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Poemas sueltos

Rosalía de Castro

[Nota preliminar: Edición digital a partir de Obras completas, ed. Marina Mayoral, Madrid, Fundación José Antonio Castro, 1993, t. II, pp. 557-592 y Obra completa, edición Mauro Armiño, Madrid, Akal, 1980, t. I.]

Poemas en castellano

A la memoria del poeta gallego Aurelio Aguirre

    Lágrima triste en mi dolor vertida,

perla del corazón que entre tormentas

fue en largas horas de pesar nacida,

en fúnebre memoria convertida

la flor será que a tu corona enlace;

las horas de la vida turbulentas

ajan las flores y el laurel marchitan;

pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,

llanto de duelo que el dolor fecunda,

si el triste hueco de una tumba anega

y sus húmedos hálitos inunda,

ni el sol de fuego que en Oriente nace

seco su manantial a dejar llega

ni en sutiles vapores le deshace,

¡y es manantial fecundo el llanto mío

para verter sobre un sepulcro amado

de mil recuerdos caudaloso río!


ÁNGEL

   Todo duerme... del aire, el soplo blando

callado va, con temeroso vuelo

el aroma esparciendo de las rosas;

brilla la luna, y sueñan con el cielo

los niños que reposan, contemplando

flores, luz y pintadas mariposas.

   ¡Niños!, al soplo de mi tibio aliento,

dormid en paz, que os cubren con sus alas

los blancos y amorosos serafines,

y adornándoos a un tiempo con sus galas

hacen que en ondas os regale el viento

blando aroma de lirios y jazmines.

   Y, en tanto, el astro de la noche, lento,

pálido, melancólico y suave,

del aire azul recorre los espacios,

globo de plata o misteriosa nave,

vaga a través del ancho firmamento,

por cima de cabañas y palacios.

   Su tibia luz refléjase en la tierra

como del alba la primer sonrisa

que va a alegrar las aguas de la fuente;

y al rizarse los mares con la brisa,

cuanto su seno de hermosura encierra

muéstrase allí, brillante y transparente.

   Las plantas y los céfiros susurran

con blando son, y acentos misteriosos

lanza, al pasar, el murmurante río,

y a través de los árboles frondosos

las estrellas inmóviles fulguran

chispas de luz en su ámbito sombrío.

   Todo es reposo, y soledad, y sueño...

sueño aparente y soledad mentida,

en el mundo del hombre... ¡hermoso mundo

cuando, mintiendo, a amarle nos convida!

Y es que en que fuese amado puso empeño,

quien llena cielo y tierra, y mar profundo.

   Mas... ¿qué pálida sombra cruza el prado...

errante, sola, fugitiva y leve?

Como si fuese en pos de un bien perdido,

apenas al pasar las hojas mueve.

Y vaga al pie del monte y del collado

cual tortolilla en torno de su nido.

   Virgen parece por la undosa falda

y por la blonda y larga cabellera,

que el viento de la noche manso agita;

bello es su rostro y dulce la manera

con que pisa la alfombra de esmeralda,

mientras su seno con ardor palpita.

   ¡Pobre mujer!... ¿Qué culpa, qué pecado

como aguijón la ha herido en su inocencia,

que el calor de su lecho así abandona?

Yo sondaré el dolor de tu conciencia,

que no en vano a la tierra he descendido,

en nombre del Señor que la perdona.

MUJER

   ¡Qué dulce, qué serena atmósfera respiro,

qué perfumado ambiente llenando el aire va!

Parece que las flores, de amor en un suspiro,

exhalan sus olores, y que con blando giro

danzan al son del beso que el céfiro les da.

   ¡Qué soplo en torno vuela de celestial frescura

calmando de mi seno el penetrante ardor!

Mas yo no busco calma; yo busco la amargura,

la acritud y el fuego, y la soberbia dura

que engendra con el odio el pálido rencor.

   Rencor.. ¿en dónde, en dónde se encuentra tu morada,

que voy buscando en vano la huella de tu pie?

¿Cómo llamarte, dime, cómo mi voz airada,

por el gemir ya ronca, por el llorar cansada

podrá llegar vibrante do tu morada esté?

   Sin ti, rencor sañudo, sierpe que en cieno anida,

sin ti, ¿quién es el hombre que en sierpes se engendró?

Hoja que va y que viene del árbol desprendida,

juguete a todo viento, fuente que así convida,

al que sus aguas limpia y a quien las enturbió.

   ¡Rencor, ven!, y que siempre pueda vivir contigo,

en lo profundo escóndete del débil corazón,

que no le ablande el llanto del pérfido enemigo,

desprecie sus caricias y niéguele su abrigo,

y la de paz, suavísima, palabra de perdón.

   Mas, ¡qué templada brisa sobre mi frente pasa,

qué aroma, qué deleite de inexplicable bien!

Cálmase el fuego ardiente, que mi mejilla abrasa,

velos en torno giran de transparente gasa,

y con sus pliegues tocan mi palpitante sien.

   ¿Es magia o vano sueño... es ilusión que miente

esa azulada lumbre o matinal fulgor,

esas doradas nubes de un fuego transparente,

que en los espacios flotan, que inflaman el ambiente,

que errantes me circundan como una luz de amor?

ÁNGEL

         ¡Pobre niña! ¿Qué serpiente,

      con malicia tentadora,

      ha tornado pecadora

      a la paloma inocente?

         ¡Tú, fuente límpida y pura,

      buscar sin paz ni reposo

      el áspid más venenoso

      bajo la peña más dura!

         Detén la osada carrera,

      vuelve a tu nido, paloma,

      ¡guay si en tu seno de aroma

      su presa el milano hiciera!

         Rosa que el céfiro mece,

      ¿qué harás si aquilón te abruma?

      Ampolla de blanca espuma

      serás, que nace y perece.

         Deja a los fieros instintos

      llenar fieros corazones:

      corderillos y leones

      van por caminos distintos.

         Naciste para gustar

      las dichas del bien querer;

      si amargo es aborrecer,

      ¡cuán dulce cosa es amar!

MUJER

         Ángel, tu voz de alegrías

      llega a mi agitado seno

      como raudal puro y lleno

       de secretas armonías.

         Murmurios siento de amor

      inefable, y me parece

      que ancho río en torno crece

      con suavísimo rumor.

         Sus aguas son como el cielo,

      azules, cada onda leve,

      pureza de blanca nieve,

      muestra con casto recelo.

         Y salpicando mi frente,

      de nubes oscuras llena,

      cada gota una azucena

      hace brotar de repente.

         ¡Ésta es la paz!... La comprendo

      ahora, por vez primera.

       ¡Quién, ángel, contigo fuera

      las esferas recorriendo!

         Mas yo en el mundo... y tú allá...

      vives, ángel, junto a Dios,

      somos distintos los dos:

      tú eres luz, yo oscuridad.

         Eres de un mundo mejor

      que éste en donde yo nací;

      gloria es amar, para ti;

      para mí, sólo dolor.

ÁNGEL

         Fruto humano es verde fruto

      que va a madurar al cielo;

      sólo allí se halla consuelo,

      sólo aquí quebranto y luto.

         Mas, el que salvo del mar

      del mundo quiera salir,

      ni le ha de cansar sufrir,

      ni fatigarle llorar.

         Que el llanto de un mártir sube

      hasta Dios, cual puro incienso

      de holocausto, el cielo inmenso

      llenando en forma de nube.

         ¡Feliz el átomo leve,

      que rueda entre el polvo vano,

      a quien hiere toda mano,

      y a quien todo pie se atreve!

         ¡Y feliz también aquel

      que en su humildad confundido

      no supo herir si fue herido,

       dando dulzuras por hiel!

         Guarda, pues, niña inocente,

      guarda el perdón en tu seno,

      que él te limpiará del cieno

       que arrojen sobre tu frente.

         Y deja al rencor sañudo

      dormir su sueño de horrores,

      donde angustias y temores

      se enlazan con fuerte nudo.

         Dios te lo ordena: «ama y llora,

      perdona siempre y espera»,

      y serás alta palmera

      que el sol en las cumbres dora.

         Y las santas, tus hermanas

      vírgenes que guarda el cielo,

      bordaránte el casto velo

      que aleja sombras profanas.

         Del hombre el brazo más fuerte

      sólo es en la humana vida

      aura que corre perdida

      hacia el seno de la muerte.

         ¡Belleza... poder.. ventura...!

      Humo todo, y sólo eterno

      el mal que vuelve al infierno,

      el bien que torna a la altura.

         No olvides esto, y al lecho

      vuelve, que casto te espera.

      ¡Paloma, no el cielo quiera

      que halles tu nido deshecho!

         Y limpia y sin pecado

      poco después la niña se dormía,

      que cariñoso el ángel,

      con sus alas de nácar la cubría.


En un álbum

    Te vi una vez de niña;

me pareciste flor de primavera

o capullo de rosa que exhalase

su virginal esencia.

   Ahora dicen todos

que eres mujer bella...

¡Quiera Dios que en el lecho de las vírgenes

por largo tiempo en largo sueño duermas!

   ¡Que es el sueño más dulce

que duermen las hermosas en la Tierra!


Hojas marchitas

    Las rosas en sus troncos se secaron,

los lirios blancos en su tallo erguidos

secáronse también,

y airado el viento arrebató sus hojas,

arrebató sus hojas perfumadas

que nunca más veré.

   Otras rosas después y otros jardines

con lirios blancos en su tallo erguidos

he visto florecer;

mas ya cansados de llorar mis ojos,

en vez de llanto en ellos, derramaron

gotas de amarga hiel.


    Los ángeles en la Tierra

no están bien y se van presto.



    Regina, entre las donosas

la más donosa doncella,

la más hermosa y más bella

entre las bellas y hermosas;

la más fresca entre las rosas,

la más pura entre las puras,

y estrella de las alturas

que brilla en sereno cielo,

era fuente de consuelo

en abismo de amarguras.

   Era a un tiempo, cual la brisa,

breve y ligero su paso;

como sol en el ocaso

era triste su sonrisa;

inspirada pitonisa,

su mirar lleno y profundo,

y en el fulgor sin segundo

que en su pupila brillaba

llamas de amores guardaba

para aniquilar el mundo.

   Era el color de su frente

rayo de pálida luna;

como ella no hubo ninguna

tan serena y transparente.

Al par que altiva, imponente;

al par que dulce, severa;

larga y blonda cabellera

la adornaba con decoro,

apiñando conchas de oro

sobre su busto de cera.

   Su voz, toda melodía,

daba músicas al viento:

todo perfumes su aliento,

al aura los repartía.

Y cuando al morir del día

luz y tinieblas luchaban

y a su paso levantaban

del miedo torvas visiones,

al rumor de sus canciones

temerosas se ocultaban.

   Aun más blanca que la nieve,

envidia al cisne causara,

y un ángel se conturbara

al notar su sombra leve.

Y así, cual del cielo llueve

rocío para las flores,

tal de sus ojos, de amores

tibias lágrimas llovían

y en el corazón caían,

lenitivo de dolores.

   Cual hija del mar, salada,

nacida entre las espumas,

se ocultaba entre las brumas

de una ribera ignorada.

Y allí, cual ninfa encantada,

suelta la melena undosa,

tan liviana como hermosa,

tras de las ondas corría

y en ellas humedecía

sus pies de color de rosa.

   Fatigada de tal suerte,

viéndola en calma dormida,

creyérase que a tal vida

no se atreviera la muerte;

mas como a brazo tan fuerte

todo se dobla y se inclina,

también la pobre Regina

pagó su amargo tributo,

lirio vestido de luto,

rayo de sol que declina.

   Cubrióla el ángel sombrío

bajo sus gigantes alas

y arrebataron sus alas

aguas del eterno río;

de la tumba el viento frío

se agitó sobre su seno,

y lo que fuera sereno

astro de radiante lumbre,

convirtióse en podredumbre,

foco inmundo de veneno.

   Gimió la tierra de espanto

al contemplar tanto duelo,

mas brilló radiante el cielo

tras del azulado manto;

eco de armonioso canto

resonó por las alturas,

que allá a las regiones puras

un ángel llegó por suerte,

despojado por la muerte

de terrenas ligaduras.


    Ya que me abandonaste, ¡oh tú, esperanza!,

«volved a mí», les dije a mis recuerdos;

mas mi voz resonó hueca y profunda

en un sepulcro abierto.

   Cuando me veas pensativo y triste,

no indagues en qué pienso;

del ángel de las tumbas,

tú, ángel de luz, ¿pudieras tener celos?

   Ella alzó entonces los rasgados ojos

y preguntó con miedo:

«¿Será verdad que alguna vez, bien mío,

resucitan los muertos?».


    A un tiempo, cual sueño

que halaga y asombra,

de los robles las hojas caían,

del saúco brotaban las hojas.

   Primavera y otoño sin tregua

turnan siempre templando la atmósfera,

sin dejar que no hiele el invierno,

ni agote el estío

las ramas frondosas.

   ¡Y así siempre! en la tierra risueña,

fecunda y hermosa,

surcada de arroyos,

henchida de aromas;

   que es del mundo en el vasto horizonte

la hermosa, la buena, la dulce y la sola;

donde cuantos he amado nacieron,

donde han muerto mi dicha y mis glorias.

   De vuelta está la joven primavera;

mas ¡qué aprisa esta vez y cuán temprano!

¡Y qué hermosos están prados y bosques

desde que ella ha tornado!

   Ha vuelto ya la primavera hermosa;

siempre vuelve la joven y hechicera;

mas ¿en dónde, decidme, se han quedado

los que partieron cuando partió ella?

Esos no tornan nunca,

¡nunca!, si es que nos dejan.

   De sonrosada nieve, salpicada

veo la verde hierba,

son las flores que el viento arranca al árbol

llenas de savia, y de perfumes llenas.

   ¿Por qué siendo tan frescas y tan jóvenes,

a semejanza de las hojas secas

en el otoño, cuando abril sonríe

ellas también sobre la arena ruedan?

¡Por qué mueren los niños,

las flores más hermosas de la tierra!

   En sueños te di un beso, vida mía,

tan entrañable y largo...

¡Ay!, pero en él de amargo

tanto, mi bien, como de dulce había.

   Tu infantil boca cada vez más fría,

dejó mi sangre para siempre helada,

y sobre tu semblante reclinada,

besándote, sentí que me moría.

   Más tarde, y ya despierta,

con singular empeño,

pensando proseguí que estaba muerta

y que en tanto a tus restos abrazada

dormía para siempre el postrer sueño

soñaba tristemente que vivía

aún de ti, por la muerte separada.

   Sintióse agonizar, mil y mil veces,

de dolor, de vergüenza y de amargura,

mas aunque tantas tras de tantas fueron

no se murió ninguna.

   Embargada de asombro

al ver la resistencia de su vida,

en sus horas sin término pensaba,

llena de horror, si nunca moriría.

   Pero una voz secreta y misteriosa

la dijo un día con acento extraño:

Hasta el momento de tocar la dicha

no se mueren jamás los desdichados.


A Pilar Castro y Alván

Recuerdo al 13 de junio de 1876

    Cuando al morir el día

sólo cantan el grillo y la cigarra,

y los insectos bullen y se pierden

en la niebla dorada.

   Yo pienso que del cáliz de la rosa

la veo salir envuelta en leve gasa,

y que sus negros ojos fijan en mí

su lánguida mirada.

   Y sueño en el silencio

de la noche callada

que a mi lecho se acerca

como una sombra voluptuosa y blanca;

que me besa en la frente,

que me sonríe y habla

y que me dice: «Vengo

de regiones extrañas

para traerle a tu enervado espíritu

la codiciosa calma».

   Ven, báñate en las ondas de la muerte,

mi cariñosa hermana;

depón las terrenales ligaduras.

Ven conmigo... y.. descansa.

      Padrón, 13 de junio de 1884.

   ¿Dónde fueron la gloria, el sentimiento

que amaba la verdad, el claro día,

la blanca nube, el bello pensamiento

lleno de fe, radiante de alegría?

   Entre la sombra del ramaje oscuro

veo el rincón del lecho solitario;

aun queda el rastro del recuerdo impuro

como envolviendo el que da el sudario.


Predestinados

    Es el abismo el que le atrae

desde su fondo más oscuro,

para que deje esta vida tan triste

que él ve cubierta de eterno luto.

   No bien una sombra se disipa

otra se agranda... se agranda y le envuelve

sin que adivine por qué ha venido,

por qué le busca, ni qué le quiere,

pero le aterra y le acobarda

y a donde va le sigue siempre.

   Si algún dolor abandona su alma,

otro más vivo y más intenso,

en sus entrañas haciendo el nido,

para él inventa nuevos tormentos,

mucho más hondos y más terribles

siempre los últimos que los primeros.

   Un mal espíritu, algún demonio

de cuantos hay el más cruel

ha presidido su nacimiento

y oculto guía siempre su pie

hacia los bordes de la alta sima

a ver si puede verle caer.

   Vacila su planta ya... y sus ojos

vagos se fijan en lo infinito,

que él cree imagen de la nada;

pero le atrae... le atrae el vacío

en donde flotas, genio invisible,

siempre llamándole hacia el abismo.

   Y cae al fin... y nadie sabe,

ni nadie pregunta por qué ha caído.


    Del luto de mi noche

mi ángel funesto

tejió un velo pesado,

tupido y denso

más que las sombras

que en los hondos abismos

eternas moran.

   Negóme desde entonces

el sol su brillo,

¡ay!, negóme la luna

su fulgor tímido,

y la esperanza

no alumbró más el yermo

de mis entrañas.

   Por eso todo, todo...

para mí ha muerto.

Mudas pasan mis horas

tal como espectros...

Cabe mi oído

sólo se agita el soplo

de los olvidos.

   Hiende el rayo al peñasco en el monte,

a la nave en el mar la tormenta,

en el aire, el halcón prende al pájaro.

Y en el mar, en el aire, en la tierra,

todos prenden y acosan al hombre

de desgracia acusado y pobreza.

   Es obligado tema de sensibles cantores

el amor y sus penas, el beso o la mirada

del dulce ser querido, la dicha malograda

o la esperada dicha con sus vagos temores.

   Después vienen los pájaros, el mar o el arroyuelo,

la tempestad que brama o la brisa sonora

que hace hablar al follaje mientras nace la aurora

o alza la mariposa el inconstante vuelo.

   Mas ¿qué nube es aquella que, elevada,

llena de luz, por el oriente asoma,

virgen que viene en su pudor velada,

temprana flor con su primer aroma?

¿Quién la que en tronos de zafir sentada,

blanca, pura y sin hiel, dulce paloma,

desciende hacia la tierra en raudo vuelo,

abandonando por la tierra el cielo?

   ¡Es ella! ¡Una mujer! Fuente de vida,

diosa inmortal de pensamiento altivo,

del seno de los ángeles venida

para librar mi corazón cautivo:

es fruto de verdad, fuente querida

de quien mi libre inspiración recibo;

es la que, madre de las madres, lleva,

¡nombre de bendición!, el nombre de Eva.

   Como las auras del abril, liviana;

como la luz del sol, fuerte y hermosa,

es ella de quien dicen flor temprana,

fuente sellada, estrella misteriosa:

su rostro del color de la mañana,

suelta la blanda cabellera undosa,

la palabra suave, el paso leve

que a su ligero andar las flores mueve.

   Mas hay en su mirada una tristeza

de inefable amantísimo delirio,

que aumenta el resplandor de su belleza,

la llama santa de un feliz martirio,

¡oh pura fuente de inmortal limpieza,

sobre las ondas desmayado lirio!

¡Oh cuán amada por tus penas eres,

mujer en quien esperan las mujeres!

   En medio del silencio, allá en la noche,

madre de los misterios,

llenaban el espacio ecos suavísimos,

armónico concierto

de entrecortadas frases y caricias,

de suspiros, de quejas y de besos.

   ¡Ay! Eran él y ella.

Espíritus de fuego,

almas que envueltas en ardiente llama

devoraban placeres y deseos.

   -La vida es breve... Amémonos -decían.

-¡Tan veloz corre el tiempo!...

Y en su ansia loca, y en su afán ardiente

más que el viento esta vez corrieron ellos.

   Tras de las largas misteriosas noches

un sol primaveral brilló sereno,

y uno al otro en silencio se miraron

con espanto y con miedo...

   -Pero si ésta es la vida,

-murmuraron después- ¿a qué ir más lejos?

Y cual duerme un cadáver en su tumba

uno en brazos del otro se durmieron.


Poemas en gallego

Xuizo do ano

    Toquen as gaitas que hai festa,

toquen ó son do pandeiro,

pífanos toquen e frautas,

redobre o tamborileiro,

retroen as castañetas

i as cunchas, rencho... correncho...

coa quisquilleira zanfona

fagan o compás a un tempo.

Repiniquen as campanas,

atruxen mozos e vellos,

pequenos e grandes bailen,

brinquen os sans cos tolleitos.

Rían as de alegres ollos,

rían as de olliños negros,

i as dos peliños dourados,

i as dos peíños pequenos,

i as redondas moreniñas

máis dulces que o caramelo,

i as brancas que tén por gala

venas de color de ceo.

Que as nenas do ringo-rango

poñan paniños con freco,

i un moño na monteiriña

os mozos de rango-rengo.

Rechinen ricos e probes

tal como bos compañeiros,

e todos xuntos nun fato,

cal manada de cordeiros,

alaben a Dios bendito

que ano tan farto teremos

e tal milagro os xa nados,

cos ollos de bágoas cheos,

verán cal igual non viron

nin noutros nin nestes tempos.

¡Cal han de medrar nas veigas

as espigas do centeo!

¡Que ricos pastos lle agardan

ás vaquiñas e ós carneiros!

Que leiras... ¡Virxe do Carme!

¡Que millos tan pantrigueiros!

Cada espiguiña dourada

ha de pesar por un cento.

¿I as fabas?... ¡Santo San Xuan!

¿I o trigo?... ¡Santo San Pedro!

Nin ha de haber donde axeiten

chícharos, grau e centeo,

¡que tanto... tanto e mais tanto...

ben de Dios se ha de ir collendo

que nin ha de haber nos chans

un semellante portento!

As peras, coma cabazos

ou coma cabazo e medio;

figos como piñas mansas;

repinaldos, coma cestos.

Cada sandía un ferrado

ha de pesar, pouco menos;

e si n'hai tento ca boca

seica xa reventaremos

ca farta... ¡Dios non premita

que fora farta do demo!

Bailá, pois, nenas bonitas,

bailá, mociños e vellos

que anada nunca se veu

cal a que este ano veremos,

e dade gracias a Dios

por un favor tan extremo.


No abano de Emilia Pardo Bazán

    Mimada polas Musas,

servida polas Gracias,

cun corazón que vive de harmonías,

nobre cantora das gallegas praias,

ben merecés reinar como reinades,

manífica, absoluta, soberana.

   Dende as fartas orelas do Mondego,

e dente a Fonte das lágrimas,

que na hermosa Coimbra

as rosas de cen follas embalsaman,

do Miño atravesando as auguas dondas

en misteriosas alas,

de Inés de Castro, a dona máis garrida

i a máis doce e máis triste namorada;

do gran Camoens que inmortal a fixo

contando as súas desgracias,

de cando en cando a acariñarnos veñen

en non sei que saudades e lembranzas.

Alá dou froito a pranta bendecida

con sin igual puxanza,

de aquí o xermen salen, sábeo Lantaño

i a sua torre dos tempos afrentada.

Por eso, seica, ¡ouh, desdichados! sempre

levache en vós o xermen da disgracia,

ti, probe Doña Inés, mártir de amore,

e ti, Camoens, da envidia empesoñada.

Pesan dos xenios na eisistencia dura

tanto a fama i a groria canto as bágoas.

A que cantache en pelegrinos versos

morreu baixo o poder de mans tiranas;

ti acabache olvidado e na miseria

i hoxe es groria da altiva Lusitania.

¡Ouh poeta inmortal, en cuias venas

nobre sangre gallega fermentaba!

Esta lembranza doce,

envolta nunha bágoa,

che manda dende a terra onde os teus foron

un alma dos teus versos namorada.

   Non sei se me ules a rosas,

se as rosas me ulen a ti;

só sei que non hai ulido

mellor que o teu para min.

Tampouco sei si o sol brila,

ou se o que brila eres ti;

mais sei que si non te vexo

sempre é noite para min.


A volta ó lar

- I -

   Ora detente, estranxeiro,

que ó noso lar, lisonxeiro,

un i outro día amante te quentache.

¿Vaste ora, dendes que, arteiro,

a ti nos acostumbrache?

Detente, por Dios, detente,

e non do ben que che sorrí presente

deixes a paz, por outra xa perdida.

¿Quen sabe, na terra ausente,

quen te lembra e quen te olvida?

Tanto tempo que é pasado,

¿quen sabe o que de ti dorme enterrado?

¿Quen o que se ergue por teu mal dereito

para coller no teu prado,

para dormir no teu leito?

Lenguas envenenadoras

malos agoiros anúncianlle traidoras

ó que lexos dos seus morrer se sinte.

Deixá que maxine auroras,

craridás que o luar minte.

Todo, na terra mimosa,

tan querida, tan fresca e tan fermosa,

en ti deixei ó te deixar, ¡coitado!

Da vida a primeira rosa

é o pracer máis cobizado.

E alá están cos meus quereres

tamén os meus máis fondos padeceres,

i as miñas esperanzas sempre vivas...

Deixame partir, mulleres,

cas ansias miñas cativas.

- II -

   Día e noite, noite e día

vai camiñando o estranxeiro,

que alas lle empresta a alegría.

   A alegría empréstalle alas,

e se atopará non sabe

boa nova ou novas malas.

   Nova mala ou pracenteira

que lle espera non hai duda

onde busca a dicha enteira.

   ¡Dicha enteira!... e sin parada

o estranxeiro corre, corre,

cal guerreiro en desbandada.

   Desbandada, pois parece

que o persiguen enemigos

i en campías lle anoitece.

   Lle anoitece e non se senta,

nin pergunta si hai pousada,

nin a noite lle amedrenta.

   Lle amedrenta, e sube, sube,

pola costa, á luz incerta

do luar que rompe a nube.

   Nube escura... Aló descende

polo negro da baixada

que do abismo á beira pende.

   Pende á beira, mais n'importa

que alí acaba a terra allea

e da súa está na porta.

    ¡Porta santa! ¡ouh, que alegría!

Xa está nela... ¡patria hermosa!

Cai e beixa a terra fría.

   Fría, si, mais sempre amada,

pois cal ela n'hai no mundo

nin dos seus máis deseada.

   ¡Deseada! que non sabe

o que a perde, hastra que a perde,

canto é doce e canto soave.

- III -

   Serpenteando vai o Miño

fondo ás veces como o mare,

pero sempre caladiño.

   Caladiño e misterioso

como sombra ou paso leve,

que non quer trubar reposo.

   Reposo nunca trubara

desque é Miño, nin tampouco

do seu sono despertara.

   Despertara ó que rendido

do cansaso e da alegría

na súa beira está dormido.

   Dormido e que soña triste

que inda morre en terra allea,

e que de loito inda viste.

   Inda viste vestidura

negra, negra por de dentro,

e por fora de amargura.

   De amargura, mais parece

que un murmurio brando escoita

que nin merma que nin crece.

   Nin crece i arrola en tanto

cal arrola o seu meniño

unha nai con soave encanto.

   Canto estraño... marmorío

de recordos de albos días

lle parece a voz do río.

   Voz do río que oi apenas

en confuso mentras dorme,

mentras seña coas súas penas.

   Cas súas penas que en boa hora

xa acabaron... ¡ai! ¡desperta!,

prontamente que xa a aurora,

que xa aurora o monte aluma...

¡ei! sacude, camiñante,

ese seno que te abruma.

- IV -

   Un paxariño canta,

un canta, cantan dous,

cantan un cento deles

da aurora ó resprandor,

i o seu cantar alegre

desperta ó arredor,

canto, dormido ainda,

non ve a cara de Dios.

¡Ei!, camiñante, arriba,

mira que sai o sol,

mira que as fontes brilan

i o vento rebuldón

ás portas vai chamando

de canto Dios criou.

- V -

   ¿Estou no ceo?... ¿na terra?

¿En donde, en donde estou?

Vexo visiós de groria

e campos de verdor,

montañas ondeantes

que aluma un limpo sol,

alegres paxariños,

devesas, prados, frols.

¡E un río!... ¡Ouh, río Miño!

Es ti, bon Dios, bon Dios,

Galicia, miña terra,

mira o que te deixou;

que para ti enteiro

che trai o corazón.

- VI -

   Tanto mata unha alegría

¡ai!, coma mata un pesar,

déixame, Virxe María,

que vivo poida chegar.

   A donde os meus quizais moran

cal antes moraban xuntos,

donde quizais por min oran

cando oran polos difuntos.

   E dendes que alí chegare,

se é que me queres matar,

desque a todos abrazare

morreréi sin me queixar.


Unha boda na aldea

- I -

   Anque nacese xordo

as túas falas oíra,

e anque cego nacese

non dudes, non, meu ben, que eu te vería.

Sei cando hei de atoparte no camiño

anque ninguén mo diga,

pois dimo, en cambio, o corazón batendo

cun bater de alegría.

Sei onde estás, anque pra ti non mire,

pois véxote co esprito, miña vida,

que inda mellor cos ollos

tenen as almas vista.

E dendes de que eu morra e que ti morras

non o dudes, Marica,

cal te vexo e te sinto neste mundo,

hei de verte e sentirte na outra vida.

Queirámonos e se eres desdichada,

ti saberás ó fin o que é ter dicha,

pois eu desque en ti adoro i en ti creo,

creo no ceo, e creo en Dios, Marica.

- II -

   ¡Que dicha incomparable é amar de veras!

¡Que pracer ser querido!

Antre as nubes no ceo, cantan os ánxeles,

antre os rosas na terra, os paxariños.

E nin asombra a morte

nin se teme o martirio.

Non son malos os homes,

éio o malino esprito,

que para cando amamos e nos aman

inventou os supricios

da ausencia, que a soidades nos consome,

do sin entrañas impracabre olvido,

da morte fría e muda

e dos celos malditos,

que truban a concencia máis tranquila

e fan dun home honrado un asesino.

Amor, ti es o misterio

máis grande que Dios fixo

e sin ti, non sería,

este mundo de proba en que vivimos.

E cando o mundo acabe

ti subirás ó ceo branco e purísimo

xa que acabar non podes,

porque es un raio do poder divino.

- III -

   -Ben sabes que son probe,

sin pai sin nai, sin casa nin arrimo,

que o como á noite se o á mañán traballo.

-Eu tampouco son rico,

que oxallá o fora, e para ti tivera,

os hórreos cheos de millo.

-Mais es valente cal ninguén na aldea,

n'hai quen traballe coma ti, e garrido

e lanzal no bailare non vin outro,

nin os véllo-lo viron,

todas teñen en ti posto-los ollos

-Non sei, porque n'as miro;

só se¡que coma ti, xúroo Marica,

non hai outra antre os vivos.

-Nada vallo con moitas comparada,

e aínda menos contigo,

mais se estás onda min, parés que medro

coma o millo no agosto no recío,

mentras que se te vas, triste me encollo

coma un año perdido.

-¡Miña branca cordeira!

En serei o teu único agarimo...

Si ti me queres, miña prenda, eu morro

por me casar contigo.

-I eu... morrera, Ramón, se me deixares

soia co teu olvido.

-Marica, tembro ó te escoitar, e coido,

coido que bárreseme o sentido.

Adonde o cura vamos

porque o amor inda priva máis que o viño.

- IV -

   Collidos das mans, tomaron

polos máis cortos camiños,

dando groria de Dios velos

por antre os campos froridos

falando dos seus amores

cal falan os paxariños

xa á sombra dun verde robre

xa á beira dun fresco río.

Desque chegaron ó adro

da igrexa as mans desuniron,

rezaron polos difuntos,

e foron ó seu facido,

que o crego estaba na porta

falando cos rapaciños

que uns lle bicaban as mans

i outros cantábanlle o cristus

tal como llo deprendera

na escola o señor Xacinto.

¡Que cuadro tan pracenteirol

¡Que reposo tan querido!

¡Os vivos sen medo ós mortos,

os mortos cabo dos vivos

i á sombra dos mesmos árbores

os que son i os que xa han sido!

¡Falá!... que de unión tan doce

os vosos serán testigos.

O corpo dendes a terra

e dendes do ceo o esprito.

- V -

   De Galicia os cimiterios

cos seus alcipreste altos,

cos seus olivos escuros

i os seus homildes osarios,

todos de frores cubertos,

frescos coma os nosos campos,

polas mañáns malencónicos

e nas tardes solitarios

cando o sol poniente os baña

co seu resprandor dourado,

cheos dun grande sosego

parés que nos din, «¡Durmamos!»

Dos vivos, amigos sodes,

mortos que alí tés descanso,

e nin os nenos vos temen

n'a ninguén causás espanto.

Visítanvos cada día,

falan convosco rezando,

augua bendita vos botan,

na sepultura ó deixarvos,

e ¡hasta mañán! se despiden

de vós para o seu traballo.

Simiterios de Galicia

frescos coma os nosos campos...

¡En cal dormirá algun día,

este meu corpo cansado!

- VI -

   O cura de San Lesmes é un bon cura,

daqueles bos, se os hai

e os feligreses todos nel adoran

como se adora un santo nun altar.

E vendo que vai vello,

os probes que o domingo á misa van

cos ollos anubrados polas bágoas

din: «Si el morre, quen ¡ai! nos valerá».

«O que mantén os páxaros

-el, mentras tanto, predicando vai-:

A quen de todo corazón lle pida,

non lle pode faltar»

- VII -

   -Ti qués casar, María,

e ti, Ramón, tamen qués casar xa.

É cousa que, en verdade, se fai logo

pero que só coa morte se desfai.

-Os nosos pais casaron, Señor Cura,

i esto o enxempro nos da.

Quixéronse e querémonos... e logo...

-Logo... entendo, rapaz.

Amáivos moito, meus amigos... pero,

non vos améis demáis

antramentras que non vos confesedes

e pensés ben pensado o que é casar.

-Xa dabondo o pensamos, Señor Cura,

e seica n'o debemos pensar máis,

que os casamentos dis que son mellores

aquel que en quente e sin pensar se fan.

-Eso os do demo, que os de Dios, rapaces,

canto mellor pensado, mellor paz.

¿Tes millo nas cabanas para o ano?

-Solamente, señor, hasta o Nadal

pero o que falte dende alí pra riba

estas mans co traballo o han de ganar,

Dios mediante, e si teño

salú, que é o principal.

-Axuda Dios decote a quen se axuda.

Axudaivos, que non vos faltará.

E si é que habés de vivir mal, casarvos

i a cruz do matrimonio carrexái.

María... ti eres probe i eres orfa...

Pois... n'hai que falar máis.

Dareiche o pan i o viño para a boda,

un carneiro dareiche ca súa lan.

Casareivos de balde... e que Dios faga,

rapaces, o demais.

(De rodillas) -Señor, sodes un santo.

-De rodillas só a Dios hai que adorar...

Levantarvos... en cumpro como debo

sendo dos probes feligreses pai.

- VIII -

   Era un domingo, i ó raiar do día

na aldea de San Fiz xa non dormía

home, rapaz, nin vella co alborozo

porque Ramón casaba con María,

i o padriño do mozo,

que era un ricacho dun lugar veciño,

entre foguetes, gaitas, carne e viño

i otras pitanzas deste aquel, puxera

ás xentes do lugar en bon camiño.

Desque a parva tomaron

con resolio e rosquillas, o gaiteiro

na eira do cura alegre, de primeiro

a alborada tocara,

despois á cas dos noivos de seguida

fora a facer por vida,

e prosigueu tocando

e con tantos primores floreando

a alborada graciosa e brincadeira

que todos reloucando

polo escoitar, se foron axuntando

onda a casa dos noivos, na lumeira

e o sobrado, a subire i a baixare

tódolos conocidos;

coma que eran compridos

i había viño e rosquillas a fartura,

co deño do bebere i o tocare

dou en falar a xente polos codos.

E encomenzou a risa

i empezan os foguetes a estalare,

asustando a facenda do lugare;

deno as campanas en tocar á misa

i os nenos en xogar i en garulare.

I estando todos nesta

ó son dun bombo grande coma un cesto,

comenzou a pitar un crarinete

i a máis unha trompeta dos infernos.

   Tes unha frente de Apolo,

i uns ollos tes verde mar;

na miña vida vin outros

de máis hermoso mirar,

pero con eles non fico,

galán, de me namorar.

   Que choras... galán, a moitos

cal ora a ti vin chorar;

que morres por min...

a cantos lle oín o mesmo cantar

e inda están vívo-los probes

defuntos que así falar.

   Gústanme os teus ollos verdes.

¡Como non me han de gustar!

Gústame, galán, miralos

cando me veñen mirar.

Mais n'hei de ser en quen deles

nin d'outros se namorar.