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ArribaAbajoLope de Vega (1562-1635)




ArribaAbajo[Piraguamonte, piragua,]



   Piraguamonte, piragua,
piragua, jevizarizagua.

   En una piragua bella,
toda la popa dorada,
los remos de rojo y negro,
la proa de azul y plata,
iba la madre de Amor,
y el dulce niño a sus plantas;
el arco en las manos lleva,
flechas al aire dispara;
el río se vuelve fuego,
de las ondas salen llamas.
A la tierra, hermosas indias,
que anda el Amor en el agua.

   Piraguamento, piragua,
piragua, jevizarizagua;
      Bío-Bío,
que mi tambo le tengo en el río.

   Yo me era niña pequeña,
y enviáronme un domingo
a mariscar por la playa
del río de Bío-Bío,
cestillo al brazo
de plata y oro tejido;
hallárame yo una concha,
abríla con mi cuchillo;
dentro estaba el niño Amor,
entre unas perlas metido;
asióme el dedo y mordióme;
como era niña, di gritos.

      Bío-Bío,
que mi tambo le tengo en el río.
Piraguamonte, piragua,
piragua, jevizarizagua.

   Entra, niña, en mi canoa
y daréte una guirnalda,
que lleve el sol qué decir
cuando amanezca en España.
Iremos al tambo mío,
cuyas paredes de plata
cubrirán paños de plumas
de pavos y guacamayas.
No tengas miedo al Amor,
porque ya dicen las damas
que le quiebra el interés
todos los rayos que fragua.

   Piraguamonte, piragua,
piragua, jevizarizagua;
      Bío-Bío,
que mi tambo le tengo en el río.

   La blanca niña, en cabello
salió una mañana al río,
descalzó sus pies pequeños,
comenzó a quebrar los vidrios.
Andaba nadando Amor,
y acercándose quedito,
asióle del uno dellos,
a quien llorando le dijo:
«Deja el pie, toma el cabello,
porque la ocasión he sido,
y por que mejor la goces,
vente a mi tambo conmigo.»

      Bío-Bío,
que mi tambo le tengo en el río.
Piraguamonte, piragua,
piragua, jevizarizagua.


   Al val de Fuente Ovejuna
la niña en cabellos baja;
el caballero la sigue
de la cruz de Calatrava.
Entre las ramas se esconde,
de vergonzosa y turbada;
fingiendo que no le ha visto,
pone delante las ramas.
¿Para qué te escondes,
niña gallarda?
Que mis linces deseos
paredes pasan.

   Acercóse el caballero,
y ella, confusa y turbada,
hacer quiso celosías
de las intrincadas ramas;
mas como quien tiene amor
los mares y las montañas
atraviesa fácilmente,
le dice tales palabras:
«¿Para qué te escondes,
niña gallarda?
Que mis linces deseos
paredes pasan.»

   Riberitas hermosas
de Darro y Genil,
esforzad vuestros aires,
que me abraso aquí.
Hermosas riberas
donde yo nací,
la que fue mi muerte
en vosotras vi.
En el fuego es julio,
en la vista abril;
esforzad vuestros aires,
que me abraso aquí.
Orillas hermosas
que el cristal cubrís,
tened, que me muero,
lástima de mí.
Si encubre las llamas
de nieve y jazmín,
esforzad vuestros aires,
que me abraso aquí.


   Que a la mañanita dormiréis,
despertad, ojuelos verdes.

   Si el mundo no os da cuidados,
y en él no estáis divertidos,
despertad, soles dormidos,
no parezcáis eclipsados.
A vuestros enamorados
haced, señora, mercedes;
que a la mañanita los dormiredes.

   Gustad del mundo esta vez,
almas, que es grande inocencia
hacer tanta penitencia
en una tierna niñez.
Remitidla a la vejez,
gozad vuestros años verdes;
que a la mañanita los dormiredes.

   A la gala del mercader,
que vende, que fía, que causa placer;
del mercader más famoso
tan gustoso y deleitoso,
que todo placer desvía,
vende tan barato y fía,
que más es dar que vender.
A la gala del mercader,
que vende, que fía, que causa placer.

   Blanca me era yo
cuando entré en la siega;
diome el sol y ya soy morena.
Blanca solía yo ser
antes que a segar viniese,
mas no quiso el sol que fuese
blanco el fuego en mi poder.
Mi edad al amanecer
era lustrosa azucena;
diome el sol y ya soy morena.

   Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la casada
que a su esposo quiere bien;
de la doncella también
entre paredes guardada,
que fácilmente engañada
sigue su primer amor.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!
Trébole de la soltera
que tantos amores muda;
trébole de la viuda
que otra vez casarse espera,
tocas blancas por defuera
y faldellín de color.
Trébole, ¡ay Jesús, cómo huele!
Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!

   Cogióme a tu puerta el toro,
linda casada,
no dijiste: Dios te valga.
El novillo de tu boda
a tu puerta me cogió;
de la vuelta que me dio
se rió la aldea toda,
y tú, grave y burladora,
linda casada,
no dijiste: ¡Dios te valga!

   Si os partiéredes al alba
quedito, pasito, amor,
no espantéis al ruiseñor.
Si os levantáis de mañana
de los brazos que os desean,
porque en los brazos no os vean
de alguna envidia liviana,
pisad con planta de lana,
quedito, pasito, amor,
no espantéis al ruiseñor.

   Mañanicas floridas
del frío invierno,
recordad a mi niño
que duerme al hielo.
Mañanas dichosas
del frío diciembre,
aunque el cielo os siembre
de flores y rosas,
pues sois rigurosas
y Dios es tierno,
recordad a mi niño,
que duerme al hielo.


   De pechos sobre una torre
que la mar combate y cerca
mirando las fuertes naves
que se van a Ingalaterra,
las aguas crece Belisa
llorando lágrimas tiernas,
diciendo con voces tristes
al que se aparta y la deja:
«Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda.

   No quedo con solo el hierro
de tu espada y de mi afrenta,
que me queda en las entrañas
retrato del mismo Eneas
y aunque inocente, culpado,
si los pecados se heredan;
mataréme por matarle
y moriré porque muera.
Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda.

   Mas quiero mudar de intento
y aguardar que salga fuera
por si en algo te parece
matar a quien te parezca.
Mas no le quiero aguardar,
que será víbora fiera,
que rompiendo mis entrañas,
saldrá dejándome muerta.
Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda.»

    Así se queja Belisa
cuando la priesa se llega;
hacen señal a las naves
y todas alzan las velas.
«Aguarda, aguarda, le dice,
fugitivo esposo, espera...
Mas ¡ay! que en balde te llamo;
¡plega Dios que nunca vuelvas!
Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda.»

   Mira, Zaide, que te aviso
que no pases por mi calle
ni hables con mis mujeres,
ni con mis cautivos trates,
ni preguntes en qué entiendo
ni quién viene a visitarme,
qué fiestas me dan contento
o qué colores me aplacen;
basta que son por tu causa
las que en el rostro me salen,
corrida de haber mirado
moro que tan poco sabe.
   Confieso que eres valiente,
que hiendes, rajas y partes
y que has muerto más cristianos
que tienes gotas de sangre;
que eres gallardo jinete,
que danzas, cantas y tañes,
gentilhombre, bien criado
cuanto puede imaginarse;
blanco, rubio por extremo,
señalado por linaje,
el gallo de las bravatas,
la nata de los donaires,
y pierdo mucho en perderte
y gano mucho en amarte,
y que si nacieras mudo
fuera posible adorarte;
y por este inconveniente
determino de dejarte,
que eres pródigo de lengua
y amargan tus libertades
y habrá menester ponerte
quien quisiere sustentarte
un alcázar en el pecho
y en los labios un alcaide.
   Mucho pueden con las damas
los galanes de tus partes,
porque los quieren briosos,
que rompan y que desgarren;
mas tras esto, Zaide amigo,
si algún convite te hacen,
al plato de sus favores
quieren que comas y calles.
   Costoso fue el que te hice;
venturoso fueras, Zaide,
si conservarme supieras
como supiste obligarme.
Apenas fuiste salido
de los jardines de Tarfe,
cuando hiciste de la tuya
y de mi desdicha alarde.
A un morito mal nacido
me dicen que le enseñaste
la trenza de los cabellos
que te puse en el turbante.
No quiero que me la vuelvas
ni quiero que me la guardes,
mas quiero que entiendas, moro,
que en mi desgracia la traes.
También me certificaron
cómo le desafiaste
por las verdades que dijo,
que nunca fueran verdades.
De mala gana me río;
¡qué donoso disparate!
No guardas tú tu secreto
¿y quieres que otro le guarde?
No quiero admitir disculpa;
otra vez vuelvo a avisarte
que esta será la postrera
que me hables y te hable.-
   Dijo la discreta Zaida
a un altivo bencerraje
y al despedirle repite:
-Quien tal hace, que tal pague.

   A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
   No sé qué tiene el aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos.
   Ni estoy bien ni mal conmigo,
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
   Entiendo lo que me basta
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
   De cuantas cosas me cansan
fácilmente me defiendo,
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
   El dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento,
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
   La diferencia conozco
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.
   O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
   «Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,
adonde lo más es menos.
   No me precio de entendido,
de desdichado me precio,
que los que no son dichosos
¿cómo pueden ser discretos?
   No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
   Señales son del juïcio
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más,
otros por carta de menos,
   Dijeron que antiguamente
se fue ía verdad al cielo;
tal la pusieron los hombres
que desde entonces no ha vuelto.
   En dos edades vivimos
los propios y los ajenos;
la de plata los extraños
y la de cobre los nuestros.
   ¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?
   Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba, romanos,
de medio abajo, romeros.
   Dijo Dios que comería
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento,
   y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,
con las prendas de su honor
han trocado los efetos.
   Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,
llorando van y pidiendo.
   Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento:
la mejor vida, el favor,
la mejor sangre, el dinero.
Oigo tañer las campanas
y no me espanto, aunque puedo,
que en lagar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.
   Mirando estoy los sepulcros,
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.
   ¡Oh, bien haya quien los hizo,
porque solamente en ellos
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños!
   Fea pintan a la envidia;
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben
quién vive pared en medio.
   Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
cuando quieren escribir
piden prestado el tintero.
   Sin ser pobres ni ser ricos
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones, ni pleitos;
   ni murmuraron del grande
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién ni pascuas dieron.
   Con esta envidia que digo
y lo que paso en silencio,
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.

   ¡Pobre barquilla mía
entre peñascos rota,
sin velas desvelada
y entre las olas sola!
   ¿Adonde vas perdida,
adonde, di, te engolfas,
que no hay deseos cuerdos
con esperanzas locas?
   Como las altas naves
te apartas animosa
de la vecina tierra
y al fiero mar te arrojas.
   Igual en ¡as fortunas,
mayor en las congojas,
pequeña en las defensas,
incitas a las ondas.
   Advierte que te llevan
a dar entre las rocas
de la soberbia envidia,
naufragio de las honras.
   Cuando por las riberas
andabas costa a costa,
nunca del mar temiste
las iras procelosas:
   segura navegabas,
que por la tierra propia
nunca el peligro es mucho
adonde el agua es poca.
   Verdad es que en la patria
no es la virtud dichosa,
ni se estimó la perla
hasta dejar la concha.
   Dirás que muchas barcas
con el favor en popa,
saliendo desdichadas,
volvieron venturosas.
   No mires los ejemplos
de las que van y tornan,
que a muchas ha perdido
la dicha de las otras.
   Para los altos mares
no llevas cautelosa
ni velas de mentiras
ni remos de lisonjas.
   ¿Quién te engañó, barquilla?
Vuelve, vuelve la proa,
que presumir de nave
fortunas ocasiona.
   «¿Qué jarcias te entretejen?
¿Qué ricas banderolas
azote son del viento
y de las aguas sombra?
   ¿En qué gavia descubres,
del árbol alta copa,
la tierra en perspectiva,
del mar incultas orlas?
   ¿En qué celajes fundas
que es bien echar la sonda
cuando, perdido el rumbo,
erraste la derrota?
   Si te sepulta arena,
¿qué sirve fama heroica?;
que nunca desdichados
sus pensamientos logran.
   ¿Qué importa que te ciñan
ramas verdes o rojas,
que en selvas de corales
salado césped brota?
   Laureles de la orilla
solamente coronan
navíos de alto borde
que jarcias de oro adornan.
   No quieras que yo sea
por tu soberbia pompa
Faetonte de barqueros
que los laureles lloran.
   Pasaron ya los tiempos
cuando lamiendo rosas
el céfiro bullía
y suspiraba aromas.
   Ya fieros huracanes
tan arrogantes soplan,
que salpicando estrellas,
del sol la frente mojan.
   Ya los valientes rayos
de la vulcana forja
en vez de torres altas
abrasan pobres chozas.
   Contenta con tus redes
a la playa arenosa
mojado me sacabas;
pero vivo, ¿qué importa?
   Cuando de rojo nácar
se afeitaba la aurora,
más peces te llenaban
que ella lloraba aljófar.
   Al bello sol que adoro,
enjuta ya la ropa,
nos daba una cabaña
la cama de sus hojas;
   esposo me llamaba,
yo la llamaba esposa,
parándose de envidia
la celestial antorcha.
   Sin pleito, sin disgusto,
la muerte nos divorcia;
¡ay de la pobre barca
que en lágrimas se ahoga!
   Quedad sobre la arena,
inútiles escotas,
que no ha menester velas
quien a su bien no torna.
   Si con eternas plantas
las fijas luces doras,
¡oh dueño de mi barca!,
y en dulce paz reposas,
   merezca que le pidas
al bien que eterno gozas
que adonde estás me lleve,
más pura y más hermosa.
   Mi honesto amor te obligue
que no es digna victoria
para quejas humanas
ser las deidades sordas.
   Mas ¡ay, que no me escuchas!...
Pero la vida es corta:
viviendo, todo falta;
muriendo, todo sobra.




ArribaAbajoSonetos



   Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.

   Yo pensé que no hallara consonante
y estoy a la mitad de otro cuarteto,
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

   Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

   Ya estoy en el segundo y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.


   Versos de amor, conceptos esparcidos
engendrados del alma en mis cuidados,
partos de mis sentidos abrasados,
con más dolor que libertad nacidos;

   expósitos al mundo en que perdidos
tan rotos anduvistes y trocados,
que sólo donde fuistes engendrados
fuérades por la sangre conocidos.

   Pues que le hurtáis el laberinto a Creta,
a Dédalo los altos pensamientos,
la furia al mar, las llamas al abismo,

   si aquel áspid hermoso no os aceta,
dejad la tierra, entretened los vientos,
descansaréis en vuestro centro mismo.


   Ir y quedarse y con quedar partirse,
partir sin alma y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;

   arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo y ser demonio en pena
y de serlo jamás arrepentirse;

   hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada sobre fe paciencia
y lo que es temporal llamar eterno;

   creer sospechas y negar verdades
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno.




ArribaAbajoDe Andrómeda


   Atada al mar Andrómeda lloraba,
los nácares abriéndose al rocío,
que en sus conchas cuajado al cristal frío
en cándidos aljófares trocaba.

   Besaba el pie, las peñas ablandaba
humilde el mar como pequeño río;
volviendo el sol la primavera estío
parado en su cenit la contemplaba.

   Los cabellos al viento bullicioso
que la cubra con ellos le rogaban
ya que testigo fué de iguales dichas,

   y celosas de ver su cuerpo hermoso,
las nereidas su fin solicitaban,
que aun hay quien tenga envidia en las desdichas.




ArribaAbajoA una dama que tenía los ojos enfermos


   Si estáis enfermos, dulces ojos claros,
no os espantéis, pues tantos os desean,
que no es posible, si dejáis que os vean,
que dejen de quereros o envidiaros.

   Mis pensamientos, no temiendo hallaros,
libres de la justicia se pasean;
como al sol, cuando nubes le rodean
dicen mis ojos que podrán miraros.

   Enfermos soles y nublados cielos,
hoy tomarán venganza mis enojos
por que en la condición mudéis de estilo.

   Si azules fuistes por matar con celos,
hoy como espada quedaréis, mis ojos,
que tiene de cortar gastado el filo.




ArribaAbajoAl triunfo de Judit



   Cuelga sangriento de la cama al suelo
el hombro diestro del feroz tirano
que opuesto al muro de Betulia en vano
despidió contra sí rayos al cielo.

   Revuelto con el ansia el rojo velo
del pabellón a la siniestra mano,
descubre el espectáculo inhumano
del tronco horrible convertido en hielo.

   Vertido Baco, el fuerte arnés afea
los vasos y la mesa derribada,
duermen las guardas que tan mal emplea,

   y sobre la muralla coronada
del pueblo de Israel, la casta hebrea
con la cabeza resplandece armada.


   Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

   no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

   huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

   creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño,
esto es amor, quien lo probó lo sabe.


   Ya no quiero más bien que sólo amaros,
ni más vida, Lucinda, que ofreceros,
la que me dais, cuando merezco veros,
ni ver más luz que vuestros ojos claros.

   Para vivir me basta desearos,
para ser venturoso conoceros,
para admirar el mundo engrandeceros
y para ser Eróstrato abrasaros.

   La pluma y lengua, respondiendo a coros,
quieren al cielo espléndido subiros
donde están los espíritus más puros.

   Que entre tales riquezas y tesoros
mis lágrimas, mis versos, mis suspiros
de olvido y tiempo vivirán seguros.


   Suelta mi manso, mayoral extraño,
pues otro tienes tú de igual decoro,
deja la prenda que en el alma adoro,
perdida por tu bien y por mi daño.

   Ponle su esquila de labrado estaño
y no le engañen tus collares de oro;
toma en albricias este blanco toro
que a las primeras yerbas cumple un año.

   Si pides señas, tiene el vellocino
pardo, encrespado, y los ojuelos tiene
como durmiendo en regalado sueño.

   Si piensas que no soy su dueño, Alcino,
suelta y verásle si a mi choza viene,
que aún tienen sal las manos de su dueño.


   Querido manso mío que venistes
por sal mil veces junto aquella roca
y en mi grosera mano vuestra boca
y vuestra lengua de clavel pusistes,

   ¿por qué montañas ásperas subistes
que tal selvatiquez el alma os toca?
¿qué furia os hizo condición tan loca
que la memoria y la razón perdistes?

   Paced la anacardina por que os vuelva
de ese crüel y interesable sueño
y no bebáis del agua del olvido.

   Aquí está vuestra vega, monte y selva,
yo soy vuestro pastor y vos mi dueño,
vos mi ganado y yo vuestro perdido.


   Es la mujer del hombre lo más bueno,
y locura decir que lo más malo;
su vida suele ser y su regalo,
su muerte suele ser y su veneno.

   Cielo a los ojos cándido y sereno,
que muchas veces al infierno igualo;
por raro al mundo su valor señalo;
por falso al hombre su rigor condeno.

   Ella nos da su sangre, ella nos cría;
no ha hecho el cielo cosa más ingrata;
es un ángel y a veces una harpía;

   quiere, aborrece, trata bien, maltrata,
y es la mujer, al fin, como sangría,
que a veces da salud y a veces mata.


   Cuando me paro a contemplar mi estado
y a ver los pasos por donde he venido,
me espanto de que un hombre tan perdido
a conocer su error haya llegado.

   Cuando miro los años que he pasado
la divina razón puesta en olvido,
conozco qué piedad del cielo ha sido
no haberme en tanto mal precipitado.

   Entré por laberinto tan extraño
fiando al débil hilo de la vida
el tarde conocido desengaño,

   mas de tu luz mi escuridad vencida,
el monstruo muerto de mi ciego engaño
vuelve a la patria, la razón perdida.


   Pastor que con tus silbos amorosos
me despertaste del profundo sueño:
tú, que hiciste cayado de ese leño
en que tiendes los brazos poderosos,

   vuelve los ojos a mi fe piadosos
pues te confieso por mi amor y dueño
y la palabra de seguirte empeño
tus dulces silbos y tus pies hermosos.

   Oye, pastor, pues por amores mueres,
no te espante el rigor de mis pecados
pues tan amigo de rendidos eres.

   Espera, pues, y escucha mis cuidados...
Pero, ¿cómo te digo que me esperes,
si estás para esperar los pies clavados?


   ¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,
y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!

   Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
y atrás volví otras tantas atrevido,
al mismo precio que me habéis comprado.

   Besos de paz os di pata ofenderos,
pero si fugitivos de su dueño
hierran cuando los hallan los esclavos,

   hoy que vuelvo con lágrimas a veros
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendréisme seguro con tres clavos.


   ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mio,
que a mi puerta, cubierto de rocío
pasas las noches del invierno escuras?

   ¡Oh, cuanto fueron mis entrañas duras
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío
si de mi ingratitud el yelo frío
secó las llagas de tus plantas puras!

   Cuántas veces el ángel me decía:
«¡Alma, asómate agora a la ventana,
verás con cuanto amor llamar porfía!»

   ¡Y cuántas, hermosura soberana:
Mañana le abriremos -respondía-,
para lo mismo responder mañana!




ArribaAbajoTemores en el favor



   Cuando en mis manos, rey eterno, os miro,
y la cándida víctima levanto,
de mi atrevida indignidad me espanto
y la piedad de vuestro pecho admiro.

   Tal vez el alma con temor retiro,
tal vez la doy al amoroso llanto,
que arrepentido de ofenderos tanto
con ansias temo y con dolor suspiro.

   Volved los ojos a mirarme humanos
que por las sendas de mi error siniestras
me despeñaron pensamientos vanos;

   no sean tantas las miserias nuestras
que a quien os tuvo en sus indignas manos
vos le dejéis de las divinas vuestras.


   -Boscán, tarde llegamos. ¿Hay posada?
-Llamad desde la posta, Garcilaso.
-¿Quién es? -Dos caballeros del Parnaso.
-No hay donde nocturnar palestra armada.

   -No entiendo lo que dice la criada.
Madona, ¿qué decís? -Que afecten paso,
que obstenta limbos el mentido ocaso
y el sol depingen la porción rosada.

   -¿Estás en ti, mujer? -Negóse al tino
el ambulante huésped. -¡Que en tan poco
tiempo tal lengua entre cristianos haya!

   Boscán, perdido habemos el camino,
preguntad por Castilla, que estoy loco
o no habemos salido de Vizcaya.


   Canta pájaro amante en la enramada
selva a su amor, que por el verde suelo
no ha visto el cazador que con desvelo
le está escuchando, da ballesta armada.

   Tírale, yerra, vuela y la turbada
voz en el pico transformada en yelo,
vuelve y de ramo en ramo acorta el vuelo
por no alejarse de la prenda amada.

   Desta suerte el amor canta en el nido:
mas luego que los celos que recela
le tiran flechas de temor de olvido,

   huye, teme, sospecha, inquiere, cela
y hasta que ve que el cazador es ido
de pensamiento en pensamiento vuela.




ArribaAbajoLo que hiciera París si viera a Juana


   Como si fuera cándida escultura
en lustroso marfil del Bonarrota,
a Paris pide Venus en pelota
la debida manzana a su hermosura.

   En perspectiva Palas su figura
muestra por mas honesta, más remota
Juno sus altos méritos acota
en parte de la selva más escura:

   pero el pastor a Venus la manzana
de oro le rinde, mas galán que honesto,
aunque saliera su esperanza vana.

   Pues cuarta diosa en el discorde puesto,
no sólo a ti te diera, hermosa Juana,
una manzana, pero todo un cesto.




ArribaAbajoA una dama que llamando a su puerta le dijo desde la ventana:
«Dios le provea»



   Señora, aunque soy pobre, no venía
a pediros limosna; que buscaba
un cierto licenciado que posaba
en estas casas cuando Dios quería.

   Extraña siempre fué la estrella mía;
que a un pobre parecí desde la aldaba,
pues ya que a la ventana os obligaba,
trujistes desde allá la fantasía.

   No porque culpa vuestro engaño sea,
que a tal «Dios le provea» no replican
mis hábitos, que son de ataracea.

   No mis letras, mis penas significan:
pero ¿cómo queréis que me provea,
si tales como vos se lo suplican?


   ¡Tanto mañana y nunca ser mañana!
Amor se ha vuelto cuervo, o se me antoja.
¿En qué región el sol su carro aloja,
desta imposible aurora tramontana?

   Sígueme inútil la esperanza vana,
como nave zorrera o mula coja,
porque no me tratara Barbarroja
de la manera que me tratas, Juana.

   Juntos amor y yo buscando vamos
este mañana: ¡oh dulces desvaríos!
Siempre mañana y nunca mañanamos.

   Pues si vencer no puedo tus desvíos,
sáquente cuervos destos verdes ramos
los ojos... Pero no, que son los míos.




ArribaAbajoDesdenes de Juana y quejas del poeta



   Si digo a Juana, cuanto hermosa, fiera,
lo que la quiero, ingrata corresponde;
si digo que es mi vida, me responde
que se muriera porque no lo fuera.

Si la busco del soto en la ribera,
entre los verdes álamos se esconde:
si va a la plaza, y la pregunto adónde,
con la cesta me rompe la mollera.

   Si digo que es la hermosa Polixena,
dice que miento, porque no es troyana,
ni griega, si la igualo con Elena.

   Eres hircana tigre, hermosa Juana:
mas ¡ay! aun para tigre no era buena,
pues siendo de Madrid, no fuera hircana.


   ¡Oh libertad preciosa,
no comparada al oro
ni al bien mayor de la espaciosa tierra;
más rica y más gozosa
que el precioso tesoro
que el mar del sur entre su nácar cierra!
Con armas, sangre y guerra,
con las vidas y famas
conquistada en el mundo;
paz dulce, amor profundo,
que el mal apartas y a tu bien nos llamas:
en ti sola se anida
oro, tesoro, paz, bien, gloria y vida.

   Cuando de las humanas
tinieblas, vi del cielo
la luz, principio de mis dulces días,
aquellas tres hermanas
que nuestro humano velo
tejiendo llevan por inciertas vías,
las duras penas mías
trocaron en la gloria
que en libertad poseo,
con siempre igual deseo,
donde verá por mi dichosa historia
quien más leyere en ella,
que es dulce libertad lo menos della.

   Yo, pues, señor exento
desta montaña y prado,
gozo la gloria y libertad que tengo;
soberbio pensamiento
jamás ha derribado
la vida humilde y pobre que entretengo.
Cuando a las manos vengo
con el muchacho ciego,
haciendo rostro embisto,
venzo, triunfo y resisto
la flecha, el arco, la ponzoña, el fuego,
y con libre albedrío
lloro el ajeno mal y canto el mío.

   Cuando el aurora baña
con helado rocío
de aljófar celestial el monte y prado,
salgo de mi cabaña,
riberas deste río,
a dar el nuevo pasto a mi ganado;
y cuando el sol dorado
muestra sus fuerzas graves,
al sueño el pecho inclino
debajo un sauce o pino,
oyendo el son de las parleras aves,
o ya gozando el aura,
donde el perdido aliento se restaura.

   Cuando la noche fría
con su estrellado manto
el claro día en su tiniebla encierra,
y suena en la espesura
el tenebroso canto
de los nocturnos hijos de la tierra,
al pie de aquesta sierra
con rústicas palabras
mi ganadillo cuento,
y el corazón contento
del gobierno de ovejas y de cabras,
la temerosa cuenta
del cuidadoso rey me representa.

   Aquí la verde pera
con la manzana hermosa,
de gualda y roja sangre matizada,
y de color de cera
la cermeña olorosa
tengo, y la endrina de color morada;
aquí de la enramada
parra que al olmo enlaza
melosas uvas cojo,
y en cantidad recojo,
al tiempo que las ramas desenlaza
el caluroso estío,
membrillos que coronan este río.

   No me da descontento
el hábito costoso
que de lascivo el peso noble infama;
es mi dulce sustento
del campo generoso
estas silvestres frutas que derrama.
Mi regalada cama
de blandas pieles y hojas,
que algún rey la envidiara,
y de ti, fuente clara,
que bullendo el arena y agua arrojas,
estos cristales puros,
sustentos pobres, pero bien seguros,

   Estése el cortesano
procurando a su gusto
la blanda cama y el mejor sustento;
bese la ingrata mano
del poderoso injusto,
formando torres de esperanza al viento;
viva y muera sediento
por el honroso oficio,
y goce yo del suelo,
al aire, al sol y al hielo
ocupado en mi rústico ejercicio,
que más vale pobreza
en paz que en guerra mísera riqueza.

   Ni temo al poderoso
ni al rico lisonjeo,
ni soy camaleón del que gobierna,
ni me tiene envidioso
la ambición y deseo
de ajena gloria ni de fama eterna.
Carne sabrosa y tierna,
vino aromatizado,
pan blanco de aquel día,
en prado, en fuente fría,
halla un pastor con hambre fatigado;
que el grande y el pequeño
somos iguales lo que dura el sueño.




ArribaAbajoCanción a la muerte de Carlos Félix


   Este de mis entrañas dulce fruto,
con vuestra bendición, ¡oh Rey eterno!,
ofrezco humildemente a vuestras aras,
que si es de todos el mejor tributo
un puro corazón humilde y tierno,
y el más precioso de las prendas caras,
no las aromas raras
entre olores fenicios
y licores sabeos,
os rinden mis deseos,
por menos olorosos sacrificios,
sino mi corazón, que Carlos era,
que en el que me quedó menos os diera.

   Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestro
ninguna cosa os doy, y que querría
hacer virtud necesidad tan fuerte,
y que no es lo que siento lo que muestro,
pues anima su cuerpo el alma mía
y se divide entre los dos la muerte.
Confieso que de suerte
vive a la suya asida,
que cuanto la vil tierra
que el ser mortal encierra,
tuviera más contento de su vida;
mas cuanto al alma, ¿qué mayor consuelo
que lo que pierdo yo me gane el cielo?

   Póstrese nuestra vil naturaleza
a vuestra voluntad, imperio sumo,
autor de nuestro límite, Dios santo;
no repugne jamás nuestra bajeza,
sueño de sombra, polvo, viento y humo,
a lo que vos queréis, que podéis tanto;
afréntese del llanto
injusto, aunque forzoso,
aquella inferior parte
que a la sangre reparte
materia de dolor tan lastimoso,
porque donde es inmensa la distancia,
como no hay proporción no hay repugnancia.

   Quiera yo lo que vos, pues no es posible
no ser lo que queréis, que no queriendo,
saco mi daño a vuestra ofensa junto.
Justísimo sois vos; es imposible
dejar de ser error lo que pretendo,
pues es mi nada indivisible punto.
Si a los cielos pregunto,
vuestra circunferencia
inmensa, incircunscrita,
pues que sólo os limita
con margen de piedad vuestra clemencia,
¡oh guarda de los hombres! yo ¿qué puedo
adonde tiembla el serafín de miedo?

   Amabaos yo, Señor, luego que abristes
mis ojos a la luz de conoceros,
y regalóme el resplandor suave.
Carlos fue tierra; eclipse padecistes,
divino Sol, pues me quitaba el veros,
opuesto como nube densa y grave.
Gobernaba la nave
de mi vida aquel viento
de vuestro auxilio santo
por el mar de mi llanto
al puerto del eterno salvamento,
y cosa indigna, navegando, fuera
que rémora tan vil me detuviera.

   ¡Oh, cómo justo fue que no tuviese
mi alma impedimentos para amaros,
pues ya por culpas propias me detengo!
¡Oh, cómo justo fue que os ofreciese
este cordero yo para obligaros,
sin ser Abel, aunque envidiosos tengo!
Tanto, que a serlo vengo
yo mismo de mí mismo,
pues ocasión como ésta
en un alma dispuesta
la pudiera poner en el abismo
de la obediencia, que os agrada tanto
cuanto por loco amor ofende el llanto.

   ¡Oh, quién como aquel padre de las gentes
el hijo solo en sacrificio os diera
y los filos al cielo levantara!
No para que con alas diligentes
ministro celestial los detuviera
y el golpe al corderillo trasladara,
mas porque calentara
de rojo humor la peña,
y en vez de aquel cordero
por quien corrió el acero
y cuya sangre humedeció la leña,
muriera el ángel, y trocando estilo,
en mis entrañas comenzara el filo.

   Y vos, dichoso niño, que en siete años
que tuvistes de vida, no tuvistes
con vuestro padre inobediencia alguna,
corred con vuestro ejemplo mis engaños,
serenad mis paternos ojos tristes,
pues ya sois sol donde pisáis la luna.
De la primera cuna
a la postrera cama
no distes un sola hora
de disgusto, y agora
parece que le dais, si así se llama
lo que es pena y dolor de parte nuestra,
pues no es la culpa, aunque es la causa vuestra.

   Cuando tan santo os vi, cuando tan cuerdo,
conocí la vejez que os inclinaba
a los fríos umbrales de la muerte;
luego lloré lo que ahora gano y pierdo,
y luego dije: «Aquí la edad acaba,
porque nunca comienza desta suerte.»
¿Quién vio rigor tan fuerte,
y de razón ajeno,
temer por bueno y santo
lo que se amaba tanto?
Mas no os temiera yo por santo y bueno,
si no pensara el fin que prometía
quien sin el curso natural vivía.

   Yo para vos los pajarillos nuevos,
diversos en el canto y las colores,
encerraba, gozoso de alegraros;
yo plantaba los fértiles renuevos
de los árboles verdes, yo las flores
en quien mejor pudiera contemplaros,
pues a los aires claros
del alba hermosa apenas
salistes, Carlos mío,
bañado de rocío,
cuando, marchitas las doradas venas,
el blanco lirio convertido en hielo
cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo.

   ¡Oh, qué divinos pájaros agora,
Carlos, gozáis, que con pintadas alas
discurren por los campos celestiales
en el jardín eterno, que atesora
por cuadros ricos de doradas salas
más hermosos jacintos orientales,
adonde a los mortales
ojos la luz excede!
¡Dichoso yo que os veo
donde está mi deseo
y donde no tocó pesar ni puede,
que sólo con el bien de tal memoria
toda la pena me trocáis en gloria!

   ¿Qué me importara a mí que os viera puesto
a la sombra de un príncipe en la tierra,
pues Dios maldice a quien en ellos fía,
ni aun ser el mismo príncipe, compuesto
de aquel metal del sol, del mundo guerra,
que tantas vidas consumir porfía?
La breve tiranía,
la mortal hermosura,
la ambición de los hombres,
con títulos y nombres
que la lisonja idolatrar procura,
al expirar la vida, ¿en qué se vuelven,
si al fin en el principio se resuelven?

   Hijo, pues, de mis ojos, en buen hora
vais a vivir con Dios eternamente
y a gozar de la patria soberana.
¡Cuán lejos, Carlos venturoso, agora
de la impiedad de la ignorante gente
y los sucesos de la vida humana,
sin noche, sin mañana,
sin vejez siempre enferma,
que hasta el sueño fastidia,
sin que la fiera envidia
de la virtud a los umbrales duerma,
del tiempo triunfaréis, porque no alcanza
donde cierran la puerta a la esperanza!

   La inteligencia que los orbes mueve
a la celeste máquina divina
dará mil tornos con su hermosa mano,
fuego el León, el Sagitario nieve,
y vos, mirando aquella esencia trina,
ni pasaréis invierno ni verano,
y desde el soberano
lugar que os ha cabido,
los bellísimos ojos,
paces de mis enojos,
humillaréis a vuestro patrio nido,
y si mi llanto vuestra luz divisa,
los dos claveles bañaréis en risa.

   Yo os di la mejor patria que yo pude
para nacer, y agora en vuestra muerte
entre santos dichosa sepultura;
resta que vos roguéis a Dios que mude
mi sentimiento en gozo, de tal suerte,
que, a pesar de la sangre que procura
cubrir de noche escura
la luz desta memoria,
viváis vos en la mía,
que espero que algún día
la que me da dolor me dará gloria,
viendo al partir de aquesta tierra ajena,
que no quedáis adonde todo es pena.




ArribaAbajoHuerto deshecho


Metro lírico


Al ilustrísimo señor don Luis de Haro


   Haro, de la alta esfera
gloria, y honor del monte de Helicona,
donde mejor pudiera
mover el sol su espléndida corona
y con mayor eclíptico decoro
que en sus eternos paralelos de oro:

   oye con rostro afable
no de Marte el furor, ni las fortunas
del mar inexorable,
que entre lares domésticos algunas
suelen causar al sentimiento efetos
que el genio obligan a formar concetos.

   Antiguamente fueron
dignos los huertos, si las flores amas,
del honor que les dieron
los griegos y latinos epigramas,
vivas estatuas cuya ilustre pompa
no hay fuerza de los siglos que la rompa.

   Quejábase la tierra
en su principio que el celeste manto
tanta hermosura encierra,
y Júpiter, que amó las selvas tanto,
porque no pudo darle luces bellas
las flores igualó con las estrellas.

   En el laurel constante
vivió ninfa gentil; celosa ardía
Clicie, de Fabo amante;
a Narciso mató su filautía;
joven era el jacinto, y las hermosas
plantas de Venus purpuraron rosas.

   El fruto del discreto
moral, sangre de Píramo colora;
con tierno y dulce afeto
la madre del Amor a Adonis llora.
Tú, pues tuvieron almas, oye en tanto
que lloran flores lo que dellas canto.

   En la primera parte
de la tiniebla en que la noche fría
su escuro imperio parte,
los temerosos párpados abría
con luz intercadente y breve el cielo,
manchado a nubes el purpúreo velo.

   Sólo en silencio mudo
a sí misma la noche se escuchaba,
y en el informe y rudo
principio estar segunda vez juzgaba
cuantas naturalezas tienen forma
del claro sol que su materia informa.

   Temblaba de la tierra
la cara que afeitaron tantas flores,
amenazando guerra
las cajas de los polos tronadores
y las columnas que los arcos fían
cañones de cristal estremecían,

   cuando de los terrenos,
húmidos monstruos, que el planeta cuarto
engendra por los senos
nubíferos, ya rotos, brama el parto,
silbando por el viento y polvo ciego
en selvas de agua, víboras de fuego.

   Tantas balas de nieve
escupe la invisible artillería,
y tantos mares llueve,
que parece que en ira y en porfía
con nueva injuria a los gigantes fragua,
en Etnas de temor sepulcros de agua.

   Alivio de mis males,
mísero huertecillo, que dormía
libre de penas tales,
sus flores acechando el alba al día
para abrir de pimpollos tanta suma,
y yo su luz para tomar la pluma,

   a un tiempo nos quejamos
él con la voz, de que le roba el viento
las flores y los ramos,
y yo de ver que en su furor violento
no respetase Júpiter airado
la verde oliva y el laurel sagrado.

   Fulminaba tronantes
rayos al mundo el celestial teatro
que bordaron diamantes,
y, uno en furor, los elementos cuatro
pensaron que el motor que los gobierna
desengarzaba la cadena eterna.

   No bien la blanca aurora
los jazmines del pie puso en la plata
del coturno que dora
al tiempo que con luz el sol los ata,
cuando salí por ver qué fruto alcanza
la fe con que sembré tanta esperanza.

   No siente más fatigas
mísero labrador cuyo sembrado
coronaban espigas
cuando miró las líneas del arado
su primero sudor, y del novillo
limpias las eras y burlado el trillo,

   que yo mi inútil huerto,
robado como Hespérides de Alcides,
y en el campo desierto
otra Numancia de árboles y vides,
un Sagunto de flores y retamas,
las piedras hojas y los muros ramas.

   Sobre mojados limos,
Troyas de manutisas y claveles,
pámpanos y racimos
de un cenador, ya título, doseles,
porque le puso el tiempo en alto estado,
la arena de sus pies hicieron prado.

   Cual suele de mañana
antes de consultar el claro espejo,
sin falsa nieve y grana,
salir la dama en pálido bosquejo,
que desmintió lo que mentido había,
a la noche clavel y lirio al día;

   y ya huésped extraño,
su amante apenas sabe consolarse,
y llamándose a engaño,
más solicita el irse que el quedarse,
así mi huerto en el lluvioso abismo
amaneció mentira de sí mismo.

   Un árbol cuyo fruto
desatados corales imitaba,
volvió la pompa en luto
vengándose un jazmín que le envidiaba,
y le deja esqueleto así, y le priva
del alma natural vegetativa.

   ¡Condición arrogante!,
¡que no sufras, jazmín, que las mayores
plantas estén delante
porque tu verde red salpiquen flores,
sabiendo que crecer ni vivir puedes,
a no tenerte en brazos las paredes!

   La vividora hiedra
¿qué hiciera el laberinto de sus lazos,
si amante, con ser piedra,
piadoso el muro no le diera abrazos?
O ¿cómo, no trepando al verde colmo
fuera la vid tan alta como el olmo?

   Cuanto el cielo sustenta
precisa ha menester defensa alguna;
todo el favor lo aumenta;
hasta el inmenso mar crece en la luna;
que nunca vi medrar, o es monstruo raro,
planta sin sol ni ingenio sin amparo.

   Cual quedan en la guerra
manoplas, golas, petos y celadas
sembrados por la tierra,
y entre el sangriento humor rotas espadas,
así del viento bárbaros rigores
rompieron ramas y sembraron flores.

   Suspenso, yo le dije:
¿Qué es esto, huertecillo? ¿Qué fortuna
tan áspera te aflige?
¿Cuándo la envidia en humildad ninguna
fué tan cruel? ¿Si el verte tan florido
el exorcismo desta nube ha sido?

   ¿Qué mucho que desprive
la envidia al siete veces cónsul Mario
y que al suelo derribe
la gloria militar de Belisario?
¡Mas tú, mas yo venganzas tan crueles!
¿Por qué triunfos, jardín?, ¿por qué laureles?

   Si fueras el hibleo
de España, Aranjüez, no me admirara
que su feroz deseo
en tu rëal grandeza ejecutara;
mas átomo pensil, verte me admiro
el verde blanco de su helado tiro.

   Consuélate conmigo,
que después de dos años pretendiente
-los servicios no digo,
que fuera memorial impertinente,
basta que sepas tú que me pareces,
pues que te pierdes más cuanto más creces-,

   áspero torbellino,
armado de rigores y venganzas,
súbitamente vino
a deshojar mis verdes esperanzas,
haciendo el suelo alfombra de colores
tantas hojas escritas como flores.

   No fuera el gran monarca,
porque viviera yo, menor planeta,
pues cuanta tierra abarca
y ciñe el mar se le rindió sujeta,
que iguales mira al águila y al grillo
aquel topacio del celeste anillo.

   Corre sin desclavarse
del folio de zafir, alma del mundo,
múdase sin mudarse,
de la naturaleza autor segundo,
rey de la luz con paz de su armonía,
hacha inmortal donde se encierra el día.

   Si bien hay tierra adonde
ni aun con oblicuos rayos su grandeza
a su nadir responde,
tal es de mi fortuna la aspereza,
que no me alcanza el sol, ni me ha servido
haber junto a su eclíptica nacido;

   ni mi fortuna muda
ver en tres lustros de mi edad primera
con la espada desnuda
al bravo portugués en la Tercera,
ni después en las naves españolas
del mar inglés los puertos y las olas.

   Estoy seguro y cierto
de que ha de haber quien a los dos murmure,
mas no te espantes, huerto,
de que esta narración tanto me dure,
que como fui soldado de una guerra,
cuéntelo muchas veces en mi tierra.

   Ni menos al estudio,
ejercicio también de su alabanza,
pero fatal preludio
del suceso infeliz de mi esperanza,
pues que dimos los dos en tantas sumas
tú al suelo flores y yo al viento plumas.

   No es posible que falte
quien tu humildad castigue de que llore
el blanco y rojo esmalte,
que tu edad juvenil rompa y desdore
intempestiva furia de agua y viento,
pues vives el más ínfimo elemento.

   Fuerte filosofía,
retirada vejez, pero contenta,
que la fortuna mía
con el breve camino el paso asienta;
si algunas esperanzas he perdido
sólo del tiempo estoy arrepentido.

   Si yo no canto, basta
que otros canten por mí lo que yo lloro;
voraz el tiempo gasta
torres de vanidad, montañas de oro;
único sol, no padeció ruïna,
cándida virgen, la virtud divina.

   Esta, príncipe claro,
sublime en vos y altísimo ornamento
de vuestro ingenio raro,
os hace amable a todo entendimiento;
que si el alto nacer sólo ennoblece,
¡dichoso el que obra el premio que merece!

   Huerto, desta ribera
para siempre se fue, ¡qué infausto día!,
la dulce primavera
que con su hermoso pie te florecía;
por eso te faltó sereno el cielo
y a su occidente sol siguióse el hielo.

   A mí me daba vida
y a ti te daba flores. Ya la muerte
con su veloz partida
en estériles campos nos convierte,
que a vivir estos valles, no lo ignores,
a mí me diera siglos y a ti flores.