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ArribaAbajoLibro qvarto de los trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia setentrional


ArribaAbajoCapitvlo primero del quarto libro

Disputóse entre nuestra peregrina esquadra, no vna, sino muchas vezes, si el casamiento de Ysabela Castrucha, con tantas maquinas fabricado, podia ser valedero, a lo que Periandro muchas vezes dixo que si; quanto mas, que no les tocaua a ellos la aueriguacion de aquel caso. Pero lo que a el le auia descontentado, era la   —202→   junta del bautismo, casamiento y la sepultura, y la ygnorancia del medico, que no atinò con la traça de Ysabela ni con el peligro de su tio. Vnas vezes tratauan en esto, y otras en referir los peligros que por ellos auian passado. Andauan Croriano y Ruperta, su esposa, atentissimos   -fol. 192r-   inquiriendo quien fuessen Periandro y Auristela, Antonio y Constança, lo que no hazian por saber quien fuessen las tres damas francessas, que, desde el punto que las vieron, fueron dellos conocidas. Con esto, a mas que medianas jornadas llegaron a Aquapendente, lugar cercano a Roma, a la entrada de la qual villa, adelantandose vn poco Periandro y Auristela de los demas, sin temor que nadie los escuchasse ni oyesse, Periandro hablò a Auristela desta manera:

-Bien sabes, ¡o señora!, que las causas que nos mouieron a salir de nuestra patria y a dexar nuestro regalo, fueron tan justas como necessarias. Ya los ayres de Roma nos dan en el rostro; ya las esperanças que nos sustentan nos bullen en las almas; ya, ya hago cuenta que me veo en la dulce possession esperada. Mira, señora, que será bien que des vna buelta a tus pensamientos, y, escudriñando tu voluntad, mires si estàs en la entereza primera, o si lo estarás despues de auer cumplido tu voto, de lo que yo no dudo, porque tu real sangre no se engendrò entre promessas mentirosas ni entre dobladas traças. De mi te se dezir, ¡o hermosa Sigismunda!, que, este Periandro que aqui ves,   —203→   es el Persiles que en la casa del rey, mi padre, viste; aquel, digo, que te dio palabra de ser tu esposo en los alcaçares de su padre, y te la cumplirà en los desiertos de Libia, si alli la contraria fortuna nos lleuasse.

Yuale mirando Auristela atentissimamente, marauillada de que Periandro dudasse de su fe, y assi le dixo:

-Sola vna voluntad, ¡o Persiles!, he tenido en toda mi vida, y essa aura dos años que te la entreguè, no forçada, sino de mi libre aluedrio; la qual tan entera y firme está agora, como el primer dia que te hize señor della; la qual, si es possible que se aumente, se ha aumentado y crecido entre los muchos trabajos que hemos passado. De que tu estes firme en la tuya, me mostraré tan agradecida, que, en cumpliendo mi voto, hare que se bueluan en possession tus   -fol. 192v-   esperanças. Pero dime: ¿que haremos despues que vna misma coyunda nos ate y vn mismo yugo oprima nuestros cuellos? Lexos nos hallamos de nuestras tierras, no conocidos de nadie en las agenas, sin arrimo que sustente la yedra de nuestras incomodidades. No digo esto porque me falte el ánimo de sufrir todas las del mundo como estè contigo, sino digolo porque qualquiera necessidad tuya me ha de quitar la vida. Hasta aqui, o poco menos de hasta aqui, padecia mi alma en si sola; pero de aqui adelante padecere en ella y en la tuya, aunque he dicho mal en partir estas dos almas, pues no son mas que vna.

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-Mira, señora -respondio Periandro-: como no es possible que ninguno fabrique su fortuna, puesto que dizen que cada vno es el artifice della, desde el principio hasta el cabo, assi, yo no puedo responderte agora lo que haremos despues que la buena suerte nos ajunte. Rompase agora el inconueniente de nuestra diuission, que, despues de juntos, campos ay en la tierra que nos sustenten, y choças que nos recojan, y afos185 que nos encubran: que ha gozarse dos almas que son vna, como tu has dicho, no ay contentos con que ygualarse, ni dorados techos que mejor nos alberguen. No nos faltarà medio para que mi madre, la reyna, sepa donde estamos, ni a ella le faltará industria para socorrernos; y en tanto, essa cruz de diamantes que tienes, y essas dos perlas inestimables, començarán a darnos ayudas. Sino que temo que, al deshazernos dellas, se ha de deshazer nuestra maquina; porque ¿cómo se ha de creer que prendas de tanto valor se encubran debaxo de vna esclauina?

Y, por venir dandoles alcance la demas compañia, cessò su plática, que fue la primera que auian hablado en cosas de su gusto; porque la mucha honestidad de Auristela, jamas dio ocasion a Periandro a que en secreto la hablasse, y, con este artificio y seguridad notable, passaron la plaça de hermanos   -fol. 193r-   entre todos quantos hasta alli los auian conocido; solamente en el desalmado y ya muerto Clodio passò la malicia tan adelante, que llegò a sospechar la verdad.

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Aquella noche llegaron vna jornada antes de Roma, y en vn meson, adonde siempre les solia acontecer marauillas, les acontecio esta, si es que assi puede llamarse. Estando todos sentados a vna mesa, la qual la solicitud del huesped y la diligencia de sus criados tenian abundantemente proueyda, de vn aposento del meson salio vn gallardo peregrino, con vnas escriuanias sobre el braço yzquierdo y vn cartapacio en la mano, y, auiendo hecho a todos la deuida cortesia, en lengua castellana dixo:

-Este trage de peregrino que visto, el qual trae consigo la obligacion de que pida limosna el que lo trae, me obliga a que os la pida, y tan auentajada y tan nueua, que, sin darme joya alguna ni prendas que lo valgan, me aueis de hazer rico. Yo, señores, soy vn hombre curioso: sobre la mitad de mi alma predomina Marte, y sobre la otra mitad, Mercurio y Apolo; algunos años me he dado al exercicio de la guerra, y algunos otros, y los mas maduros, en el de las letras; en los de la guerra he alcançado algun buen nombre, y por los de las letras he sido algun tanto estimado; algunos libros he impresso, de los ignorantes no(n) condenados por malos, ni de los discretos han dexado de ser tenidos por buenos; y como la necessidad, segun se dize, es maestra de auiuar los ingenios, este mio, que tiene vn no se que de fantastico e inuentiuo, ha dado en vna imaginacion algo peregrina y nueua, y es que a costa agena quiero sacar vn libro a luz, cuyo trabajo sea, como he dicho,   —206→   ageno, y el prouecho, mio. El libro se ha de llamar Flor de aforismos peregrinos, conuiene a saber, sentencias sacadas de la misma verdad, en esta forma: quando, en el camino o en otra parte, topo alguna persona cuya esperiencia muestre ser de ingenio y de prendas, le pido me   -fol. 193v-   escriua en este cartapacio algun dicho agudo, si es que le sabe, o alguna sentencia que lo parezca, y de esta manera tengo ajuntados mas de trecientos aforismos, todos dignos de saberse y de imprimirse, y no en nombre mio, sino de su mismo autor, que lo firmò de su nombre despues de auerlo dicho. Esta es la limosna que pido, y la que estimarè sobre todo el oro del mundo.

-Dadnos, señor español -respondio Periandro-, alguna muestra de lo que pedis, por quien nos guiemos; que, en lo demas, sereys seruido como nuestros ingenios lo alcançaren.

-Esta mañana -respondio el español- llegaron aqui, y passaron de largo, vn peregrino y vna peregrina españoles, a los quales, por ser españoles, declaré mi desseo, y ella me dixo que pusiesse de mi mano -porque no sabía escriuir -esta razon:

Mas quiero ser mala con esperança de ser buena, que buena con proposito de ser mala.

»Y dixome que firmasse: La peregrina de Talauera. Tampoco sabía escriuir el peregrino, y me dixo que escriuiesse:

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No ay carga mas pesada que la muger liuiana.

»Y firmé por el: Bartolome el Manchego. Deste modo son los aforismos que pido; y los que espero desta gallarda compañia seran tales, que realcen a los demas, y les siruan de adorno y de esmalte.

-El caso està entendido -respondio Croriano-; y por mi -tomando la pluma al peregrino y el cartapacio-, quiero començar a salir desta obligacion, y escriuo:

Mas hermoso parece el soldado muerto en la batalla, que sano en la huyda.

Y firmò: Croriano. Luego tomò la pluma Periandro, y escriuio:

Dichoso es el soldado que, quando està peleando, sabe que le està mirando su principe.

  -fol. 194r-  

Y firmò. Sucediole el barbaro Antonio, y escriuio:

La honra que se alcança por la guerra, como se graua en laminas de bronze y con puntas de azero, es mas firme que las demas honras.

Y firmóse: Antonio el barbaro. Y como alli no   —208→   auia mas hombres, rogo el peregrino que tambien aquellas damas escriuiessen, y fue la primera que escriuio Ruperta, y dixo:

La hermosura que se acompaña con la honestidad, es hermosura; y la que no, no es mas de vn buen parecer.

Y firmò. Segundòla Auristela, y, tomando la pluma, dixo:

La mejor dote que puede lleuar la muger principal, es la honestidad, porque la hermosura y la riqueza el tiempo la gasta, o la fortuna la deshaze.

Y firmò. A quien siguio Constança, escriuiendo:

No por el suyo, sino par el parecer ageno, ha de escoger la muger el marido.

Y firmò. Feliz Flora escriuio tambien, y dixo:

A mucho obligan las leyes de la obediencia forçosa; pero a mucho mas las fuerças del gusto.

Y firmò. Y siguiendo Belarminia, dixo:

La muger ha de ser como el armiño, dexandose antes prender que enlodarse.

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Y firmò. La vltima que escriuio fue la hermosa Deleasir, y dixo:

Sobre todas las acciones de esta vida tiene imperio la buena o la mala suerte; pero mas sobre los casamientos.

Esto fue lo que escriuieron nuestras damas y nuestros peregrinos, de lo que el español quedò agradecido y contento, y preguntandole Periandro si sabía algun aforismo de memoria de los que tenia alli escritos, le dixesse, a lo que respondio que sólo vno diria, que le   -fol. 194v-   auia dado gran gusto por la firma del que lo auia escrito, que dezia:

No dessees, y serás el mas rico hombre del mundo.

Y la firma dezia: «Diego de Ratos, corcouado, zapatero de viejo en Tordesillas, lugar en Castilla la Vieja, junto a Valladolid»186.

-¡Por Dios -dixo Antonio-, que la firma está larga y tendida, y que el aforismo es el mas breue y compendioso que puede imaginarse! Porque está claro que lo que se dessea es lo que falta, y el que no dessea, no tiene falta de nada, y assi, será el mas rico del mundo.

Algunos otros aforismos dixo el español, que hizieron sabrosa la conuersacion y la cena. Sentose el peregrino con ellos, y, en el discurso de la cena, dixo:

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-No dare el priuilegio de este mi libro a ningun librero en Madrid, si me da por el dos mil ducados; que alli no ay ninguno que no quiera los priuilegios de balde, o, a lo menos, por tan poco precio, que no le luzga al autor del libro. Verdad es que tal vez suelen comprar vn priuilegio, y imprimir vn libro con quien piensan enriquezer, y pierden en el el trabajo y la hazienda; pero el de estos aforismos, escrito se lleua en la frente la bondad y la ganancia.



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ArribaAbajoCapitvlo segvndo del quarto libro

Bien podia intitular el libro del peregrino español: Historia peregrina sacada de diuersos autores, y dixera verdad, segun auian sido y yuan siendo los que la componian; y no les dio poco que reyr la firma de Diego de Ratos, el zapatero de viejo, y aun tambien les dio que pensar el dicho de Bartolome el manchego, que   -fol. 195r-   dixo que no auia carga mas pesada que la muger liuiana: señal que le deuia de pesar ya la que lleuaua en la moça de Talauera.

En esto fueron hablando otro dia que dexaron al español, moderno y nueuo autor de nueuos y esquisitos libros, y aquel mismo dia vieron a Roma, alegrandoles las almas, de cuya alegria redundaua salud en los cuerpos. Alboroçaronse los coraçones de Periandro y de Auristela, viendose tan cerca del fin de su desseo; los de Croriano y Ruperta, y los de las tres damas francessas, ansimismo, por el buen sucesso que prometia el fin próspero de su viage, entrando a la parte de este gusto los de Constança y Antonio. Heriales el sol por zenit, a cuya causa, puesto que está mas apartado de la tierra que en ninguna otra sazon del dia, hiere con mas calor y vehemencia; y, auiendoles combidado vna cercana   —212→   selua que a su mano derecha se descubria, determinaron de passar en ella el rigor de la siesta que les amenazaua, y aun quiça la noche, pues les quedaua lugar demasiado para entrar el dia siguiente en Roma.

Hizieronlo assi, y, mientras mas entrauan por la selua adelante, la amenidad del sitio, las fuentes que de entre las hieruas salian, los arroyos que por ella cruzauan, les yuan confirmando en su mismo proposito. Tanto auian entrado en ella, quanto, voluiendo los ojos, vieron que estauan ya encubiertos a los que por el real camino passauan; y haziendoles la variedad de los sitios variar en la imaginacion qual escogerian, segun eran todos buenos y apazibles, alçò a caso los ojos Auristela, y vio pendiente de la rama de vn verde sauze vn retrato, del grandor de vna quartilla de papel, pintado en vna tabla no mas, del rostro de vna hermosissima muger; y, reparando vn poco en el, conocio claramente ser su rostro el del retrato, y, admirada y suspensa, se le enseñò a Periandro. A este mismo instante dixo Croriano que todas   -fol. 195v-   aquellas hieruas manauan sangre, y mostro los pies, en caliente sangre teñidos. El retrato, que luego descolgo Periandro, y la sangre que mostraua Croriano, los tuuo confusos a todos y en desseo de buscar assi el dueño del retrato como el de la sangre. No podia pensar Auristela quien, donde o quando pudiesse auer sido sacado su rostro, ni se acordaua Periandro que el criado del duque de Nemurs le auia dicho que, el pintor que sacaua los de las   —213→   tres francessas damas, sacaria tambien el de Auristela, con no mas de auerla visto; que, si de esto el se acordara, con facilidad diera en la cuenta de lo que no alcançaua. El rastro que siguieron de la sangre, lleuò a Croriano y a Antonio, que le seguian, hasta ponerlos entre vnos espesos arboles que alli cerca estauan, donde vieron, al pie de vno, vn gallardo peregrino sentado en el suelo, puestas las manos casi sobre el coraçon, y todo lleno de sangre; vista que le[s] turbò en gran manera, y mas quando, llegandose a el Croriano, le alçò el rostro, que sobre los pechos tenia derribado y lleno de sangre, y, limpiandosele con vn lienço, conocio, sin duda alguna, ser el herido el duque de Nemurs; que no bastò el diferente trage en que le hallaua para dexar de conocerle: tanta era la amistad que con el tenia. El duque herido, o, a lo menos, el que parecia ser el duque, sin abrir los ojos, que con la sangre los tenia cerrados, con mal pronunciadas palabras, dixo:

-Bien huuieras hecho, ¡o quienquiera que seas, enemigo mortal de mi descanso!, si huuieras alçado vn poco mas la mano, y dadome en mitad del coraçon; que alli si que hallaras el retrato mas viuo y mas verdadero que el que me hiziste quitar del pecho y colgar en el arbol, porque no me siruiesse de reliquias y de escudo en nuestra batalla.

Hallóse Constança en este hallazgo, y como naturalmente era de condicion tierna y compasiua, acudio a mirarle la herida y a tomarle la   —214→   sangre, antes que a tener cuenta con   -fol. 196r-   las lastimosas palabras que dezia. Casi otro tanto le sucedio a Periandro y a Auristela, porque la misma sangre les hizo passar adelante a buscar el origen de donde procedia, y hallaron entre vnos verdes y crecidos juncos tendido otro peregrino, cubierto casi todo de sangre, excepto el rostro, que descubierto y limpio tenia; y assi, sin tener necessidad de limpiarsele ni de hazer diligencias para conocerle, conocieron ser el principe Arnaldo, que mas desmayado que muerto estaua. La primera señal que dio de vida, fue prouarse a leuantar, diziendo:

-No le lleuaràs, traidor, porque el retrato es mio, por ser el de mi alma; tu le has robado, y, sin auerte yo ofendido en cosa, me quieres quitar la vida.

Temblando estaua Auristela con la no pensada vista de Arnaldo; y, aunque las obligaciones que le tenia la impelian a que a el se llegasse, no osaua, por la presencia de Periandro, el qual, tan obligado como cortés, assio de las manos del principe, y con voz no muy alta, por no descubrir lo que quiça el principe querria que se callasse, le dixo:

-Volued en vos, señor Arnaldo, y vereis que estais en poder de vuestros mayores amigos, y que no os tiene tan desamparado el cielo, que no os podais prometer mejora de vuestra suerte. Abrid los ojos, digo, y vereis a vuestro amigo Periandro y a vuestra obligada Auristela, tan desseosos de seruiros como siempre.   —215→   Contadnos vuestra desgracia y todos vuestros sucessos, y prometeos de nosotros todo quanto nuestra industria y fuerças alcançaren. Dezidnos si estais herido, y quien os hirio, y en que parte, para que luego se procure vuestro remedio.

Abrio en esto los ojos Arnaldo, y, conociendo a los dos que delante tenia, como pudo, que fue con mucho trabajo, se arrojò a los pies de Auristela, puesto que abraçado tambien a los de Periandro, que hasta en aquel punto guardò el decoro a la honestidad de Auristela, en la qual puestos los ojos, dixo:

-No es pos[si]ble que no seas tu, señora, la verdadera Auristela, y no   -fol. 196v-   imagen suya, porque no tendria ningun espiritu licencia ni ánimo para ocultarse debaxo de apariencia tan hermosa. Auristela eres, sin duda, y yo, tambien sin ella, soy aquel Arnaldo que siempre ha desseado seruirte; en tu busca vengo, porque, si no es parando en ti, que eres mi centro, no tendra sossiego el alma mia.

En el tiempo que esto passaua, ya auian dicho a Croriano y a los demas el hallazgo del otro peregrino, y que daua tambien señales de estar mal herido; oyendo lo qual Constança, auiendo tomado ya la sangre al duque, acudio a ver lo que auia menester el segundo herido; y, quando conocio ser Arnaldo, quedó atonita y confusa, y supliendo su discrecion, su sobresalto, sin entrar en otras razones, le dixo le descubriesse sus heridas, a lo que Arnaldo respondio con señalarle   —216→   con la mano derecha el braço yzquierdo, señal de que alli tenia la herida. Desnudóle luego Constança, y hallòsele por la parte superior atrauessado de parte a parte; tomòle luego la sangre, que aun corria, y dixo a Periandro cómo el otro herido que alli estaua era el duque de Nemurs, y que conuenia lleuarlos al pueblo mas cercano, donde fuessen curados, porque el mayor peligro que tenian era la falta de la sangre. Al oyr Arnaldo el nombre del duque, se estremecio todo, y dio lugar a que los frios zelos se entrassen hasta el alma por las calientes venas, casi vazias de sangre, y assi dixo, sin mirar lo que dezia:

-Alguna diferencia ay de vn duque a vn rey; pero en el estado del vno ni del otro, ni aun en el de todos los monarcas del mundo, cabe el merecer a Auristela.

Y añadio y dixo:

-No me lleuen adonde lleuaren al duque, que la presencia de los agrauiadores no ayuda nada a las enfermedades de los agrauiados.

Dos criados traia consigo Arnaldo, y otros dos el duque, los quales, por orden de sus señores, los auian dexado alli solos, y ellos se auian   -fol. 197r-   adelantado a vn lugar alli cercano para tenerles adereçado alojamiento cada vno de por si, porque aun no se conocian.

-Miren tambien -dixo Arnaldo- si, en vn arbol de estos que estan aqui a la redonda, està pendiente vn retrato de Auristela, sobre quien ha sido la batalla que entre mi y el duque hemos   —217→   passado. Quitese, deseme, porque me cuesta mucha sangre, y de derecho es mio.

Casi esto mismo estaua diziendo el duque a Ruperta y a Croriano, y a los demas que con el estauan; pero a todos satisfizo Periandro, diziendo que el le tenia en su poder como en depósito, y que le volueria en mejor coyuntura a cuyo fuesse.

-¿Es possible -dixo Arnaldo- que se puede poner en duda la verdad de que el retrato sea mio? ¿No sabe ya el cielo que, desde el punto que vi el original, le trasladé en mi alma? Pero tengale mi hermano Periandro, que en su poder no tendran entrada los zelos, las iras y las soberuias de sus pretensores; y lleuenme de aqui, que me desmayo.

Luego acomodaron en que pudiessen yr los dos heridos, cuya vertida sangre, mas que la profundidad de las heridas, les yua poco a poco quitando la vida; y assi, los lleuaron al lugar donde sus criados les tenian el mejor alojamiento que pudieron, y hasta entonces no auia conocido el duque ser el principe Arnaldo su contrario.



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ArribaAbajoCapitvlo tercero del quarto libro

Inuidiosas y corridas estauan las tres damas francessas de ver que en la opinion del duque estaua estimado el retrato de Auristela mucho mas que ninguno de los suyos, que el criado que embiò a retratarlas, como se ha dicho, les dixo que consigo los traia, entre   -fol. 197v-   otras joyas de mucha estima, pero que en el de Auristela idolatraua: razones y desengaño que las lastimò las almas: que nunca las hermosas reciben gusto, sino mortal pesadumbre, de que otras hermosuras ygualen a las suyas, ni aun que se les compare; porque la verdad, que comunmente se dize, de que toda comparacion es odiosa, en la de las bellezas viene a ser odiosissima, sin que amistades, parentescos, calidades y grandezas se opongan al rigor desta maldita inuidia, que assi puede llamarse la que encendia las comparadas hermosuras.

Dixo ansimismo que viniendo el duque, su señor, desde Paris buscando a la peregrina Auristela, enamorado de su retrato, aquella mañana se auia sentado al pie de vn arbol con el retrato en las manos; assi hablaua con el muerto, como con el original viuo, y que, estando assi, auia llegado el otro peregrino tan paso por las espaldas,   —219→   que pudo bien oyr lo que el duque con el retrato hablaua, «sin que yo y otro compañero mio lo pudiessemos estoruar, porque estauamos algo desuiados. En fin, corrimos a aduertir al duque que le escuchauan; voluio el duque la cabeça, y vio al peregrino, el qual, sin hablar palabra, lo primero que hizo fue arremeter al retrato y quitarsele de las manos al duque, que, como le cogio de sobresalto, no tuuo lugar de defenderle como el quisiera; y lo que le dixo fue, a lo menos lo que yo pude entender: «Salteador de celestiales prendas, no profanes con tus sacrilegas manos la que en ellas tienes. Dexa essa tabla, donde està pintada la hermosura del cielo, ansi porque no la mereces, como por ser ella mía.» «Esso no -respondio el otro peregrino; y si desta verdad no puedo darte testigos, remitire su falta a los filos de mi estoque, que en este bordon traygo oculto. Yo si que soy el verdadero possessor desta incomparable belleza, pues en tierras bien remotas de la que aora estamos la comprè con   -fol. 198r-   mis tesoros y la adorè con mi alma, y he seruido a su original con mi solicitud y con mis trabajos.» El duque, entonces, voluiendose a los otros, nos mandò con imperiosas razones los dexassemos solos, y que viniessemos a este lugar, donde le esperassemos, sin tener osadia de voluer solamente el rostro a mirarles. Lo mismo mandò el otro peregrino a los dos que con el llegaron, que, segun parece, tambien son sus criados. Con todo esto, hurtè algun tanto la obediencia a su mandamiento, y la curiosidad   —220→   me hizo voluer los ojos, y vi que el otro peregrino colgaua el retrato de vn arbol, no porque puntualmente lo viesse, sino porque lo conjeturè, viendo que luego, desenuaynando del bordon que tenia vn estoque, o, a lo menos, vna arma que lo parecia, acometio a mi señor, el qual le salio a recebir con otro estoque que yo se que en el bordon traia. Los criados de entrambos quisimos voluer a despartir la contienda; pero yo fuy de contrario parecer, diziendoles que, pues era ygual, y entre dos solos, sin temor ni sospecha de ser ayudados de nadie, que los dexassemos y siguiessemos nuestro camino, pues en obedecerles no errauamos, y en el voluer, quiça si. Aora sea lo que fuere, pues no se si el buen consejo o la cobardia nos empereçò los pies y nos atò las manos, o si la lumbre de los estoques, hasta entonces aun no sangrientos, nos cego los ojos, que no acertauamos a ver el camino que auia desde alli al lugar de la pendencia, sino el que auia al de este adonde aora estamos. Llegamos aqui, hizimos el alojamiento con príssa, y, con mas animoso discurso, voluiamos a ver lo que auia hecho la suerte de nuestros dueños; hallamoslos qual aueis visto, donde, si vuestra llegada no los socorriera, bien sin prouecho auia sido la nuestra.»

Esto dixo el criado, y esto escucharon las damas, y esto sintieron de manera como si fueran amantes verdaderas del duque, y, al mismo instante, se deshizo en la imaginacion de cada vna la quimera y maquina,   -fol. 198v-   si alguna auia hecho   —221→   o leuantado, de casarse con el duque: que ninguna cosa quita o borra el amor mas presto de la memoria, que el desden en los principios de su nacimiento: que el desden en los principios del amor, tiene la misma fuerça que tiene la hambre en la vida humana: a la hambre y al sueño se rinde la valentia, y al desden, los mas gustosos desseos. Verdad es que esto suele ser en los principios; que, despues que el amor ha tomado larga y entera possession del alma, los desdenes y desengaños le siruen de espuelas para que con mas ligereza corra a poner en efeto sus pensamientos.

Curaronse los heridos, y, dentro de ocho dias, estuuieron para ponerse en camino y llegar a Roma, de donde auian venido cirujanos a verlos. En este tiempo, supo el duque cómo su contrario era principe heredero del reyno de Dinamarca, y supo ansimismo la intencion que tenia de escogerla por esposa. Esta verdad calificò en el sus pensamientos, que eran los mismos que los de Arnaldo. Pareciole que, la que era estimada para reyna, lo podia ser para duquessa; pero entre estos pensamientos, entre estos discursos y imaginaciones, se mezclauan los zelos, de manera que le amargauan el gusto y le turbauan el sossiego. En fin se llegò el dia de su partida, y el duque y Arnaldo, cada vno por su parte, entrò en Roma sin darse a conocer a nadie, y los demas peregrinos de nuestra compañia, llegando a la vista della, desde vn alto montezillo la descubrieron, y, hincados de rodillas,   —222→   como a cosa sacra, la adoraron, quando de entre ellos salio vna voz de vn peregrino que no conocieron, que, con lagrimas en los ojos, començo a dezir desta manera:



    -¡O grande, o poderosa, o sacrosanta
alma ciudad de Roma! A ti me inclino,
-fol. 199r-
deuoto, humilde y nueuo peregrino,
a quien admira ver belleza tanta.

    Tu vista, que a tu fama se adelanta,  5
al ingenio suspende, aunque diuino,
de aquel que a verte y adorarte vino
con tierno afecto y con desnuda planta.

    La tierra de tu suelo, que contemplo
con la sangre de martires mezclada,  10
es la reliquia vniuersal del suelo.

    No ay parte en ti que no sirua de exemplo
de santidad, assi como traçada
de la ciudad de Dios al gran modelo.



Qvando acabò de dezir este soneto, el peregrino se voluio a los circunstantes, diziendo:

-Aura pocos años que llegò a esta santa ciudad vn poeta español, enemigo mortal de si mismo y deshonra de su nacion, el qual hizo y compuso vn soneto en vituperio desta insigne ciudad y de sus illustres habitadores187; pero la culpa de su lengua pagara su garganta, si le cogieran. Yo, no como poeta, sino como christiano, casi como en descuento de su cargo, he compuesto el que aueis oydo.

Rogole Periandro que le repitiesse; hizolo   —223→   assi, alabaronsele mucho, baxaron del recuesto, passaron por los prados de Madama, entraron en Roma por la puerta del Populo188, besando primero vna y muchas vezes los vmbrales y margenes de la entrada de la ciudad santa, antes de la qual llegaron dos iudios a vno de los criados de Croriano, y le preguntaron si toda aquella esquadra de gente tenia estancia conocida y preparada donde alojarse; si no, que ellos se la darian tal, que pudiessen en   -fol. 199v-   ella alojarse principes. «Porque aueys de saber, señor -dixeron-, que nosotros somos iudios; yo me llamo Zabulon, y mi compañero, Abiud; tenemos por oficio adornar casas de todo lo necessario, segun y como es la calidad del que quiere habitarlas, y alli llega su adorno, donde llega el precio que se quiere pagar por ellas.»

A lo que el criado respondio:

-Otro compañero mio desde ayer està en Roma, con intencion que tenga preparado el alojamiento conforme a la calidad de mi amo y de todos aquellos que aqui vienen.

-Que me maten -dixo Abiud-, si no es este el frances que ayer se contentò con la casa de nuestro compañero Manasses, que la tiene adereçada como casa real.

-Vamos, pues, adelante -dixo el criado de Croriano-, que mi compañero deue de estar por aqui esperando a ser nuestra guia; y quando la casa que tuuiere no fuere tal, (o) nos encomendaremos a la que nos diere el señor Zabulon.

Con esto passaron adelante, y, a la entrada de   —224→   la ciudad, vieron los iudios a Manasses, su compañero, y con el al criado de Croriano, por donde vinieron en conocimiento que la posada que los iudios auian pintado era la rica de Manasses, y assi, alegres y contentos, guiaron a nuestros peregrinos, que estaua junto al arco de Portugal189. Apenas entraron las francessas damas en la ciudad, quando se lleuaron tras si los ojos de casi todo el pueblo, que, por ser dia de estacion, estaua llena aquella calle de Nuestra Señora del Populo de infinita gente; pero la admiracion, que començo a entrar poco a poco en los que a las damas francessas mirauan, se acabò de entrar mucho a mucho en los coraçones de los que vieron a la sin par Auristela y a la gallarda Constança, que a su lado yua, bien assi como van por yguales pararelos dos luzientes estrellas por el cielo. Tales yuan, que dixo vn romano que, a lo que se cree, deuia de ser poeta:

-Yo apostaré que la diosa Venus, como en los tiempos passados, vuelue a esta ciudad a ver las reliquias de su querido Eneas. Por Dios,   -fol. 200r-   que haze mal el señor gouernador de no mandar que se cubra el rostro desta mouible imagen. ¿Quiere, por ventura, que los discretos se admiren, que los tiernos se deshagan, y que los necios idolatren?

Con estas alabanças, tan hiperboles como no necessarias, passa adelante el gallardo esquadron; llegò al alojamiento de Manasses, bastante para alojar a vn poderoso principe y a vn mediano exército.



  —225→  

ArribaAbajoCapitvlo qvarto del quarto libro

Estendiose aquel mismo dia la llegada de las damas francessas por toda la ciudad, con el gallardo esquadron de los peregrinos; especialmente se diuulgò la desygual hermosura de Auristela, encareciendola, si no como ella era, a lo menos, quanto podian las lenguas de los mas discretos ingenios. Al momento se coronò la casa de los nuestros de mucha gente, que los lleuaua la curiosidad y el desseo de ver tanta belleza junta, segun se auia publicado. Llegò esto a tanto estremo, que desde la calle pedian a vozes se assomassen a las ventanas las damas y las peregrinas, que, reposando, no querian dexar verse. Especialmente clamauan por Auristela; pero no fue possible que se dexasse ver ninguna dellas. Entre la demas gente que llegò a la puerta, llegaron Arnaldo y el duque, con sus habitos de peregrinos, y, apenas se huuo visto el vno al otro, quando a entrambos les temblaron las piernas y les palpitaron los pechos. Conociolos Periandro desde la ventana, dixoselo a Croriano, y los dos juntos baxaron a la calle, para estoruar en quanto pudiessen la desgracia que podian temer de dos tan zelosos amantes. Periandro se passò con Arnaldo, y Croriano   —226→   con el duque,   -fol. 200v-   y, lo que Arnaldo dixo a Periandro, fue:

-Vno de los cargos mayores que Auristela me tiene, es el sufrimiento que tengo, consintiendo que este cauallero frances, que dizen ser el duque de Nemurs, estè como en possession del retrato de Auristela, que, puesto que està en tu poder, parece que es con voluntad suya, pues yo no le tengo en el mio. Mira, amigo Periandro: esta enfermedad que los amantes llaman zelos, que la llamaran mejor desesperacion rabiosa, entran a la parte con ella la inuidia y el menosprecio, y quando vna vez se apodera del alma enamorada, no ay consideracion que la sossiegue ni remedio que la valga; y aunque son pequeñas las causas que la engendran, los efetos que haze son tan grandes, que, por lo menos, quitan el seso, y por lo mas menos, la vida: que mejor es al amante zeloso el morir desesperado, que viuir con zelos; y, el que fuere amante verdadero, no ha de tener atreuimiento para pedir zelos a la cosa amada; y puesto que llegue a tanta perfecion que no los pida, no puede dexarlos de pedir a si mismo, digo, a su misma ventura, de la qual es impossible viuir seguro, porque las cosas de mucho precio y valor, tienen en continuo temor al que las possee o al que las ama de perderlas, y esta es vna passion que no se aparta del alma enamorada, como accidente inseparable. Aconsejote, ¡o amigo Periandro!, si es que puede dar consejo quien no le tiene para si, que consideres que   —227→   soy rey, y que quiero bien, y que por mil esperiencias estas satisfecho y enterado de que cumplire con las obras quanto con palabras he prometido de recebir a la sin par Auristela, tu hermana, sin otra dote que la grande que ella tiene en su virtud y hermosura, y que no quiero aueriguar la nobleza de su linage, pues està claro que no auia de negar naturaleza los bienes de la fortuna a quien tantos dio de si misma. Nunca en humildes   -fol. 201r-   sugetos, o pocas vezes, haze su assiento virtudes grandes, y la belleza del cuerpo muchas vezes es indicio de la belleza del alma; y, para reduzirme a vn término, sólo te digo lo que otras vezes te he dicho: que adoro Auristela, ora sea de linage del cielo, ora de los infimos de la tierra; y pues ya està en Roma, adonde ella ha librado mis esperanças, se tu, ¡o hermano mio!, parte para que me las cumpla, que desde aqui parto mi corona y mi reyno contigo, y no permitas que yo muera escarnido deste duque ni menospreciado de la que adoro.

A todas estas razones, ofrecimientos y promessas, respondio Periandro diziendo:

-Si mi hermana tuuiera culpa en las causas que este duque ha dado a tu enojo, si no la castigara, a lo menos, la riñera: que para ella fuera vn gran castigo; pero como se que no la tiene, no tengo que responderte. En esto de auer librado tus esperanças en su venida a esta ciudad, como no se a do llegan las que te ha dado, no se que responderte. De los ofrecimientos que me hazes y me has hecho, estoy tan   —228→   agradecido, como me obliga el ser tu el que los hazes, y yo a quien se hazen; porque, con humildad se ha dicho, ¡o valeroso Arnaldo!, quiça esta pobre muceta de peregrino sirue de nube, que, por pequeña que sea, suele quitar los rayos al sol. Y por aora sossiegate, que ayer llegamos a Roma, y no es possible que en tan breue espacio se ayan fabricado discursos, dado traças y leuantado quimeras que reduzgan nuestras acciones a los felices fines que desseamos. Huye en quanto te fuere possible de encontrarte con el duque, porque vn amante desdeñado y flaco de esperanças, suele tomar ocasion del despecho para fabricarlas, aunque sea en daño de lo que bien quiere.

Arnaldo le prometio que assi lo haria, y le ofrecio prendas y dineros para sustentar la autoridad y   -fol. 201v-   el gasto, ansi el suyo como el de las damas francessas. Diferente fue la plática que tuuo Croriano con el duque, pues toda se resoluio en que auia de cobrar el retrato de Auristela, o auia de confessar Arnaldo no tener parte en el; pidio tambien a Croriano fuesse intercessor con Auristela le recibiesse por esposo, pues su estado no era inferior al de Arnaldo, ni en la sangre le hazía ventaja ninguna de las mas illustres de Europa; en fin, el se mostro algo arrogante y algo zeloso, como quien tan enamorado estaua. Croriano se lo ofrecio ansimismo, y quedò darle la respuesta que dixesse Auristela al proponerle la ventura que se le ofrecia de recebirle por esposo.



  —229→  

ArribaAbajoCapitvlo qvinto del quarto libro

Desta manera los dos contrarios zelosos y amantes, cuyas esperanças tenian fundadas en el ayre, se despidieron, el vno de Periandro y el otro de Croriano, quedando ante todas cosas de reprimir sus impetus y dissimular sus agrauios, a lo menos hasta tanto que Auristela se declarasse, de la qual cada vno esperaua que auia de ser en su fauor, pues al ofrecimiento de vn reyno y al de vn estado tan rico como el del duque, bien se podia pensar que auia de titubear qualquier firmeza, y mudarse el proposito de escoger otra vida, por ser muy natural el amarse las grandezas y apetecerse la mejoria de los estados; especialmente suele ser este desseo mas viuo en las mugeres. De todo esto estaua bien descuydada Auristela, pues todos sus pensamientos por entonces no se estendian a mas que de enterarse en las verdades que a la saluacion de su alma conuenian:   -fol. 202r-   que, por auer nacido en partes tan remotas, y en tierras adonde la verdadera fe catolica no està en el punto tan perfecto como se requiere, tenia necessidad de acrissolarla en su verdadera oficina. Al apartarse Periandro de Arnaldo, llegò a el vn hombre español, y le dixo:

  —230→  

-Segun traygo las señas, si es que vuessa merced es español, para vuessa merced viene esta carta.

Pusole vna en las manos, cerrada, cuyo sobre escrito dezia: «Al illustre señor Antonio de Villaseñor, por otro nombre llamado el barbaro.» Preguntòle Periandro que quien le auia dado aquella carta. Respondiole el portador que vn español que estaua preso en la carcel que llaman Torre de Nona190, y, por lo menos, condenado a ahorcar por homicida, el y otra su amiga, muger hermosa, llamada la Talauerana. Conocio Periandro los nombres, y casí adiuinò sus culpas, y respondio:

-Esta carta no es para mi, sino para este peregrino que hazia aca viene.

Y fue, porque en aquel instante llegò Antonio, a quien Periandro dio la carta, y, apartandose los dos a vna parte, la abrio, y vio que assi dezia:

«Quien en mal anda, en mal para; de dos pies, aunque el vno estè sano, si el otro està cojo, tal vez coxea: que las malas compañias no pueden enseñar buenas costumbres. La que yo trauè con la Talauerana, que no deuiera, me tíene a mi y a ella sentenciados de remate para la horca. El hombre que la sacò de España, la hallò aqui, en Roma, en mi compañia; recibio pesadumbre dello; assentole la mano en mi presencia, y yo, que no soy amigo de burlas ni de recebir agrauios, sino de quitarlos, volui por la   —231→   moça, y a puros palos maté a su agrauiador. Estando en la fuga de esta pendencia, llegò otro peregrino, que por el mismo estilo començo a tomarme la medida de las espaldas; dize la moça que conocio que el que me apaleaua   -fol. 202v-   era vn su marido, de nacion polaco, con quien se auia casado en Talauera; y, temiendose que, en acabando conmigo, auia de començar por ella, porque le tenia agrauiado, no hizo mas de echar mano a vn cuchillo, de dos que traia consigo siempre en la vayna, y, llegandose a el bonitamente, se le clauò por los riñones, haziendole tales heridas, que no tuuieran necessidad de maestro. En efeto: el amigo a palos, y el marido a puñaladas, en vn instante concluyeron la carrera mortal de su vida. Prendieronnos al mismo punto, y traxeronnos a esta carcel, donde quedamos muy contra nuestra voluntad; tomaronnos la confession; confessamos nuestro delito, porque no le podiamos negar, y con esto ahorramos el tormento que aqui llaman tortura. Sustanciose el processo, dandose mas prissa a ello de la que quisieramos; ya está concluso, y nosotros sentenciados a destierro, sino que es desta vida para la otra. Digo, señor, que estamos sentenciados a ahorcar, de lo que está tan pesarosa la Talauerana, que no lo puede lleuar en paciencia, la qual besa a vuessa merced las manos, y a mi señora Constança, y del señor Periandro, y a mi señora Auristela, y dize que ella se holgara de estar libre para yr a besarselas a vuessas mercedes a sus casas. Dize tambien   —232→   que, si la sin par Auristela pone aldas en cinta, y quiere tomar a su cargo nuestra libertad, que le será facil, porque ¿que pedira su grande hermosura que no lo alcance, aunque la pida a la dureza misma? Y añade mas, y es que, si vuessas mercedes no pudieren alcançar el perdon, a lo menos, procuren alcançar el lugar de la muerte, y que, como ha de ser en Roma, sea en España; porque está informada la moça que aqui no lleuan los ahorcados con la autoridad conueniente, porque van a pie, y apenas los vee nadie; y assi, apenas ay quien les reze vna auemaria, especialmente si son españoles los que ahorcan; y ella   -fol. 203r-   querria, si fuesse possible, morir en su tierra y entre los suyos, donde no faltaria algun pariente que de compassion le cerrasse los ojos. Yo tambien digo lo mísmo, porque soy amigo de acomodarme a la razon, porque estoy tan mohino en esta carcel, que, a trueco de escusar la pesadumbre que me dan las chinches en ella, tomaria por buen partido que me sacassen a ahorcar mañana. Y aduierto a vuessa merced, señor mio, que los juezes desta tierra no desdizen nada de los de España: todos son cortesses y amigos de dar y recebir cosas justas, y que, quando no ay parte que solicite la justicia, no dexan de llegarse a la misericordia, la qual, si reyna en todos los valerosos pechos de vuessas mercedes, que si deue de reynar, sugeto ay en nosotros en que se muestre, pues estamos en tierra agena, presos en la carcel, comidos de chinches y de otros animales inmundos, que son   —233→   muchos por pequeños, y enfa(n)dan como si fuessen grandes. Y, sobre todo, nos tienen ya en cueros y en la quinta essencia de la necessidad solicitadores, procuradores y escriuanos, de quien Dios nuestro señor nos libre por su infinita bondad. Amén.

»Aguardando la respuesta quedamos, con tanto desseo de recebirla buena, como le tienen los zigoñinos en la torre, esperando el sustento de sus madres.»

Y firmaua: «El desdichado Bartolome Manchego.»

En estremo dio la carta gusto a los dos que la auian leydo, y en estremo les fatigò su aflicion, y luego, diziendole al que la auia lleuado dixesse al preso que se consolasse y tuuiesse esperança de su remedio, porque Auristela y todos ellos, con todo aquello que dadiuas y promessas pudiessen, le procurarian, y al punto fabricaron las diligencias que auian de hazerse. La primera fue que Croriano hablasse al embaxador de Francia, que era su pariente y amigo, para que no se executasse la pena tan presto, y diesse lugar el tiempo a   -fol. 203v-   que le tuuiessen los ruegos y las solicitudes; determinò tambien Antonio de escriuir otra carta, en respuesta de la suya, a Bartolome, con que de nueuo se renouasse el gusto que les auia dado la suya; pero, comunicando este pensamiento con Auristela y con su hermana Constança, fueron las dos de parecer que no se la escriuiesse, porque   —234→   a los afligidos no se ha de añadir aflicion, y podria ser que tomassen las burlas por veras, y se afligiessen con ellas. Lo que hizieron, dexar todo el cargo de aquella negociacion sobre los ombros y diligencia de Croriano, y en las de Ruperta, su esposa, que se lo rogo ahincadamente, y en seys dias ya estauan en la calle Bartolome y la Talauerana: que, adonde interuiene el fauor y las dadiuas, se allanan los riscos y se deshazen las dificultades.

En este tiempo, le tuuo Auristela de informarse de todo aquello que a ella le parecia que le faltaua por saber de la fe catolica; a lo menos, de aquello que en su patria escuramente se platicaua. Hallò con quien comunicar su desseo por medio de los penitenciarios, con quien hizo su confession entera, verdadera y llana, y quedò enseñada y satisfecha de todo lo que quiso, porque los tales penitenciarios, en la mejor forma que pudieron, le declararon todos los principales y mas conuenientes misterios de nuestra fe. Començaron desde la inuidia y soberuia de Lucifer, y de su caida con la tercera parte de las estrellas, que cayeron con el en los abismos191; caida que dexò vacas y vazias las sillas del cielo, que las perdieron los angeles malos por su necia culpa. Declararonle el medio que Dios tuuo para llenar estos assientos, criando al hombre, cuya alma es capaz de la gloria que los angeles malos perdieron. Discurrieron por la verdad de la creacion del hombre y del mundo, y por el misterio sagrado y amoroso de la Encarnacion,   —235→   y, con razones sobre la razon misma, bosquexaron el profundissimo   -fol. 204r-   misterio de la santissima Trinidad. Contaron cómo conuino que la segunda persona de las tres, que es la del Hijo, se hiziesse hombre, para que, como hombre, Dios pagasse por el hombre, y Dios pudiesse pagar como Dios, cuya vnion hipostatica sólo podia ser bastante para dexar a Dios satisfecho de la culpa infinita cometida, que Dios infinitamente se auia de satisfazer, y el hombre, finito por si, no podia, y Dios, en si solo, era incapaz de padecer; pero, juntos los dos, llegò el caudal a ser infinito, y assi lo fue la paga. Mostraronle la muerte de Christo, los trabajos de su vida, desde que se mostro en el pesebre hasta que se puso en la Cruz. Exageraronle la fuerça y eficacia de los Sacramentos, y señalaron con el dedo la segunda tabla de nuestro naufragio, que es la penitencia, sin la qual no ay abrir la senda del cielo, que suele cerrar el pecado. Mostraronle assimismo a Iesu Christo, Dios viuo, sentado a la diestra del Padre, estando tan viuo y entero como en el cielo, sacramentado en la tierra, cuya santissima presencia no la puede diuidir ni apartar ausencia alguna, porque vno de los mayores atributos de Dios, que todos son yguales, es el estar en todo lugar, por potencia, por essencia y por presencia. Asseguraronle infaliblemente la venida deste Señor a juzgar el mundo sobre las nubes del cielo, y assimismo la estabilidad y firmeza de su Iglesia, contra quien pueden poco las puertas o,   —236→   por mejor dezir, las fuerças del infierno. Trataron del poder del sumo Pontifice, visorrey de Dios en la tierra y llauero del cielo. Finalmente, no les quedò por dezir cosa que vieron que conuenia para darse a entender, y para que Auristela y Periandro los entendiessen. Estas liciones ansi alegraron sus almas, que las sacò de si mismas y se las lleuò a que passeassen los cielos, porque sólo en ellos pusieron sus pensamientos.



  —237→     -fol. 204v-  

ArribaAbajoCapitvlo sexto del quarto libro

Con otros ojos se miraron de alli adelante Auristela y Periandro; a lo menos, con otros ojos miraua Periandro a Auristela, pareciendole que ya ella auia cumplido el voto que la traxo a Roma, y que podia, libre y desembaraçadamente, recebirle por esposo. Pero si medio gentil amaua Auristela la honestidad, despues de cathequizada la adoraua, no porque viesse yua contra ella en casarse, sino por no dar indicios de pensamientos blandos, sin que precediessen antes, o fuerças, o ruegos. Tambien estaua mirando si por alguna parte le descubria el cielo alguna luz que le mostrasse lo que auia de hazer despues de casada, porque pensar voluer a su tierra, lo tenia por temeridad y por disparate, a causa que el hermano de Periandro, que la tenia destinada para ser su esposa, quiça, viendo burladas sus esperanças, tomaria en ella y en su hermano Periandro vengança de su agrauio. Estos pensamientos y temores, la traian algo flaca y algo pensatiua.

Las damas francessas visitaron los templos y anduuieron las estaciones con pompa y magestad, porque Croriano, como se hadicho, era pariente del embaxador de Francia, y no les   —238→   faltò cosa que para mostrar illustre decoro fuesse necessaria, lleuando siempre consigo Auristela y a Constança, y ninguna vez salian de casa, que no las seguia casi la mitad del pueblo de Roma. Y sucedio que, passando vn dia por vna calle que se llama Bancos192, vieron en vna pared bella vn retrato entero de pies a cabeça de vna muger que tenia vna corona en la cabeça, aunque partida por medio la corona, y a los pies vn mundo, sobre el qual estaua puesta, y apenas la huuieran   -fol. 105r [205r]-   visto, quando conocieron ser el rostro de Auristela, tan al viuo dibujado, que no les puso en duda de conocerla. Preguntò Auristela, admirada, cúyo era aquel retrato, y si se vendia a caso. Respondiole el dueño -que, segun despues se supo, era vn famoso pintor- que el vendia aquel retrato, pero no sabía de quien fuesse; sólo sabía que otro pintor, su amigo, se le auia hecho copiar en Francia, el qual le auia dicho ser de vna donzella estrangera que en habitos de peregrina passaua a Roma.

-¿Que significa -respondio Auristela- auerla pintado con corona en la cabeça, y los pies sobre aquella esfera, y mas, estando la corona partida?

-Esso, señora -dixo el dueño-, son fantasias de pintores, o caprichos, como los llaman; quiça quieren dezir que esta donzella merece lleuar la corona de hermosura, que ella va hollando en aquel mundo; pero yo quiero dezir que dize que vos, señora, soys su original, y que   —239→   mereceys corona entera, y no mundo pintado, sino real y verdadero.

-¿Que pedis por el retrato? -preguntò Constança.

A lo que respondio el dueño:

-Dos peregrinos estan aqui, que el vno dellos me ha ofrecido mil escudos de oro, y el otro dize que no le dexará por ningun dinero. Yo no he concluydo la venta, por parecerme que se estan burlando, porque la essorbitancia del ofrecimiento me haze estar en duda.

-Pues no lo esteis -replicò Constança-, que essos dos peregrinos, si son los que yo imagino, bien pueden doblar el precio y pagaros a toda vuestra satisfacion.

Las damas francessas, Ruperta, Croriano y Periandro, quedaron atonitos de ver la verdadera imagen del rostro de Auristela en el del retrato. Cayo la gente que el retrato miraua en que parecia al de Auristela, y poco a poco començo a salir vna voz, que todos y cada vno de por si afirmaua:

-Este retrato que se vende, es el mismo de esta peregrina que va en este coche; ¿para que   -fol. 105v [205v]-   queremos ver al traslado, sino al original?

Y assi, començaron a rodear el coche, que los cauallos no podian yr adelante ni voluer atras, por lo qual dixo Periandro:

-Auristela, hermana, cubrase el rostro con algun velo, porque tanta luz ciega, y no nos dexa ver por donde caminamos.

Hizolo assi Auristela, y passaron adelante;   —240→   pero no por esto dexò de seguirlos mucha gente, que esperauan a que se quitasse el velo para verla como desseaua. Apenas se huuo quitado de alli el coche, quando se llegò al dueño del retrato Arnaldo, en sus habitos de peregrino, y dixo:

-Yo soy el que os ofreci los mil escudos por este retrato: si le quereys dar, traedle, y venidos conmigo, que yo os los dare luego de oro en oro.

A lo que otro peregrino, que era el duque de Nemurs, dixo:

-No repareys, hermano, en precio, sino venios conmigo, y proponed en vuestra imaginacion el que quisieredes, que yo os le dare luego de contado.

-Señores -respondio el pintor-, concertaos los dos en qual le ha de lleuar, que yo no me desconcertaré en el precio, puesto que pienso que antes me aueys de pagar con el desseo que con la obra.

A estas pláticas estaua atenta mucha gente, esperando en que auia de parar aquella compra; porque ver ofrecer millaradas de ducados a dos, al parecer, pobres peregrinos, pareciales cosa de burla. En esto dixo el dueño:

-El que le quisiere, deme señal, y guie, que yo ya le descuelgo para lleuarsele.

Oyendo lo qual, Arnaldo puso la mano en el seno, y sacò vna cadena de oro, con vna joya de diamantes que de ella pendia, y dixo:

-Tomad esta cadena, que, con esta joya,   —241→   vale mas de dos mil escudos, y traedme el retrato.

-Esta vale diez mil -dixo el duque, dandole vna de diamantes al dueño del retrato-, y traedmele a mi casa.

-¡Santo Dios! -dixo vno de los circunstantes-. ¿Que retrato puede ser este, que hombres   -fol. 206r-   estos, y que joyas estas? Cosa de encantamento parece aquesta; por esso os auiso, hermano pintor, que deys vn toque a la cadena, y hagays esperiencia de la fineza de las piedras, antes que deys vuestra hazienda, que podria ser que la cadena y las joyas fuessen falsas; porque el encarecimiento que de su valor han hecho, bien se puede sospechar.

Enojaronse los principes; pero, por no echar mas en la calle sus pensamientos, consintieron en que el dueño del retrato se enterasse en la verdad del valor de las joyas. Andaua rebuelta toda la gente de Bancos, vnos admirando el retrato, otros preguntando quien fuessen los peregrinos, otros mirando las joyas, y todos atentos, esperando en quien auia de quedar con el retrato, porque les parecia que estauan de parecer los dos peregrinos de no dexarle por ningun precio; dierale el dueño por mucho menos de lo que le ofrecian, si se le dexaran vender libremente. Passò en esto por Bancos el gouernador de Roma, oyo el murmurio de la gente, preguntò la causa, vio el retrato, y vio las joyas; y, pareciendole ser prendas de mas que de ordinarios peregrinos, esperando descubrir algun secreto,   —242→   las hizo depositar, y lleuar el retrato a su casa, y prender a los peregrinos.

Quedòse el pintor confuso, viendo menoscabadas sus esperanças, y su hazienda en poder de la justicia, donde jamas entrò alguna que, si saliesse, fuesse con aquel lustre con que auia entrado. Acudio el pintor a buscar a Periandro y a contarle todo el sucesso de la venta, y del temor que tenia no se quedasse el gouernador con el retrato, el qual, de vn pintor que le auia retratado en Portugal de su original, le auia el comprado en Francia, cosa que le parecio a Periandro possible, por auer sacado otros muchos en el tiempo que Auristela estuuo en   -fol. 206v-   Lisboa. Con todo esso, le ofrecio por el cien escudos, con que quedasse a su riesgo el cobrar. Contentóse el pintor, y aunque fue tan grande la baxa de ciento a mil, le tuuo por bien vendido y mejor pagado.

Aquella tarde, juntandose con otros españoles peregrinos, fue a andar las siete iglesias, entre los quales peregrinos acerto a encontrarse con el poeta que dixo el soneto al descubrirse Roma; conocieronse, y abraçaronse, y preguntaronse de sus vidas y sucessos. El poeta peregrino le dixo que, el dia antes, le auia sucedido vna cosa digna de contarse por admirable, y fue que, auiendo tenido noticia de que vn monseñor clerigo de la Camara, curioso y rico, tenia vn museo el mas extraordinario que auia en el mundo, porque no tenia figuras de personas que efectiuamente huuiessen sido ni entonces lo fuessen,   —243→   sino vnas tablas preparadas para pintarse en ellas los personages illustres que estauan por venir, especialmente los que auian de ser en los venideros siglos poetas famosos, entre las quales tablas auia visto dos, que en el principio de ellas estaua escrito en la vna «Torquato Tasso», y mas abaxo vn poco dezia Ierusalen libertada; en la otra estaua escrito «Zarate», y mas abaxo, Cruz y Constantino. «Preguntéle al que me las enseñaua que significauan aquellos nombres. Respondiome que se esperaua que presto se auia de descubrir en la tierra la luz de vn poeta, que se auia de llamar Torquato Tasso, el qual auia de cantar Ierusalen recuperada con el mas heroyco y agradable plectro que hasta entonces ningun poeta huuiesse cantado; y que casi luego le auia de suceder vn español llamado Francisco Lopez Duarte193, cuya voz auia de llenar las quatro partes de la tierra, y cuya armonia auia de suspender los coraçones de las gentes, contando la inuencion de la Cruz de Christo, con las guerras del   -fol. 207r-   emperador Constantino; poema verdaderamente heroyco y religioso, y digno del nombre de poema.»

A lo que replicó Periandro:

-Duro se me haze de creer que de tan atras se tome el cargo de adereçar las tablas donde se ayan de pintar los que estan por venir, que, en efeto, en esta ciudad, cabeça del mundo, estan otras marauillas de mayor admiracion. ¿Y aura otras tablas adereçadas para mas poetas venideros? -preguntò Periandro.

  —244→  

-Si -respondio el peregrino-; pero no quise detenerme a leer los titulos, contentandome con los dos primeros; pero assi, a bulto, miré tantos, que me doy a entender que la edad, quando estos vengan, que, segun me dixo el que me guiaua, no puede tardar, ha de ser grandissima la cosecha de todo genero de poetas. Encaminelo Dios como el fuere mas seruido.

-Por lo menos -respondio Periandro-, el año que es abundante de poesia, suele serio de hambre; porque damele poeta, y dartele he pobre, si ya la naturaleza no se adelanta a hazer milagros; y siguese la consequencia: ay muchos poetas, luego ay muchos pobres; ay muchos pobres, luego caro es el año.

En esto yuan hablando el peregrino y Periandro, quando llegò a ellos Zabulon el iudio, y dixo a Periandro que aquella tarde le queria lleuar a ver a Hipolita la Ferraressa, que era vna de las mas hermosas mugeres de Roma y aun de toda Italia. Respondiole Periandro que yria de muy buena gana, lo qual no le respondiera si, como le informò de la hermosura, le informara de la calidad de su persona; porque la alteza de la honestidad de Periandro, no se abalançaua ni abatia a cosas baxas, por hermosas que fuessen: que en esto la naturaleza auia hecho yguales y formado en vna misma turquessa a el y a Auristela, de la qual se recatò para yr a ver a Hipolita, a quien el iudio le lleuò mas por engaño que   -fol. 207v-   por voluntad: que tal vez la curiosidad haze tropeçar y caer de ojos al mas honesto recato.



  —245→  

ArribaAbajoCapitvlo septimo del quarto libro

Con la buena criança, con los ricos ornamentos de la persona, y con los adereços y pompa de la casa, se cubren muchas faltas; porque no es possible que la buena criança ofenda, ni el rico ornato enfade, ni el adereço de la casa no contente. Todo esto tenia Hipolita, dama cortessana, que en riquezas podia competir con la antigua Flora, y en cortesia, con la misma buena criança. No era possible que fuesse estimada en poco de quien la conocia, porque con la hermosura encantaua, con la riqueza se hazía estimar, y con la cortesia, si assi se puede dezir, se hazía adorar. Quando el amor se viste de estas tres calidades, rompe los coraçones de bronze, abre las bolsas de hierro, y rinde las voluntades de marmol; y mas si a estas tres cosas se les añade el engaño y la lisonja, atributos conuenientes para las que quieren mostrar a la luz del mundo sus donayres. ¿Ay, por ventura, entendimiento tan agudo en el mundo, que, estando mirando vna de estas hermosas que pinto, dexando a vna parte las de su belleza, se ponga a discurrir las de su humilde trato? La hermosura, en parte ciega, y en parte alumbra: tras la que ciega, corre el gusto; tras la que alumbra, el pensar en   —246→   la enmienda. Ninguna de estas cosas considerò Periandro al entrar en casa de Hipolita; pero como tal vez sobre descuydados cimientos suele leuantar amor sus maquinas, esta sin pensamiento alguno se fabricò, no sobre la voluntad   -fol. 208r-   de Periandro, sino en la de Hipolita: que, con estas damas que suelen llamar del vicio, no es menester trabajar mucho para dar con ellas, donde se arrepientan sin arrepentirse.

Ya auia visto Hipolita a Periandro en la calle, y ya le auia hecho mouimientos en el alma su bizarria, su gentileza, y, sobre todo, el pensar que era español, de cuya condicion se prometia dadiuas impossibles y concertados gustos; y estos pensamientos los auia comunicado con Zabulon, y rogadole se lo traxesse a casa, la qual tenia tan adereçada, tan limpia y tan compuesta, que mas parecia que esperaua ser talamo de bodas, que acogimiento de peregrinos. Tenia la señora Hipolita -que con este nombre la llamauan en Roma, como si lo fuera- vn amigo llamado Pirro Calabres, hombre acuchillador, impaciente, facinoroso, cuya hazienda libraua en los filos de su espada, en la agilidad de sus manos, y en los engaños de Hipolita, que muchas vezes con ellos alcançaua lo que queria, sin rendirse a nadie; pero en lo que mas Pirro aumentaua su vida, era en la diligencia de sus pies, que lo estimaua en mas que las manos, y de lo que el mas se preciaua, era de traer siempre assombrada a Hipolita en qualquiera condicion que se le mostrasse, ora fuesse amorosa, ora fuesse aspera:   —247→   que nunca les falta a estas palomas duendas milanos que las persigan ni paxaros que las despedacen: ¡miserable trato de esta mundana y simple gente! Digo, pues, que este cauallero, que no tenia de serlo mas que el nombre, se hallò en casa de Hipolita al tiempo que entraron en ella el iudio y Periandro. Apartóle a parte Hipolita, y dixole:

-Vete con Dios, amigo, y lleuate esta cadena de oro de camino que este peregrino me embiò con Zabulon esta mañana.

-Mira lo que hazes, Hipolita -respondio   -fol. 208v-   Pirro-, que, a lo que se me trasluze, este peregrino es español; y soltar el de su mano, sin auer tocado la tuya, esta cadena, que deue de valer cien escudos, gran cosa me parece, y mil temores me sobresaltan.

-Lleuate tu, ¡o Pirro!, la cadena, y dexame a mi el cargo de sustentarla y de no voluerla, a pesar de todas sus españolerias.

Tomò la cadena, que le dio Hipolita, Pirro, que para el efeto la auia hecho comprar aquella mañana, y, sellandole la boca con ella, mas que de paso le hizo salir de casa. Luego, Hipolita, libre y desembaraçada de su corma, suelta de sus grillos, se llegò a Periandro, y, sin desenfado y con donayre, lo primero que hizo fue echarle los braços al cuello, diziendole:

-En verdad, que tengo de ver si son tan valientes los españoles como tienen la fama.

Quando Periandro vio aquella desemboltura, creyo que toda la casa se le auia caido a cuestas;   —248→   y, poniendole la mano delante el pecho a Hipolita, la detuuo y la apartò de si, y le dixo:

-Estos habitos que visto, señora Hipolita, no permiten ser profanados, o, a lo menos, yo no lo permitire en ninguna manera; y los peregrinos, aunque sean españoles, no estan obligados a ser valientes quando no les importa; pero mirad vos, señora, en que quereis que muestre mi valor, sin que a los dos perjudique, y sereis obedecida, sin replicaros en nada.

-Pareceme -respondio Hipolita-, señor peregrino, que ansi lo soys en el alma como en el cuerpo; pero, pues, segun dezis que hareys lo que os dixere, como a ninguno de los dos perjudique, entraos conmigo en esta quadra, que os quiero enseñar vna lonja y vn camarin mio.

A lo que respondio Periandro:

-Aunque soy español, soy algun tanto medroso, y mas os temo a vos sola, que a vn exercito de enemigos. Hazed que nos haga otro la guia, y lleuadme do quisieredes.

Llamò Hipolita a dos donzellas   -fol. 209r-   suyas y a Zabulon el iudio, que a todo se hallò presente, y mandólas que guiassen a la lonja. Abrieron la sala, y, a lo que despues Periandro dixo, estaua la mas bien aderezada que pudiesse tener algun principe rico y curioso en el mundo. Parrasio, Polignoto, Apeles, Ceuxis y Timantes, tenian alli lo perfecto de sus pinzeles, comprado con los tesoros de Hipolyta, acompañados de los del deuoto Rafael de Vrbino, y de los del diuino Micael Angelo: riquezas donde las de vn gran   —249→   principe deuen y pueden mostrarse. Los edificios reales, los alcaçares soberuios, los templos magnificos y las pinturas valientes, son propias y verdaderas señales de la magnanimidad y riqueza de los principes, prendas, en efeto, contra quien el tiempo apresura sus alas y apresta su carrera, como a emulas suyas, que, a su despecho, estan mostrando la magnificencia de los passados siglos. ¡O Hipolyta, sólo buena por esto! Si entre tantos retratos que tienes, tuuieras vno de tu buen trato, y dexaras en el suyo a Periandro, que, assombrado, atonito y confuso, andaua mirando en que auia de parar la abundancia que en la lonja veía en vna limpissima mesa, que de cabo a cabo la tomaua la musica que de diuersos generos de paxaros en riquissimas jaulas estauan, haziendo vna confusa, pero agradable armonia. En fin, a el le parecio que todo quanto auia oydo dezir de los huertos Esperide(l)os, de los de la maga Falerina, de los pensiles famosos, ni de todos los otros que por fama fuessen conocidos en el mundo, no llegauan al adorno de aquella sala y de aquella lonja. Pero como el andaua con el coraçon sobresaltado, que bien aya su honestidad, que se le aprensaua entre dos tablas, no se le mostrauan las cosas como ellas eran; antes, cansado de ver cosas de tanto deleyte, y enfadado de ver que todas   -fol. 209v-   ellas se encaminauan contra su gusto, dando de mano a la cortesia, prouo a salirse de la lonja, y se saliera si Hipolyta no se lo estoruara, de manera que le fue forçoso mostrar con   —250→   las manos asperas palabras algo descortesses. Trauò de la esclauina de Periandro, y, abriendole el jubon, le descubrio la cruz de diamantes, que de tantos peligros hasta alli auia escapado, y assi deslumbrò la vista a Hipolyta, como el entendimiento, la qual, viendo que se le yua, ha despecho de su blanda fuerça, dio en vn pensamiento que, si le supiera reualidar y apoyar algun tanto mejor, no le fuera bien dello a Periandro; el qual, dexando la esclauina en poder de la nueua egypcia, sin sombrero, sin bordon, sin ceñidor ni esclauina, se puso en la calle: que el vencimiento de tales batallas, consiste mas en el huyr que en el esperar. Pusose ella assimismo a la ventana, y a grandes vozes començo a apellidar la gente de la calle, diziendo:

-¡Tenganme a esse ladron, que, entrando en mi casa como humano, me ha robado vna prenda diuina que vale vna ciudad!

Acertaron a estar en la calle dos de la guarda del Pontifice, que dizen pueden prender en fragante, y como la voz era de ladron, facilitaron su dudosa potestad y prendieron a Periandro; echaronle mano al pecho, y, quitandole la cruz, le santiguaron con poca decencia: paga que da la justicia a los nueuos delinquentes, aunque no se les aberigue el delito. Viendose, pues, Periandro puesto en cruz, sin su cruz, dixo a los tudescos en su misma lengua que el no era ladron, sino persona principal, y que aquella cruz era suya, y que viessen que su riqueza no la podia hazer de Hipolyta, y que les rogaua   —251→   le lleuassen ante el gouernador, que el esperaua con breuedad aueriguar la verdad de aquel caso. Ofrecioles dineros, y con esto, y con auelles hablado en su lengua,   -fol. 210r-   con que se reconcilian los animos que no se conocen, los tudescos no hizieron caso de Hipolyta, y assi, lleuaron a Periandro delante del gouernador, viendo lo qual Hipolyta, se quitò de la ventana, y, casi arañandose el rostro, dixo a sus criadas:

-¡Ay, hermanas, y que necia he andado! A quien pensaua regalar, he lastimado; a quien pensaua seguir, he ofendido; preso va por ladron el que lo ha sido de mi alma; mirad que caricias, mirad que halagos son hazer prender al libre y disfamar al honrado.

Y luego les conto cómo lleuauan preso al peregrino dos de la guarda del Papa. Mandò assimismo que la aderezassen luego el coche, que queria yr en su seguimiento y disculpalle, porque no podia sufrir su coraçon verse herir en las mismas niñas de sus ojos, y que antes queria parecer testimoñera que cruel: que de la crueldad no tendria disculpa, y del testimonio si, echando la culpa al amor, que por mil disparates descubre y manifiesta sus desseos, y haze mal a quien bien quiere. Cuando ella llegò en casa del gouernador, le hallò con la cruz en las manos, examinando a Periandro [sobre] el caso, el qual, como vio a Hipolyta, dixo al gouernador:

-Esta señora que aqui viene, ha dicho que essa cruz que vuessa merced tiene, yo se la he   —252→   robado, y yo dire que es verdad, quando ella dixere de que es la cruz, que valor tiene, y quantos diamantes la componen; porque si no es que se lo dizen las angeles o alguno otro espiritu que lo sepa, ella no lo puede saber, porque no la ha visto sino en mi pecho, y vna vez sola.

-¿Que dize la señora Hipolyta a esto? -dixo el gouernador.

Y esto cubriendo la cruz, porque no tomasse las señas della. La qual respondio:

-Con dezir que estoy enamorada, ciega y loca, quedará este peregrino disculpado, y yo esperando la pena que el señor gouernador quisiere darme por mi amoroso delito.

Y le   -fol. 210v-   conto punto por punto lo que con Periandro le auia passado, de lo que se admirò el gouernador, antes del atreuimiento que del amor de Hipolyta: que de semejantes sujetos son propios los lasciuos disparates. Afeóle el caso, pidio a Periandro la perdonasse, diole por libre, y voluiole la cruz, sin que en aquella causa se escriuiesse letra alguna, que no fue ventura poca. Quisiera saber el gouernador quien eran los peregrinos que auian dado las joyas en prendas del retrato de Auristela, y assimismo quien era el, y quien Auristela. A lo que respondio Periandro:

-El retrato es de Auristela, mi hermana; los peregrinos pueden tener joyas mucho mas ricas; esta cruz es mia; y quando me de el tiempo lugar, y la necessidad me fuerce, dire quien soy:   —253→   que el dezirlo agora no está en mi voluntad, sino en la de mi hermana. El retrato que vuessa merced tiene, ya se le tengo comprado al pintor por precio conuenible, sin que en la compra ayan interuenido pujas, que se fundan mas en rancor y en fantasia que en razon.

El gouernador dixo que el se queria quedar con el por el tanto, por añadir con el a Roma cosa que auentajasse a las de los mas excelentes pintores que la hazian famosa.

-Yo se le doy a vuessa merced -respondio Periandro-, por parecerme que, en darle tal dueño, le doy la honra possible.

Agradecioselo el gouernador, y aquel dia dio por libres a Arnaldo y a el duque, y les voluio sus joyas, y el se quedò con el retrato, porque estaua puesto en razon que se auia de quedar con algo.



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ArribaAbajoCapitvlo octavo del quarto libro

Mas confusa que arrepentida voluio Hipolyta a su casa; pensatiua, ademas, y ademas enamorada: que,   -fol. 211r-   aunque es verdad que en los principios de los amores los desdenes suelen ser parte para acabarlos, los que vsò con ella Periandro, le auiuaron mas los dess[e]os. Pareciale a ella que no auia de ser tan de bronce vn peregrino, que no se ablandasse con los regalos que pensaua hazerle; pero, hablando consigo, se dixo a si misma:

-Si este peregrino fuera pobre, no truxera consigo cruz tan rica, cuyos muchos y ricos diamantes siruen de claro sobrescrito de su riqueza: de modo que la fuerça desta roca no se ha de tomar por hambre; otros ardides y mañas son menester para rendirla. ¿No sería possible que este moço tuuiesse en otra parte ocupada el alma? ¿No sería possible que esta Auristela no fuesse su hermana? ¿No sería possible que las finezas de los desdenes que vsa conmigo, los quisiesse assentar y poner en cargo a Auristela? ¡Valame Dios, que me parece que en este punto he hallado el de mi remedio! ¡Alto! ¡Muera Auristela; descubrasse este encantamento; a lo menos, veamos el sentimiento que este montaraz   —255→   coraçon haze; pongamos siquiera en plática este dissignio; enferme Auristela; quitemos su sol delante de los ojos de Periandro; veamos si, faltando la hermosura, causa primera de adonde el amor nace, falta tambien el mismo amor: que podria ser que, dando yo lo que a este le quitare quitandole a Auristela, viniesse a reduzirse a tener mas blandos pensamientos; por lo menos, prouarlo tengo, ateniendome a lo que se dize que no daña el tentar las cosas que descubren algun rastro de prouecho!

Con estos pensamientos, algo consolada, llegò a su casa, donde hallò a Zabulon, con quien comunicò todo su dissignio, confiada en que tenia vna muger de la mayor fama de echizera que auia en Roma, pidiendole, auiendo antes precedido dadiuas y promessas, hiziesse con ella, no que mudasse la voluntad de Periandro, pues sabía que esto era impossible, sino que   -fol. 211v-   enfermasse la salud de Auristela, y, con limitado término, si fuesse menester, le quitasse la vida. Esto dixo Zabulon ser cosa facil al poder y, sabiduria de su muger. Recibio no se quanto por primera paga, y prometio que desde otro dia començaria la quiebra de la salud de Auristela. No solamente Hipolyta satisfizo a Zabulon, sino amenazóle assimismo; y a vn iudio, dadiuas o amenazas le hazen prometer, y aun hazer impossibles.

Periandro conto a Croriano, Ruperta, a Auristela y a las tres damas francessas, a Antonio y a Constança, su prision, los amores de   —256→   Hipolyta, y la dadiua que auia hecho del retrato de Auristela al gouernador. No le contentò nada a Auristela los amores de la cortessana, porque ya auia oydo dezir que era vna de las mas hermosas mugeres de Roma, de las mas libres, de las mas ricas y mas discretas, y las musarañas de los zelos, aunque no sea mas de vna, y sea mas pequeña que vn mosquito, el miedo la representa en el pensamiento de vn amante mayor que el monte Olimpo; y quando la honestidad ata la lengua, de modo que no puede quexarse, da tormento al alma con las ligaduras del silencio, de modo que a cada passo anda buscando salidas para dexar la vida del cuerpo. Segun otra vez se ha dicho, ninguno otro remedio tienen los zelos que oyr disculpas; y quando estas no se admiten, no ay que hazer caso de la vida, la qual perdiera Auristela mil vezes, antes que formar vna quexa de la fee de Periandro.

Aquella noche fue la primera vez que Bartolome y la Talauerana fueron a visitar a sus señores, no libres, aunque ya lo estauan de la carcel, sino atados con mas duros grillos, que eran los del matrimonio, pues se auian casado: que la muerte del polaco puso en libertad a Luysa, y a el le truxo su destino a venir peregrino a Roma. Antes de llegar a su patria, hallò en Roma a quien   -fol. 212r-   no traia intencion de buscar, acordandosele de los consejos que en España le auia dado Periandro; pero no pudo estoruar su destino, aunque no le fabricò por su voluntad. Aquella noche, assimismo, visitò Arnaldo a todas aquellas   —257→   señoras, y dio cuenta de algunas cosas que en el voluer a buscarles, despues que apaciguò la guerra de su patria, le auian sucedido. Conto cómo llegò a la isla de las Ermitas, donde no auia hallado a Rutilio, sino a otro ermitaño en su lugar, que le dixo que Rutilio estaua en Roma; dixo assimismo que auia tocado en la isla de los pescadores, y hallado en ella, libres, sanas y contentas, a las desposadas y a los demas que con Periandro, segun ellos dixeron, se auian embarcado; conto cómo supo de oydas que Policarpa era muerta, y Sinforosa no auia querido casarse; dixo cómo se tornaua a poblar la isla barbara, confirmandose sus moradores en la creencia de su falsa profecia; aduirtio cómo Mauricio y Ladislao, su yerno, con su hija Transila, auian dexado su patria, y passadose a viuir mas pacificamente a Inglaterra; dixo tambien cómo auia estado con Leopoldio, rey de los danaos194, despues de acabada la guerra, el qual se auia casado por dar sucession a su reyno, y que auia perdonado a los dos traydores que lleuaua presos quando Periandro y sus pescadores le encontraron, de quien mostro estar muy agradecido, por el buen término y cortesia que con el tuuieron; y, entre los nombres que le era forçoso nombrar en su discurso, tal vez tocaua con el de los padres de Periandro, y tal con los de Auristela, con que les sobresaltaua los coraçones y les traia a la memoria assi grandezas como desgracias. Dixo que en Portugal, especialmente en Lisboa, eran en suma estimacion tenidos sus   —258→   retratos; conto assimismo la fama que dexauan en Francia, en todo aquel camino, la hermosura de Constança y de aquellas   -fol. 212v-   señoras damas francessas; dixo cómo Croriano auia grangeado opinion de generoso y de discreto en auer escogido a la sin par Ruperta por esposa; dixo assimismo cómo en Luca se hablaua mucho en la sagazidad de Ysabela Castrucho, y en los breues amores de Andrea Marulo, a quien con el demonio fingido truxo el cielo a viuir vida de angeles; conto cómo se tenia por milagro la cayda de Periandro, y cómo dexaua en el camino a vn mancebo, peregrino poeta, que no quiso adelantarse con el, por venirse despacio, componiendo vna comedia de los sucessos de Periandro y Auristela, que los sabía de memoria por vn lienço que auia visto en Portugal, donde se auian pintado, y que traia intencion firmissima de casarse con Auristela, si ella quisiesse.

Agradeciole Auristela su buen proposito, y aun desde alli le ofrecio darle para vn vestido, si acaso llegasse roto: que vn desseo de vn buen poeta, toda buena paga merece.

Dixo tambien que auia estado en casa de la señora Constança y Antonio, y que sus padres y abuelos estauan buenos, y sólo fatigados de la pena que tenian de no saber de la salud de sus hijos, desseando voluiesse la señora Constança a ser esposa del conde, su cuñado, que queria seguir la discreta eleccion de su hermano, o ya por no dar los veynte mil ducados, o   —259→   ya por el merecimiento de Constança, que era lo mas cierto, de que no poco se alegraron todos, especialmente Periandro y Auristela, que como a sus hermanos los querian.

Desta plática de Arnaldo195 se engendraron en los pechos de los oyentes nueuas sospechas de que Periandro y Auristela deuian de ser grandes personages, porque, de tratar de casamientos de condes y de millaradas de ducados, no podian nacer sino sospechas illustres y grandes. Conto tambien cómo auia encontrado en Francia a Renato, al cauallero frances vencido en la batalla contra derecho,   -fol. 213r-   y libre y vitorioso por la conciencia de su enemigo. En efeto: pocas cosas quedaron, de las muchas que en el galan progresso desta historia se han contado, en quien el se huuiesse hallado, pues, que alli no las voluiesse a traer a la memoria, trayendo tambien la que tenia de quedarse con el retrato de Auristela, que tenia Periandro contra la voluntad del duque y contra la suya, puesto que dixo que, por no dar enojo a Periandro, dissimularia su agrauio.

-Ya le huuiera yo deshecho -respondio Periandro-, voluiendo, señor Arnaldo, el retrato, si entendiera fuera vuestro. La ventura y su diligencia se le dieron al duque; vos se le quitastes por fuerça; y assi, no teneys de que quexaros. Los amantes estan obligados a no juzgar sus causas por la medida de sus desseos, que tal vez no los han de satisfazer, por acomodarse con la razon, que otra cosa les manda. Pero yo hare   —260→   de manera que, no quedando vos, señor Arnaldo, contento, el duque quede satisfecho, y serà con que mi hermana Auristela se quede con el retrato, pues es mas suyo que de otro alguno.

Satisfizole a Arnaldo el parecer de Periandro, y ni mas ni menos a Auristela. Con esto cessò la plática, y, otro dia por la mañana, començaron a obrar en Auristela los echizos, los venenos, los encantos, y las malicias de la Iulia, muger de Zabulon.



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ArribaAbajoCapitvlo nono del quarto libro

No se atreuio la enfermedad a acometer rostro a rostro a la belleza de Auristela, temerosa no espantasse tanto la hermosura la fealdad suya; y assi, la acometio por las espaldas, dandole en ellas vnos calosfrios, al amanecer, que no la dexaron leuantar aquel dia; luego,   -fol. 213v-   luego se le quitò la gana de comer, y començo la viueza de sus ojos a amortiguarse, y el desmayo, que con el tiempo suele llegar a los enfermos, sembro en vn punto por todos los sentidos de Constança, haziendo el mismo efeto en los de Periandro, que luego se alborotaron y temieron todos los males possibles, especialmente lo que temen los poco venturosos. No auia dos horas que estaua enferma, y ya se le parecian cardenas las encarnadas rosas de sus mexillas, verde el carmin de sus labios, y topacios las perlas de sus dientes; hasta los cabellos le parecio que auian mudado color; estrecharonse las manos, y casi mudado el assiento y encaje natural de su rostro. Y no por esto le parecia menos hermosa, porque no la miraua en el lecho que yazia, sino en el alma, donde la tenia retratada. Llegauan a sus oydos, a lo menos, llegaron de alli a dos dias, sus palabras, entre debiles acentos formadas,   —262→   y pronunciadas con turbada lengua. Assustaronse las señoras francessas, y el cuydado de atender a la salud de Auristela fue de tal modo, que tuuieron necessidad de tenerle de si mismas. Llamaronse medicos, escogieronse los mejores, a lo menos, los de mejor fama: que la buena opinion califica la acertada medicina, y assi suele auer medicos venturosos, como soldados bien afortunados; la buena suerte y la buena dicha, que todo es vno, tambien puede llegar a la puerta del miserable en vn saco de sayal, como en vn escaparate de plata. Pero ni en plata ni en lana, no llegaua ninguna a las puertas de Auristela, de lo que discretamente se desesperauan los dos hermanos Antonio y Constança. Esto era al reues en el duque, que, como el amor que tenia en el pecho se auia engendrado de la hermosura de Auristela, assi como la tal hermosura yua faltando en ella, yua en el faltando el amor, el qual muchas rayzes ha de auer echado en el alma, para tener fuerças de llegar hasta el margen de la   -fol. 214r-   sepultura con la cosa amada. Feyssima es la muerte, y, quien mas a ella se llega, es la dolencia; y amar las cosas feas, parece cosa sobrenatural y digna de tenerse por milagro.

Auristela, en fin, yua enflaqueziendo por momentos, y quitando las esperanças de su salud a quantos la conocian; sólo Periandro era el solo, sólo el firme, sólo el enamorado, sólo aquel que con intrepido pecho se oponia a la contraria fortuna y a la misma muerte, que en la de Auristela le amenazaua. Quinze dias esperò   —263→   el duque de Nemurs a ver si Auristela mejoraua, y en todos ellos no huuo ninguno que a los medicos no consultasse de la salud de Auristela, y ninguno se la assegurò, porque no sabian la causa precisa de su dolencia; viendo lo qual el duque, y [que] las damas francessas no hazian del caso alguno, viendo tambien que el angel de luz de Auristela se auia vuelto el de tinieblas, fingiendo algunas causas que, si no del todo, en parte le disculpauan, vn dia, llegandose a Auristela en el lecho donde enferma estaua, delante de Periandro, le dixo:

-Pues la ventura me ha sido tan contraria, hermosa señora, que no me ha dexado conseguir el dess[e]o que tenia de recebirte por mi legitima esposa, antes que la desesperacion me trayga a terminos de perder el alma, como me ha traydo en los de perder la vida, quiero por otro camino prouar mi ventura, porque se cierto que no tengo de tener ninguna buena aunque la procure; y assi, sucediendome el mal que no procuro, vendre a perderme y a morir desdichado, y no desesperado. Mi madre me llama; tieneme preuenida esposa; obedecerla quiero, y entretener el tiempo del camino tanto, que halle la muerte lugar de acometerme, pues ha de hallar en mi alma las memorias de tu hermosura y de tu enfermedad, y quiera Dios que no diga las de tu muerte.

Dieron sus ojos muestra de algunas lagrimas. No pudo responderle Auristela, o no quiso, por no errar en la   -fol. 214v-   respuesta delante de Periandro;   —264→   lo mas que hizo, fue poner la mano debaxo de su almohada, y sacar su retrato y voluersele al duque, el qual le bessò las manos por tan gran merced; pero, alargando la suya Periandro, se le tomò, y le dixo:

-Si dello no disgustas, ¡o gran señor!, por lo que bien quieres, te suplico me le prestes, porque yo pueda cumplir vna palabra que tengo dada, que, sin ser en perjuyzio tuyo, será grandemente en el mio si no lo cumplo.

Voluiosele el duque, con grandes ofrecimientos de poner por el la hazienda, la vida y la honra, y mas, si mas pudiesse, y desde alli se diuidio de los dos hermanos, con pensamiento de no verlos mas en Roma. Discreto amante, y el primero, quiça, que aya sabido aprouecharse de las guedexas que la ocasion le ofrecia. Todas estas cosas pudieran despertar a Arnaldo para que considerara quan menoscabadas estauan sus esperanças, y quan a pique de acabar con toda la maquina de sus peregrinaciones, pues, como se ha dicho, la muerte casi auia pissado las ropas a Auristela, y estuuo muy determinado de acompañar al conde, si no en su camino, a lo menos, en su proposito, voluiendose a Dinamarca; mas el amor, y su generoso pecho, no dieron lugar a que dexasse a Periandro sin consuelo, y a su hermana Auristela en los postreros limites de la vida, a quien visitò, y de nueuo hizo ofrecimientos, con determinacion de aguardar a que el tiempo mejorasse los sucessos, a pesar de todas las sospechas que le sobreuenian.



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ArribaAbajoCapitvlo diez del quarto libro

Contentissima estaua Hipolyta de ver que las artes de la cruel Iulia tan en daño de la salud de Auristela   -fol. 215r-   se mostrauan, porque en ocho dias la pusieron tan otra de lo que ser solia, que ya no la conocian sino por el organo de la voz: cosa que tenia suspensos a los medicos, y admirados a quantos la conocian. Las señoras francessas atendian a su salud con tanto cuydado, como si fueran sus queridas hermanas, especialmente Feliz Flora, que con particular aficion la queria. Llegò a tanto el mal de Auristela, que, no conteniendose en los terminos de su juridicion, passò a la de sus vezinos, y como ninguno lo era tanto como Periandro, el primero con quien encontro fue con el, no porque el veneno y maleficios de la peruersa iudia obrassen en el derechamente, y con particular assistencia, como en Auristela, para quien estauan hechos, sino porque la pena que el sentia de la enfermedad de Auristela era tanta, que causaua en el el mismo efeto que en Auristela, y assi se yua enflaqueziendo, que començaron todos a dudar de la vida suya, como de la de Auristela. Viendo lo qual Hipolyta, y que ella misma se mataua con los filos de su espada, adiuinando   —266→   con el dedo de donde procedia el mal de Periandro, procurò darle remedio, dandosele a Auristela, la qual, ya flaca, ya descolorida, parecia que estaua llamando su vida a las aldauas de las puertas de la muerte; y creyendo, sin duda, que por momentos la abririan, quiso abrir y preparar la salida a su alma por la carrera de los Sacramentos, bien como ya instruyda en la verdad catolica; y assi, haziendo las diligencias necessarias, con la mayor deuocion que pudo, dio muestras de sus buenos pensamientos, acreditò la integridad de sus costumbres, dio señales de auer aprendido bien lo que en Roma la auian enseñado, y, resignandose en las manos de Dios, sossego su espiritu y puso en oluido reynos, regalos y grandezas.

Hipolyta, pues, auiendo visto, como está ya dicho, que, muriendose Auristela,   -fol. 215v-   moria tambien Periandro, acudio a la iudia a pedirle que templasse el rigor de los echizos que consumian a Auristela, o los quitasse del todo: que no queria ella ser inuentora de quitar con vn golpe solo tres vidas, pues, muriendo Auristela, moria Periandro, y muriendo Periandro, ella tambien quedaria sin vida. Hizolo assi la iudia, como si estuuiera en su mano la salud o la enfermedad agena, o como si no dependieran todos los males que llaman de pena de la voluntad de Dios, como no dependen los males de culpa; pero Dios, obligandole, si assi se puede dezir, por nuestros mismos pecados, para castigo dellos, permite que pueda quitar la salud   —267→   agena esta que llaman echizeria, con que lo hazen las echizeras; sin duda ha el permitido, vsando mezclas y venenos que con tiempo limitado quitan la vida a la persona que quiere, sin que tenga remedio de escusar este peligro, porque le ygnora, y no se sabe de donde procede la causa de tan mortal efeto; assi que, para guarecer destos males, la gran misericordia de Dios ha de ser la maestra, la que ha de aplicar la medicina. Començo, pues, Auristela a dexar de empeorar, que fue señal de su mejoria; començo el sol de su belleza a dar señales y vislumbres de que voluia a amanecer en el cielo de su rostro; voluieron a despuntar las rosas en sus mexillas y la alegria en sus ojos; ajuntaronse las sombras de su melancolia; voluio a enterarse el organo suaue de su voz; afinóse el carmin de sus labios; conuirtio con el marfil la blancura de sus dientes, que voluieron a ser perlas, como antes lo eran; en fin, en poco espacio de tiempo voluio a ser toda hermosa, toda bellissima, toda agradable y toda contenta, y estos mismos efetos redundaron en Periandro y en las damas francessas, y en los demas, Croriano y Ruperta, Antonio y su hermana Constança, cuya alegria o tristeza   -fol. 216r-   caminaua al paso de la de Auristela, la qual, dando gracias al cielo por la merced y regalos196 que le yua haziendo, assi en la enfermedad como en la salud, vn dia llamò a Periandro, y, estando solos por cuydado y de industria, desta manera le dixo:

-Hermano mio, pues ha querido el cielo que   —268→   con este nombre tan dulce y tan honesto ha dos años que te he nombrado, sin dar licencia al gusto o al descuydo para que de otra suerte te llamasse que tan honesta y tan agradable no fuesse, querria que esta felicidad passasse adelante, y que solos los terminos de la vida la pusiessen término: que tanto es vna ventura buena, quanto es duradera, y tanto es duradera, quanto es honesta. Nuestras almas, como tu bien sabes, y como aqui me han enseñado, siempre estan en continuo mouimiento, y no pueden parar sino en Dios, como en su centro. En esta vida los dess[e]os son infinitos, y vnos se encadenan de otros y se eslabonan, y van formando vna cadena que tal vez llega al cielo, y tal se sume en el infierno. Si te pareciere, hermano, que este lenguaje no es mio, y que va fuera de la enseñança que me han podido enseñar mis pocos años y mi remota criança, aduierte que en la tabla rasa de mi alma ha pintado la esperiencia y escrito mayores cosas; principalmente ha puesto que en sólo conocer y ver a Dios està la suma gloria, y todos los medios que para este fin se encaminan, son los buenos, son los santos, son los agradables, como son los de la caridad, de la honestidad y el de la virginidad. Yo, a lo menos, assi lo entiendo, y, juntamente con entenderlo assi, entiendo que el amor que me tienes es tan grande, que querras lo que yo quisiere. Heredera soy de vn reyno, y ya tu sabes la causa porque mi querida madre me embiò en casa de los reyes tus padres,   —269→   por assegurarme de la grande guerra de que se   -fol. 216v-   temia; desta venida se causò el de venirme yo contigo, tan sugeta a tu voluntad, que no he salido della vn punto; tu has sido mi padre, tu mi hermano, tu mi sombra, tu mi amparo, y, finalmente, tu mi angel de guarda, y tu mi enseñador y mi maestro, pues me has traydo a esta ciudad, donde he llegado a ser christiana, como deuo. Querria agora, si fuesse possible, yrme al cielo sin rodeos, sin sobresaltos y sin cuidados, y esto no podra ser si tu no me dexas la parte que yo misma te he dado, que es la palabra y la voluntad de ser tu esposa. Dexame, señor, la palabra, que yo procurarè dexar la voluntad, aunque sea por fuerça: que, para alcançar tan gran bien como es el cielo, todo quanto ay en la tierra se ha de dexar, hasta los padres y los esposos. Yo no te quiero dexar por otro; por quien te dexo es por Dios, que te dara a si mismo, cuya recompensa infinitamente excede a que me dexes por el. Vna hermana tengo pequeña, pero tan hermosa como yo, si es que se puede llamar hermosa la mortal belleza. Con ella te podras casar, y alcançar el reyno que a mi me toca, y con esto, haziendo felizes mis desseos, no quedaràn defraudados del todo los tuyos. ¿Que inclinas la cabeça, hermano? ¿A que pones los ojos en el suelo? ¿Desagradante estas razones? ¿Parecente descaminados mis desseos? Dimelo, respondeme; por lo menos, sepa yo tu voluntad; quiça templarè la mia, y buscarè alguna salida a tu gusto, que en algo con el mio se conforme.

  —270→  

Con grandissimo silencio estuuo escuchando Periandro a Auristela, y en vn breue instante formò en su imaginacion millares de discursos, que todos venieron a parar en el peor que para el pudiera ser, porque imaginò que Auristela le aborrecia, porque aquel mudar de vida no era sino porque a el se le acabara la suya, pues bien deuia saber que, en dexando ella de ser su esposa, el no tenia para que viuir en el mundo;   -fol. 217r-   y fue y vino con esta imaginacion con tanto ahinco, que, sin responder palabra a Auristela, se leuantò de donde estaua sentado, y, con ocasion de salir a recebir a Feliz Flora y a la señora Constança, que entrauan en el aposento, se salio del, y dexò a Auristela, no se si diga arrepentida, pero se que quedò pensatiua y confusa.



  —271→  

ArribaAbajoCapitvlo onze del quarto libro

Las aguas en estrecho vaso encerradas, mientras mas priessa se dan a salir, mas despacio se derraman, porque las primeras, impelidas de las segundas, se detienen, y vnas a otras se niegan el paso, hasta que haze camino la corriente y se desagua. Lo mismo acontece en las razones que concibe el entendimiento de vn lastimado amante, que, acudiendo tal vez todas juntas a la lengua, las vnas a las otras impiden, y no sabe el discurso con quales se de primero a entender su imaginacion; y assi, muchas vezes, callando, dize mas de lo que querria. Mostrose esto en la poca cortesia que hizo Periandro a los que entraron a ver a Auristela, el qual, lleno de discursos, preñado de conceptos, colmado de imaginaciones, desdeñado y desengañado, se salio del aposento de Auristela sin saber, ni querer, ni poder responder palabra alguna a las muchas que ella le auia dicho. Llegaron a ella Antonio y su hermana, y hallaronla como persona que acabaua de despertar de vn pesado sueño, y que entre si estaua diziendo, con palabras distintas y claras:

-Mal hecho; pero ¿que importa? ¿No es mejor que mi hermano sepa mi intencion?   -fol. 217v-   ¿No es   —272→   mejor que yo dexe con tiempo los caminos torcidos y las dudosas sendas, y tienda el paso por los atajos llanos, que con distincion clara nos estan mostrando el felize paradero de nuestra jornada? Yo confiesso que la compañia de Periandro no me ha de estoruar de yr al cielo; pero tambien siento que yre mas presto sin ella; si que mas me deuo yo a mi que no a otro, y al interesse del cielo y de gloria se ha de posponer los del parentesco; quanto mas, que yo no tengo ninguno con Periandro.

-Aduierte -dixo a esta sazon Constança-, hermana Auristela, que vas descubriendo cosas que podrian ser parte que, desterrando nuestras sospechas, a ti te dexassen confusa. Si no es tu hermano Periandro, mucha es la conuersacion que con el tienes; y si lo es, no ay para que te escandalizes de su compañia.

Acabò a esta sazon de voluer en si Auristela, y, oyendo lo que Constança le dezia, quiso enmendar su descuydo; pero no acerto, pues, para soldar vna mentira, por muchas se atropellan, y siempre queda la verdad en duda, aunque mas viua la sospecha.

-No se, hermana -dixo Auristela-, lo que me he dicho, ni se si Periandro es mi hermano o si no; lo que te sabre dezir es que es mi alma, por lo menos: por el viuo, por el respiro, por el me mueuo y por el me sustento, conteniendome, con todo esto, en los terminos de la razon, sin dar lugar a ningun vario pensamiento ni a no guardar todo honesto decoro, bien assi como le   —273→   deue guardar vna muger principal a vn tan principal hermano.

-No te entiendo, señora Auristela -la dixo a esta sazon Antonio-, pues de tus razones tanto alcanço ser tu hermano Periandro, como si no lo fuesse. Dinos ya quien es, y quien eres, si es que puedes dezillo; que, agora sea tu hermano, o no lo sea, por lo menos, no podeys negar ser principales, y   -fol. 218r-   en nosotros, digo, en mi y en mi hermana Constança, no está tan en niñez la esperiencia, que nos admire ningun caso que nos contares: que, puesto que ayer salimos de la isla barbara, los trabajos que has visto que hemos passado, han sido nuestros maestros en muchas cosas, y, por pequeña muestra que se nos de, sacamos el hilo de los mas arduos negocios, especialmente en los que son de amores, que parece que los tales consigo mismo traen la declaracion; ¿que mucho que Periandro no sea tu hermano, y que mucho que tu seas su ligitima esposa, y que mucho, otra vez, que con honesto y casto decoro os ayais mostrado hasta aqui limpissimos al cielo y honestissimos a los ojos de los que os han visto? No todos los amores son precipitados ni atreuidos, ni todos los amantes han puesto la mira de su gusto en gozar a sus amadas sino con las potencias de su alma; y siendo esto assi, señora mia, otra vez te suplico nos digas quien eres, y quien es Periandro, el qual, segun le vi salir de aqui, el lleua vn bolcan en los ojos y vna mordaça en la lengua.

  —274→  

-¡Ay, desdichada -replicò Auristela-, y quan mejor me huuiera sido que me huuiera entregado al silencio eterno, pues, callando, escusara la mordaza que dizes que lleua en su lengua! Indiscretas somos las mugeres, mal sufridas y peor calladas. Mientras callé, en sossiego estuuo mi alma; hablè, y perdile; y para acabarle de perder, y para que juntamente se acabe la tragedia de mi vida, quiero que sepays vosotros, pues el cielo os hizo verdaderos hermanos, que no lo es mio Periandro, ni menos es mi esposo ni mi amante; a lo menos, de aquellos que, corriendo por la carrera de su gusto, procuran parar sobre la honra de sus amadas. Hijo   -fol. 218v-   de rey es; hija y heredera de vn reyno soy; por la sangre somos yguales; por el estado, alguna ventaja le hago; por la voluntad, ninguna; y, con todo esto, nuestras intenciones se responden, y nuestros desseos, con honestissimo efeto se estan mirando; sola la ventura es la que turba y confunde nuestras intenciones, y la que por fuerça haze que esperemos en ella. Y porque el nudo que lleua a la garganta Periandro me aprieta la mia, no os quiero dezir mas por agora, señores, sino suplicaros me ayudeys a buscalle, que pues el tuuo licencia para yrse sin la mia, no querra voluer sin ser buscado.

-Leuanta, pues -dixo Constança-, y vamos a buscalle, que los laços con que amor liga a los amantes, no los dexa alexar de lo que bien quieren. Ven, que presto le hallaremos, presto le verás, y mas presto llegarás a tu contento. Si   —275→   quieres tener vn poco los escrupulos que te rodean, dales de mano, y dala de esposa a Periandro: que, ygualandole contigo, pondras silencio a qualquiera murmuracion.

Leuantóse Auristela, y, en compañia de Feliz Flora, Constança y Antonio, salieron a buscar a Periandro; y como ya en la opinion de los tres era reyna, con otros ojos la mirauan, y con otro respeto la seruian. Periandro, en tanto que era buscado, procuraua alexarse de quien le buscaua; salio de Roma a pie, y solo, si ya no se tiene por compañia la soledad amarga, los suspiros tristes y los continuos solloços: que estos, y las varias imaginaciones, no le dexauan vn punto.

-¡Ay -yua diziendo entre si-, hermosissima Sigismunda, reyna por naturaleza, bellissima por priuilegio y por merced de la misma naturaleza, discreta sobre modo, y sobre manera agradable, y quan poco te costaua, ¡o señora!, el tenerme por hermano, pues mis tratos y pensamientos jamas desmintieran la   -fol. 219r-   verdad de serlo, aunque la misma malicia lo quisiera aueriguar, aunque en sus traças se desuelara! Si quieres que te lleuen al cielo sola y señera, sin que tus acciones dependan de otro que de Dios y de ti misma, sea en buen hora; pero quisiera que aduirtieras que no sin escrupulo de pecado puedes ponerte en el camino que desseas. Sin ser mi homicida, dexaras, ¡o señora!, a cargo del silencio y del engaño tus pensamientos, y no me los declararas a tiempo que auias   —276→   de arrancar con las rayzes de mi amor mi alma, la qual, por ser tan tuya, te dexo a toda tu voluntad, y de la mia me destierro. Quedate en paz, bien mio, y conoce que el mayor que te puedo hazer es dexarte.

Llegóse la noche en esto, y, apartandose vn poco del camino, que era el de Napoles, oyo el sonido de vn arroyo que por entre vnos arboles corria, a la margen del qual, arrojandose de golpe en el suelo, puso en silencio la lengua, pero no dio treguas a sus suspiros.



  —277→  

ArribaAbajoCapitvlo doze del quarto libro

Donde se dize quien eran Periandro y Auristela


Parece que el bien y el mal distan tan poco el vno del otro, que son como dos lineas concurrentes, que, aunque parten de apartados y diferentes principios, acaban en vn punto. Sollozando estaua Periandro, en compañia del manso arroyuelo y de la clara luz de la noche; hazianle los arboles compañia, y vn ayre blando y fresco le enjugaua las lagrimas; lleuauale   -fol. 219v-   la imaginacion Auristela, y la esperança de tener remedio de sus males el viento, quando llegò a sus oydos vna voz estrangera, que, escuchandola con atencion, vio que en lenguaje de su patria, sin poder distinguir si murmuraua o si cantaua, y la curiosidad le lleuò cerca, y, quando lo estuuo, oyo que eran dos personas las que, no cantauan ni murmurauan, sino que en plática corriente estauan razonando; pero lo que mas le admirò, fue que hablassen en lengua de Noruega, estando tan apartados della. Acomodóse detras de vn arbol, de tal forma, que el y el arbol hazian vna misma sombra; recogio el aliento, y la primera razon que llegò a sus oydos fue:

  —278→  

-No tienes, señor, para que persuadirme de que en dos mitades se parte el dia entero de Noruega, porque yo he estado en ella algun tiempo, donde me llenaron mis desgracias, y se que la mitad del año se lleua la noche, y la otra mitad, el dia. El que sea esto assi, yo lo se; el porque sea assi, ignoro197.

A lo que respondio:

-Si llegamos a Roma, con vna esfera te hare tocar con la mano la causa desse marauilloso efeto, tan natural en aquel clima, como lo es en este ser el dia y la noche de ventiquatro horas. Tambien te he dicho cómo en la vltima parte de Noruega, casi debaxo del Polo Artico, está la isla que se tiene por vltima en el mundo, a lo menos, por aquella parte, cuyo nombre es Tile, a quien Virgilio llamò Tule en aquellos versos que dizen, en el libro I Georg.:


       ...ac tua nautæ
numina sola colant: tibi seruiat vltima Thule198.



Que Tule, en griego, es lo mismo que Tile en latin. Esta isla es tan grande, o poco menos, que Inglaterra,   -fol. 220r-   rica y abundante de todas las cosas necessarias para la vida humana199. Mas adelante, debaxo del mismo norte, como trecientas leguas de Tile, está la isla llamada Frislanda, que aura quatrocientos años que se descubrio a los ojos de las gentes200, tan grande, que tiene nombrede reyno, y no pequeño. De Tile es rey y señor Magsimino, hijo de la reyna Eustoquia,   —279→   cuyo padre no ha muchos meses que passò desta a mejor vida, el qual dexò dos hijos, que el vno es Magsimino que te he dicho, que es el heredero del reyno, y el otro, vn generoso moço llamado Persiles, rico de los bienes de la naturaleza sobre todo estremo, y querido de su madre sobre todo encarecimiento; y no se yo con qual poderte encarecer las virtudes deste Persiles, y assi, quedense en su punto, que no será bien que con mi corto ingenio las menoscabe: que, puesto que el amor que le tengo, por auer sido su ayo y criadole desde niño, me pudiera lleuar a dezir mucho, todavia será mejor callar, por no quedar corto.

Esto escuchaua Periandro, y luego cayo en la cuenta que el que le alabaua no podia ser otro que Serafido, vn ayo suyo, y que, assimismo, el que le escuchaua era Rutilio, segun la voz y las palabras que de quando en quando respondia. Si se admirò o no, a la buena consideracion lo dexo; y mas quando Serafido, que era el mismo que auia imaginado Periandro, oyo que dixo:

-Eusebia, reyna de Frislanda, tenia dos hijas de estremada hermosura, principalmente la mayor, llamada Sigismunda, que la menor llamauase Eusebia, como su madre, donde naturaleza cifrò toda la hermosura que por todas las partes de la tierra tiene repartida, a la qual, no se yo con que dissignio, tomando ocasion de que la querian hazer guerra ciertos enemigos suyos,   -fol. 220v-   la embiò a Tile, en poder de Eustoquia, para que seguramente, y sin los sobresaltos de la guerra,   —280→   en su casa se criasse, puesto que yo para mi tengo que no fue esta la ocasion principal de embialla, sino para que el principe Magsimino se enamorasse della y la recibiesse por su esposa: que de las estremadas bellezas se puede esperar que vueluan en cera los coraçones de marmol, y junten en vno los estremos que entre si estan mas apartados. A lo menos, si esta mi sospecha no es verdadera, no me la podra aueriguar la esperiencia, porque se que el principe Magsimino muere por Sigismunda, la qual, a la sazon que llegò a Tile, no estaua en la isla Magsimino, a quien su madre la reyna embiò el retrato de la donzella y la embaxada de su madre, y el respondio que la regalassen y la guardassen para su esposa; respuesta que siruio de flecha que atrauesso las entrañas de mi hijo Persiles, que este nombre le adquirio la criança que en el hize. Desde que la oyo, no supo oyr cosas de su gusto, perdio los brios de su juuentud, y, finalmente, encerro en el honesto silencio todas las acciones que le hazian memorable y bien querido de todos, y, sobre todo, vino a perder la salud y a entregarse en los braços de la desesperacion de ella. Visitaronle medicos; como no sabian la causa de su mal, no acertauan con su remedio: que, como no muestran los pulsos el dolor de las almas, es dificultoso y casi impossible entender la enfermedad que en ellas assiste. La madre, viendo morir a su hijo, sin saber quien le mataua, vna y muy muchas vezes le preguntò le descubriesse su dolencia,   —281→   pues no era possible sino que el supiesse la causa, pues sentia los efetos. Tanto pudieron estas persuassiones, tanto las solicitudes de la doliente madre,   -fol. 221r-   que, vencida la pertinacia o la firmeza de Persiles, le vino a dezir cómo el moria por Sigismunda, y que tenia determinado de dexarse morir antes que yr contra el decoro que a su hermano se le deuia; cuya declaracion resucitò en la reyna su muerta alegria, y dio esperanças a Persiles de remediarle, si bien se atropellasse el gusto de Magsimino, pues, por conseruar la vida, mayores respetos se han de posponer que el enojo de vn hermano. Finalmente, Eustoquia hablò a Sigismunda, encareciendole lo que se perdia en perder la vida Persiles, sujeto donde todas las gracias del mundo tenian su assiento, bien al reues del de Magsimino, a quien la aspereza de sus costumbres en algun modo le hazian aborrecible. Leuantóle en esto algo mas testimonios de los que deuiera, y subio de punto, con los hiperboles que pudo, las bondades de Persiles.

»Sigismunda, muchacha sola y persuadida, lo que respondio fue que ella no tenia voluntad alguna, ni tenia otra consejera que la aconsejasse sino a su misma honestidad; que, como esta se guardasse, dispusiessen a su voluntad della. Abraçóla la reyna, conto su respuesta a Persiles, y entre los dos concertaron que se ausentassen de la isla antes que su hermano viniesse, a quien darian por disculpa, quando no la hallasse, que auia hecho voto de venir a   —282→   Roma a enterarse en ella de la fe catolica, que en aquellas partes setentrionales andaua algo de quiebra, jurandole primero Persiles que en ninguna manera yria en dicho ni en hecho contra su honestidad. Y assi, colmandoles de joyas y de consejos, los despidio la reyna, la qual despues me conto todo lo que hasta aqui te he contado.

»Dos años, poco mas, tardò en venir el principe Magsimino a su reyno, que anduuo ocupado en   -fol. 221v-   la guerra que siempre tenia con sus enemigos; preguntò por Sigismunda, y el no hallarla, fue hallar su desassossiego; supo su viage, y al momento se partio en su busca, si bien confiado de la bondad de su hermano, temeroso pero de los rezelos, que por marauilla se apartan de los amantes. Como su madre supo su determinacion, me llamò a parte y me encargò la salud, la vida y la honra de su hijo, y me mandò me adelantasse a buscarle y a darle noticia de que su hermano le buscaua. Partiose el principe Magsimino en dos gruesissimas naues, y, entrando por el estrecho Herculeo, con diferentes tiempos y diuersas borrascas, llegò a la isla de Tinacria, y desde alli a la gran ciudad de Partenope, y agora queda no lexos de aqui, en vn lugar llamado Terrachina, vltimo de los de Napoles y primero de los de Roma; queda enfermo, porque le ha cogido esto que llaman mutacion, que le tiene a punto de muerte. Yo, desde Lisboa, donde me desembarqué, traygo noticia de Persiles y Sigismunda, porque no   —283→   pueden ser otros vna peregrina y vn peregrino de quien la fama viene pregonando tan grande estruendo de hermosura, que, si no son Persiles y Sigismunda, deuen de ser angeles humanados.

-Si, como los nombras -respondio el que escuchaua a Serafido- Persiles y Sigismunda, los nombraras Periandro y Auristela, pudiera darte nueua certissima dellos, porque ha muchos dias que los conozco, en cuya compañia he passado muchos trabajos.

Y luego le començo a contar los de la isla barbara, con otros algunos, en tanto que se venía el dia, y en tanto que Periandro, porque alli no le hallassen, los dexò solos y voluio a buscar a Auristela, para contar la venida de su hermano y   -fol. 222r-   tomar consejo de lo que deuian de hazer para huyr de su indignacion, teniendo a milagro auer sido informado en tan remoto lugar de aquel caso. Y assi, lleno de nueuos pensamientos, voluio a los ojos de su contrita Auristela, ya las esperanças casi perdidas de alcançar su desseo.



  —284→  

ArribaAbajoCapitvlo treze del quarto libro

Entretienese el dolor y el sentimiento de las rezien dadas heridas, en la colera y en la sangre caliente, que, despues de fria, fatiga de manera que rinde la paciencia del que las sufre. Lo mismo acontece en las passiones del alma: que, en dando el tiempo lugar y espacio para considerar en ellas, fatigan hasta quitar la vida. Dixo su voluntad Auristela a Periandro, cumplio con su desseo, y, satisfecha de auerle declarado, esperaua su cumplimiento, confiada en la rendida voluntad de Periandro, el qual, como se ha dicho, librando la respuesta en su silencio, se salio de Roma y le sucedio lo que se ha contado. Conocio a Rutilio, el qual conto a su ayo Serafido toda la historia de la isla barbara, con las sospechas que tenia de que Auristela y Periandro fuessen Sigismunda y Persiles; dixole assimismo que, sin duda, los hallarian en Roma, a quien, desde que los conocio, venian encaminados, con la dissimulacion y cubierta de ser hermanos; preguntò muchissimas vezes a Serafido   -fol. 222v-   la condicion de las gentes de aquellas islas remotas de donde era rey Magsimino, y reyna la sin par Auristela; voluiole a repetir Serafido cómo la isla de Tile o Tule, que agora vulgarmente   —285→   se llama Islanda, era la vltima de aquellos mares setentrionales, «puesto que vn poco mas adelante está otra isla, como te he dicho, llamada Frislanda, que descubrio Nicolas Temo, veneciano, el año de mil y trecientos y ochenta, tan grande como Sicilia, ignorada hasta entonces de los antiguos, de quien es reyna Eusebia, madre de Sigismunda, que yo busco. Ay otra isla, assimismo poderosa, y casi siempre llena de nieue, que se llama Groenlanda, a vna punta de la qual está fundado vn monasterio debaxo del titulo de santo Tomas, en el qual ay religiosos de quatro naciones: españoles, francesses, toscanos y latinos; enseñan sus lenguas a la gente principal de la isla, para que, en saliendo della, sean entendidos por do quiera que fueren. Está, como he dicho, la isla sepultada en nieue, y encima de vna montañuela está vna fuente, cosa marauillosa y digna de que se sepa, la qual derrama y vierte de si tanta abundancia de agua, y tan caliente, que llega al mar, y por muy gran espacio dentro del, no solamente le desnieua, pero le calienta, de modo que se recogen en aquella parte increyble infinidad de diuersos pescados, de cuya pesca se mantiene el monasterio y toda la isla, que de alli saca sus rentas y prouechos. Esta fuente engendra assimismo vnas piedras conglutinosas, de las quales se haze vn betun pegajoso, con el qual se fabrican las casas como si fuessen de duro marmol201. Otras cosas   -fol. 223r-   te pudiera dezir -dixo Serafido a Rutilio- destas islas, que ponen   —286→   en duda su credito, pero, en efeto, son verdaderas.»

Todo esto, que no oyo Periandro, lo conto despues Rutilio, que, ayudado de la noticia que dellas Periandro tenia, muchos las pusieron en el verdadero punto que merecian. Llegò en esto el dia, y hallóse Periandro junto a la yglesia y templo, magnifico y casi el mayor de la Europa, de san Pablo, y vio venir hazia si alguna gente, en monton, a cauallo y a pie, y llegando cerca, conocio que los que venian eran Auristela, Feliz Flora, Constança y Antonio, su hermano, y assimismo Hipolyta, que, auiendo sabido la ausencia de Periandro, no quiso dexar a que otra lleuasse las albricias de su hallazgo, y assi, siguio los pasos de Auristela, encaminados por la noticia que dellos dio la muger de Zabulon el iudio, bien como aquella que tenia amistad con quien no la tiene con nadie. Llegò en fin Periandro al hermoso esquadron, saludò a Auristela, notóle el semblante del rostro, y hallò mas mansa su riguridad y mas blandos sus ojos; conto luego publicamente lo que aquella noche le auia passado con Serafido, su ayo, y con Rutilio; dixo cómo su hermano, el principe Magsimino, quedaua en Terrachina enfermo de la mutacion, y con proposito de venirse a curar a Roma, y con autoridad disfraçada y nombre trocado, a buscarlos; pidio consejo a Auristela y a los demas de lo que haria, porque, de la condicion de su hermano el principe, no podia esperar ningun blando acogimiento. Pasmóse Auristela   —287→   con las no esperadas nueuas; desparecieronse en vn punto, assi las esperanças de guardar su integridad y buen proposito, como de alcançar por mas llano camino la compañia de su querido Periandro.

Todos los demas circunstantes   -fol. 223v-   discurrieron en su imaginacion que consejo darian a Periandro, y la primera que salio con el suyo, aunque no se le pidieron, fue la rica y enamorada Hipolyta, que le ofrecio de lleuarle a Napoles con su hermana Auristela, y gastar con ellos cien mil y mas ducados, que su hazienda valia. Oyo este ofrecimiento Pirro el Calabres, que alli estaua, que fue lo mismo que oyr la sentencia irremissible de su muerte: que en los rufianes no engendra zelos el desden, sino el interes; y como este se perdia con los cuydados de Hipolyta, por momentos yua tomando la desesperacion possession de su alma, en la qual yua atesorando odio mortal contra Periandro, cuya gentileza y gallardia, aunque era tan grande, como se ha dicho, a el le parecia mucho mayor, porque es propia condicion del zeloso parecerle magnificas y grandes las acciones de sus ribales.

Agradecio Periandro a Hipolyta, pero no admitio, su generoso ofrecimiento. Los demas no tuuieron lugar de aconsejarle nada, porque llegaron en aquel instante Rutilio y Serafido, y entrambos a dos, apenas huuieron visto a Periandro, quando corrieron a echarse a sus pies, porque la mudança del hábito no le pudo mudar la de su gentileza. Teniale abraçado Rutilio   —288→   por la cintura, y Serafido por el cuello; lloraua Rutilio de plazer, y Serafido de alegria.

Todos los circunstantes estauan atentos mirando el estraño y gozoso recibimiento. Sólo en el coraçon de Pirro andaua la melancolia atenazeandole con tenazas, mas ardiendo que si fueran de fuego; y llegò a tanto estremo el dolor que sintio de ver engrandecido y honrado a Periandro, que, sin mirar lo que hazía, o quiça mirandolo muy bien, metio mano a su espada, y por entre los braços de Serafido se la metio a Periandro   -fol. 224r-   por el ombro derecho, con tal furia y fuerça, que le salio la punta por el yzquierdo, atrauessandole, poco menos que al soslayo, de parte a parte. La primera que vio el golpe, fue Hipolyta, y la primera que gritò fue su voz, diziendo:

-¡Ay, traydor, enemigo mortal mio, y cómo has quitado la vida a quien no merecia perderla para siempre!

Abrio los braços Serafido, soltole Rutilio, calientes ya en su derramada sangre, y cayo Periandro en los de Auristela, la qual, faltandole la voz a la garganta, el aliento a los suspiros, y las lagrimas a los ojos, se le cayo la cabeça sobre el pecho, y los braços a vna y a otra parte. Este golpe, mas mortal en la apariencia que en el efeto, suspendio los animos de los circunstantes, y les robò la color de los rostros, dibuxandoles la muerte en ellos, que ya, por la falta de la sangre, a mas andar se entraua por la vida de Periandro, cuya falta amenazaua a todos el   —289→   vltimo fin de sus dias; a lo menos, Auristela la tenia entre los dientes, y la queria escupir de los labios. Serafido y Antonio arremetieron a Pirro, y, a despecho de su fiereza y fuerças, le assieron, y, con gente que se llegò, le embiaron a la prision, y el gouernador, de alli a quatro dias, le mandò lleuar a la horca por incorregible y asassino, cuya muerte dio la vida a Hipolyta, que viuio desde alli adelante.



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ArribaCapitvlo catorze del quarto libro

Es tan poca la seguridad con que se gozan los humanos gozos, que nadie se puede prometer en ellos vn minimo punto de firmeza. Auristela, arrepentida   -fol. 224v-   de auer declarado su pensamiento a Periandro, voluio a buscarle alegre, por pensar que en su mano y en su arrepentimiento estaua el voluer a la parte que quisiesse la voluntad de Periandro, porque se imaginaua ser ella el clauo de la rueda de su fortuna y la esfera del mouimiento de sus desseos; y no estaua engañada, pues ya los traia Periandro en disposicion de no salir de los de Auristela. Pero ¡mirad los engaños de la variable fortuna!: Auristela, en tan pequeño instante como se ha visto, se vee otra de lo que antes era: pensaua reyr, y está llorando; pensaua viuir, y ya se muere; creia gozar de la vista de Periandro, y ofrecesele a los ojos la del principe Magsimino, su hermano, que, con muchos coches y grande acompañamiento, entraua en Roma por aquel camino de Terrachina, y, lleuandole la vista el esquadron de gente que rodeaua al herido Periandro, llegò su coche a verlo, y salio a recebirle Serafido, diziendole:

-¡O principe Magsimino, y que malas albricias   —291→   espero de las nueuas que pienso darte! Este herido que ves en los braços desta hermosa donzella, es tu hermano Persiles, y ella es la sin par Sigismunda, hallada de tu diligencia a tiempo tan aspero, y en sazon tan rigurosa, que te han quitado la ocasion de regalarlos, y te han puesto en la de lleuarlos a la sepultura.

-No yran solos -respondio Magsimino-, que yo les hare compañia, segun vengo.

Y, sacando la cabeça fuera del coche, conocio a su hermano, aunque tinto y lleno de la sangre de la herida; conocio assimismo a Sigismunda por entre la perdida color de su rostro, porque el sobresalto, que le turbò sus colores, no le afeó sus facciones: hermosa era Sigismunda antes de su desgracia; pero hermosissima estaua despues de auer caido en ella: que tal vez los accidentes del dolor suelen acrecentar la belleza.   -fol. 225r-   Dexóse caer del coche sobre los braços de Sigismunda, ya no Auristela, sino la reyna de Frislanda, y en su imaginacion tambien reyna de Thile: que estas mudanças tan estrañas caen debaxo del poder de aquella que comunmente es llamada fortuna, que no es otra cosa sino vn firme disponer del cielo. Auiase partido Magsimino con intencion de llegar a Roma a curarse con mejores medicos que los de Terrachina, los quales le pronosticaron que, antes que en Roma entrasse, le auia de saltear la muerte, en esto mas verdaderos y esperimentados que en saber curarle; verdad es que, el mal que causa la mutacion, pocos le saben curar. En efeto: frontero   —292→   del templo de san Pablo, en mitad de la campaña rasa, la fea muerte salio al encuentro al gallardo Persiles y le derribò en tierra, y enterro a Magsimino, el qual, viendose a punto de muerte, con la mano derecha assio la yzquierda de su hermano y se la llegò a los ojos, y con su yzquierda le assio de la derecha y se la juntò con la de Sigismunda, y, con voz turbada y aliento mortal y cansado, dixo:

-De vuestra honestidad, verdaderos hijos y hermanos mios, creo que entre vosotros está por saber esto. Aprieta, ¡o hermano!, estos parpados, y cierrame estos ojos en perpetuo sueño, y con essotra mano aprieta la de Sigismunda y sellala con el si que quiero que le des de esposo, y sean testigos de este casamiento la sangre que estàs derramando y los amigos que te rodean. El reyno de tus padres te queda; el de Sigismunda heredas; procura tener salud, y gozeslos años infinitos.

Estas palabras, tan tiernas, tan alegres, y tan tristes, auiuaron los espiritus de Persiles, y, obedeciendo al mandamiento de su hermano, apretandole la muerte, la mano le cerro los ojos, y con la lengua, entre triste y alegre, pronunciò el si, y le dio de ser su esposo202 a Sigismunda. Hizo el sentimiento de la improuisa   -fol. 225v-   y dolorosa muerte en los presentes, y començaron a ocupar los suspiros el ayre, y a regar las lagrimas el suelo. Recogieron el cuerpo muerto de Magsimino y lleuaronle a san Pablo, y el medio viuo de Persiles, en el coche del muerto, le voluieron   —293→   a curar a Roma, donde no hallaron a Belarminia ni a Deleasir, que se auian ya ydo a Francia con el duque.

Mucho sintio Arnaldo el nueuo y estraño casamiento de Sigismunda; muchissimo le pesó de que se huuiessen mal logrado tantos años de seruicio, de buenas obras hechas, en orden a gozar pacifico de su sin ygual belleza; y, lo que mas le taraçaua el alma, eran las no creydas razones del maldiziente Clodio, de quien el, a su despecho, hazía tan manifiesta prueua. Confuso, atonito y espantado, estuuo por yrse, sin hablar palabra a Persiles y Sigismunda; mas, considerando ser reyes, y la disculpa que tenian, y que sola esta ventura estaua guardada para el, determinò yr a verles, y ansi lo hizo. Fue muy bien recebido, y, para que del todo no pudiesse estar quexoso, le ofrecieron a la infanta Eusebia para su esposa, hermana de Sigismunda, a quien el acetò de buena gana; y se fuera luego con ellos, si no fuera por pedir licencia a su padre: que, en los casamientos graues, y en todos, es justo se ajuste la voluntad de los hijos con la de los padres. Assistio a la cura de la herida de su cuñado en esperança, y, dexandole sano, se fue a ver a su padre, y preuenir fiestas para la entrada de su esposa. Feliz Flora determinò de casarse con Antonio el barbaro, por no atreuerse a viuir entre los parientes del que auia muerto Antonio. Croriano y Ruperta, acabada su romeria, se voluieron a Francia, lleuando bien que contar del sucesso de la fingida Auristela.   —294→   Bartolome el Manchego y la castellana Luysa, se fueron a Napoles, donde se dize que acabaron mal, porque no viuieron bien. Persiles   -fol. 226r-   depositò a su hermano en san Pablo, recogio a todos sus criados, voluio a visitar los templos de Roma, acariciò a Constança, a quien Sigismunda dio la cruz de diamantes, y la acompañò hasta dexarla casada con el conde su cuñado; y, auiendo besado los pies al Pontifice, sossegò su espiritu y cumplio su voto, y viuio en compañia de su esposo Persiles hasta que bisnietos le alargaron los dias, pues los vio en su larga y feliz posteridad.








 
 
FIN DE LOS TRABAJOS DE PERSILES Y SIGISMUNDA
 
 


  -fol. 226v-  

EN MADRID

Por Iuan de la Cuesta.

Año M. DC. XVII.



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