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231-13. El texto: «es estrangero». (N. del E.)

 

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244-8. Alusión al Hércules imagen de los celtas, descrito por Luciano en su opúsculo Hèrcules. Según el escritor samosatense, ese Hércules era representado en figura de un anciano, calvo hacia el occipucio, de arrugada faz, con la piel de león, la clava en la mano derecha, un arco en la izquierda, y el carcaj a la espalda. Pero, además, dice el mismo Luciano que, en esta representación, Hércules «atrae a mucha gente, a quien tiene sujeta por las orejas; los lazos que emplea son cadenitas de oro y de ámbar, de labor delicada, y semejantes a collares de la mayor belleza. A pesar de lo endeble de sus cadenas, los cautivos no procuran huir, aunque fácilmente podrían; y, lejos de oponer resistencia ninguna..., siguen jubilosos al que los guia, le colman de alabanzas, se apresuran a llegarse a él... Y lo más peregrino que hay en esta pintura, es que el artista, no sabiendo en dónde fijar el extremo de las cadenas (porque la mano derecha del héroe aprieta una maza, y la izquierda un arco), ha imaginado taladrar la punta de la lengua del dios, arrastrando así a todos esos que le siguen. Hércules, con el rostro vuelto hacia ellos, les guía sonriendo amablemente.» El dios así figurado era el emblema de la elocuencia.

Cervantes pudo tomar la noticia de Le Imagini degli Dei degli antichi, de Vincenzo Cartari (Venecia, 1556), donde consta la figura descrita por Luciano. El libro de Cartari había sido traducido al francés en 1581 (Lyon), por A. Du Verdier, con el título de Les images des dievx des anciens. (Vide la página 406 de la edición francesa citada.)

Pero lo probable es que se enterase de ello Cervantes por los famosos Emblemas de Alciato, traducidos en rima por Bernardo Daza Pinciano (Lyon, 1549), hermano del licenciado Daza, loado en el Canto de Caliope. Los Emblemas fueron glosados por el Brocense, en latín, y por Diego López, en castellano. Véase el emblema 181.

Gracián, en El Criticón (II, 2), alude también a «las cadenillas de Hércules, que, procediéndole a él de la lengua, aprisionaban a los demás de los oídos». (N. del E.)

 

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252-24. El texto: «las». (N. del E.)

 

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[«renouaron su» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

 

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261-14. El texto: «dedelito». (N. del E.)

 

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269-6. El texto: «que que». (N. del E.)

 

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273-20. El náufrago de Cervantes es el terrible Physeter, descrito con toda minuciosidad por Olao Magno en el libro XXI de su Historia de gentibus septentrionalibus, donde dice de él que es un cetáceo de doscientos codos de longitud, boca circular como las murenas, cubierto de negro y espeso cuero, y de cola bifurcada, de quince o veinte pies de anchura. Añade que vive en el litoral de Noruega, y que puede inundar y sumergir los más grandes navíos, no habiendo mejor remedio para ahuyentarle, que tocar instrumentos de son agudo y áspero, o disparar bombardas. Por lo demás, en la misma susodicha Historia viene dibujado fielmente el Physeter, en esta forma:

imagen

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Ahora bien: precisamente estas láminas parece que fueron de gran influencia sobre el Persiles, según indicamos en la Introducción. La palabra náufrago, para denotar un monstruo marino no español, tiene, sin embargo, su explicación. Olao Magno, que copió de autores clásicos costumbres y rarezas, atribuyéndolas a los países septentrionales, pudo leer una descripción del fisiter en muchos libros, desde Estrabón hasta numerosos autores contemporáneos. Los dibujos del náufrago que reproducimos, pueden verse, más o menos semejantes, en los mapas de Tolomeo, en las geografías de entonces y en las dos obras de Olao Magno: en la Opera breve, etc. (véase la Introducción), y en todas las ediciones de la Historia de gentibus septentrionalibus, y, sobre todo, con muchos detalles, en la italiana Historia delle genti e della natura delle cose settentrionali (Vinegia, 1565). En la Opera breve, el texto explica que el mapa B-A «dimonstra la parte di Gruntlandia e li suoi naufragii», donde vemos dibujos de naufragios causados por el monstruo; y en la explicación del dibujo inserto en el texto italiano de la segunda obra, que muy bien podía entenderse mal refiriéndola al monstruo, y no al naufragio, leemos: «naufragii grandissimi, che seguono alla improuista in alcuni porti settentrionali». Por eso parece más que probable que Cervantes tomara la palabra náufrago de estas láminas. Del fisiter hablan Torquemada, Jardin de flores curiosas, lib. VI, y casi todas las misceláneas del siglo XVI, Solino, Thamara y otros.

Además, nótese que el italiano de Cervantes era muy defectuoso, como lo prueban frases como lobos menar. (N. del E.)

 

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278-9. Reminiscencia de los dos primeros versos (recordados también por Cervantes en el Quixote, II, 18, y en La guarda cuidadosa) del soneto X de Garcilasso:


   «¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,
dulces y alegres cuando Dios queria!»



En este famoso soneto, según observó el Brocense, hay imitación de Virgilio (Æneid., IV, 651 y siguientes; consúltese R. Schevill, Studies in Cervantes-Persiles y Sigismunda, III; New Haven, 1908; pág. 543). (N. del E.)

 

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[«pensamiento» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

 

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297-4. Olao Magno y Torquemada hablan largamente de los skis; pero cuando Cervantes cuenta un absurdo, como su descripción del modo de moverse sobre el hielo los habitantes de Noruega o Suecia, recuerda más bien a Torquemada que a Olao Magno: en éste, la marcha con skis se comprende; pero Torquemada, que no hacía sino copiar lo que ignoraba, se expresa con tan poca claridad, que Cervantes no le debió entender. Leemos en Torquemada (Jardin de flores curiosas, edición de Leyda, 1573; fols. 229 v. y siguientes): «Los que han de caminar a pie encima de los yelos, si quieren hazer con breuedad un camino, toman un madero rollizo de una madera muy fuerte, y por sola una parte es llano, sobre la qual asientan los pies, atando el pie siniestro al madero, y lleuan el derecho suelto, en el qual lleuan un çapato hechizo, y a la punta con un hierro hecho de tal manera, que, aunque den un gran golpe en el madero, ningun daño rescibe el pie, porque queda en hueco; y en las manos lleuan unos bordones grandes como medias lanças, con tres puntas muy agudas al cabo, y... puesto cada uno encima de su palo, sacan el pie derecho atras y danle un muy gran puntapie (es decir, sobre el hielo, y no "sobre el calçaño yzquierdo", como entendió Cervantes), y el palo rollizo comiença a resbalar por el yelo con tan gran ligereça, que algunas vezes no para en tanto trecho como un grandissimo tiro de ballesta...; y asi en una hora caminan tres o quatro leguas.»

Además de esto, Cervantes pudo ver en la edición italiana de Olao Magno varios dibujos algo fantásticos, en que se representaba al patinador con un pie en tierra y el otro en el aire, y de ahí que imaginase que aquellos maravillosos septentrionales «caminauan sobre solo vn pie». (N. del E.)