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Poemas infantiles

Manuel Ossorio y Bernard



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ArribaAbajoAuto-biografía

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   En un rincón de España,
si mi partida bautismal no engaña,
vi de la luz el resplandor primero,
de la vida dispuesto ya al combate,
—6→
naciendo como el hijo de un magnate,  5
de un monarca, un bribón o un pordiosero.
    Patria del contrabando y las mentiras,
ciudad incomparable de Algeciras,
ni tú culpa has tenido
de que yo en tu recinto haya nacido,  10
ni hoy hacia ti mi corazón se escapa,
pues sólo te conozco por el mapa.
   Crecí en Extremadura, Andalucía,
Madrid, Vizcaya... allá donde quería
la credencial, el título, el traslado,  15
o el cese de mi padre infortunado;
hasta que ya en Madrid por el cincuenta,
teniendo doce años,
-ya de mi edad podéis sacar la cuenta-
vine a vivir para mayores daños.  20
   Y ¡cuánto entonces me causó deleite
aquel Madrid, que en Julio era una fragua,
con su alumbrado de mezquino aceite
su polvoriento piso y falta de agua!
¡Las calles hechas siempre un basurero,  25
la Iberia y Pombo como gran derroche,
y el tren de Sabatini por la noche
recordando al señor Carlos tercero!
¡Cursé latinidad y otras materias
tan útiles y serias 3  30
como el idioma que se habló en el Lacio:
traté a Virgilio, Cicerón y Horacio;
cinco años de moral me eché al coleto
(lo que, con el respeto
—7→
que merecen los manes de Moyano,  35
era mucha moral para un cristiano),
y si no fui filósofo profundo,
débese solamente
a haber quedado, siendo adolescente,
solo, huérfano y pobre en este mundo!  40
   ¡Qué vida la de entonces,
digna por cierto de esculpirse en bronces,
siempre que el bronce luego
se pudiera fundir dentro del fuego!
   El estómago haciendo reflexiones  45
y quejas dando, acaso inútilmente;
escribiendo renglones y renglones;
durmiendo de prestado o al relente
y alternando con célebres histriones.
La indiferencia en mí fue ya un sistema,  50
y entre dudas y errores siempre envuelto,
cada comida o cena era un problema
pocas veces con éxito resuelto.
   ¡La amistad cuidadosa
me causó sumo bien en tal fatiga,  55
tanto como el cariño de una esposa!
Fueron mi salvación... ¡Dios les bendiga!
   A luchar... dije al fin; y como escucha
y premia Dios las nobles intenciones,
ya desde entonces me apoyó en la lucha  60
y fui subiendo, dando tropezones,
hasta lograr honrada medianía
y el pan nuestro ganar de cada día.
   Siendo español, paréceme excusado
—8→
añadir que al servicio del Estado  65
mi actividad más de una vez he puesto
que veinte años cené del Presupuesto
ya que para comer, y eso es barato,
nunca he dejado el literario trato.
   No de la inspiración sujeta al yugo  70
contuve a la ardorosa fantasía:
de las letras fui víctima y verdugo
y produje en el día y para el día.
La gloria... ¡qué más gloria
que un capón preparado en pepitoria!  75
Así, pane lucrando,
donde hoy me encuentro entré de contrabando,
atrayendo en tal viaje
de veinte a treinta tomos de equipaje.
   Teatro, novela, cuentos, poesía,  80
crítica, economía,
enseñanza infantil... cuanto comprende
el comercio librero,
cuanto se compra y vende,
otro tanto saqué de mi tintero,  85
y a citar muchos títulos renuncio...
no diga el editor que hago un anuncio.
   Mucho, mucho en las letras he pecado;
mucho por mí las prensas han gemido
y gemirán, si me hallo destinado  90
a seguir esta senda que he emprendido
por la necesidad sólo guiado.
   Ni el éxito jamás cegarme pudo,
ni tengo por corona
—9→
lo que a lo sumo me sirvió de escudo;  95
y si aún algo ambiciona
el disculpable afán de quien persigue
el conseguir un nombre algo notorio,
es que oyendo decir: ¿Quién es Ossorio?
Contestar puedan todos lo que sigue:  100
   «Un humilde escritor, que consagrado
al género infantil, ha publicado
periódicos y libros a docenas,
para esas criaturas
de animado mirar, largas melenas,  105
maliciosa intención y risas puras:
es, ya que estriba en eso su jactancia,
el autor predilecto de la infancia.»



  —15→  

ArribaAbajoLa sonrisa del muerto

A mi distinguido amigo D. Manuel María de Santa Ana, fundador de los Asilos de la Noelie.




I

    Anúnciase ya el día ;
pero sin el encanto y alegría
del pasado verano,
que transcurrió tan rápido y riente.
Madrid descansa aún, menos la gente  5
que se acuesta temprano,
porque le son inútiles por cierto
el teatro, las tertulias o el concierto.
Ya la vegetación no tiene hechizo,
ya los troncos desnudos  10
dibújanse en un cielo tan plomizo,
que del invierno son testigos mudos.
Las aves que su nido allí tuvieron
pasaron a otros climas, o cayeron
al disparo certero y despiadado  15
de la ruda escopeta,
que al morador parlero y descuidado
de los alegres campos no respeta.
Todo es silencio y soledad y frío;
—16→
nubes densas que al sol sirven de valla...  20
Y éste es el fondo tétrico y sombrío
en que empieza a moverse el héroe mío
al dar comienzo a su postrer batalla.


II

   En un banco del Prado,
si no cómodo lecho, ventilado,  25
cuyo alquiler no entraña
sacrificio por cierto ni derroche,
viendo la claridad que al campo baña
el término anunciando de la noche,
Pepín cambia un instante de postura,  30
más tarde se espereza,
y algo entre dientes sin parar murmura,
que no se sabe si maldice o reza.
Sólo en el mundo, sin hogar ni abrigo,
sin contar un amigo,  35
para él los hombres todos son extraños,
y a lo sumo Pepín cuenta diez años.
A su padre jamás ha conocido;
a su madre hace un año que a la puerta
dejó de un hospital, y no ha sabido  40
si ha salido del mismo o si está muerta.
Duerme en el campo o dentro de las obras;
el rancho del cuartel le da sus sobras,
y es Pepín, falto del humano apoyo,
uno de tantos hijos del arroyo.  45
—17→


III

   Un día, al acercarse a un caballero
que paseaba tranquilo.
Le oyó:- ¡Qué pesadez de pordiosero!
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-¡Que no he comido aún...
-¡Vete a un asilo!
Y Pepín fue a un asilo. Pidió entrada,  50
y supo con acerbo desencanto
que allí la estancia estaba limitada.
—18→
¡Hay tanto pordiosero, tanto, tanto!...
La oficial caridad, por otra parte,
si sus dones reparte,  55
necesita saber mil pormenores
del que a su puerta llama:
vida, progenitores,
edad, naturaleza, buena fama...
Y nuestro buen Pepín sólo sabía,  60
cuando a la caridad llamó resuelto,
que la madre amorosa que tenía
y le cuidara un día,
se marchó a un hospital y que no ha vuelto.


IV

   Desde entonces el niño vaga errante;  65
por otro porvenir no muestra empeño;
con la limosna come lo bastante
y hace su cama donde le entra el sueño.
Y así la primavera y el estío
vio transcurrir; y así, llegado el frío,  70
sigue Pepín tan libre como el ave;
pero el niño no sabe
que la cruda estación al ver encima
el ave, más que el hombre libre y fuerte,
busca su salvación en otro clima  75
evitando en el nuestro aciaga muerte.
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—21→


V

   ¡Y qué frío está el día
en que esta historia de dolor empieza!
Y la gente también está muy fría
en sentir del mendigo la pobreza.  80
Con la temperatura bajo cero,
¿quién se para a escuchar al pordiosero,
ni a buscar en el bolso, aun siendo rico,
para el pobre importuno un perro chico?
El choubersky en su casa les aguarda,  85
y ya el instante tarda
de combatir del exterior el hielo
tras del amplio portier de terciopelo.
Justo es que el rico corra
anhelando y teniendo aquel abrigo;  90
en lo que hace al mendigo,
lo que él le dijo ya: «¡Dios le socorra!»


VI

   Anocheció bien pronto. Parecía
que aquel obscuro día,
ya que tan malo fue, quiso ser breve,  95
y se ahuyentó, lanzando,
para hacer su recuerdo más nefando,
menudos copos de ligera nieve.
Un refugio Pepín busca en poblado
y al fin con él acierta,  100
—22→
que en callejón obscuro y retirado,
lecho le brinda el quicio de una puerta.
Acurrúcase en él medio doblado,
por el frío aterido,
evitando que puedan ver su sombra,  105
y mirando cuajar la blanca alfombra,
tiritando se queda al fin dormido.

   ¡Qué feliz es Pepín en tal instante!
Sueña que está distante, muy distante
de la mísera calle en que se abriga;  110
vaga su mente por el ancho espacio,
y piensa que penetra en un palacio
y que en él le saluda, voz amiga...
La voz que desde niño le ha arrullado,
la voz que siempre fuera su delicia,  115
que le llama, le busca, le acaricia
y se queja al decir: «¡Cuánto has tardado!
Pero ya estas aquí... No te separes,
que el calor de mi pecho necesitas:
ya han terminado todos tus pesares,  120
bendita la bondad de Dios, ¡bendita!
ven hacia mí: te esperan mil regalos,
dicha eterna y sin par, grato consuelo...
Mira, Pepín, los hombres son muy malos...
¿Preguntas dónde estás?... ¡Éste es el cielo!  125

   Y mientras el nevar sigue incesante,
a la luz de un farol harto indecisa,
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—25→
se dibuja de Pepe en el semblante
una celeste y plácida sonrisa.


VII

   Dos serenos, un juez, un escribano,  130
un doctor, alguaciles, vigilantes,
hállanse al otro día muy temprano
en coloquios sin duda interesantes,
donde el pobre Pepín pasó la noche.
No muy lejos se ve parado un coche.  135
El juez, que es un señor rígido y serio:
-¡Vaya! -exclama- llevadle al cementerio,
el médico, a su vez, añade: -El frío,
la falta de alimento,
un organismo pobre... Amigo mío,  140
nada es posible hacer, aunque lo siento.
Y observe, amigo juez, observe un punto
lo que son las conquistas de la ciencia
y cómo las comprueba este difunto.
Dicen la observación y la experiencia  145
que quien pierde la vida congelado,
no queda al espirar desencajado,
ni ostenta otras señales
que por necesidad son las mortales.
Mire usted, mire usted a este pilluelo  150
cuánto la afirmación marca y precisa:
diríase que duerme como un lelo
y hasta en sus labios vaga una sonrisa.
—26→
Escribiré un folleto sobre el caso
que este chiquillo ofrece,  155
porque seguramente lo merece...
-¡Eh, cochero, al juzgado, y a buen paso!


VIII

   Y es fácil que el doctor de nuestra historia
escriba sobre el caso una Memoria
que le produzca prez, honra y respeto...  160
Cuando aquella sonrisa es un secreto
que conoce dos almas en la gloria.



  —29→  

ArribaAbajoLa caja de soldados

Recuerdos íntimos


Al Ilustre estadista y literato, excelentísimo Sr. D. Antonio Cánovas del Castillo.




I

    Allá en mi infancia -larga va la fecha-
mis ansias infantiles,
mi aspiración no siempre satisfecha
de teatritos y altares y fusiles,
—30→
-entiéndase de juego,  5
pues nunca me han gustado,
cuando son de verdad, armas de fuego-
tropezaba cual todo afán tropieza
en la mísera vida,
con una callejuela sin salida,  10
de mi casa la crónica pobreza.
Mi padre, militar, luego empleado,
más tarde profesor, nunca intrigante,
contar pudo, al vivir siempre agitado,
para un mes con destino, tres cesante;  15
y como consecuencia
de tal distribución de la existencia,
pude ver en mi casa,
siendo una criatura,
sin tasa la aflicción y la amargura,  20
y el pan y el bienestar siempre con tasa.


II

   En el escaparate
de un tirolés, recuerdo que vi un día
un ejército entero, y parecía
que iba a entrar en combate.  25
Unos causaban mi infantil asombro
por su actitud inquieta
armando con afán la bayoneta;
otros, fusil al hombro,
marcando el paso impávidos, serenos  30
—31→
otros, eran los menos,
con la espada desnuda y centelleante,
que decir parecían
a todos los soldados que seguían
de ellos en pos: ¡Muchachos, adelante!  35
Zapadores, cornetas, artilleros,
hasta un abanderado,
un médico, unos cuantos camilleros
y un gran cañón dorado
vomitando metralla  40
y carácter prestando a la batalla.
-Mamá, dije a la mía,
cómprame esos soldados.
Y ella evitar queriendo mi porfía,
y con los ojos del dolor nublados,  45
se limitó a decirme: -Sí... otro día...


III

   Muchas veces pasé junto a la tienda,
y siempre en ella la marcial contienda
excitaba de nuevo mis antojos;
mas de mi madre al contemplar los ojos  50
el paso apresuraba,
y tal vez meditaba
que si el juguete aquel era un encanto,
mucho más vale de una madre el llanto.
Refrenaba con esto mi deseo,  55
continuaba en silencio mi paseo,
—32→
y, aunque muy niño, ya meditabundo,
tal vez con vaguedad iba pensando
que hay también niños ricos en el mundo.


IV

   Llegó un momento en que la adversa suerte  60
a ruda prueba sometió implacable
mi corazón: el ángel de la muerte,
en pos de una epidemia que implacable
las calles de la Corte recorría,
entró en mi hogar, y con constancia fiera  65
hizo presa en mis padres en un día;
no quiso en mí su víctima tercera,
y ahogando entonces mi dolor profundo,
de lágrimas cobré la triste herencia
y en las corrientes del revuelto mundo  70
pude ver arrastrada mi existencia.


V

   Entre la edad de la niñez dichosa
y la edad juvenil de sueños llena
vagué errante; luché con afanosa
y ruda obstinación y faz serena;  75
sequé el llanto que el vulgo no veía;
los lamentos ahogué que nadie escucha;
de la necesidad hice osadía,
—33→
y ésta, fuerzas me dio para la lucha.
Trabajé, gané el pan; por vez primera  80
unas cuantas monedas tuvo a mano,
la cantidad que fuera
citar en mis recuerdos es en vano;
mas con aquel dinero «que era mío»,
con mi sudor ganado honradamente,  85
un Creso me juzgué de poderío;
pude mirar al mundo frente a frente;
seguro de vencer en la jornada,
y sin temor a nadie ni por nada,
quise gastar los duros que guardados  90
llevaba en el chaleco con cariño,
y me compré... la caja de soldados
que vanamente ambicioné de niño.

   Llegué a casa agitado y presuroso,
temblé a mis compañeros de hospedaje,  95
y me encerré en mi cuarto receloso,
temiendo a mis recuerdos un ultraje.
El dolor es acaso un contrabando
del que suele mofarse la canalla,
y por eso, sus burlas evitando,  100
mi ansiada compra contemplé... llorando...
Y formé «mis soldados» en batalla.




ArribaAbajoLa corona del huérfano

A la noble y virtuosa dama, que ha hecho ilustre en el mundo literario el seudónimo de «María de la Peña.»

  —37→  


I


    Era Juan un muchacho
simpático, atrevido, vivaracho,
de clara y natural inteligencia,
de gustos espontáneos y sencillos,
y dotado de tal independencia,  5
que le era muy frecuente «hacer novillos».
   Ya en el campo, sin freno ni más guía
que su temeridad, libre seguía
el vuelo de las raudas mariposas,
del arroyo la límpida corriente;  10
o dormía al arrullo de una fuente
entre el perfume de silvestres rosas.
   Su buen padre fruncía el torvo ceño
y le privaba a veces de la cena;
mas antes de entregarse Juan al sueño,  15
su madre, débil y en exceso buena,
a escondidas del padre le llevaba
la ración con que el hambre contentaba.
   Y Juan, entre propósitos de enmienda
—38→
y abrazos de su madre se dormía,  20
¡que era tan dulce aquella reprimenda
como el manjar que a un tiempo le servía!




II


   Una tarde Juanito el novillero,
en su casa al entrar, quedó aterrado
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con algo doloroso y lastimero:  25
sobre el lecho postrado
su padre respiraba débilmente;
junto a él, puesta de hinojos
su madre alzaba la angustiada frente
y daba curso al llanto de sus ojos:  30
—39→
¡qué extrañas emociones sufrió el niño
de espanto, de ansiedad y de cariño!
   -Temí morir sin verte
el enfermo exclamó: (Juan no se daba
bien cuenta de la vida y de la muerte,  35
mientras al moribundo se acercaba.)
Mandé por ti a la escuela
y no estabas allí... Dios ha venido...
Y, pues que logro verte, me revela
que mi anhelo postrer está atendido.  40
En la pobreza que viví me muero,
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sólo puedo legarte honrado nombre,
pero en este momento postrimero
jura que has de enmendarte, hacerte hombre
y que por ti no verterá más llanto  45
—40→
la pobre madre que te quiere tanto.
   Y mientras que con pulso mal seguro
el padre acariciaba la cabeza
de Juan, éste exclamó con entereza
y su emoción ahogando: -¡Te lo juro!  50
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III


Al inmediato día
sagrada tierra el cuerpo recibía
del que ser le dio a Juan; y grave y serio
éste fue con su madre de la mano,
de la muerte advirtiendo ya el arcano,  55
hasta el humilde y pobre cementerio.
—41→
   Un responso rezado por el cura,
tierra no más por toda sepultura
y encima, sujetándose entre el lodo,
sin inscripción siquiera,  60
mezquina crucecilla de madera
sobre el yerto cadáver. He aquí todo.
   Y la madre de Juan, la triste viuda
a su dolor de nuevo se abandona,
y rompe su aflicción hasta allí muda,  65
gimiendo: ¡Ni siquiera una corona!
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IV


El tenaz novillero
cambió de modo tal desde aquel día,
—42→
que el maestro de la escuela, don Severo,
aunque la aplicación de Juan veía,  70
ni acertaba a explicarse tal mudanza,
ni le inspiraba entera confianza.
   -Dios ha tocado el corazón, sin duda,
del hijo de la viuda-
solía repetir frecuentemente,  75
y era verdad completa y evidente.
   -Madre mía: hoy es fiesta
escolar; habrá música de orquesta,
discurso del alcalde, gallardetes,
disparo de cohetes  80
y reparto de premios mucho antes
a todos los mejores estudiantes.
Acompáñame tú.
-Sí que lo haría;
pero en tales escenas de alegría
no siento bien, llevando de atributo  85
esta toca sombría
que del alma pregona el negro luto.
   Pero el niño mostró tal insistencia,
que rindiéndose al ruego
de Juan, contribuyó con su presencia  90
a la fiesta infantil que empezó luego.
Y sola en el rincón más retirado
y queriendo pasar inadvertida,
vio al maestro y al alcalde en el estrado,
y escuchó al magistrado  95
recitar su oración bien aprendida.
Pero ¿qué es lo que escucha? ¿Se equivoca?
—43→
«Primer premio a Juan Gómez». No, no hay duda,
que una corona de laurel coloca
la autoridad al hijo de la viuda.  100
   Y en tanto que la gente
rompe en aplausos y al muchacho aclama,
la madre del rapaz que tanto le ama
nota que el llanto ardiente
baña su rostro... Llora de ventura  105
la que tanto llorara de amargura.
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Al salir de la fiesta: -Madre mía,
-le dice Juan con aire de misterio-
—44→
no vayamos a casa todavía.
-Pues, ¿dónde quieres ir?
-Al cementerio.
 110
Todo el mundo al que es pobre le abandona;
ya que le hice sufrir a padre tanto
voy a dejar, mojada con mi llanto
en su olvidada tumba, esta corona.



  —47→  

ArribaAbajoCambio de edades1

A mi excelente amigo D. Francisco Romero y Robledo.



   Me relataron cuando niño un cuento
de tierna y ejemplar filosofía,
que nuevamente referir intento:
conste, pues, que la forma sólo es mía,
del pueblo, gran autor, el pensamiento.  5


I

    En su banquillo humilde y machacando
una acerada suela de ternero,
a la vez que tristezas murmurando,
encuéntrase Crispín el zapatero.
Y no es que la vejez le desconsuela,  10
ni su suerte maldice
que le reduce a machacar la suela;
es porque, como él dice,
no siente ser anciano,
sino el no poder serlo fuerte y sano.  15
—48→
Unas veces la tos, otra el reúma,
otras la conmoción que, aunque hizo crisis
amagos le dejó de parálisis...
Por último, una suma
de molestias ligeras o pesadas,  20
nunca por él bastante lamentadas.
-¡Oh! -exclama- ¡quién me diera
poder volver a la niñez dichosa,
alegre siempre, lista y placentera!...
Esto ya no es vivir... ¡Es cualquier cosa!  25
Y en tanto que traduce así su pena,
y a sus dolores rinde vasallaje,
un nuevo personaje,
Dieguito el chiquitín, entra en escena.


II

-Buenos días, maestro.
-Buenos días,
 30
Dieguito... ¿Me parece que has llorado?
-¿No he de llorar, si el fiero don Matías...
-¡Tu profesor!
-Entre ojos me ha tomado?
-¿Hubo azotes?
-Me echó lección completa...
-Y tú... es claro...
-Aprendí varios renglones
 35
y otros no. Y él me dio, sin más razones,
una ración cumplida de palmeta.
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—51→
Y además me encerró en el cuarto obscuro;
pero es poco seguro,
y fugarme he logrado...  40
De otro modo aun siquiera castigado.
¡Cuándo seré mayor!
-¡Oh! ¡Quién pudiera
volverse de tu edad!... ¿Te cambiarías
por mí?
-Por no sufrir a don Matías,
aunque fuese más viejo me volviera.  45
Y un hada, que escuchaba los lamentos
del anciano y del niño,
entró en la habitación sin miramientos,
y dijo así con maternal cariño:
-Yo puedo complaceros al instante.  50
¿Insistes tú, Crispín, en el deseo
de volver a la infancia?
-¡Ya lo creo!
-¿Y tú, Diego?
Éste puso mal semblante
y dijo: -¿No podría mi buen hada,
y así la llamo al ignorar su nombre,  55
sin llegar a una edad tan avanzada,
salir de niño y convertirme en hombre?
-No me es dable admitir tus salvedades
ni mi poder se extiende
más que a lograr un cambio en las edades.  60
-Pero ser viejo ya...
-¡Cómo se entiende!
Interrumpió Crispín, fingiendo enojos;
—52→
Tengo buena salud, claros los ojos,
el pulso firme, grande el apetito;
sé ganar mucho más que necesito;  65
mi industria acreditada
tiene una gran parroquia... y ¡ahí es nada!
Por no tener conmigo más engorros
ni excitar ambiciones indiscretas,
en la Caja de Ahorros  70
llevo guardando más de mil pesetas.
Conque, piénsalo bien, porque estoy viendo
que en ese cambio salgo yo perdiendo.
-Bueno -el niño exclamó- consiento; pero...

   Y no pudo acabar, porque en tal punto  75
se encontró convertido en zapatero
junto a la lezna, el tirapié y el unto.
Miró a su alrededor y no vio al hada,
y su vista a la puerta dirigiendo,
oyó el rumor de alegre carcajada,  80
y a un muchacho observó salir corriendo.


III

   Por gracia de la maga compasiva,
Diego y Crispín, cambiando las edades,
pudieron conservar memoria viva
de sus dos respectivas entidades,  85
no habiéndose extinguido en su memoria
detalle alguno de su mutua historia.


IV
—53→

   Al verse solo Diego, el niño-anciano,
intentó levantarse del banquillo,
y no supo mover pierna ni mano;  90
quiso usar del martillo,
y machacose sin piedad un dedo;
tirole de sí lejos, cobró miedo,
quiso gritar y un golpe de tos rudo,
ahogándole la voz, le dejó mudo.  95
En esto entró un vecino tabernero
diciendo: -Seor Crispín, ¿de nuevo el asma?
pero con estos fríos de Febrero
su nuevo y crudo ataque no me pasma.
-¿Asma yo?
-Y asma fuerte...
 100
como que el mes pasado
le colocó a dos dedos de la muerte.
-¡Yo!...
-¡Cuidado si está desmemoriado!
Además de sus muchas desazones,
sus dolencias no son ni para dichas:  105
ama, gota, hemiplejia, sabañones,
¡pues si es usté el rigor de las desdichas!
-¡Yo!... Yo soy un muchacho
de ocho años nada más; me llamo Diego...
-¡Pobre señor Crispín! Tenga sosiego.  110
-Usté será el enfermo y mamarracho...
yo quiero ir a la escuela,
—54→
repasar las lecciones del Juanito...
-¡Pobre, pobre señor!... Bien se revela
su nueva enfermedad.
-¡Digo y repito
 115
que soy un niño!
-Bien; no grite tanto,
ni se enfade conmigo por tan poco...
Y se ausentó el vecino con espanto,
murmurando: -¡Infeliz! ¡Se ha vuelto loco!

Solo de nuevo, Diego rompió en llanto.  120


V

   De repente observó que alguien llegaba,
y que otro llanto al suyo respondía;
miró y notó que entraba
Crispín, el que a la infancia renacía,
mostrando en su mirar fieros enojos,  125
de ira y despecho el labio balbuciente,
enrojecidos de llorar los ojos
y el traje en situación poco decente.
-¿Qué te pasa? -le dijo el niño-viejo.
-¡Ahí es nada! -repuso el viejo-niño.  130
Que tu maestro te tiene tal cariño
que por poco me priva del pellejo.
Puede que enseñe bien el don Matías;
pero ¿volver a verle? ¡No en mis días!
Apenas me vio entrar, cuando el maldito  135
—55→
exclamó: «Venga aquí, señor Dieguito;
no sabe bien lo que al mirarle gozo,
y, pues logró escapar del calabozo,
veamos si sabe cosas más sencillas...
imagen
¡Por el pronto a mi lado y de rodillas!»  140
Yo quise protestar; pero fue en vano,
pues sin hacer aprecio de mis quejas,
—56→
me obligó a arrodillarme por su mano
y me largó un feroz tirón de orejas...
y todos los muchachos se burlaban  145
y mi mala ventura celebraban.
Después me preguntó: «¿Qué es adjetivo?»
Yo callado. «¿Qué es nombre sustantivo?»
Igual silencio. «Cádiz ¿tiene puerto
en el mar?» Yo callado como un muerto.  150
«Muy bien, muy bien; pues en callar te obstinas
bájate el pantalón bonitamente,
que ahora te harán cantar las disciplinas.»
¡Qué rubor! Y delante de la gente,
de cien rostros extraños...  155
«Me sublevo, exclamé: yo no soy Diego,
soy Crispín, tengo ya setenta años.»
«¡Obedézcame pronto!» «No, me niego;
no puede ser sufrir tanta mancilla;
soy un viejo industrial...» «No es mala broma.»  160
Me aflojó por su mano la trabilla
y se puso a decirme: «¡Toma! ¡toma!»
Esto cinco y seis veces, veinte y ciento,
hasta que ya agotado el sufrimiento
eché a correr, desnudo y dolorido,  165
y del cambio de edad arrepentido.
-A mí también tu profesión me enfada.
-¡Cómo Dieguito! ¿Acaso volverías
a la escuela que rige don Matías?
-¡Así quisiera consentirlo el hada!  170
Y el hada volvió a entrar al aposento,
y pronunciando sólo: «Lo consiento»,
—57→
Crispín volvió al banquillo y a la suela
resignado a ser viejo, en lo que cabe,
y Dieguito, saltando como un ave,  175
se marchó alegremente hacia su escuela.


VI

   Después de una lección tan provechosa,
no dice la conseja
si el hada generosa
dijo a los dos alguna moraleja.  180
Yo, en su lugar, después de aquel capricho,
a Diego y a Crispín hubiera dicho:
«No violentéis la marcha de la vida
ni los fines de la alta Providencia,
y aguante el viejo la tenaz dolencia  185
y el niño la azotaina merecida;
que el Ser Omnipotente,
lleno para el mortal de amor fecundo,
sabe muy bien lo que es más conveniente
en las leyes armónicas del mundo.»  190



  —61→  

ArribaEl valor del dinero

A mi ilustre amigo D. Francisco Silvela.




I

    Hace días, no puedo precisarlos,
al volver Rafaelito del colegio,
colorado, brillante la mirada,
agitado, impaciente, alegre, inquieto,
olvidándose dar las «buenas tardes»,  5
pero sin olvidar ir por el beso
con que su amante madre le brindaba,
exclamó: «¡Ya logré ser el primero!»
Preguntaba el maestro: ¿qué es el mío?
Y a su pregunta sucedió el silencio.  10
Uno dijo por fin: -Es adjetivo.
-Una preposición... -No, que es un verbo.
Y yo dije: -Es pronombre... Y desde el quinto,
me coloqué en los bancos el primero.
   El padre del muchacho, deseoso  15
de aquilatar por sí tan gran suceso,
para que lo casual no consiguiera
la distinción debida sólo al mérito:
-Y... ¿por qué es un pronombre? -dice al niño.
—62→
Pero éste no se turba ni un momento  20
y responde: -Porque hay nombre suplido.
El mío, dicho así, queda incompleto;
mas si hablamos de libros o juguetes
y decimos el mío, ya entendemos
que al juguete o al libro se refiere,  25
y que de posesión nos da un concepto.

   La madre premia con caricias dulces
lo que en su niño juzga un gran portento,
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—63→
y el padre, para dar a Rafaelito
más material y provechoso premio,  30
le entrega un duro y recomienda al niño,
que lo gaste con calma y con talento,
pues, -«El dinero tiene dos valores:
el que le dan la ley, el cuño y peso,
y otro muy importante, el que le presta  35
la intención al gastarlo y el empleo.»


II

   ¡Y que no está contento nuestro niño
con aquel dineral, justo trofeo
de aplicación!... ¿En qué podrá emplearlo?
Él solo necesita resolverlo,  40
pues lo dejaron solo ir a la calle.
Un cuaderno de apuntes, lo primero,
con su pasta de piel, su carterita,
sus hojas de marfil y un lapicero.
Allí podrá apuntar todas sus compras,  45
y avivar con las notas sus recuerdos.
Después yemas de coco, unos merengues,
batatas y acitrones, caramelos,
un bastón de ballena... unas estampas...
y luego lo que el niño vaya viendo.  50
Y Rafael, impaciente por gastarse
el duro aquel que le ha valido el premio,
compra la carterita -cinco reales-
el bastón de ballena, cuatro y medio:
—64→
después en casa de Roldán penetra,  55
que es de los más famosos confiteros,
y entra a saco los dulces con tal brío,
que para devorar le falta tiempo.
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Aún queda una peseta... ¿En qué la gasta?
Va a anochecer, se siente mucho fresco,  60
y hay que volver a casa... Pero ¿dónde
ha puesto su bastón? ¡Ah! sí; un pilluelo
en la calle Mayor se lo ha robado,
y por la del Factor sube corriendo.
Esto disgusta a Rafaelito tanto  65
que resuelve comprar en el momento
—65→
otro bastón: aún tiene cuatro reales;
pero el bastón le cuesta cuatro y medio.
Y en estas dudas se encontraba absorto,
cuando una niña le salió al encuentro  70
pálida, sin abrigo, sollozando,
y una limosna con afán pidiendo:
-Mi padre no trabaja; está muy malo,
dos días hace ya que no comemos
más que un poco de pan... ¡Una limosna  75
para mi pobre padre, que está enfermo!
Rafaelito se siente conmovido,
y da a la niña su postrer dinero.
Ésta le mira al pronto con asombro,
rompe a llorar, y márchase corriendo  80
gritando: -¡Padre! ¡Padre!... -voz amante
que fue en seguida repitiendo el eco.


III

   Al volver a su casa
se sentía tan mal de todo el cuerpo,
que ni aún pudo contar la inversión dada  85
durante aquella tarde a su dinero;
grandes retortijones y sudores,
fuertes y acompañados de mareos...
En fin, le fue preciso guardar cama,
atracarse de té, llamar al médico,  90
y escuchar con temblor que éste decía,
después de averiguar varios extremos:
—66→
-Un cólico de dulces... Por muy poco
se muere por glotón este muñeco;
pero así aprenderá, y en adelante  95
invertirá mejor cualquier dinero.
   Esto lo dijo el médico en voz alta,
y añadió a media voz: -Calma, sosiego,
y dieta nada más... Quise asustarle...
¡dentro de algunas horas está bueno!  100
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IV

Muy pronto se curó de la dolencia,
según pronosticara aquel Galeno,
y a la mañana del siguiente día,
—67→
junto a la misma cama del pequeño,
el padre, que ni un punto le abandona,  105
leía en un periódico este suelto:

   «Presa ayer de la indigencia
y en un rapto de locura,
un obrero sin ventura
quiso acabar su existencia.  110
Una niña iba con él,
y él, fingiendo enojo o riña,
apartose de la niña,
a su mal designio fiel;
y se alejaron los dos:  115
él, el Viaducto buscando,
y ella a la gente implorando
una limosna por Dios.
Mas cuando él estaba lejos,
¡Padre! oyó que ésta decía,  120
y le buscaba y corría
delante de «Los Consejos».
¡Padre! repetía inquieta,
no desoigas mi cariño:
me acaba de dar un niño  125
de limosna una peseta.
Parose el padre en seguida,
sintiendo allí honda mudanza,
y abrigó nueva esperanza
y renació a nueva vida.  130
¡Bendita la caridad!
¡Bendito aquel niño sea,
—68→
que así su fortuna emplea
desde su más tierna edad!

   Rafaelito, escuchando la lectura,  135
estuvo por gritar: ¡Ese es mi premio!
mas supo contenerse, recordando
que el bien se debe hacer en el misterio.
Pero la tierna madre, que adivina
cuanto ignora, o que se halla en el secreto,  140
por haber ordenado que un sirviente
siguiera en su excursión al muchachuelo,
se dirige a la cama, y a su niño
pretende, al parecer, comer a besos,
en tanto que su padre, conmovido,  145
repite, cual queriendo ser austero:
-¿Ves? el dinero tiene dos valores;
«El que le dan la ley, el cuño y peso,
y otro más importante: el que les presta
la intención al gastarlo y el empleo.»  150





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