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ArribaAbajoSegunda parte

El álamo rojo en la ventana (1935-1942)


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ArribaAbajoPoemas inéditos

Con el título genérico de El álamo rojo en la ventana recojo la cantidad -excesiva- de poemas conservados por el cariño de quienes fueron sus destinatarios: Cintio Vitier y Fina García Marruz, y Eliseo Diego y Bella García Marruz. A ellos les obsequiaba yo los poemas sueltos que iba haciendo en mi primera juventud. La delicada cortesía de ellos, así como su amistad y su amor a la poesía -buena, mala o mediana, o francamente detestable- les hizo conservar los papeles. Año s mas tarde me los enviaron, dándome una gran muestra más de su cariño.

Confieso que casi el ciento por ciento de estos poemas, recogidos ahora en libro, me resultan extraños o totalmente desconocidos. Me he asomado a ellos con desconfianza y hasta con un cierto disgusto. Lo que se acostumbra llamar «poemas inéditos» es casi siempre el castigo que el autor, viejo ya, recibe por su impetuosidad juvenil y su precipitación en dar a conocer todo lo que va escribiendo en la primera juventud.

De ese castigo no hay quien escape, como lo prueba el hecho de que en la joven revista «Credo», de La Habana, aparecieron en 1994 unos poemas extraídos, según explica la revista, del archivo de Lezama. ¿Hizo bien el Maestro en archivar estas paparruchas, que mejor estarían desaparecidas? Dado que están ya publicadas, pienso que lo mejor es conjurar ese fantasma dando a la publicidad todo lo que llegó a mis manos por generosos envíos de Eliseo, de Fina, de Cintio, de Bella. Al margen de toda literatura, estos poemas de El álamo   —234→   rojo en la ventana tienen para mí un valor sentimental de tan vigorosa evocación de una época embellecida por la amistad y por la poesía, que cierro los ojos y anulo el razonamiento y la conveniente voluntad de selección que debe presidir todo libro de poemas.

De estos cuatro amigos grandiosos e imborrables falta ya Eliseo Diego. Falta la gran luz que él entregaba a todos y a todo cuanto contemplaba y amaba. Si él tuvo algún aprecio por estos poemas, no soy yo quién para condenarlos al eterno olvido.

G. B.

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ArribaAbajo El álamo rojo en la ventana



ArribaAbajoDebajo de la ventana
canta día canta noche
un álamo color de grana.

El álamo brilla y suena
cuando el silencio derrama
sobre la tierra y el cielo
sus cantos de sombra y calma.

Las nubes se le detienen
apresadas por las ramas,
y él brilla, resuena y arde
debajo de la ventana.

Cuando el mundo de por fuera
se incendia y pone de llama
saca sus ramas de nieve
el álamo color de grana.

Las estrellas enrojecen
parándose bajo su guarda,
y las aves que se entregan
a las hierbas de sus llamas
se vuelven brasas y cantan
debajo de la ventana.

El álamo rojo sueña
mientras la vida de afuera
gira y desploma sus alas.
Cuando vencida se tiende
a dormitar por los suelos
—236→
el álamo rojo estalla
debajo de la ventana.

Nadie lo ve si no arroja
sus ojos de ver lo oscuro.
Nadie lo ve si no saca
al resplandor de su alma
los ojos puestos debajo
de la sombra y de la calma.

¡Ay álamo que el fuego toma
y al fuego vuelve sus ramas!
¡Álamo color de grana,
color de incendio parado
que pone llamas soñando
debajo de la ventana!

Si el mundo de afuera incendia
su rostro y se vuelve llama,
saca sus ramas de nieve
el álamo color de grana.

¡Álamo ardiendo en mi alma,
álamo rojo que estallas
cuando la muerte amenaza
colocarse en mi ventana,
pon tu nieve en la solera
de mi casa amenazada,
vuelve de nieve tu roja
cabellera que hace noche
y hace día y hace alma
debajo de la ventana!

1937



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ArribaAbajoG. B. pide a J. L. L. dos números de «Espuela de plata»

A José Lezama Lima, con la Navidad del año 1939, momento humilde, de amistad, de gracias, desde la cierta paz que nos depara.


GASTÓN BAQUERO                




ArribaAbajo La intempestiva ida de la noche
Alargada hasta aquí en ser prolijo
Eclípsase feliz en el derroche
De dejarme querer a quien dirijo.

Esta epístola breve querenciosa
De duales ejemplares cristalinos
Prometidas espuelas deliciosas
A manos declaradas con destinos.

Un ejemplar dareisme del primero
Para dama de letras y cultura.
Idéntico otro más para en dinero

Convertirlo en la breve coyuntura
Fijada ha tiempo por quien mucho quiero
Arrasado en cobranzas de dulzura.

Postsoneto: J. L. Lima, necesito tres ejemplares del 2 y dos del 1. -Saludos hasta prontísima vista.


ArribaAbajoLa embajada cumplida aun no lo ha sido
Pues el hondo conflicto se presenta Hacia
el enfant por mí tan bien querido
En lance que la pena se acrecienta.

[En el reverso de la página con letra de Lezama, a lápiz: Hemos de subrayar ahora la actitud inversa, es decir, ver en aquellos que por enemistad, con lo   —238→   inmediato, buscaron un despego total. Después sorprenderemos cómo a pesar de esa enemistad, lo circunstancial busca recobrar sus posiciones deslizándose aun en los más desdeñosos, si no con total imperio, sí en vetas sinuosas que revelan en la intensidad un torcedor o la conciencia de la imperfección y la variedad o la constante huida de la forma ante la substancia o el movimiento].






ArribaAbajoPoema



Si me dijese usted la hora exacta
Exactamente la hora en que he de comenzar a beberme la sombra
De mis huesos



ArribaAbajo No destruye a destiempo el tiempo sus relojes
Ni castra el césped suyo cualquier jardín de arena
Arraigándose en mí por la desnuda tersa herida
Comienzo a renunciar y a pulverizar la memoria
Sabría ya bastarme sin el soporte del fuego
Eh: Aquí están las llaves de esta sangre
Mira augur quiere de nuevo el ido besar la biografía
Despojándome del pasado devolviendo la arcilla al soplo desdeñado
Vagando dentro sin premura mayor que el primitivo artífice
Vagando fuera en la carroza marmórea en el idéntico sitio
En el sitio que alude furiosamente el verbo eternidad
Pero no dejaréis desplomarse la risa atádmela a columnas
Unidla sus fragmentos con los cabellos de un clavicordio
Amputad del futuro el rostro que llevaré ante Dios
Desenmascaradme empero amados la faz de huesos puros
Que sorprenda gloriosamente atento al espejo enterrado entre la sangre
Porque la lluvia nace dondequiera que hay llanto de esqueletos
Cierto es más que cierto aquí vengo a decirlo
Partid mariposas funerales: Me seguirá doliendo el polvo de los huesos
—239→
Rasgo la certidumbre de un espacio en cualquier sitio de la tierra
Escucha: La lluvia ha comenzado amigo a relumbrar la hoguera
Amigo, amigo mío: Si inclinaras a mi oído el horario preciso.






ArribaAbajoSoneto


(Teixeira de Pascoaes)




ArribaAbajo Soy, dijo tu voz en nombre de la Muerte,
El Sueño en que el Señor holgó su brega.
Y desterrándote a la luz de pena fuerte
Aceptaste de Dios la amarga entrega.

Contemplabas en ti, Saudade entelerida,
Este oscuro pasar que nos despoja
De cuanto planta en nos la enfebrecida
Pasión de eternidad y de congoja.

Hoy es en mí tu mansedumbre triste
Amada senda en que el Destino veo.
Enamorado estoy de lo que fuiste,

Varón de herido ser dado en trofeo
Cuando del aire hacia el Señor volviste
Liberado del llanto y del deseo.



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ArribaAbajoSoneto

Ante el túmulo del marqués de Acapulco, hombre que fue de guerras, muerto en Milán hacia los 1638 años del Señor, a los veinticinco de su edad, y en la bizarra flor de su hidalguía.

«Y cuando sintiose herido, ordenó que trajesen su instrumento, el violín, que sabía; y estúvose tocando en él hasta ser muerto»





ArribaAbajo Urna enclavada en llanto, arduo lloro
Apaciguado al fin por don marmóreo,
Rinde ceñido espejo al leve escolio
Que enceta al memorial fundido oro.

Guarda, yaciente, el musical decoro
Cifrado en torso y prez, albo ostensorio,
Encielando al violín coso marmóreo
Labrado en bella luz y en largo azoro.

Doncel de cruz y perla sobre el pecho
A cuya vera aún, insomne, anida
Canto de mármol en el violín deshecho.

Desenlázate ya, alienta por la llama fenecida
Ansiosa de enterrarse en nuevo pecho
Para darse a la Muerte en nueva vida.



  —241→  


F.G.L.

ArribaAbajoPaz. La muerte se ha sentado
por caminos de acero sobre un pecho.
Comienza a amanecer, ábrese el lecho
donde muestra un espejo lo soñado.

Ahora el vivir se extiende convocado
hacia inmedible campo, hacia el trecho
más claro de su ser; va sin acecho
derramando silencio iluminado.

Ya comienza a entender.... Bebe el aroma
de una nieve que alberga, de una playa
por cuyo suelo nunca el toro asoma.

Soñadle puesto en Dios. Soñad que estalla
risa y verso y pasión; soñadle aroma
que en lumbres canta la invisible playa.




ArribaAbajoSonetos de la muerte




I

Come, lovely and soothing Death,


WALT WHIMAN                



ArribaAbajo Ir hacia ti, mujer de la ancha sombra,
Celosa de tus luces recogidas,
Donde enmudecen ya sendas heridas
Entre la Gracia que el silencio nombra.
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Ir hacia el lirio que en tu frente asombra,
-Recia vena de aguas bendecidas-,
Por ascender en paz a nuevas vidas
Levantadas de amor contra la sombra.

Llega, madre de luz, sumando pasos
A los que da por ti lúcido y fuerte
El ser que a Dios le reclamó

Sus brazos, El ser que fue para poder saberte,
Madre y señora de los eternos lazos,
Cabe tu dulce pecho, clara Muerte.


II


-But praise: praise: praise:
For the sure -enwindig arms of cool-enfolding
Death.



Quiero saber que llegas, Muerte mía,
No vengas en silencio, sino en gozo;
No he de fugar de ti como en retozo
Que rehuya tu rostro y tu armonía.

Por habitar de Dios más ancha vía
Erguido puente en alma desembozo,
Redescubriendo ser bajo el destrozo
De quien eterna luz al tiempo fía.

Todo en rumor hasta mi pecho llega
Adelantando sones mensajeros,
Con el verde estandarte que ya entrega

Nuncio y arribo de ángeles cimeros,
Portadores de ti, razón que anega
Alma y plegaria en himnos y senderos.
—243→


III

¿Y si luego al morir no nos acuden alas?


L. L.                



¿Y si luego al morir nos acuden alas?
¿Y si de muertos damos en médula de pena?
¿Y si morase herida en la resaca arena
Que arrumbará por siempre el vuelo de sus alas?

¿Y si luego al morir no nos acuden alas?
¿Y si sólo es la tierra quien ajena
A todo concebir, siega y cercena
Este afán que nos da de tener alas?

Oh voz augusta de lejana tropa,
Avanza sobre mi corcel de alerta
Señal parida al cielo. Arropa

con el recio entender que deja abierta
el alma dada a la divina tropa
una esperanza anclada en ala cierta.






ArribaAbajoMuerte del ave


ArribaAbajo Mira,
Los horizontes trocados en campanas,
Y el cielo.

Los manantiales, tañendo sus rabeles
Con dedos de doncel,
Y el aire.
—244→

Las conchas, las conchas libertadas al fin
De las arenas,
Y el mar.

Cielo-
Cielo desempeñado en interrogantes
Como vihuelas de un coro desatado
Que pulsa cauda de violetas,
Que hiende y señorea
En las ramas, en las enramadas de luz
Sobre plintos de horas muy ceñidas al alba
Por estelas de alas y rocíos.

Cielo, sin otra sombra que procesión de golondrinas.
Golondrinas golpeadoras de un aire diamantino,
Matinales, doradas golondrinas
Bajadas por escalas de azucenas
Al orden de los ciervos.

Aire-
Aire que en la luz estalla, estrénase, retuércese
Crecido, mecedor del paisaje
En un claro plumón y en flor y en flama
Dominante paisaje, arquitecto del aire
Desenvuélvese claramente en la inercia
De clarines, inercia de los vuelos y los iris
Que zigzaguean el estertor, la transparencia
De nidos para aves futuras,
Imposibles.

Y por debajo de todo, por encima,
Con esa omnipresencia propia de las nubes
Cabalgando meridianos y preces y dimensiones puras,
Tú, ausente de geografías, en un paisaje
—245→
Inenarrable, imposible de signar con la frente
Te levantas y arrostras impasiblemente
La grave inconsciencia del aire,
La rotunda frescura de los cielos
Con esa indiferencia propia de palomas,
Con esas manos transparentes, propias de los muertos.

Por encima de todo, por debajo de todo, tambor,
Tamborileas la fiesta de tu muerte
En la piel de los gráficos y arcángeles,
Revoloteando en ti la mansedumbre, el espejo,
La mirada y el gesto de quien muere
Teniendo las costillas intactas.

Como un arcángel o como un cordero
Deslizada del son y la sonrisa
Te dejabas rodar en viva piedra
Navegante de ti, navegante
Al fin de golondrinas,
Al fin de una espesura humedecida
Que vierte aire y cielo y mar y regocijo.






ArribaAbajoEspejo en el mar


ArribaAbajoDulce enrade menor en tibio atisbo
algas señeras para indicar las vías
sentidos de las ondas cegueras y tritones
regreso inacabable de los corales antiguos.
Una y más una y una cresta loca de aire
lampos azulinos areniscas verdosas
al filo de esta noche regresan las angustias
—246→
quebradas en arrecifes de promesas vanas.
No la verdad nadando en hilos claros
preludia su coral de mantas muertas.
¡Ancla! Peregrinaje hondo espejos magia y trino
ceñudos hontanares yertos hacia fuera.






ArribaAbajoSombra del cuerpo


ArribaAbajoEl ojo inmóvil de estruendos
mirando hacia el mediodía
tu sangre y mil mariposas
desprendidas al regazo de una antorcha
sombras silencios solaces
¡alzado quicio del sueño!
los vértigos moribundos para sembrar rocío
dime tu siempre instante de sangre
agraces fugas hacia abismos luminosos.
Tú y yo. Orbe a solas. Rumores de tu temblor
a la sombra desfallecida del deseo.






ArribaAbajoMemoria del paisaje (1936)




ArribaAbajo- I -


ArribaAbajoLlueve en el mar. Las aguas sin refugio
reclamando techumbres acrecientan
circulares lamentos. Ruedos de acero
bastan al vuelo inútil de las ondas
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cegadas dulcemente. Sigue subiendo
una fiesta infantil que se desplaza
entre rizo y golpear de la fugada
estancia desolada de los peces.




ArribaAbajo- II -


ArribaAbajoDueña de tarde y luz tan fiel expone
presencia de su ausencia de la sombra,
que hasta privados cielos, nidos lejanos
a palomas se rinden. Guerra sencilla
destruyendo a la noche sus andenes
reconstruye el albor. Fijo secreto,
-amor en paz o gesto de jardines-
duerme y retiene el viaje nocturnal.

Sin estrellas precoces, (sólo puerta rosada
del deseo) dominado del aire y de la rosa
canta el cielo también sones pequeños.




ArribaAbajo- III -


ArribaAbajo Plena razón lunar la madrugada
constelada de lienzos cristalinos,
pinta soñando la aparición final
de las estrellas. Quedan las vías
del divino salón como sembradas
por mecánicos dedos. Ni una pulgada
del angélico parque vese desnuda
de su poquita luz y su silencio.




ArribaAbajo- IV -


ArribaAbajoUn niño en el paisaje: la mañana,
dos veces es lo que naciendo fuera.

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ArribaAbajo- V -


ArribaAbajoNada. Apenas si un recuerdo
verde, pequeño, fresco, se compara
al hollaje de garzas. Apenas todavía
si morada memoria disfrutara
de la sombra de un cuerpo en lejanía.

Buscarla es como amar. Melancolía
cobijada en sombrillas de espesura,
de tanto que no es nada es bien segura
palpable eternidad, violeta pura.




ArribaAbajo- VI -



...dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado...

SAN JUAN DE LA CRUZ                



ArribaAbajoEsta niña de mármol
paradita en la esquina
de su tristeza,
es la azucena.

La azucena: gala del silencio,
gozo
perfectamente simple
e inesperado siempre.




ArribaAbajo- VII -


ArribaAbajoJusta ascensión de sueño y geometría
es la palmera. Bien se abroquela
—249→
en bosque y mármol fanática del cielo
para entregarle voces y secretos. Vive
cercana de cuanta luz regada por los aires
apunta rectamente. Los destinos,
en cuerda de su cuerpo salvan justo
la frontera soleada del recuerdo.




ArribaAbajo- VIII -


ArribaAbajoLas gotas áureas que sueñan corazones.
Las albas haldas que son constelaciones.
Las eternas quejumbres de las citas.
Las, ¡mieles de claro amar, las margaritas!




ArribaAbajo- IX -


ArribaAbajoOrbe, pequeño paraíso, girasol,
atiende soledoso peripecias
predilectas del sol. Pulsa orgulloso
el diálogo librado de congojas
fino garbo de oro el girasol.




ArribaAbajo- X -


Al recuerdo de «Lucía», vaquilla nacida en las Islas de Jersey y muerta entre nosotros en el años de 1936.




ArribaAbajo Fiesta del ámbar, cumbre del querer,
-dulce y casta señora de los prados-,
medita y remedita su ventura. Sabe secretos
de lo puro y materno. Ella concita
albores de la espuma y de la eterna
memoria de Jesús: primer testigo fue
del Nacimiento. Compañera de Antón
y de María, graba en los aires aires
—250→
aquel tierno mirar con que palpara
la carne del Señor. ¡Vaquilla celestial!,
¡lumbre del prado!, bien sé que filosofas
a tu modo, -kindergarten que sueña
y que trajina-, la hondura del vivir...

(Bien te recuerdo
besando mansamente nuestras manos. Cazando
nuestros besos por tu frente. Y luego,
remecida de sonrisas,
¡toda la cima del ámbar en tus ojos!
nos dejabas soñar bajo tu sombra).




ArribaAbajoRecuerdos




ArribaAbajoRecuerdo


ArribaAbajoLa noche se reclina sobre la tierra
como una mujer sobre el pecho de su esposo.

A lo lejos, unas pocas estrellas
dialogan libremente de sucesos divinos.

Un pájaro blanquísimo surge en la llanura.
Se escucha el mar; se sabe que es de noche
porque el cielo decora con sus luces
el cabello azuleante de las nubes.

Recuerdo de otro sitio este silencio:
yo he estado alguna vez donde la rosa es hecha.



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ArribaAbajoMuerte y epitafio del ruiseñor



I

ArribaAbajoToda la tarde estuvo
cantando en la arboleda.
Cuando el rocío
vino a ocupar su sitio
bajo el canto,
no estaba el ruiseñor
en la arboleda.


II

ArribaAbajoPor la sala del cielo
el ruiseñor cantaba con su muerte.
Ya no encontró el rocío
arboleda sonora en que posarse.

El ruiseñor estaba
cantando su invisible
paseo de silencios por la muerte.


III

Epitafio


El está aquí, su canto ha precedido
en astros y en silencio a su caída.
Ahora escuchamos aquel suave llanto
que el ruiseñor construye cuando olvida.



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ArribaAbajoPalma


ArribaAbajoPerfecta,
silenciosa,
melancólica
y casta,
la palma detiene
humildemente
el cielo.






ArribaAbajoAmor


ArribaAbajo Vamos
juntos
a quedarnos
eternamente
silenciosos.






ArribaAbajoAdiós


ArribaAbajoVolveremos
de nuevo
a decirnos
adiós.



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ArribaAbajoMadrigal


ArribaAbajo Siento que algo sonríe por detrás de la luna
cuando la risa deja tristemente tu rostro.

Comprendo que la mar existe solamente
para imitar el dulce ritmo de tu corazón.






ArribaAbajoCanción de canciones


(Wilfrid Owen)




ArribaAbajo Cántame en la mañana más sólo con tu risa,
Como la Primavera canta por dentro de la hoja,
Como el Amor que ríe aún después de la vida.

Cántame tan sólo con tu hablar todo el día;
Imita de este modo las volubles hojillas.
Haz cesar los violines, pues naciendo en tus labios,
La más débil palabra es en ti melodía.

¡Cántame en la noche mas sólo en tu mirada!,
Cual mares que se alzan ofreciendo consuelo;
Alienta de este modo profundo y despacioso
El sentido que siempre la canción ocultara.

¡Canta en la medianoche, corazón rumoroso!
¡Que se escuche el gemido inmortal de lo joven
Palpitando en tu cuerpo, sollozando, invencible!



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ArribaAbajoLa lluvia está en mí


(D. H. Lawrence)




ArribaAbajoLa lluvia está en mí. Cae,
cae y fluye,
más allá de la memoria.

El mar está en mí. Golpea,
ay golpea tan profundo,
tan impenetrablemente oscuro,
y de repente brota en un albor nevado,
cual leopardos de nieve que se yerguen
trizando enfurecidos las paredes del alma;
luego de nuevo ruedan partiendo rumorosos
con un eterno duelo de sibilante rabia.

Resuena el viejo mar en el fondo del hombre.




ArribaAbajoRainer María Rilke

(Estos cinco poemas fueron escritos en 1939 sobre traducciones realizadas del alemán por el Profesor Paul Aron. Escogidos en el libro de Rilke Poemas tardíos).




ArribaAbajo- I -

ArribaAbajo ¿Puede decirme alguien
hasta dónde me extiendo con mi vida,
si aún soy en la tormenta ardiente soplo,
y habito cual la onda en el estanque,
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y si es también mi cuerpo el pálido abedul
que aún padece de frío cuando es primavera?




ArribaAbajo- II -

ArribaAbajoAún es el día en la terraza... Siento
que en mi vida renace una gran alegría:
puede tomar la noche y puede todavía
de mi silencio el oro brindarlo en alimento.

Estoy lejos del mundo, y su esplendor tardío
orla mi soledad en grave sentimiento:
tal parece que alguien se apropia el nombre mío,
tan cariñosamente, con un tan suave aliento,
que ni siento vergüenza ni procuro desvío,
ni tristeza ninguna por la pérdida siento:
pues ya no necesito jamás el nombre mío.




ArribaAbajo- III -

ArribaAbajo Mi madre vino a ofrendar
a los pobres santos de madera.
Y los fieles hundidos en los bancos del templo
la miraron callados, rebosantes de orgullo
lanzándole su asombro y su desprecio.

Olvidan ciertamente el sacrificio ardiente
de los pobres santos de madera.
Y les niegan las gracias. Sólo ofrecen
el resplandor oscuro de los cirios
prendidos sin amor en sus rituales fríos.

Pero mi madre trajo la ofrenda de sus flores;
trajo las flores todas de mi vida.

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ArribaAbajo- IV -

ArribaAbajoNo has de esperar que Dios
llegue hasta ti diciendo: SOY.
Un dios que confiesa su fuerza no tiene sentido....

Has de saber que Dios
alienta en ti desde el principio,
y si arde tu corazón y no traicionas nada,
Él crea dentro de ti lo que suspiras.




ArribaAbajo- V -

ArribaAbajoTemo a la palabra de los hombres
que todo lo definen claramente:
«esto se llama perro» y «esto se llama casa»,
y «aquí es el comienzo» y «allá es el fin».

Yo recelo también de sus mentes,
de su inconsciente jugar que sabe todo
lo que será y fue. No hay ninguna montaña
lo bastante maravillosa para ellos,
su jardín y su bien lindan con Dios.

Quiero siempre advertir su presencia
e impedir que se acerquen:
me gusta escuchar el canto de las cosas
y al tocarlas vosotros enmudecen inmóviles.

Vosotros me matáis todas las cosas.



  —257→  


ArribaAbajoAmor


ArribaAbajoTodas las violetas de la tierra
Para ocultar que existes.

Toda la luz posible de los cielos
Para encontrar que existes.

Toda la canción eterna de la estrella
Para decir que existes.




ArribaAbajoOtoño


ArribaAbajoLas hojas caen, caen, como de la distancia,
así como lejanos jardines en los cielos
que empiezan a secarse.

Y la pesada tierra por las noches cae
de todas las estrellas hacia la eternidad.

Todos caemos. Esta mano ahí cae.
Y contemplas las otras: en todas es igual.

Y sin embargo hay Uno que en sus manos
infinitamente suave
sostiene este caer.

  —258→  


ArribaAbajoCarta en el agua perdida


(A Federico García Lorca)




ArribaAbajo Federico, por hombres como tú
se han inventado palabras como éstas:
Cítara, Plenilunio, Narciso, Encantamiento.
Y otras palabras más fuertes todavía:
Corcel, Lágrima, Destino, Sangre.
Y la que duele al párpado, la que penetra
por sí misma sin sosiego hasta el cielo:
Muerte.

¡Un monumento de aguas quisiera levantarte!,
porque pensando en ti me siento ahogado
por un espejo tinto en nieblas,
por un espejo que no dará descanso a mi alma
ni aún después de tener mil años muerta.

Porque tu nombre es ahora de esos
que dichos en voz alta suenan mudos,
tienes un nombre ya que nos castiga las entrañas
como ciertas noches lunares, en que sentimos
asomándose ángeles y peces al barandal del cielo.

¡Sumergido en qué fuente, en qué escalera
con las manos enterradas, despierto para siempre,
Federico, constatas lo increíble,
el vuelo eterno de una incansable mirada
que te alberga, que te baña en verde los dedos
y vase hollando, sutil vase por azoteas frías
calculadas para jardines de un millón de años,
Federico, mirando impenetrable las verdades
—259→
en qué sitio te encuentras, bajo qué árbol
o en qué tecla de piano te escondes,
nunca, nunca sabremos si quien pasa
te lleva escondido en el pelo,
nunca, querido, nunca podremos jamás beber el agua
porque estarás parado junto a ella,
bajo el lazo infantil, bajo la ceja,
sobre la mano, Federico, responde,
señálate la piel, cierra los ojos,
Federico querido, sonámbulo, perdido!

Cuánto llueve debajo de los ojos!,
y todo intenta continuar siendo lo mismo,
las macetas pobladas de claveles, la tristeza
mordiéndose el aliento, todo pretende
mirar al sol de frente todavía, Federico, todo solloza
tuerto, tan incompleto como un día sin noche o sin mañana;
nadie se engaña sin ti, sin una estampa
que fue para la vida una vena regada
desde el Cielo. ¡Federico, qué verso tan exacto
se nos queda pensando en que vendrás!

¡Solo en el sueño engendrado, derribando
hacia atrás hora tras hora, hasta encontrarte
blanco y hermoso en una torre de iglesia cordobesa,
y más atrás aún, hasta encontrarte
dormido en una cuna, Federico, galopando
gozoso el corazón, murmurando palabras oscuras,
signos limpios de cuerpo, de guitarras
desgajando sonrisas, carcajadas, los panderos
agitados desnudos por el viento, los corales,
campanillas para un niño que tenía
ojos de cascabel, ojos de muerto!
—260→

Te imagino desnudo por el agua
tiñéndola de azul y de persona,
administrando primaveras,
con la palabra «infinito» entre los dientes
como si fuera una flauta o una manzana.
Te imagino, querido, revolviendo jardines de la Virgen,
virando de revés las Casas de los Ángeles,
buscando anheloso una entrada a la tierra, al ensueño
de muerte que es la vida, el Destino
colgado de la frente de Dios, como una rosa;
aquí la golondrina, el valle cierto, la fuente
donde brota un rojo punto de sangre desvestida
que es la Luna agorera, la impasible bandeja
de la muerte. Aquí ya tus caballos embridados
por senderos de estrellas, recios pechos
nutridos de quimera, un centauro apenas
si al abismo interpelara. Roto el espejo,
y más, rota la vena, con las crines
bordadas en silencio, en agua, en llanto, Federico,
no queda sino el mármol, el aire que traiciona
al ramo de violetas, las manos desprendidas
conduciendo caballos infernales. Solo, Federico,
presidiendo la lluvia, el nacimiento
de un geranio negro, de una palmera tejida en alabastro,
con todo el cielo dispuesto para el llanto,
desesperado, ciego, acometiendo nubes, impetrando
lágrima, corcel, destino, sangre.

¡Federico! ¡Qué oscura suena la voz cuando te nombra!
Una campana suena, una campana hacia adentro buscando corazón.
Una flecha, querido, te rescata,
isla alargada, isla de niebla, isla concreta,
como ese dolor que pone la belleza en los ojos del hombre,
como esa mansedumbre que tienen al morir los ruiseñores.
—261→
Si vieras, querido, cuánta fiesta persiste por la tierra,
cuánta mirada de un dios o de una fuente nos asalta todavía,
Federico, nacido en tiempo impropio, como el lirio
sembrado a la orilla del mar, como la espera dedicada
a un recuerdo cegado por la lluvia, Federico, dirías,
dejadme el corazón, dejadme el sueño.

Una esfera de amor, un firmamento nevado de esperanza,
el pórtico del sueño, la esperanza otra vez, los cristales
de un mar insospechado, aquella gran neblina que se agita
perdiéndose en la noche, la alborada fraguada por el llanto,
cuanto respira camino hondo de la tierra,
la sangre, Federico, la luz, la huella eterna
que nos duele a los hombres por las venas
como duelen al cielo las estrellas. Dejo,
querido, el recuerdo, por velos, por afanes
mecido entre tus ojos, ojos de cascabel, ojos
de muerto insomne, presentido en el rostro
de los niños, en la tenue armonía de la lira
pulsada por la voz de la fuente, por el sesgo
de un cabello, desde el cielo.

Como un sacramento te devuelves
por sobre playas colmadas de geranios,
Federico, en cuatro sílabas, los cuatro puntos cardinales
que más luego son mil, son infinitos,
uno de tus cabellos, una sonrisa tuya
cuelga de las manos sagradas de la Aurora,
y tú sigues mirando,
mirando cómo Dios renueva el verde,
y cómo nace aún tanta belleza
que la tierra se llama Federico.

1938





  —262→  

ArribaAbajoPoemas de la Lluvia y de la luna




ArribaAbajoPoemas de la lluvia



I

ArribaAbajo Los niños invisibles de la lluvia,
El sonido y el vuelo de sus hadas,
Los tallos de sus flores, los jardines
Lejanos de sus aves, el juego de escucharse,
La nieve de su traje y el verde de los iris,
Comienzan a mudarse en agua pura
Por contemplar el rostro de la lluvia.


II

Yo veo dentro de la lluvia
a una mujer hilando,
a un señor distinguido cuya barba
se entrelaza en los árboles,
a una guitarra blanca que tremola
esa voz peculiar de los que amo.


III

ArribaAbajo¿Qué lluvia es esta cuya voz recuerda
tanto silencio ido con la muerte?

¿Qué lluvia es esta cuna al pensamiento
y al más oculto sueño realidades?

¿Qué lluvia es esta lluvia que recuerdo
aún debajo del sol y dentro de la lluvia?
—263→


IV

El pensamiento ha ido a reclinarse
como un ave cansada
en el lecho incesante de la lluvia.

Solo con la lluvia y el vacío,
en la soledad incesante de la lluvia,
hablando de ti cristalinamente en el vacío.


V

Cuando desciende,
es como si todas las mujeres sollozasen.

Cae sobre las flores
tan cuidadosamente
como si trajese en las vivas palmas de sus manos
un mensaje del cielo.

El señor de las flores habla en ella
un lenguaje más triste cada día.

Nunca se la ha visto
destruir la rosa.

Cuando asciende,
es como si las abejas desnudasen,
de un solo vuelo,
todo el firmamento.


VI

Una mujer canta mientras cae la lluvia.
Canta mientras la lluvia derrama su mas puro silencio.
—264→
Se escucha el milagro de que su canto sea
Más silencioso que el canto de la lluvia.


VII

La imagino en el cielo.
Ahí anda apresurada en busca de sus guantes:
Partirá hacia la tierra en breve espacio:
El carmín en sus labios, el eterno arrebol de sus mejillas,
La gracia incomparable de sus rizos,
Y la sombrilla gris que nunca olvida.


VIII

Danzan las gotas de lluvia
Sobre la fina playa de sus hombros.

Flechas breves de nieve se acomodan
Al paso de delfín con que desdeña
Ese ardiente besar. Ahora se escucha
El dolor siempre oculto de la lluvia,
Se escucha su nostalgia de habitarle,
Su fracasado ensueño de ceñirle
Con amorosos lazos la mirada:
Mi corazón sonríe hacia los cielos
Y es uno con la lluvia ante su alma.


IX

El agua es solamente
la sombra de la lluvia.

Los ruiseñores,
acuden a la lluvia
con su canto.
—265→

Sólo el cuerpo del ave
queda preso en el agua.


X

La ventana se asoma hacia la lluvia
con tanta inteligencia como un ave.

Ella mira infantil, mira asombrada
como la lluvia llega a sus cristales.

Amor comienza a construir su techo:
Para siempre la lluvia es una niña
Cuyo pecho destruye la belleza.


XI

Volver como tú vuelves
desde aquella región donde la sombra
es el único árbol

Volver como tú vuelves
sabiendo simplemente qué es el cielo,
-sólo bosque de nubes, foresta interminable de la estrella-
o pradera en que aún vibran los recuerdos.

Saber como tú sabes
qué rostro se ilumina cuando sueña
el ángel de la lluvia.

  —266→  


ArribaAbajoCanción


ArribaAbajo Porque si nadie muriese algún día
Las iglesias serían más altas que el humo
Porque sí Porque si nadie muriese
Quién olvidaría a quien
Qué semilla qué torre no sería
Con sólo un helecho que sobreviviese
Toda cadena estaría confirmada
Mil años dos mil años tomaría la maduración de un fruto
Perduraría el humo mil años dos mil años
Un sonido cualquiera de campana
Se petrificaría en el milenio venidero
Porque sí porque si nadie muriese
Si este mapa no se decolorase más y más
Si este cuerpo no se inclinase poco a poco husmeando el humus
Las verdeantes colinas tendiendo sus cabellos
En el aire inmortal golpeándose en el aire mortal
Donde hay un túmulo habría un alto lecho progenitor
Pues las estatuas son porque hay la muerte
Y hay la muerte la hay no hay que olvidar la muerte
Que está y la hay un día lo avisa en el cuerpo de la madre
En el cuerpo del pajarillo minúsculo en el cuerpo invencible
Donde jugamos mirando de lado pero la hay y duele
Porque si tú porque si alguien y tú no muriesen nunca
El color victorioso de tus ojos se esparciaría
Y donde hay calveros desolados irrumpirían los áloes
Porque sin comprender presientes que te elude
Que no eres piedra para un convenio
Que tu sangre no basta para una resurrección
Siéntate en las rodillas mullidas de la muerte
Óyela en su berceuse atrápala en su arrullo
Sujetando en tus manos el helecho que sobrevive
—267→
Porque el amor pasa de ti a ti como la nieve
Y firme y firme con los ojos esparciendo hacia adentro
Descúbrete la recóndita hornacina del tiempo
Sobrevívete ay para que no seas
Ay a toda devastación una estrella evadible
Donde mejor golpea y cava el tiempo del helecho
Precisa con tu lento deshielo la precisión del deseo
Porque si nadie muriese nunca más
Pero dejemos esto alcánzame el otoño de soñarte me hielo
De que puedas caerte un día dentro de la nieve precisa
De que te mueras porque hay la muerte la hay y duele
Dejemos esto abrígame a ese techo mi imprescindible olvido
Salgo al sol silencioso de la luna a roerme las uñas
A pagar un tributo.

1942




ArribaAbajoLa luna y el naranjo


ArribaAbajoHoy he visto un naranjo florecido
bajo la luz lunar; sus racimos
silenciosos nevaban lo nocturno.
Cuando la luna incline su cabeza
detrás del rubio espejo de la aurora,
estas flores serán patria encarnada
de un pueblo tumultuoso.
Los dorados cuerpos henchidos,
gloria matinal de los jardines,
erguidos estarán.

Yo estaré ausente. Ausente
de la aurora y de la noche,
—268→
soñando bajo el cuerpo informe de los astros
con la invariable nieve del naranjo.

Y si la luz me falta allá en lo oscuro,
recordaré los cánticos dorados,
los jugos rumorosos del naranjo,
la luna floreciendo en su rocío
como si fuese un rostro de doncella
predilecta de Dios y del naranjo.




ArribaAbajoMadrigal


ArribaAbajoDios hizo anoche luna y puso cielo
más cielo que el de siempre a contemplarte.
Tenaces las estrellas perseguían
tu dulce humanidad, que iba sonando
a compás del gigantesco órgano celeste.
Claro y más claro el cielo, claro el aire,
clarísima la luna, el mundo claro, claro
tu corazón, alto de estrellas,
y Dios haciendo un cielo que no vimos,
y nosotros henchidos de nosotros.




ArribaAbajoPoema


ArribaAbajo La hora que sorprenda a tu alma dormida
y limpie sus tinieblas con ademán piadoso;

la hora que golpee sobre tu aislado techo
y levante el asombro que hiera a tu caída,
—269→

¿pasa con aire extraño o duerme todavía
debajo de la espesa libertad que tu alma
escoge contra el cielo y nutre de pecado?
Tú duermes y contigo duerme sin esperanza

la claridad posible que golpeará algún día:
levanta tu mirada a través de los cielos

Y encuentra tras la estrella el lecho inesperado.
También tú eres el huésped y serás la alegría.




ArribaAbajoElegía


ArribaAbajo El pequeño pastor regresa hacia la muerte.
Desnudo, con sus hombros de oro,
Y sólo una esperanza erguida como un halo
Bajo la tenue lumbre de su frente.

Pasó de verde prado a prado sin figura,
Umbrales de alegría para su clara sangre de cordero,
El pequeño pastor, rendido al aire como un pequeño cielo
Que hundiese su estructura delicados llantos de sirenas.

Bajo el callado cerco de la muerte
Eran blancos lebreles los que su amor labraba.
El pequeño pastor, paje del agua y lumbre de las hierbas
Arrancaba a las nieblas su dormidas estatuas.

El pequeño pastor de antílopes felices,
El diminuto rey de las gacelas verdes,
Tañerá sus gemidos en las salas del cielo,
Junto a calladas fuentes y arcángeles dormidos.
—270→

El pequeño pastor, con su mirar de golondrina herida,
Su menuda sonrisa entre el mar y la muerte
Y aquellos invisibles arpegios que flameaban
Ocultos por sus manos de vencedor jilguero.

Baja a tu puro cauce, llanto de las llanuras,
Con pequeños pastores y pequeñas estrellas.




ArribaAbajoProgreso


ArribaAbajoY de nuevo murmura
más alto mi profunda vida
como si ahora fuese por entre anchas orillas.
Y más y más afines
devienen siempre para mí las cosas
y todas las imágenes aún más contempladas.
De lo inefable más me siento el confidente:
con mis sentidos, como con pájaros, asciendo
desde la encina hasta el viento de los cielos
y en el día ya trunco del estanque,
como de pie en los peces, se hunde mi sentimiento.




ArribaAbajoLarga serenata lunar


ArribaAbajo Las pruebas del mundo lunar indiferente
vinieron a buscarle bajo el sueño:
estaba el cuerpo derribado en su meridiano fulgurante,
y el alma estaba meditando en el país de nieve.
—271→

«Oye, deja a un lado esos instrumentos.
Haz rodar a tu arpa hacia el próximo incendio.
¡Bien! Levanta un poco ese hombro plúmbeo,
Otro poco aquel pie, otro esa mano, helecho.
¡Bien! ¡Esto es danzar! Esto es hacer la luna,
Con el metal efímero exactamente vegetal,
Como es la luna, como es justo que sea si no lo es.

¡Ay qué duro hiela para los ratoncillos
Que conocieron las grandes hojas de Victoria
Allá en sus amazonas domésticamente descubiertas!
Cúbrete con esta piel de canguro, oh, que nadie te vea,
Y sal por aquí, por estas escalerillas en el agua,
Atravesando Discóbolos, Apolos, Madonnas albísimas,
Que son a la nieve el éxtasis fiel, su reverso.

Sal por aquí tú el todavía sereno, el regalado
Con paisajes de un mármol amoroso y seguro.
Toma mis manos: estos son los dedos miliares de la luna.
Toma mi brazo caballerosamente: no quiero descender.
Toma mi camino y comienza a escuchar un valsecillo
Que en principio suena a jóvenes dialogando con sus espejos,

Y que luego ya oirás desplegando sus verdades.
Sopla en la nieve la cuerda pura su pasión,
Música diestra para llamar las ninfas a concilio
Es la que viene alzando con sus velos nuestra magia nevante.
Presta tu oído a la tempestad remota, pajarillo inocente,
Que te quedas de pronto entelerido y rompes a cantar,
Y tu canto parece un gemido bajo el palio sombrío.
Tiende tus manos a la luna, tu corazón dormido, tu confianza.

¡Vamos idílicamente tu y yo a pasearnos un poco,
Oh puro amigo mío, que eres hermoso como un reno!
—272→
Ven del brazo de la luna a través de esta llanura
Donde la música está sentada, sosegada como un anciano
Cuya frente ya fuese el reino de los sauces.
Ven tú, el inocente que arde entre inocentes,
El que tiende su mano primorosa buscando las estrellas.

Vamos a elevarnos austeramente sobre el agua lunar,
Oh tú el grácil más que un pez, el igual entre hermosas monedas
Déjame ceñir tu singular espalda, tu vientre que es tibio como el amanecer,
Pues sólo puedo dar razón de la belleza, y soy la hembra serena,
Y tengo esta pradera ofrecida a ti, pradera de dormidas flores sepulcrales,
Donde cada estrella custodia a un ser hermoso que fue, a tu paso
Estréchame las manos y partamos, ¡amigo mío!, cúbrete la piel, no temas nada.

¡Ay! Te has caído a ochocientos kilómetros, te has caído
Con un sólo panecillo hecho de trigo y miradas de ovejas,
Ay el hermoso que ya no me alcanza y cae: sigue mi risa.
Ahora verás la música golpeando en tus espaldas su locura,
Si te llamabas Juan ahora te llamaremos Simple, ¿oh Simple
Por qué no supiste prevenir? Rema hacia arriba, danza
Con tu pequeño gabán de canguro valsante.

Un valsecillo, ¡ay! Ay delirio de la y griega
Flagelando al cuerpecillo que pedalea en la nieve.
¿Adónde vas? ¿adónde picarillo mío? ¿adónde girasol?
Mira hacia allá abajo hacia la otra luna
Y guarda memoria de estos torbellinos
Para que descifres acuciosamente el Manicordio
Que aquí se toca y rige nuestro baile nevado.

¡Un valsecillo! Un valsecillo para las élfides solitarias.
Copos, renillos, timbres y nieblas son los que hacen el valsecillo
De arriba a abajo, de derecho a revés, el vals atruena vertiginosamente,
Sobre los abetos y desaparece y aparece malicioso en la red del espliego
—273→
Que viene cayéndose a ochocientos kilómetros con los ojos ardiendo.
Un vals de señora desesperada y trémula porque en su costillar
El diablo está tocando la música del vals que bailaba.
¡Ay! ¡Un vals arrojado del infierno, un vals dirigido por la luna!
¡Bien! ¡Bien! Tócale a la muerte su vestido gris, baila su danza.
Organillero hermoso, que sólo conoces una cancioncilla:
Montecillo de espinos tras de la luna, tras de la luna almas, una tras una.
Romántica universal de lentes la Señora te baila meditabunda flecha
Mientras alza tus hombros el torbellino de tinieblas cayendo:
Tú estás y tú no estás recorriendo el espacio celeste de la nieve.

Y puede parecerte inútil el ofrecimiento de esta partitura.
Pero conviene llegues a la última dársena con ella aprendida:
¡Bien! Dos compases para el demonio primero, dos compases.
Dos compases para la sagrada disolución de tus venas primero.
Dos compases para infundir más apego al vacío primero.
Dos compases para adormecer a los hijos habidos en Diciembre primero.

Dos compases para la mano izquierda, dos para el oído izquierdo.
Dos compases para convertir el metal en radiante alameda.
Dos compases a todo, sobre la piel, y venga una coplilla undosa,
Y siga el girasol girando, y el ruiseñor ardiendo y la lluvia nevando
Y que tu pie afloje sus nudillos de hueso a las mallas del humo,
Y venga la coplilla undosa a coronar las cumbres de este vals:
Cuándo, Señora mía, mi alma llamarás, cuándo, calandria hermosa, mi techo alumbrarás.
¡Baila sobre el ventisquero criatura delicada!
Que te asedian los cuerpos vacíos, la tenebrosa nada,
De estar bailando con los pies en el aire, con la cabeza
Golpeando sobre el trono macizo baila tu ardiente baile
Y sigue el ruiseñor llorando y el lobo cantando la alabanza,
Y la nieve buscando mendigos, y el trueno riendo parado en la nieve.
¡Bien! Mueve esos hombros de espectro conservado, danza y resuena.
—274→
¡Mira cómo estalla el vals por dentro de la nieve!
¡Mira qué bien entras con pie segurísimo en el reino de los sauces!
No asgas mi impalpable vestido, que por él circula un viático inmortal
Oye mi carcajada suave y culminada afiladamente arrinconada a tus huesos.
Aquí estamos tu y yo de muerto a muerto rodando sobre el agua lunar.
Y tú no alcanzarás a sentarte en el límite, ¿lo oyes?, tú seguirás cayendo aciagamente.

¡Ay! Mecido por la luna creo que el sol ya viene.
Aquí ya no hago nada: mi bastón, mi sombrero, mi abrigo.
Enfunda mi guitarrico de plata y mi música dale a las sombras.
¡Bien! Asómate a un arbolillo con un arpa en tus manos.
Muy buenas noches amigo mío, el de miembros dulces, ya he de tenerte un día.
Baja el telón de un rápido tironcillo contra ese oleaje de mí.
Buenas noches. Comienza lo que llamas el alba. Vives todavía».

1938




ArribaAbajo«La luna es el sol de las estatuas»


La lune est le soleil des statues


Jean Cocteau                



ArribaAbajoCerremos este libro donde la astronomía
pasea cabizbaja entre cromos desvaídos.
Ya éste no es el contorno trémulo de Casiopea.
Este polvillo es más urbano que estelar.
Cerremos el libro envejecido. Doblemos diez veces esta hoja.
Váyanse al bolsillo más oscuro la Osa Mayor, la Luna, el Centauro.
—275→
Gran milagro de nuevo, el cielo está completo.
Para hoy los astrónomos permiten a la luna
Errabundear un poco, algunas horas justas,
Curioseando los pinos, las calles, los senderos.

Saca tu exclamación de los días festivos.
¡Aquí está la luna! Nada menos, ¡la luna!
Atrasa tu reloj, pide un caballo negro,
Pide un ramo de violetas, un encintado frasco de perfume.
Vertiremos el agua de una copa doméstica sobre el cabello vivo de una estatua.
¿Tú ves? El Sol. Diamantes. La medianoche vuela
En su carro flamígero deshelando la luna.




ArribaAbajoSonetos




ArribaAbajoNiña muerta


ArribaAbajoA la niña que ha muerto esta mañana
le hemos puesto en el pecho una azucena;
y hemos puesto además una manzana
junto a su mano pálida y serena.

Los niños han venido. Ya está llena
su habitación de leve porcelana.
Parece que se mira en la azucena
y que tiende su mano a la manzana.

Nos alejamos quedos de su lecho
contemplando otra vez su faz serena.
Mientras muere el sollozo en nuestro pecho
—276→

y nos sigue el olor de la azucena,
le decimos adiós: vamos derecho
a llorar en lo oculto nuestra pena.

1935




ArribaAbajoEl huésped


ArribaAbajoIrene López ha estado esta noche en mi casa
con su nombre vulgar, su sombrero, sus ojos.
Me he puesto a preguntarle de todo lo que pasa
allá donde algún día cesarán los antojos.

Él me dice que apenas comprende, que repasa
las memorias del tiempo, los despojos,
de unos sueños que fueron prodigados sin tasa
y que apenas si aun puede apartarnos los ojos.

Le ofrezco unas corbatas color de azul celeste
para endulzarle un poco su angustiado mirar;
le aduermo los suspiros, le invito a que demuestre

su voluntad de ensueño perdiéndose en el mar....
Y cuando ya imagino que se retira el huésped
se me arroja en los brazos y se pone a llorar.

1942

  —277→  


ArribaAbajoIfigenia en Táuride


ArribaAbajoSombra entre sombras donde el aire empieza,
donde la muerte ciñe a la amapola,
donde el alma renace en la certeza
de volver a encontrarse libre y sola.

Sombra labrada en lumbres de belleza
más puras que el contorno de la ola;
envuelta más que estrella en la pureza
de cuanta alma al fin es alma sola.

Memoria virginal nunca inmolada
conduce desde el sueño a los guerreros.
¡Flecha inmortal hacia la mar nevada!

¡Ifigenia florida en los senderos!
Erguida como un cirio en la mirada
con que danzan sus muertes los guerreros.




ArribaAbajoDel pan y de la muerte


ArribaAbajoHoy de nuevo mi mano se le aproxima y toca
su coraza dorada al pan del desayuno;
siento ascender un diálogo de la mano a la boca
y sin quererlo pienso en Miguel de Unamuno.

¡Alimentate!, dice el pan, y en su risa sofoca
la malicia que ofrece lo que pide ninguno:
—278→
¡Alimentate!, dice, y al decirlo provoca
en mi mano el espanto que lo persigue a uno.

Alimentas la muerte al poner mi sustancia
en tu boca que es boca de un cadáver cercano.
¡Cuánta, indefensa mano, es tu ingenua ignorancia!

Dice el pan y me mira. Y me tiembla la mano
al sentir por debajo de su rubia fragancia
el olor de la tumba cada vez más cercano.

1942




ArribaAbajoSoneto a Casandra


(Ronsard)




ArribaAbajoEste es el bosque al que la amada santa
anima con su canto en primavera;
estas las flores dadas a su planta
cuando gozosa vaga en la ribera.

Esta la suave orilla y la pradera
que su mano enriquece en fuerza tanta,
cuando alegre rebusca por doquiera
el nuevo tinte que en las hierbas canta.

Aquí cantar la he visto y por allí llorar;
por aquí sonreír y opresa allí quedar
en sus ojos un alma casi desvanecida

que la vio reclinarse o contempló danzar....
Sobre el telar de imagen tan fugazmente urdida,
entreteje el amor las tramas de mi vida.

  —279→  


ArribaAbajoSonetos de muerte y vida



I

ArribaAbajo Cuanta flecha mayor sobre el sendero
retorna en la mudez de aquella vida
mora en perfil de lumbre agradecida
por arrancarle vuelos al acero.

Niño de nieve azul sin paradero
en que acampar cristales de su herida,
desliza tras de sí ya renacida
la oscura luna de su amor primero.

Bien amado lebrel de toda orilla
alza un arcángel ocre su destino
en el cauce tranquilo de la arcilla.

Que el absoluto verde de aquel sino,
nardo y sonrisa estalla en la mejilla
vuelta esfera de luna en el camino.


II

Con la frente sellada de azucenas
ante la muerte estuvo guarnecido
por un claro cortejo de serenas
ninfas huidas del eterno nido.

¡Qué rumor de praderas y de penas
le rondó sin cesar junto al oído!
¡Qué sucesión de niños y azucenas
habitó su volverse hacia el olvido!
—280→

La mano sobre el verso, la voz rota
en asombro de mundo incomprendido,
muerto se fue quedando gota a gota....

¡Qué fuga de la sangre! ¡Qué alarido
tan amargo y callado el de su boca!
¡Qué silencio, Señor, el del sonido!


III

Este que llega, muerte, a tu recinto,
envuelto de tinieblas y humareda,
era la ardiente boca de un jacinto
que al sol mecía su dorada esfera.

Esta sangre que arrastra el cuerpo extinto,
otrora fue del canto la arboleda;
y este pálido espejo, laberinto
de exhausta vena y fúnebre almoneda.

Otrora en flor de vidas resumía
la infinita pasión de ese alto mundo
que se yergue entre sombras de agonía.

¡Tómale muerte!, ido y sin segundo,
eterno aunque ya en ti, razón del día
que llegues justa clausurando el mundo.

  —281→  


ArribaAbajoInvierno


ArribaAbajoLe duele el corazón pero responde
a la eterna vigilia de la llama,
siendo pasión callada presto esconde
bajo serena piel la nueva rama.

Algo de extraño persistir reclama
su más luciente sol y su sentido
sepultado en las venas de una rama
junto al silencio oscuro del latido.

Aquí reposa la estación florida
que invade el blanco pecho del verano.
Cuánto asombro le da ser detenida

cabe la yerta niebla de una mano,
por donde grave arrastra lenta vida
devuelta hacia su seno más humano.




ArribaAbajoOlvido


ArribaAbajo¡Cómo el olvido ha ido destruyendo
el mundo aquel que edificamos juntos!
¡Las abejas sonoras, los pastos, el estruendo
del río bramador acorralado, los difuntos

ecos del viento que partió gimiendo
con tu enorme cadáver, y ardió los juncos
con llama tan veloz que aun está ardiendo,
con ceniza tan cruel que aun están truncos!
—282→

Donde hubo razón de frescos vinos,
de panes floreciendo en la alborada,
de reluciente fruto mantenido

en remotos estrados cristalinos,
hoy solo queda una sombra desgarrada
y tus restos luchando con mi olvido.




ArribaAbajoLlama


ArribaAbajoNo de mar ni de astro; no de cielo
desnuda el verso blanca arquitectura:
sólo arroja su flecha en el anhelo
de cambiar los recuerdos en figura.

Una imagen labrada en el desvelo
de cuanto sueño al ángel configura,
por volverse al ser del alto anhelo
le traslada a su cuerpo la hermosura.

Vestida así de esplendorosa llama,
toda música y ser de bosque y selva,
la figura se alza y se derrama

en recintos de fuente, en blanca celda
que a la estrella aprisiona, que a la llama
de Narciso convierte en suave selva.

  —283→  


ArribaAbajoLuna


ArribaAbajoLuna querida, dosel
que nada cubres, esplende
bajo tu velo que pende
un diminuto clavel.

Blanca manzana, lebrel
que perseguido se enciende,
junto a la hoguera desprende
fauno trocado en bajel.

Rueda, llanto de metal,
ramo de orquídeas, mujer
que fueras hombre cabal;

rueda sirena sin ver
aquella fuente inmortal
pintada en luz al nacer.




ArribaAbajoArpa


ArribaAbajoEl arpa reclinada en el silencio
de su perdido canto rememora
un rostro ido hacia el total silencio
que al cielo enlaza y en el cielo mora.

Sola y augusta entre la breve sombra
pasando sus recuerdos gime y llora
las ausencias del rostro que en la sombra
al arpa daba voluntad sonora.
—284→

Mientras el viento innumerable nombra
con agitada voz el canto fenecido,
una invisible luz yerra en la sombra.

Y renovándole al sol el bien perdido
junto al arpa a cantar vienen alondras
que eternamente escapan al olvido.




ArribaAbajoAdán en el paraíso


ArribaAbajoRecorre Adán su inaugural paseo
con el cabello dado al primer viento;
ya el vacío destruye, y da su aliento
cuerpo a la estrella y al metal deseo.

Ya el universo todo es un sabeo
jardín que canta, perfumado asiento;
se hace suelo la tierra, aire el viento,
y extendida la luz abre el deseo.

Donde fuera escarlata ardiente lava,
ha crecido un color de musgo verde.
Tibia región donde la llama estaba,

fruto en la piedra, memoria que recuerde
la eternidad que ni empezó ni acaba,
y un Dios que se ensimisma y que se pierde.

  —285→  


ArribaAbajoAdán y el ruiseñor


ArribaAbajoLa soledad le ciñe la figura.
La mirada le da contorno y nombre.
Sólo alcanza su pecho lo que asombre
Su soledad, sus ojos, su pavura.

Adán es todavía esencia pura
Descendida de Dios para ser hombre.
Nadie viene a decir su oscuro nombre
Ni a compartir su habitación oscura.

Un presagio, un anuncio, una centella
Le invade al solitario. Se alza y reclama
A lo celeste su perdida huella.

Y nadie le responde. Vencido ya no clama
i pide la presencia de su estrella....
De pronto un ruiseñor canta en la rama.




ArribaAbajoSoneto de la paloma gris


ArribaAbajoComo si el humo tierno detuviese
su andar solemne hacia la luz de arriba,
se le ve reclinarse y extenderse
sobre una inmóvil forma pensativa.

Es la paloma gris, la siempre esquiva;
la que al sonido hace detenerse,
la que impone una sombra tan altiva
que toda luz y forma descaece.
—286→

Solitaria y extática en la sombra
con un plumón color ceniza clara
a toda realidad vence y asombra.

En ella lo sombrío se declara
como un signo purísimo que nombra
la esencia celestial que lo engendrara.




ArribaAbajoSoneto para no morirme


ArribaAbajoEscribiré un soneto que le oponga a mi muerte
un muro construido de tan recia manera,
que pasará lo débil y pasará lo fuerte
y quedará mi nombre igual que si viviera.

Como un niño que rueda de una alta escalera
descenderá mi cuerpo al seno de la muerte.
Mi cuerpo, no mi nombre: mi esencia verdadera
se incrustará en el muro de mi soneto fuerte....

De súbito comprendo que ni ahora ni luego
arrancaré mi nombre al merecido olvido.
Yo no podré librarle de las garras del fuego,

no podré levantarle del polvo en que ha caído.
No he de ser otra cosa que un sofocado ruego,
un soneto inservible y un muro destruido.

  —287→  


ArribaPalma


Arriba Viviendo en infinita primavera
la que de niña ha sido flor dorada,
sólo acierta a soñar y sólo espera
eternizarse en sombra iluminada.

Que es todo en ella claridad primera
y es destreza de ser pasión labrada
por un fuego secreto que no altera
su voluntad de estrella aprisionada.

Naciendo se construye la estatura
que devuelve a los aires cuando muere.
Su estancia es meditar, es ser figura

de radiación sutil donde lo breve
pasa de sombra infiel a sombra pura
desvelando verdor, soñando nieve.