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Segunda parte

El hombre

Oda

Comprende el camino adelantado por la humanidad y el que le falta recorrer aún para
merecer el nombre de imagen de Dios sobre la tierra.

Crió Dios al hombre
a su imagen y semejanza.
Génesis, Cap.I, v. XXVII.
                                  Entre los seres que con sabia mano,
Para ostentar su inmenso poderío,
Esparció la Divina Providencia
Sobre este globo que pretende en vano
Conocer y explicar la humana ciencia
Agitada como él en el vacío,
Unos descuellan por su forma ruda;
Otros, por su belleza o movimiento;
Otros, porque un poder continuo y lento
Su esencia cambia y sus contorno muda:
Mas todos tan perfectos y acabados,
(Ya vivan sobre la haz del duro suelo
Por su peso y su forma encadenados,
Ya habiten en los ríos o en los mares,
Ya remontando el vuelo),
Que nada en ellos falta y nada sobra
Para cumplir, sumisos auxiliares,
Su ignorada misión en la gran obra
De orden y de concierto y de armonía
Que rige la Eternal Sabiduría.
 
   Tiene la planta, en el oculto seno
De la madre común, exuberante
Red, tupida y fibrosa,
Que, extrayendo la savia fecundante
Del próvido terreno,
Da elementos de vida y los recibe
De quien vive para ella y de ella vive.
 
  Brutos inconscientes
Organismos sin término destruyen,
Y a ineludibles leyes obedientes,
Y por su instinto sin cesar guiados,
Las fuerzas expansivas disminuyen
De otros seres avaros y absorbentes;
y a límites por Dios determinados
Reducen su dominio,
Del débil impidiendo el exterminio.
 
   En la guerra incesante
De todo lo que vive y que vegeta,
Cada cuál lucha por salir triunfante;
Pero siguiendo a ciegas el camino
A que un poder oculto lo sujeta;
Y todos, por la ley de su destino,
Nacen, viven y crecen,
Y cumplido su tiempo desparecen
Del mundo entre el revuelto torbellino,
Sin adquirir conciencia
Del principio y del fin de su existencia.
 
   Sólo hay un ser, de origen misterioso,
Próximo al animal por su estructura,
Próximo a Dios por su alma creadora,
Que, desgarrando el velo tenebroso,
Su principio y su fin hallar procura,
y un poder superior siente y adora;
Es el Hombre, que en frágil vaso encierra
La síntesis más bella y admirable;
Que forma el lazo estrecho, inexplicable,
En que une Dios los cielos con la tierra.
 
   Gala de la creación, no vino el hombre
A la lucha afanosa de la vida
Tan solo a derramar estéril llanto.
Vino, de Dios en nombre,
A ostentar su grandeza y a dejar
A su imperio sometida
La fuerza que le opone embravecida
Con virginal pudor Naturaleza.
 
   Lleva el hombre en su frente
El sello del Creador Omnipotente.
Ya proceda de razas inferiores,
Ganando por su esfuerzo y su constancia
El poder que le da su inteligencia;
Ya por lejana culpa degradado
Sienta de su caída los dolores
Desde su tierna infancia,
Y con noble insistencia
Procure conquistar el bien perdido,
Entre luz y tinieblas batallando;
Tras de tanto dolor, verá cumplido
El incesante afán que lo devora,
Y de ser para siempre redimido
Llegará al fin la suspirada hora.
 
   Desde que allá en incógnitas edades
Apareció en la escena de la vida,
Luchó en las pavorosas soledades
Con fieras de terrible acometida,
Sin más armas que piedras afiladas
O ramas desgajadas,
Franco el pecho y desnudo;
Pero, al ver ya su víctima rendida,
De su piel hizo escudo
Para arrostrar del cielo la inclemencia,
Diole morada el hueco de una roca,
A veces disputado con violencia
Al feroz enemigo
Que encontraba en el cóncayo su abrigo.
Si el hambre le provoca,
Busca con gran trabajo el alimento;
Y no siempre lo halla,
Sin tener que empeñar con ardimiento
Sangrienta y cruelísima batalla.
Mas triunfa al cabo de la fuerza bruta,
Que del mundo el imperio
Con implacable saña le disputa;
Los más fieros o huraños
Animales esconden su guarida
Del intrincado bosque en el misterio;
Junta los más sociables en rebaños;
Forma la tribu; fija su morada;
La tierra explota por el surco herida;
De progreso en progreso caminando,
Artes e industrias crea;
Los hechos naturales observando,
Hace brotar la luz de cada idea;
De vivo resplandor su alma se inunda,
Y en pos de la verdad las ciencias funda.
 
   �Cuánto ya en sus conquistas ha avanzado!
La tierra, el aire, el mar a sus deseos
Se prestan obedientes;
A la luz y al calor nuevos empleos
Para su actividad han encontrado
Los esfuerzos del hombre inteligentes.
El rayo está por él esclavizado,
Y con celeridad incomprensible,
Obediente y flexible
Lleva de polo a polo el pensamiento,
Formas, calor, sonido y movimiento.
 
   Los mundos siderales
Le aproxima la lente poderosa,
Y el cálculo atrevido le revela
La extensión de sus masas colosales
Al par que su distancia prodigiosa.
En vano luego distinguir anhela
Lo que, por muy pequeño,
Casi el dintel tocando de la nada,
Se oculta a su mirada:
Pero el cristal aplica con empeño,
La ciencia inquiere; el hecho le responde;
Y cuando ya a su vista no se esconde,
Ve en todo establecida
La lucha de la muerte con la vida.
 
   El rey de la creación ya en su camino
Obstáculos no halla.
Para alcanzar su próspero destino
�Qué le resta? Ganar una batalla.
Triunfante de enemigos exteriores
Y teniendo en su mano
El hilo de las fuerzas portentosas
Que en la noche de tiempos anteriores
Fueron para él incomprensible arcano;
Disipadas las sombras misteriosas
Que le ocultaban la elevada cumbre
En que el humano bien alza su templo,
Sólo falta romper de la cadena
El último eslabón que lo condena
A la más vergonzosa servidumbre;
Seguir del Justo el salvador ejemplo
Y vencer y humillar con heroísmo
Al tirano implacable: el Egoísmo.
 
   De materia y de espíritu formado,
El dominio del hombre se disputan
Uno y otro elemento:
Del vicio corruptor solicitado
Y por él dominado,
Obscurece el error su entendimiento;
El sensualismo impera;
Y cuando ya lo envuelven y ejecutan
Su obra de perdición, y nada espera,
Cae sin sentir, como la hoja
De que el árbol marchito se despoja.
En vano la virtud combate al vicio
Desde regiones al placer agenas.
Con doradas cadenas
Sujeta el mal al hombre disoluto,
Que su alto fin y su misión olvida,
Y, buscando entre el cieno su caída,
Vuelve otra vez a convertirse en bruto.
 
   Sólo cuando el espíritu se eleva
A las puras regiones
Donde la ciencia y la virtud alumbran
La obscura senda que a la cumbre lleva,
Y donde con su llama las pasiones
El alma extraviada no deslumbran,
Es cuando puede el hombre alzar la frente
Hacia el trono de Dios Omnipotente.
 
   El que por ambición o por soberbia
Oprime a sus hermanos,
Y al clamor de la angustia ensordecido,
Sólo escucha la voz de su protervia,
y salpica sus manos
Con la sangre inocente del caído,
Aunque el mundo lo llame
César o Emperador, y deslumbrado
Con su pompa guerrera,
Su salvador lo aclame,
Siembre de flores su triunfal carrera
Y de invicto laurel orne su frente,
Al lucir en Oriente
El claro sol que las tinieblas rompa,
Caerá su nombre en el eterno olvido
O será por las gentes maldecido
Como sus triunfos y guerrera pompa.
 
   En cambio, los soldados de la ciencia,
Los que con santo amor rindieron culto
Al bien y a la verdad en su conciencia,
Recibiendo tal vez grosero insulto
Del necio que sumido en la ignorancia
Fundaba en las riquezas su arrogancia;
El artista, entusiasta de lo bello,
Que por su propio genio estimulado
Dejó en sus obras el divino sello;
El que hizo de su vida el sacrificio
En pro del desgraciado;
Todo el que en beneficio
Del humano linage ha trabajado,
Su premio alcanzará. Llegará un día
En que el mundo enaltezca su memoria,
Y en íntimos altares la venere...
Cuando tome otro rumbo nuestra historia,
La razón triunfe y la justicia impere.

. . . . . . . . . .

   Mas �será un vano sueño esa esperanza?
�Será sólo un deseo, un espejismo
Del náufrago que al borde del abismo
Vislumbra el puerto, pero no lo alcanza?
No. El alma humana que con raudo vuelo,
Entre el dolor luchando,
Ha logrado elevarse a tanta altura,
Su cárcel material perfeccionando,
Logrará al fin realizar su anhelo
De libertad, de gloria y de ventura;
Porque no puede Aquél que se lo inspira
Hacer de su promesa una mentira.
 
   Pero será incompleta
Su transfiguración, hasta que roto
Caiga en pedazos el estrecho molde
Que a absurdas tradiciones lo sujeta.
Vendrá, cuando la luz la sombra ahuyente
Y la ley al abuso ponga coto;
Cuando de esas magníficas ciudades,
Focos de corrupción y de maldades,
En que a obscuras, sin aire, envilecido,
se arrastra el indigente,
Por la envidia y el odio consumido,
Huya la humidad, y en campos bellos
Levante su morada
De frutos y de flores rodeada;
Donde aire, y luz y bienestar respire,
Y del sol a los fúlgidos destellos
Halle su dicha en el trabajo honroso;
Donde justo temor nadie le inspire,
Y al entregar sus miembros al reposo,
Sepa que son sagradas su existencia,
Su honra, su libertad y su conciencia.
 
   Cuando la autoridad tenga su asiento,
No en la fuerza, en el oro ni en la audacia,
Y solo en la virtud y en el talento
Funde la humanidad su aristocracia:
Cuando la caridad sea ejercida,
No por extraña y mercenaria mano,
Donde el nombre del mísero se olvida
Y un número ordinal lo sustituye,
Y acaso al interés se prostituye
El más precioso sentimiento humano;
Sino donde el amor y la ternura
De la madre, de la hija o de la esposa,
Con mano cariñosa
La acción del arte y de la ciencia auxilia:
Al calor del hogar y la familia.
 
   Cuando formen legiones,
No fieros y aguerridos escuadrones
Para matar en despiadada guerra;
Sino hombres esforzados,
Al trabajo fecundo consagrados,
Para poblar la tierra
De canales y bosques y caminos,
Perforar o abatir una montaña,
Y acelerar del hombre los destinos
Abriendo contra el mal ruda campaña.
 
   Cuando haya, en vez de cárceles, talleres;
Y espadas y fusiles y cañones,
En útiles objetos transformados,
Puedan ser aplicados
Al bien común de los humanos seres.
Cuando los buques, al cruzar los mares,
En lugar de aparatos de exterminio
Para afirmar del fuerte el predomino,
Lleven los medios de explorar el fondo;
Estudiar las bellezas singulares
De la fauna y la flora
Que oculta de su seno en lo más hondo,
Y sacar a la luz cuanto atesora
De incógnita riqueza
Con su activa labor Naturaleza.
 
   Cuando el globo, que asciende a las alturas
Buscando su equilibrio,
No lleve desgraciadas criaturas,
Para servir a un pueblo impresionable
De estéril diversión o de ludibrio,
O espiar movimientos
De un enemigo ejército expugnable
Y burlar sus intentos;
Sino hombres de ilustrada inteligencia,
De abnegación sublime;
Héroes gloriosos cuyo aliento imprime
Sus más nobles impulsos a la ciencia.
 
   Cuando todas las fuerzas sometidas
Al humano poder cumplan su objeto,
A evitar el cansancio dirigidas,
Y todas se utilicen
Por ingeniosos medios, de tal suerte,
Que el racional y el bruto
Su esfuerzo muscular economicen,
Y hagan rendir a la materia inerte
El debido tributo.
Cuando el más desalmado o el más fuerte
No tuerza la justicia con su veto.
Cuando el hombre, doquier del hombre amigo,
Con leyes sabias y moral severa
Derrumbe para siempre la barrera
Alzada entre el magnate y el mendigo.
 
   Cuando queden los límites borrados
De todas las naciones,
Llene amor fraternal los corazones
Y no haya explotadores ni explotados.
Cuando el hombre, cual ser inteligente,
Ciencia y virtud y libertad posea,
Y unido el sentimiento con la idea
Todos ante el deber doblen la frente.
Cuando absortos del mundo en la armonía
Adoremos la Suma Omnipotencia,
Sin ostentar con vil hipocresía
Fuego en los labios, nieve en la conciencia.
 
   Entonces, la materia dominada,
Y el bien con el espíritu triunfante,
El hombre, de su pena manumiso,
Gozará de la dicha ambicionada,
Y, por su propio esfuerzo conquistada,
Convertirá la Tierra en Paraíso.
Entonces será digno de su nombre,
Del mal y el bien terminará la guerra,
Y su elevado fin cumplirá el hombre,
Siendo imagen de Dios sobre la tierra.
Madrid, Mayo de 1885.



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Tercera parte

La luna

Oda

Comprende el término natural de nuestro planeta, según las leyes físicas, y el problema
insoluble de la eternidad de la conciencia humana,

                                  �Cuántas noches, oh Luna, distraído,
Con los ojos clavados en tu esfera,
El movimiento rápido he seguido
De tu masa rodando en el espacio
Como inmenso topacio
Del centro de los mundos desprendido!
�Cuántas, en delicioso arrobamiento,
Con creciente avidez te he contemplado,
Por atracción extraña subyugado,
Sin poder dominar mi pensamiento!
 
   Al verte silenciosa
Atravesar del éter insondable
La región siempre fría y tenebrosa,
Sobre nuestras miserias reflejando
El rayo inagotable
Que el padre de la luz y la alegría,
Su amoroso desvelo demostrando,
Desde su trono ardiente nos envía,
El mismo sentimiento en mi alma brota
Que al contemplar el mísero cadáver
De un pobre ser humano
Que de otra forma de existencia ignota
Va a descubrir el pavoroso arcano.
 
   Como en él, ya tu aliento se ha extinguido;
El fuego que en tu seno se agitaba,
Y de leves, diáfanos vapores
Tu atmósfera formaba,
Está tan apagado o escondido,
Que ya no se distinguen sus fulgores.
Tu suelo, en otro tiempo rico y bello,
Quizás de lindas flores adornado,
Por corrientes purísimas regado
Y de tu actividad mostrando el sello,
Hoy, mudo, estéril, desolado y triste,
Montón informe de materia inerte,
Al misterioso funeral asiste
Que se celebra por tu propia muerte.
 
   No eres ya la poética hermosura,
Sensible y pudorosa,
De tierna y celestial melancolía,
Que entre la sombra obscura,
Circundada de tibios resplandores,
Amante siempre y siempre desdeñosa,
Nos pintaba con vívidos colores
Una vana y pueril mitología.
El hombre, por la lente auxiliado,
De tu antigua existencia
El profundo secreto ha penetrado:
Del fuego, en tus entrañas ya extinguido,
Ve en cráteres horrendos la violencia,
Y montes de basalto derretido,
Y anchurosos desiertos
De traquita y de lava,
Y extensos llanos de arenal cubiertos
Donde un tiempo la vida se ostentaba.
 
   No tienes ya ni atmósfera ni ambiente,
Ni fuerzas, ni calor; huecos sombríos
Tu esqueleto perforan,
Donde los genios de la noche moran;
Y si el astro esplendente
En la arista del cráter más saliente
Su clara luz refleja
Y envía un rayo a nuestro pobre mundo,
Al resplandor semeja
Que allá, de obscura estancia en lo profundo,
Despide una mezquina candileja,
Cuando con luz medrosa
Alumbra la pupila vidriosa
Y la pálida faz de un moribundo.
 
   Mas como nada en la creación perece,
Tú, ser petrificado,
Quizás de todo espíritu privado,
Esperas que otra vez tu vida empiece.
Y empezará cuando el vigor se acabe
De la fuerza invisible y misteriosa,
Activa y portentosa,
Que tus distintos elementos liga,
Cuya esencia y virtud sólo Dios sabe,
Como la roca truécase en arena,
Como la planta en humus se convierte,
Y el animal, en lo que llaman muerte,
De los vínculos rotos se desliga
Y se abre para todos nueva escena,
Formándose de arenas nuevas rocas
Pasando el humus a otros vegetales,
En forma de alimento,
Y volviendo, al morir, los animales
Su préstamo a la tierra, al mar y al viento,
Así también la cósmica materia,
Por fuertes atracciones agrupada,
A ineludibles leyes sometida,
Y por ellas mil veces disgregada,
Proseguirá el eterno movimiento
De esa cadena nunca interrumpida
En que luchan las fuerzas, de tal suerte,
Que va en la muerte el triunfo de la vida,
Y en la vida el anuncio de la muerte.
 
   Tú, en tanto, alrededor de nuestra esfera,
De la que el ser acaso recibiste,
Girando sin cesar sigues tu rumbo,
Y en nuestra vida influyentes de manera
Que a tu atracción los mares se levantan,
La savia por los árboles asciende,
Los tallos en su germen se adelantan,
La atmósfera se agita,
Y tal vez nuestra sangre en las arterias,
Si tu influjo se activa o se suspende,
Con mayor rapidez se precipita.
 
   El lento y progresivo enfriamiento
Del mísero planeta que habitamos
También alcanzará su complemento:
Y si no sobreviene un cataclismo
Que en el tiempo su término acelere
Y hunda su ser en insondable abismo,
El golpe sufrirá que a ti te hiere:
Desde el insecto al hombre,
Desde el sutil y efímero infusorio
Al cetáceo gigante,
Y desde el musgo al árbol que a las nubes
Su altiva copa eleva,
Todo de formas cambiará y de nombre;
Y cuanto el sello de la vida lleva
Encontrará su lecho mortuorio
Entre detritus ya pulverizados
De los seres que fueron
Y en la masa común se confundieron.
 
   Cuando ya todo espire
Y en un resto de atmósfera asfixiante
Nada exista que aliente ni respire,
Capas de denso hielo.
La tierra cubrirán como un sudario;
Los gases hasta el suelo
Condensados caerán, y ya extinguida
La atracción del sistema planetario,
Y en pavesas su masa convertida,
La absorberán las fuerzas creadoras,
Y entre llamas de fuego abrasadoras,
Tomando el germen de su propia esencia,
Darán a nuevos mundos existencia.
 
   �Y qué habrá sido entonces
Del espíritu humano?
�Qué del pequeño y mísero gusano
Que, de soberbia y vanidad henchido,
En mármoles y bronces
Su nombre eternizar procuró en vano?
�Conservar podrá el alma la conciencia
Que de luz le ha servido;
Sentir embriagadoras emociones,
Y en alas de más noble y pura ciencia,
Comprender cómo lucha y por qué lucha
La materia en sus mil transformaciones,
Y contemplar las nuevas creaciones,
Como el águila altiva
En las rudas tormentas
Oye a sus pies bramar los aquilones,
Ve el choque de las olas turbulentas,
Y, despreciando el trueno, el rayo esquiva?
�Podrá ella desde incógnitas regiones
Gozar en los contrastes, admirando
De la luz y la sombra
Las batallas violentas,
Y fijar en los mundos su pupila,
Como la fija el águila, mirando
Tras de la tempestad que no la asombra,
Y al través de una atmósfera tranquila,
Las nubes que lijeras van cruzando,
La tierra sonriente,
Sereno el mar, diáfano el ambiente?
 
   Si ese del alma humana es el destino,
Bien hayan la amargura y los dolores
De que es la vida raudo torbellino;
Mas si, después de tantos sinsabores,
La conciencia del hombre aniquilada
Entre las fuerzas ciegas se confunde,
Cual luz que en el espacio se difunde,
Que es como ir a perderse entre la nada...
�No merece la pena
De seguir arrastrando esta cadena!
Madrid, Octubre de 1885.


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�Tierra!

Poesía que obtuvo el primer premio en el concurso convocado en Huelva por la sociedad Colombina, el 2 de Agosto de 1885.

Dedicatoria

Al sr. Dr. D. Rafael Núñez, presidente (por segunda vez) de los estados unidos de Colombia,
inspirado poeta, pensador profundo y sabio estadista, en Bogotá.

Respetable amigo y señor:

   La Sociedad Colombina Onubense, domiciliada en el afortunado lugar de donde partieron las tres renombradas carabelas, y sostenida con entusiasmo por los amantes de nuestras glorias, en el certamen literario y científico convocado para conmemorar en el presente año el aniversario 393 del descubrimiento del Nuevo Mundo, por acuerdo unánime del Jurado de calificación, ha tenido a bien adjudicar el primer premio de la sección literaria a mi humilde trabajo poético titulado �Tierra! Esqueleto de un poema, en el que he procurado describir a grandes rasgos el triunfo sublime, las contrariedades y amarguras, y por último la apoteosis del mortal Colón, cuyo ilustre nombre ha adoptado y ostenta como uno de sus mejores timbres esa bella República, que considero y amo cual mi segunda patria.

   Honrado yo en ella, por espacio de catorce años, con atenciones de imborrable y grato recuerdo; distinguido por sus hombres de letras con el preciado título de miembro honorario de la Academia Colombiana, hija legítima de la Española y poderoso vínculo de unión sostenido por la inteligencia; considerado como hermano y no como extranjero, durante mi larga permanencia en Colombia, donde fue mi labor constante suavizar asperezas y despertar entre ambos pueblos simpatías amortiguadas por la guerra de emancipación, pero no muertas, por fortuna; viendo acogidos siempre mis esfuerzos en pro de nuestros intereses comunes con cariñosa solicitud y coronados al fin mis deseos con el éxito de una reconciliación oficial, afectuosa y sincera, durante el período de vuestra primera administración, por tantos conceptos memorable, he creído que os corresponde de derecho la dedicatoria de mi modesta producción, fruto espontáneo, aunque débil, de mi ya cansada lira, no sólo por las cualidades personales que en vos concurren y por la amistad con que me habéis favorecido, sino por ser, con primer magistrado de esa República, su más digno representante.

   Sin mirar las imperfecciones de mi pobre poema, que son muchas, y atendiendo sólo al sentimiento que lo ha inspirado, dignaos aceptarlo como compañero y maestro en el cultivo de las bellas letras, con la benevolencia con que lo ha juzgado la Sociedad Colombina, y presentarlo en mi nombre al pueblo cuyos destinos fuisteis llamado a dirigir, como una prueba de mi estimación fraternal y de mi deseo ardiente de que alcance, por vuestra administración sabia y justa, la paz duradera que sus intereses reclaman y el porvenir venturoso a que con razón aspira.

   Soy vuestro atento servidor y respetuoso amigo,

José María Gutiérrez de Alba.

Madrid, Septiembre de 1885.



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Introducción

                               �Qué sordo rumor se escucha?
Son las torres almenadas
De los castillos feudales,
Que se derrumban, y aplastan,
Con sus señores altivos,
Los privilegios de casta.
Al brillar los resplandores
Del claro día que avanza,
Eleva el siervo la frente,
La Humanidad se levanta,
Y libertad y justicia
En altas voces proclama.
Brújula, pólvora, imprenta
Son poderosas palancas,
A cuyo potente impulso,
Rotas y desmoronadas,
Van cayendo las barreras
Que a la luz niegan la entrada,
Y por bellos horizontes
El genio tiende sus alas.
Mientras que el Norte agitado
Emprende ruda batalla
Contra el poder que limita
Las expansiones del alma,
Y en nuevo rumbo al Oriente
Van las naves lusitanas,
La Cruz y la Media Luna
Su lucha tremenda acaban
Ante las fuertes almenas
De la morisca Granada.


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Canto primero

Un loco
                                    Cuando ya de Boabdil el poderío
Su término fatal mira cercano,
Y entre el marcial estruendo crece el brío
Del indomable ejército cristiano,
Y ve ya el porvenir negro y sombrío,
En pos de su derrota, el africano,
Y entre el ronco clamor sólo se escucha
La voz de �muerte! en la tremenda lucha,
 
En el campo, terror del agareno,
Con la carta de un fraile por fianza,
Un hombre humilde, de ilusiones lleno,
Y en cuyos ojos brilla la esperanza,
A la corte del Rey llega sereno;
Audiencia pide, y cuando al fin la alcanza,
Ante él y ante la Reina de Castilla
Así dice, doblando la rodilla:
 
   �Allá, muy lejos, donde el sol sepulta
Su luz entre las sombras y el misterio,
Dicen que el mar al hombre dificulta
Llegar con rumbo fijo a otro hemisferio;
Pero es que la verdad aun está oculta
De ignorancia y temor bajo el imperio.
Yo os vengo a demostrar que es mi destino
Abrir a ignotas tierras el camino.�
 
   Y ostentando un papel, en que trazados
Estaban con estudio detenido,
Y por su propia mano señalados,
Los límites del mundo conocido,
Lo extendió ante los Reyes admirados,
Y con acento grave y convencido
Así les explicaba el fundamento
De su extraño y sublime pensamiento:
 
   �Que es redonda la tierra que habitamos,
Todo nos lo demuestra claramente:
El monte que a lo lejos divisamos,
El barco que se acerca diligente,
El sol que en el ocaso saludamos
Y que vuelve a asomar en el Oriente,
Todo, por más que el hombre no se explica
Como un prodigio se verifica.
 
   �Pues bien: entre esas mares ignoradas
Mi propia convicción me esta diciendo
Que hay tierras habitables y habitadas
Que la divina luz están pidiendo.
Túvolas Dios para mi fe guardadas;
Esas tierras, señor, hallar pretendo;
Y si mi ardiente fe no es ilusoria,
Mío el triunfo será, vuestra la gloria.
   �Al sol siguiendo siempre en su camino,
La tierra encontraré quizás cercana.
Que no está muy distante, lo imagino
Por lo que hay de la tarde a la mañana.
Nunca será el esfuerzo del marino
Trabajo inútil ni su empresa vana;
Pues si no hallo la tierra al Occidente,
Nuevo rumbo abriré para el Oriente.�
 
El Fanatismo y la Ignorancia.
   �Nunca en delirio mayor
Se invocó de Dios el nombre!
Si no está loco ese hombre,
Es un mísero impostor.
 
La Envidia y la Avaricia.
   �Promesas, siempre promesas!
Lo de todo aventurero.
�No tiene el Rey su dinero
Para tan locas empresas!
 
La Caridad cristiana.
   Es hacer a Dios ultraje
Humillar su criatura,
Nunca supo la impostura
Hablar en ese lenguaje.
 
Un gran corazón.
   �Basta! si mi tesoro está agotado,
Perlas y oro contiene mi joyel.
No dirán que mezquina he rechazado
Al que todo lo espera de Isabel.
   �Divina inspiración? �Noble locura?
La empresa es grande; �Confianza en Dios!
Si el éxito es feliz, gloria segura;
Si es sólo un sueño... soñaremos dos.
 
Al escuchar el acento
De aquella voz conmovida,
Quedó la maldad rendida,
El Genovés cobró aliento,
 
   Y ante la Reina de hinojos,
Y a despecho de los sabios,
Posó en su mano los labios
Y la regó con sus ojos.
 
   Después, con el alma llena
De la fe que atesoraba,
Corrió donde lo aguardaba
Fray Juan Pérez de Marchena,
 
   Que desde su celda obscura
Los obstáculos venció,
Y alas al genio prestó
Para su grande aventura.


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Canto II

Palos.
                                     En un puerto escondido y solitario
Del Atlántico mar, donde las ondas
Nunca movieron poderosas naves,
Sino pobres barquillas pescadoras,
Se mecen tres humildes carabelas,
En las que fijan su mirada atónita
Los más bravos e intrépidos marinos
Que jamás se espantaron de las olas.
A cruzar los convida un extranjero
Mares nunca surcados, que a remotas
Playas conducen, donde todo brinda
Oro y placeres y envidiable gloria.
Aunque en la noble frente de aquel hombre
Ven relucir del genio la aureola,
Y firme convicción en sus palabras,
Y fuego en su mirada triunfadora,
Es tan grave el peligro, que en el pecho
Sólo cabe el temor que los asombra.
 
El miedo.
   �Quien, desafiando al cielo,
La inmensidad cruzará,
Sin saber si volverá
A pisar el patrio suelo?
   �Quién podrá ser nuestro guía
En un mar nunca surcado?
Si se engaña el desdichado,
�Ay! �quién salvarnos podría?
 
   Vaya solo el extranjero
A gozar tanta ventura.
Su empresa es una locura,
Y yo seguirle no quiero.
 
El genovés.
   Solo... �cobarde temor!
Y en marinos... �cosa extraña!
�Es posible que en España
Falten hombres de valor?
 
Dos hermanos.
   No, �vive Dios! Si atrevida
Es tu empresa, cual ninguna,
�Dispón de nuestra fortuna
Y dispón de nuestra vida!
   En España hay corazones
A quienes no espantarán
Peligros: contigo irán
Los dos hermanos Pinzones.
   Y un grito de frenético entusiasmo
En la playa arenosa retumbó;
El ardor varonil siguió al marasmo,
Y el miedo para siempre se ahuyentó.
   Levóse el ancla; hincháronse las velas;
La insignia al viento comenzó a ondear,
Y las tres animosas carabelas
Desaparecieron en el ancho mar.


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Canto III

Augurios.
                                            Antes de que la quilla en mar ignoto
Deje marcada luminosa estela,
Un golpe rudo del airado Noto
Choca contra una débil carabela.
A la voz de ��Avería, el timón roto!�
El de menos valor se desconsuela;
Mas Colón a las islas Fortunadas
Hace rumbo con velas desplegadas.
 
   Remediado ya el mal, al Occidente
Con firmeza y tesón guían las proras,
Empújalos la brisa dulcemente
Difundiendo esperanzas seductoras,
Pero hay quien en su pecho el temor siente,
Y contando los días y aun las horas,
Juzga en peligro próximo su vida,
Y ansía volver al punto de partida.
 
   Lejos, muy lejos, las veleras naves
Soledad espantosa van cruzando;
Cada vez los peligros son más graves
Y van los más valientes desmayando.
Vense con raudo vuelo algunas aves,
Que las inquietas olas van rozando,
Y todos les envidian con tristeza
Sus alas e incansable ligereza.
 
   ��Como prueba de audacia, ya es bastante!�
Algunos gritan en feroz tumulto.
De aventurero audaz y de ignorante
Le tachan otros. El terror oculto,
Fingiéndose prudencia, en el semblante
Asoma de los más; pronto el insulto
De la amenaza seguirá la huella;
Pero contra el valor todo se estrella.
 
   ��Adelante! -Colón les grita airado,
Con voz segura, despreciando el reto,-
Tendremos pronto el triunfo deseado;
En el nombre de Dios os lo prometo.�
Y quién en la promesa confiado,
Quién por vago temor, quién por respeto,
Callan; pero los días presurosos
Van siendo cada vez más angustiosos.
 
   Inmensa es la distancia recorrida,
Y el débil leño sin cesar avanza.
�El viento fijo, la virtud perdida
De la brújula! �Adiós toda esperanza!
-��Perezca el ambicioso, el homicida!
Sepúltelo en el mar nuestra venganza!-
Gritan- y si a la patria al fin volvemos,
Que él despechado se arrojó, diremos.�
 
   Un hombre solo, en tan tremenda lucha,
Pronto a la muchedumbre sucumbiera;
Mas su fe es grande y su constancia mucha;
Tres días nada más pide de espera:
La multitud, atónita le escucha;
De su genio el poder al fin impera,
Y la turba ignorante alborotada
A su voz se somete resignada.
 
   El plazo va a espirar. La luz del día
Apaga entre las ondas sus fulgores:
Todo lo envuelve oscuridad sombría,
Y el sueño va endulzando los dolores;
Pero Colón, en tanto, descubría
Confusos y movibles resplandores,
Y una sombra indecisa en lontananza,
Que reanimó en su pecho la esperanza.
 
   De pié en la popa, con afán creciente,
Aquella extraña luz mira asombrado:
�No brilla como estrella refulgente!...
�Se agita sin cesar de uno a otro lado!...
��Es tierra!� exclama en su entusiasmo ardiente.
��Tierra! repite el eco alborozado;
Y al grito aquel, enérgico y fecundo,
Rásgase un velo y se despierta un mundo.


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Canto IV

Maravillas.
                                    Cuando asomó la suspirada aurora,
Lanzando alegre sus primeros rayos,
Y de la noche el misterioso velo
Sus negros pliegues ocultó en ocaso,
Empezó a dibujarse entre la bruma
El perfil indeciso y dentellado
De una empinada sierra, luego, el bosque,
Y al fin la playa y el extenso llano.
Los audaces marinos, que a su jefe
Con exigencias mil atormentaron,
El perdón de su falta, arrepentidos,
Con lágrimas imploran, y no en vano;
Que el placer predispone a la indulgencia,
Y es Colón tan dichoso, que, olvidando
Las pasadas injurias, los recibe
Como padre amoroso entre sus brazos.
   El sol, del horizonte desprendido,
Alzose refulgente en el espacio,
Y las tres carabelas a la playa
Fuéronse poco a poco aproximando.
�Qué espectáculo aquel! El bosque umbrío,
De gigantescos árboles formado,
Con vistosas palmeras que a las nubes
Levantaban sus trémulos penachos,
Las cabañas pajizas, sombreadas
Por las hojas de espléndidos bananos,
Las aves, simulando con sus plumas
Esmeraldas, zafiros y topacios,
O llenando las selvas de armonía
Con su tierno, amoroso y dulce canto,
Las flores de bellísimas corolas,
El aire, por su aroma perfumado,
El trasparente, nítido arroyuelo,
Entre doradas guijas murmurando,
Y los grupos de indígenas desnudos,
Con vistosos plumajes adornados,
Y joyas de oro, y caprichosos dijes,
Y largas flechas y robustos arcos,
Pero no en son de guerra, sino todos
Con sonrisa benévola en los labios,
De admiración profunda poseídos,
Sin muestra alguna de temor ni espanto,
Formaban un conjunto, cual si fueran
Las delicias de un sueño realizado.
   Ante aquel espectáculo sublime,
por tanta maravilla impresionados,
Los marinos postráronse de hinojos
Y al Hacedor Supremo tributaron
De gratitud y amor himno ferviente,
Que es de las almas el perfume santo.
Después, el Almirante, en un esquife
Por algunos guerreros tripulado,
Llegó a la playa, y desplegando al viento
De Castilla el pendón, que iba en su mano,
Señor se proclamó de aquellas tierras
En nombre de Isabel y de Fernando.
   Ignorante el indígena sencillo
De la gran trascendencia de aquel acto
Para él incomprensible, al extranjero
Con infantil cariño agasajando,
Despojose para él de sus adornos;
Recibiole en su hogar como a un hermano,
Sin sospechar la suerte miserable
Que le aguardaba de su amor en pago.
   Cuando los navegantes recogieron
Muestras de los productos más preciados,
Oro que con su brillo deslumbrase
La codicia voraz del cortesano,
E inocentes indígenas que dieran
Testimonio del éxito alcanzado,
Con el lauro en la frente el rumbo toman
Del suspirado hogar, pero luchando
Con furiosas y horribles tempestades,
Y de inmensos peligros rodeados,
Hasta que al fin de Dios la Providencia,
Sus fervorosos ruegos escuchando
Y de tanta amargura condolida,
Les permitió pisar el suelo patrio,
Que enajenados de placer bendicen
Y enternecidos riegan con su llanto.
   Difundida la nueva del regreso,
Y el espléndido triunfo divulgado,
Por todas partes su valor pregonan,
Por todas partes suenan los aplausos;
Los pueblos enloquecen de alegría,
La corte se electriza de entusiasmo,
Y mientras que la envidia y la ignorancia
Aguzan su puñal envenenado,
Y las naciones con asombro escuchan
De la admirable empresa el fiel relato,
El loco graba su glorioso nombre
Donde el mundo jamás podrá borrarlo.


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Canto V

Palmas y olivas.
                                     Llena está de regocijo
La ciudad de Barcelona:
De gala viste la corte;
Elegantes banderolas
En bellos arcos de triunfo
Del viento impelidas flotan;
Colgaduras de damasco
Con guirnaldas primorosas
Entre tapices flamencos
Calles y plazas adornan;
No cabe en ellas la gente
Que por doquiera se agolpa;
Las damas y caballeros
Que a los balcones se asoman,
Sobre aquella muchedumbre
Lluvia de flores arrojan,
Y las músicas marciales,
Y la vibración sonora
De las campanas a vuelo,
Que sin cesar alborotan,
Llenan los extensos ámbitos
De la ciudad bulliciosa.
Sobre un tablado cubierto
De riquísimas alfombras
Se eleva un soberbio trono
En que, con brillante pompa,
Van a recibir los Reyes
Al que, en apartada zona,
Halló para España un mundo
Y un templo para su gloria.
   Cuando los regios consortes
Subieron la plataforma,
Y el alto trono ocuparon
Entre la lucida escolta
De sus apuestos guerreros,
Las damas esplendorosas
Y los prelados insignes
De la religión católica,
A una señal de Fernando,
Abriendo calle anchurosa
Por las apiñadas turbas
Que a su paso se amontonan,
Llegó Colón con su séquito,
Que entre dos filas custodia
Los indios ataviados
Con sus plumas y sus joyas,
Los extraños animales
Y los presentes que abonan
La exuberante riqueza
De aquellas tierras remotas.
   Apenas las gradas sube,
Con la frente respetuosa
Descubierta, y a las plantas
De los monarcas se arroja,
Estos le tienden los brazos,
Y con frases cariñosas
Cubrirse ante ellos le mandan
Y que allí un sitial le pongan.
El público entusiasmado,
Ante prueba tan notoria
De estimación, lanza un grito
Unánime, en que rebosa
La gratitud a sus Reyes
Porque aquel premio le otorgan.
   Ya sosegado el bullicio
Y la plaza silenciosa,
Colón, sentado a la diestra
De las reales personas,
Con voz grave y reposada
Narró de su empresa heroica
Los asombrosos detalles
Que nos refiere la Historia.
Los Monarcas admirados
Al marino ilustre honran
Con títulos y mercedes,
Y ordenan que sin demora,
Para una expedición nueva,
Estén muchas naves prontas,
Y que, de Colón al mando,
Tomen la misma derrota.
   Satisfecho el Almirante,
Acude al punto a la costa
Para activar los aprestos;
Pero una mano traidora,
La del encono y la envidia,
Que contra él lucha en las sombras,
A hacerle sentir empieza
Sus espinas ponzoñosas.
   Colón a Isabel acude;
Y si bien su protectora
Aparta con energía
Los estorbos que amontonan
Cortesanos humillados,
Que en contrariarle se gozan,
Quédanle como enemigos
La vileza y la lisonja,
Que del Rey la suspicacia
Contra él sin piedad explotan.


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Canto VI

La calle de la Amargura.
                                         Tan pronto como en alas de la Fama
El nombre de Colón glorioso vuela,
Y de aquellas fantásticas regiones
Se admira la abundancia y las riquezas,
Bajo un cielo purísimo guardadas,
Y entre seres humanos, que aún conservan,
Con un carácter apacible y grato,
El candor infantil de la inocencia,
Acuden a las naves presurosos
Los hombres de aventuras, que no encuentran
Ya en el suelo español la vida fácil
Por falta de disturbios y de guerra:
Los que abominan del trabajo honroso,
Hidalgos con orgullo y sin hacienda,
Cuantos la honrada sociedad rechaza
Y del crimen o el vicio se alimentan.
   Con aquella avalancha de perdidos
Y de avaros, sin Dios y sin conciencia,
Pronto el débil indígena, agobiado
Del esclavo infeliz por la cadena,
Víctima de ambiciones insaciables,
Y huyendo del castigo y de la afrenta,
Busca en airada muerte su refugio
O en el fragor de la intrincada selva.
   El alma de Colón, honrada y pura,
Contra tantos desmanes se subleva,
Y remedio eficaz pide a la corte,
Antes que la maldad todo lo pierda.
En tanto, los que enfermos y abatidos
Sufren las desastrosas consecuencias
De su dura crueldad, de su lascivia,
Su punible abandono o su pereza,
Culpan de su desgracia al Almirante,
Porque el abuso corregir intenta,
Y a los amigos que en la corte tienen
Con dádivas acuden y promesas,
Para que los liberten del tirano
Que todo lo trastorna y atropella.
   Estos, que, aborreciendo las virtudes
Del caudillo leal, tan sólo piensan
En poder abatirlo y humillarlo,
A los Reyes acuden con presteza,
Y claman contra el ruin advenedizo
tantos caballeros causó ofensa.
   Obtenida la orden de que al punto
El mando deje y a Castilla vuelva,
Y nombrado al efecto un enemigo
Que ocupe su lugar, y que sin tregua
A embarcarse lo obligue, la perfidia
De aquellos desalmados se completa.
   Vuelve Colón a atravesar los mares,
Pero no ya como la vez primera:
Vuelve, no como el héroe victorioso
A quien el premio y el aplauso esperan,
Sino como un malvado a quien el crimen
A tormentos durísimos condena;
�Con grillos en los pies, que lo quebrantan,
Y que a sus propios ojos lo avergüenzan!...
   En vano el capitán que lo custodia,
Y su bondad y su virtud respeta,
De aquella infamia libertarlo quiere.
-��Jamás! -exclama- A la real presencia
Llegaré como estoy, encadenado,
Para que, al contemplarme, se envanezcan
Mis enemigos fieros e implacables
Del gran poder con que en mi daño cuentan,
Y para que estos hierros que me abruman,
Dando así a mis servicios recompensa,
Si no en la voluntad del que lo manda,
Puedan pesar siquiera en su conciencia!�
   Cuando aquella figura venerable
De tal modo a los Reyes se presenta,
Fernando, de rubor enrojecido,
Con frase entrecortada balbucea
Palabras que, aunque expresan su disgusto
Por tamaño rigor, no lo condenan.
Isabel, más sensible, y más piadosa,
Al noble anciano en su dolor consuela;
Llora con él, y en filial abrazo
Con efusión purísima lo estrecha;
Manda arrancarle al punto aquellos hierros
Que más que al Almirante a ella la afrentan;
Quiere arrojarlos, mas Colón replica
Que aquel recuerdo conservar desea
Cual remedio eficaz contra el orgullo,
Si alguna vez avasallarlo intenta.
   El marino, una vez justificado,
Pide que en desagravio le devuelvan,
Por honor de su título y su nombre,
Lo que en pacto solemne le ofrecieran,
Y que no como deuda de justicia,
Sino como merced, rendido impetra.
   La Reina, que al anciano generoso
Tierna y profunda estimación profesa,
Complacerle promete en su demanda;
Pero el Rey, suspicaz, le dice: �Espera.�


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Canto VII

El Gólgota.
                                 En una lóbrega estancia
Desmantelada y obscura,
Entre los vagos reflejos
De una luz ya moribunda
Sobre un lecho miserable
Que la pobreza denuncia,
Cuya cabecera adornan
En lugar de colgaduras
Unos grillos con cadena
Que una acción infame acusan,
Un noble y modesto anciano,
De venerable figura,
Enrojecidos los ojos
Que el acerbo llanto inunda,
Enflaquecidos los miembros,
La frente llena de arrugas,
Secos los cárdenos labios,
Ronca la voz e insegura,
Así exclama entre sollozos
Que sólo otro anciano escucha:
-��Espera! �espera!... �Y el tiempo
Corrió... entre mortales dudas!
�Esperé... y todo fue en vano!
�Cayó Isabel en la tumba,
Y el astro de mi esperanza
Ya ni calienta ni alumbra!
�Esperar... cuando la roca
No puede ablandarse nunca!
�Pero ya es tarde! �muy tarde!
�Mis pobres ojos se anublan!...
�Siento el frío de la muerte
Que por mis venas circula!
�Frío... y hambre... y abandono...
Y de esas cadenas duras
El peso... y la infamia... en pago
De un mundo!... �Aciaga fortuna!
. . . . . . . . . .
�Adiós, vanidades locas,
Tercas y estériles luchas
Por alcanzar las miserias
Que la paz del alma truncan!
Riquezas... �qué poco valen!
�Honores... qué poco duran!
. . . . . . . . . .
�Mi hijo!... �mi patria!... �mi nombre!
�Ya mi protectora augusta
Me llama! �Isabel... espera!
No temas que yo no cumpla
Mi palabra... �Tus virtudes
Serán ante Dios mi ayuda!
. . . . . . . . . .
�Fernando!... Yo le perdono.
�Dios mío: mi voz escucha!
�Perdón!... �perdón!... �Ya es la hora!...
�Que tu voluntad... se cumpla!!!�
   Y al decir estas palabras
Con voz trémula y confusa,
Voló su espíritu al cielo,
Patria de las almas justas.


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Canto VIII

El Tabor.
                               Como síntesis del ser
Que todo progreso encierra,
Fue su destino en la tierra
Trabajar y padecer.
   Grande fue su adversidad,
Como grande su destino:
Abrir un ancho camino
A la humana actividad.
En su obra de redentor
Fue, al cumplirla, necesario
Que pasara su calvario
Para subir al Tabor;
Y ese respeto profundo,
Con que evocáis su memoria,
Es un rayo de su gloria
Que está iluminando el mundo.

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