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Poemas varios

Félix María de Samaniego


Edición de Emilio Palacios


Nota introductoria: Los textos incluidos en este apartado aparecen según la versión recogida en Félix María de Samaniego, Obras completas (Madrid, Fundación J. A. de Castro, 2001, pp. 509-553 ).






ArribaAbajoSueño del martes de Carnaval en Bilbao (1788)


Abajo    Ninfas del Nervión,
la cabeza alzad
y con vuestras gracias
mi pluma guiad.
En la última noche  5
de este carnaval
de fatiga lleno
me marché a acostar;
rendido mi cuerpo
de tanto bailar,  10
deseaba con ansia
la tranquilidad.
Mas la fantasía,
por hacerme mal,
de ninguna suerte  15
se quiso aquietar.
Del día y la noche
la festividad
me ofrecía objetos
de gran variedad:  20
¡Qué de cosas tuve
yo que repasar!
La plaza, las calles,
el fresco Arenal,
comedias graciosas,  25
la Consistorial,
y el lucido baile
que vi celebrar.
Allí estaba Laura,
belleza sin par,  30
acordeme, y esto
me hizo desvelar.
Al cabo Morfeo
me pudo engañar
y hube de rendirme  35
a su potestad.
Plántome al instante
en el Arenal
a ver sus primores,
riqueza y beldad.  40
Máscaras diversas
me hizo reparar
y mucho en sus trajes
hallé que notar.
Cada cual tenía  45
también su señal
con una divisa
muy particular.
Un hermoso genio,
viniéndome a hablar,  50
trajes y divisas
me pudo explicar.
¡Válgame Dios, cuánto
pudiera contar
si fuera tan fácil  55
como fue soñar!
Solamente quiero
en breve apuntar
lo poco que de ello
me puedo acordar.  60






ArribaAbajoRidículo retrato de un ridículo señor1


ArribaAbajo    Ahí va, que quieras o no,
mi retrato, y claro está
que no lo conocerá
la madre que lo parió:
está más feo que yo,  5
más raro, más singular,
y, si gustas de mirar
su figura atentamente,
aprende primeramente
a signar y a santiguar.  10

    Según probable opinión,
soy en el ingenio zorra,
en parlería cotorra,
en el tamaño gorrión,
y en la viveza ratón;  15
y, aunque de todo blasone,
siempre en duda se me pone
qué especie de cosa soy,
y por esta duda, estoy
casado sub conditione.  20

    Mi cara, si se examina,
verá el curioso en un año
que es parte del Gran Tacaño,
anuncio de hambre canina;
ni bien es cara ni esquina,  25
sólo sí es cosa tan rara
que a todo el que la repara
a tal risa le provoca,
que para tomarla en boca
no sé cómo tengo cara.  30
Si con maña menos cuerda
mis cabellos has mirado,
creerás por mal de mi hado
que soy animal de cerda.
No receles que se pierda  35
tu gusto, si gustas de ellos;
son fuertes, aunque no bellos,
y así tu vida estuviera
más segura, si pendiera
de alguno de mis cabellos.  40

   Lóbrega, oscura y fatal
forma tal noche mi frente,
que a tientas tan solamente
encuentro el por la señal.
Es ella tan fea y tal  45
que me inquieta, que me irrita:
negra, arrugada, chiquita,
siempre de mal en peor,
sin poderla hacer mejor
a fuerza de agua bendita.  50

    Permíteme que me queje
que, siendo mis ojos bellos,
no gustas, Marica, de ellos,
por más que yo me desceje;
son de mi hermosura el eje,  55
son de Cupido dos grillos,
y son dos medios anillos
de brillantes, cual se ve,
mas nada sirve, porque
nadie repara en pelillos.  60

    Mas de cuatro barbirrojos
me dicen que son de ver
mis ojos y me hacen creer
que son los míos tus ojos
si te causasen antojos  65
y tú mis ojos deseas.
Cállalo porque aunque creas
hasta los ojos sacarme
si así piensas engañarme
antes ciega que tal veas.  70

    Mis narices son mejores
que las echizas de palo,
y si algo tienen de malo
es el meterse a mayores.
Mi cara con mil colores  75
se avergüenza en su presencia,
y huye con tal resistencia
que la deja sin cimientos;
mas como soplen los vientos,
no es obra de permanencia.  80

    Mi boca es buena y así
no digo más; punto en boca,
que a mi boca no le toca
el decir bienes de sí.
Mírala muy bien, y di  85
sus elogios al instante
de que no hay a quien no encante
por lo pulida y graciosa,
pues no le falta otra cosa
sino un dedo por delante.  90

    Mis negras barbas infiero
qué tales que serán ellas,
que sólo por no tenellas
estoy pagando dinero;
mas me consuela un barbero  95
que se llama Juan Antonio,
asegurando el bolonio
que ellas dicen que soy hombre;
mas por vida de mi nombre,
que es un falso testimonio.  100

    Mi cuerpo por todas caras
pigmea talla promete;
y por eso no se mete
en camisa de once varas.
De esta falta que reparas  105
bien se supo aprovechar
mi mujer que, por ahorrar,
cuando murió don Canuto
me hizo un vestido de luto
del tafetán de un lunar.  110

    Decentes mis pies están
en todo tiempo aliñados;
pues descalzos o calzados
son siempre de cordobán;
los puntos que calzarán  115
considera por tu vida,
pues, por cosa reducida
y de tan poco aparato,
la horma de mi zapato
es el pie de la medida.  120

    Soy, Marica, cimentado
en piernas de un hueso seco,
que me llaman carnicero
y por tu [...] lavado
sería de carne o pescado.  125
Tanta y tal es mi carencia
que segura de conciencia
en cuaresma comerías
una pierna de las mías
sin quebrantar la abstinencia.  130






ArribaAbajoA unos amigos preguntones


Décimas


ArribaAbajo    Para darme en qué entender,
ofrecéis a mi elección
tres bellas cosas que son
sueño, dinero o mujer.
Oíd, pues, mi parecer  5
en este ejemplillo suelto:
su madre a un niño resuelto
sopa o huevo le ofreció,
y el niño la respondió:
Madre, yo... todo revuelto.  10

    Mas si acaso os empeñáis
en que de las tres escoja,
la dificultad es floja,
a verlo al momento vais.
Espero no me tengáis  15
por grosero, si a decir
me preparo, por cumplir,
la verdad sin fingimientos;
que dicen los mandamientos
el octavo, no mentir.  20

    No será de mi elección
la mujer... porque, yo sé
que es ella de modo... que...
los hombres... pero, ¡chitón!,
la tengo veneración;  25
y por mí no han de saber
que para mejor perder
el diablo a Job su virtud,
le quitó hijos y salud
y le dejó la mujer.  30

    Sueño, sólo he de querer
el preciso a mi persona,
porque a veces la abandona
cuando más lo ha menester.
Cosa es que no puedo ver,  35
de todo forma una queja,
por una pulga me deja;
se va y el por qué no sé;
y me enfada tanto, que
lo tengo entre ceja y ceja.  40

    ¡Oh dinero sin segundo,
resorte de tal portento
que pones en movimiento
esta máquina del mundo!
Por ti surca el mar profundo  45
en un palo el marinero;
por ti el valiente guerrero
busca el peligro mayor...
Pues, pese al de Fuenmayor,
yo te prefiero, dinero.  50






ArribaAbajo Nueva relación y curioso romance del caso más raro y prodigioso que ha sucedido donde y como verá el curioso lector en la siguiente desesperada jácara


ArribaAbajo    Santo Cristo de la luz,
Señor de cielos y tierra,
dad espíritu a mi voz,
desatad mi torpe lengua,
para que pueda cantar  5
al son de las cinco cuerdas
de la barberil guitarra,
no las sabidas proezas
del valiente Pedro Ponce
y el guapo Francisco Esteban;  10
no los trágicos sucesos
de nuestra presente guerra,
los de Oreilers en la Mancha,
ni tampoco la refriega
de Lángara con Rodney,  15
ni las batallas sangrientas
de la escuadra combinada
en Brest, devorando mesas;
que aun estos horrendos casos
son como niños de teta,  20
si se comparan con éste
que contaré, si me presta
cada cual de mi auditorio
como dos cuartas de orejas.

    En la villa de Bilbao,  25
en la hermosa primavera,
día diez y ocho de abril
de setecientos ochenta,
estando en Aries el sol
y en Libra la luna llena,  30
amaneció... pero ¿cómo?
¡Cosa rara! ¡Cosa nueva!
Por el balcón del Oriente
Febo asomó la cabeza,
llenando de resplandor  35
jardines, casas y selvas.
Saludáronle las aves,
respondiendo a Filomena
mirlas, calandrias, jilgueros
con sus dulces cantilenas.  40
Reíanse los arroyos
que entre las guijas resuenan,
acompañando a las aves,
como Gurillón pudiera.
Dos mil flores sus perfumes  45
al templado ambiente entregan,
para que así el blando viento
a Ceres su incienso ofrezca.
Estaba pues la mañana,
dejémonos de parleta,  50
estaba pues la mañana,
una mañana de perlas.
Cuando de repente el cielo,
cubierto de nubes densas,
vistiendo de luto al sol  55
en triste llanto se anega.
Lloraba a moco tendido
cada signo, cada estrella,
y hasta las siete cabrillas
se llamaban Magdalenas.  60
Esta lúgubre mudanza
no la extrañará, quien sepa
que en esta misma mañana...
¡dioses, dad voz a mi lengua!,
siendo los cielos testigos  65
de tan horrorosa escena...
entre las siete y las ocho...
se fueron... ¡Doñas aquellas!
No se fueron para mí,
pues para mí no son ellas,  70
que se fueron para cuantos
obsequiosos las rodean.
Lloren ellos con los cielos
tal partida, tal ausencia,
y maldigan a Zumaya,  75
castillo do las bellezas
van a vivir encantadas,
hasta que haya quien por ellas
haciendo de don Quijote
a azotes y volteretas  80
desencante a su señora
y a nuestro país la vuelva.

    Entretanto, veo yo
algunos que se pasean
sin más vida, sin más alma,  85
que aquel muñeco o muñeca,
que da vueltas en un cuarto
después que le dieron cuerda.
Sé también, quien al oír
que cayó la más ligera,  90
por pedir un vaso de agua,
dijo aturdido a su dueña,
dame un vaso de Isabel,
porque me muero de pena.
Estos horrendos estragos  95
y otros mil que no se cuentan,
aun no habrían sucedido
si no fuera... si no fuera...
(¡ay, cielos!, ¿si lo diré?,
¡muda se queda la lengua!)  100
porque se pasaba el tiempo
a los pavos y terneras,
a conejos y perdices
y a la delicada pesca,
y aun a los duros capones,  105
(salvo el novio) que protesta
que esperaría gustoso
por más que todo se pierda.
Del médico desahuciado
estaba un hombre en la aldea,  110
previnieron el entierro
y las funciones de mesa,
porque el casarse y morirse
todo es uno en esta tierra.
Púsose el enfermo sano,  115
y la familia reniega
del diablo de la salud,
que tal petardo les pega;
que un hombre debe morirse
si está la provisión hecha.  120
¿No es mayor inconveniente
que las novia se les muera,
que se moje la Isabel,
que sus cortejos perezcan,
que el que se pudran los pavos  125
y se pase la ternera?
Pues qué ¿no se halla un carnero
en la más mísera aldea?
Pues eso basta, que el resto
todo es una friolera.  130

    Así claman los amantes,
heridos de aguda ausencia;
así gritan por las calles
con mil voces lastimeras:
uno maldice a Cupido,  135
otro de Venus reniega,
aquél por no sentir males
dicen que a Baco se entrega;
hay quien se va con Diana,
y en los bosques se alimenta  140
llenándose de bellota
para convertirse en bestia.
Todos buscan y no hallan
remedio para su pena,
y entre todos hay alguno  145
que al dios Apolo se llega;
y en el coro de las musas
canta tal como pudiera
el más destemplado grajo
entre dulces Filomenas.  150
Cante, pues, éste mi copla,
diga de su voz mi letra,
que yo quedaré contento
con que llegue a las orejas
de las ausentes señoras,  155
y se queden o se vengan,
que entretanto escribiré
lo que pasare en la aldea
y será segunda parte
de mi copla jacarera.  160




ArribaAbajoEpigramas




I


ArribaAbajo    No soy exagerador,
ni menos voy a adularte:
más quiero ser suscriptor
a tus seis tomos, Iriarte,
que si me hicieran su autor.  5




II


ArribaAbajo    A tus obras suscribí:
¡caras son! dije, Tomás;
pero después las leí,
y diera el doble y aún más
por no ver mi nombre allí.  5




III


ArribaAbajo    ¿Qué importa que la gota
quiera matarte, Tomás,
si has logrado ya el hacerte
con tus obras inmortal?




IV


ArribaAbajo    Mis obras serán las flores
de donde saquen la miel
las abejas sus lectores:
esta es la pintura fiel
que hiciste a los suscritores.  5
¿Quieres. corregir, Tomás,
la pintura sin trabajo?
Pues, amigo, llamarás
al lector escarabajo
y a tus obras... lo demás.  10




V


ArribaAbajo    Yo sé que no ensuciarías,
Iriarte, tanto papel,
si cuando escribes gritasen:
¡Tomás, que viene Forner!




VI


ArribaAbajo    Huerta escribe que el Parnaso
está cubierto de nieve...
¿La fecha? El día en que Iriarte
dio sus obras... Cabalmente.




VII


ArribaAbajo    Gran venta hubieran logrado,
Iriarte, tus poesías
en los tiempos de Villegas
de Garcilaso y de Ercilla:
no la lograrán ahora,  5
Tomás, porque en nuestros días
no tiene ya nuestra España
como entonces polvoristas.




VIII


ArribaAbajo Tus obras, Tomás, no son
ni buscadas ni aun leídas,
ni tendrán estimación
aunque sean prohibidas
por la santa Inquisición.  5




IX


ArribaAbajo    Grandes alaridos dan
Horacio y el buen Virgilio;
del sumo Jove el auxilio
los dos implorando están.
¡Júpiter!, ¿dó están tus rayos?  5
¿Cómo permites que Iriarte,
traduciéndonos sin arte,
nos ponga en disfraz de payos?






ArribaAbajoGlosa de un epigrama de Iriarte


Décima contra un vizcaíno autor de unos malos versos castellanos que él llama sáficos y adónicos


ArribaAbajo    Por más que en metro latino
voces castellanas usas,
no te permiten las musas
dejar de hablar vizcaíno.
El rebuzno del pollino  5
en que el verso se trocó,
que Safo en Grecia inventó,
hizo que Apolo exclamase:
Caballo en el Pindo, pase,
pero ¿borrico?... eso no.  10


Glosa

    A un vizcaíno que leyó
esta décima, no más,
tuya, erudito Tomás,
la bilis se le exaltó.
Y tanto le disgustó  15
el epíteto pollino,
que asaz furioso y mohíno
clamó: ¡desvergüenza es!
por más que diga en francés,
por más que en metro latino.  20

    En vez de dar con gracejo
una suave reprimenda
con invención estupenda,
usas un apodo viejo:
¡vaya que es rancio y añejo  25
el dicterio de que abusas!
Nuestras orejas acusas
cual si fuesen las de Midas,
por cierto bien comedidas
voces castellanas usas.  30

    Con primor, con artificio,
enseñar al que no sabe
esto en un poeta cabe
y es muy propio de su oficio;
pero muda de ejercicio  35
desde luego, si rehúsas
cambiar el tono que usas
con el autor mi paisano,
pues modo tan poco humano
no te permiten las musas.  40

    Parece que has intentado
persuadir que no se meta
a ensayarse de poeta
en su idioma un vascongado:
¡oh, lenguaje desdichado!,  45
que ha perdido tal padrino,
ya será gran desatino
presumir que para ser
buen poeta es menester
dejar de hablar vizcaíno.  50

    Las fábulas, que te dieron
bastante que cavilar
para poder imitar
otras que te precedieron,
tu concepto desmintieron;  55
pues demuestran, imagino,
que según se dé destino
a las cosas, se hallará
que alguna vez convendrá
el rebuzno del pollino.  60

    Hay mucho bueno en tus obras,
todo el mundo lo dirá;
pero también convendrá
descartar algunas sobras.
Y pues el aplauso cobras  65
de cuanto bien te salió.
esta vez amigo no,
pues del burro la trompeta
te hizo dar una volteta
en que el verso se trocó.  70

    En la décima corriente
en que dejaste en olvido
cómo había merecido
tan mal trato el penitente,
no sé si oportunamente  75
tu erudición se ostentó;
doyte muchas gracias yo
y a la musa que te sopla,
que así sé cuál es la copla
que Safo en Grecia inventó.  80

    En el Parnaso leyeron
tus versos disparatados,
y por buenos y acertados
casi todos los tuvieron.
Algunos contradijeron  85
niñerías de esta clase,
y para que no pasase
adelante aquel rumor
la música en tu favor
hizo que Apolo exclamase.  90

    El que en los poetas note
lo flaco y lo macilento,
encontrará en más de ciento
el retrato del Quijote.
Así nada te alborote,  95
si tu musa se enfadase
cuando un Rocinante hallase,
pues por cortesía sólo
creo que diría Apolo
caballo en el Pindo pase.  100

    Con el asno tu ojeriza
manifestándonos vas,
acaso recordarás
de Segarra la paliza.
Esto que tu rabia atiza  105
también al numen movió,
cuando al vizcaíno trató
por serlo, de aquella suerte;
pues sepa Apolo que es fuerte,
pero ¿borrico?... eso no.  110






ArribaAbajoCoplas para tocarse al violín, a guisa de tonadilla


ArribaAbajo    Cantar la música Iriarte
se propuso en un poema,
y en lugar de sinfonía
tocó la gaita galleta:
Las maravillas de aquel arte canto...  5
¡Dios guarde, oh muñeira, tu gracia, tu encanto!

    De Juan de Mena llegó
a la berroqueña oreja
aquel estupendo verso,
con que el poema comienza,  10
y dijo asustado: ¿Qué música es ésta?,
jamás otra tal me rompió la mollera.

    Ni destemplados clarines,
ni la zampoña perversa,
ni en vil mercado el molesto  15
gruñente animal de cerda,
que hasta los perros y gatos ahuyentan,
tan desapacible hirió mis potencias.

    ¡Señor Iriarte o don diablo!,
si más estilo y cadencia  20
no dais al verso, dejad
vuestra profesión coplera,
o al versificar, ved antes si os presta
el Asno erudito sus tiesas orejas.






ArribaAbajoLos huevos moles


(Parodia de «El murciélago alevoso» de Fray Diego T. González)


ArribaAbajo    Compuso Juana un día
de huevos moles razonable fuente,
sin saberlo su tía,
que la hubiera reñido impertinente;
con ella se promete  5
obsequiar a Perico, un mozalbete
con quien la niña tuvo un cierto acaso.
Mas esto no es del cuento, al cuento paso.

    Hecha la fuente, ya guardarla piensa
en lugar reservado;  10
en efecto, metiola en la despensa
y, dejando cerrado,
a la labor se vuelve muy serena.
Mas el diablo sutil que el mal ordena
desbarató de Juana el fino intento,  15
escogiendo un ratón por instrumento.

    Esta vil criatura
por todo el aposento discurría
con tanta travesura
que agente de negocios parecía,  20
buscando diligente
manjar en que pudiera hincar el diente;
y, encontrando la fuente cara a cara,
para el feliz asalto se prepara.

    Jamás el griego acometió al troyano,  25
el Campeador a Muza,
a Bayaceto el Tamorlán tirano,
ni en cruda escaramuza
con tanta fuerza el godo poderoso,
testigo de ello el cielo luminoso,  30
acometió a los vándalos y suevos,
como el ratón arremetió a los huevos.

    Allí, sin temer daño,
trabado de palabra con la fuente,
la tripa de mal año  35
saca, como se dice vulgarmente,
sin que advirtiese que le estaba viendo
un enorme gatazo reverendo,
capón de hocico, si detrás castrado,
y de manchas el lomo remendado.  40

    El animal, que de su huésped mira
el descuido notable,
salta al vasar intrépido y se tira
al ratón miserable,
cual húsar bravo o capitán prusiano  45
se tiran a un francés republicano,
siendo el final del temerario duelo
fuente, gato y ratón venir al suelo.

    Al golpazo medrosa,
acude prestamente la sobrina  50
y, entrando presurosa,
la causa del estrépito examina;
y, viendo ya perdidos
los huevos de Perico apetecidos,
el llanto empaña sus hermosos soles,  55
justas exequias de los huevos moles.

    Mas volviendo a Perico, que ignorante
del catástrofe estaba,
y de Juanita la expresión amante
solícito esperaba,  60
cuando fue noticioso del suceso,
estuvo a pique de perder el seso,
en tanto grado que con rabia fiera
reconviene al ratón de esta manera:

    «¿Por qué, monstruo malvado,  65
el infernal hocico allí metiste?,
¿por qué a mi dueño amado
justo motivo de pesar le diste?,
¿ni cómo impunemente
pensabas asaltar la virgen fuente  70
dejándonos en pena tan tirana
a mí sin plato, sin consuelo a Juana?

    El cielo vengador, bestia disforme,
ejecute contigo,
en pena de delito tan enorme,  75
un horrendo castigo:
persígante muchachos y criadas,
caigas en ratoneras bien armadas
y los vivientes de la tierra todos
te mortifiquen de distintos modos.  80

    Píquente, pues, moscones,
garrapatas, ladillas y saltones
moscas, mosquitos, tábanos, polillas,
alguaciles arañas
con toda la caterva de alimañas,  85
y el brevísimo cínife ligero
de tu delito incauto trompetero.

    Emboscadas de gatos te aprisionen,
te arañen y exterminen,
te persigan, te acosen, te arruinen  90
y nunca te perdonen;
en lazos corredizos, trampas, redes,
huevecida sacrílego te enredes
y sin poder parar en todo el mundo
ratón, Caín errante y vagabundo.  95

    Te muerdan, te maltraten,
te ahoguen, despedacen, mortifiquen,
te revienten, te maten,
te descoyunten y te sacrifiquen,
te ahorquen, te estropeen,  100
te despeñen, te arrastren, te aporreen,
te hieran, de desuellen, te mutilen,
chilles, rabies, te mueras, te aniquilen.

    Con pena tan debida, tu insolencia
quedará castigada;  105
yo contento y, en fin, por consecuencia
mi Juanilla vengada.
Mas, porque a todos sirva de escarmiento
el fin de tu goloso atrevimiento,
este epitafio en tu sepulcro escrito  110
conserve el ejemplar de tu delito:


Epitafio

    Aquél cuya voraz hambre rabiosa
no perdonó jalea ni perada
en el vasar más alto reservada,
ni queso ni manteca ni otra cosa;  115

    el que burló mil veces la famosa
vigilancia gatuna y sus celadas,
trampas y ratoneras celebradas,
hoy, ratón caminante, aquí reposa.

    Suspende, pues, el paso y considera  120
cuán cara le costó su golosina
y el hacer que Juanita se afligiera.

    Así enmendar tu vida determina,
advirtiendo qué pena tan severa
es el amor el juez quien la fulmina.»  125






ArribaAbajoDescripción del convento de carmelitas de Bilbao, llamado el Desierto


Fragmentos

ArribaAbajo    En el más sano clima de la España,
una fértil colina
hermosea y domina
el mar y la campaña.
Un río tortuoso,
con las aguas marinas caudaloso,
la presenta sus naves y las baña.
Coronan su eminencia
un templo entre cipreses y, a su lado,
en un bosque frondoso
un humilde edificio colocado,
apenas a la vista descubierto,
de veinticuatro estáticos varones,
grandes por su retiro y penitencia,
ésta es la habitación, éste el Desierto.
Ni escarpados peñones
que forman precipicios espantosos,
ni grutas habitadas por leones
entre bosques umbrosos,
ni aullidos de demonios y de diablos,
como entre los Antonios y los Pablos,
ni objeto que conspire
a que la soledad horror inspire,
hay en este retiro penitente.
Aquí naturaleza hermosa y varia
recomienda la vida solitaria,
aquí cada viviente
yace en reposo amable:
un silencio se observa comparable
a la noche más quieta:
parece que de intento
ni el río corre, ni la mar se inquieta,
ni los pájaros cantan,
ni las hojas se mueven con el viento,
y que en sueño profundo
duerme tranquilamente todo el mundo.
Así, cuando se acerca algún mundano
a la colina santa,
como pise profano
el duro suelo sin desnuda planta,
sólo de sus pisadas el ruido,
por el eco en la estancia repetido,
le turba, le detiene.
Con silencioso paso se previene
a entrar en lo escondido del Desierto:
todo se le presenta como muerto,
duda si es panteón, pero ya escucha
o freír una trucha,
o bien que el remangado cocinero
alborota el cobarde gallinero.
El tímido mundano ya respira,
entra; mas, sin embargo, cuanto mira
le dice claramente:
muerto estoy para el mundo enteramente.
Dentro de lo profundo e ignorado
de la estrecha clausura,
habita cada monje sepultado
en una celda oscura.
Por su estrecha ventana,
enemiga del día,
ni una sola mañana
entró la claridad que el alba envía.
Mas en este momento deleitoso
en que naturaleza
presenta nueva luz, mayor belleza,
en el lóbrego seno de su alcoba,
¡cómo en sueño profundo y delicioso
el cenobita extático se arroba!
Con celestial consuelo
en espíritu ve que, desde el cielo,
la refulgente aurora
con sus rayos el mar y el campo dora,
ve que la sombra huye,
ve que la luz naciente restituye
a la naturaleza sus colores.
Oye cantar las aves sus amores,
y a la madrugadora golondrina,
de los pueblos vecina,
que dice: -Labradores,
el día se avecina;
honrados profesores
de las artes y oficios,
id a vuestros usados ejercicios.
Ve que cada viviente se encamina
do su natura o menester le inclina,
y ya en este momento
ve la máquina toda en movimiento.
Alaba entonces al Señor que ordena
del universo mundo la colmena,
cuyas abejas mira en los humanos;
alaba con fervor a sus hermanos
que labran el panal con vigilancia;
y alaba, sobre todo, la abundancia
con que el enjambre próvido mantiene
tanto zángano gordo como tiene.
Ya la campana por el aire suena,
y en el hueco abreviado
de la escondida alcoba ya resuena,
con importuna voz, y al monje llama,
al monje que, arrobado
en el Tabor glorioso de su cama,
está en sudor bañado.
Deja, deja, corista, al religioso
que en éxtasis divino se recrea,
no saques de la mística pelea
al que esgrime su brazo victorioso.
Mas el joven corista vigilante
toca, vuelve, se afana
y, después que abandona la campana,
empuña una matraca horrisonante.
En ella emplean los membrudos brazos
su monacal pujanza,
porque suene o se haga mil pedazos,
lleva el horrendo son de puerta en puerta,
y el místico durmiente se despierta.
- Dios perdone al corista la venganza
de que en todo el Desierto
sólo el de la matraca esté despierto,
por menos de otro tanto
suelen llamar envidia al celo santo.
Diciendo estas palabras se espereza,
se incorpora, bosteza,
se remueve, se viste... le fatiga
el peso de su mole... sin embargo,
sale desde su místico letargo,
con voluntaria tos limpiando el pecho,
al frío coro del caliente lecho.
Si a la señal primera
del cañón, del tambor, de la bandera
marcha desde los brazos de su esposa,
cercada de sus hijos y llorosa,
a las ondas alegre el marinero
y a la batalla intrépido el guerrero,
es porque los profanos
corren tras el honor y el pan hambrientos.
También acuden, con perdón, contentos
al son de la corneta cien marranos;
también al son de la quebrada teja,
abeja por abeja
se congrega sin número al enjambre:
así, cuando el honor o cuando el hambre
es el móvil del hombre, lo confundo
con todos los vivientes de este mundo,
sujetos a las leyes del destino
que la naturaleza les previno.
Mas no confundo a aquel que en la clausura
su pan y sus honores asegura,
a quien jamás altera
el cañón, el tambor o la bandera;
y si grita la envidia, ni por eso,
que el fraile es el ratón dentro del queso,
o bien es la polilla dentro del paño:
¡aplíquese la burla al ermitaño!
Mas, ¡oh santa obediencia religiosa!,
que ya a la voz de la matraca odiosa
los frailes uno a uno se congregan;
y ya que a paso lento al coro llegan,
en la sagrada estancia
cantan con estudiada disonancia
al Todopoderoso
un son lacrimoníaco y gangoso.
Cuando a solas contemplo
que del gran Escorial, en el gran templo,
los robustos y místicos varones
con sus gordos elásticos pulmones
rompen los aires, el recinto atruenan,
y hacen temblar los vidrios de palacio
cien frailes Polifemos que rellenan
del inmenso edificio el grande espacio,
clama mi débil voz con santo celo:
¿A qué tanto gritar?, ¿es sordo el cielo?,
¿no escucha como grata e insinuante
aquella voz sumisa y gangueante
del que tiene las gafas por sordina?
Si un vicario de monjas se examina,
nos dirá que es más dulce y penetrante
una voz virginal y femenina:
por esta regla harían los mundanos
de los cien Polifemos cien sopranos.
Grite, pues, de vosotros quien quisiere,
y diga que, en la vida sedentaria,
el glotón que más grita más digiere.
Mas en esta colina solitaria,
donde se comen truchas y salmones,
diciendo (no lo creo en mi conciencia)
que es mayor penitencia
que estarse alimentando un año entero
de grasientas tajadas de carnero:
¿a qué dar tanta guerra a los pulmones?
[...........................................................]
Hay una calavera
enfrente del asiento
del Padre presidente.
Dije al refitolero: - Bueno fuera
quitar esta costumbre por dañosa.
- ¿Quitarla?, me contesta, ¡linda cosa!...
Que está puesta de intento
verá usted brevemente,
y está muy bien dispuesto
que esté la calavera en este puesto.
Mientras come el caballo su cebada,
el soldado dispara su pistola;
esta costumbre sola
le basta al animal para que luego
ni el estruendo, ni el fuego,
le causen impresión, y por fortuna,
si le causan alguna,
será para que el bruto acostumbrado
haga memoria del pesebre amado.
Aquí de la espantosa calavera
de la misma manera,
cuando delante de ella penitente
se ponga el presidente,
¿le causará impresión?, ¿hará memoria
del infierno, del juicio o de la gloria?,
¿acaso pensará en el purgatorio,
o en la dulce mansión del refectorio?
Verá entrar con la mente fervorosa
por la puerta anchurosa
los gigantescos legos remangados,
cabeza erguida, brazos levantados,
presentando triunfantes
tableros humeantes,
coronados de platos y tazones,
con anguilas, lenguados y salmones;
verá también, así como el primero
en la refriega el capitán guerrero
entra por dar espíritu a su gente;
verá, digo, que el mismo presidente
levanta al cielo sus modestas manos,
pilla el mejor tazón, y sus hermanos
imitan como pueden su talante,
y al son de la lectura gangueante,
que es el ronco clarín de esta batalla,
todo el mundo contempla, come y calla.
Verá cómo levanta el débil viejo
la blanca taza de licor bermejo,
por su trémula mano nunca rota,
ni vertida jamás la menor gota.
Verá... Pero ya basta, señor mío,
de la tal calavera yo me río,
mientras tiemblo, ¡ay de mí!, si considero
los huesos de mi tísico puchero.






ArribaAbajoDécima a don Manuel Samaniego


ArribaAbajo    Este padre franciscano
te pide con sumisión
que le des buena ración
de ese mosto soberano.
Mira que la espada en mano  5
lleva con mucha osadía,
y, si tú en aqueste día
no das por el santo viejo,
sabrá curtir tu pellejo
y darle a la botería.  10






ArribaAbajoEl pastor músico


Fábula


ArribaAbajo    En los campos de Arcadia
el pastor Melibeo
sacaba diariamente
primores mil del rústico instrumento.

   Jamás tales canciones  5
repitieron los ecos,
porque no era muy fácil
naciese al mundo tañedor más diestro.

    Pastores y zagalas,
llamados de su acento,  10
en bailes y retozos
pasaban a su lado alegre el tiempo.

    Y en tanto los ganados
por los vecinos cerros
se exponen descarriados  15
al carnívoro lobo y otros riesgos.

    Hoy faltan tres ovejas,
mañana seis corderos,
y al ver pérdidas tantas
todos maldicen al pastor funesto.  20

    Los viejos reunidos,
tomaron el acuerdo
de arrojarle al instante,
como perjudicial, lejos del pueblo.

    Escuchó la sentencia  25
con un desdén soberbio,
teniéndola el pedante
por un agravio a sus talentos hecho.

    Como Escipión romano
salió, diciendo necio:  30
ireme, ¡y para siempre!
¡Ingrata patria, no tendrás mis huesos!

    ¡Echarme de estos campos!
Al fin, hombres groseros
no merecen gozarme,  35
pues desprecian el mérito que tengo.

   Diciendo así, orgulloso,
salió para el destierro,
a sus jueces mirando
con el más soberano menosprecio.  40

   Lo mismo de continuo
sobre la tierra vemos:
el orgullo insensato
es vicio incorregible, esto no es nuevo.

    Pero vamos a cuentas,  45
amigo Melibeo:
el amo te tenía
para cuidar sus cabras y corderos.

    Si la hacienda le pierdes,
¿qué le importa a tu dueño  50
que las selvas encantes
músico superior al tracio Orfeo?






ArribaAbajoPor el amor perdido


ArribaAbajo    La muerte fiera
con brazo impío,
de entre los míos
la arrebató.
Ya se acabaron  5
todas mis glorias,
tristes memorias
sólo dejó.

    Ya se acabaron
los bellos días  10
que de alegría
gozaba yo,
en la pradera
de mis amores
tristes rigores  15
sólo dejó.

    Hacia la tumba
se fue mi dicha
y nada bueno
puedo esperar.  20
Que escarmienten
en mi desgracia,
que es mi ruta
sólo llorar.

    Cuando al sepulcro  25
regio, pastores,
hermosas flores
ponéis de amor,
digamos todos
con voz llorosa:  30
«Bajo esta losa
respira amor.»

    Aquellos ojos,
negros y afables,
su luz hermosa  35
perdieron ya.
Los míos tristes
e inconsolables,
ninguna cosa
pueden gustar.  40






ArribaCanción


Arriba    Yo te amaré,
Gelmira, hasta que el cielo
temple del sol
los rayos y el calor,
hasta que el mar,  5
furioso y atrevido,
suba a apagar
del Vesubio el ardor.

    Yo te amaré,
más constante que a Leda  10
el cisne Dios,
que burló su candor,
más que el Amor
a su adorada Sigis,
a quien rindió  15
burlando su candor.

    Yo te amaré,
yo besaré la flecha
con que el amor
hirió mi corazón,  20
yo te amaré,
idolatrada esposa,
hasta morir
durará mi pasión.





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