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Acto cuarto

Despacho en casa del difunto general VOINITZEV. Dos días después del acto anterior. Es una mañana sombría y lluviosa. La lluvia golpea incesantemente en los cristales de las ventanas

Al levantarse el telón, SOFÍA YEGÓROVNA pasea de un lado a otro de la escena, mientras KATIA está de pie junto al fuego de la chimenea

Escena primera

SOFÍA y KATIA

     SOFÍA.-¡Cálmate, Katia! Habla con tranquilidad.

     KATIA.-Todo es turbio, señora. Las puertas y ventanas están abiertas de par en par. En las habitaciones todo está revuelto... Una puerta arrancada de sus goznes... Ha pasado algo terrible, señora. Además, una de nuestras gallinas ha cantado como si fuese un gallo. ¡Era un aviso!

     SOFÍA.-Según tú, ¿qué ha sucedido?

     KATIA.-No lo sé, señora. ¿Que puedo pensar yo? Sólo sé que ha sucedido algo... Para mi que Mijaíl Vasílievich se ha marchado, o se ha matado...

     SOFÍA.-No puede ser... ¿Has estado en la aldea?

     KATIA.-Sí. No está en el pueblo. Lo he recorrido cerca de cuatro horas...

     SOFÍA.-(Se sienta.) ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? (Pausa.) ¿Estás segura de que no está en la aldea? ¿Estás segura?

     KATIA.-No sé, señora... Algo malo ha sucedido... No en vano tengo el corazón partido. Olvídele, señora, olvídele. Es un pecado. (Llora.) Piense en el señor Serguei Pávlovich... Es él quien me causa pena. Era un muchacho hermoso, alegre de vivir, y vea en lo que se ha convertido: va de un lado para otro como si hubiera perdido el alma. Estoy triste por él, señora. ¡Olvídele, señora, olvídele!

     SOFÍA. -¿Qué debo olvidar?

     KATIA. -El amor. ¿Qué es lo que encuentra usted en ese amor? Un escándalo únicamente. También me da pena de usted. Usted también ha cambiado mucho en estos últimos días. No come, ni bebe, ni duerme. No hace más que toser.

     SOFÍA. -Ve, Katia. Inténtalo otra vez. Quizá él haya regresado ya a la escuela.

     KATIA. -Iré... (Pausa.) Pero usted haría mejor acostándose.

     SOFÍA. -Ve, Katia, otra vez. ¿Te has ido?

     KATIA. -(Aparte. Bruscamente, con voz llorona.) ¿Adónde voy a ir, señora?

     SOFÍA. -Tengo sueño. No he dormido en toda la noche. No grites tan alto. ¡Vete!

     KATIA.-Iré... Usted haría mejor en ir a acostarse. (Hace mutis.)

Escena II

SOFÍA YEGÓROVNA y, después, VOINITZEV

     SOFÍA. -¡Es horrible! Ayer me dio palabra de honor de que vendría a la isba a las diez y no vino... Le estuve esperando hasta el amanecer... ¡Y esto es palabra de honor! ¿Esto es amor, esto nuestro viaje?... No me ama.

     VOINITZEV.-(Entra.) Me acostaré... Quizá me quede dormido... (Al ver a SOFÍA.) ¿Tú..., aquí..., en mi despacho?

     SOFÍA. -Sí... (Mira alrededor.) Ya me iba. Entré casualmente, sin darme cuenta... (Va hacia la puerta.)

     VOINITZEV.-Un momento, Sofía, por favor.

     SOFÍA.-(Se detiene.) ¿Qué quieres?

     VOINITZEV.-Concédeme, por favor, dos o tres minutos... ¿Puedes estar aquí dos o tres minutos?

     SOFÍA.-¡Habla! ¿Tienes algo que decirme?

     VOINITZEV. -Sí... (Pausa.) Hacía una eternidad que no nos encontrábamos en esta habitación...

     SOFÍA.-Sí, una eternidad.

     VOINITZEV.-¿Vas a abandonarme?

     SOFÍA. -Sí.

     VOINITZEV.-¿Pronto?

     SOFÍA.-Hoy.

     VOINITZEV.-¿Con él?

     SOFÍA. Sí.

     VOINITZEV.-¡Que seáis felices! (Pausa.) ¡Buen material para la felicidad! Vas a fundar una sólida dicha con la pasión y la desesperación de otra persona... La desgracia de otro siempre es la felicidad de alguien. Por lo demás, esto es vicio... La mentira nueva se escucha con más agrado que la vieja verdad... ¡Idos con Dios! ¡Vivir como queráis!

     SOFÍA.-Tú querías decirme algo.

     VOINITZEV. -¿Es que estoy callado? Bueno... He aquí lo que quería decirte... Quiero permanecer completamente puro ante ti, no quedar en deuda contigo, y por eso te suplico que me perdones por mi proceder de ayer... Ayer por la tarde te dije palabras que herían, frases brutales. Perdóname, por favor... ¿Me perdonas?

     SOFÍA.-Te perdono. (Inicia el mutis.)

     VOINITZEV. -(Divagando ligeramente.) No te marches todavía. No te lo he dicho todo. Te diré algo más. (Suspira.) Me estoy volviendo loco, Sofía. No soy lo bastante fuerte para soportar este golpe... Yo estoy loco, pero lo comprendo todo... Aún me queda un rinconcito de luz en mi espíritu. Cuando se apague, estaré perdido. Lo comprendo todo... (Pausa.) Sé, por ejemplo, que ahora estoy en mi despacho, el cual ha pertenecido a mi padre, su excelencia el mayor general Voinitzev, caballero de San Jorge. Un hombre grande y altivo. Naturalmente, se le ha calumniado mucho. Pretendían que era un tirano, que pegaba a sus criados, que humillaba a la gente y que nadie podía verle. Pero lo que él tuvo que soportar, eso no lo han reconocido... (Señala al retrato.) ¿Puedo presentarte a Sofía Yegórovna, mi ex esposa? (SOFÍA intenta marcharse, pero él la detiene.) No, no te vayas todavía. Me oirás hasta el final. Después de todo, es la última vez.

     SOFÍA.-Lo has dicho todo... ¿Qué más puedes decir? Es necesario separarse... Nosotros ya nos hemos dicho todo. ¿Quieres demostrar que soy culpable ante ti? ¡No te molestes! Sé perfectamente lo que debo pensar de mí misma.

     VOINITZEV. -¿Qué puedo decir? ¡Oh, Sofía, Sofía! Tú no sabes nada. Absolutamente nada. Si no, no me mirarías de esta manera. (Cae de rodillas y le coge la mano.) Sofía, piensa en lo que haces... ¡Ten piedad de mí, por Dios! Me muero y me vuelvo loco. ¡No me abandones! Todo lo olvidaré; yo te he perdonado ya todo... Seré tu esclavo, te amaré... como te he amado hasta ahora. Yo te daré la felicidad. En mi casa serás dichosa como una diosa. Él no te reportará nada. Os perderéis los dos. ¡Vas a destruir a Platónov, Sofía! Quédate. De nuevo serás alegre, no estarás tan pálida ni serás tan desdichada. Él vendrá a vernos. Ya lo verás. Jamás hablaremos del pasado. Quédate, te lo suplico. Platónov estará de acuerdo conmigo... Le conozco... Él no te ama. Te ha tomado porque tú te has entregado a él. (Se levanta.) ¿Lloras?

     SOFÍA. -(Poniéndose en pie.) No tomes estas lágrimas a cuenta tuya. Quizá, Platónov esté de acuerdo... ¡Que lo esté! (Bruscamente.) ¡Todos sois viles! ¿Dónde está Platónov?

     VOINITZEV. -No sé.

     SOFÍA. -¡Déjame en paz! ¡Déjame! ¡Te odio! ¡Fuera de aquí! ¿Dónde está Platónov? Infames... ¿Dónde está Platónov? ¡Te odio!

     VOINITZEV. -¿Por qué?

     SOFÍA.-¿Dónde está Platónov?

     VOINITZEV. -Le he dado dinero y ha prometido marcharse. Si ha cumplido su promesa, quiere decirse que se ha marchado.

     SOFÍA. -¿Le has sobornado? ¡Mientes!

     VOINITZEV. -Por un millar de rublos ha renunciado a ti. No, no. No me creas. Es mentira. ¡Ese maldito Platónov está sano y salvo! Ve, tómale, bésate con él... ¡No le he sobornado! ¿Y es posible que tú..., que él sea feliz? ¡Y esto me lo dice mi mujer, mi Sofía...! ¿Qué significa todo esto? Sigo sin creerlo. Solo has tenido conversaciones platónicas con él, ¿verdad? No habréis llegado más lejos.

     SOFÍA. -(Fríamente.) Soy su mujer, su amante, lo que quieras. (Va a salir.) ¿Por qué quieres retenerme? No tengo tiempo de escuchar...

     VOINITZEV. -¡Espera, Sofía! ¿Eres su amante y me hablas con esta insolencia? (Cogiéndola de la mano.) ¿Y tú has podido? ¿Has podido...? (Entra ANA PETROVNA.)

     SOFÍA. -¡Déjame en paz! (Hace mutis.)

Escena III

VOINITZEV y ANA PETROVNA. ANA PETROVNA entra y se asoma a la ventana

     VOINITZEV.-(Agita la mano.) ¡Se acabó! (Pausa.) ¿Qué pasa?

     ANA. -Los campesinos han matado a Osip.

     VOINITZEV. -¿Ya?...

     ANA. -Sí... Cerca del pozo... ¿Lo ves? ¡Mírale!

     VOINITZEV. -(Asomándose a la ventana.) ¿Qué? Se lo tenía merecido. (Pausa.)

     ANA. -¿Conoces ya la noticia, hijo? Dicen que Platónov ha desaparecido... ¿Has leído la carta?

     VOINITZEV. -Sí.

     ANA. -Hablaba del asunto de nuestra propiedad. ¿Qué te parece?

     VOINITZEV. -¿Qué asunto?

     ANA. -Todo ha terminado..., completamente...:¡Puff! Así. Como un precioso juego de manos. Dios nos la dio, Dios nos la quitó... Y todo por causa de GLAGÓLIEV... ¿Quién lo hubiera pensado?

     VOINITZEV. -No comprendo. Perdóname, pero no estoy en mi ser.

     ANA. -Porfiri Glagóliev había prometido pagar por nosotros la hipoteca.

     VOINITZEV. -Como siempre lo ha hecho.

     ANA. -Pues bien: esta vez no lo hará. Ha desaparecido. Sus criados dicen que se ha marchado a París. El idiota ha debido de incomodarse... Si hubiese pagado por lo menos los intereses, hubiéramos podido arreglarnos con los acreedores durante un año. (Pausa.) En este mundo no sólo hay que desconfiar de los enemigos, sino también de los amigos.

     VOINITZEV. -En efecto. Hay que desconfiar de los amigos.

     ANA.-Bien, querido señor feudal, ¿qué vas a hacer ahora? ¿Dónde vas a ir? Dios se mostró generoso con tus antepasados, pero a ti te ha retirado la confianza. No te ha quedado nada...

     VOINITZEV. -Me es igual.

     ANA. -No tanto como crees. ¿Qué comerás? Sentémonos, hijo mío... (Se sientan.) Ante todo, conserva tu sangre fría.

     VOINITZEV. -No te preocupes por mí, mamá. ¿Para qué hablar de mí? Cuando tú misma apenas te tienes en pie... Primero, consuélate a ti misma, y luego ven a consolarme a mí. Tus propios nervios están a prueba.

     ANA. -Bueno... Las mujeres no cuentan... Su papel siempre es secundario. Ante todo, sangre fría, te repito. Lo único que cuenta es lo que tienes ante ti. Y tú tienes toda la vida. Una vida de honradez y trabajo. ¿Por qué entristecerte? Tú podrías ocupar un puesto en el colegio. Eres un muchacho inteligente. Estás fuerte en filología. Tienes sólidas convicciones, buenos sentimientos y una esposa modelo.

     VOINITZEV. -Mamá...

     ANA. -No tienes por qué quejarte... ¡Si quieres, llegarás lejos!

     VOINITZEV. -Pero...

     ANA. -Únicamente que si no disputaras con tu mujer... Vuestra luna de miel apenas ha terminado... ¿Por qué no eres franco conmigo? ¿Hay algo que no marcha bien? ¿Qué ocurre entre vosotros?

     VOINITZEV.-No pasa nada. Ya todo ha pasado... Fue ayer exactamente cuando supe la verdad. (Suspira.) ¡Tengo el honor de presentarte a un cornudo!

     ANA. -¡Serguei! ¡Qué broma tan estúpida! No reflexionas. ¿Sientes la gravedad de esta acusación?

     VOINITZEV.-La siento, mamá. ¡Y no «en sentido fígurado»!

     ANA. -¡Calumnias a tu mujer!

     VOINITZEV.-Te lo juro ante Dios. (Pausa.)

     ANA.-¿Y ha sido aquí, en Voinitzevka?

     VOINITZEV.-Sí, en este maldito Voinitzevka.

     ANA.-¿Quién diablos, en este caserío, ha podido tener esa idea tan extraña? ¿Acaso Glagóliev el joven? Pero ellos no vienen ya casi nunca. No, no puede ser. Son celos estúpidos.

     VOINITZEV. -(De repente.) ¡Platónov!

     ANA. -¿Platónov?

     VOINITZEV.-Sí; él.

     ANA.-(Saltando.) Está permitido decir barbaridades, pero hasta ese extremo, no. Has soltado una tontería. Deberías saber contenerte.

     VOINITZEV. -Bueno, pregúntaselo a ella y a él. Tampoco yo quería creerlo, pero Sofía me abandona hoy y él la acompaña.

     ANA. -Eso no puede ser, Serguei. Lo has inventado todo. ¡Como un crío!

     VOINITZEV. -Créeme. Se marcha hoy. Durante estos dos últimos días no ha dejado de afirmar que ella era su amante.

     ANA. -Ahora recuerdo... Recuerdo... Ahora lo comprendo todo. Cállate, que me acuerde de todo, cállate... (Pausa. Entra BUGROV.)

Escena IV

Dichos y BUGROV

     BUGROV.-Buenos días. ¿Están ustedes bien?

     ANA. -(Para sí, siempre preocupada) Sí... Sí... ¡Esto es horrible!

     BUGROV. -Llueve a cántaros, y, sin embargo, hace mucho calor. (Se enjuga la frente.) ¡Puaf! Estoy calado hasta los huesos. Y, no obstante, tenía paraguas. (Como ve que no le hacen caso, repite.)¿Están ustedes bien? (Nadie responde.) He venido a verles a propósito de aquella venta espantosa. ¡Es vergonzoso! Y duro para ustedes. Yo... yo les ruego que no lo tomen a mal. En realidad, no he sido yo quien ha prescrito las hipotecas, sino Abrabam Abrámovich, jurídicamente a mi nombre... Sus acreedores se han solidarizado...

     VOINITZEV.-(Violento, agitando la campanilla que hay sobre la mesa) ¿Dónde están los criados?

     BUGROV.-No he sido yo. Ellos han prescrito en mi nombre. (Se sienta. YÁKOV entra.)

     VOINITZEV.-(A YÁKOV.) Haré que os azoten. Os he dicho cien veces que no quería recibir ninguna visita hoy. (Tose.)

     ANA. -Hace meses que no se les paga.

     VOINITZEV. -¡Brutos! ¡Les haría falta que hubieran estado a nuestro servicio en tiempos de mi padre! (Tira la campanilla y se pasea furioso.) ¡Largo de aquí! Canallas... (YÁKOV encoge los hombros y hace mutis.)

     BUGROV.-(Tose.) Ha sido jurídicamente a mi nombre como se ha realizado la acción, ¿comprenden? Abraham Abrámovich me ha dicho que ustedes podrían vivir aquí como antes. Al menos, hasta Navidad. Naturalmente, será preciso realizar algunos cambios. Pero, en fin.... eso no tiene que preocuparles. Y si llegase el.... bueno, el desahucio, siempre podrían instalarse en las dependencias. Están calientes, bien arregladas y son muchas habitaciones... (Pausa.) También me encargó que le preguntase si estaba dispuesta a vender sus minas, Ana Petrovna, ¿comprende? Esas minas de carbón que le dejó su marido... Usted podría conseguir un buen precio, si me encargara...

     ANA.-No... No se las venderé a nadie. ¿Qué me daría usted? ¿Una copeica? Guárdese la copeica y que le zurzan.

     BUGROV.-Abraham Abrámovich me mandó también comunicarle a usted, Ana Petrovna, que si no quiere venderle sus minas descontando la deuda de Serguei Pávlovich y de su difunto marido, protestará las letras... Y yo haré lo mismo... ¡Je, je!... Porque he comprado las letras de usted a Petrin. Confieso que deploro tales métodos, pero ¡qué quiere usted! La amistad es una cosa y el dinero es otra. ¡El comercio! ¡El comercio! Es algo maldito. Lo sé.

     VOINITZEV. -No consentiré que los bienes de mi madre vayan a no importa quién... ¡Haga lo que quiera!

     ANA. -Estoy desolada, Timofei Gordéievich, pero necesito decirle que se vaya, por favor.

     BUGROV. -(Levantándose.) ¡Muy bien! ¡Muy bien! No se preocupe usted... Además, puede permanecer aquí hasta Navidad. Volveré mañana o pasado mañana. ¡Que le vaya bien! (Hace mutis.)

     ANA. -Se marcha mañana. Sí, ahora comprendo... Platónov... Es por eso por lo que huye...

     VOINITZEV.-¡Que hagan lo que quieran! ¡Que se lo lleven todo! He perdido a mi esposa, y nada me importa ya. ¡Ay, mamá! Parece que no me comprendes.

     ANA. -Te comprendo perfectamente. Pero ¿dónde tiene los ojos? ¿Qué ha podido encontrar en esa avefría de Sofía? ¿Qué ha podido encontrar en esa muchacha insípida? ¡Qué desaprensivos son los hombres estúpidos! Y tú eres igual. No tienes ni pizca de juicio... Corre tras ella y tráela.

     VOINITZEV. -No hay nada que hacer. Y, sobre todo, evítame los reproches. La he perdido como tú has perdido a Platónov. Las palabras no arreglan nada.

     ANA. -Pero, Serguei... Vamos a ver. Hay que hacer algo. Espabílate. Hay que procurar salvar...

     VOINITZEV. -¿Salvar a quién?¿Salvarme a mí? ¡Bah! Después de todo, son felices los dos. (Suspira.)

     ANA.-Es a ellos a quienes hay que salvar. Platónov no ama a Sofía. Tú lo sabes bien. La ha seducido, como tú sedujiste en cierta ocasión a tu estúpida alemana. Platónov no ama a Sofía. Te lo aseguro. ¿Qué te ha dicho ella? ¿Por qué callas?

     VOINITZEV.-Ella me ha dicho que era su amante.

     ANA. -«Su distracción», no su amante. Sofía es de esa clase de mujeres que de un beso hacen una montaña, de un apretón de manos una pasión volcánica. Este asunto aún no ha alcanzado su punto culminante. Estoy segura...

     VOINITZEV. -Sí lo ha alcanzado.

     ANA. -No entiendes nada de nada. (Entra GRÉKOVA.)

Escena V

Dichos y GRÉKOVA

     GRÉKOVA. -(Muy feliz y muy alegre.) ¡Ah! ¡Aquí está! (Tiende la mano a ANA.) ¿Cómo está usted, Serguei Pávlovich? Me parece que llego en mal momento, ¿no? ¡Perdóneme! Es.... ¿cómo diría?..., una visita de tártaro. ¡Oh, no estaré más de un minuto! (Riendo.) Tengo que enseñarle algo, Ana Petrovna... ¡Perdóneme, Serguei Pávlovich! Tengo que confiar un secreto a Ana Petrovna... (Lleva a esta aparte y le entrega una carta.) Léala... (Le entrega la carta.) La recibí ayer... ¡Léala!

     ANA. -(Lee rápidamente la carta.) ¡Ah!...

     GRÉKOVA. -Yo, ¿sabe?, le he denunciado... (Inclina su cabeza sobre el pecho de ANA.) Mande a buscarlo, Ana Petrovna. ¡Que venga!

     ANA. -¿Para qué lo necesita?

     GRÉKOVA. -Quiero ver qué cara tiene ahora... ¡Mande a buscarlo! ¡Se lo suplico! Quiero decirle dos palabras... ¡Usted no sabe lo que he hecho! ¡Qué he hecho, Dios mío! No escuche, Serguei Pávlovich. (A ANA.) He ido a quejarme al director de Enseñanza... A Mijaíl Vasílievich van a trasladarle a otro lugar, a petición mía... ¡Qué he hecho! (Llora) Mande a buscarlo... ¿Cómo iba a sospechar que me escribiría esta carta? ¡Si lo hubiese sabido!... ¡Ah! Lo que estoy sufriendo...

     ANA. -Pase a la biblioteca, querida. En seguida estoy con usted. Tengo que hablar dos palabras con Serguei.

     GRÉKOVA. -¿A la biblioteca? ¡Bueno! ¿Le enviará usted a buscar? Quiero ver su mirada... ¿Dónde está la carta? ¡Ah, sí! (Se la guarda en el escote.) Querida, la espero.

     ANA. -(Empujándola.) En seguida voy.

     GRÉKOVA. -(La besa.) Bien, bien. No esté disgustada conmigo. No puede usted imaginarse cuánto sufro. Me marcho, Serguei Pávlovich. Puede continuar su conversación. (Mutis.)

     ANA. -Ahora me enteraré de todo... Tú no te exaltes. A lo mejor se puede aún recomponer tu familia... ¡Horrible historia! ¡¿Quién podía esperarlo?! Iré a ver a Sofía... La interrogaré... Tú te equivocas y dices estupideces... Por lo demás, ¡no! (Se cubre el rostro con las manos.) No, no...

     VOINITZEV. -¡No! ¡No me equivoco!

     ANA. -No obstante, hablaré con ella... Le veré a él también...

     VOINITZEV. -¡Habla con ellos! Será en vano. (Se sienta tras la mesa.) ¡Vámonos de aquí! ¡No hay esperanza! ¡No hay tabla de salvación!...

     ANA. -Iré y me enteraré de todo... Tú siéntate aquí y llora... Desahógate... Acuéstate. ¿Dónde está Sofía?

     VOINITZEV. -Seguramente, en su casa... (ANA hace mutis.)

Escena VI

VOINITZEV y, después, PLATÓNOV

     VOINITZEV. -¡Qué pena más grande! ¿Cuánto va a durar? ¡El tormento no tiene fin! Me pegaré un tiro.

     PLATÓNOV. -(Entra con el brazo en cabestrillo.) Está sentado... Llora, al parecer... (Pausa.) Llora... ¡Pobre amigo mío! (Se acerca a él.) ¡Escúchame, por Dios! No he venido a justificarme... Ni yo ni tú podemos juzgarme... He venido a pedir perdón no por mí, sino por ti... Te lo suplico fraternalmente. Odiame, despréciame, piensa de mí lo que quieras, pero no me mates. No hablo del revólver, sino... en general... Tú eres débil... El dolor te matará... Yo no viviré... Me mataré, no te mates tú mismo. ¿Deseas mi muerte? ¿Quieres que deje de vivir? (Pausa.)

     VOINITZEV. -No quiero nada. (Entra ANA PETROVNA.)

Escena VII

Dichos y ANA

     ANA. -¿Cómo? ¿Tú aquí? (Se acerca lentamente a PLATÓNOV.) Platónov, ¿es cierta esta historia?

     PLATÓNOV. -Sí.

     ANA. -¿Y lo dices con esa sangre fría?... ¿No comprendes que es una vileza?... Tu acción es baja, ruin... Deberías haberte dado cuenta, querido, de que la mujer de un amigo no debe ni puede ser el juguete de otro. (Eleva la voz.) Tú no la amas. Todo lo que has hecho ha sido por ocio.

     VOINITZEV. -Mamá, pregúntale qué ha venido a hacer aquí.

     ANA. -Es una vileza. Es ruin jugar con otros. Las gentes son seres como usted, ¡hombre demasiado inteligente!

     VOINITZEV. -(Levantándose bruscamente.) ¡Ha venido! ¡Qué insolencia! ¿A qué ha venido? Sé a qué ha venido, pero a nosotros no nos asombrará ni sorprenderá con sus frases hueras.

     PLATÓNOV. -¿Quiénes son esos «nosotros»?

     VOINITZEV. -Ahora conozco el valor de todas esas frases hueras. Déjeme en paz. Si ha venido a expiar su culpa con verborrea, sepa usted que las culpas no se expían con discursos altisonantes.

     PLATÓNOV. -Las culpas no se expían con discursos floridos, pero tampoco se demuestran con gritos y cólera. ¿No he dicho que me pegaré un tiro?

     VOINITZEV. -Así no expía uno su culpa. No con palabras, a las que ahora no creo. ¡Desprecio sus palabras! Mire usted cómo el ruso expía su culpa. (Le indica la ventana.)

     PLATÓNOV. -¿Qué hay allí?

     VOINITZEV. -Allí, junto al pozo, yace uno que ha expiado sus culpas.

     PLATÓNOV. -Lo he visto...

     VOINITZEV. -(Sentándose.) Mamá, pregúntale qué ha venido a hacer aquí.

     ANA. -Platónov, ¿qué necesita?

     PLATÓNOV. -Pregunte usted mismo. ¿Para qué molesta a su mamá? ¡Todo se ha perdido! Mi mujer ha huido, ¡y todo se ha perdido, no ha quedado nada! ¡Sofía es hermosa cual día de mayo, un ideal tras el cual se ven otros ideales! La mujer sin hombre es como una máquina sin vapor. ¡Ha desaparecido la vida, se han esfumado los vapores! ¡Todo se ha perdido! Y el honor, y la dignidad humana, y la aristocracia, ¡todo! ¡Ha llegado el fin!

     VOINITZEV. -¡No le hago caso! ¿Puede usted dejarme en paz?

     PLATÓNOV. -Por supuesto. ¡No injuries, Voinitzev! No he venido para que me injurien. Tu desgracia no te da derecho a ultrajarme. Yo soy una persona, y trátarne como tal. No eres dichoso, pero nada vale tu desdicha en comparación con los sufrimientos que padecí después de tu partida. La noche fue terrible, Voinitzev, después que te marchaste. Os juro, filántropos, que vuestra desgracia no vale ni pizca de mis suplicios.

     ANA.-Es muy posible, pero ¿a quién le importan sus malas noches, sus tormentos?

     PLATÓNOV.-¿Tampoco le importan a usted?

     ANA.-¡No!

     PLATÓNOV. -¿Sí? ¡No mienta, Ana Petrovna! (Suspira.) Tal vez usted tenga razón, a su manera... Quizá... Pero ¿dónde buscar a los hombres? ¿A quién acudir? (Se cubre el rostro con las manos.) ¿Dónde están los hombres? No comprendo... ¡No comprendo! ¿Quién comprenderá? Los estúpidos, los crueles, los insensibles...

     VOINITZEV.-No, yo lo comprendo. ¡Lo he comprendido! ¡Yo le comprendo a usted! Usted es un canalla astuto! ¡Eso es!

     PLATÓNOV.-Te perdono, necio, esa palabra. ¡Ten cuidado, no hables más! Y tú (Dirigiéndose a Ana.), ¿qué haces aquí, amante de pasiones fuertes? ¿Estás escuchando? No tienes nada que hacer aquí. No hacen falta testigos.

     ANA. -A ti sí que no se te ha perdido nada aquí. Puedes... largarte. ¡Qué descaro!... Márchate, por favor.

     VOINITZEV. -(Levantándose bruscamente.) No comprendo qué más quieres de mí. ¿Qué quieres, qué esperas de mí? No lo comprendo.

PLATONOV. -Veo que no nos comprendemos, Ana Petrovna. Sí. Tiene mil veces razón el que en su desgracia no acude a casa de sus amigos, sino a la taberna. ¡Tiene mil veces razón! (Va hacia la puerta.) Lamento esta conversación. Me he humillado para nada. Pensaba que eran ustedes personas civilizadas, pero son como las otras, como los campesinos. Están mal pulidos. (Da un portazo y hace mutis.)

     ANA. -(Retorciéndose las manos.) Qué bajezas... Corre tras él y dile... Dile que...

     VOINITZEV. -¿Qué puedo decirle?

     ANA. -Lo que se te ocurra. Platónov ha venido aquí empujado por un noble sentimiento. Corre, Serguei. Te lo suplico. No es el único a quien hay que censurar. Todos tenemos nuestras pasiones y no somos más fuertes que ellas. ¡Corre! Reconciliate con él. Demuéstrale, por amor de Dios, que eres humano.

     VOINITZEV. -Yo me vuelvo loco...

     ANA. -Vuélvete loco, pero no oses injuriar a las personas. ¡Ah.... corre, por amor de Dios! (Llora.) ¡Serguei.

     VOINITZEV. -Déjame en paz, mamá.

     ANA.-Iré yo misma... Iré yo misma...

     PLATÓNOV.-(Entra.) ¡Oh! (Se sienta en el diván. VOINITZEV se pone en pie.)

     ANA. -(Aparte.) ¿Qué le sucede? (Pausa.)

     PLATÓNOV. -Me duele mucho la mano... Tengo hambre... Estoy tiritando...

     VOINITZEV. -(Acercándose a PLATÓNOV.) Mijaíl Vasílievich...

     PLATÓNOV. -¿No crees que ya hemos hablado bastante?

     VOINITZEV. -Es preciso que nos perdonemos mutuamente. Yo..., yo estoy seguro de que ha comprendido usted mis sentimientos. (Pausa.) Le perdono, por mi honor. Si yo pudiese olvidarlo todo, sería feliz. Intentemos vivir en paz los dos.

     PLATÓNOV. -Sí... (Pausa.) Estoy rendido. Tengo mucho sueño y no puedo dormir. Te pido humildemente perdón. (VOINITZEV se aleja de PLATÓNOV y se sienta a la mesa.) ¡No me iré de aquí aunque prendan fuego a la casa! Si alguien no soporta mi presencia, que se vaya de la habitación. (Quiere tumbarse.) Dadme algo caliente... No de comer, sino una manta, por favor. No puedo volver a mi casa... Está lloviendo... Me acostaré aquí.

     ANA. -(Se acerca a PLATÓNOV.) Sería mejor que volvieses a tu casa, Mijaíl Vasílievich. Te haré acompañar por un criado... Haré que te cuiden. (Le toca el hombro.) ¡Vete! ¡Vete a tu casa!

     PLATÓNOV. -No me iré... Por favor, dame un poco de agua. Tengo sed. (ANA PETROVNA le da un vaso de agua. Bebe.) Me siento mal.... muy mal.

     ANA. -Vete a casa... (Le pone la mano en la frente.) Tienes fiebre. Mandaré a buscar a Triletzki.

     PLATÓNOV. -(Quedo.) Me siento muy mal.... muy mal...

     ANA. -¡Vete! Yo te acompañaré. Tienes que marcharte cueste lo que cueste. ¿Lo oyes?

Escena VIII

Dichos y SOFÍA YEGÓROVNA

     SOFÍA. -Ten la bondad de coger tu dinero. ¿Qué magnanimidad es esa? Me parece que ya te he dicho... (Al ver a PLATÓNOV.) ¿Tú... aquí? ¿Para qué has venido? (Pausa.) Es raro... ¿Qué haces aquí?

     PLATÓNOV. -¿Yo?

     SOFÍA. -Sí, tú.

     ANA. -¡Vamos, Serguei! (Sale y al cabo de un minuto entra de puntillas y se sienta en un rincón.)

     PLATÓNOV. -Todo ha terminado, Sofía.

     SOFÍA. -¿Cómo?

     PLATÓNOV.-Sí... Después hablaremos

     SOFÍA. -¡Mijaíl Vasílievich! ¿Qué significa ese... todo?

     PLATÓNOV. -No necesito nada, ni amor, ni odio. Déjame en paz. Te lo suplico... Incluso no quiero hablar... ¡Estoy harto! Lo pasado... Por favor...

     SOFÍA.-¿Qué dices?

     PLATÓNOV. -Que estoy harto. No necesito una nueva vida. No sé dónde meter la vieja... No necesito nada.

     SOFÍA.-(Encogiendo los hombros.) No comprendo...

     PLATÓNOV. -¿No comprendes? ¡El nudo se ha roto, eso es todo!

     SOFÍA.-¿No te marchas ya?

     PLATÓNOV. -No hay que palidecer, Sofía... Yegórovna.

     SOFÍA. -¿Te acordabas?

     PLATÓNOV.-Quizá...

     SOFÍA. -Eres un miserable. (Llora.)

     PLATÓNOV. -Lo sé... Lo he oído cien veces... (SOFÍA solloza.) Harías mejor en irte a tu habitación. La cosa más superflua en la desgracia son las lágrimas... Tenía que suceder y sucedió... En la Naturaleza hay leyes, y en nuestra vida, lógica... Y ha sucedido conforme a la lógica... (pausa.)

     SOFÍA.-(Sollozando.) ¿Qué culpa tengo yo?... ¿Ya no me amas?

     PLATÓNOV. -Consuélate con algo... Al menos, por ejemplo, con que este escándalo te sirva de lección para tu futuro.

     SOFÍA. -¡No de lección, sino de perdición! ¿Y te atreves a hablar así? ¡Infame!

     PLATÓNOV. -¿Para qué llorar? Cuán repugnante me resulta todo esto. (Grita.) ¡Estoy enfermo!

     SOFÍA. -Jurabas, suplicabas... Has venido, ¿Te resulto repulsiva? ¿Me necesitas sólo para dos semanas? ¡Te odio! ¡No puedo verte! ¡Fuera de aquí! (Solloza más fuerte.)

     ANA. -¡Platónov!

     PLATÓNOV. -¿Qué?

     ANA. -¡Lárgate! (PLATÓNOV Se pone en pie y se dirige despacio hacia la puerta.)

     SOFÍA. -Espera... ¡No te marches! ¿Es que... es que... no estás cuerdo?... Siéntate, piensa. (Le coge por el hombro.)

     PLATÓNOV. -Ya he estado sentado y pensado. ¡Líbrate de mí, Sofía! No soy digno de ti... Créeme por última vez.

     SOFÍA. -(Retorciéndose las manos.) ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? ¡Dime! ¡Me moriré! ¡No resistiré esta villanía! ¡No viviré ni cinco minutos! ¡Me mataré!... (Se sienta en el sillón que está en el rincón.) ¿Qué estás haciendo conmigo? (Le da un ataque de nervios.)

     VOINITZEV. -(Se acerca a SOFÍA.) ¡Sofía!

     ANA.-¡Dios sabe lo que sucede aquí! ¡Cálmese, Sofía! ¡Serguei trae agua!

     VOINITZEV. -¡Sofía! No sufras... ¡Tranquilízate! (A PLATÓNOV.) ¿Qué espera usted aquí, Mijaíl Vasílievich? ¡Márchese, por amor de Dios!

     ANA. -¡Basta, Sofía, basta! ¡Acaba ya!

     PLATÓNOV. -(Acercándose a SOFÍA.) ¿Qué? ¡Eh!... (Se aleja rápido.) ¡Qué idiotez!

     SOFÍA. -¡Apártense de mí! ¡Todos! No me hace falta su ayuda. (A ANA.) ¡Largo de aquí! ¡La odio! Sé a quién debo todo esto. Usted no se irá de rositas.

     ANA. -¡Chis!... No hay que injuriar.

     SOFÍA. -(Sollozando.) ¡Fuera! (A VOINITZEV.) Y tú... también. (VOINITZEV se aparta, se sienta a la mesa y apoya la cabeza en las manos.)

     ANA. -(A PLATÓNOV.) ¡Largo de aquí! ¡Idiota! ¿Qué quieres?

     PLATÓNOV.-(Se tapa los oídos.) ¿Adónde voy a ir? Estoy aterido... (Va hacia la puerta.) Que el diablo me lleve en seguida...

Escena IX

Dichos. TRILETZKI y YÁKOV

     TRILETZKI. -(En el umbral de la puerta, a YÁKOV.) Vamos, ¿me anuncias?

     YÁKOV. -Mi amo me ha dado instrucciones de...

     TRILETZKI.-Ve y bésate con tu amo. Es tan burro como tú. (Entra.) ¿Es posible que no esté aquí? (Se deja caer en el diván.) ¡Es espantoso! (Se sobresalta al ver a PLATÓNOV.) ¡Oh, trágico, tu historia alcanza su punto culminante, ¿no? (Pausa.)

     PLATÓNOV. -¿Qué quieres?

     TRILETZKI.-Te tumbas aquí, ¿eh? Desgraciado. ¿Cómo no te da vergüenza? Siempre dispuesto a filosofar, a predicar, ¿verdad?

     PLATÓNOV. -Háblame como a un ser humano, Nikolai. ¿Qué quieres?

     TRILETZKI. -Eres verdaderamente una mala bestia, Platónov. (Se sienta y se cubre el rostro con las manos.) ¡Qué desgracia, qué desgracia! Pero ¿cómo iba a preverse?

     PLATÓNOV.-¿Qué ha sucedido?

     TRILETZKI.-¿Qué ha sucedido? ¿No lo sabes? Pero esto te concierne... ¡Ya no tienes tiempo!

     ANA.-Nikolai Ivánovich.

     PLATÓNOV.-¿Se trata de Sasha? ¡Habla. Nikolai! ¡Lo que faltaba! ¿Qué le ha sucedido?

     TRILETZKI.-Ha hervido una cacerola llena de fósforos y se la ha bebido.

     PLATÓNOV. -¿Que dices?

     TRILETZKI. -(Gritando.) ¡Se ha envenenado con fósforo! (Se pone en pie de un salto, va hacia PLATÓNOV y agita un papel ante sus ojos. Grita.) ¡Toma..., lee.... lee.... señor filósofo1.

     PLATÓNOV.-(Leyendo.) «Suicidarse es un pecado, ya lo sé. Pero, querido, acuérdate de mí. Lo he hecho porque no podía más. Ama a nuestro pequeño Kolia como yo lo amo. Vela por mi hermano. No abandones a nuestro padre. Vive según las Escrituras. La llave del aparador de madera está en mi traje de lana.» (TRILETZKI se derrumba de bruces en el diván.)

     PLATÓNOV. -¡Mi tesoro!... ¿Dónde está?... Voy a buscarla. Comenzaremos una nueva vida.

     TRILETZKI. -Una buena corrección es lo que te mereces. Ponte el sombrero y corramos. Has destruido una mujer para nada, Platónov. Y, no obstante, todas estas personas que te rodean te quieren. Consideran que eres un sujeto interesante y que tu mirada se halla oscurecida por un noble dolor. Pues bien: vamos a contemplar sobre el terreno el embrollo que ha provocado este ser excepcional.

     PLATÓNOV. -Ya es bastante, Triletzki. Ya son inútiles las palabras.

     TRILETZKI.-Fue una suerte para ti que yo saliera esta mañana temprano. De no haberlo hecho así, ella estaría muerta. (Reacción de PLATÓNOV.) ¿Comprendes? Vamos. Vamos. No quieras cambiarla por diez espíritus excepcionales como el tuyo.

     PLATÓNOV. -Espera... Espera... ¿Dices que no está muerta?

     TRILETZKI. -¿Preferirías que lo estuviera?

     PLATÓNOV.-(Grita.) ¡No está muerta! No comprendo en modo alguno... ¿No está muerta? (Abraza a TRILETZKI.) ¡Está viva! (Ríe.) ¡Está viva!

     ANA.-No comprendo nada. Hable más claramente, Triletzki. Estamos hoy todos en ridículo, y a mí no me gusta esto. ¿Qué significa esa carta?

     TRILETZKI. -Ella la escribió... Sería póstuma, si yo no hubiese llegado a tiempo. Ahora bien, no se halla aún fuera de peligro. Necesita grandes cuidados. (A PLATÓNOV.) Te lo ruego, apártate de mí.

     PLATÓNOV. -Me asustaste mucho. ¡Dios mío! ¡Está viva aún! Es decir, ¿La salvaste? ¡Querido mío! (Besa a TRILETZKI.) ¡Querido! (Ríe a carcajadas.) Hasta el presente me he burlado de los médicos: ahora tendré confianza en ellos. Aun en ti. La salvaremos. (Besa la mano de ANA PETROVNA.) Voy a volverme loco de felicidad. Agua, querida; un vaso de agua y me voy (ANA coge el jarro y vase.)

     PLATÓNOV. -Si ella desapareciese, ¿quién merecería y vivir? Me siento mal. (Se sienta en el diván.) Un momento de reposo y en seguida iremos. ¿Estará muy débil, como es natural?

     TRILETZKI.-Sí. Tú pareces sumamente contento.

     PLATÓNOV.-¡He sentido tanto miedo!

     ANA.-(Que entra y tiende un vaso a PLATÓNOV.) Yo también me he aterrorizado. Debería ser uno más razonable. Bebe.

     PLATÓNOV.-(Coge el vaso.) Gracias, querida. ¡Sí, soy un canalla, un canalla sin igual! (A TRILETZKI.) Siéntate cerca de mí. (TRILETZKI se sienta.) Debes de estar muy cansado... Gracias, amigo. ¡Oh, mi mano, mi mano! Dame más agua, Nikolai... ¡La fiebre!... Se me nubla la vista.

     TRILETZKI.-(Poniéndole la mano en la frente.) Ahora sí estás enfermo. Tal vez para tu bien. La enfermedad libera frecuentemente a la conciencia.

     ANA. -(En voz baja a TRILETZKI.) Váyanse y que Dios le ayude. Les suplico que tranquilicen a Alexandra Ivánovna. (Entra IVÁN IVÁNOVICH)

Escena X

Dichos e IVÁN IVÁNOVICH

     IVÁN. -(A medio vestir, con una bata.) ¡Mi Sasha! ¡Oh, mi pequeña Sasha! (Llora.)

     TRILETZKI.-¡Sólo tú faltabas!... ¡Vete! ¿A qué has venido?

     IVÁN.-Mi Sasha se está muriendo. Quiere confesarse. Temo... temo... ¡Oh, cuánto temo! (Se acerca a PLATÓNOV.) ¡Oh, mi querido Misha! ¡Mi muy querido Misha, te imploro, en nombre del Señor y de todos los santos, que vayas a verla! Tú eres un hombre sabio, inteligente, noble, honrado y generoso. ¡Vuelve a ella! Pero deprisa, y dile que la amas. Por favor, abandona por un instante tus bellas damas románticas. (Arrodillándose.) Mira, estoy de rodillas. Si Sasha muere, estoy perdido para siempre. Misha, mi querido Misha, ven a decirle que la amas, que para ti siempre es tu mujer. A veces, para salvar a alguien, hay que mentir. Dios sabe que tú eres un hombre de bien, pero di esta mentira para salvar a alguien que te es querido. Hazme esta caridad, en nombre de Cristo. Soy un viejo.

     TRILETZKI.-¡Padre!

     IVÁN.-No te burles de mí. Estoy temblando. Tiemblo de terror.

     PLATÓNOV. -(Riendo.) Muy bien, coronel. ¡Levántese! Iremos a curar a su hija y beberemos un vaso juntos.

     IVÁN.-Vamos, vamos, mi noble amigo. Dos palabras tuyas y su vida está salvada. Ningún médico sabría curarla. Es su alma la que hay que salvar. (PLATÓNOV se desploma en el diván.)

     TRILETZKI. -(Llevándose aparte a su padre.) ¿Qué has inventado? ¿Quién te ha dicho que morirá? ¡Sasha no corre ningún peligro!... Te debería dar vergüenza haber venido aquí.

     IVÁN. -(A ANA.) La cólera de Dios la perseguirá por lo que ha sucedido, señora. Usted ha cometido actos culpables. Platónov es joven e inexperto. Mientras que usted, Diana de fuente de mármol...

     TRILETZKI. -¡Vete! ¡Sal de aquí!

     IVÁN. -Sí, sí. (A ANA.) El Señor no la perdonará. Su mano caerá sobre usted para castigarla.

     TRILETZKI. -(Empuja a su padre a otra habitación.) ¡Espera ahí! (A PLATÓNOV.) Y tú, ¿tienes intención de acompañarme, sí o no?

     PLATÓNOV. -Me encuentro muy mal... Estoy enfermo, Nikolai.

     TRILETZKI. -Te pregunto si quieres venir o no.

     PLATÓNOV. -(Intentando levantarse.) Menos palabras... ¿Qué hacer para que no se me seque la boca? Vamos... Me parece que vine sin gorro... (Se sienta.) Busca mi gorro.

     SOFÍA. -Él debía haberlo previsto. Yo me entregaba a él, sin preguntarle... Yo sabía que mataba a mi marido, pero yo... no me detenía ante nada para él... (Se levanta y se acerca a PLATÓNOV.) ¿Qué has hecho conmigo? (Solloza.)

     TRILETZKI. -(Agarrándose la cabeza.) ¡Es un asunto espinoso! (Pasea por la escena.)

     ANA. -¡Tranquilícese, Sofía! No es hora... Platónov está enfermo...

     SOFÍA. -¿Acaso es posible burlarse así de una persona? (Se sienta junto a PLATÓNOV.) Ahora mi vida está perdida... ¡Sálvame, Platónov! ¡No es tarde! ¡Platónov, no es tarde! (Pausa.)

     ANA. -(Llorando.) Sofía... ¿Qué quiere usted? Tendrá aún tiempo... ¿Qué puede él decirle ahora? ¿Es que no ha oído..., no ha oído?

     SOFÍA. -(A PLATÓNOV.) Platónov, una vez más te lo suplico. (Solloza.)

     ANA. -¡Sofía!

     SOFÍA. -(A PLATÓNOV.) ¿Partirás conmigo?

     PLATÓNOV. -¡Oh..., oh, oh! (Se coge la cabeza con las manos.)

     SOFÍA. -(Arrodillándose.) ¡Platónov!

     ANA. -¡Es demasiado, Sofía! ¡Levántese! (Ella la levanta y a la fuerza la sienta en una silla.) Existen en el mundo varias cosas que no se deben hacer, porque nadie es digno de ellas. ¡Ni de rodillas!

     SOFÍA. -(Llorando.) ¡Ayúdeme!... ¡Suplíquele!... ¡Persuádale!

     ANA. -¡Basta! (A TRILETZKI.) ¿Qué se puede hacer, Nikolai Ivánovich?

     TRILETZKI. -(Con un gesto, y prosiguiendo su marcha de un lado a otro.) ¿Por qué no se lo pregunta a nuestro estimado Misha?

     ANA. -(A VOINITZEV, que llora.) Serguei, sé un hombre. No pierdas la cabeza. Más herida estoy que tú, y ya me ves... ¡Vamos, Sofía!... ¡Qué día! (Se llevan a SOFÍA.)

     VOINITZEV. -Obro lo mejor que puedo.

     TRILETZKI. -No te entristezcas, Serguei. Tú no eres el primero ni el último. (Vanse todos, llevándose a SOFÍA. PLATÓNOV queda solo.)

Escena XI

PLATÓNOV, solo. Después, GRÉKOVA

     PLATÓNOV.-¡Quiero fumar y beber. Nikolai! (Mira a su alrededor.) ¿Dónde están? (Pausa.) ¡Qué embrollo! He destruido a mujeres débiles.... inocentes... Hubiera sido mejor matarlas francamente en su acceso de pasión, a la manera española, más que matarlas estúpidamente a la manera rusa. (Agita una mano ante sus ojos.) Moscas volantes... Nubecillas... El delirio aumenta... Me siento crucificado. (Se cubre la cara con las manos.) ¡Vergüenza! ¡Estoy avergonzado! ¡Sufro de vergüenza! (Pausa.) Debería matarme. (Va a la mesa.) ¡Un verdadero arsenal! (Coge un revólver.) Hamlet tenía miedo de soñar y yo tengo miedo de vivir. ¡Cristo, perdóname! (Se apunta la sien con el revólver.) (Pausa.) No, no puedo. Quiero vivir. (Se sienta en el diván. Entra GRÚKOVA.) ¡Triletzki!... Dame agua... ¿Dónde estás?... ¡Triletzki! (Ve a GRÉKOVA y se echa a reír.) ¡Ah, mi mortal enemiga!... ¿Iremos mañana al Tribunal? (Pausa.)

     GRÉKOVA.-Bien seguro que no. Después de tu carta, ya no somos enemigos.

     PLATÓNOV.-¡Bah! Eso no cambia nada. Quisiera un poco de agua...

     GRÉKOVA.-¿Agua?... ¿Qué te Pasa?

     PLATÓNOV.-Estoy enfermo... Es que... he intentado matarme. (Se ríe.) No he tenido éxito. (Sarcástico.) ¡El instinto!... El alma persigue un fin; la Naturaleza, otro... Escucha... ¿Quieres escucharme?

     GRÉKOVA. -Sí, Sí.

     PLATÓNOV. -Estoy enfermo. Sufro... Llévame contigo... a tu casa.

     GRÉKOVA.-Encantada, sí.

     PLATÓNOV. -Gracias, mi inteligente niñita. Un cigarrillo, un poco de agua y una cama... ¿Llueve todavía?

     GRÉKOVA.-Sí.

     PLATÓNOV. -Nos iremos aunque llueva... y no acudiremos ante el Tribunal de Justicia. ¡Paz! (GRÉKOVA se levanta y le mira fijamente.) Espera.

     GRÉKOVA. -No te preocupes por la lluvia. Tengo un coche cubierto.

     PLATÓNOV.-Eres admirable... ¿Por qué te ruborizas? No te tocaré. Únicamente besaré tu fresca mano. (Le besa la mano y la atrae hacia él.)

     GRÉKOVA. -(Se sienta en sus rodillas.) No.... no..., por favor... (Se pone en pie.) Vamos... ¡Qué extraña mirada! ¡Suéltame la mano!

     PLATÓNOV. -Estoy enfermo. (Se levanta.) Vamos... Te besaré en la mejilla entonces... (La besa en la cara.) Nada más. No podría. De todas formas, esto no tiene sentido... En la mejilla... (Vuelve a besarla.) Amo a todos los seres humanos.... y a ti también... No quisiera hacer mal a nadie.... y se lo hago a todo el mundo. (Le besa la mano.)

     GRÉKOVA. -Comprendo... Se trata de Sofía, ¿no?

     PLATÓNOV. -De Sofía, de Zizi, de Mimí, de Masha... Todas están aquí. (Se toca el corazón.) Amo a todas... Todas me habéis amado... Sí... Y yo las he humillado, y me habéis amado lo mismo... Por ejemplo, había una Grékova... La he humillado... ¡Ah, sí! Tú eres Grékova... ¡Oh, estoy desolado!...

     GRÉKOVA. -¿Quién te ha hecho sufrir tanto?

     PLATÓNOV. -Platónov. El mundo y Platónov... Tú me amas, ¿verdad? Confiésalo. No deseo más. ¿Tú me amas? ¡Dímelo!

     GRÉKOVA. -Sí. (Apoya su cabeza sobre el pecho de PLATÓNOV.) Sí.

     PLATÓNOV. -(Besándole la cabeza.) Me aman todas, todas... Y cuando me encuentre mejor, las corromperé. ¡Es mi destino!

     GRÉKOVA. -Me es igual. No pienso en lo que hayas sido... Para mí eres el único ser del mundo... No quiero nada más sino que estés conmigo... Harás de mí lo que quieras. (Llora.)

     PLATÓNOV. -Comprendo al rey Edipo, que se sacó los ojos. ¡Qué ruin soy y cuán profundamente comprendo mi ruindad! ¡Apártate!... Estoy enfermo. Libérate. Me marcho mañana... ¡Perdóname, María Yefímovna! Me estoy volviendo loco. ¿Dónde está Triletzki? (Entra SOFÍA YEGÓROVNA.)

Escena XII

Dichos y SOFÍA YEGÓROVNA. SOFÍA se acerca a la mesa y busca en los cajones     GRÉKOVA. -(Cogiendo a PLATÓNOV de la mano.) ¡Chis!... (Pausa. SOFÍA coge un revólver, dispara contra PLATÓNOV y yerra el tiro. GRÉKOVA se interpone entre PLATÓNOV y SOFÍA gritando.) ¿Qué hace usted? ¡Salga! ¡Salga pronto de aquí!

     SOFÍA.-¡Déjeme!... (Anda alrededor de GRÉKOVA y dispara a quemarropa al pecho de PLATÓNOV.)

     PLATÓNOV. -Espera, espera... ¿Qué has hecho? (Se derrumba. Entran corriendo ANA PETROVNA, IVÁN IVÁNOVICH, TRILETZKI y VOINITZEV.)

Escena XIII

Dichos. ANA, IVÁN, TRILETZKI y VOINITZEV. Después, los criados y MARKO     ANA. -(Arranca el revólver de manos de SOFÍA y lo tira al diván.) ¡Platónov! (Se inclina hacia él. VOINITZEV se cubre el rostro y se vuelve hacia la puerta.)

     TRILETZKI. -(Inclinándose hacia PLATÓNOV y desabrochándole despacio la levita.) ¡Mijaíl Vasílievich! ¿Me oyes? (Pausa.)

     ANA. -¡Por amor de Dios, Platónov!... Misha... ¡Misha!... ¡Pronto, Triletzki!

     TRILETZKI. -(Grita.) ¡Agua!

     GRÉKOVA. -(Dándole un jarro.) ¡Sálvale! ¡Sálvale! (Pasea por la escena. TRILETZKI bebe agua y tira el jarro.)

     IVÁN. -(Agarrándose la cabeza.) Ya dije que moriría... ¡Bien, ya está muerto!... (Se arrodilla.) ¡Dios todopoderoso! ¡Está muerto!... (Entran corriendo YÁKOV, VASILI, KATIA y el cocinero.)

     MARKO. -Vengo de parte del juez de paz... (Pausa.)

     ANA. -¡Platónov! (Este medio se incorpora y pasea su mirada por todos.)

     ANA. -¡Platónov!... Esto no es nada... Bebe agua.

     PLATÓNOV. -(Señalando a MARKO.) Dadle tres rublos. (Cae y muere.)

     ANA. -¡Valor, Serguei! Todo esto pasará, Nikolai Ivánovich... Todo esto pasará... ¡Valor!...

     KATIA. -(Inclinándose a los pies de ANA.) ¡Yo soy la culpable! ¡Yo traje la carta! Me dejé tentar por el dinero, señora. ¡Perdóneme, me arrepiento!

     ANA. -No pierda el ánimo... Hay que tener valor... Se curará...

     TRILETZKI. -(Grita.) ¡Ha muerto!

     ANA. -¡No, no! (GRÉKOVA se sienta a la mesa, examina un papel y llora amargamente.)

     IVÁN. -Reposo eterno a los santos... ¡Ha muerto!... ¡Ha muerto!...

     TRILETZKI. -La vida no vale un comino... ¡Adiós, Misha!...

     VOINITZEV.-¿Qué hacer, Nikolai?

     TRILETZKI.-¡Enterrar a los muertos y recomponer a los vivos!

     ANA.-(Se levanta despacio y se dirige hacia SOFÍA.) ¡Cálmese, Sofía! (Solloza.) ¿Qué ha hecho usted? Pero...., pero..., ¡cálmese! (A TRILETZKI.) Nikolai Ivánovich, no diga nada a Alexandra Ivánovna. Se lo diré yo misma. (Va hacia PLATÓNOV y se arrodilla ante él.) ¡Platónov! ¡Vida mía!... No lo creo. ¡Tú no has muerto! (Le coge la mano.) ¡Vida mía!

     TRILETZKI. -Manos a la obra, Serguei. Ayudemos a tu mujer, y después...

     VOINITZEV.-Sí, Sí, Sí... (Va hacia SOFÍA.)

     IVÁN.-Por los pecados... Por mis pecados... ¿Por qué pecaste, viejo bufón? Maté a seres divinos, me embriagué, blasfemé, censuré... Dios no lo soportó y me destrozó.

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