento
         y veré sin mirada,
que no llevar dentro de mi alma, eterna,
el alma cariñosa de mi amada.
 

Despedida

   Cuando a un ayer..., �ayer...!, enajenado,
reposaba en mi pecho tu cabeza,
y mirando tus ojos, extasiado,
olvidaba en tu labio nacarado
con besos y sonrisas mi tristeza;
 
   �cómo entonces pensar que llegaría
esta hora de dolor, negra, sin nombre,
que del alma las fuentes abriría,
y en lágrimas, de hiel, lágrimas de hombre,
tu frente inmaculada bañaría...?
 
   Ayer... Ayer, bañaban los amores
tu semblante con púdicos sonrojos;
hoy... ya borran tan plácidos colores
la mortal palidez de los dolores
y el llanto inagotable de tus ojos.
 
   Es muy breve la vida pasajera
para que con mi amor todo te ame;
mas en la eternidad mi alma te espera...
Dame el último adiós..., tus labios dame...,
y acuérdate de mí, cuando me muera...!
 
   Si en este instante de supremo duelo,
si en esta inolvidable despedida
una gota cupiera de consuelo,
la tendría para llenar mi vida:
un beso y una lágrima... �Hasta el cielo!
 

Adiós a Jalapa

   Tierra de bendición, tierra querida,
para siempre quizá de ti me alejo,
y con mi adiós te dejaría mi vida,
pues que del alma la mitad te dejo.
 
   Adiós, tu azul y trasparente cielo,
y la sombra nupcial de tus palmares,
y allá de tus confines tras el velo
la línea opaca de los vagos mares.
 
   Adiós, Jalapa, lánguida paloma
que reposa a la margen de la fuente,
entre los bosques de fragante aroma,
al ruido sonoroso del torrente.
 
   El ángel de la noche misterioso
bajo su negro pabellón de estrellas
te besa con el beso del esposo,
abre sus alas y te aduerme en ellas.
 
   Y la aurora te encuentra todavía
envuelta en los cendales de la niebla,
hasta que te despierta la armonía
con que el zenzontli tu recinto puebla.
 
   Eres grata y gentil como la palma
del desierto, en la arena abrasadora,
frente a do llega enamorada el alma
la sed a mitigar que la devora.
 
   Por eso te idolatra quien te mira
y no te olvida quien de ti se aleja,
y en cada adiós que el corazón suspira
algo del mismo corazón te deja.
 
 
   �Cuántas veces al rayo de tu luna
cercado de mis dulces ilusiones,
he soñado la gloria y la fortuna
al arrullo de amor de mis canciones!
 
   �Cuántas veces sintiendo por mi frente
los besos de tu brisa perfumada,
algo divino descendió a mi mente
iluminando el ánima turbada!
 
   �Cuántas veces entonce el arpa mía
cayó a mis plantas impotente y rota...
que decir a los hombres no sabía
la voz del cielo que en tus auras, flota!
 
   �Cuántas veces también el alma quiso
al verte a ti, jardín de las delicias,
la mujer sin rival del Paraíso
para morir de amor con sus caricias!
 
   Y la encontré tal vez... Y vi su sombra
en el misterio de la noche en calma...
�Una mujer...! �Mi boca no la nombra
pero la llevo aquí, dentro del alma!
 
   �Una mujer...! la creó mi fantasía,
la soñó mi ilusión, mi amor ansiola,
la encontré, la adoré, la llamé mía,
y en mi alma vive refulgente y sola.
 
   Única fe que el corazón cautiva,
yo la idolatro, con mi vida entera,
con inmensa pasión mientras que viva,
con infinito amor cuando me muera.
 
   Y te dejo también, luz de mi cielo,
única flor de mi desierta vida;
solo y perdido en apartado suelo
�qué hará mi alma entre los dos partida?
 
   Sin ti �qué seré yo...? Sombra que vaga
en medio de la noche del desierto,
lámpara de esperanza que se apaga,
corazón: �ay! en desamparo muerto.
 
   Cuando esté lejos de tus ojos bellos,
ojos divinos que por mí lloraron,
acuérdate �ay! que con pasión en ellos
mis labios tantas lágrimas secaron...
 
   Acuérdate �ay! que con la fe del niño
me entrego de tu amor a la confianza,
que es la vida de mi alma tu cariño
y el alma de mi vida tu esperanza.
 
   �Acuérdate �ay! que tu celeste nombre
le solloza mi labio balbuciente;
que mi primera lágrima de hombre
al decirte mi adiós, cae en tu frente...
 
   Adiós, Jalapa, búcaro de rosas;
manantial a la sombra de la palma,
región de los ensueños, de las diosas,
y de las dichas que idolatra, el alma.
 
   Quédate, adiós, encantadora tierra
de mi fe, de mi amor, de mi ventura...
Hondo sollozo mi garganta cierra,
al decirte el adiós de mi ternura.
 
   Acaso, ya jamás... jamás -�quién sabe!-
a verte volveré, suelo querido;
tal vez mi vida solitaria acabe lejos,
muy lejos de mi Edén perdido.
 
   Adiós, la última vez, tierra querida,
nido primaveral de mis amores,
que vuelva a verte... y a encontrar perdida,
una modesta tumba, entre tus flores.
 

Adiós

   Adiós para siempre, mitad de mi vida,
una alma tan sólo teníamos los dos;
mas hoy es preciso que esta alma divida
la amarga palabra del último adiós.
 
   �Por qué nos separan? �No saben acaso
que pasa la vida cual pasa la flor?
Cruzamos el mundo como aves de paso...
Mañana, la tumba; �por qué hoy, el dolor...?
 
   �La dicha secreta de dos que se adoran
enoja a los cielos, y es fuerza sufrir?
�Tan sólo son gratas las almas que lloran
al torvo destino...? �La ley es morir...?
 
   �Quién es el destino...? Te arroja a mis brazos,
en mi alma te imprime, te infunde en mi ser,
y bárbaro luego me arranca a pedazos
el alma y la vida contigo... �por qué?
 
   Adiós... es preciso. No llores... y parte.
La dicha de vernos nos quitan no más;
pero un solo instante dejar de adorarte,
hacer que te olvide, �lo, pueden...? �Jamás!
 
   Con lazos eternos nos hemos unido;
en vano el destino nos hiere a los dos...
�Las almas que se aman no tienen olvido,
no tienen ausencia, no tienen adiós!



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