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11

E. A. Peers, op. cit., II, 19.

 

12

Consúltese el librito de J. López Núñez: Románticos y bohemios, M., 1929.

 

13

G. A. Bécquer, Rimas, ed. de R. Alberti, B. Aires 31948. Rima XXVI.

 

14

En 1893 Pompeyo Gener (op. cit., 110) habla de «las apologías de Juan Cualquiera». Recordemos aquí la novela Juan Vulgar (1885) de otro escritor naturalista: Jacinto Octavio Picón. -El pasaje de «Andrenio» en: Novelas y Novelistas, M., 1918, 302.

 

15

Para la náusea flaubertiana de «Clarín» ante la bêtise humaine, en contraste por ejemplo con la complacencia de Galdós en la materia burguesa de su mundo novelesco, véase: C. Clavería, Flaubert y «La Regenta», en Cinco estudios de lit. esp. moderna, Salamanca, 1945, especialmente pp. 21-26.

 

16

Este artista se identifica con almas como la del pintor Moreau: «Almas complicadas, pueriles y pervertidas, misantrópicas y candorosas, modernas y bizantinas. Nunca almas panzudas de burgueses» (E. Pardo Bazán, Novelas y Cuentos, I, Aguilar, M., 1947, 980).

 

17

G. Díaz-Plaja: Modernismo frente a Noventa y Ocho, M., 1951, 322-25.

 

18

En la revista Nuestro Tiempo, t. III, 1905, 508.

 

19

Art. cit., p. 61.

 

20

De Carlos Yarza, joven revolucionario, dice P. Baroja en Las tragedias grotescas, 1907: «Latía en él el odio por el burgués tranquilo, egoísta, apacible, que no tiene más que necesidades fisiológicas y una tendencia sentimental baja y vulgar, o un snobismo de buen tono. Decía que muchas veces, en algún café o "restaurant", tenía que contenerse para no tirar un plato a la cabeza de algún buen señor, que le exasperaba por la avidez con que comía o por el aire reposado y satisfecho que tomaba mientras fumaba y se preparaba a hacer la digestión». Y el mismo Yarza admiraba a Catilina porque en él «se unían los odios de la plebe con la arrogancia de los nobles» ( O. C., I, 947. Nos referimos siempre a la edición en ocho volúmenes de la «Biblioteca Nueva», Madrid, 1946-51).

Evidentemente, lo que el artista ha detestado siempre ha sido la ineptitud culpable para comprender su arte, y tal ineptitud puede darse por igual en el albañil, en el comerciante, en el académico o en el aristócrata. En tal sentido pronuncia Cervantes por boca de su hidalgo: «[...] Y no penséis, señor, que yo llamo aquí vulgo solamente a la gente plebeya y humilde; que todo aquel que no sabe, aunque sea señor y príncipe, puede y debe entrar en número de vulgo» (Quijote, II, XVI). En tal sentido afirmaba el propio Flaubert: «J'appelle bourgeois celui qui pense bassement» (citado por E.-L. Ferrère en su introducción a G. Flaubert, Le Dictionnaire des idées reçues, Paris, 1913, 16). En tal sentido define, en 1941, el poeta español Luis Cernuda al vulgo como «una mezcla indistinta de burguesía, pueblo y aristocracia, nivelados por la común pobreza del gusto y de la mente» (Poesía y Literatura, Barc., 1960, 31). Pero lo importante es hacer notar que antes del siglo XIX se mira al vulgo como público ignorante, mientras desde la época a que nos referimos se le observa principalmente como clase social burguesa que, disponiendo de los medios para poder comprender, no comprende, y no comprende porque piensa bajamente, es decir, de un modo egoísta y desinteresado del espíritu. No es lo mismo el menestral o el príncipe necios que el burgués ramplón o el obrero y el noble «aburguesados».

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