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Entre los seres que con sabia mano, |
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Para ostentar su inmenso poderío, |
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Esparció la Divina Providencia |
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Sobre este globo que pretende en vano |
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Conocer y explicar la humana ciencia |
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Agitada como él en el vacío, |
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Unos descuellan por su forma ruda; |
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Otros, por su belleza o movimiento; |
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Otros, porque un poder continuo y lento |
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Su esencia cambia y sus contorno muda: |
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Mas todos tan perfectos y acabados, |
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(Ya vivan sobre la haz del duro suelo |
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Por su peso y su forma encadenados, |
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Ya habiten en los ríos o en los mares, |
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Ya remontando el vuelo), |
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Que nada en ellos falta y nada sobra |
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Para cumplir, sumisos auxiliares, |
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Su ignorada misión en la gran obra |
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De orden y de concierto y de armonía |
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Que rige la Eternal Sabiduría. |
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Tiene la planta, en el oculto seno |
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De la madre común, exuberante |
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Red, tupida y fibrosa, |
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Que, extrayendo la savia fecundante |
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Del próvido terreno, |
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Da elementos de vida y los recibe |
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De quien vive para ella y de ella vive. |
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Brutos inconscientes |
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Organismos sin término destruyen, |
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Y a ineludibles leyes obedientes, |
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Y por su instinto sin cesar guiados, |
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Las fuerzas expansivas disminuyen |
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De otros seres avaros y absorbentes; |
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y a límites por Dios determinados |
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Reducen su dominio, |
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Del débil impidiendo el exterminio. |
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En la guerra incesante |
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De todo lo que vive y que vegeta, |
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Cada cuál lucha por salir triunfante; |
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Pero siguiendo a ciegas el camino |
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A que un poder oculto lo sujeta; |
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Y todos, por la ley de su destino, |
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Nacen, viven y crecen, |
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Y cumplido su tiempo desparecen |
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Del mundo entre el revuelto torbellino, |
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Sin adquirir conciencia |
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Del principio y del fin de su existencia. |
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Sólo hay un ser, de origen misterioso, |
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Próximo al animal por su estructura, |
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Próximo a Dios por su alma creadora, |
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Que, desgarrando el velo tenebroso, |
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Su principio y su fin hallar procura, |
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y un poder superior siente y adora; |
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Es el Hombre, que en frágil vaso encierra |
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La síntesis más bella y admirable; |
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Que forma el lazo estrecho, inexplicable, |
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En que une Dios los cielos con la tierra. |
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Gala de la creación, no vino el hombre |
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A la lucha afanosa de la vida |
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Tan solo a derramar estéril llanto. |
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Vino, de Dios en nombre, |
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A ostentar su grandeza y a dejar |
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A su imperio sometida |
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La fuerza que le opone embravecida |
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Con virginal pudor Naturaleza. |
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Lleva el hombre en su frente |
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El sello del Creador Omnipotente. |
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Ya proceda de razas inferiores, |
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Ganando por su esfuerzo y su constancia |
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El poder que le da su inteligencia; |
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Ya por lejana culpa degradado |
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Sienta de su caída los dolores |
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Desde su tierna infancia, |
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Y con noble insistencia |
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Procure conquistar el bien perdido, |
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Entre luz y tinieblas batallando; |
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Tras de tanto dolor, verá cumplido |
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El incesante afán que lo devora, |
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Y de ser para siempre redimido |
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Llegará al fin la suspirada hora. |
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Desde que allá en incógnitas edades |
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Apareció en la escena de la vida, |
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Luchó en las pavorosas soledades |
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Con fieras de terrible acometida, |
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Sin más armas que piedras afiladas |
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O ramas desgajadas, |
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Franco el pecho y desnudo; |
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Pero, al ver ya su víctima rendida, |
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De su piel hizo escudo |
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Para arrostrar del cielo la inclemencia, |
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Diole morada el hueco de una roca, |
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A veces disputado con violencia |
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Al feroz enemigo |
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Que encontraba en el cóncayo su abrigo. |
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Si el hambre le provoca, |
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Busca con gran trabajo el alimento; |
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Y no siempre lo halla, |
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Sin tener que empeñar con ardimiento |
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Sangrienta y cruelísima batalla. |
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Mas triunfa al cabo de la fuerza bruta, |
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Que del mundo el imperio |
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Con implacable saña le disputa; |
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Los más fieros o huraños |
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Animales esconden su guarida |
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Del intrincado bosque en el misterio; |
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Junta los más sociables en rebaños; |
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Forma la tribu; fija su morada; |
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La tierra explota por el surco herida; |
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De progreso en progreso caminando, |
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Artes e industrias crea; |
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Los hechos naturales observando, |
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Hace brotar la luz de cada idea; |
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De vivo resplandor su alma se inunda, |
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Y en pos de la verdad las ciencias funda. |
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�Cuánto ya en sus conquistas ha avanzado! |
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La tierra, el aire, el mar a sus deseos |
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Se prestan obedientes; |
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A la luz y al calor nuevos empleos |
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Para su actividad han encontrado |
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Los esfuerzos del hombre inteligentes. |
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El rayo está por él esclavizado, |
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Y con celeridad incomprensible, |
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Obediente y flexible |
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Lleva de polo a polo el pensamiento, |
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Formas, calor, sonido y movimiento. |
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Los mundos siderales |
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Le aproxima la lente poderosa, |
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Y el cálculo atrevido le revela |
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La extensión de sus masas colosales |
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Al par que su distancia prodigiosa. |
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En vano luego distinguir anhela |
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Lo que, por muy pequeño, |
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Casi el dintel tocando de la nada, |
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Se oculta a su mirada: |
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Pero el cristal aplica con empeño, |
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La ciencia inquiere; el hecho le responde; |
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Y cuando ya a su vista no se esconde, |
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Ve en todo establecida |
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La lucha de la muerte con la vida. |
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El rey de la creación ya en su camino |
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Obstáculos no halla. |
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Para alcanzar su próspero destino |
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�Qué le resta? Ganar una batalla. |
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Triunfante de enemigos exteriores |
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Y teniendo en su mano |
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El hilo de las fuerzas portentosas |
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Que en la noche de tiempos anteriores |
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Fueron para él incomprensible arcano; |
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Disipadas las sombras misteriosas |
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Que le ocultaban la elevada cumbre |
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En que el humano bien alza su templo, |
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Sólo falta romper de la cadena |
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El último eslabón que lo condena |
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A la más vergonzosa servidumbre; |
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Seguir del Justo el salvador ejemplo |
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Y vencer y humillar con heroísmo |
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Al tirano implacable: el Egoísmo. |
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De materia y de espíritu formado, |
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El dominio del hombre se disputan |
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Uno y otro elemento: |
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Del vicio corruptor solicitado |
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Y por él dominado, |
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Obscurece el error su entendimiento; |
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El sensualismo impera; |
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Y cuando ya lo envuelven y ejecutan |
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Su obra de perdición, y nada espera, |
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Cae sin sentir, como la hoja |
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De que el árbol marchito se despoja. |
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En vano la virtud combate al vicio |
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Desde regiones al placer agenas. |
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Con doradas cadenas |
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Sujeta el mal al hombre disoluto, |
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Que su alto fin y su misión olvida, |
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Y, buscando entre el cieno su caída, |
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Vuelve otra vez a convertirse en bruto. |
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Sólo cuando el espíritu se eleva |
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A las puras regiones |
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Donde la ciencia y la virtud alumbran |
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La obscura senda que a la cumbre lleva, |
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Y donde con su llama las pasiones |
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El alma extraviada no deslumbran, |
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Es cuando puede el hombre alzar la frente |
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Hacia el trono de Dios Omnipotente. |
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El que por ambición o por soberbia |
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Oprime a sus hermanos, |
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Y al clamor de la angustia ensordecido, |
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Sólo escucha la voz de su protervia, |
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y salpica sus manos |
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Con la sangre inocente del caído, |
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Aunque el mundo lo llame |
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César o Emperador, y deslumbrado |
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Con su pompa guerrera, |
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Su salvador lo aclame, |
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Siembre de flores su triunfal carrera |
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Y de invicto laurel orne su frente, |
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Al lucir en Oriente |
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El claro sol que las tinieblas rompa, |
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Caerá su nombre en el eterno olvido |
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O será por las gentes maldecido |
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Como sus triunfos y guerrera pompa. |
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En cambio, los soldados de la ciencia, |
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Los que con santo amor rindieron culto |
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Al bien y a la verdad en su conciencia, |
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Recibiendo tal vez grosero insulto |
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Del necio que sumido en la ignorancia |
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Fundaba en las riquezas su arrogancia; |
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El artista, entusiasta de lo bello, |
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Que por su propio genio estimulado |
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Dejó en sus obras el divino sello; |
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El que hizo de su vida el sacrificio |
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En pro del desgraciado; |
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Todo el que en beneficio |
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Del humano linage ha trabajado, |
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Su premio alcanzará. Llegará un día |
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En que el mundo enaltezca su memoria, |
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Y en íntimos altares la venere... |
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Cuando tome otro rumbo nuestra historia, |
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La razón triunfe y la justicia impere. |
. . . . . . . . . . |
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Mas �será un vano sueño esa esperanza? |
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�Será sólo un deseo, un espejismo |
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Del náufrago que al borde del abismo |
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Vislumbra el puerto, pero no lo alcanza? |
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No. El alma humana que con raudo vuelo, |
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Entre el dolor luchando, |
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Ha logrado elevarse a tanta altura, |
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Su cárcel material perfeccionando, |
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Logrará al fin realizar su anhelo |
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De libertad, de gloria y de ventura; |
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Porque no puede Aquél que se lo inspira |
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Hacer de su promesa una mentira. |
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Pero será incompleta |
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Su transfiguración, hasta que roto |
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Caiga en pedazos el estrecho molde |
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Que a absurdas tradiciones lo sujeta. |
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Vendrá, cuando la luz la sombra ahuyente |
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Y la ley al abuso ponga coto; |
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Cuando de esas magníficas ciudades, |
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Focos de corrupción y de maldades, |
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En que a obscuras, sin aire, envilecido, |
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se arrastra el indigente, |
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Por la envidia y el odio consumido, |
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Huya la humidad, y en campos bellos |
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Levante su morada |
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De frutos y de flores rodeada; |
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Donde aire, y luz y bienestar respire, |
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Y del sol a los fúlgidos destellos |
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Halle su dicha en el trabajo honroso; |
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Donde justo temor nadie le inspire, |
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Y al entregar sus miembros al reposo, |
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Sepa que son sagradas su existencia, |
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Su honra, su libertad y su conciencia. |
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Cuando la autoridad tenga su asiento, |
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No en la fuerza, en el oro ni en la audacia, |
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Y solo en la virtud y en el talento |
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Funde la humanidad su aristocracia: |
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Cuando la caridad sea ejercida, |
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No por extraña y mercenaria mano, |
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Donde el nombre del mísero se olvida |
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Y un número ordinal lo sustituye, |
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Y acaso al interés se prostituye |
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El más precioso sentimiento humano; |
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Sino donde el amor y la ternura |
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De la madre, de la hija o de la esposa, |
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Con mano cariñosa |
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La acción del arte y de la ciencia auxilia: |
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Al calor del hogar y la familia. |
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Cuando formen legiones, |
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No fieros y aguerridos escuadrones |
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Para matar en despiadada guerra; |
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Sino hombres esforzados, |
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Al trabajo fecundo consagrados, |
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Para poblar la tierra |
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De canales y bosques y caminos, |
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Perforar o abatir una montaña, |
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Y acelerar del hombre los destinos |
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Abriendo contra el mal ruda campaña. |
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Cuando haya, en vez de cárceles, talleres; |
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Y espadas y fusiles y cañones, |
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En útiles objetos transformados, |
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Puedan ser aplicados |
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Al bien común de los humanos seres. |
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Cuando los buques, al cruzar los mares, |
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En lugar de aparatos de exterminio |
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Para afirmar del fuerte el predomino, |
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Lleven los medios de explorar el fondo; |
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Estudiar las bellezas singulares |
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De la fauna y la flora |
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Que oculta de su seno en lo más hondo, |
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Y sacar a la luz cuanto atesora |
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De incógnita riqueza |
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Con su activa labor Naturaleza. |
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Cuando el globo, que asciende a las alturas |
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Buscando su equilibrio, |
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No lleve desgraciadas criaturas, |
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Para servir a un pueblo impresionable |
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De estéril diversión o de ludibrio, |
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O espiar movimientos |
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De un enemigo ejército expugnable |
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Y burlar sus intentos; |
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Sino hombres de ilustrada inteligencia, |
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De abnegación sublime; |
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Héroes gloriosos cuyo aliento imprime |
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Sus más nobles impulsos a la ciencia. |
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Cuando todas las fuerzas sometidas |
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Al humano poder cumplan su objeto, |
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A evitar el cansancio dirigidas, |
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Y todas se utilicen |
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Por ingeniosos medios, de tal suerte, |
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Que el racional y el bruto |
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Su esfuerzo muscular economicen, |
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Y hagan rendir a la materia inerte |
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El debido tributo. |
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Cuando el más desalmado o el más fuerte |
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No tuerza la justicia con su veto. |
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Cuando el hombre, doquier del hombre amigo, |
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Con leyes sabias y moral severa |
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Derrumbe para siempre la barrera |
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Alzada entre el magnate y el mendigo. |
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Cuando queden los límites borrados |
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De todas las naciones, |
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Llene amor fraternal los corazones |
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Y no haya explotadores ni explotados. |
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Cuando el hombre, cual ser inteligente, |
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Ciencia y virtud y libertad posea, |
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Y unido el sentimiento con la idea |
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Todos ante el deber doblen la frente. |
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Cuando absortos del mundo en la armonía |
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Adoremos la Suma Omnipotencia, |
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Sin ostentar con vil hipocresía |
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Fuego en los labios, nieve en la conciencia. |
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Entonces, la materia dominada, |
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Y el bien con el espíritu triunfante, |
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El hombre, de su pena manumiso, |
|
Gozará de la dicha ambicionada, |
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Y, por su propio esfuerzo conquistada, |
|
Convertirá la Tierra en Paraíso. |
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Entonces será digno de su nombre, |
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Del mal y el bien terminará la guerra, |
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Y su elevado fin cumplirá el hombre, |
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Siendo imagen de Dios sobre la tierra. |
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Madrid, Mayo de 1885. |
|
�Cuántas noches, oh Luna, distraído, |
|
Con los ojos clavados en tu esfera, |
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El movimiento rápido he seguido |
|
De tu masa rodando en el espacio |
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Como inmenso topacio |
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Del centro de los mundos desprendido! |
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�Cuántas, en delicioso arrobamiento, |
|
Con creciente avidez te he contemplado, |
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Por atracción extraña subyugado, |
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Sin poder dominar mi pensamiento! |
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Al verte silenciosa |
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Atravesar del éter insondable |
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La región siempre fría y tenebrosa, |
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Sobre nuestras miserias reflejando |
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El rayo inagotable |
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Que el padre de la luz y la alegría, |
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Su amoroso desvelo demostrando, |
|
Desde su trono ardiente nos envía, |
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El mismo sentimiento en mi alma brota |
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Que al contemplar el mísero cadáver |
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De un pobre ser humano |
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Que de otra forma de existencia ignota |
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Va a descubrir el pavoroso arcano. |
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Como en él, ya tu aliento se ha extinguido; |
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El fuego que en tu seno se agitaba, |
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Y de leves, diáfanos vapores |
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Tu atmósfera formaba, |
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Está tan apagado o escondido, |
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Que ya no se distinguen sus fulgores. |
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Tu suelo, en otro tiempo rico y bello, |
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Quizás de lindas flores adornado, |
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Por corrientes purísimas regado |
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Y de tu actividad mostrando el sello, |
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Hoy, mudo, estéril, desolado y triste, |
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Montón informe de materia inerte, |
|
Al misterioso funeral asiste |
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Que se celebra por tu propia muerte. |
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No eres ya la poética hermosura, |
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Sensible y pudorosa, |
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De tierna y celestial melancolía, |
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Que entre la sombra obscura, |
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Circundada de tibios resplandores, |
|
Amante siempre y siempre desdeñosa, |
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Nos pintaba con vívidos colores |
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Una vana y pueril mitología. |
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El hombre, por la lente auxiliado, |
|
De tu antigua existencia |
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El profundo secreto ha penetrado: |
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Del fuego, en tus entrañas ya extinguido, |
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Ve en cráteres horrendos la violencia, |
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Y montes de basalto derretido, |
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Y anchurosos desiertos |
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De traquita y de lava, |
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Y extensos llanos de arenal cubiertos |
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Donde un tiempo la vida se ostentaba. |
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No tienes ya ni atmósfera ni ambiente, |
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Ni fuerzas, ni calor; huecos sombríos |
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Tu esqueleto perforan, |
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Donde los genios de la noche moran; |
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Y si el astro esplendente |
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En la arista del cráter más saliente |
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Su clara luz refleja |
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Y envía un rayo a nuestro pobre mundo, |
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Al resplandor semeja |
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Que allá, de obscura estancia en lo profundo, |
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Despide una mezquina candileja, |
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Cuando con luz medrosa |
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Alumbra la pupila vidriosa |
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Y la pálida faz de un moribundo. |
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Mas como nada en la creación perece, |
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Tú, ser petrificado, |
|
Quizás de todo espíritu privado, |
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Esperas que otra vez tu vida empiece. |
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Y empezará cuando el vigor se acabe |
|
De la fuerza invisible y misteriosa, |
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Activa y portentosa, |
|
Que tus distintos elementos liga, |
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Cuya esencia y virtud sólo Dios sabe, |
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Como la roca truécase en arena, |
|
Como la planta en humus se convierte, |
|
Y el animal, en lo que llaman muerte, |
|
De los vínculos rotos se desliga |
|
Y se abre para todos nueva escena, |
|
Formándose de arenas nuevas rocas |
|
Pasando el humus a otros vegetales, |
|
En forma de alimento, |
|
Y volviendo, al morir, los animales |
|
Su préstamo a la tierra, al mar y al viento, |
|
Así también la cósmica materia, |
|
Por fuertes atracciones agrupada, |
|
A ineludibles leyes sometida, |
|
Y por ellas mil veces disgregada, |
|
Proseguirá el eterno movimiento |
|
De esa cadena nunca interrumpida |
|
En que luchan las fuerzas, de tal suerte, |
|
Que va en la muerte el triunfo de la vida, |
|
Y en la vida el anuncio de la muerte. |
|
|
Tú, en tanto, alrededor de nuestra esfera, |
|
De la que el ser acaso recibiste, |
|
Girando sin cesar sigues tu rumbo, |
|
Y en nuestra vida influyentes de manera |
|
Que a tu atracción los mares se levantan, |
|
La savia por los árboles asciende, |
|
Los tallos en su germen se adelantan, |
|
La atmósfera se agita, |
|
Y tal vez nuestra sangre en las arterias, |
|
Si tu influjo se activa o se suspende, |
|
Con mayor rapidez se precipita. |
|
|
El lento y progresivo enfriamiento |
|
Del mísero planeta que habitamos |
|
También alcanzará su complemento: |
|
Y si no sobreviene un cataclismo |
|
Que en el tiempo su término acelere |
|
Y hunda su ser en insondable abismo, |
|
El golpe sufrirá que a ti te hiere: |
|
Desde el insecto al hombre, |
|
Desde el sutil y efímero infusorio |
|
Al cetáceo gigante, |
|
Y desde el musgo al árbol que a las nubes |
|
Su altiva copa eleva, |
|
Todo de formas cambiará y de nombre; |
|
Y cuanto el sello de la vida lleva |
|
Encontrará su lecho mortuorio |
|
Entre detritus ya pulverizados |
|
De los seres que fueron |
|
Y en la masa común se confundieron. |
|
|
Cuando ya todo espire |
|
Y en un resto de atmósfera asfixiante |
|
Nada exista que aliente ni respire, |
|
Capas de denso hielo. |
|
La tierra cubrirán como un sudario; |
|
Los gases hasta el suelo |
|
Condensados caerán, y ya extinguida |
|
La atracción del sistema planetario, |
|
Y en pavesas su masa convertida, |
|
La absorberán las fuerzas creadoras, |
|
Y entre llamas de fuego abrasadoras, |
|
Tomando el germen de su propia esencia, |
|
Darán a nuevos mundos existencia. |
|
|
�Y qué habrá sido entonces |
|
Del espíritu humano? |
|
�Qué del pequeño y mísero gusano |
|
Que, de soberbia y vanidad henchido, |
|
En mármoles y bronces |
|
Su nombre eternizar procuró en vano? |
|
�Conservar podrá el alma la conciencia |
|
Que de luz le ha servido; |
|
Sentir embriagadoras emociones, |
|
Y en alas de más noble y pura ciencia, |
|
Comprender cómo lucha y por qué lucha |
|
La materia en sus mil transformaciones, |
|
Y contemplar las nuevas creaciones, |
|
Como el águila altiva |
|
En las rudas tormentas |
|
Oye a sus pies bramar los aquilones, |
|
Ve el choque de las olas turbulentas, |
|
Y, despreciando el trueno, el rayo esquiva? |
|
�Podrá ella desde incógnitas regiones |
|
Gozar en los contrastes, admirando |
|
De la luz y la sombra |
|
Las batallas violentas, |
|
Y fijar en los mundos su pupila, |
|
Como la fija el águila, mirando |
|
Tras de la tempestad que no la asombra, |
|
Y al través de una atmósfera tranquila, |
|
Las nubes que lijeras van cruzando, |
|
La tierra sonriente, |
|
Sereno el mar, diáfano el ambiente? |
|
|
Si ese del alma humana es el destino, |
|
Bien hayan la amargura y los dolores |
|
De que es la vida raudo torbellino; |
|
Mas si, después de tantos sinsabores, |
|
La conciencia del hombre aniquilada |
|
Entre las fuerzas ciegas se confunde, |
|
Cual luz que en el espacio se difunde, |
|
Que es como ir a perderse entre la nada... |
|
�No merece la pena |
|
De seguir arrastrando esta cadena! |
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Madrid, Octubre de 1885. |
Poesía que obtuvo el primer premio en el concurso convocado en Huelva por la sociedad
Colombina, el 2 de Agosto de 1885.
La Sociedad Colombina Onubense, domiciliada en el afortunado lugar de donde partieron las
tres renombradas carabelas, y sostenida con entusiasmo por los amantes de nuestras glorias, en
el certamen literario y científico convocado para conmemorar en el presente año el aniversario
393 del descubrimiento del Nuevo Mundo, por acuerdo unánime del Jurado de calificación, ha
tenido a bien adjudicar el primer premio de la sección literaria a mi humilde trabajo poético
titulado �Tierra! Esqueleto de un poema, en el que he procurado describir a grandes rasgos el
triunfo sublime, las contrariedades y amarguras, y por último la apoteosis del mortal Colón, cuyo
ilustre nombre ha adoptado y ostenta como uno de sus mejores timbres esa bella República, que
considero y amo cual mi segunda patria.
Honrado yo en ella, por espacio de catorce años, con atenciones de imborrable y grato recuerdo;
distinguido por sus hombres de letras con el preciado título de miembro honorario de la
Academia Colombiana, hija legítima de la Española y poderoso vínculo de unión sostenido por
la inteligencia; considerado como hermano y no como extranjero, durante mi larga permanencia
en Colombia, donde fue mi labor constante suavizar asperezas y despertar entre ambos pueblos
simpatías amortiguadas por la guerra de emancipación, pero no muertas, por fortuna; viendo
acogidos siempre mis esfuerzos en pro de nuestros intereses comunes con cariñosa solicitud y
coronados al fin mis deseos con el éxito de una reconciliación oficial, afectuosa y sincera,
durante el período de vuestra primera administración, por tantos conceptos memorable, he creído
que os corresponde de derecho la dedicatoria de mi modesta producción, fruto espontáneo,
aunque débil, de mi ya cansada lira, no sólo por las cualidades personales que en vos concurren
y por la amistad con que me habéis favorecido, sino por ser, con primer magistrado de esa
República, su más digno representante.
Sin mirar las imperfecciones de mi pobre poema, que son muchas, y atendiendo sólo al
sentimiento que lo ha inspirado, dignaos aceptarlo como compañero y maestro en el cultivo de
las bellas letras, con la benevolencia con que lo ha juzgado la Sociedad Colombina, y presentarlo
en mi nombre al pueblo cuyos destinos fuisteis llamado a dirigir, como una prueba de mi
estimación fraternal y de mi deseo ardiente de que alcance, por vuestra administración sabia y
justa, la paz duradera que sus intereses reclaman y el porvenir venturoso a que con razón aspira.
Un loco
|
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Cuando ya de Boabdil el poderío |
|
Su término fatal mira cercano, |
|
Y entre el marcial estruendo crece el brío |
|
Del indomable ejército cristiano, |
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Y ve ya el porvenir negro y sombrío, |
|
En pos de su derrota, el africano, |
|
Y entre el ronco clamor sólo se escucha |
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La voz de �muerte! en la tremenda lucha, |
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En el campo, terror del agareno, |
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Con la carta de un fraile por fianza, |
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Un hombre humilde, de ilusiones lleno, |
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Y en cuyos ojos brilla la esperanza, |
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A la corte del Rey llega sereno; |
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Audiencia pide, y cuando al fin la alcanza, |
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Ante él y ante la Reina de Castilla |
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Así dice, doblando la rodilla: |
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�Allá, muy lejos, donde el sol sepulta |
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Su luz entre las sombras y el misterio, |
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Dicen que el mar al hombre dificulta |
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Llegar con rumbo fijo a otro hemisferio; |
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Pero es que la verdad aun está oculta |
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De ignorancia y temor bajo el imperio. |
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Yo os vengo a demostrar que es mi destino |
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Abrir a ignotas tierras el camino.� |
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Y ostentando un papel, en que trazados |
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Estaban con estudio detenido, |
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Y por su propia mano señalados, |
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Los límites del mundo conocido, |
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Lo extendió ante los Reyes admirados, |
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Y con acento grave y convencido |
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Así les explicaba el fundamento |
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De su extraño y sublime pensamiento: |
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�Que es redonda la tierra que habitamos, |
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Todo nos lo demuestra claramente: |
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El monte que a lo lejos divisamos, |
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El barco que se acerca diligente, |
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El sol que en el ocaso saludamos |
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Y que vuelve a asomar en el Oriente, |
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Todo, por más que el hombre no se explica |
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Como un prodigio se verifica. |
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�Pues bien: entre esas mares ignoradas |
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Mi propia convicción me esta diciendo |
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Que hay tierras habitables y habitadas |
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Que la divina luz están pidiendo. |
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Túvolas Dios para mi fe guardadas; |
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Esas tierras, señor, hallar pretendo; |
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Y si mi ardiente fe no es ilusoria, |
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Mío el triunfo será, vuestra la gloria. |
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�Al sol siguiendo siempre en su camino, |
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La tierra encontraré quizás cercana. |
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Que no está muy distante, lo imagino |
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Por lo que hay de la tarde a la mañana. |
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Nunca será el esfuerzo del marino |
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Trabajo inútil ni su empresa vana; |
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Pues si no hallo la tierra al Occidente, |
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Nuevo rumbo abriré para el Oriente.� |
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El Fanatismo y la Ignorancia.
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�Nunca en delirio mayor |
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Se invocó de Dios el nombre! |
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Si no está loco ese hombre, |
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Es un mísero impostor. |
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La Envidia y la Avaricia.
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�Promesas, siempre promesas! |
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Lo de todo aventurero. |
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�No tiene el Rey su dinero |
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Para tan locas empresas! |
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La Caridad cristiana.
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Es hacer a Dios ultraje |
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Humillar su criatura, |
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Nunca supo la impostura |
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Hablar en ese lenguaje. |
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Un gran corazón.
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�Basta! si mi tesoro está agotado, |
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Perlas y oro contiene mi joyel. |
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No dirán que mezquina he rechazado |
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Al que todo lo espera de Isabel. |
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�Divina inspiración? �Noble locura? |
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La empresa es grande; �Confianza en Dios! |
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Si el éxito es feliz, gloria segura; |
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Si es sólo un sueño... soñaremos dos. |
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Al escuchar el acento |
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De aquella voz conmovida, |
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Quedó la maldad rendida, |
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El Genovés cobró aliento, |
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Y ante la Reina de hinojos, |
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Y a despecho de los sabios, |
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Posó en su mano los labios |
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Y la regó con sus ojos. |
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Después, con el alma llena |
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De la fe que atesoraba, |
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Corrió donde lo aguardaba |
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Fray Juan Pérez de Marchena, |
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Que desde su celda obscura |
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Los obstáculos venció, |
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Y alas al genio prestó |
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Para su grande aventura. |
Augurios.
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Antes de que la quilla en mar ignoto |
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Deje marcada luminosa estela, |
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Un golpe rudo del airado Noto |
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Choca contra una débil carabela. |
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A la voz de ��Avería, el timón roto!� |
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El de menos valor se desconsuela; |
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Mas Colón a las islas Fortunadas |
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Hace rumbo con velas desplegadas. |
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Remediado ya el mal, al Occidente |
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Con firmeza y tesón guían las proras, |
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Empújalos la brisa dulcemente |
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Difundiendo esperanzas seductoras, |
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Pero hay quien en su pecho el temor siente, |
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Y contando los días y aun las horas, |
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Juzga en peligro próximo su vida, |
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Y ansía volver al punto de partida. |
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Lejos, muy lejos, las veleras naves |
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Soledad espantosa van cruzando; |
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Cada vez los peligros son más graves |
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Y van los más valientes desmayando. |
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Vense con raudo vuelo algunas aves, |
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Que las inquietas olas van rozando, |
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Y todos les envidian con tristeza |
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Sus alas e incansable ligereza. |
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��Como prueba de audacia, ya es bastante!� |
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Algunos gritan en feroz tumulto. |
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De aventurero audaz y de ignorante |
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Le tachan otros. El terror oculto, |
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Fingiéndose prudencia, en el semblante |
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Asoma de los más; pronto el insulto |
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De la amenaza seguirá la huella; |
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Pero contra el valor todo se estrella. |
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��Adelante! -Colón les grita airado, |
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Con voz segura, despreciando el reto,- |
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Tendremos pronto el triunfo deseado; |
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En el nombre de Dios os lo prometo.� |
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Y quién en la promesa confiado, |
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Quién por vago temor, quién por respeto, |
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Callan; pero los días presurosos |
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Van siendo cada vez más angustiosos. |
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Inmensa es la distancia recorrida, |
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Y el débil leño sin cesar avanza. |
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�El viento fijo, la virtud perdida |
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De la brújula! �Adiós toda esperanza! |
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-��Perezca el ambicioso, el homicida! |
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Sepúltelo en el mar nuestra venganza!- |
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Gritan- y si a la patria al fin volvemos, |
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Que él despechado se arrojó, diremos.� |
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Un hombre solo, en tan tremenda lucha, |
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Pronto a la muchedumbre sucumbiera; |
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Mas su fe es grande y su constancia mucha; |
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Tres días nada más pide de espera: |
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La multitud, atónita le escucha; |
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De su genio el poder al fin impera, |
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Y la turba ignorante alborotada |
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A su voz se somete resignada. |
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El plazo va a espirar. La luz del día |
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Apaga entre las ondas sus fulgores: |
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Todo lo envuelve oscuridad sombría, |
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Y el sueño va endulzando los dolores; |
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Pero Colón, en tanto, descubría |
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Confusos y movibles resplandores, |
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Y una sombra indecisa en lontananza, |
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Que reanimó en su pecho la esperanza. |
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De pié en la popa, con afán creciente, |
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Aquella extraña luz mira asombrado: |
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�No brilla como estrella refulgente!... |
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�Se agita sin cesar de uno a otro lado!... |
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��Es tierra!� exclama en su entusiasmo ardiente. |
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��Tierra! repite el eco alborozado; |
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Y al grito aquel, enérgico y fecundo, |
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Rásgase un velo y se despierta un mundo. |
Maravillas.
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Cuando asomó la suspirada aurora, |
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Lanzando alegre sus primeros rayos, |
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Y de la noche el misterioso velo |
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Sus negros pliegues ocultó en ocaso, |
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Empezó a dibujarse entre la bruma |
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El perfil indeciso y dentellado |
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De una empinada sierra, luego, el bosque, |
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Y al fin la playa y el extenso llano. |
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Los audaces marinos, que a su jefe |
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Con exigencias mil atormentaron, |
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El perdón de su falta, arrepentidos, |
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Con lágrimas imploran, y no en vano; |
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Que el placer predispone a la indulgencia, |
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Y es Colón tan dichoso, que, olvidando |
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Las pasadas injurias, los recibe |
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Como padre amoroso entre sus brazos. |
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El sol, del horizonte desprendido, |
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Alzose refulgente en el espacio, |
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Y las tres carabelas a la playa |
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Fuéronse poco a poco aproximando. |
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�Qué espectáculo aquel! El bosque umbrío, |
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De gigantescos árboles formado, |
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Con vistosas palmeras que a las nubes |
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Levantaban sus trémulos penachos, |
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Las cabañas pajizas, sombreadas |
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Por las hojas de espléndidos bananos, |
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Las aves, simulando con sus plumas |
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Esmeraldas, zafiros y topacios, |
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O llenando las selvas de armonía |
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Con su tierno, amoroso y dulce canto, |
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Las flores de bellísimas corolas, |
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El aire, por su aroma perfumado, |
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El trasparente, nítido arroyuelo, |
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Entre doradas guijas murmurando, |
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Y los grupos de indígenas desnudos, |
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Con vistosos plumajes adornados, |
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Y joyas de oro, y caprichosos dijes, |
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Y largas flechas y robustos arcos, |
|
Pero no en son de guerra, sino todos |
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Con sonrisa benévola en los labios, |
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De admiración profunda poseídos, |
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Sin muestra alguna de temor ni espanto, |
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Formaban un conjunto, cual si fueran |
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Las delicias de un sueño realizado. |
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Ante aquel espectáculo sublime, |
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por tanta maravilla impresionados, |
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Los marinos postráronse de hinojos |
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Y al Hacedor Supremo tributaron |
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De gratitud y amor himno ferviente, |
|
Que es de las almas el perfume santo. |
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Después, el Almirante, en un esquife |
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Por algunos guerreros tripulado, |
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Llegó a la playa, y desplegando al viento |
|
De Castilla el pendón, que iba en su mano, |
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Señor se proclamó de aquellas tierras |
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En nombre de Isabel y de Fernando. |
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Ignorante el indígena sencillo |
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De la gran trascendencia de aquel acto |
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Para él incomprensible, al extranjero |
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Con infantil cariño agasajando, |
|
Despojose para él de sus adornos; |
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Recibiole en su hogar como a un hermano, |
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Sin sospechar la suerte miserable |
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Que le aguardaba de su amor en pago. |
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Cuando los navegantes recogieron |
|
Muestras de los productos más preciados, |
|
Oro que con su brillo deslumbrase |
|
La codicia voraz del cortesano, |
|
E inocentes indígenas que dieran |
|
Testimonio del éxito alcanzado, |
|
Con el lauro en la frente el rumbo toman |
|
Del suspirado hogar, pero luchando |
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Con furiosas y horribles tempestades, |
|
Y de inmensos peligros rodeados, |
|
Hasta que al fin de Dios la Providencia, |
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Sus fervorosos ruegos escuchando |
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Y de tanta amargura condolida, |
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Les permitió pisar el suelo patrio, |
|
Que enajenados de placer bendicen |
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Y enternecidos riegan con su llanto. |
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Difundida la nueva del regreso, |
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Y el espléndido triunfo divulgado, |
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Por todas partes su valor pregonan, |
|
Por todas partes suenan los aplausos; |
|
Los pueblos enloquecen de alegría, |
|
La corte se electriza de entusiasmo, |
|
Y mientras que la envidia y la ignorancia |
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Aguzan su puñal envenenado, |
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Y las naciones con asombro escuchan |
|
De la admirable empresa el fiel relato, |
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El loco graba su glorioso nombre |
|
Donde el mundo jamás podrá borrarlo. |
La calle de la Amargura.
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Tan pronto como en alas de la Fama |
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El nombre de Colón glorioso vuela, |
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Y de aquellas fantásticas regiones |
|
Se admira la abundancia y las riquezas, |
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Bajo un cielo purísimo guardadas, |
|
Y entre seres humanos, que aún conservan, |
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Con un carácter apacible y grato, |
|
El candor infantil de la inocencia, |
|
Acuden a las naves presurosos |
|
Los hombres de aventuras, que no encuentran |
|
Ya en el suelo español la vida fácil |
|
Por falta de disturbios y de guerra: |
|
Los que abominan del trabajo honroso, |
|
Hidalgos con orgullo y sin hacienda, |
|
Cuantos la honrada sociedad rechaza |
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Y del crimen o el vicio se alimentan. |
|
Con aquella avalancha de perdidos |
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Y de avaros, sin Dios y sin conciencia, |
|
Pronto el débil indígena, agobiado |
|
Del esclavo infeliz por la cadena, |
|
Víctima de ambiciones insaciables, |
|
Y huyendo del castigo y de la afrenta, |
|
Busca en airada muerte su refugio |
|
O en el fragor de la intrincada selva. |
|
El alma de Colón, honrada y pura, |
|
Contra tantos desmanes se subleva, |
|
Y remedio eficaz pide a la corte, |
|
Antes que la maldad todo lo pierda. |
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En tanto, los que enfermos y abatidos |
|
Sufren las desastrosas consecuencias |
|
De su dura crueldad, de su lascivia, |
|
Su punible abandono o su pereza, |
|
Culpan de su desgracia al Almirante, |
|
Porque el abuso corregir intenta, |
|
Y a los amigos que en la corte tienen |
|
Con dádivas acuden y promesas, |
|
Para que los liberten del tirano |
|
Que todo lo trastorna y atropella. |
|
Estos, que, aborreciendo las virtudes |
|
Del caudillo leal, tan sólo piensan |
|
En poder abatirlo y humillarlo, |
|
A los Reyes acuden con presteza, |
|
Y claman contra el ruin advenedizo |
|
tantos caballeros causó ofensa. |
|
Obtenida la orden de que al punto |
|
El mando deje y a Castilla vuelva, |
|
Y nombrado al efecto un enemigo |
|
Que ocupe su lugar, y que sin tregua |
|
A embarcarse lo obligue, la perfidia |
|
De aquellos desalmados se completa. |
|
Vuelve Colón a atravesar los mares, |
|
Pero no ya como la vez primera: |
|
Vuelve, no como el héroe victorioso |
|
A quien el premio y el aplauso esperan, |
|
Sino como un malvado a quien el crimen |
|
A tormentos durísimos condena; |
|
�Con grillos en los pies, que lo quebrantan, |
|
Y que a sus propios ojos lo avergüenzan!... |
|
En vano el capitán que lo custodia, |
|
Y su bondad y su virtud respeta, |
|
De aquella infamia libertarlo quiere. |
|
-��Jamás! -exclama- A la real presencia |
|
Llegaré como estoy, encadenado, |
|
Para que, al contemplarme, se envanezcan |
|
Mis enemigos fieros e implacables |
|
Del gran poder con que en mi daño cuentan, |
|
Y para que estos hierros que me abruman, |
|
Dando así a mis servicios recompensa, |
|
Si no en la voluntad del que lo manda, |
|
Puedan pesar siquiera en su conciencia!� |
|
Cuando aquella figura venerable |
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De tal modo a los Reyes se presenta, |
|
Fernando, de rubor enrojecido, |
|
Con frase entrecortada balbucea |
|
Palabras que, aunque expresan su disgusto |
|
Por tamaño rigor, no lo condenan. |
|
Isabel, más sensible, y más piadosa, |
|
Al noble anciano en su dolor consuela; |
|
Llora con él, y en filial abrazo |
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Con efusión purísima lo estrecha; |
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Manda arrancarle al punto aquellos hierros |
|
Que más que al Almirante a ella la afrentan; |
|
Quiere arrojarlos, mas Colón replica |
|
Que aquel recuerdo conservar desea |
|
Cual remedio eficaz contra el orgullo, |
|
Si alguna vez avasallarlo intenta. |
|
El marino, una vez justificado, |
|
Pide que en desagravio le devuelvan, |
|
Por honor de su título y su nombre, |
|
Lo que en pacto solemne le ofrecieran, |
|
Y que no como deuda de justicia, |
|
Sino como merced, rendido impetra. |
|
La Reina, que al anciano generoso |
|
Tierna y profunda estimación profesa, |
|
Complacerle promete en su demanda; |
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Pero el Rey, suspicaz, le dice: �Espera.� |