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Platónov

Comedia dramática en cuatro actos

(1880)

PERSONAJES

ANA PETROVNA VOINITZEVA, viuda joven del general Voinitzev.
SERGUEI PÁVLOVICH VOINITZEV, su hijastro.
SOFÍA YEGÓROVNA, esposa de Serguei.
Terratenientes, vecinos de los Voinitzev:
   PORFIRI SEMIÓNOVICH GLAGÓLIEV
   KIRIL PORFÍRICH GLAGÓLIEV, su hijo
   GUERÁSIM KUZMICH PETRIN
   PÁVEL PETRÓVICH SCHERBUK
MARÍA YEFÍMOVNA GRÉKOVA, veinte años.
IVÁN IVÁNOVICH TRILETZKI, coronel retirado.
NIKOLAI IVÁNOVICH TRILETZKI, su hijo médico.
ABRAHAM ABRÁMOVICH VENGUÉROVICH, judío rico.
ISAAC ABRÁMOVICH VENGUÉROVICH, su hijo, estudiante.
TIMOFEI GORDÉIEVICH BUGROV, comerciante.
MIJAÍL VASÍLIEVICH PLATÓNOV, maestro rural.
ALEXANDRA IVÁNOVNA (SASHA), esposa de Platónov. Hija de Triletzki.
OSIP, treinta años, cuatrero.
MARKO, mensajero del juez de paz, viejecillo.
VASILI   criados de los Voinitzev.
YAKOV     "        "   "      "
KATIA       "        "   "      "
Invitados, criados.

La acción se desarrolla en la finca de los Voinitzev, en una de las provincias del sur de Rusia



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Acto primero

Antesala en casa de LOS VOINITZEV. Una vidriera conduce al jardín, y dos puertas, a una habitación interior. Mobiliario de modelo antiguo y moderno, mezclado. Un piano de cola y, junto a él, un atril con un violín y partituras. Un armonio. Cuadros (oleografías) en marcos dorados.

Escena primera

ANA PETROVNA está sentada al piano, inclinando la cabeza sobre las teclas. NIKOLAI IVÁNOVICH TRILETZKI entra.     TRILETZKI. -(Se acerca a ANA PETROVNA.) ¿Qué?

     ANA. -(Levanta la cabeza.) Nada... Que estoy aburrida.

     TRILETZKI. -¡Déme, ángel mío, un cigarrillo! El cuerpo me pide terriblemente fumar. Desde esta mañana, no sé por qué, aún no he fumado...

     ANA. -(Le ofrece los cigarrillos.) Coja usted más, para no molestar después. (Encienden los cigarrillos.) ¡Estoy aburrida, Nikolai! Estoy triste, no hay nada que hacer, tengo morriña. Qué hacer, no sé... (TRILETZKI le coge la mano.) ¿Me toma el pulso? Estoy sana...

     TRILETZKI. -No, no le tomo el pulso... Quiero dar un beso. (Besa la mano.) Uno besa su mano, como una almohadilla... ¿Con que se lava las manos, que las tiene tan blancas? ¡Son maravillosas! La besaré otra vez. (Besa la mano.) ¿Jugamos al ajedrez?

     ANA. -Juguemos... (Mira el reloj.) Son las doce y cuarto... Seguramente nuestros invitados tienen hambre...

     TRILETZKI. -(Prepara el tablero de ajedrez.) Lo mas probable. En lo que se refiere a mí, tengo un hambre terrible.

     ANA. -Yo no lo decía por usted... Usted siempre está hambriento, aunque come a cada minuto... (Se sientan a jugar al ajedrez.) Usted sale... Venga... Primero hay que pensar, y luego jugar. Yo, aquí. Usted siempre tiene hambre...

     TRILETZKI.-Vamos... ¿Eh?... Tengo hambre... ¿Comeremos pronto?

     ANA. -No creo que comamos pronto... El cocinero se ha dignado, por nuestra llegada, emborracharse, y ahora no se tiene de pie. Almorzaremos pronto. En serio, Nikolai Ivánovich, ¿cuándo usted va a estar harto? Come, come, come..., ¡come continuamente! ¡Eso es terrible! ¡Un hombre tan pequeño y qué estómago más grande tiene!

     TRILETZKI. -¡Oh sí! ¡Es asombroso!

     ANA. -¡Ha entrado usted en mi habitación y, sin preguntar, se ha comido media empanada! ¿No sabía usted que esta empanada no es mía? ¡Es un cochinada, querido! ¡Juegue!

     TRILETZKI.-Yo no sabía nada. Solamente sé que la empanada se le agriará allí, si no me la como. ¿Usted piensa así? Puede... Yo pienso de esta manera... Si como mucho, entonces significa que estoy sano, y si estoy, sano, entonces, con su permiso... En cuerpo sano, alma sana. ¿Por qué piensa? Juegue, querida damita, sin pensar... (Canta.) Quisiera contarle, contarle...

     ANA. -Cállese... Me impide pensar.

     TRILETZKI. -Es una lástima que usted, mujer tan inteligente, no sepa una palabra de gastronomía. El que no sabe comer bien, es un monstruo... ¡Un monstruo moral!... Pues... ¡Eh! ¡Un momento, un momento! ¡Así no se juega! ¡Venga! ¿Adónde mueve usted? ¡Ah, bueno, eso es otra cosa! Pues el gusto ocupa en la naturaleza el mismo lugar que el oído y la vista, es decir, está entre los cinco sentidos que conciernen enteramente al dominio, madre mía, de la psicología. ¡De la psicología!

     ANA. -Usted, al parecer, se dispone a decir agudezas... ¡No diga agudezas, querido mío! Me tiene harta, y, además, no le van a usted... ¿No ha observado que no me río cuando dice agudezas? Ya es hora, a lo que parece, de que se dé cuenta de ello...

     TRILETZKI. -¡Usted juega, excelencia!... ¡Cuidado con el caballo! Usted no se ríe, porque no comprende... Así...

     ANA. -¿Qué mira» ¡Le toca a usted! ¿Qué cree usted? ¿Vendrá hoy aquí su ella?

     TRILETZKI.-Prometió venir. Dio palabra.

     ANA.-En tal caso, ya es hora de que estuviera aquí. Son las doce y pico... Usted... perdone por la indiscreción de la pregunta -¿anda con ella simplemente o en serio?

     TRILETZKI. -¿Qué quiere que diga?

     ANA.-Francamente, Nikolai Ivánovich, se lo pregunto no por cotilleo, sino amistosamente... ¿Qué es Grékova para usted y qué es usted para ella? Con sinceridad y sin agudezas, por favor... ¡Vamos! Se lo pregunto realmente como amiga...

     TRILETZKI. -¿Qué es ella para mí y qué soy yo para ella? Hasta ahora no se sabe...

     ANA. -Por lo menos...

     TRILETZKI. -Voy a su casa, charlo, mareo, ocasiono gastos a su madre en café, y... nada más. Usted juega. Debo decirle que voy un día sí y otro no, y a veces cada día. Paseamos por las oscuras avenidas. Yo le hablo de mis cosas, ella me habla de las suyas; además, me sujeta por este botón y quita de mi cuello la pelusa... Siempre estoy lleno de pelusa.

     ANA. -¡Vamos!

     TRILETZKI. -Nada más... Es difícil definir lo que, en rigor, me tira a ella. El tedio, el amor o alguna otra cosa, no lo puedo saber... Sé que después de comer la echo muchísimo de menos... Según informes casualmente tomados, resulta que también ella me echa de menos...

     ANA. -¿Amor, entonces?

     TRILETZKI. -(Encoge los hombros.) Es muy posible. ¿Qué piensa usted? ¿La amo o no?

     ANA. -¡Esto es gracioso! Usted lo sabrá mejor...

     TRILETZKI. -¡Ah..., usted no me comprende!... ¡Usted juega!

     ANA. -Juego. ¡No comprendo, Nikolai! A una mujer le resulta difícil comprenderle a usted a este respecto.

     TRILETZKI. -Ella es buena muchacha.

     ANA. -A mí me gusta. Tiene la cabeza lúcida. Solo que, amigo... No le cause de una manera u otra disgustos... De un modo u otro... Este pecado le sucede a usted a menudo... La visitará, la visitará, dirá un montón de sandeces, hará promesas, se jactará, y de ahí no pasará... Me da lástima de ella... ¿Qué hace ahora?

     TRILETZKI. -Lee...

     ANA. -¿También estudia química? (Se ríe.)

     TRILETZKI. -A lo que parece.

     ANA. -Excelente... ¡Cuidado! ¡Usted se lleva las piezas con la manga! ¡Me gusta por su afilada nariguilla! De ella podría salir un sabio bastante bueno...

     TRILETZKI. -¡No sabe qué camino tomar, pobre muchacha!

     ANA. -Escúcheme, Nikolai... Ruegue a María Yefímovna que venga a verme alguna vez. Me familiarizaré con ella y... juntos la calaremos, y la dejaremos ir en paz o la tomaremos en cuenta... Tal vez... (Pausa.) Yo le considero a usted un crío, una veleta, y por eso me mezclo en sus asuntos. Usted juega. Tal es mi consejo. O no tocarla en absoluto, o casarse con ella. Solo casarse..., ¡nada más! Y si, inesperadamente, quiere usted casarse, piénselo primero... Tenga la bondad de examinarla por todos los lados, no superficialmente: reflexione, medite, razone, y así no tendrá que llorar... después. ¿Me escucha?

     TRILETZKI. -Desde luego... La escucho con interés y credulidad.

     ANA. -Le conozco. Hace todo sin pensarlo y se casará sin pensarlo. En cuanto una mujer le enseña un dedo, usted está dispuesto a todo. Debe aconsejarse con sus íntimos... Sí... No confíe en su estúpida cabeza. (Golpea en la mesa.) ¡Qué cabeza tiene! (Silba.) ¡Silba, madre mía! Contiene mucho cerebro, pero no se ve en ella ni pizca de sentido.

     TRILETZKI. -¡Silba como un campesino! ¡Asombrosa mujer! (Pausa.) Ella no vendrá a su casa.

     ANA. -¿Por qué?

     TRILETZKI. -Porque Platónov viene a esta casa. No puede soportarle después de aquellos sus exabruptos. El hombre se imaginó que ella es tonta, se le metió eso en su despeluzada cabeza, y ahora no hay quien le disuada. No sé por que, considera como un deber suyo enojar a los tontos, les hace malas pasadas... ¡Juegue!... ¿Acaso ella es tonta? ¡Él no comprende a la gente!

     ANA.-Tonterías. No le consentiremos que se salga del tiesto. Dígala que no tenga miedo. ¿Por qué Platónov tarda tanto en venir? Hace ya tiempo que debería estar aquí... (Mira el reloj) Es una descortesía por su parte. Llevamos seis meses sin vernos.

     TRILETZKI.-Cuando yo venía hacia aquí, vi que las maderas de las ventanas de la escuela estaban herméticamente cerradas. Probablemente esté durmiendo todavía. ¡Es un canalla! También hace mucho tiempo que yo no le veo.

     ANA.-¿No estará enfermo?

     TRILETZKI.-Él siempre está sano. Todavía vive. (Entran PORFIRI GLAGÓLIEV Y VOINITZEV.)

Escena II

Dichos. GLAGÓLIEV y VOINITZEV

     GLAGÓLIEV. -(Entrando.) Así es, queridísimo Serguei Pávlovich. En este sentido, nosotros, las estrellas ponientes, somos mejores y más felices que ustedes, las nacientes. Y no había hombre, como ve, que perdiera, y había mujer que ganaba en el juego. (Se sientan.) Sentémonos, estoy fatigado... Amábamos a la mujer, como caballeros sin tacha, creíamos en ella, nos inclinábamos ante ella, porque veíamos en ella a un ser mejor... ¡La mujeres un ser mejor, Serguei Pávlovich!

     ANA. -¿Para qué trampear?

     TRILETZKI. -¿Quién trampea?

     ANA. -¿Quién ha colocado este peón aquí?

     TRILETZKI. -¡Usted misma le ha colocado!

     ANA. -¡Ah, ya!... Pardon...

     TRILETZKI. -¡Ahora salimos con pardon!

     GLAGÓLIEV. -Entre nosotros había también amigos. La amistad, en nuestro tiempo no parecía tan ingenua y tan innecesaria. En nuestro tiempo existían círculos literarios, ateneos. Por los amigos, entre otras cosas, estábamos decididos a penetrar en el fuego.

     VOINITZEV.-(Bosteza.) ¡Era un tiempo excelente!

     TRILETZKI. -Pero en nuestro terrible tiempo, los bomberos están para eso, para entrar en el fuego por los amigos.

     ANA. -Eso es estúpido, Nikolai. (Pausa.)

     GLAGÓLIEV. -El invierno pasado, en Moscú, en la Ópera, vi cómo un joven lloraba bajo la influencia de una buena música... ¿No es eso bueno?

     VOINITZEV. -Quizá, incluso, sea muy bueno.

     GLAGÓLIEV. -También yo pienso así. ¿Pero por qué, dígame, por favor, al mirarle, se reían las damas y caballeros que estaban sentados cerca de él? ¿Por qué se reían? Y el joven, al advertir que personas bondadosas veían sus lágrimas, empezó a dar vueltas en la butaca, se puso colorado, simuló en su semblante una sonrisa despreciable y después salió del teatro... En nuestro tiempo no nos avergonzábamos de las buenas lágrimas ni nos reíamos de ellas...

     TRILETZKI. -(A ANA.) ¡Que se muera este melifluo de melancolía! ¡No me gusta la pasión! ¡Hiere los oídos!

     ANA.-¡Chis!...

     GLAGÓLIEV.-Nosotros éramos mas felices que ustedes. En nuestro tiempo, quienes comprendían la música no se marchaban del teatro, se quedaban hasta el final de la ópera... Usted bobea, Serguei Pávlovich... Le he sometido...

     VOINITZEV.-No... ¡Resuma, Porfiri Semiónovich! Es hora...

     GLAGÓLIEV.-Bueno... Etcétera, etcétera. Si ahora se resume todo lo dicho por mí, resultará que en nuestro tiempo había hombres que amaban y odiaban, y por consiguiente, que se indignaban y despreciaban...

     VOINITZEV.-Estupendo. ¿Es que no los hay en nuestro tiempo?

     GLAGÓLIEV.-Pienso que no. (VOINITZEV se levanta y va hacia la ventana.) Hoy, la ausencia de estas gentes viene a ser como una tisis... (Pausa.)

     VOINITZEV.-¡Eso es una afirmación gratuita, Porfiri Semiónovich!

     ANA.-¡No lo resisto! Huele tanto a pachulís insoportables, que incluso me siento mal. (Tose.) ¡Apártese un poco atrás!

     TRILETZKI.-(Se aparta.) Está perdiendo, y los pobres pachulís tienen la culpa. ¡Es una mujer asombros.

     VOINITZEV.-Está mal, Porfiri Semiónovich, presentar una acusación fundándose exclusivamente en conjeturas y en parcialidad contra la juventud actual...

     GLAGÓLIEV.-Quizá. Es posible que esté equivocado.

     VOINITZEV.-¿Quizá?... En ese caso no debe tener lugar ese quizá... ¡La acusación no es una broma!

     GLAGÓLIEV.-(Se ríe.) Pero... usted se enfada, querido mío, empieza...¡Hum!...Esto demuestra que usted no es un caballero, que usted no sabe tratar con el debido respeto las opiniones del adversario.

     VOINITZEV.-Eso prueba que yo se indignarme.

     GLAGÓLIEV.-Yo, se comprende, no me refiero a todos sin excepción... Hay también excepciones, Serguei Pávlovich.

     VOINITZEV. -Se sobrentiende... (Hace una reverencia.) Le agradezco humildísimamente su concesión. Todo el encanto de sus procedimientos reside en estas concesiones. Bueno, ¿Y qué sucedería si tropezara con usted un hombre inexperto, que no le conoce, que cree en su saber? Entonces usted lograría convencerle de que nosotros, es decir, yo, Nikolai Ivánovich, mamá y, en general, todo lo que es más o menos joven, no sabemos indignarnos ni despreciar...

     GLAGÓLIEV.-Pero... usted... Yo no he dicho...

     ANA. -Yo quiero escuchar a Porfiri Semiónovich. ¡Dejemos de jugar! ¡Basta!

     TRILETZKI. -No, no... ¡Juegue y escuche!

     ANA. -¡Basta! (Se levanta.) Estoy harta. Después terminaremos la partida.

     TRILETZKI.-Cuando yo pierdo, ella permanece sentada como si estuviera pegada a la silla, pero en cuanto empiezo a ganar, manifiesta el deseo de escuchar a Porfiri Semiónovich. (A GLAGÓLIEV.) ¿Y quién le pide a usted hablar ¡No hace más que molestar! (A ANA.) Tenga la bondad de sentarse y continuar: de lo contrario, consideraré que ha perdido.

     ANA.-¡Considérelo! (Se sienta frente a GLAGÓLIEV.)

Escena III

Dichos y ABRAHAM VENGUÉROVICH

     VENGUÉROVICH.-(Entra.) ¡Hace calor! Este calor me recuerda a la Palestina judía. (Se sienta al piano y teclea.) Allí, dicen, hace mucho calor.

     TRILETZKI. -(Se levanta.) Lo anotaremos. (Saca del bolsillo un bloc.) ¡Lo anotaremos, buena mujer (Toma nota.) La generala... La generala me debe tres rublos... En total, con los anteriores: diez. ¡Eh! ¿Cuándo tendré el honor de recibir de usted esa suma?

     GLAGÓLIEV. -¡Eh, señores, señores! Ustedes no han conocido el pasado. Cambiarían de nota... Comprenderían... (Suspira.) ¡Ustedes no comprenden!

     VOINITZEV.-La literatura y la historia priman, al parecer, más sobre nuestra creencia... No hemos visto, Porfiri Semiónovich, el pasado, pero lo sentimos. Entre nosotros se deja sentir con mucha frecuencia. (Se golpea la nuca.) Pero usted no ve ni siente el presente.

     TRILETZKI.-¿Lo va a anotar usted en su cuenta, excelencia, o me va a pagar ahora?

     ANA. -¡Cállese! ¡No deja escuchar!

     TRILETZKI. -¿Para qué les escucha? ¡Van a estar hablando hasta la noche!

     ANA. -¡Serguei, da a este simple diez rublos!

     VOINITZEV. -¿Diez? (Saca la cartera.) Vamos, Porfiri Semiónovich, cambiemos de conversación...

     GLAGÓLIEV. -Bueno, si es que no le gusta.

     VOINITZEV. -Me agrada escucharle, pero no me place oír lo que huele a calumnia... (Da a TRILETZKI diez rublos.)

     TRILETZKI. -Merci. (Da unas palmadas en el hombro a VENGUÉROVICH.) ¡Así hay que vivir en este mundo! Senté a una mujer indefensa tras el tablero de ajedrez, y la limpié sin escrúpulos diez rublos. ¿Lo han visto? ¿Es meritorio?

     VENGUÉROVICH. -Completamente. Usted, doctor, es un auténtico hidalgo israelita.

     ANA. -¡Cállese, Triletzki! (A GLAGÓLIEV.) Así, ¿la mujer es la mejor persona, Porfiri Semiónovich?

     GLAGÓLIEV. -La mejor.

     ANA. -¡Hum!... Por lo visto, usted es un gran donjuán, Porfiri Semiónovich.

     GLAGÓLIEV. -Sí, me gustan las mujeres. Las adoro, Ana Petrovna. Veo en ellas, en cierto modo, todo lo que yo amo: mi corazón, y...

     ANA. -Usted las adora... Bueno, ¿valen ellas sus respetos?

     GLAGÓLIEV. -Sí.

     ANA. -¿Está usted convencido de ello? ¿Muy convencido, o solo se obliga a pensar así? (TRILETZKI toma el violín y pasa el arco por las cuerdas.)

     GLAGÓLIEV. -Muy convencido. Me basta conocerla solo a usted, para estar convencido de ello...

     ANA. -¿En serio? Usted tiene un fondo especial.

     VOINITZEV. -Es un romántico.

     GLAGÓLIEV. -Puede ser... ¿Y qué? El romanticismo es una cosa no absolutamente mala. Ustedes desterraron el romanticismo... Hicieron bien, pero temo que, junto con él, desterraron alguna otra cosa...

     ANA. -No entable, amigo mío, una polémica. No sé discutir. Lo desterramos o no lo desterramos, pero, en todo caso, somos más inteligentes, gracias a Dios. ¿No somos más inteligentes, Porfiri Semiónovich? Esto es lo principal... (Se ríe.) Que haya hombres inteligentes, que se hagan más inteligentes, y todo lo demás se realizará por sí mismo... ¡Ah! ¡No chirríe, Nikolai Ivánovich! ¡Deje el violín!

     TRILETZKI.-(Cuelga el violín) Buen instrumento.

     GLAGÓLIEV.-En cierta ocasión, Platónov se expresó felizmente... Nosotros, dijo él, hemos sentado la cabeza en lo que respecta a las mujeres, pero sentar la cabeza en lo que respecta a las mujeres significa enlodarse uno mismo y enlodar a la mujer...

     TRILETZKI.-(Ríe a carcajadas.) Probablemente, celebraba su día onomástico... Bebió más de la cuenta...

     ANA. -¿Eso dijo? (Se ríe.) Sí, a veces le gusta soltar tales sentencias... Lo dice para hacer un chiste... Por cierto, a propósito... ¿Qué le parece a usted Platónov? ¿Es héroe o no es héroe?

     GLAGÓLIEV.-¿Cómo decirle? Platónov, a m modo de ver, es el mejor intérprete de la vaguedad actual... Es el héroe de la mejor novela contemporánea, aún no escrita, por desgracia... (Se ríe.) Por vaguedad, entiendo el estado actual de nuestra sociedad: el literato ruso siente esa vaguedad. Se halla en un atolladero, se pierde, no sabe en qué detenerse, no comprende... ¡Resulta difícil entender a esos señores! (Señala a VOINITZEV.) Las novelas son malas hasta no poder más, ampulosas, mezquinas... ¡Y no es extraño! Todo es excesivamente vago, incomprensible... Todo se ha confundido en extremo, embrollado... El portavoz de esa vaguedad, a juicio mío, es nuestro inteligentísimo Platónov. ¿Está sano?

     ANA.-Dicen que está sano. (Pausa.) Es un hombrecillo simpático...

     GLAGÓLIEV.-Sí... Esta mal no respetarle. En el invierno fui varias veces a su casa, y jamás olvidaré las pocas horas que tuve la dicha de pasar con él.

     ANA.-(Mira el reloj) Ya es hora de que estuviera aquí. Serguei, ¿has mandado a buscarle?

     VOINITZEV.-Dos veces.

     ANA. -Todos ustedes mienten, señores. ¡Triletzki, corra, mande a Yakov a buscarle!

     TRILETZKI.-(Se estira.) ¿Ordeno que pongan la mesa?

     ANA.-Yo misma lo ordenaré.

     TRILETZKI. -(Va y tropieza junto a la puerta con BUGROV.) ¡Este comerciante resopla como una locomotora! (Le da unos golpes en el vientre y hace mutis.)

Escena IV

ANA PETROVNA, PORFIRI GLAGÓLIEV, ABRAHAM VENGUÉROVICH, VOINITZEV y BUGROV

     BUGROV.-(Entrando.) ¡Uf! ¡Qué calor hace! Va a llover, sin duda. VOINITZEV. -¿Viene usted del jardín?

     BUGROV.-Del jardín...

     VOINITZEV. -¿Está Sofia allí?

     BUGROV. -¿Qué Sofía?

     VOINITZEV.-¡Mi mujer, Sofía Yegórovna!

     VENGUÉROVICH. -Ahora voy. (Sale al jardín.)

Escena V

ANA PETROVNA, PORFIRI GLAGÓLIEV, VOINITZEV, BUGROV, PLATÓNOV y SASHA (en traje ruso)     PLATÓNOV.-(En la puerta, a SASHA) ¡Por favor! ¡Pase, joven! (Entra en pos de SASHA.) ¡Por fin no estamos en casa! ¡Saluda, Sasha! ¡Buenos días, excelencia! (Se acerca a ANA PETROVNA, la besa una mano y después la otra.)

     ANA. -Cruel, descortés... ¿Es que se puede obligar a hacerse esperar tanto tiempo? Pues usted sabe lo impaciente que soy. Querida Alexandra Ivánovna... (Se besa con SASHA.)

     PLATÓNOV. -¡Por fin no estamos en casa! ¡Gracias a Dios! Seis meses sin ver parquet, ni sillones, ni techos altos, ni siquiera incluso a personas... Hemos dormido durante todo el invierno en una guarida, como los osos, y solo hoy hemos salido a la luz del día. ¡Serguei Pávlovich! (Se besa con VOINITZEV.)

     VOINITZEV. -Y ha crecido, y engordado y... ¡Alexandra Ivánovna! ¡Madre mía, cómo ha engordado! (Estrecha la mano a SASHA.) ¿Está usted bien? ¡Ha embellecido y engrosado!

     PLATÓNOV. -(Estrecha la mano a GLAGÓLIEV.) Porfiri Semiónovich..., encantadísimo de verle...

     ANA. -¡Cómo están ustedes? ¿Cómo va su vida, Alexandra Ivánovna? ¡Siéntense, señores! Cuenten... ¡Sentémonos!

     PLATÓNOV.-(Ríe a carcajadas.) ¡Serguei Pávlovich! ¿Es él? ¡Dios mío! ¿Dónde están los cabellos largos, la blusa y su dulce voz de tenor? ¡Vamos, diga algo!

     VOINITZEV. -Yo soy tonto. (Se ríe.)

     PLATÓNOV. -¡Un bajo, un bajo perfecto! ¡Vamos! Sentémonos... ¡Muévase, Porfiri Semiónovich! Yo me siento. (Se sienta.) ¡Siéntense, señores! ¡Uf-f-f!... ¡Qué calor!... ¡Qué, Sasha! ¿Hueles? (Se sientan.)

     SASHA. -Huelo. (Risas.)

     PLATÓNOV. -Huele a carne humana. Es un encanto, ¿qué olor es ese? Me parece que hace ya un siglo que no nos veíamos. ¡El invierno es larguísimo! ¡Mira mi sillón! ¿Lo reconoces, Sasha? Hace seis meses, en él me pasaba yo días y noches, buscando con la generala la causa de todas las causas y perdiendo tus brillantes monedas de diez copeicas... Hace calor...

     ANA. -He aguardado largo tiempo, perdí la paciencia... ¿Se encuentra usted bien?

     PLATÓNOV. -Completamente bien... Debo decirle, excelencia, que usted ha engordado, y embellecido un poquito... Hoy hace calor, y bochorno... Empiezo a echar de menos el frío.

     ANA. -¡Qué bárbaramente han engordado los dos! ¡Qué gente más feliz! ¿Cómo le ha ido, Mijaíl Vasílievich?

     PLATÓNOV. -Mal, como de costumbre... Me he pasado durmiendo todo el invierno y no he visto el cielo en seis meses. Bebía, comía, dormía, leía en voz alta a mi mujer novelas de Mayne Reid... ¡Mal!

     SASHA. -Nos ha ido bien. solo que aburrido, se comprende.

     PLATÓNOV. -No aburrido, sino muy aburrido, alma mía. La echaba muchísimo de menos a usted... Por cierto, ahora mis ojos rebosan de alegría. Verla a usted, Ana Petrovna, después del largo y penosísimo aislamiento, es un lujo imperdonable.

     ANA. -¡Tome usted por esto un cigarrillo! (Le da un emboquillado.)

     PLATÓNOV. -Merci. (Encienden los cigarrillos.)

     SASHA. -¿Usted llegó ayer?

     ANA. -A las diez.

     PLATÓNOV. -A las once vi luces en su casa, pero temí entrar ¿Seguramente estaba cansada?

     ANA. -¡Y qué haber entrado!... Estuvimos charlando hasta las dos... (SASHA cuchichea al oído a PLATÓNOV.)

     PLATÓNOV. -¡Ah, diablos! (Se golpea la frente.) ¡Vaya memoria! ¿Por qué te has callado antes? ¡Serguei Pávlovich!

     VOINITZEV. -¿Qué?

     PLATÓNOV. -¡Él también calla! ¡Se ha casado y calla! (Se levanta.) ¡Yo me olvidé, y ellos callan!

     SASHA. -También yo me olvidé, mientras él hablaba aquí. ¡Enhorabuena, Serguei Pávlovich! ¡Le deseo... todo, todo lo mejor!

     PLATÓNOV. -Tengo el honor... (Se inclina.) ¡Amistad y amor, querido! ¡Ha hecho un milagro! ¡Yo en modo alguno esperaba de usted una acción tan importante e intrépida! ¡Tan pronto y tan rápido! ¿Quién podía esperar de usted semejante herejía?

     VOINITZEV. -¡He aquí cómo soy! ¡Y pronto, y rápido! (Carcajea.) Yo mismo no esperaba de mí tal herejía. En un periquete, amigo mío, se arregló el asunto. ¡Me enamoré y me casé!

     PLATÓNOV.-Sin un me enamoré no pasaba ni un invierno, pero en este invierno, además, se ha casado, se ha provisto de censura, como dice nuestro pope. ¡La mujer es la censura más horrible, más quisquillosa! ¡Resulta una desgracia, si es estúpida! ¿Ha encontrado colocación?

     VOINITZEV.-Me ofrecen un puesto en la escuela media, pero no sé qué hacer. No quisiera aceptarlo. El sueldo es bajo y además, en general...

     PLATÓNOV. -¿Pero lo va a aceptar?

     VOINITZEV. -De momento, aún no sé absolutamente nada. Probablemente, no...

     PLATÓNOV. -¡Hum!... Entonces, pasearemos. ¿Han transcurrido tres años desde que usted salió de la universidad?

     VOINITZEV.-Sí.

     PLATÓNOV. -Ya... (Suspirando.) ¡Y no hay quien le azote! Habrá que decírselo a su mujer... Estar ocioso tres años! ¿Eh?

     ANA. -Ahora hace calor para tratar materias elevadas... Quiero bostezar. ¿Por qué han tardado tanto tiempo en venir, Alexandra Ivánovna?

     SASHA. -Estuvimos ocupados. Misha estuvo arreglando una jaula, y yo fui a la iglesia. La jaula estaba rota, y no podíamos dejar al ruiseñor.

     GLAGÓLIEV. -¿Qué hay en la iglesia hoy? ¿Alguna fiesta?

     SASHA. -No... Fui a encargar una misa. Hoy es el aniversario de la muerte del padre de Misha, y él bien mereció una oración... Asistí al funeral... (Pausa.)

     GLAGÓLIEV. -¿Cuántos años hace que falleció su padre, Mijaíl Vasílievich?

     PLATÓNOV. -Tres, cuatro años...

     SASHA.-Tres años y ocho meses.

     GLAGÓLIEV. -¡Vaya!¡Dios mío! ¡Qué rápido pasa el tiempo! ¡Tres años y ocho meses! ¡Parece que no hace tanto tiempo que nos vimos la última vez! (Suspira.) Nos vimos la última vez en Ivánovka, los dos éramos jurados. Entonces sucedió un caso que caracteriza muy bien al difunto. Juzgábamos, recuerdo, a un pobre y borracho agrimensor estatal por concusión y (Se ríe.) le absolvimos... Vasili Andreich, el finado, insistió en que así fuera... Durante tres horas insistió, adujo pruebas, se acaloró... «No le inculparé -gritó- hasta que ustedes no presten juramento de que ustedes mismos no se dejan sobornar.» Era ilógico, pero... ¡no podíamos con él! Nos fatigó horriblemente con su clemencia... Entonces estaba también con nosotros el difunto general Voinitzev, su esposo. Ana Petrovna..., que también era un hombre muy especial en su género.

     ANA. -Eso no justificaría...

     GLAGÓLIEV. -Sí, él insistía en la acusación. Recuerdo a los dos, colorados, coléricos, violentos... Los campesinos tomaron el partido del general, y nosotros, los nobles, nos pusimos de parte de Vasili Andreich... Éramos, por supuesto, los más fuertes. (Se ríe.) Su padre provocó al general a duelo, el general le llamó, con perdón, «canalla»... ¡Tonterías! Después, los emborrachamos y reconciliamos. No hay nada más fácil que reconciliar a los rusos... Su padre era un buenazo, tenía buen corazón.

     PLATÓNOV. -No, bueno no, incoherente...

     GLAGÓLIEV. -Era un gran hombre, en su género... Yo le apreciaba. Nuestras relaciones eran excelentísimas.

     PLATÓNOV. -Bien, pero yo no puedo jactarme de eso. Me separé de él cuando yo no tenía aún ni un pelo en la barba, y en los tres últimos años éramos verdaderos enemigos. Yo no le respetaba, él me consideraba un hombre vacío y... los dos teníamos razón. ¡Yo no quiero a ese hombre! No le quiero, porque murió tranquilamente. Murió como mueren las personas honradas. Ser canalla y al mismo tiempo no querer reconocerlo, es una peculiaridad tremenda del miserable ruso.

     GLAGÓLIEV. -De mortuis aut bene aut nihil, Mijaíl Vasílievich!

     PLATÓNOV.-No... Eso es, una herejía latina. A mi juicio: de omnibus aut nihil, aut veritas. pero es mejor veritas que nihil, más instructivo al menos... Supongo que los muertos no necesitan de concesiones. (Entra IVÁN IVÁNOVICH)

Escena VI

Dichos e IVÁN IVÁNOVICH

     IVÁN. -(Entra.) Ta-ta-ta... ¡Mi yerno y mi hija! ¡Astros de la constelación del coronel Triletzki! ¡Buenos días, queridos! ¡Saludos de un cañón de Krupp! ¡Señores, qué calor! Míshenka, querido mío...

     PLATÓNOV. -(Se levanta.) ¡Buenos días, coronel! (Le abraza.) ¿Se encuentra usted bien?

     IVÁN. -Yo siempre me encuentro bien. El Señor me sufre y no me castiga. Sáshenka... (Besa a SASHA en la cabeza.) Hace tiempo que no os veía con mis propios ojos... ¿Estás bien de salud, Sáshenka?

     SASHA. -Bien... ¿Y tú?

     IVÁN. -(Se sienta al lado de Sasha.) Yo siempre estoy bien. En toda mi vida no he enfermado ni una sola vez... ¡Ya hace tiempo que no os veía! Todos los días pienso en ir a veros, visitar al nieto y criticar con mi yerno a la alta sociedad, pero nunca puedo... ¡Estoy ocupado, ángeles míos! Anteayer quise ir a tu casa, deseaba enseñarte, Míshenka, mi nueva escopeta de dos cañones, pero el jefe de Policía del distrito me detuvo, me obligó a jugar a la préférence... ¡Excelente escopeta! Es inglesa. A ciento setenta pasos he matado con perdigones... ¿Mi nieto está bien?

     SASHA.-Bien. Saludos de su parte...

     IVÁN. -¿Es que sabe saludar?

     VOINITZEV.-Se sobreentiende que espiritualmente.

     IVÁN.-Ya, ya... Espiritualmente... Dile, Sashurka, que crezca pronto. Que le llevaré conmigo de caza. Ya he preparado también para él una pequeña escopeta de dos cañones... Haré un cazador de él, para que, después de mi muerte, haya a quien dejar mis útiles de caza.

     ANA.-¡Iván Ivánovich, qué persona tan agradable! El día de San Pedro iremos con él a cazar codornices.

     IVÁN.-¡Sí! Nosotros, Ana Petrovna, organizaremos una caza de becadas. Organizaremos una expedición polar a Besovo Bolotze...

     ANA.-Probaremos su escopeta de dos cañones...

     IVÁN.-¡La probaremos, Diana divina! (Besa su mano.) ¿Se acuerda, madrecita, del año pasado? ¡Ja, ja! ¡Me gustan las personas como usted, que me mate Dios! ¡No me agrada la pusilanimidad! ¡He aquí donde está la auténtica emancipación de la mujer! ¡La olfateas el hombro, y huele a pólvora, a Aníbales y a Amílcares! ¡Es una voivoda, enteramente una voivoda! ¡Dale charreteras, y sucumbirá el mundo! ¡Iremos! ¡Y llevaremos a Sasha con nosotros! ¡Llevaremos a todos! ¡Les demostraremos lo que significa la sangre militar, Diana divina, excelencia, Alejandra de Macedonia!

     PLATÓNOV.-¿Te has emborrachado, coronel?

     IVÁN.-Por supuesto... Sin duda...

     PLATÓNOV.-Por eso has empezado a cacarear así.

     IVÁN.-Llegué aquí, hermano mío, alrededor de las ocho... Todos estaban durmiendo todavía... Vine aquí, y me puse a patear... Miro, sale ella..., se ríe... Nos bebimos una botella de Madera. Diana tomó tres copas. Y yo, el resto...

     ANA.-¡Que falta hace contarlo! (Entra corriendo TRILETZKI)

Escena VII

Dichos y TRILETZKI

     TRILETZKI.-¡A los señores parientes!

     PLATÓNOV.-¡A-a-ah!... ¡Malo es el médico de la corte de vuestra excelencia. Ana! Argentum nitricum... aquae destillatae... ¡Encantado de verle, querido! ¡Está sano, resplandece, brilla y huele!

     TRILETZKI.-(Besa a SASHA en la cabeza.) ¡que el diablo se lleve a tu Mijaíl! ¡Es un toro, un verdadero toro!

     SASHA.-¡Quita allá, cómo hueles a perfumes! ¿Estás bien?

     TRILETZKI.-Completamente bien. Habéis hecho bien en venir. (Se sienta.) ¿Cómo van los asuntos. Michel?

     PLATÓNOV.-¿Cuáles?

     TRILETZKI.-Los tuyos, se comprende.

     PLATÓNOV.-¿Los míos?¡Quién sabe cuáles son! Es largo, hermano de contar, además, no sería interesante. ¿Dónde te has cortado el pelo tan elegantemente? ¡Buen peinado! ¿Te costó un rublo?

     TRILETZKI.-A mí no me peina el barbero... Para esto tengo damas, y a las damas no las pago rublos por el peinado... (Come jalea de frutas.). Yo, hermano mío...

     PLATÓNOV. -¿Quieres decir una agudeza? No, no, no... ¡No te preocupes! No te molestes, por favor.

Escena VIII

Dichos, PETRIN y ABRAHAM VENGUÉROVICH. PETRIN entra con un periódico y se sienta. VENGUÉROVICH se sienta en un rincón.     TRILETZKI.-(A IVÁN IVÁNOVICH.) ¡Llora, padre!

     IVÁN. -¿Por qué he de llorar?

     TRILETZKI. -Pues, por ejemplo, de alegría... ¡Mírame! Esta es tu hija... (Señala a SASHA.) ¡Este es tu hijo! (Señala a PLATÓNOV.) ¡Y este joven es tu yerno! ¡La hija vale una joya! ¡Es una perla, papá! ¡Sólo tú pudiste engendrar una hija tan hermosa! ¿Y el yerno?

     IVÁN. -¿Por qué, amigo mío, debo llorar? No hay que llorar.

     TRILETZKI. -¿Y el yerno? ¡Oh..., vaya yerno! ¡No encontrarás otro como él, aunque recorras todo el universo! ¡Es honrado, generoso, magnánimo, justo! ¿Y el nieto? ¡Es un diablillo! Agita los brazos, los tiende hacia adelante y constantemente dice con voz chillona: «¡Babo! ¡Babo! ¿Adónde está el babo? ¡Traédmele aquí, al pilluelo, traedme aquí sus bigotitos!»

     IVÁN.-(Saca un pañuelo del bolsillo.) ¿Por qué tengo que llorar? ¡Bueno, gracias a Dios! (Llora.) No hay que llorar.

     TRILETZKI. -¿Lloras, coronel?

     IVÁN.-No... ¿Por qué? ¡Bueno. gracias a Dios!... ¿Qué?...

     PLATÓNOV.-¡Acaba ya, Nikolai!

     TRILETZKI. -(Se levanta y se sienta al lado de BUGROV.) ¡Ahora el «temperamento» es cálido, Timofei Gordéievich!

     BUGROV. -Efectivamente. Hace un calor semejante al que hay en el techo de la casa de baños. Un «temperamento» de unos treinta grados, cabe suponer.

     TRILETZKI. -¿Qué significará esto? ,Por qué hace tanto calor, Timofei Gordéievich?

     BUGROV. -Usted lo sabrá mejor.

     TRILETZKI. -Yo no lo sé. Yo soy doctor.

     BUGROV. -A mi juicio, hace tanto calor porque usted y yo nos reiríamos si en el mes de junio hiciese frío. (Risas.)

     TRILETZKI.-Ya... Ahora comprendo... ¿Qué es mejor para la hierba, Timofei Gordéievich, el clima o la atmósfera?

     BUGROV. -Todo es bueno, Nikolai Ivánovich, pero, para el trigo, la lluvia es más necesaria... ¿Qué provecho tiene el clima, si no llueve? Sin lluvia, el clima no vale ni un comino.

     TRILETZKI. -Ya... Eso es verdad... Por su boca, cabe pensar, habla la propia sabiduría. ¿Y qué opinión tiene usted, señor comerciante, respecto a todo lo demás?

     BUGROV. -(Se ríe.) Ninguna.

     TRILETZKI. -Lo que también era necesario demostrar. ¡Usted es un hombre inteligentísimo, Timofei Gordéievich! Bueno, ¿que opina usted acerca de un truco astronómico, para que Ana Petrovna nos dé de comer? ¿Eh?

     ANA. -¡Espere, Triletzki! ¡Todos esperan, espere también usted!



     TRILETZKI.-Ella no conoce nuestros apetitos. No sabe cómo todos nosotros, y en particular usted y yo, queremos beber. ¡Pero beberemos y comeremos bien, Timofei Gordéievich! En primer lugar... En primer lugar... (Cuchichea a BUGROV al oído.) ¿Está mal? Esto por la corbata... Crematum simplex, Allí hay de todo: y para consumir en el lugar donde se compra, y para ser consumido fuera del establecimiento... Caviar, lomo de esturión seco, salmón, sardinas... Además, un pastel de seis o siete pisos... ¡Así de grande! Está relleno con todas las maravillas de la flora y de la fauna del Viejo y del Nuevo Mundo... Con tal que sea pronto... ¿Tiene mucha hambre, Timofei Gordéievich? Sinceramente...

     SASHA.-(A TRILETZKI.) ¡No quieres tanto comer como armar jaleo! ¡No te gusta que la gente esté sentada tranquila!

     TRILETZKI. -No me gusta que maten a la gente de hambre, ¡gordinflona!

     PLATÓNOV.-Acabas de decir una agudeza, Nikolai Ivánovich. ¿Por qué no se ríen con ella?

     ANA. -¡Ah, qué pesado es! ¡Qué pesado es! ¡Es el colmo de la impertinencia! ¡Esto es terrible! ¡Espere, mala persona! ¡Le daré de comer! (Hace mutis.)

     TRILETZKI. -Ya hace tiempo que debías haberlo hecho.

Escena IX

Dichos, excepto ANA PETROVNA

     PLATÓNOV.-Por lo demás, no estaría de más... ¿Qué hora es? Yo también tengo hambre.

     VOINITZEV. -¿Dónde está mi mujer, señores? Platónov no la ha visto todavía... Debo presentársela. (Se levanta.) Iré a buscarla. Le ha gustado tanto el jardín, que en modo alguno se va de él.

     PLATÓNOV.-Entre otras cosas, Serguei Pávlovich, yo le rogaría que no me presentara a su mujer. Quisiera saber si ella me reconoce o no. En cierta ocasión la conocí un poquito y...

     VOINITZEV.-¿Que la conoce? ¿A Sonia?

     PLATÓNOV. -Nos conocimos... Cuando yo aún era estudiante, creo yo. No me presente, por favor, y cállese, no le diga ni una palabra de mi...

     VOINITZEV.-De acuerdo. Este hombre conoce a todo el mundo. ¿Y cuándo tiene tiempo de trabar relaciones? (Sale al jardín.)

     TRILETZKI.-¡Vaya artículo interesante que he publicado en El Correo Ruso, señores! ¿Lo han leído? ¿Lo ha leído usted, Abraham Abrámovich?

     VENGUÉROVICH. -Lo he leído.

     TRILETZKI.-¿No es verdad que es un artículo estupendo? ¡A usted, a usted, Abraham Abrámovich, le he presentado como a un gran caníbal! ¡He escrito de usted tales cosas, que toda Europa, sin duda, se horrorizará!

     PETRIN.-(Ríe a carcajadas.) ¿Sobre quien más ha escrito? ¡He aquí quién es ese V.! Bueno, ¿Y quien es B.?

     BUGROV.-(Se ríe.) Ese soy yo. (Se enjuga la frente) ¡Allá ellos!

     VENGUÉROVICH.-¡Y qué! Esto es muy loable. Si yo supiera escribir, sin falta escribiría en los periódicos. En primer lugar, dan dinero por ello, y en segundo lugar, entre nosotros no sé por que esta admitido considerar hombres muy inteligentes a quienes escriben. Solo que usted, doctor, no ha escrito ese artículo. Lo escribió Porfiri Semiónovich.

     GLAGÓLIEV.-¿De dónde lo sabe usted?

     VENGUÉROVICH. -Lo sé.

     GLAGÓLIEV. -Es extraño... Lo escribí yo, esto es cierto; pero de dónde lo sabe usted?

     VENGUÉROVICH. -Todo se puede saber, si se desea. Usted lo envió certificado, y el receptor de nuestra oficina de correos tiene buena memoria. Eso es todo... y no hay nada que adivinar. Mi malicia judía aquí nada tiene que ver... (Se ríe.) No tema, no me vengaré.

     GLAGÓLIEV. -Yo no tengo miedo, pero... me resulta extraño. (Entra GRÉKOVA.)

Escena X

Dichos y GRÉKOVA

     TRILETZKI. -(Se levanta bruscamente.) ¡María Yefímovna! ¡Esto es muy gracioso! ¡Vaya sorpresa!

     GRÉKOVA. -(Le da la mano.) ¡Buenos días, Nikolai Ivánovich! (Saluda con un movimiento de cabeza a todos.) ¡Buenos días, señores!

     TRILETZKI.-(Le quita la talma.) La quitaré la talma... ¿Está usted viva, se encuentra bien? ¡Buenos días, una vez más! (La besa la mano.) Está bien?

     GRÉKOVA. -Como siempre... (Se turba y se sienta en la primera silla que encuentra.) ¿Está en casa Ana Petrovna?

     TRILETZKI. -Sí. (Se sienta a su lado.)

     GLAGÓLIEV.-¡Buenos días, María Yefímovna!.

     IVÁN. -¿Esta es María Yefímovna? ¡A duras penas, la he reconocido! (Se acerca a GRÉKOVA y la besa la mano.) Tengo la dicha de ver... Me resulta muy agradable...

     GRÉKOVA. -¡Buenos días, Iván Ivánovich! (Tose.) Hace un calor espantoso... No me bese, por favor, la ma... Me siento violenta... No me gusta...

     PLATÓNOV. -(Se acerca a GRÉKOVA.) ¡Tengo el honor de saludarla!... (Quiere besarle la mano.),Cómo está usted? ¡Déme la mano!

     GRÉKOVA.-(Retira atrás la mano.) No es necesario...

     PLATÓNOV. -¿Por qué? ¿No soy digno?

     GRÉKOVA. -No sé si es digno o no, pero... usted ¿no es hipócrita?

     PLATÓNOV.-¿Hipócrita? ¿Cómo sabe usted que soy hipócrita?

     GRÉKOVA. -Usted no se hubiera puesto a besar mis manos, si yo no hubiese dicho que no me gusta este besuqueo... A usted, en general, le agrada hacer lo que a mí no me place.

     PLATÓNOV. -¡Ahora sale con esa conclusión!

     TRILETZKI. -(A PLATÓNOV.) ¡Retírate!

     PLATÓNOV. -Ahora... ¿Cómo marcha su éter de chinches, María Yefímovna?

     GRÉKOVA. -¿Qué éter?

     PLATÓNOV. -He oído que usted obtiene éter de chinches... Quiere enriquecer la ciencia... ¡Buen asunto!

     GRÉKOVA. -Usted siempre bromea...

     TRILETZKI. -Sí, siempre bromea... Así, pues, usted ha venido, María Yefímovna... ¿Cómo está su mamá?

     PLATÓNOV. -¡Qué sonrosada está! ¡Usted tiene mucho calor!

     GRÉKOVA.-(Se levanta.) ¿Para qué me dice todo esto?

     PLATÓNOV.-Quiero hablar un poco con usted... Hace mucho tiempo que no conversamos. ¿Por qué enfadarse? ¿Cuándo, al fin, va a dejar de enfadarse conmigo?

     GRÉKOVA.-Noto que usted no se siente a gusto cuando me ve... No sé en que le estorbo, pero... Yo le complazco, y en la medida de lo posible le rehuyo.. Si Nikolai Ivánovich no me hubiese dado palabra de honor de que usted no estaría aquí, yo no habría venido... (A TRILETZKI.) ¡No le da vergüenza mentir?

     PLATÓNOV.-¡Cómo no te da vergüenza mentir, Nikolai! (A GRÉKOVA.) ¿Va usted a llorar?... ¡Llore! Las lágrimas suelen aliviar... (GRÉKOVA se dirige rápida a la puerta, donde se encuentra con ANA PETROVNA.)

Escena XI

Dichos y ANA PETROVNA

     TRILETZKI.-(A PLATÓNOV.) ¡Es estúpido..., es estúpido! ¿Comprendes? ¡Es estúpido! Si lo haces otra vez..., ¡seremos enemigos!

     PLATÓNOV.-¿Tú que tienes que ver aquí?

     TRILETZKI.-¡Es estúpido! ¡No sabes lo que estás haciendo!

     GLAGÓLIEV.-¡Es cruel, Mijaíl Vasílievich!

     ANA.-¡María Yefímovna! ¡Cuánto me alegro! (Estrecha la mano a GRÉKOVA.) ¡Estoy muy contenta! Me visita tan raramente... Ha venido, y yo la quiero a usted por eso... Sentémonos... (Se sientan.) Estoy muy contenta... Gracias a Nikolai Ivánovich... Él se ha tomado la molestia de mendigarle salir de su aldea...

     TRILETZKI.-(A PLATÓNOV.) ¿Y si yo la amase, supongamos?

     PLATÓNOV.-Ámala... ¡Haz ese favor!

     TRILETZKI.-¡No sabes lo que dices!

     ANA.-¿Cómo está usted, querida mía?

     GRÉKOVA.-Bien, gracias.

     ANA.-Usted está fatigada... (La mira a la cara.) Es duro recorrer veinte verstas sin estar acostumbrado...

     GRÉKOVA.-No... (Se lleva el pañuelo a los ojos y llora.) No...

     ANA. -¿Qué le sucede, María Yefímovna? (Pausa.)

     GRÉKOVA.-No... (TRILETZKI anda por el escenario.)

     GLAGÓLIEV.-(A PLATÓNOV.) ¡Usted debe pedir perdón Mijaíl Vasílievich!

     PLATÓNOV.-¿Para qué?

     GLAGÓLIEV. -¿Y lo pregunta usted? Ha sido cruel...

     SASHA. -(Se acerca a PLATÓNOV.) ¡Da una explicación! ¡Si no, me iré!... ¡Pide perdón!

     ANA.-Yo misma tengo la costumbre de llorar después del viaje... ¡Los nervios se alteran!...

     GLAGÓLIEV.-Finalmente... ¡Yo lo exijo! ¡Es una descortesía! ¡No lo esperaba de usted!

     SASHA. -¡Pide perdón, te están diciendo! ¡Descarado!

     ANA.-Comprendo... (Mira a PLATÓNOV.) Él ha tenido tiempo... Perdóneme, María Yefímovna. Me olvidé de hablar con este..., con este... Yo soy la culpable...

     PLATÓNOV.-(Se acerca a GRÉKOVA.) ¡María Yefímovna!

     GRÉKOVA.-(Levanta la cabeza.) ¿Qué desea?

     PLATÓNOV. -Usted perdone... Públicamente le pido perdón... ¡Ardo de vergüenza en cincuenta hogueras!... Deme la mano... Juro por mi honor que es sinceramente. (Le toma la mano.) Reconciliémonos... No lloriqueemos... ¿Paz? (Besa su mano.)

     GRÉKOVA. -Paz. (Se cubre el rostro con el pañuelo y hace mutis. Tras ella hace mutis TRILETZKI.)

Escena XII

Dichos, excepto GRÉKOVA y TRILETZKI

     ANA. -Jamás llegué a pensar que usted se permitiría... ¡Usted!

     GLAGÓLIEV. -¡Prudencia, Mijaíl Vasílievich; por Dios, prudencia!

     PLATÓNOV. -¡Basta! (Se sienta en el diván.) Allá ella... Cometí la estupidez de empezar a hablar con ella, pero una estupidez no vale la pena de que se hable tanto de ella...

     ANA. -¿Para qué Triletzki fue tras ella? No a todas las mujeres les resulta agradable que vean sus lagrimas.

     GLAGÓLIEV. -Yo respeto en las mujeres esa sensibilidad... Usted no le dijo nada, al parecer, de particular; pero... una insinuación, una palabrita...

     ANA. -Muy mal, Mijaíl Vasílievich; muy mal.

     PLATÓNOV. -He pedido perdón, Ana Petrovna. (Entran VOINITZEV, SOFÍA YEGÓROVNA e ISAAC ABRÁMOVICH.)

Escena XIII

Dichos, VOINITZEV, SOFÍA YEGÓROVNA, ISAAC ABRÁMOVICH y, después, TRILETZKI     VOINITZEV. -(Entra corriendo.) ¡Viene, viene! (Canta.) ¡Viene! ISAAC se detiene en la puerta, con los brazos cruzados.)

     ANA. -¡Por fin, a Sofía le ha molestado este calor insoportable! ¡Por favor!

     PLATÓNOV. -(Aparte.) ¡Sonia! ¡Dios mío, cómo ha cambiado!

SOFÍA. -He hablado tanto con el señor Venguérovich, que me olvidé por completo del calor... (Se sienta en el diván, distanciada de PLATÓNOV.) Estoy entusiasmada de nuestro jardín, Serguei.

     GLAGÓLIEV. -Queridísimo amigo, Sofía Yegórovna. ¡Serguei Pávlovich!

     VOINITZEV. -¿Qué desea usted?

     GLAGÓLIEV. -Queridísimo amigo, Sofía Yegórovna me ha dado palabra de que, el jueves, ustedes vendrán a mi finca.

     PLATÓNOV. -(Aparte.) ¡Ella me ha mirado! ¡Ella me ha mirado!

     VOINITZEV. -Haremos honor a esa palabra. Iremos toda una compañía...

     TRILETZKI.-(Entra.) «¡Oh, mujeres, mujeres!», dijo Shakespeare, pero faltó a la verdad. Habría que decir: «¡Ah, mujeres, mujeres!»

     ANA.-¿Dónde está María Yefímovna?

     TRILETZKI.-Yo la acompañé al jardín. ¡Para que olvide su pena!

     GLAGÓLIEV.-¡Usted no ha estado nunca en mi finca! Confío en que le gustará... Mi jardín es mejor que el suyo, el río es profundo, hay buenos caballos... (Pausa.)

     ANA. -Silencio... Ha nacido tonto. (Risas.)

SOFÍA. -(Queda a GLAGÓLIEV, indicando con un movimiento de cabeza a PLATÓNOV.) ¿Quién es este? ¡Este que está sentado a mi lado!

     GLAGÓLIEV. -(Se ríe.) Es nuestro maestro... Desconozco su apellido.

     BUGROV. -(A TRILETZKI.) Dígame, por favor, Nikolai Ivánovich, usted puede curar todas las enfermedades o no?

     TRILETZKI. -Todas.

     BUGROV. -¿También el carbunco?

     TRILETZKI. -Y el carbunco.

     BUGROV. -Y si un perro rabioso muerde, ¿también puede curarlo?

     TRILETZKI. -¿Es que le ha mordido a usted un perro rabioso? (Se aparta de él.)

     BUGROV. -(Se turba.) ¡Dios me libre! ¿Qué cosas tiene usted, Nikolai Ivánovich! ¡Dios le guarde! (Risas.)

     ANA. -¿Cómo se va a su finca, Porfiri Semiónovich? ¿Por Yusnovka?

     GLAGÓLIEV. -No... Si van por Yusnovka, tienen que rodear. Vayan directamente hacia Platónovka. Yo vivo casi en la misma Platónovka, a dos verstas de ella.

     SOFÍA. -Yo conozco Platónovka. ¿Todavía existe?

     GLAGÓLIEV.-Cómo...

     SOFÍA.-En cierta ocasión conocí a su terrateniente, a Platónov. Serguei, ¿sabes tú dónde está ahora ese Platónov?

     PLATÓNOV.-(Aparte.) Mejor sería que me preguntase a mí dónde está.

     VOINITZEV. -Me parece que lo sé. ¿No recuerdas su nombre de pila? (Se ríe.)

     PLATÓNOV. -Yo también en cierta ocasión le conocí. Se llama, al parecer, Mijaíl Vasílievich. (Risas.)

     SOFÍA. -Sí, Sí... Se llama Mijaíl Vasílievich. Cuando yo le conocí, era aún estudiante, casi un muchacho... Ustedes se ríen, señores... Pero yo, la verdad es, no encuentro nada de ingenioso en mis palabras...

     ANA. -(Ríe a carcajadas y señala a PLATÓNOV.) Reconózcale, al fin; si no, él estallará de impaciencia. (PLATÓNOV se incorpora.)

     SOFÍA. -(Se levanta y mira a PLATÓNOV.) En efecto, es él. ¿Por qué calla, Mijaíl Vasílievich? ¿Es posible... que sea usted?

     PLATÓNOV. -¿No me reconoce, Sofía Yegórovna? ¡No es extraño! Han pasado cuatro años y medio, casi cinco, y no hay ninguna rata capaz de roer tan bien la fisonomía humana como mis últimos cinco años.

     SOFÍA. -(Le estrecha la mano.) Solo ahora empiezo a reconocerle. ¡Cómo ha cambiado usted!

     VOINITZEV. -(Conduce a SASHA hacia SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Esta, te la presento, es su mujer!... Alexandra Ivánovna, hermana del más ingenioso de los hombres, Nikolai Ivánovich.

     SOFÍA.-(Da la mano a SASHA.) Tanto gusto. (Se sienta.) ¡Ustedes están casados!... ¿Hace mucho tiempo? Claro que cinco años...

     ANA. -¡Bravo, Platónov! No va a ninguna parte, pero conoce a todos. ¡Sofía, le presento a nuestro amigo!

     PLATÓNOV.-Con esta espléndida presentación es suficiente para tener derecho a preguntarle, Sofia Yegórovna, cómo está usted en general. ¿Cómo marcha su salud

     SOFÍA. -Estoy en general bastante bien, pero mi salud es mediana. ¿Cómo está usted? ¿Qué hace en la actualidad?

     PLATÓNOV. -Mi destino me ha jugado una pasada, que de ninguna manera yo podía suponer, cuando usted veía en mí un segundo Byron y yo me imaginaba un futuro ministro de ciertos asuntos especiales y un Cristóbal Colón. Soy maestro de escuela, Sofía Yegórovna, nada más.

     SOFÍA.-¿Usted?

     PLATÓNOV. -Sí, yo... (Pausa.) Quizá resulte un poco extraño...

     SOFÍA. -¡Es inverosímil! ¿Por qué?... ¿Por qué no más?

     PLATÓNOV. -Es poco una frase, Sofía Yegórovna, para responder a su pregunta... (Pausa.)

     SOFÍA. -¿Usted, al menos, terminó sus estudios?

     PLATÓNOV. -No. Abandoné la Facultad.

     SOFÍA. -¡Hum! Eso, a pesar de todo, ¿no le impedirá ser hombre?

     PLATÓNOV. -Usted perdone... No comprendo su pregunta.

     SOFÍA. -Me he expresado de manera confusa. Eso no le impedirá ser hombre..., un trabajador, quiero decir, en el campo... siquiera, por ejemplo, de la libertad, de la emancipación de la mujer... ¿No le impedirá eso ser servidor de una idea?

     TRILETZKI. -(Aparte.) ¡Ha mentido como un sacamuelas!

     PLATÓNOV. -(Aparte.) ¡Ah, sí! ¡Hum!... (A SOFÍA.) ¿Cómo decirle? Tal vez no me lo impide, pero... impedir ¿qué? (Se ríe.) A mí nada puede impedirme... Yo soy una piedra tendida. Las piedras tendidas han sido creadas para procurar impedimentos... (Entra SCHERBUK.)

Escena XIV

Dichos y SCHERBUK

     SHERBUK. -(En la puerta.) No des avena a los caballos: ¡nos han traído mal!

     ANA. -¡Hurra! ¡Ha llegado mi gentilhombre!

     TODOS. -¡Pavel Petróvich!

     SHERBUK.-(En silencio besa la mano a ANA PETROVNA y a SASHA, en silencio saluda a los hombres, a cada uno por separado, y hace una reverencia general.) ¡Amigos míos! Díganme, a mi, sujeto indigno, ¿dónde está la persona a quien mi alma tiende a ver? Sospecho y pienso que esa persona, ¡es ella! (Señala a SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Ana Petrovna, permítame rogarle que me presente a ellos, para que sepan quién soy!

     ANA. -(Le coge del brazo y le lleva a donde SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Pavel Petróvich Scherbuk, corneta retirado de la Guardia!

     SHERBUK. -¿Y respecto a los sentimientos?

     ANA. -¡Ah, ya!... Nuestro amigo, vecino, caballero, invitado y acreedor.

     SHERBUK. -¡Efectivamente! ¡Amigo de su primerísima excelencia, el difunto general! Bajo su mando, tomaba yo fortalezas polonesas femeninas. (Se inclina.) ¡Permítame su mano!

     SOFÍA. -(Tiende la mano y la retira.) Es muy agradable, pero... no necesario.

     SHERBUK. -Es injurioso... Yo llevé a su esposo en brazos cuando él era todavía pequeño... Tengo una señal de él y esta señal la llevaré a la tumba. (Abre la boca.) ¡Mire! ¡Me falta un diente! ¿Lo ve? (Risas.) Yo le tenía en los brazos, pero él, Seriózhenka, se permitió golpearme en los labios con la pistola con que se entretenía. ¡Je, je, je!... ¡Un granujilla! No tengo el honor de saber su nombre ni su patronímico, pues usted lo mantiene en riguroso secreto. Con su belleza, usted me recuerda un cuadro... Solo que la naricita no es igual... ¿No me da su manita? (PETRIN se sienta junto a VENGUÉROVICH y le lee el periódico en voz alta.)

     SOFÍA.-(Tiende la mano.) Si usted se empeña...

     SHERBUK.-(Besa la mano.) ¡Merci! (A PLATÓNOV.) ¿Cómo marcha tu salud, Míshenka? ¡Has crecido mucho! (Se sienta.) Yo te conocí cuando tú admirabas, asombrado, la luz divina... Y creció y creció... ¡Puf! Cuidado con el mal de ojo ¡Eres un buen mozo! ¡Muy guapo! Oye, Cupido, ¿por qué no te haces militar?

     PLATÓNOV. -¡Tengo el pecho débil, Pavel Petróvich!

     SHERBUK. -(Señala a TRILETZKI.) ¿Lo ha dicho este? ¡Créele, al falsario, y perderás la cabeza!

     TRILETZKI. -¡Le ruego que no insulte, Pavel Petróvich!

     SHERBUK. -Él me trató los riñones... No comas de eso, no comas de lo otro, no duermas en el suelo... Bueno, y no me curó. Y yo le pregunto: «¿Por qué tomaste el dinero, si lo me curaste?» Y él me dice: «Cualquier cosa de las dos: o curar, o tomar el dinero.» ¿Qué clase de mozo es?

     TRILETZKI. -¿Por qué mentir, Pavel Petróvich? Permítame preguntarle: ¿cuánto dinero me dio usted? Recuerde que fui a su casa seis veces y recibí sólo un rublo, y además roto. Quise dárselo a un mendigo, y este no lo cogió. «Está roto -dijo-, muy roto; no tiene números.»

     SHERBUK. -Usted fue seis veces, no porque yo estuviera enfermo, sino porque mi arrendatario tiene una hija estupenda.

     TRILETZKI. -Platónov, tú estás sentado cerca de él... Dale un cachete en la calva de mi parte. ¡Haz el favor!

     SHERBUK.-¡Déjalo! ¡Basta! ¡No irrites al león durmiente! ¡Es joven aún, apenas le vemos! (A PLATÓNOV.) ¡Tu padre era un buen mozo! Éramos grandes amigos. ¡Era bromista! Ahora no hay tales pilluelos como éramos él y yo. ¡Eh! Ha pasado el tiempo... (A PETRIN.) ¡Guerasia! ¡Teme al Altísimo! Nosotros estamos aquí conversando, y tú lees en voz alta ¡Ten delicadeza! (PETRIN continúa leyendo.)

     SASHA. -(Empuja a IVÁN IVÁNOVICH en el hombro.) ¡Papá! ¡Papá, no duermas aquí! ¡Qué vergüenza! (IVÁN IVÁNOVICH se despierta y al cabo de un minuto de nuevo se queda dormido.)

     SHERBUK.-No... ¡Imposible hablar así!... (Se levanta.) Vean... ¡Está leyendo!

     PETRIN. -(Se levanta y se acerca a PLATÓNOV.) ¿Qué ha dicho usted?

     PLATÓNOV. -Absolutamente nada...

     PETRIN. -No, usted ha dicho algo... Usted ha dicho algo sobre Petrin.

     PLATÓNOV. -Usted lo ha soñado, probablemente...

     PETRIN. -¿Me critica usted?

     PLATÓNOV. -¡No he dicho nada! Le aseguro que usted lo ha soñado.

     PETRIN. -Puede usted decir cuanto quiera... Petrin... Petrin... ¿Qué Petrin? (Se mete el periódico en el bolsillo.) Petrin, tal vez, estudió en la universidad, es licenciado en Derecho, tal vez... ¿Lo sabe usted?... El grado universitario estará conmigo hasta la tumba... Sí. Soy funcionario de séptimo grado... ¿Lo sabe? Soy más viejo que usted. Tengo, gracias a Dios, sesenta años.

     PLATÓNOV. -Muy bien, pero... ¿qué se deduce de eso?

     PETRIN. -¡Cuando usted tenga tantos años como yo, alma mía, lo sabrá! ¡Vivir la vida no es una broma! La vida muerde...

     PLATÓNOV. -(Encoge los hombros.) La verdad es que no sé lo que usted quiere decir con eso, Guerásim Kuzmich... No le comprendo... Empezó a hablar de sí, y luego pasó a hablar de la vida... ¿Qué puede haber de común entre usted y la vida?

     PETRIN. -Cuando la vida le destroce a usted, cuando le zarandee bien, entonces usted mismo empezará a mirar con prevención a los jóvenes... La vida, señor mío... ¿Qué es la vida? ¡Mire! Cuando nace el hombre, elige uno de los tres caminos vitales, aparte de los cuales no existen otros: si vas a la derecha, los lobos te comerán si vas a la izquierda, tú mismo comerás a lo lobos: si vas recto, te comerás a ti mismo.

     PLATÓNOV. -Diga... ¡Hum!... ¿Usted ha llegado a esta deducción por la vía de la ciencia, de la experiencia?

     PETRIN. -Por la vía de la experiencia.

     PLATÓNOV.-Por la vía de la experiencia... (Se ríe.) Dígaselo, respetable Guerásim Kuzmich, a cualquiera otro, pero no a mí... En general, yo le aconsejaría no hablar conmigo de materias elevadas... Y me río, y, de veras, no creo. ¡No creo en su senil y tosca sabiduría! No creo, amigo de mi padre, profundamente, muy sinceramente, no creo en sus simples peroratas sobre cosas elevadas, en todo eso que usted cree haber alcanzado con su inteligencia.

     PETRIN. Sí... Efectivamente... De un árbol joven puedes hacer todo: una casita, y un barco, y todo... Pero el árbol viejo, ancho y alto, no vale para nada...

     PLATÓNOV. -Yo no hablo de los viejos en general, me refiero a los amigos de mi padre.

     GLAGÓLIEV. -¡Yo también fui amigo de su padre, Mijaíl Vasílievich!

     PLATÓNOV. -Él tenía muchos amigos... Era frecuente que todo el patio estuviera lleno de coches y calesas.

     GLAGÓLIEV. -No... Pero, entonces, tampoco me cree a mí? (Carcajada.)

     PLATÓNOV. -¡Hum!... ¿Cómo decirle? Tampoco a usted, Porfiri Semiónovich, le creo mucho.

     GLAGÓLIEV. -¿Sí? (Le tiende la mano.) ¡Gracias, querido mío, por la sinceridad! Su franqueza me liga aún más a usted.

     PLATÓNOV. -Usted es un buenazo. Yo incluso le respeto profundamente, pero... pero...

     GLAGÓLIEV. -¡Por favor, hable!

     PLATÓNOV. -Pero... pero hay que ser demasiado confiado para creer en todos esos hombres respetables, en todos esos sátrapas que solo son santos porque no hacen ni mal, ni bien. ¡No se ofendan, por favor!

     ANA. -No me gusta este género de conversaciones, y en particular si las sostiene Platónov... Siempre terminan mal. ¡Mijaíl Vasílievich, le presento a nuestro nuevo conocido! (Señala a ISAAC.) Isaac Abrámovich Venguérovich, estudiante...

     PLATÓNOV. -¡Ah!... (Se levanta y se dirige hacia ISAAC.) ¡Tanto gusto! Me alegro mucho. (Le tiende la mano.) Daría un capital ahora por tener derecho a llamarme de nuevo estudiante... (Pausa.) Le doy la mano. Tómela o déme usted la suya...

     ISAAC.-No haré ni lo uno ni lo otro...

     PLATÓNOV.-¿Qué?

     ISAAC.-No le daré a usted mi mano.

     PLATÓNOV. -Un enigma... ¿Por qué?

     ANA. -(Aparte.) ¡Que escándalo!

     ISAAC. -Porque tengo motivos para ello. ¡Yo desprecio a las personas que son como usted!

     PLATÓNOV. -¡Bravísimo!... (Le examina.) Yo le diría que esto me gusta terriblemente, si ello no cosquilleara su amor propio, que es necesario conservar para el futuro... (Pausa.) Usted me mira como un gigante a un pigmeo. Puede que, en efecto, sea usted un gigante.

     ISAAC. -Yo soy un hombre honrado y no un hombre ligero.

     PLATÓNOV. -Le felicito por ello... Sería extraño ver en un estudiante joven a un hombre no honrado... Nadie le pregunta a usted sobre su honradez... ¡No me da la mano, joven?

     ISAAC. -Yo no doy limosnas. (TRILETZKI sisea.)

     PLATÓNOV. -¿No me la da? Es cosa suya... Yo hablo de la urbanidad, no de limosna... Me desprecia mucho?

     ISAAC. -Tanto como le es posible al hombre que con toda su alma odia la trivialidad, el parasitismo, la presuntuosidad...

     PLATÓNOV. -(Suspira.) Hace mucho tiempo que no oía tales peroratas... Algo semejante se oye en las sonoras canciones del cochero... También yo, otrora, fui maestro en el arte de deshacerme... Solo que, por desgracia, todo eso no son más que frases... Frases bonitas, pero solamente frases... Sería mejor un poquito de sinceridad... Las notas falsas actúan terriblemente sobre un oído no acostumbrado...

     ISAAC.-¿No sería mejor que pusiéramos fin a esta conversación?

     PLATÓNOV.-¿Para qué? Nos escuchan con gusto: además, aún no hemos tenido tiempo de jorobarnos el uno al otro... Conversemos en el mismo espíritu... (Entra corriendo VASILI y tras él, OSIP.)

Escena XV

Dichos y OSIP

     OSIP. -(Entra.) ¡Hum!... Tengo el honor y el placer de felicitar a su excelencia por su llegada... (Pausa.) Y le deseo todo lo que usted desea de Dios. (Risas.)

     PLATÓNOV. -¡¿A quién veo?! ¡La comadre del diablo! ¡El más horrible de los hombres! El más terrible de los mortales.

     ANA. -¡Dígame, por favor! ¡Lo que le faltaba a usted! ¿A qué ha venido?

     OSIP. -A felicitar.

     ANA. -¡Hacía mucha falta! ¡Quítate de en medio!

     PLATÓNOV. -¡Tú, en la oscuridad de la noche y en la luz del día, inspiras un miedo terrible! ¡Hace tiempo que no te veía, homicida, número seiscientos sesenta y seis ¡Vamos, amigo! ¡Cuenta algo! ¡Escuchemos al gran Osip!

     OSIP. -(Tose.) ¡Sea usted bien venido, excelencia! ¡Enhorabuena, Serguei Pávlovich! ¡Le felicito por su matrimonio legítimo! ¡Dios quiera que todo... lo que respecta a la familia resulte lo mejor... de todo! ¡Dios quiera!

     VOINITZEV. -¡Gracias! (A SOFÍA YEGÓROVNA.) ¡Sofía, te presento al espantapájaros de nuestra aldea!

     ANA. -¡No le retenga, Platónov! ¡Que se marche! Estoy enfadada con él. (A OSIP.) Di en la cocina que te den de comer... ¡Qué ojos más feroces! ¿Robaste mucho en nuestro bosque durante el invierno?

     OSIP. -(Se ríe) Unos tres o cuatro arbolitos... (Risas.)

     ANA. -(Se ríe.) ¡Mientes más! ¡Tiene una cadenita! ¡Diga! ¿Esta cadenita es de oro? Permítame saber, ¿qué hora es?

     OSIP. -(Mira al reloj de pared.) La una y veintidós minutos... ¡Permítame besar su mano!

     ANA. -(Lleva la mano a sus labios.) Toma, besa...

     OSIP. -(Besa la mano.) ¡Le estoy muy agradecido a vuestra excelencia por su simpatía! (Se inclina.) ¿Por qué me agarra, Mijaíl Vasílievich?

     PLATÓNOV. -Temo que te marches. ¡Te quiero, gracioso! ¡Que el diablo te lleve! ¿Cómo es que, hombre prudente y sabio, tuviste la mala idea de venir a parar aquí?

     OSIP. -Perseguía a un tonto, a Vasili, y entré de paso.

     PLATÓNOV. -¡Un inteligente persiguió a un tonto, y no a la inversa! ¡Tengo el honor, señores, de presentárselo! ¡Es un sujeto de lo más interesante! ¡Uno de los animales feroces más interesantes del museo zoológico contemporáneo! (Da vueltas a OSIP hacia todos los lados.) Todos y cada uno le conocen como Osip, cuatrero, parásito, homicida y ladrón. ¡Nació en Voinitzevka, saqueaba y asesinaba en Voinitzevka y se pierde en esta misma Voinitzevka! (Risas.)

     OSIP. -(Se ríe.) ¡Usted es un hombre asombroso, Mijaíl Vasílievich!

     TRILETZKI. -(Examina a OSIP.) ¿A qué te dedicas, querido?

     OSIP. -Al robo.

     TRILETZKI. -¡Hum!... Agradable ocupación... ¡Qué cínico eres!

     OSIP.-¿Qué significa cínico?

     TRILETZKI. -Cínico es una palabra griega que, traducida a tu idioma, significa: un cerdo, que desea que todo el mundo sepa que él es un cerdo.

     PLATÓNOV. -¡Se sonríe, Dios mío! ¡Qué sonrisa es esa! ¡Qué cara, qué cara! ¡En este rostro hay cien quintales de hierro! ¡No es fácil romperlo contra una piedra! (Le conduce al espejo.) ¡Mira, monstruo! ¿Te ves? ¿Y no te asombras?

     OSIP. -¡Un hombre de lo más corriente! Incluso peor...

     PLATÓNOV. -¿Cómo? ¿Y no un héroe épico? ¿No Iliá Múrometz? (Le da unas palmadas en el hombro.) ¡Oh, bravo, victorioso ruso! ¿Qué hacemos ahora tú y yo? Callejeamos de esquina a esquina con gentuza mezquina, con parásitos, no conocemos nuestro puesto... Debemos ir al desierto con los caballeros, ser héroes con cabezas de cien quintales, con una espina, con un silbo, ¿Pincharías a Solovei Razboinik? ¿Eh?

     OSIP. -¡Y quién le conoce!

     PLATÓNOV. -¡Le pincharías! ¡Tú tienes fuerza! Esto no son músculos, sino cables. A propósito, ¿por qué no estás en presidio?

     ANA. -¡Acaba de una vez, Platónov! Verdaderamente, nos tiene hartos.

     PLATÓNOV. -¿Has estado al menos una vez en prisión, Osip?

     OSIP. -Alguna vez... Todos los inviernos.

     PLATÓNOV. -Bien hecho... Hace frío en el bosque, pues a la prisión. Pero ¿por qué no estás en la cárcel?

     OSIP.-No sé... ¡Dejeme ir, Mijaíl Vasílievich!

     PLATÓNOV.-¿No eres un soñador? ¿No estás fuera del tiempo y del espacio? ¿No estás al margen de las costumbres y de la ley?

     OSIP. -Un momento... En la ley está escrito que irás a Siberia sólo cuando las circunstancias lo demuestren o te sorprendan en el lugar del delito... Todo el mundo sabe, supongamos, que yo soy, admitamos, un ladrón y un bandido (Se ríe.), pero no todos pueden demostrarlo... ¡Hum!... Ahora, la gente no es valiente, es imbécil, no es inteligente, en una palabra... Tiene miedo a todo... Teme denunciar... Podrían deportarme, pero no comprenden las leyes... Tienen miedo a todo... Ahora, la gente es como un borrico, en una palabra... Todos tratan de ocupar un puesto a la chita callando... La gente es abominable, mala, ignorante... Y no da lástima ofender a tal gente...

     PLATÓNOV. -¡Con qué presunción razona este canalla! ¡Discurre con su inteligencia, este repugnante animal! Y se basa en teorías... (Suspira.) ¡Cuánta porquería aun es posible en Rusia!

     OSIP. -¡No sólo yo razono así, Mijaíl Vasílievich! Ahora, todos razonan de ese modo. Tome, por ejemplo, siquiera a Abraham Abrámovich...

     PLATÓNOV. -Sí, pero también él está fuera de la ley... Todo el mundo lo sabe, pero no todos lo demostrarán.

     VENGUÉROVICH. -Creo que se me podría dejar en paz...

     PLATÓNOV. -No merece la pena ocuparse de él. Es parecido a ti; la diferencia únicamente reside en que es más inteligente que tú y feliz como un pastorcillo arcádico. Bueno y... no se le puede insultar en la cara, pero a ti sí. Sois lobos de la misma camada, pero... ¡Él posee sesenta tabernas, amigo mío, sesenta tabernas, y tú no tienes ni sesenta copeicas!

     VENGUÉROVICH.-Sesenta y tres tabernas.

     PLATÓNOV. -Dentro de un año tendrá setenta y tres... Él hace favores, sirve comidas, todos le respetan, todos doblan el espinazo ante él, pero tú..., tú eres un hombre grande, pero, hermano, no sabes vivir. ¡No sabes vivir, eres un hombre pernicioso!

     VENGUÉROVICH.-Está usted empezando a fantasear, Mijaíl Vasílievich... (Se levanta y se sienta en otra silla.)

     PLATÓNOV. -En esa cabeza hay muchos pararrayos... Vivirá muy tranquilamente aún tantos años como ha vivido, si no más, y morirá... y morirá también tranquilamente.

     ANA. -¡Cállese. Platónov!

     VOINITZEV.-Mijaíl Vasílievich! ¡Osip, lárgate de aquí! Con tu presencia no haces más que irritar los instintos platonóvicos.

     VENGUÉROVICH. -Quiere echarme de aquí, ¡pero no lo conseguirá!

     PLATÓNOV. -¡Lo conseguiré! Si no lo logro, me marcharé yo mismo.

     ANA. -Platónov, ¿Por qué no se calla? No divague, sino diga explícitamente: ¿se va a callar usted o no?

     SASHA. -¡Cállate, por Dios! (Silencio.) ¡Es indecoroso! ¡Me avergüenzas!

     PLATÓNOV. -(A Osip.) ¡Lárgate! ¡De corazón te deseo la más rápida desaparición!

     OSIP. -Marfa Petrovna tiene un loro, que a todas las personas y perros llama tontos, y apenas ve un milano o a Abraham Abrámovich, grita: «¡Ah, tú, maldito!» (Ríe a carcajadas.) ¡Adiós! (Hace mutis.)

Escena XVI

Dichos, sin OSIP

     VENGUÉROVICH. -Nadie más que usted, joven, se hubiese permitido darme lecciones de moral, y además en tal forma. Yo soy un ciudadano, y diré la verdad, un ciudadano útil... Yo soy padre, y usted, ¿quién es? ¿Quién es usted, joven? Perdón, es un fatuo, un terrateniente arruinado, que ha tomado en sus manos una causa sagrada, a la que no tiene ni el menor derecho como hombre depravado...

     PLATÓNOV.-Ciudadano... Si usted es ciudadano, ¡entonces esa es una palabra muy mala! ¡Una palabra injuriosa!

     ANA.-¡No calla! Platónov, ¿por qué amargarnos el día con su inclinación al filosofismo? ¿Por qué hablar de más? ¿Acaso tiene derecho?

     TRILETZKI.-No se vive tranquilo con estos justísimos y honradísimos... Se meten en todas partes, por doquier todo va con ellos, todo les concierne...

     GLAGÓLIEV.-Han empezado, señores, repicando a gloria, y terminan doblando a muerto...

     ANA.-No hay que olvidar, Platónov, que si los invitados riñen, sus anfitriones están muy violentos...

     VOINITZEV.-Muy bien dicho, y por eso, desde este mismo minuto, chis general... ¡Paz, concordia y silencio!

     VENGUÉROVICH.-¡No me da ni un minuto de reposo! ¿Qué he hecho yo? ¡Qué charlatanería!

     VOINITZEV.-¡Chis!...

     TRILETZKI.-¡Que riñan! Resultará más divertido. (Pausa.)

     PLATÓNOV.-Cuando miras en torno tuyo y reflexionas seriamente, te hunde el desánimo... Y lo peor de todos los que son pasablemente decentes y honrados, callan como muertos, sólo miran... Todo lo miran con temor, todos hacen una reverencia hasta el suelo ante ese obeso y dorado advenedizo, todos están obligados a él de los pies a la cabeza. ¡El honor ha volado por la chimenea!

     ANA.-¡Cálmese, Platónov! ¡Ya empieza usted como el año pasado, y yo no lo soporto!

     PLATÓNOV.-(Bebe agua.) De acuerdo. (Se sienta.)

     VENGUÉROVICH. -De acuerdo. (Pausa.)

     SHERBUK.-¡Soy un mártir, amigos míos, un mártir!

     ANA.-¿Qué más?

     SHERBUK.-¡Pobre de mí, amigos! ¡Es mejor yacer en la tumba, que vivir con una mujer maligna! ¡Otra vez hubo problema! Hace una semana casi me mata con su diablo, ese pelirrojo Don Juan. Estoy durmiendo en mi patio bajo un manzano, soñando, contemplando con envidia cuadros pasados... (Suspira.) De repente... De repente alguien me golpea en la cabeza. ¡Dios mío! ¡Ha llegado el fin, pienso! Un terremoto, la lucha de los elementos, el diluvio, la lluvia de fuego... Abro los ojos, y ante mí está el pelirrojo... Me agarró por un costado, me sacudió con toda su fuerza en semejante parte, y luego me derribó a tierra. Mi mujer se acercó de un salto, como una fiera... Me agarró por mi inocente barba (Se coge la barba.), y me zarandeó. (Se golpea en la calva.) Casi me matan... Creí que me iba al otro mundo...

     ANA. -Usted exagera, Pavel Petróvich...

     SHERBUK.-Es vieja, mas vieja que todas en el mundo, no vale un pimiento, y ahora tiene... ¡amores! ¡La muy bruja! Esto le viene de perlas al pelirrojo. Él necesita mi dinero, no le hace falta su amor... (YÁKOV entra y entrega a ANA PETROVNA una tarjeta de visita.)

     VOINITZEV.-¿De quién es?

     ANA.-¡Cállese. Pável Petróvich! (Lee.) «Comte Glagóliev». ¿A qué estas ceremonias? Por favor, que pase. (A GLAGÓLIEV.) ¡Su hijo, Porfiri Semiónovich!

     GLAGÓLIEV. -¿Mi hijo? ¿De donde saca usted eso? ¡Mi hijo está en el extranjero! (Entra KIRIL PORFÍRIEVICH)

Escena XVII

Dichos y KIRIL PORFÍRIEVICH

     ANA.-¡Kiril Profírievich! ¡Qué amable!

     GLAGÓLIEV.-(Se levanta.) Tú, Kiril... ¿Has llegado? (Se sienta.)

     KIRIL.-¡Buenos días, mesdames! ¡Buenos días, Platónov, Venguérovich, Triletzki!... También el extravagante Platónov está aquí... ¡Salud, honor y respeto! En Rusia hace un calor espantoso... ¡Vengo directamente de París! ¡Directamente de la tierra francesa! ¡Uf!... ¿No lo creen? ¡Palabra de honor y de caballero! Acabo de llevar la maleta a casa... ¡Vaya un París, señores! ¡Qué ciudad!

     VOINITZEV.-¡Siéntese, francés!

     KIRIL.-No, no, no. Yo no he venido de visita, sino sólo... Necesito ver sólo a mi padre... (Al padre.) ¿Escuchas?

     GLAGÓLIEV.-¿Qué es?

     KIRIL. -¿Quieres reñir? ¿Por qué no me enviaste el dinero cuando te lo pedí, eh?

     GLAGÓLIEV. -En casa hablaremos de eso.

     KIRIL. -¿Por qué no me enviaste el dinero? ¿Te ríes? ¿Gastas bromas? ¿Bromeas? Señores, ¿es que se puede vivir en el extranjero sin dinero?

     ANA. -¿Cómo le ha ido en París? ¡Siéntese, Kiril Porfírievich!

     KIRIL. -¡Por culpa de él he regresado sólo con un mondadientes! ¡Le envié desde París treinta y cinco telegramas! ¿Por qué no me giraste el dinero, te pregunto? ¿Te pones colorado? ¿Estás avergonzado?

     TRILETZKI. -¡No grite, por favor, su excelencia! Si grita, enviaré al juez de Instrucción su tarjeta de visita y le haré responder judicialmente por adjudicarse un título condal que no le pertenece! ¡Es indecoroso!

     GLAGÓLIEV. -¡No armes, Kiril, un escándalo! Yo creía que seis mil rublos serían suficientes... ¡Cálmate!

     KIRIL. -¡Dame dinero, me marcharé otra vez! ¡Dámelo ahora! ¡Dámelo ahora! ¡Me marcho! ¡Dámelo en seguida! ¡Tengo prisa!

     ANA. -¿Adónde va con tanta prisa? ¡Tiene tiempo! Es mejor que nos cuente algo de su viaje...

     YÁKOV. -(Entra.) ¡La mesa está puesta!

     ANA. -¿Sí? ¡En tal caso, señores, vamos a comer!

     TRILETZKI. -¿A comer? ¡Hurra-a-a! (Coge con una mano la de SASHA, y con la otra a KIRIL, y corre.)

     SASHA. -¡Suéltame, tuno! ¡Yo misma iré!

     KIRIL. -¡Suélteme! ¡Qué marranada es esa! ¡No me gustan las bromas! (Se suelta. SASHA y TRILETZKI se alejan rápidamente)

     ANA.-(Coge del brazo a KIRIL.) ¡Vamos, parisiense! ¡No hay que malhumorarse inútilmente! Abraham Abrámovich, Timofei Gordéievich... ¡Se lo ruego! (Hace mutis con KIRIL.)

     BUGROV. -(Se levanta y se despereza.) ¡Mientras esperas este almuerzo, te quedas sin saliva! (Hace mutis.)

     PLATÓNOV. -(Da la mano a SOFÍA YEGÓRVNA.) ¿Me lo permite? ¡Qué ojos más maravillosos tiene! Para usted este mundo es un mundo desconocido. Es un mundo (Más bajo.) de bobos, Sofía Yegórovna, de tontos de remate, de ignorantes, de desesperados... (Hace mutis con SOFÍA YEGÓROVNA.)

     VENGUÉROVICH. -(A su hijo.) ¿Le has visto, eh?

     ISAAC. -¡Es el miserable más original! (Hace mutis con el padre.)

     VOINITZEV.-(Empuja a IVÁN IVÁNOVICH.) ¡Iván Ivánovich! ¡Iván Ivánovich! ¡A almorzar!

     IVÁN. -(Se levanta bruscamente.) ¿Eh? ¿Quién?

     VOINITZEV.-Nadie... ¡Vamos a almorzar!

     IVÁN. -¡Muy bien, querido mío! (Hace mutis con VOINITZEV y SCHERBUK)

Escena XVIII

PETRIN y GLAGÓLIEV

     PETRIN.-¿Quieres?

     GLAGÓLIEV.-Yo no tengo nada en contra... ¡Ya te lo decía yo!

     PETRIN.-Querido... ¿Quieres casarte sin falta?

     GLAGÓLIEV.-No sé, hermano. ¿Querrá ella casarse otra vez?

     PETRIN.-¡Querrá! ¡Dios me mate, querrá!

     GLAGÓLIEV.-¿Quién lo sabe? No conviene Conjeturar... El alma ajena es una tiniebla. ¿Por qué te preocupas tanto?

     PETRIN. -¿Cómo no me voy a preocupar, querido mío? Tú eres buena persona, y ella tan excelente... ¿Quieres que yo hable con ella?

     GLAGÓLIEV.-Yo mismo hablaré. Tú cállate de momento y... si es posible, por favor, no hagas gestiones. Yo solo sabré casarme. (Hace mutis.)

     PETRIN. -(Solo.) ¡Si supiera! ¡Santos sagrados, poneos en mi lugar!... ¡Si se casa la generala con él, yo seré rico! ¡Cobraré por las letras, santos sagrados! Incluso he perdido el apetito a causa de esta idea feliz. Quedan unidos los esclavos de Dios Ana y Porfiri, o, mejor dicho, Porfiri y Ana... (Entra ANA PETROVNA.)

Escena XIX

PETRIN y ANA PETROVNA

     ANA. -¿Por qué usted no va a almorzar!

     PETRIN. -Madrecita, Ana Petrovna, ¿se le puede hacer a usted una insinuación?

     ANA. -Hágala, pero pronto, por favor... No tengo tiempo...

     PETRIN. -¡Hum!... ¿No me da usted un poco de dinero, madrecita?

     ANA. -¿Y eso es una insinuación? Dista mucho de ser una insinuación. ¿Cuánto necesita? ¿Un rublo, dos?

     PETRIN.-Disminuya las letras. Estoy harto de mirar a estas letras... Las letras son únicamente una apariencia falsa, un sueno nebuloso. Ellas dicen: ¡tú posees! Pero, de hecho, resulta que no posees nada en absoluto.

     ANA.-¿Se refiere usted a aquellos dieciséis mil rublos? ¿Cómo no le da vergüenza? Es posible que no se le tuerza nada, cuando mendiga esa deuda? ¿Cómo no le resulta pecaminoso? ¿Para qué necesita usted, solterón, ese mal dinero?

     PETRIN. -Lo necesito porque es mío, madrecita.

     ANA.-Usted sacó esas letras a mi marido. Cuando él no estaba en su juicio, enfermo... ¿Se acuerda?

     PETRIN.-¿Y qué, madrecita? Las letras son para exigir dinero por ellas y pagarlas. Al dinero le gustan las cuentas.

     ANA. -Está bien, está bien... ¡Basta! ¡Yo no tengo dinero ni lo tendré para usted! ¡Lárguese, proteste! ¡Ah, licenciado en Derecho! Cualquier día de estos se morirá. ¿Para qué hace fullerías? ¡Qué excéntrico es usted!

     PETRIN.-¿Puedo hacerle, madrecita, una insinuación?

     ANA.-No. (Se dirige a la puerta.) ¡Váyase a masticar!

     PETRIN. -¡Un momento, madrecita! ¡Querida, un minuto! ¿Le gusta a usted Porfiri?

     ANA. -¡A usted qué le importa! No se preocupe de mí. ¡Vaya un licenciado!

     PETRIN.-¡Me importa! (Se golpea en el pecho.) Permítame preguntarle: ¿quién era el primer amigo del difunto general mayor? ¿Quién le cerró los ojos en su lecho de muerte?

     ANA. -¡Usted, usted, usted! ¡Bravo por eso!

     PETRIN. -Iré a beber por el reposo eterno de su alma... (Suspira.) Y a la salud de usted! ¡Usted es orgullosa y soberbia, señora! El orgullo es un defecto... (Hace mutis. Entra PLATÓNOV.)

Escena XX

ANA PETROVNA y PLATÓNOV

     PLATÓNOV. -¡El diablo sabe qué amor propio es ese! Le echas, y él sigue sentado, como si nada hubiera pasado... ¡He ahí en verdad el grosero amor propio de acaparador! ¿En qué piensa, excelencia?

     ANA. -¿Se ha tranquilizado usted?

     PLATÓNOV. -Me he calmado... Pero no nos enfademos... (Besa su mano.) Todos ellos, querida generala nuestra, son merecedores de que cualquiera tenga derecho a echarles de su casa...

     ANA. -¡Con qué placer, yo misma, insoportable Mijaíl Vasílievich, expulsaría a estos invitados!... Toda nuestra desgracia reside en que el honor, acerca del cual usted hablaba hoy a propósito de mí, es digerible solo en la teoría, pero de ningún modo en la práctica. Ni yo ni su elocuencia tienen derecho a expulsarlos. Pues todos ellos son nuestros benefactores, acreedores... Si yo les mirara por encima del hombro, mañana no estaríamos en esta finca. O la finca, o el honor, como usted ve... Opto por la finca... Compréndalo, querido charlatán, como quiera, y si usted quiere que yo no me marche de estos bellos lugares, no me recuerde el honor ni toque a mis perillanes... Me llaman allí... Hoy, después de comer, pasearemos... ¡No se tome la libertad de irse! (Le da unas palmadas en el hombro.) ¡Viviremos! ¡Vamos a comer! (Hace mutis.)

     PLATÓNOV.-(Después de una pausa.) No obstante, le echaré... ¡Echaré a todos?... Es absurdo, indelicado, pero los expulsaré... Me di palabra de no turbar a esta porquería; mas ¿qué hacer? El carácter es un elemento, pero el apocamiento y con tanta más razón... (Entra ISAAC.)

Escena XXI

PLATÓNOV e ISAAC

     ISAAC. -Oiga, señor maestro, yo le aconsejaría que no molestara a mi padre.

     PLATÓNOV. -Gracias por el consejo.

     ISAAC. -No bromeo. Mi padre tiene muchos conocidos, y podría fácilmente privarle a usted de su destino. Se lo advierto.

     PLATÓNOV. -¡Generosísimo joven! ¿Cómo se llama usted?

     ISAAC. -Isaac.

     PLATÓNOV. -O sea, Abraham engendró a Isaac. ¡Se lo agradezco, generosísimo joven! A su vez, tenga la bondad de comunicar a su papá que deseo que a él y a sus muchos conocidos se los trague la tierra. ¡Vaya a almorzar; si no, allí se lo comerán todo sin usted, joven!

     ISAAC. -(Se encoge de hombros y se dirige a la puerta.) Es extraño, si no estúpido... (Se detiene.) ¡No se crea que me enfado con usted, porque no deja en paz a mi padre! En absoluto. Yo sermoneo, pero no me enfado... Yo estudio en usted a los Chatski contemporáneos, y... ¡le comprendo! Si usted se divirtiera, si no estuviese tan aburrido por el ocio, entonces, créame, no importunaría a mi padre. Usted, señor Chatski, no busca la verdad, sino que se recrea, se entretiene... Como ahora no tiene servidumbre, necesita amonestar duramente a alguien. Bueno, amoneste a quien quiera...

     PLATÓNOV. -(Se ríe.) ¡De veras, muy amable! Usted, ¿sabe?, posee cierta pequeña imaginación...

     ISAAC. -Es de notar la repugnante circunstancia de que usted nunca riñe con mi padre a solas, cara a cara; elige para sus recreos la antesala, donde le vean los bobalicones en toda su magnitud. ¡Oh, teatral!

     PLATÓNOV. -Desearía hablar con usted dentro de unos diez años, incluso de cinco... ¿Cómo se conservará usted? ¿Perdurará intacto ese tono, ese brillo de los ojos? ¡Pues se estropeará, joven! ¿Se le dan bien las ciencias? Por la cara, veo que mal... ¡Se deteriorará! Por lo demás, ¡vaya a comer! No conversaré más con usted. No me gusta su feroz fisonomía...

     ISAAC. -(Se ríe.) Estético. (Se dirige a la puerta.) Es mejor una fisonomía feroz que una fisonomía que está pidiendo una bofetada.

     PLATÓNOV. -Sí, es mejor... Pero... ¡váyase a comer!

     ISAAC. -Nosotros no nos conocernos... No lo olvide, se lo ruego... (Hace mutis.)

     PLATÓNOV. -(Solo.) Es un joven que sabe poco, piensa mucho y habla mucho detrás de la esquina. (Mira a la puerta del comedor.) Está mirando a los lados... Me busca con sus acariciadores ojos. ¡Qué hermosa es todavía! ¡Cuánta belleza hay en su rostro! ¡Los mismos cabellos! ¡El mismo color, el mismo peinado!... ¡Cuántas veces me vi obligado a besar esos cabellos! Esa cabecita me inspira buenos recuerdos... (Pausa.) ¿Será posible que haya llegado ya también para mí la hora de contentarme solo con los recuerdos? (Pausa.) Los recuerdos son una cosa buena..., pero... ¿será posible que... haya llegado mi fin? ¡Oh, Dios no lo quiera, Dios no lo quiera! Es mejor la muerte... Hay que vivir... Vivir aún... ¡Todavía soy joven! (Entra VOINITZEV.)

Escena XXII

PLATÓNOV y VOINITZEV después, TRILETZKI

     VOINITZEV.-(Entra y se limpia los labios con una servilleta.) ¡Bebamos a la salud de Sofía, es inútil ocultarse!... ¡Venga!

     PLATÓNOV.-Miro y me admiro de su esposa... ¡Es maravillosa! (VOINITZEV se ríe.) ¡Usted es un hombre con suerte!

     VOINITZEV. -Sí... Lo reconozco... Soy feliz. En efecto, soy feliz, pero desde el punto de vista... no se puede decir que totalmente. ¡Pero en general soy muy dichoso!

     PLATÓNOV. -(Mira a la puerta del comedor.) ¡Hace tiempo que la conozco, Serguei Pávlovich! La conozco como a mis cinco dedos. ¡Qué guapa está, pero qué linda era! ¡Lástima que usted no la conociera entonces! ¡Qué guapa está!

     VOINITZEV. -Sí.

     PLATÓNOV. -¡Vaya ojos!

     VOINITZEV. -¡¿Y los cabellos?!

     PLATÓNOV. -¡Era una muchacha prodigiosa! (Se ríe.) ¡Pero mi Sasha, mi provinciana! ¡Ahí está sentada! ¡Apenas se la ve por detrás de la garrafa de vodka! ¡Está irritada, agitada, indignada por mi comportamiento! Se atormenta, la pobre, con la idea de que ahora todos me censuran y odian por haber reñido con Venguérovich.

     VOINITZEV. -Perdona por la indiscreción de la pregunta. ¿Tú eres feliz con ella?

     PLATÓNOV. -La familia, hermano... Si me la quitan, yo, a lo que parece, me perdería definitivamente... ¡El nido! Vivirás, conocerás. Solo es una lástima que tú has reñido poco, desconoces el valor de la familia. Yo no vendo a mi Sasha ni por un millón. Congeniamos lo mejor posible... Ella es boba, pero yo no sirvo para nada... (TRILETZKI entra. A TRILETZKI.) ¿Te has atiborrado?

     TRILETZKI. -Terriblemente. (Se golpea el vientre.) ¡Una fortaleza! Vamos a beber, perillanes; vamos, señores, por la llegada de los anfitriones... ¡Eh, hermanos!... (Abraza a los dos juntos.) ¡Bebamos! ¡Eh! (Se estira.) ¡Eh! ¡Nuestra vida es humana! El marido beato no pide consejo a los pecadores... (Se estira.) ¡Sois unos perillanes! ¡Unos pillos!...

     PLATÓNOV.-¿Has visitado hoy a tus enfermos?

     TRILETZKI. -De eso hablaremos después... ¡Oh, mira, Michel! Te lo digo de una vez para siempre. ¡No me molestes! Me tienes más harto que un rábano amargo con tus sermones, ¡Sé humano! ¡Convéncete, al fin, de que yo soy una pared y tú un guisante! O si tienes tantas ganas, si te pica la lengua, expónme por escrito todo cuanto quieras. ¡Lo aprenderé de memoria! O, finalmente, incluso dame lecciones a una hora determinada. Te concedo una hora al día... De las cuatro a las cinco de la tarde, por ejemplo... ¿Quieres? Hasta te pagaré un rublo por esa hora. (Se estira.) Todo el día, todo el día...

     PLATÓNOV.-(A VOINITZEV.) Explícame, por favor, qué significa el anuncio insertado en El Boletín? ¿Será posible que, efectivamente, haya llegado ya la hora?

     VOINITZEV. -¡No, no te preocupes! (Se ríe.) Se trata de una pequeña combinación comercial... Habrá subasta, y nuestra finca la comprará Glagóliev. Porfiri Semiónovich nos librará del banco, le pagaremos los intereses a él, y no al banco. Es una invención suya.

     PLATÓNOV. -No comprendo. ¿Qué utilidad saca él con eso? ¿Es que lo regala? No comprendo este regalo, y además es poco probable... que lo necesitéis.

     VOINITZEV. -No... Por otra parte, yo mismo no lo comprendo en absoluto. Pregunta a mi mamá, ella te explicará... Unicamente sé que, después de su venta, nos quedaremos con la finca y que pagaremos por ella a Glagóliev. Mamá ahora le abona sus cinco mil rublos. En todo caso, con el banco no resulta tan cómodo tener asuntos como con él. ¡Oh, estoy hasta la coronilla de ese banco! ¡Tú no has hartado tanto a Triletzki como el banco a mí! Dejemos el comercio. (Toma a PLATÓNOV del brazo.) ¡Vamos a beber por nuestro tuteo, Nikolai Ivánovich! ¡Vamos, hermano! (Coge a TRILETZKI del brazo.) ¡Bebamos por nuestras buenas relaciones, amigos! Aunque el destino me priva de todo. ¡Que se vayan al diablo todas estas combinaciones comerciales! ¡Con tal que estén sanas y salvas las personas a quienes yo quiero, ustedes, mi Sonia, mi madrastra! ¡Vosotros sois mi vida! ¡Vamos!

     PLATÓNOV. -Voy. ¡Beberé por todo y beberé, probablemente, todo! Hace ya tiempo que no me he emborrachado, y quiero embriagarme.

     ANA.-(En la puerta.) ¡Oh amistad, eres tú! ¡Buena troika! (Canta.) «Engancharé una troika de corceles fogosos...»

     TRILETZKI. -De caballos castaño oscuro...» ¡Empecemos por el coñac, muchachos!

     ANA.-(En la puerta.) ¡Vayan, gorrones, a comer! ¡Todo se ha enfriado!

     PLATÓNOV. -¡Oh, oh amistad, eres tú! Siempre he tenido suerte en el amor, pero nunca tuve suerte en la amistad. Temo, señores, que ustedes no tengan que llorar por mi suerte. ¡Bebamos por el resultado feliz de todas las amistades, incluida la nuestra! ¡Que su final no sea tempestuoso ni violento, como su comienzo! (Hace mutis por el comedor.)

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