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ArribaAbajo A la memoria del joven patriota D. Francisco Muñoz, comandante del tercer batallón de Guardias Nacionales, muerto de dolencia en la línea, al frente del enemigo


Al Sr. D. Melchor Pacheco y Obes


Tú que sabes llorarlo, buen amigo,
quiero mi llanto compartir contigo.

José Mármol                



    No preguntéis sus hechos de guerrero
ni los viejos blasones de su cuna.
Los que amáis la virtud del ciudadano
derramad una lágrima en su tumba.

    No es el panteón magnífico que encierra
en urna de cristal la nada impura
del que ayer reventara con su planta
del débil pueblo la garganta muda,

    y grande y vencedor se apellidara,
la sien alzando entre la idiota turba,
porque su acento tronador se oía
en medio al caos de la sangrienta lucha,

    y grande y vencedor cuando temblaba
la tierra al peso de su planta ruda:
grandeza del torrente despeñado
que sin edificar todo derrumba.

    Es la tumba no más del ciudadano
que de su patria en la mortal angustia
armó su brazo y descendió a la arena
a defender la libertad augusta.

    Ese coloso que en la patria mía
sobre montes de cráneos se columpia
y en cráneos bebe la caliente sangre,
néctar sabroso de su boca impura;

    que embriagado con ella y sus pasiones
de honor y muerte y de lascivia ruda,
para escarnio mayor en el incesto
ardiendo el alma su descanso busca;

    que de los brazos criminales se alza
para de nuevo centellear su furia
sobre la frente del postrado pueblo,
uncido inerte a la fatal coyunda,

    giró en su loco frenesí de sangre
ávidos ojos de mayores tumbas,
y atravesando al Plata sus miradas,
dijo, vertiendo sanguinaria espuma:

   «Esa Patria Oriental la esclava sea
de mi solo poder. Dentro se amura
a la odiada libertad, y tan vecina
puede mañana visitarme adusta.

    Mi esclava sea, pues. ¡Oh, mis lebreles!
Desenfrenad alegres vuestra furia,
que el botín es espléndido a vosotros
cuando el cuello prosterne a la coyunda.

    ¡Oh, mis lebreles!, pronto. Sus campañas
vean tintas de sangre sus lagunas
y en lodazal hediondo convertidas
sus verdosas, magníficas llanuras.

    Convertid en hogueras las ciudades
para que el humo que a los vientos suba
les regale a los vientos la grandeza
que a su adorada libertad escuda.

    ¡Oh, mis lebreles!, pronto. Esa bandera
en que altiva sus glorias acumula,
atadla bajo el pie de los caballos
que en ella estamparán sus herraduras.

    Sus templos penetrad. Para vosotros
de sus altares la riqueza suma,
y para yo mofarme de su Cristo
quiero el lugar que en el altar ocupa.

    Pronto, lebreles, pronto. Verla quiero
uncida de mi pueblo a la coyunda,
y os doy para vosotros sus mujeres,
ricas de gracia y de mortal angustia».

    Así dijo ese déspota insolente,
de América borrón. La cifra muda
del tiempo que pasó de servilismo,
el fuego fatuo de lejana tumba.

    Así dijo, y al punto sus legiones
profanaron de Oriente las llanuras
de un oriental apóstata regidas
que presta al tigre su obediencia muda.

    Y con su voz vendida al extranjero
brindó, imbécil, al pueblo, su fortuna,
y el silbo de las balas orientales
confundió el eco de su voz impura.

    Y vio temblando en la azulada enseña
sus bellos rizos desplegar sañuda,
y al pie del asta sus valientes hijos,
de ella abrazados, que salvarla juran.

    De ella abrazados, libertad o muerte,
repite el eco de su voz robusta.
Venga el tirano; si vencernos puede,
será el amo no más de nuestras tumbas.

    Y entre esas voces de coraje henchidas,
allí estaba, Muñoz, también la tuya.
Allí también al pie de tu bandera
juraste altivo: ¡Libertad o tumba!

    No eras ya ciudadano. Eras guerrero:
ese es tu galardón, esa es tu cuna;
la vez primera que empuñaste espada
fue a defender la libertad augusta.

    Y en ese día que al sultán del Plata
torrentes hartarán de sangre suya,
al victorear la libertad, volvieras
ciudadano a domésticas venturas.

    Mas no basta el valor, como la savia
no le basta al arbusto que lo abruma
la constancia del viento que lo azota
y débil cede a su continua furia.

    ¡Murió! No mira del sepulcro oscuro
la aurora hermosa que el oriente anuncia...
Los que amáis la virtud del ciudadano
derramad una lágrima en su tumba.

    La lápida que cubre las virtudes
toca en el corazón la desventura...
Yo no soy oriental y siento acaso
que alguna gota mis pupilas nubla.

    Ese joven, sabedlo, es el modelo
de lo que falta en la sangrienta lucha
que los pueblos de América devora,
hombres y leyes devastando ruda.

    Cuando sepamos todos que en el sable
la libertad del pueblo se asegura,
ya no habrá esos colosos que a su antojo
sobre montes de cráneos se columpian.

    Ya no habrá el pensamiento esos nublados
donde errante vegeta y se perturba;
ya no habrá para el pueblo entumecido,
de astuto gaucho la servil coyunda.

Agosto de 1843






ArribaAbajoDespedida


    Otra vez por mi suerte inhumana
una bella esperanza yo pierdo
y en el alma clavado un recuerdo,
bella virgen, me alejo de ti.
Sabrá pronto tu nombre y tus gracias
de los mares remoto la onda;
cuando el sol en su ocaso se esconda
¡ay, Amalia, suspira por mí!

    Yo no llevo de ti dentro el alma
ni una dulce palabra siquiera,
para un día en la roca extranjera
escribirla llorando a su pie.
Que es el último instante de vernos
el primero también en que digo
¡ay, Amalia, yo dejo contigo
la más bella mujer que adoré!

Río de Janeiro, setiembre de 1844




ArribaAbajoEl puñal


Si enemigos la lanza de Marte,
si tiranos de Bruto el puñal.


F. A. de Figueroa                




    Con los tiranos, luego que la misión del sable
vencido en las batallas concluye el paladín,
para salvar la patria la del puñal es dable,
porque si el medio es malo lo santifica el fin5.

    Ya es tiempo, sí, porteños: pensad que hay una mancha
que vuestra sien y nombres oscureciendo está,
y en pos de los momentos su colorido ensancha,
y en pos a vuestros hijos hereditaria va.

    Yo tengo para hablaros derechos en mis venas;
para poder deciros apóstatas, también.
El astro que abrillanta del Plata las arenas,
lo mismo que a vosotros iluminó mi sien.

    ¿Adónde están ahora? ¿Por qué vuestros hermanos
por empuñar el sable dejaron el hogar?
¡Cobardes! Porque vieron uncidas vuestras manos
y al grito de un tirano la libertad callar.

    ¿Adónde están? Buscadlos sobre los campos, yertos,
con hondas cicatrices el noble corazón,
o en extranjeras playas peregrinando inciertos;
de orgullo y de miseria magnífico padrón.

    Llorando, no por ellos, al contemplar extrañas
las nubes cuando muere del día el arrebol:
acaso un ser anima la esposa en sus entrañas
¡¡¡y nacerá proscripto bajo extranjero sol!!!

    ¿Qué hacéis, decid, en tanto que abruma nuestra frente
la carga de amargores y de infortunio tal?
¡Estúpidos, postraros al déspota inclemente
porque dormir os deje sin miedo del puñal!

    ¿Qué hacéis cuando dejamos en extranjeros suelos
de nuestros viejos padres los huesos y la cruz,
y el pan de nuestros hijos compramos con desvelos
desde que asoma el alba su primitiva luz?

    Pasad, pasad… Vosotros, los que dobláis la frente
delante del que os pone sobre la frente el pie,
ni merecéis la honra de estar dentro la mente
de quien al huir la patria dignificado fue.

    Quedad embrutecidos bajo el pesado yugo
de hierro y vilipendio que a vuestra sien está.
Si al eco del salvaje fraternizar os plugo,
muy bien en vuestras sienes el vilipendio va.

    No es vuestra, no, la patria que un día en su regazo
bisoña, sin saberlo, su libertad ahogó;
cual la inexperta madre que en amoroso brazo
su primitivo fruto dormida sofocó.

    No es vuestra, no, mentira; la patria no se vende,
ni se profana nunca su hermosa libertad;
la patria es de quien sólo su libertad defiende,
legando bellos días a su posteridad.

    ¡¡Ay triste del que joven y fuerte todavía
nos mire a nuestra patria volver alguna vez,
y a comprender alcance de nuestra sien sombría,
por medio de sus pliegues, el sello de altivez!!

    ¡¡Ay triste del que mire nuestros altivos ojos
queriendo la mirada los suyos penetrar,
y su semblante sienta quemarse de sonrojos
no osando con su labio de libertad hablar!!

    Más, eh, ¿ninguno acaso la sangre de sus venas
le hierve con los sueños de gloria y ambición?
¿Ninguno se contempla, y al son de sus cadenas,
le grita dentro el pecho ¡venganza! el corazón?

    De un lado la ignominia, la esclavitud, la nada;
la libertad del otro, la gloria perennal:
¿no hay alguien que comprenda que el filo de la espada
más firme lo reemplaza la punta del puñal?

    Alzad del vilipendio, porteños, la cabeza,
y la pesada inercia del pecho sacudid:
¡un golpe solamente y en sola su firmeza
oscurecéis la gloria de Bruto y de Judith!
[...]

    A los proscriptos nadie les marcará la frente
con sello de cobardes o de indolentes, no.
Cinco años ha que luchan y el sable solamente
o el pensamiento en ellos vibrando se miró.

    La lanza, el pensamiento, la sangre y los desvelos
en cada sol marcaron un grado a su misión;
pero la estrella ingrata se oscureció en los cielos
y solo entre las sombras nos guía el corazón.

    Vuestra misión ahora: los que podéis la mano
llevar a la garganta del vándalo tenaz;
la que inaugura luego del pueblo soberano
sobre el herido monstruo fraternidad y paz.

    Es tiempo todavía para borrar la afrenta
y levantar radiante la poderosa sien;
si como grey de esclavos una época os presenta,
os puede como libres otra época también.

    Bendito de los cielos quien a escuchar alcance
la maldición que Rosas al espirar lanzó,
y en medio de las masas atónitas se lance
la daga entre sus manos y repitiendo ¡¡yo!!

    ¡Oh, cuánta sangre, cuánta, le deberá esa tierra
que haber perdido debe su fuerza y su color,
bañada por las charcas que el monstruo de la guerra
vomita de sus venas convulsas de furor!

    Los déspotas al pueblo por conservarse hieren,
su vida es una guerra, su guerra de ajedrez:
si avanzan se defienden, si retrogradan mueren,
y en jaque le disputan del vencedor la prez.

    Entre ellos y los pueblos la lucha es lucha a muerte
y la vertida sangre no incita a la piedad.
Mas bélicos se inflaman al choque de la suerte
los mártires de Cristo y de la libertad.

    No hay medio entre nosotros: la veleidosa estrella,
que oculte o reverbere su diamantina luz,
nosotros proseguimos la comenzada huella
con la entereza misma del que murió en la cruz.

    Nos roba los hermanos el plomo del combate
y el himno de difuntos se entona en el fusil;
el viejo se nos rinde del tiempo en el embate
y el hijo lo reemplaza con brazo varonil.

    No hay medio; son momentos de eclipse fugitivos,
estorbos que el incendio mañana salvará:
los combustibles arden por donde quiera activos
y a un hálito del viento la llama prenderá.

    ¡Oh!, no durmáis tranquilos, porteños, en el lecho,
que el tigre se despierta cuando nos siente, sí;
pensad que en vuestra sangre las fibras de su pecho
empapa vengativo su ardiente frenesí.

    Y, creedme, en las riberas del Uruguay hermoso,
en las sahumadas islas del rico Paraná,
del Chaco hasta los Andes, el ruido estrepitoso
de bélicas cruzadas más tarde sonará.

    Y al estampido horrible del justiciero bronce
del trono los cimientos escucharéis crujir;
¡Ay de vosotros todos cuando sintáis entonce
la convulsión postrera del bárbaro al morir!

    A dónde a vuestros hijos encontraréis guarida
cuando el cuchillo en ellos degollador esté;
cuando de hinojos lloren por su inocente vida
y el chorro de sus venas os humedezca el pie.

    ¡¡¡Horrible!!! Pues entonces enmudeced la guerra
cegando por vosotros el vástago del mal;
la libertad buscamos nosotros en la guerra,
si la teméis, entonces, buscadla en el puñal.

    No hay medio entre nosotros: si necesario fuera
para vencer a Rosas dar fuego a la nación,
de noche salvaremos del Plata la ribera
iluminando el paso la llama del tizón.

    Y alzando nuestra frente sobre humeantes ruinas
veremos en la pira la esclavitud arder,
y en medio los escombros, con proles argentinas,
en fénix trasmudada la libertad nacer.

    Nosotros trabajamos y en todo el continente
inspiración y hermanos para nosotros hay:
«La nieve de los Andes caerase de repente,
y se hincharán las ondas del mar al Uruguay».

    La guerra a los tiranos no es guerra de naciones.
No hay lanzas extranjeras para la libertad:
los pueblos son hermanos y enlazan sus pendones
en nombre de los cielos y de la humanidad.

    ¡Hay de vosotros todos cuando sintáis la tierra
temblar a los rugidos del pampa en frenesí!
¿Teméis por Buenos Aires los males de la guerra?
Pues evitáis la sangre con ultimarlo allí.

    Velada por los siglos será la nombradía
de quien la daga vibre por su amarilla faz,
inaugurando él solo para la patria mía
sobre el herido monstruo fraternidad y paz.

    Su nombre por el mundo conservará la historia
y el nieto de sus nietos elevará la sien;
escuchará opulento los ¡vivas! de la gloria
y el canto de los bardos escuchará también.

    Sí, Rosas, habrá alguno que a los porteños libre
de la inocente sangre que anhela tu ambición,
cuando el puñal de Bruto por tu semblante vibre
y en nombre de la patria te rasgue el corazón.

    En nombre de la patria, sí, Rosas; no te debe
sino vergüenza, llanto, baldón y esclavitud:
la sangre de sus hijos quince años ha que bebe
la tierra que brotaba simientes de virtud.

    Su independencia, nada: ni en rota ni en victoria
se cuenta de tu nombre ni de tu brazo, no;
con la primer desgracia se comenzó tu historia,
con el primero crimen tu nombre se gravó.

    La nombradía, el genio, la virgen y el anciano,
los códigos, la enseña, las glorias y la cruz,
¡salvaje!, ¿qué ha dejado sin profanar tu mano
cuando apagó tu aliento de libertad la luz?

    Un siglo has atrasado de su vital camino
el pueblo de las glorias y de la libertad:
el pueblo que llevaba de América el destino
con giganteos pasos a la posteridad.

    El porvenir del mundo la América levanta
y el Misisipi al ángel de libertad bañó;
se tiende por los aires y sobre el Plata canta,
y el Plata murmurando sus playas le brindó.

    Recorre el continente y encima al Chimborazo
a contemplar se para la América por sí;
y vuela y torna al Plata buscando su regazo,
y América contempla su porvenir allí.

    Apóstata salvaje, paraste en sólo un día
de la argentina patria su carro de zafir,
y mientras la contienes agonizante, fría,
la América se escapa volando al porvenir.

    ¡¡Venganza!! Si los hombres al hombre perdonamos,
al tigre de la patria los argentinos, no.
¡¡Venganza!! Y si tu trono con sable no tumbamos,
proclamará el cuchillo, por donde quiera, yo.

    Y creme, las bordonas de mi pujante lira
su vibración resurten en derredor de ti;
mis cantos no perecen cuando mi voz espira
y combustibles llevan a la pasión en sí.




ArribaAbajo[A un niño]



    Retoño de árbol frondoso,
álzate, florece y cuida,
en cada instante de vida
mandas diez al porvenir;
que cultivar en la infancia
la inteligencia del hombre,
más tarde le vale un nombre,
y un nombre, niño, es vivir.

Río de Janeiro, 1844






ArribaAbajo A Teresa



I

Alma del alma mía,
ya en tu labio los hálitos no aspiro
del aire de mi frágil existencia,
y ya en tus ojos lánguidos no miro
la clara luz de mi risueño día.
Mas ¡ay! si de la esencia
del cáliz de tu alma tu suspiro
el nombre lleva de tu triste amante,
si tu mano al pasar sobre tu frente
la imagen mía en tu memoria siente,
qué me importa de ti, llorar distante.


II

Teresa, ya el destino
nos separó ¿es verdad? Pues bien, escucha,
cuando ya no he de hallarte en el camino
de mi vida quizá; cuando aun es mucha
la juventud que a mi existencia queda;
cuando todo el aroma de sus flores
arrebate ambicioso a tus amores,
antes, bien mío, que olvidarte pueda,
la fuerza de olvidar muera conmigo.
Que en supremo embeleso,
para siempre jamás dejé contigo
con mi primer amor, mi último beso.


III

Sí, Teresa, es verdad, el pecho mío
dijo adiós al placer cuando mi mano
tocó la tuya por la vez postrera,
mientras el labio
se negaba al rigor de la palabra;
y sólo el llanto del dolor tirano
que barrenaba mi alma y ahora labra
con agudo puñal tu nombre en ella,
te dijo adiós para seguir la estrella
sin lumbre, sin destino,
que colocó el infierno en mi camino.


IV

Y si al amor no dije
¡ay! otro adiós también, mi tierna amiga,
es porque mi alma para siempre elige
este amor celestial que por ti abriga.


V

Vivirá enamorada
de tus dulces recuerdos mi memoria,
vivirá iluminada
por un rayo de amor la hermosa historia
de mi primer amor y mis placeres,
en el fondo del alma que te adora.
Y entonces ¡ay! qué pueden las mujeres
y las pintadas flores,
la blanca luna y la radiante aurora,
qué pueden ¡ay! si pienso en tus amores.


VI

Cinco de enero, ven; ven a mi mente
y vive en medio a mis amargas penas,
como la clara fuente
del desierto abrasado en las arenas:
cual la perla escondida entre las olas
del irritado mar, cual la esperanza
en el oscuro abismo de la vida,
coronando de bellas aureolas
esa cumbre fingida
do el inexperto corazón se lanza.


VII

Ven a mi mente, ven; vengan contigo
sus encantos, su amor, sus juramentos,
su dulce acento al suspirar conmigo,
sus rizos por su sien y la sien mía,
su temblor virginal y los alientos
abrasados de amor, y los sonrojos
en su pálida tez, y los desmayos
de su abrasada frente, y, como el día
del cielo tropical, aquellos rayos
que amor brotaban de sus tiernos ojos.


VIII

Ven a mi mente, ven; vengan contigo
las palabras aquellas que ninguna
¡ay! ninguna mujer pronunciar pudo:
«hoy más libre que nunca, tierno amigo,
queda tu corazón; si mi fortuna
te ligó a mi existencia en dulce nudo,
el amor solamente
y no el deber y compasión inspiren
tu beso abrasador sobre mi frente,
cuando mis ojos con placer te miren».


IX

¿Quién fue jamás tan noble y generosa,
quién más abnegación hizo y más pura
que la que esos acentos
revelan tan sencilla y tan hermosa,
de la más bella y tierna criatura,
en los mismos momentos
de sostener la sien de su querido
con vértigos de amor desfallecido?
¡Mas, qué mucho, mi Dios, si todo en ella
es la dulce expresión de la más bella
y tierna poesía
que inspirada brotó tu fantasía!


X

Mujer de filigrana que al mirarla
parece que los hálitos del aire
o los rayos de luz pueden matarla;
yo no sé si a la blanca flor del aire
la podré comparar, si al esmaltado,
tímido picaflor sobre la rosa,
o a la opulenta en galas
sensible mariposa,
sobre un jazmín su pecho reclinado
y oro vertiendo sus celestes alas.


XI

Llegad, horas tan dulces de la tarde
donde se esconden de la historia mía,
mi universo, mi Dios, mi poesía,
y la suprema gloria
de que hace el corazón altivo alarde.
Llegad a mi memoria
horas en que posaba mi cabeza
desmayada de amor sobre aquel seno
rebosando de encantos y belleza,
vacío de doblez y de amor lleno.


XII

Allí la suavidad de los jazmines
mi rostro acariciaba,
allí el olor del sándalo embriagaba
mi sien que se adormía
y al despertar volvía
del tierno corazón a los latidos;
y a las auras con hálitos de rosas
que en vez de alientos por mi sien corrían
y de sus dulces labios encendidos
derramaba mi hermosa,
en besos que a mis ansias respondían.
Cuando al mirarme tierna, poco a poco
su cabeza inclinaba, y con sus rizos
cubriéndome el semblante, confundía
al fin su ardiente boca con la mía.
Y de deleite loco,
y loco con su amor y sus hechizos,
mi corazón la sangre que encerraba
a mi apagada tez precipitaba.
Así el sol en la tarde
a medida que baja su alta frente,
va enrojeciendo el pálido occidente
hasta que en llamas purpurinas arde.


XIII

¡Embriaguez celestial! -Llegad tranquilas
como la dulce luz de sus pupilas,
horas de la oración, a mi memoria.
Yo he gozado en vosotras todo cuanto
puede a un mortal envanecer de gloria,
gloria del corazón, placer sin llanto.


XIV

¿Qué caricias me son desconocidas
bajo del pardo velo
con que cubrís tan lánguidas el cielo?
¿Qué palabras sentidas
no llegaron al fondo de mi alma,
puras y religiosas cual la calma
en que absorbéis el pálido universo?
¿Qué tierno melancólico suspiro
no enlutó mi alegría,
como en vosotras, al morir el terso
rayo del sol en perlas y zafiro,
la primer sombra de la noche umbría,
cuando con ella conversando a solas
hasta el adiós postrer iba la mente,
hasta el cruel más allá de lo presente
y hasta mi nave en medio de las olas?
Y ella, dando valor al alma mía,
con sus mismas palabras más sufría:
así una débil lámpara derrama
roja luz que deslumbra una pupila,
y cuando brilla más, más se aniquila
y se consume con su propia llama.


XV

    Sufría, sí, porque su rostro bello,
su célica hermosura,
tienen menos de Dios el claro sello
que de su alma la cándida dulzura.
Mujer que amando vive y moriría
si a su vida el amor faltara un día.


XVI

    ¡Misterios del Eterno! Aquese pecho
que guarda sus más dulces afecciones,
puede sentirse de repente estrecho
al raudo temporal de las pasiones;
así en el Paraná, linfa del Plata,
y entre sus islas de aromadas flores,
la corriente sus ímpetus desata,
y las ondas estallan sus furores.


XVII

    Sí, Teresa, tú en medio del embate
de la vida y el mal en torpe guerra,
eras cual blanca flor en yerma y ancha
arena de un combate
que enrojeció la tierra,
sin tener en las hojas ni una mancha,
y sin que el ámbar agostarle pueda
el vapor de la sangre o la humareda...
¡Oh, y no te olvidaré!, y no el cederte
siento, mi corazón hasta la muerte.
¿Sabes, sí, lo que siento hasta el exceso?
No haberte dado a ti mi primer beso.


XVIII

    Mas ay, mi bien, no envidies la fortuna,
en mi primer edad, de otras mujeres;
en los brazos de cien no amé a ninguna,
amaba solamente los placeres,
las fuertes emociones,
las romanescas verdes ilusiones.
Para mi joven pensamiento loco,
era, por Dios, el universo estrecho,
y toda novedad era bien poco
a la ambición de mi agitado pecho.


XIX

    Seguía por do quiera
de mi destino el fallo.
Y asistir a la cita de una hermosa
o domar un indómito caballo
fue siempre para mí la misma cosa.
No envidies, pues, Teresa, otras mujeres
yo no amé la mujer, sí los placeres.


XX

    Era sólo la fiebre de la mente
quemando de mi ser la primer fibra;
era la tempestad que en el oriente
de mi vida se alzaba, y que en mi seno
estallaba furioso el primer trueno
que apenas hoy en mis oídos vibra.
Ese tiempo pasó, vino la calma,
vino el amor en su pureza al alma,
y te he dado, mujer, en mi embeleso,
con mi primer amor mi último beso.

Montevideo, junio de 1846




ArribaAbajoEn el álbum de la señora María Nin de Estévez



    Si el prisma se extinguió de mi esperanza,
no ha muerto aún mi vanidad de hombre,
y busco por doquier para mi nombre
cuanto mi orgullo de mortal alcanza.

    He grabado mi nombre en alta peña
que da su frente al trono de la aurora;
y el primer arrebol las letras dora
cuando el astro inmortal su frente enseña.

    Lo he grabado de un sauce en la corteza
junto a un arroyo que entre flores gira,
y allí la ninfa de cristal lo mira
y duplica sus letras con pureza.

    Y, no menos avaro de mi gloria,
aquí lo escribo con orgullo ahora,
que es bella gloria para mí, señora,
ocupar una vez vuestra memoria.

    Mientras vivo en el mundo, afortunado,
me vengo así de mi mortuoria piedra,
do mi nombre cubierto por la yedra
para siempre jamás será olvidado;
sin mirar a su pie mi cruz bendita
ni siquiera una blanca margarita.

Setiembre 3 de 1847




ArribaAbajoSerenata

Dedicada a la señorita Úrsula Paz Otero





I

                Con las sombras de la noche,
           suspirando el corazón,
           llega al pie de tus ventanas
           a cantar el trovador.
           Todo es mudo y misterioso;
           todo sombras en redor;
           niña hermosa que despiertas,
           ¿tú no hospedas el amor?
¡Escucha mis cuitas, oh niña, por Dios!


II

                 Sueño dulce en blando lecho
           a tus párpados bajó;
           y a estas horas suspirando
           vaga errante el trovador.
           Como el trino de las aves
           te despierta mi canción;
           si a tus puertas ha llegado,
           ¿tú no hospedas el amor?
¡Escucha mis cuitas, oh niña, por Dios!


III

                 Abre, niña, tus ventanas,
           que aún no asoma el claro sol,
           y la luz de tus pupilas
           sea el sol del trovador.
           Abre, niña, que mañana,
           palpitando el corazón,
           rogarás porque te ruegue
           en las noches el amor.
¡Escucha mis cuitas, oh niña, por Dios!

Montevideo, julio de 1848






ArribaAbajoDestellos del dolor


    Cuando la noche su manto,
presagiando negro espanto,
sobre la tierra despliega
y a la oscuridad entrega
aire, cielo, tierra y mar,
y va el alto firmamento
guardando el rico ornamento
de refulgentes estrellas,
que suelen sus luces bellas
al mismo sol eclipsar;

    cuando con aspecto fiero
el relámpago ligero
cruza el aire, desparece,
y más súbito aparece
con brillante luz furtiva,
y se va viendo la esfera,
en instantes, como hoguera
símil del infierno mismo,
en instantes, como abismo
de tiniebla aún más esquiva;

    cuando mil nubes rodando
fugitivas y tronando
van siguiendo airado al viento,
que hace crujir en su asiento
al sólido negro mundo;
y, roto el preñado seno
de aquellas, se siente el trueno
retumbando sordamente,
y aterrador, de repente
vomitar rayo iracundo;

    cuando, en fin, naturaleza
velozmente su belleza
cambia, como por encanto,
en lúgubre horror y espanto,
próximo fin anunciando:
entonces, ¡oh, cuál se goza
toda mi alma que rebosa
en el mar de la alegría!
La triste melancolía
se va de mí, suspirando.

    Los fatales sufrimientos,
los crueles presentimientos,
el destino que a mi lado
siempre en llanto y enlutado
me señala el porvenir,
por hechizo desparecen
al instante que aparecen
sobre el cielo las señales
que los tímidos mortales
miran pálidos gemir.

    A su aspecto, ellos sus pechos
de temor sienten deshechos,
se concentran, se resienten,
se conmueven, se arrepienten,
todo es luto y confusión;
miran solo en los horrores
al Eterno en sus rigores,
y al lucir fugaz el rayo
presagiar ven en desmayo
la celeste maldición.

    No así siéntese mi alma,
que embriagada en dulce calma,
al crujir los elementos
la conmueven sentimientos
de simpático dulzor;
y mi mente enardecida
sin volar al cielo herida,
se recrea en su presencia: son,
me dice, tu evidencia
esos piélagos de horror.

    ¡Oh, cuán cierto! ¿Qué es mi vida
sino sombra confundida
entre un éter que enlutado
lo dejó impropicio el hado
al lucir mi juventud?
Mis pensamientos, ¿qué abortan
sino chispas que confortan
un instante mi ardimiento,
y en el caos del sufrimiento
pierden luego su virtud?

    ¿Qué es mi alma sino el seno
do se agolpan cual el trueno
mil violentas afecciones
que enlazando mis pasiones
con el genio del pesar,
las enconan, las alientan,
más violentas las presentan,
cual los vientos que encontrados
mil alientos inflamados
lanzan fieros al chocar?

    En la edad en que el destino
lleva al hombre por camino
donde solo sus sosiegos
ve turbados por los fuegos
del engaño y el amor,
ya mi vida, cual un fluido
de mil vientos combatido,
ha vagado sin ventura
por un valle de amargura,
bajo un cielo de rigor.

    Así sólo cuando el mundo
aterrado y gemebundo
llora envuelto en los horrores
de esos signos destructores,
de esa noche enardecida;
por oculta simpatía
lo venera el alma mía,
y de tanto mal rodeado
balbuceo enajenado:
«es el mundo de mi vida».

Montevideo, noviembre de 1848






ArribaAbajo Canto del Ejército Libertador


    ¡Bendito mil veces el rayo divino
que ya en el oriente del cielo argentino
anuncia la aurora de su libertad!
    ¡Benditos los días de paz y de gloria
que, en pos de los tiempos de ingrata memoria,
vendrán con la aurora de su libertad!

    Las últimas horas del crimen sonaron
y el brazo potente los pueblos alzaron,
mirando la aurora de su libertad.
    Y roto ya el trono de la tiranía,
los pueblos que esclavos gimieron un día
saludan la aurora de su libertad.

*  *  *


    Levanta, patria mía, tu dolorida frente;
extíngase en tus labios del infortunio el ¡ay!
La libertad del Plata se ha alzado de repente
en las riberas tuyas que baña el Uruguay.

    Tus horizontes todos espléndidos destellan
del alba de tu gloria radiante claridad.
¡Mirad! En occidente las sombras se atropellan
huyendo de los rayos del alma libertad.

    ¿No sientes a lo lejos un eco que retumba
vibrando por las olas del Plata al Paraná?
Tus hijos son que marchan abriendo la gran tumba
del viejo despotismo que se desploma ya.

    La marcha es de tus hijos con el fusil al hombro,
el ruido de las ondas del patrio pabellón,
los vivas que fulminan al déspota el asombro,
los potros de tus llanos que arrastran el cañón.

    El ángel de la gloria que un día orló tu frente
con los brillantes rayos de la inmortalidad,
oculto entre tus nubes velaba tiernamente
bajo sus alas de oro tu cara libertad.

    Y al resplandor que vierten las armas de los libres
desciende con el ángel la libertad también,
para que el rayo santo de tu justicia vibres
y abrases del tirano la renegada sien.

    Para probar el temple del alma de tus hijos,
la libertad acaso cedió a la esclavitud;
y hoy goza al contemplarlos buscándola prolijos
con el fusil al hombro y en cívica virtud.

    Los déspotas se ofuscan al resplandor divino
que esparcen los aceros templados en la fe;
y al brillo de las lanzas, al bárbaro asesino
sobre el lugar que pise le temblará su pie.

    En vano a sus lebreles azuzará a la guerra;
en vano del infierno demandará valor:
cuando se va la suerte de un déspota en la tierra,
hasta el infierno mismo le niega su favor.

    El porvenir ha alzado de tu horizonte el velo
y sólo está abatida del déspota la faz.
Tus hijos juraremos, bajo del patrio cielo,
sobre el herido monstruo, fraternidad y paz.

    Como tu sol, brillante; como tus glorias, bello;
como tu río, inmenso será tu porvenir
cuando en tu frente brille de libertad el sello
y puedas ver tus hijos bajo la paz vivir.

    La que miró a sus hijos al sol del araucano,
la que les vio del Andes en la nevada sien,
del genio y la grandeza con brazo americano
la enseña levantando, los mirará también.

    ¡Salud, madre de glorias! Tus hijos van marchando;
la libertad los guía con su risueña faz.
Mañana juraremos en tu regazo blando,
sobre el herido monstruo, fraternidad y paz.

    Mañana de tus glorias y porvenir señora,
olvidarás contenta del infortunio el ¡ay!,
la mano bendiciendo que levantó tu aurora
de las riberas tuyas que baña el Uruguay.

    Mañana depondremos ante tu pie, de hinojos,
las armas que en su fuego templaba el corazón,
mostrando a los tiranos que el pueblo en sus enojos
romper sabe los hierros que forja su opresión.

Montevideo, octubre de 1851






ArribaAbajo A la victoria de Caseros


¡Salve, campo inmortal, urna que encierra
la perenne memoria
de la más alta y merecida gloria
que legó al mundo el genio de la guerra!
Aquí la humanidad quedó vengada,
la justicia de Dios quedó cumplida,
y la patria infeliz regenerada
se alzó triunfante a su esplendente vida.
Pasarán las edades
cual soñados vestiglos
arrastrando al abismo de la nada
hombres, generaciones y ciudades
en las potentes alas de los siglos.
Mas pasarán los tiempos, y al olvido
no pasará, Casero, tu memoria;
que después de Satán nadie ha caído
de más altura que el soberbio Rosas,
por una mano intrépida arrancado
del apogeo de su negro imperio;
y del cenit de su poder tumbado
contemplaste su ruina,
viste roto en su frente el despotismo,
viste a la libertad su faz divina.
Y cuando el tiempo las señales borre
que bordara el cañón en tus llanuras,
cuando ya no quedara por memoria
ningún padrón de tu opulenta gloria,
entre estas nubes de mi patria, puras
como las glorias de su edad primera,
hay un aire que corre,
hay un sol que las parte en su carrera,
y ese sol o esa brisa
dirían de algún modo al extranjero;
aquí nos dio la libertad Urquiza;
murió aquí el despotismo, ¡éste es Casero!

14 de abril de 1862






ArribaAbajo El poeta Mármol al poeta Mitre


El canto de la patria


    Ya las nubes del Plata al fin se doran
tras larga noche de tiniebla umbría,
y al alma luz del suspirado día
los pueblos cantan, los tiranos lloran.

    Ya la patria del genio y las victorias
a su trono inmortal radiante sube,
envuelta, como en blanca y azul nube,
en la bandera de sus viejas glorias.

    Madre ardiente de amor, yerta al encono,
del Plata al Andes sus miradas gira,
y a un solo pueblo envanecida mira,
que en su hombro de titán sostiene el trono.

    El destino solícito levanta
a sus ojos el velo del futuro,
y ella, a través del horizonte oscuro,
ve el porvenir y su grandeza canta:

   «Allá está iluminada por el divino rayo
que brota la mirada dulcísima de Dios,
la interminable senda que me enseñara en Mayo
cuando sonó a mi oído su omnipotente voz.

   »Allá está atravesando del tiempo las regiones,
surcada de los siglos por el gigante pie,
cubierta con los restos de cien generaciones
que vanse trasmitiendo la herencia de mi fe.

   »Allá está la corona del genio americano
y el libro del destino, bajo región de luz:
regalos a la esposa del porvenir humano,
a la heredera rica del mundo y de la cruz.

   »El porvenir la espera. Allá está y se levanta
la lumbre que ilumina de América la faz;
marchemos adelante de su atrevida planta;
sobre el pasado ingrato, ¡resignación y paz!

   »Aquí, dentro mis ríos que riegan las entrañas
de un mundo y le difunden la vida y robustez,
sobre mis anchos prados, al pie de mis montañas
que dora de mis astros la clara brillantez;

   »Aquí no he respirado después que sonó ingrata
de la vergüenza mía la bárbara señal:
las olas no llevaron mi lágrima en el Plata,
ni el viento de la Pampa mi queja maternal.

   »Y errante peregrina, viví con el tesoro
de los recuerdos bellos de mi rosado albor,
cuando se abrió en la historia la página de oro
que recibió mi nombre con su inmortal honor.

   »En lágrimas bañada y ahogando en mi delirio
dentro del pecho mío la dolorida voz,
de hinojos he pasado las horas del martirio,
pidiendo por mis hijos la caridad de Dios.

   »Mi sed amortiguaba en los torrentes fríos
que de la sien del Andes espléndidos caén;
y allí los pasos vía de los guerreros míos
marcando sempiternos la empedernida sien.

   »Mi lecho eran los campos que hubieron por alfombras
las rotas armaduras del duelo colosal;
y allí me rodeaban las impalpables sombras
de los que al caer oyeron mi cántico triunfal.

   »Para guardar mi sueño entre mortuoria pompa
velaban silenciosas su inmenso panteón;
pero soñando oía de la guerrera trompa
los vibradores ecos, y el trueno del cañón.

   »La noche fue muy larga, pero sonó la hora
de la justicia eterna, y el rayo descendió;
iluminó la esfera su llama vengadora
y la proterva frente del bárbaro rompió.

   »Abriéronse los muros del templo maldecido;
los ídolos cayeron de su sangriento altar;
pero el espeso polvo por vientos sacudido
encegueció a mis pueblos al procurarme hallar.

   »Al fin nos encontramos, y cerco diamantino
me forman con el alma que les tocara yo;
nos vemos a los rayos del sol de mi destino:
el polvo de rüinas se levantó y cayó.

   »¡Adiós para el pasado! Allá está y se levanta
la lumbre que ilumina de América la faz;
marchemos adelante de su atrevida planta;
tras el pasado ingrato, fraternidad y paz!

   »¡Al porvenir seguidme! La luz lleva en su mano,
mostrándonos la senda, la hermosa libertad;
si halláramos de paso que crece algún tirano,
al águila en el huevo, de paso reventad!».

Octubre 21 de 1860






ArribaAbajo A la Virgen de las Mercedes


(CORO)


    Del error en dura cárcel
presa está la humanidad.
Abre, oh Reina del Cielo, las puertas,
fuente clara de eterna verdad.

    Salve, luz de la esperanza
que en la fe cristiana asoma.
De esa flor del alma toma
el perfume de su amor.
Es la flor que abrió sus hojas
con las lágrimas que un día
derramaste, madre mía,
a los pies del Salvador.

(CORO)

    De un Dios, madre, el universo
es el himno de tu gloria,
y se humilla a tu memoria
desde el átomo hasta el sol.
En su espíritu inspirada
todo en ti se vivifica.
Todo aquí se purifica
de tu amor en el crisol.

(CORO)

    Es la luz del universo
resplandor de tu grandeza
y su armónica belleza
es tu angélica beldad.
Tu candor está en la cuna,
tu valor junto a la muerte,
y en las luchas de la suerte
tu serena majestad.

(CORO)

    A los rayos de la luna
y en la blanda mar tranquila,
vacilando en la pupila
una lágrima se ve.
Es que el alma humana toca
de tu amor la llama santa
y a los cielos se levanta
en un éxtasis de fe.

(CORO)

    Los cautivos de este mundo
no tu imperio en vano aclaman.
Tienen fe cuando te llaman
y su fe es redención.
Creo en ti, Reina del Cielo,
dulce amor de mis amores.
Creo en ti y en tus dolores,
en tu amor y mi perdón.

(CORO)

    Allí estás en el calvario,
del dolor las fuentes rotas,
salpicadas con las gotas
de la sangre del Señor.
Aquí estás en tus altares,
del incienso entre las nubes,
y del alma en ella subes
el perfume de su amor.

(CORO)

Del error en dura cárcel
presa está la humanidad.
Abre, oh Reina del Cielo, las puertas,
fuente clara de eterna verdad.






ArribaAbajo La aroma


Insensible del alba al tierno lloro
y al beso de la auras peregrinas,
resplandeces, del sol lágrima de oro,
bella y soberbia en tu millón de espinas.

Engreída en tu altísimo palacio,
halagar y engañar son tus placeres;
te haces mágico dueño del espacio,
llamas de lejos y de cerca hieres.

Ingrata y falsa, sin piedad lastimas
la mano que te busca sin recelo;
y si a cogerte sin temor la animas,
es cuando el viento te postró en el suelo.

¡Ay!, la que tanto mal lleva consigo,
la triste ley de su destino aclama:
sin un seno de amor que le dé abrigo,
su destino es morir seca en la rama






Arriba La noche


    Noche, misterio, soledad del alma,
¿quién pasea tus ámbitos profundos,
que en hálitos de amor vierte la calma
por los perdidos solitarios mundos?

    ¿Qué ángel en proscripción sus alas tiende
cuando oculta su frente el rey del día,
y silencioso los espacios hiende
en nube melancólica y sombría?

    ¿Qué mágica campana el sueño advierte
del Supremo Hacedor que a sus acentos
se apagan, como al soplo de la muerte,
las luces y las ondas y los vientos?

    ¡Noche, magnificencia indefinida!
¿Qué humano corazón no ha suspirado
sintiendo el peso de la ingrata vida
en tu templo sin límites sagrado?

...¿Quién no ha pensado en Dios cuando derramas
tu balsámica paz sobre los cielos,
y a la conciencia a confesarse llamas
bajo el crespón de tus oscuros velos?