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Lamentos de un amante


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Versión lírica de Ramón García González




Lamentos de un amante


ArribaAbajo    Devolvía los ecos la cóncava colina
del dolor de una historia de aquel vecino valle.
Mi espíritu seguía el doble encantamiento
y recostado oía la voz del triste canto.
Al rato en este estado, vi una pálida joven,  5
que rasgaba papeles y destrozaba anillos,
asolando su mundo de lluvias y de vientos.

   Cubría su cabeza un sombrero de paja,
que guardaba su cara de los rayos del sol
y mi mente al mirarla, adivinaba un tiempo  10
de lozana hermosura, gastada por los años.
Segador es el Tiempo de flores juveniles,
más con ella no pudo ni el furor de los cielos
y de aquel bello tiempo aún muestras mantenía.

   De vez en vez llevaba su pañuelo a los ojos  15
en cuyo lienzo había unos extraños signos,
mojando los dibujos con su líquido amargo,
que en lágrimas, cual perlas, su dolo transformaba
y leyendo a menudo lo escrito en el papel
a menudo gritaba con palabras confusas,  20
ora el clamor agudo, ora grave el clamor.

   A veces con sus ojos impulsaba un mal rayo
cual si fueran los astros objeto de su ataque
y a veces divagando, clava estos pobres dardos
en la terrible órbita. A veces extendía  25
sus brazos al vacío, vagando su mirada,
al tiempo que sus brazos, sin fijación alguna
igual que un alma en pena, que sufre un mal delirio.

   Su ondulante cabello, ni suelto ni peinado,
proclamaban en ella su propia sencillez,  30
cayendo del sombrero de paja en cataratas,
por sus mustias mejillas del color de la cera,
mientras algunos rizos, entre su hilada malla,
serviles no intentaban, salir de aquel encierro
a pesar de que nada les impedía hacerlo.  35

   Miles de fruslerías extrajo de su cesto,
de cristal y de ámbar y cuentas de azabache,
que una a una en el río, distraída arrojaba,
sobre el llorado margen, se sentó en la ribera
y tal como en la usura, añadía sus lágrimas  40
como el poder de un rey, añadiendo más bienes
donde todo es exceso y no donde hace falta.

   Guardaba muchas cartas, hábilmente plegadas,
que leyó suspirando y arrojaba en el agua.
Rompió muchos anillos de oro labrado y hueso,  45
tirándolos al río a su tumba de cieno.
Aun encontró más cartas con doliente escritura,
graciosamente unidas en asedadas cintas
que así las protegía de curiosas miradas.

   Los bañó con el llanto constante de sus ojos  50
y antes de desgarrarlas con pasión las besaba.
¡Oh, tú mi falsa sangre, registro de mentiras!
¡Qué reprobable y triste, testimonio contienes!
¡La tinta más oscura, merece esta prisión!
Exclamó y muy furiosa las cartas desgarraba.  55
Así con su dolencia mataba el contenido.

   Un venerable anciano, pastor de su rebaño,
mal rufián de otros tiempos, que lances conocía,
de la corte y del pueblo, optó por contemplar
como pasan las nubes, mirándolas volar-  60
a la afligida moza, presto se dirigió
y amparado en su edad, quiso saber las causas,
brevemente explicadas de aquel dolor inmenso.

   Con tal fin se desliza, con su bastón nudoso,
a prudente distancia, se sienta cerca de ella.  65
Una vez que se sienta, suplica a la mujer,
que comparta sus penas con su piadoso oído
y si es que está en su mano, proporcionarle alivio,
no dudará un instante en darle algún consuelo,
pues debe confiar en el don de sus años.  70

   «¡Oh, padre!» dice ella, «aunque veas en mi
la herida de las horas que sin parar me arruinan,
no dejes que tus ojos me juzguen como vieja.
Que no es la edad mi ruina, sino el propio dolor
que sin el, aun sería una fragante rosa,  75
fresca en mi propia esencia, si hubiese dedicado
el amor a mí misma en ves de malgastarlo.

   Pero pronto accedí, para mi mala suerte,
al cortejo de un joven, que quiso mis favores.
Su exterior era un lujo de la Naturaleza  80
y mis ojos de virgen prendieron en su cara.
El amor hace nido y en él se aposentó,
como yo fui alojada en su propia belleza,
como dulce doncella que conoce el amor.

   Le caían sus rizos en serpenteantes ondas  85
y a cada leve soplo de la brisa o del viento
a sus labios llevaba sus cabellos castaños.
Lo que es dulce de hacer, pronto encuentra sirviente
y no hay ojo que al verle no turbara su mente,
pues tenía en su cara, generoso el resumen,  90
de todo lo que puede sembrar el Paraíso.

   Pocas muestras de hombre lucía su barbilla,
que apenas comenzaba su barba a despuntar,
terciopelo no usado en su piel fabulosa,
que desnuda ganaba al transparente velo,  95
aunque gracias a él era más adorable
y hasta el amor pensaba con vacilante duda
si era mejor tal era o al demostrar su encanto.

   De virtudes tan bellas, tal como su apariencia,
pues su lengua era joven y en consecuencia franca.  100
Mas si se le irritaba, se tornaba en tormenta,
como las que a menudo, nos da Mayo o Abril,
cuando el viento respira dulcemente en desorden.
De este modo su hombría, fiel de su juventud,
revestía sus yerros con la verdad altiva.  105

   Era tan buen jinete, que los hombres decían:
Ese caballo toma de su jinete el brío,
orgulloso por noble, a tan dócil servir.
¡Qué vueltas y qué saltos, qué andar y qué parada!»
Y entonces el debate por él se suscitaba,  110
sobre si era el caballo proeza del jinete
o el porte del jinete belleza del corcel.

   Mas pronto de su lado el fallo se inclinaba.
Su natural destreza le daba vida y gracia
a su dones reales y superfluos adornos.  115
Era en sí tan completo, que en su caso la ayuda,
ganaba al ser la gracia en él desempeñada
y al proponer mejoras estos aditamentos
no dañaban su gracia, pues él les daba gloria.

   De tal modo en la punta de su certera lengua,  120
todas las discusiones y los grandes problemas,
encontraban respuestas y sólidas razones,
que en su favor dormían o por él despertaban,
para gozo del triste y llanto del riente.
Dominaba el lenguaje con tan hábil destreza  125
que embarcaba pasiones en el mar de su antojo.

   De esta forma reinaba en el pecho de todos,
ya jóvenes o viejos, sin importarle el sexo,
al compartir su mente y quedar de sirvientes
a su real antojo, sirviéndole cual ciegos.  130
Plegaba voluntades su mágico deseo
y expresaban por él, lo que él hubiera dicho,
que al inquirir sus mentes, serviles se prestaban.

   Muchos se procuraron su divino retrato,
para educar sus ojos y en él poner su mente,  135
cual locos insensatos, que dan al pensamiento,
todas las ilusiones que en tierra extraña encuentran.
Sus tierras y mansiones, se otorgan en sus sueños
y se conceden gozos, que por él son gozados,
gozando de tal forma con su imaginación.  140

   Hubo muchas que nunca su mano acariciaron
y que dulces fingieron ser dueñas de su alma.
Yo triste y desdichada, de mi persona libre,
señora enteramente de todo mi cariño,
a sus jóvenes artes y magia adolescente,  145
le entregué mi ternura a su mágico encanto:
Conservando la rama, la rosa le entregué.

   Mas nunca le pedí, tal como hicieron otras,
ser suya ni ceder a sus propios deseos,
encontré en ser honesta la raya prohibitiva  150
y encontré en la distancia escudo de mi honor.
Construyó la experiencia para mí baluartes,
contra pruebas dolientes, de mi ansiado botín,
de esta joya tan falsa y el cautivo despojo.

   Pero ¡ay! ¿quién evita con gracias anteriores  155
el adverso destino que enfrenta a la mujer?
¿Dónde están los ejemplos que en esta inclinación
han sabido apartarla ayer de los peligros?
La prudencia no para a quien no lo desea
y al llegar este ardor, se escuchan los consejos  160
como un filo mellado ya falta de agudeza.

   Tampoco satisface a nuestra propia sangre
el vernos sometidos a la experiencia ajena,
que nos privan del dulce que tan bueno parece,
cuando se invocan daños, sólo por nuestro bien.  165
¡Ay, insensata gana, que flota sobre todo!
El paladar que tienes sediento de la prueba,
prueba aunque la razón le grite: «¡Esta es tu ruina!»

   Pues a poco me dije: «Este hombre es un falso!»,
al padecer las muestras de sus propios engaños.  170
Presentí que sus flores ornaban otros huertos
y que con el engaño, doraba su sonrisa
y que son las promesas correos de vergüenzas,
que letras y palabras eran sólo artificios
y bastardos de un alma, adúltera y oscura.  175

   Defendí por un tiempo el honor de mi plaza,
mas comenzó su asedio: ¡Oh, mi gentil doncella,
se doliente y sufrida con mi joven sufrir
y no temas si digo por ti sagrados votos.
La promesa que te hago, ¡jamás! la pronuncié.  180
Que a banquetes de amor cien veces fui llamado,
mas a nadie cortejo, ni a nadie me he entregado.

   Todas mis propias faltas que me adornan y ves,
son errores de sangre, nunca del pensamiento,
el amor no las hizo, pues fue como un contrato,  185
en que ningún amante, no fuera ni clemente,
para buscar pecado, su deshonra buscaron
y así de esta deshonra me culpo la mitad
y la otra en reproches que siempre se me hacen.

   Entre tantas doncellas, que mis ojos han visto,  190
sólo tú has encendido el fuego de mi alma,
ni ha causado a mi afecto, la menor desventura,
ni encantó con su embrujo mis ratos de placer.
Sin querer hice daño, sin ser jamás dañado,
prendí en sus corazones y el mío siguió libre  195
y ha sido en su terreno, amo, señor y rey.

   Estos son los tributos que me dan sus favores:
Mira, pálidas perlas y rubís como sangre,
pensando de este modo transmitirme su amor,
con penas y rubores claramente implicados  200
en el exangüe ánimo y acarminado ánimo.
Efectos de su miedo y su eterna modestia
que guardaban sus almas en aparente lucha.

   Contempla estas monedas de su dorado pelo,
con curvados metales, dulcemente tejidos.  205
Los recibí de muchas y todas eran bellas,
que gemían llorosas les fueran aceptadas,
junto con ricas gemas y joyas engarzadas
y pensados sonetos que a la vez ensalzaban
la rara y rica esencia de cada nueva piedra.  210

   Mirad este diamante que hermoso y duro es,
que encierra cualidades, tan raramente vistas.
Esta verde esmeralda que sólo al ser mirada
corrige el brillo enfermo de los ojos más débiles,
el zafiro cerúleo y el matizado ópalo,  215
entre diversas joyas, mostrando cada una
con blasonado ingenio un secreto lamento.

   Hay en estos trofeos de caluroso afecto,
los tristes pensamientos de un deseo servil.
La Natura me obliga a que no los conserve,  220
sino a dar y entregarlos ante quien yo me rinda,
es decir a vos misma: mi origen, mi destino,
pues ellas son por ley, dulces ofrecimientos,
al altar de mi sangre, del que sois la Patrona.

   Extiende, pues amada, tu mano incomparable,  225
cuya blancura inclina. las alas del elogio
y recibe en tu alma mis tiernas oraciones.
Santificados aires del fuego de mi pecho.
Soy sólo tu ministro, el más fiel y obediente,
que actúa a tu capricho y a tu deseo están  230
mis aislados presentes, reunidos en un ramo.

   Observa este legado, que me envío una monja
o hermana consagrada al más bendito nombre.
Que rechazó hace poco la corte y sus galanes
y que sus cualidades puso duda en las flores,  235
buscada por espíritus del más alto nivel.
Pero ella se mantuvo distante y se dedica
a consagrar su vida al Dios de amor eterno.

   Mas, ¡oh, dulzura mía! ¿qué nos cuesta dejar
lo que nunca tenemos o domar lo domado,  240
limitar los espacios que carecen de forma
o resolver enigmas en cárceles sin rejas?
Aquella que su forma restringe de tal modo,
se refugia en la fuga cuando llega el combate
y se otorga valores de ausencia y no de fuerza.  245

   ¡Perdón, si mi elocuencia, responde a la verdad!
El destino me puso de frente a su mirada,
logrando de inmediato su fuerza someter
y ahora quiere dejar su enrejada clausura.
El amor religioso desplazó a su buen Dios.  250
Por evitar pecados su alma encastilló
y hoy dispuesta al pecado su libertad procura.

   ¡Permíteme que diga lo poderosa que eres!
Los rotos corazones, que ya me pertenecen
vaciaron sus fuentes en mi privada alberca  255
y todo y más lo vuelco en tu gracioso mar.
Yo reino sobre ellos y tú en el mío reinas
y exige tu victoria que todo lo juntemos
en un filtro de amor que cure tus temores.

   Mis rasgos sedujeron a una sor consagrada,  260
que estando flagelada y en estado de gracia,
cuando miró mis ojos y el asedio iniciaron
olvido sus promesas y sus votos cedieron.
¡Oh, amor omnipotente! Ni vínculos ni votos,
excitan tu aguijón, ni anudan ni confinan,  265
porque tú lo eres todo y tuyas son las cosas.

   Cuando tú me presionas ¿de qué valen las leyes
de la ajada experiencia? Y cuando tú me inflamas,
¿qué baldías resultan tantas oposiciones,
como el temor, riqueza, ley, familia o prestigio!  270
El amor es la paz contra tantas vergüenzas.
El alivia sufriendo los dolores que causa,
su fuerza de amargura de choque o de temor.

   Hoy todas estas almas que dependen de mí,
sintiendo que se rompen, se desolan gimiendo  275
y a ti, ya suplicantes, dirigen sus suspiros,
porque dejes la lucha que contra mí diriges,
prestando sólo oídos a mis dulces designios.
Y soy alma creyente a un firme juramento,
que mi fiel lealtad, expondrá y cumplirá.  280

   Esto dijo bajando sus plañideros ojos,
cuyo mirar estuvo pendiente de los míos.
Ríos por sus mejillas, surgían como fuentes,
con salino caudal y rápida caída.
¡Oh, qué encanto le daba al río el dulce cauce,  285
reflejando en sus aguas el brillo de las rosas,
luciendo en sus espejos los colores que encierra!

   ¡Oh, buen padre! ¡Qué infierno de brujería esconde
una lágrima sola en su pequeña órbita!
Pero si están los ojos por el llanto anegados  290
¿qué duro corazón no acudirá hasta el agua?
¿dónde hay un alma helada que al verlo no se inflama?
¡Oh, dividido efecto! La modestia y la ira,
son el fuego que inflama y el hielo que lo extingue.

   Pues mira, su pasión, o el arte de su oficio  295
tornó también en mí, la inteligencia en llanto.
La blanca y pura estola de mi virtud tiré,
abatí mis defensas y todos mis rubores
y ante él me presento, como él ante mí,
llorando, más sus lágrimas no eran como las mías:  300
Me envenenó su llanto y el mío le dio cura.

   Es portador constante de tantas sutilezas
que aplica con astucia recibiendo mi formas,
encendidos sonrojos y torrentes de lágrimas,
desmayada blancura que toma o deja el gesto,  305
según las circunstancias le sirvan a su engaño.
También se torna lívido, ante cualquier visión
o bien se ruboriza ante sucias palabras.

   No hay corazón que viva si a su alcance se puso,
ni escapó de su dardo, de puntería exacta.  310
Sabe que el buen carácter es amable y es dócil
y tras estas caretas se goza en lo que arruina.
Negando desear aquello que buscaba
y abrasada en deseo su alma lujuriosa
alaba la pureza y exalta la virtud.  315

   De tal modo cubría con el manto de un dios
al desnudo dominio que ocultaba su ser,
logrando en la inocente que su voz escuchaba,
sentir que un querubín sobre ellas rondaba.
¿Quién por joven y honesta no deseó ese amor?  320
¡Ay, de mí, que caí y empero me pregunto!
Si otra vez sucediera: ¿qué sería de mí?

   ¡Humedad contagiosa del llanto de sus ojos!
¡Oh, fuego fatuo y falso que en su mejilla ardía!
¡Oh, trueno poderoso saliendo de su alma!  325
¡Triste aliento nacido de su inflamado pecho!
¡Tanta pasión fingida, tan real parecida!
¡De nuevo humillaría a la ya traicionada
y otra vez pecaría la moza arrepentida!



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