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«Pepita Jiménez» en folletín: la historia interminable de las publicaciones efímeras


Leonardo Romero


Universidad de Zaragoza



Cuando en 1989 salió al comercio la primera versión de mi edición de Pepita Jiménez no había llegado a mi conocimiento el riguroso trabajo de Ana Navarro que lleva pie de imprenta del año anterior. En la cuarta salida de mi edición sí he podido introducir una referencia a este importante trabajo bibliográfico y a las fundamentales aportaciones que contiene y que, en síntesis, suponen una revisión de las variantes observadas en once ediciones de la novela y el consiguiente establecimiento de las etapas de la historia editorial del texto: una primera fase, desde 1874 hasta 1890, con posibles intervenciones correctoras del escritor, y una segunda, desde que Fernando Fe en 1890 se convirtió en el principal editor de Valera, fase en que el novelista parece no intervenir ya en el texto. Estas observaciones y las advertencias que formula Ana Navarro respecto a las variantes de las tres primeras impresiones coinciden con lo que yo había anotado, del mismo modo que también coincidimos en nuestras infructuosas pesquisas para la localización de algún ejemplar de la impresión hecha en los talleres de El Imparcial.

El mismo año en que la Revista de España -la publicación cultural de José Luis Albareda- editaba la primera edición de Pepita Jiménez (1874), aparecía otra impresión de la novela, en volumen exento hecho en el taller madrileño de J. Noguera. Pocos meses más tarde, en 1875, aparecía la edición de A. de Carlos e hijos, en cuyo prólogo afirmaba Valera ser esta versión «más esmerada» que las anteriores y que a la primera -la publicada fragmentadamente en la Revista de España- le había seguido una segunda por entregas («el Imparcial la publicó después en su edición de provincias, de la que hace una tirada de 30.000 ejemplares»). Siguieron sucediéndose las ediciones españolas, legales o fraudulentas, las impresiones traducidas a diversas lenguas, los comentarios y las observaciones críticas, hasta el punto que Pepita Jiménez puede ser considerada como la novela española del siglo XIX que tuvo más llamativo éxito editorial. Cyrus DeCoster, Ana Navarro y yo mismo hemos avanzado datos bibliográficos que, algún día, permitirán reconstruir la historia editorial completa de este éxito de librería, sobre cuyos beneficios económicos su propio autor -no podría haber sido de otra manera- se habría de lamentar irónicamente.

Ni Ana Navarro ni yo habíamos conseguido localizar la edición realizada por El Imparcial y a la que aludía su autor sin ningún titubeo. Don Manuel Azaña y Cyrus DeCoster dieron por buena su existencia, sin ofrecer tampoco testimonios de una localización fehaciente. Ni en el folletín incluido en el tercio inferior de la primera página del periódico, para los años 1874 y 1875, ni en los más conocidos depósitos bibliotecarios conseguí localizar ejemplares de esa edición del diario madrileño cuya existencia acepté implícitamente en mi edición de 1989, aunque en la nota añadida en la cuarta reimpresión terminara hablando de la «fantasmal edición» de El Imparcial. Estas consideraciones responden a las dificultades bibliográficas con que, pese a las apariencias, tantas veces nos topamos los interesados en los impresos del siglo pasado. El volumen de lo editado en esa centuria y las dificultades de conservación del material bibliográfico efímero -hojas sueltas, pliegos de cordel, pequeños folletos, formularios, etc.- dan como resultado que, en muchas ocasiones, lo que tuvo existencia real y múltiple se nos haya convertido en un fantasma volatilizado. Y este es el caso de muchas de las impresiones de novelas por entregas, si no tuvieron una impresión simultánea en las páginas de un periódico o revista que también se nos haya conservado.

Un feliz hallazgo bibliográfico que me comunica el profesor Manuel Garrido Palazón me obliga a corregir lo que, en un exceso de pasión profesional, era una equívoca calificación. Existió, efectivamente, la edición de El Imparcial, y no sólo para la novela de don Juan Valera, sino también para otros éxitos de la narrativa de la época, como Delfina, de Ernesto Daudet; La casa del silencio, de A. Goitier; El drama de La Sauvagere, de F. Andebrand (traducidas por A. de Oteiza), o La huérfana de Gante, de E. Berthoud (traducción del vizconde de San Javier), e impresas todas durante el año 1874. El gran diario de Gasset y Artime, que publicaba en la zona del folletín novelas de interés popular y que había iniciado el 27 de abril de 1874 la edición de los que llegarían a ser sus famosos Lunes, al parecer, realizaba también la impresión independiente de novelas, que cobijaba bajo la firma de empresa «Biblioteca de El Imparcial». Las características tipográficas en la impresión de estas novelas no coinciden con la que suele ser forma habitual de impresión en el folletín del periódico, por lo que probablemente Ana Navarro no anda descaminada al suponer que la edición de Pepita Jiménez podría tratarse de un «encarte» añadido como cuaderno suelto al periódico cotidiano.

El ejemplar de esta edición perdida, y ya recuperada, recoge en la portada el título y nombre del autor de la novela y las imprescindibles referencias editoriales: Biblioteca de El Imparcial, Madrid, imprenta de El Imparcial, Plaza de Matute, número 5, 1874. A la portada siguen sesenta páginas impresas, de una caja de tamaño muy distinto (27/17 cm.) de la que solía enmarcar la novela del folletín; páginas que se componen a doble columna y carentes de cualquier adorno tipográfico que no sean las líneas que separan las diversas secciones que constituyen la novela. Las erratas son abundantes y las variantes del texto, en una lectura comprobatoria de las realizadas por Ana Navarro y por mí, permiten afirmar que esta impresión de Pepita Jiménez coincide con la de Revista de España y Abelardo de Carlos, salvo en el fragmento que esta última introdujo respecto a la primera y que también aparece en la impresión de El Imparcial. Por todo ello resulta plausible sostener que Pepita Jiménez (edición de El Imparcial) es la segunda edición de la obra.

El hecho de que un escritor como Valera, tan atento a las reacciones del público lector y a las oscilaciones del mercado editorial, publicase las dos primeras ediciones de su primicia narrativa en el popularizado medio de las entregas -en una revista intelectual, primero, y seguidamente en los encartes de un periódico que buscaba las más amplias capas de lectores-, añade un dato más a la importancia que este procedimiento de difusión de impresos tuvo en buena parte del pasado siglo y primeras decenas del presente. La evolución de la novela moderna -y no sólo de la de «consumo popular», como he escrito hace tiempo, sino también de la novela de estricta voluntad artística- se realizó a través de este medio, que garantizaba niveles de lectura muy elevados y fórmulas de escritura y distribución hasta entonces insospechadas. Balzac, Dickens, Flaubert, Turguenief, Galdós, entre los grandes narradores de la centuria, emplearon el acreditado procedimiento, y a él prestó singular confianza el «aristocratizante» novelista andaluz, la mayor parte de cuyos relatos se hicieron públicos en versiones fragmentadas de periódicos y revistas.

Los treinta mil ejemplares de la versión periodística a que él mismo aludía en el prólogo de la edición de 1875 coinciden con los datos sobre la tirada del periódico que recordaba Juan Pujol en un texto memorativo: «El Imparcial fue el primer periódico de su tiempo en nuestro país; cuando las comunicaciones eran mucho más difíciles que ahora y el número de analfabetos infinitamente mayor, llegó a tirar treinta mil ejemplares». Otra cuestión es que la amplia difusión que consiguió para su novela, desde los primeros meses de su carrera editorial, fuera seguida de significativos ingresos económicos; es proverbial su lamento de senectute sobre la reducida rentabilidad que le habían proporcionado las ediciones de su más famosa novela, que ni siquiera le habían valido para pagar a su mujer un vestido de Worth.








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