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Pedagogía extremeña para Guanajuato: Rubén Landa en México

Lilia Granillo Vázquez





Dpto. de Humanidades Universidad Autónoma
Metropolitana de méxico

Suelo pensar que la Conquista de México fue un encuentro violento con resultados asombrosos: el fecundo mestizaje, la rica pluralidad. Porque la conozco, no me gusta hablar de la violencia; prefiero deleitarme con la sorpresa de confirmar la capacidad de transformación de los seres humanos. Aquello que los teólogos consideran como gracia del Espíritu Santo, y que las mentes sencillas reconocen como la oscuridad que será despejada por la luz. Sentido común de que en lo malo puede florecer algo bueno.

Resultado asombroso de la Guerra Civil Española es la aparición de los refugiados en mi tierra. El dolor de la lucha fratricida significó, para otra rama familiar, una inyección de inteligencia y de valores humanos plenos de democracia y estética. Como humanista, creo que la llegada paulatina de inmigrantes españoles tras 1939 constituye el Segundo Descubrimiento de América: el traslado de la riqueza republicana. No el interesado flujo de inversiones monetarias y culturales, tampoco ciertos afanes capitalistas, neoliberales y seudoglobalizadores, que más que «descubrir por segunda vez al Nuevo Mundo», constituyen actualmente una «colonización trasnochada», por resucitar la locución de Miguel León Portilla ante la querella de los descubrimientos en 1992.

Gracias a la devastación de España, a mí me dieron clases grandes pensadores como Adolfo Sánchez Vázquez, el filósofo marxista, y Lope Blanch, dedicado lingüista, en la Universidad Nacional Autónoma de México. Por aficiones masónicas, conocí a Juan Siméon Vidarte y comí varias veces la alta cocina de su esposa Francesca. En mi vida cotidiana he disfrutado las conversaciones con mujeres sabias como Teresa Segovia, habitante de la Colonia Condesa, o Ligia Fenollosa, pintora en la zona de Ciudad Satélite. Me enorgullezco de compartir el recinto universitario, en territorio tepaneca, con profesores de porte ibérico como Ignacio Canals. Y me alegra saber que buena parte de lo mejor de España decidió asentarse en mi tierra para dar lustre a pequeñas poblaciones como La Presa de la Olla, en Guanajuato.

Dice mi compañero de trabajo, el arquitecto Manuel Rodríguez Viqueria, que su Tío Rubén era hijo de un famoso abogado de Extremadura, Rubén Landa Coronado, cuyas ideas progresistas habían impulsado transformaciones que apuntaban hacia reformas agrarias y cooperativismos agrícolas1. Tales iniciativas expresaban el compromiso social de un extremeño hondamente preocupado por la marginación y la pobreza de esa provincia, árida, seca, amarilla de sol en verano, gris azulada en invierno, pero siempre salpicada de piedras convertidas en castillos y muros medievales.

Landa Vaz, el hijo, nutrido en ese compromiso social y ligado al amor de las piedras y al combate de la marginación, nació en Badajoz en 1890. Cambiaría de cielos, como tantos extremeños que salen a las conquistas, pero no de amores. Con él, viajaron al exilio el combate a la marginación y a la pobreza mediante una pedagogía sabia. Llegado el momento de renunciar al terruño, llegó a su segunda patria vía Rusia y Nueva York, protegiendo a un grupo de niños huérfanos de la guerra, como los niños de Morelia. De «una de las familias extremeñas que más relevantes miembros han aportado a las causas progresistas»2, el pedagogo tenía entonces unos 50 años y una vida riquísima. Se había formado en la Institución Libre de Enseñanza, donde había llegado a ser secretario particular de Francisco Giner. Maestro desde muy joven, doctor en derecho y filosofía, vivió un par de años en Francia e Inglaterra estudiando la segunda enseñanza. Llegó al exilio con experiencias de la República Española, el soviet y los capitalismos.

En México recurrió a lo suyo y optó por la docencia. Había sido catedrático de Psicología, Lógica y Ética en Institutos de Salamanca, Ávila y El Escorial, y durante la República había sido Consejero de Instrucción Pública, apoyando al presidente del Consejo, Unamuno, su amigo personal. Durante la Guerra Civil, se apresuró a elaborar cartillas de alfabetización y cuentan que este «krausista difuso», como solía llamarse, deambulaba por diversos frentes cartilla en mano. Las vivencias personales y sociales de aquella fecunda generación de libres pensadores, constituyeron el bagaje que movió a Landa escribir estudios sobre la pintura de El Greco y numerosos libros acerca de la pedagogía en España, Londres, Portugal y México. Preocupado por la educación de adultos, también escribió testimonios y biografías de Francisco Giner, Manuel B. Cossio, y el gran maestro de indígenas mexicanos, Vasco de Quiroga. Los campesinos guanajuatenses, como antes los castellanos, consultarían esos volúmenes, enriquecidos con su obra sobre Luis Vives -editada en México- entre los muros de la humilde y oscurísima ranchería de la Olla.

Tan notable educador, antes de retirarse a Guanajuato, dirigió la famosa escuela para hijos de exiliados, el Instituto Luis Vives, que se disputaba con el Colegio Madrid la educación de los nuevos habitantes en la capital de otra República, la Mexicana, que los reconocía como ciudadanos, que no súbditos. Su gratitud quedó asentada: «Yo que escribo estas líneas, y el Instituto Luis Vives que las publica, somos parte de los miles y miles de españoles, víctimas de los cataclismos de Europa, invitados, salvados por México, para continuar pacíficamente nuestras vida en esta tierra generosa que nos acoge como a hijos adoptivos»3.

Con mexicanos progresistas como Jesús Silva Herzog, autor de El Liberalismo Mexicano y el conocido Dr. Puche, Landa Vaz fue cofundador del «Vives», producto del mestizaje. «Ah, me preguntas de mi maestro. Le decíamos 'El Chivo', por su barbita», me respondió mi compañera de trabajo, estudiosa de la literatura de los transterrados, la maestra Joaquina Rodríguez Plaza, con una amplia sonrisa nostálgica. «Era muy estricto. ¡Cómo nos hacía leer y estudiar! ¡Todo un personaje!» Otro discípulo suyo me contó que Landa era maestro de Historia de España en el Ateneo Español, en el centro de la Ciudad de México: «Fue ahí, junto al Café La Habana, donde me fascinaron los cuentos de Aníbal y todos sus elefantes».

Al dejar la dirección del «Vives», Landa fue invitado a impartir clases de lengua y literatura española en Estados Unidos. Al cabo de algunos años volvió a México y optó por residir en Guanajuato, un estado minero, de nuevo el amor a las piedras.

Las mejores vacaciones de mi vida las pasé en la Presa de la Olla -me confió Rodríguez Viqueira.

En una casa muy bonita, nos reuníamos los primos cada fin de año. El Tío Rubén me enseñó a nadar. El día que me estaba ahogando, me sacó del agua con aquella seguridad con la que escribió una cartilla de alfabetización para los campesinos mexicanos. Pues sí, como mi madre enviudó muy joven, el tío Rubén fue mi figura paterna, muy importante para mí. Vivía de su salario de profesor en alguna escuelita de la región, y de alquilar unos cuartos a estudiantes de pocos recursos. Recuerdo que por las tardes daba lecciones a los campesinos, a los jóvenes rurales. Rodeado de incultos, algunos hasta descalzos, todos pobres, supo combinar dos mundos, el intelectual y el de la ranchería. -Igual que en los frentes republicanos, pensé, entre los muros de adobe calados, se impulsaba la intelectualidad extremeña. Hasta allá, a más de 8 mil km. de distancia, se practicaba la libertad de enseñanza.

Era muy amigo de los mineros y me decía que le gustaba ser «especialista en niños». Ciertamente mostraba una gran capacidad de trato con todos. No puedo decir que fuera muy sociable, era cariñoso sólo con la familia. Pero me consta que las puertas de su casa estaban abiertas para los que quisieran aprender, y él enseñaba de todo a la gente de campo: literatura, poesía, música. Tantos eran sus impulsos pedagógicos, que a la sirviente le decía:

«Muy bien, usted va a limpiar por las mañanas, pero en las tardes, la enseño yo a escribir». Sacaba su cartilla de alfabetización igual que la Enciclopedia UTEHA donde había colaborado.

Le gustaba emprender largas caminatas por el campo, y se la pasaba recogiendo minerales. Mis tíos no tuvieron hijos. Nosotros, los sobrinos éramos muy libres en su presencia, los padres nos encargaban con él. Le gustaba cuidarnos. A mí, me llevaba a visitar iglesias. Yo, al principio no quería, pero me gustaba seguirlo pues me enseñaba lo bonito y hablaba mal de los curas. Señalaba cada piedra de la construcción y se refería a los edificios que habían quedado allá, «en mi otra tierra», como solía llamarla.

Todo él era de Extremadura, un tipo muy fino, facciones extremeñas: piel blanca, pelo blanco, muy delgado, con gran vigor y mucha fuerza. Era como un roble centenario. Murió en 1978. Para entonces, él y mi Tía María Luisa se habían mudado a la Benéfica, un asilo que estaba por la Colonia del Valle.

La Tía ya no podía caminar, y al Tío se le olvidaba tomar las pastillas. Había sido muy paciente con ella. Mi Tía no sabía cocinar y él lo acepto toda su vida. También su hermana, mi abuela Jacinta, fue longeva, ella sí alcanzó los 100 años.

Todos los Landa escriben su testamento espiritual, unas cuantas páginas con declaraciones finales. Mi Tío escribió el suyo unos dos años antes de morir: hablaba de la existencia de Dios.

Le pregunté a Manuel si durante esos recorridos anticlericales y monumentales había decidido convertirse en arquitecto y en historiador del arte. Se limitó a sonreír: «Seguramente, pero no lo había pensado antes».

Fiel a la tradición ibérica endogámica, Landa Vaz se había casado con María Luisa Viqueira, hermana de otro filósofo galleguista, Juan Vicente Viqueira, quien a su vez desposó a Jacinta Landa, su cuñada. Dos filósofos de sendas regiones ibéricas se casaron con las hermanas respectivas. Unidos por la sabiduría, lazos familiares estrecharían el vínculo. Así Rubén, cuya afición a la pedagogía democrática e infantil me ha seducido, era «doble tío» y casi abuelo de Manuel, mi colega en la Universidad Autónoma Metropolitana de Azcapotzalco. Asombroso resultado de una transterración difícil: dolorosa para España, fecunda para América, pródiga para Extremadura.





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