Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

Poesía naturalista: el ruralismo premodernista de fin de siglo

Francisco Javier Díez de Revenga





Parto de la base de que plantear la existencia de una «poesía naturalista», además de ser asunto bastante insólito entraña serias dificultades, razón, sin duda, por la que la cuestión, en este caso nada «palpitante», brilla por su ausencia en la bibliografía sobre el naturalismo como movimiento literario en España. Es lógico que así sea, sobre todo cuando se puso en duda incluso la posibilidad de que existiese un naturalismo en el teatro, como con toda seguridad debatió Émile Zola en alguno de sus más conocidos escritos1. Si se pudo poner en duda la existencia del naturalismo más estricto en el teatro, lógicamente también se ha cuestionado, e incluso se ha negado, la existencia de una poesía naturalista.

Antes de introducirnos en una serie de planteamientos que someto a la reflexión de todos, reconozco, y no voy a repetir aquí por archisabidos, la fuerza de cuantos argumentos se esgriman para demostrar un alejamiento necesariamente intrínseco entre las tendencias de pensamiento y de estilo, de carácter realista o verista, y la poesía, imaginativa por naturaleza. Desde luego, comprendo perfectamente, en el mismo orden de cosas, cuantas observaciones se me puedan hacer en cuanto a una relación de términos, quizá antagónicos, como «naturalismo» y «poesía». Pero no puedo olvidar que fue el propio Émile Zola el que en algún momento de su obra habló de Homero como «poeta naturalista» y el que aseguró que:

El naturalismo data de la primera línea que escribió el hombre. Desde este día, se planteó la cuestión de la verdad. Si concebimos la humanidad como un ejército en marcha a través de las edades, lanzado a la conquista de la verdad, en medio de todas las miserias, de todas las enfermedades, habrá que poner en vanguardia a los sabios y a los escritores. Sólo bajo este punto de vista es posible escribir una historia de la literatura, y no bajo el punto de vista de un ideal absoluto, de una medida estética común, perfectamente ridícula2.



Este afán zolesco por defender el naturalismo como una tendencia literaria general que puede afectar a todas las manifestaciones del escritor, tiene en la naturaleza la base de su esencia y de su existencia en el pensamiento naturalista. Las palabras de Zola son significativas:

El naturalismo es la vuelta a la naturaleza, es esta operación que los sabios realizaron el día en que decidieron partir del estudio de los cuerpos y de los fenómenos, de basarse en la experiencia, de proceder por medio del análisis. El naturalismo en las letras es, igualmente, el regreso a la naturaleza y al hombre, es la observación directa, la anatomía exacta, la aceptación y la descripción exacta de lo que existe. La tarea ha sido tanto para el escritor como para el sabio. Uno y otro tuvieron que reemplazar las abstracciones por realidades, las fórmulas empíricas por los análisis rigurosos3.



La cuestión queda planteada con toda claridad. Se persiguieron unos fines y se consiguieron determinados objetivos, aunque, como es sabido, no todo fue oro y lo que relució muchas veces se apartó del estricto dogma naturalista, dando entrada a excepciones que hicieron la regla válida y que aún hoy nos sobrecogen y nos subyugan como lectores.

Un aspecto muy interesante de todo este asunto lo constituye, desde luego, el examen de la posibilidad de existencia de una poesía naturalista. Hemos avanzado que en principio ambos conceptos no son fácilmente allegables. Parece que poesía y naturalismo son antagónicos y, sobre el papel, evidentemente se formulan como entes contrarios. Pero lo cierto es que en España existió una manifestación poética que no se dudó en denominar naturalista, y que, desde luego, responde a un tiempo y a un espíritu relacionados con el naturalismo. Fue José María de Cossío quien, en 1958, no dudó en adscribir a esta corriente a aquellos poetas que, a falta de otro marchamo más digno e inencasillables en otras denominaciones, habían sido considerados costumbristas o regionalistas, basándose más en un criterio geográfico o lingüístico que en un criterio estrictamente ideológico o literario. Y es curioso que el propio Cossío, que fue en definitiva el que les dio el nombre de naturalistas a poetas como Vicente Medina, o Gabriel y Galán, tampoco esté muy seguro o sea muy firme en su decisión. Así escribía el apreciado estudioso en 1958:

Una corriente poética merece apuntarse, que nacida a fines del siglo XIX, tiene su mayor desarrollo ya dentro del nuestro. Es lo que pudiéramos llamar naturalismo rural, y lo fomenta, a más del ejemplo del naturalismo en la novela, el renacimiento de los idiomas y dialectos regionales característicos de este período4.



El objetivo de las presentes páginas no es otro que confirmar que no debemos temer a la hora de utilizar tal adscripción a poetas hoy prácticamente olvidados del público lector como Vicente Medina o Gabriel y Galán, tantas veces injustamente maltratados y relegados a un encasillamiento regionalista que los ha reducido a ser lectura de nostálgicos y neurasténicos eruditos locales. La historia tiene siempre sus razones, pero intentaré demostrar con los documentos suficientes que en aquellos años finales de siglo las cosas fueron de manera muy distinta, y con el nacimiento de la poesía de Vicente Medina se quiso ver la aparición de una poesía que a muchos convenció por su sinceridad y que no se dudó en allegar al naturalismo, entonces tan de moda, tan discutido y tan denostado.

Antes de avanzar más sobre aquellos años, volvemos de nuevo a nuestro tiempo, a 1986, para advertir que la adscripción hecha por Cossío no fue prédica en el desierto, y observar que hoy se toma en consideración, en el último manual que ha aparecido de literatura española, la clasificación que nos ocupa, aunque eso sí, con toda clase de reservas. Pedraza y Rodríguez señalan lo siguiente en el volumen que dedican a literatura «fin de siglo»: «El otro aspecto que trataremos en este capítulo es el de la poesía regionalista y dialectal [como vemos, Pedraza-Rodríguez insisten en clasificaciones basadas en criterios geográficos -regionalista- y lingüísticos -dialectal-, pero no literarios]. Este movimiento -continúan- hunde sus raíces en el siglo XIX. Tiene relación con el resurgir de las lenguas vernáculas que desató el romanticismo y con el propósito verista que es propio del realismo. Cossío -terminan- recoge estas formas líricas bajo el significativo título de naturalismo rural»5.

En los años finales de siglo los críticos tuvieron menos dudas. Relacionaron a Vicente Medina con las corrientes próximas al naturalismo, lo cual tampoco fue muy difícil, sobre todo si tenemos en cuenta que el poeta fue al mismo tiempo conocido como dramaturgo, y como autor de dramas rurales, especie próxima a corrientes naturalistas. Si puede haber dudas de la existencia de una poesía naturalista, también las hubo sobre la posibilidad de un teatro naturalista, y aún hoy percibimos el apasionamiento con que Zola defendió la realidad de una escena próxima a su movimiento6. Pues bien, como recuerda Mariano de Paco, el editor actual de aquel teatro naturalista del poeta,

[...] cuando Vicente Medina escribe sus obras dramáticas [en los años últimos del XIX] gozan de un notable desarrollo en la escena española dos subgéneros teatrales: el drama rural y el drama social. En el origen de este último se advierte la influencia del naturalismo y del costumbrismo regional, tan extendido en los años finales del siglo XIX7.



Y lo más curioso es que tanto formas como temas, sobre todo el amor y la honra, se desarrollan en este género «reflejando las pasiones humanas en un estado primario que la ambientación favorece decisivamente»8. Con tales supuestos, quien desde luego lo tenía muy claro es el propio Medina que no dudaba, en uno de los numerosos escritos teóricos de aquellos años, en afirmar su incuestionable, para él, adscripción. En 1902, relataba el poeta sus comienzos literarios ya serios después de muchos ensayos y ponía de relieve cómo cuando tenía esbozado el drama El rento se dedicó, señala con cierto tono científico muy de la época, a hacer «unos estudios del lenguaje que iba a emplear en el [drama], escribiendo algunos romances en el habla de la huerta»9. Es cuando surge su primer, y luego tan famoso poema, «La barraca», al que seguirían «En la cieca», «La novia del sordao», «Isabelica la guapa», «Carmencica», etc. Terminado el drama y estrenado, el poeta fijó entonces, decidido y consciente, lo que habría de ser su estilo:

Desde entonces quedó definido claramente mi carácter literario. Géneros: la poesía y la dramática. Escuela: la naturalista. Asuntos: la vida actual, sus luchas, sus dolores y sus tristezas. Tendencias: radicales. En mi labor, dos literaturas, al parecer: regional y general; a mi entender, una sola: la popular10.



Creo que el texto merece algunos comentarios, y ya sobre él se han hecho objeciones interesantes tanto por Mariano de Paco como, más recientemente, por Manuel Alvar. Aseguran ambos que en algunas cosas acierta aunque en otras estaría un tanto desorientado11. Pero lo que ahora nos llama la atención es la seguridad con que afirma que su escuela será la naturalista, y los asuntos, la vida actual, sus luchas, sus dolores, sus tristezas. Y la rapidez con que trata de desprenderse de la etiqueta de regional para preferir la más prestigiosa, incluso ideológicamente, de «popular». Que consiguiera o no crear esa escuela de dramática y poesía naturalista es otra cuestión, pero desde luego lo que sobresale es su seguridad en la adscripción literaria al naturalismo.

Partiendo de la consideración de los «asuntos» antes señalados (la vida actual, sus luchas, sus dolores, sus tristezas), vamos a introducirnos en algunas de las notas características que definían esta nueva poesía por lo menos en el plano de lo teórico. José María de Cossío delimitó con bastante acierto, ya en 1958, cuáles eran las aportaciones más originales del poeta:

Vicente Medina [escribe el ilustre crítico] se enfrenta con la naturaleza y las gentes de su tierra, y para interpretar su belleza o sus sentimientos, elige el camino directo que es el del propio dialecto de sus modelos, y además, en sus giros y en su léxico más plástico y popular [...]. El dialecto venía a ser así el idioma de las pasiones y sentimientos generalmente elementales de las gentes del pueblo, y es explicable que la lengua poco elaborada literariamente, encontrara dificultades para la descripción o el análisis delicado de las pasiones. Lo cierto es que Vicente Medina no pretendió otra cosa. Sólo expresar la verdad, la verdad de una lengua recogida directamente del pueblo, aunque hay que asegurar que su propósito no era filológico sino verista. Con razón Manuel Alvar ha asegurado que la lengua empleada por Medina no es dialectal en sentido lato sino castellana con dialectalismos en sentido estricto, como lo es del resto de la poesía dialectal española de nuestro siglo12.



Un escritor se destaca entre los que pusieron en relación a Medina con el naturalismo. La autoridad de Clarín en estos terrenos es valiosa a la hora de comprender cómo se entendió a Medina en aquellos años. El día 20 de julio de 1899, en un artículo de La vida literaria escribía Leopoldo Alas palabras que hoy son clarificadoras, sobre todo a través de unos subrayados que sobresalen en su texto. Para Clarín,

Medina no pretende nada; no tiene escuela, no tiene vanidad... Casi no tiene más que dolor. Casi siempre habla de las penas que le vienen a los humildes de su propia pobreza, por culpas del ancho mundo, tan difíciles de determinar, que parece que caen de las nubes todas las desgracias, y que culpable no es nadie o es el viejo fatum. No es Medina tendencioso; no cultiva el arte por la sociología; no es poeta socialista, ni anarquista, ni... ácrata, como se llaman ahora algunos. Por lo mismo causan más impresión los [y aquí vienen subrayadas tres palabras] hechos, los documentos, las pruebas, que en sus versos se acumulan a favor de la causa de los desvalidos13.



Tales hechos, documentos y pruebas ponen inevitablemente en relación a Medina, en la mente de Clarín, con el naturalismo, una de cuyas vertientes, la rural, es a la que con más facilidad es posible adscribir a nuestro poeta como a Gabriel y Galán. Recuérdese que Cossío hablaba de «naturalismo rural», y lo cierto es que el campo entra de lleno en la literatura nuevamente, ahora desde un ángulo de análisis estrictamente experimental y verista. El ejemplo de Zola y su novela La tierra, la existencia del drama rural y su conexión con el naturalismo ponen de moda en ciertos niveles lo que podríamos denominar «ruralismo». Medina fue siempre muy consciente de su especialización en este campo y, todavía en 1932, el poeta se mantenía fiel a su concepto de la poesía que él denomina «agraria», caracterizada por «la lucha y el amor por el terruño»14. Y en los años que nos ocupan, en el paso de un siglo a otro, la posición de Medina a este respecto era valorada por su originalidad y su valentía. Así, el poeta Teodoro Llorente, a raíz de la aparición de La canción de la huerta (segunda serie de Aires murcianos15) no duda en referirse al carácter nuevo de esta poesía tanto por su contenido humano como por su nuevo enfoque, alejado desde luego de un costumbrismo regionalista y superficial:

Aunque la huerta murciana [escribe Llorente] se presta mucho a la pintura del paisaje, Medina no es paisajista; es un pintor de género. No le interesa la Naturaleza, sino el hombre; no es el poeta del campo, sino el poeta de los campesinos. Ni en sus primeros Aires murcianos, ni en los que ahora ha publicado, hay una sola composición meramente descriptiva; todas son escenas de la vida humana a las que da realce el lugar en que se desarrollan, pero este agradable escenario solo es el fondo del cuadro: el interés de este estriba en las figuras, pintadas siempre, con tan delicados toques de observación, que parecen vivas y quedan imborrables en nuestra memoria16.



Relacionado con el ruralismo, y con la interpretación exacta de la realidad, se destaca la sinceridad, la autenticidad de los ambientes recogidos en la poesía naturalista, pero sobre todo la desnudez de sentimientos expresados sin alambiques ni artificios. Clarín, por ello, afirmaba con rotundidad el valor del arte de Medina;

El arte divino reservado a tan pocos, de trasparentar el dolor real en poesía inspirada, breve, natural, sencilla; con la retórica eterna que solo conocen los que saben demostrar la sinceridad absoluta de una manera evidente. El si vis me fieri de aquel Horacio a quien muchos creen pedantón, pedagogo en verso; a quien llamaba tonto, o cosa así, hace poco no recuerdo qué ignorante muy modernista (!)...



Lógicamente, «modernista» va subrayado y seguido de una admiración entre paréntesis y unos puntos suspensivos17.

Si para Llorente era el campo y los campesinos lo que llamaba la atención de Medina, frente a la Naturaleza con mayúscula como decorado, para Clarín es la tierra subrayada también lo que define al poeta: «Este tomo de Aires murcianos ¡es tan español! Tan universal también, pero ¡tan español! Así es el arte mejor; del mundo entero... y además de su tierra18».

Otro de los grandes admiradores de Medina y de lo que traía a la literatura fue Azorín, cuando todavía no era nada más que J. Martínez Ruiz. Precisamente, los diferentes artículos en los que se refirió al poeta durante sus primeros pasos habían destacado las cualidades a que nos estamos refiriendo como nuevas. Así, justamente en 1898, Azorín señala que por un lado nuestro poeta «es un artista cabal, enamorado del arte, entusiasta de la naturaleza, del campo, de los paisajes de su tierra», por otro asegura que es un poeta delicado, genial y conmovedor que sabe llegar al alma, para expresar «la ternura, la infinita ternura de los hombres y de las cosas»19. Pero, junto a esa emoción, para Azorín también es valiosa la presencia de la realidad tanto en la poesía («Nada más estético, más esencialmente artístico, que esta melancolía, esta ansia de vivir del que muere, este anhelo hacia algo soñado, hacia el ideal que no perece -desequilibrio entre la vida de la realidad y la vida a placer forjada»20) como en el teatro, dado a conocer en esos años («el drama del labriego, de la ruda gente del campo, embrutecida por el trabajo feroz de todo el día, explotada por el amo»), «Yo he sido campesino también -añade Martínez Ruiz-; yo he vivido en el campo y he visto la miseria horrible de esa gente; la he visto extenuada por la fatiga, pálida, cubierta de harapos, pidiendo un pedazo de pan, de puerta en puerta; la he visto emigrar a tierras apartadas, abandonado el pedazo de suelo en que nacieron.»21

El verismo y la autenticidad llamaron la atención de los contemporáneos de Medina que elogiaron su estilo. Para Clarín, «Cansera» era «una de la más reales [subrayado] poesías de la lírica española del siglo XIX»22, aunque el poeta siempre prefirió hablar de espontaneidad. Todavía en 1932 aseguraba:

Soy un poeta genuinamente popular: no he pasado por las aulas, me he formado espontáneamente... Más que preparación he tenido instinto para las letras, para la poesía. Popular de procedencia y por temperamento, creo que acerté al inclinarme a la poesía popular, por haber encontrado en ella un filón casi inexplotado de motivos, sentires, imágenes, palabras, todo ello saturado de sentimiento y frescura23.



Aun así, Cossío, en 1960, valoraba positivamente lo que para él era más original. Así, refiriéndose al patético poema «Murria», señala que «el género es singularísimo y dentro de su inevitable realismo la fuerza patética de los temas y su directa expresión dan vislumbres de auténtica poesía que la sentimos cuando nos parecía estar alejados de su ambiente»24. Recuerda Cossío las conocidas palabras de Unamuno en las que comparaba los poemas de Medina con los idilios griegos «en sentido helénico», es decir, poesía del campo, pero distingue muy atinadamente el crítico santanderino que

[...] en este paralelo le falta a Medina refinamiento retórico, sentido clásico de la medida y le sobra efusión, desmesura de pasiones y sentimientos, primitivismo. Pero con estas armas [concluye Cossío] puede conquistar la estimación de todos los apasionados de la poesía, hasta de los melindrosos y refinados que repugnan lo directamente rural y rudo25.



Obsérvese bien que los calificativos de Cossío son certeros y permiten poner en relación lo que Medina quería aportar con las corrientes de signo realista y naturalista. Lo que para él era espontaneidad, merece para su crítico de sesenta años después los calificativos de primitivo, rural, rudo, tan alejados, desde luego, del concepto convencional que podemos tener de poesía y lirismo.

A la hora de situar lo que Medina ofrecía a la literatura de su tiempo, es fundamental tener en cuenta cómo se difundió su obra, a pesar de residir en una provincia alejada de los centros editoriales madrileños. Sus primeros poemas aparecieron en alguna revista tan extendida como Madrid cómico y, aunque su primera edición de Aires murcianos apareció en Cartagena en 1898, pronto fue incluida una selección de tales Aires en la Biblioteca Mignon, con la que se abría la colección de libros que se haría famosa. Cuando se publica, al año siguiente, 1900, la segunda edición en tal biblioteca, percibimos que Medina encabeza, en Madrid, la colección más significativa en esos años que difundía la última literatura realista y naturalista. En ella había aparecido en tan corto espacio de tiempo una buena serie de tomitos con obras como ¡Solo! de Palacio Valdés, Las dos cajas de Clarín, El pájaro verde de Valera, Cuentos de Jacinto Octavio Picón, Tremielga de José Ortega y Munilla y Para ser buen arriero de José María de Pereda. Los tomitos iban ilustrados por pintores de la época como Francisco Cidrón, Torres García, Saiz Abascal, Sedaño o Apeles Mestres. Como señalan Pedraza-Rodríguez, el editor, el indiano catalán Rodríguez Serra, también apoyó a los jóvenes incluyendo luego en esta diminuta biblioteca obras de Baraja, Enrique de Mesa, etc. y publicando en otras colecciones las primeras ediciones de Camino de perfección y de Antonio Azorín.26

Habría que hacer referencia finalmente a otras tendencias de la época de Medina, en las que ha sido imposible encuadrarlo, por más que se ha intentado. Es frecuente la tendencia de historiadores y críticos de encasillar a los poetas de una época en determinados movimientos, con el fin de facilitar, metodológicamente, el entendimiento de todos los escritores de un tiempo sujetándolos a determinadas características. Pero hay casos en que tal actitud es imposible. Es lo que ocurre con Vicente Medina y con el que Unamuno y Maragall consideraron su seguidor, Gabriel y Galán. Cualquier intento de clasificación de ambos escritores como autores del 98 o modernistas ha fracasado totalmente. Pero han resultado muy clarificadoras las observaciones de aquellos que al ponerlos en relación vieron enseguida las notables diferencias.

Un caso singular a este respecto lo constituye la relación Vicente Medina y generación del 98. Sobre ella se han ocupado Valbuena Prat, de forma muy somera, y sólo comentando alguno de los escritos de Azorín2727 y Justo García Morales, que lo ha hecho con profundidad e intuición, aunque sin llegar a dar con la clave del asunto, que es su adscripción como «poeta naturalista». Es notoria, porque es algo muy conocido en la crítica de Vicente Medina, la buena amistad que el poeta mantuvo con Azorín y sobre todo con Unamuno, amistad esta última que duró hasta los años de nuestra Segunda República, poco antes de morir ambos, con muy pocos meses de diferencia (diciembre de 1936 y agosto de 1937). Pero la relación de amistad no supone sin embargo una misma actitud ante las cosas.

En la primavera de 1960, cuando Vicente Medina estaba totalmente olvidado y postergado por razones más que claras hoy día, Justo García Morales (él mismo reconoce este hecho en las primeras palabras de su trabajo -«su memoria está un tanto oscurecida por los inevitables y hasta provechosos vaivenes de la vida [...] es preciso ir pensando en volver a considerar y valorar justamente su poesía [...]»-) planteó la adscripción a una tendencia literaria de las figuras de Vicente Medina y Gabriel y Galán. El trabajo de Soriano -una ponencia en un congreso regional- se tituló nada menos que «Vicente Medina y el otro 98», creando para explicar la no adscripción de Medina y Galán (que eran de la misma edad que los del 98) al grupo famoso y tan en boga en aquellos años -finales de los cincuenta- (se citan como novedades dos libros de Laín y S. Granjel en sus ediciones de 1959), el concepto que figura en el título de su ponencia. Unas palabras de este último sobre Medina le parecen interesantes porque nos permiten entrever un 98 desacostumbrado:

ya no se trata de los escritores cultos de la ciudad que en trenes desvencijados y mortecinos van en busca del campo, del paisaje. Estos autores han nacido en la gleba; el paisaje surge espontáneamente en sus versos sencillos y muy parecidos, aunque no iguales a los otros que las buenas gentes cantan. 28



Lo cierto es que Morales asimila a Medina con los del 98 en la vivencia del desastre colonial pero con una diferencia fundamental: que «Vicente Medina, a diferencia de los escritores considerados hasta ahora exclusivamente del 98, vivió personalmente el Desastre antes de que ocurriera en su cara y en su cruz»29. La cara, su voluntariado en Filipinas; la cruz, las huertas desoladas que habían visto partir a los jóvenes hacia la guerra.

El otro movimiento con el que se ha relacionado a Medina -el último en hacerlo ha sido el manual de Pedraza-Rodríguez, por lo menos en el uso de la silva arromanzada- ha sido el modernismo, aunque, como hace María Josefa Díez de Revenga, la relación es de profunda separación y desprecio. Según señala la citada estudiosa, Medina se mantuvo al margen de la renovación modernista, cuya poesía, por otra parte, no debió entender. Esto me lo hace pensar la insistencia con que el poeta murciano rechaza lo que él llama poesía «afilagranada»30. Pero es sobre todo Clarín el que, ya en 1899, dejó claro, con indudable satisfacción, que Medina se hallaba bastante lejos de las nuevas y preocupantes modas:

No necesito decir [escribía Leopoldo Alas en las páginas de La vida literaria] que a mí los sencillos versos de Medina me hacen mucho más efecto que las contorsiones rítmicas de otros que ni sienten ni padecen... más que su vanidad, o un prurito escolástico; y escriben con cincel, como ellos dicen, o lo ven todo azul. Entre estos señoritos los hay que han llegado a adquirir una rara habilidad que a mí... acaba de hacerme gracia. Consiste esa diablura en escribir de manera que sus poesías, originales sin duda, parecen traducciones de versos franceses, correctos gramaticalmente, pero con el sello del galicismo en el estilo31.



Frente a tales poetas, indudablemente los modernistas, se sitúa Medina, que, para Alas, es «un joven muy modesto, muy sensible, muy natural (también esta última palabra, subrayada)32. «Para mí -escribía el poeta todavía en 1932- la belleza insuperable está en lo natural: concisión, claridad, sencillez». Y precisamente esa sencillez, y esa rudeza que Cossío veía como algo poético, fueron las que produjeron el rechazo de don Juan Valera que, naturalmente, tenía otro concepto de la poesía y recomendaba a Medina que puliese su obra: «A mí, más que obras acabadas, me parecen bosquejos, apuntes, rico material acumulado, para componer más tarde con el esmero y primor que se requieren, unas admirables poesías»33. Está claro entonces que Medina emitía en una onda muy diferente de lo que pudiera sonar a artificioso, recargado, bello en su forma. Él siempre prefirió, frente a las nuevas modas o a las antiguas, las cosas como son, el realismo llevado a su extremo más natural, por lo que no dudó en autoclasificarse como perteneciente a la escuela naturalista, título que la posteridad no le ha respetado, prefiriendo hablar de él, como de Gabriel y Galán, como poetas regionalistas y dialectales, y a lo sumo como costumbristas.

No estoy seguro, ni tampoco lo pretendo en ningún modo, que Medina a partir de ahora sea considerado un naturalista. Creo, que a pesar de todo lo señalado, hay también muchos argumentos en contra, que aumentarían cuando tratásemos de Gabriel y Galán. Pero creo que hacer sonar el nombre de tan valiosa escuela literaria a la hora de hablar de esos poetas ruralistas aclara un tanto las cosas en el panorama de la poesía premodernista, cuando ya los primeros simbolistas españoles, anteriores a Rubén, como Salvador Rueda, Ricardo Gil o Manuel Reina, estaban dando a conocer una poesía nueva, distinta, muy distinta de este poeta olvidado, de este lector juvenil de las novelas de Emilio Zola34.





 
Indice