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ArribaAbajo Coplas y cantares del pueblo ecuatoriano

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ArribaAbajoEstudio preliminar

Por Isaac J. Barrera


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La poesía popular es una flor humilde de los campos y por eso mismo es grata, porque con naturalidad y sencillez traduce el sentimiento ingenuo y también, por espontáneo, más adentrado en la tierra. Brota en los labios campesinos como fruto de sensibilidad que no se disfraza, pero que tiene la savia de un lirismo conmovedor, y que traduce tan atinadamente los móviles que conducen a esas almas sin reveses. El cantar de América es el heredero de la copla española; es un trasplante y un retoño. Se adaptó sin esfuerzo, a tal punto que a estas horas no se podría distinguir cuál de ellos se escribió en España, o en la vasta extensión de nuestra América. La copla española floreció en las Indias Occidentales. Los españoles que pasaron a la conquista la hicieron escuchar al indígena vencido; el mestizo la escuchó del labio de los padres y la tradujo a su propio sentir.

El cantar llenó, más que con la melodía, con la intención que llevaba en su breve vuelo. Amor y dolor es el tema de los cuatro versos que forman estos pequeños poemas, que son también epigramas que saben herir como saetas para expresar la desilusión o   —94→   la venganza. La separación en asuntos resultaría muy difícil, porque, ya sea que se entone con alegría o con tristeza, lleva una intención que sólo los oyentes se encargan de descifrarla.

La poesía popular se ha conservado y se ha extendido en América, hasta parecer que hubiera nacido en este suelo. Las coplas que se cantan con tanto sentimiento en las serranías, se repiten en los valles y en las costas y, a lo mejor, varias de ellas son actualmente populares en España. Sin embargo, el cantar es tan propio, refleja actitudes sentimentales tan nuestras, que con sólo su estudio se podría escribir de la psicología de estos pueblos y de su historia. El benemérito Juan León Mera, el primero en muchas iniciativas valiosas en el estudio de la literatura, recopiló en gran volumen los cantares ecuatorianos. Posteriormente se han hecho otros trabajos sobre el mismo tema, y, al revisar el último estudio de Darío Guevara, se podría afirmar cómo nuestro cantar traduce tan fielmente aun los acontecimientos que ocurren en este país, que con ayuda de ellos se podría muy bien trazar una pequeña historia, con interpretación trascendental y nueva.

La procedencia del cantar es conocida; la copla española se volvió cantar. Es una continuación y una adaptación. La copla debió aparecer en la literatura después del romance. Los escritores castellanos del siglo XVI llaman copla a cada cuatro versos de un romance, indicándose de este modo el camino que siguió al formarse esta composición breve que buscaba tan sólo un oyente al que iba dedicada, para expresar con premura el anhelo oculto que adoptaba el verso para declararse. Las novias, las muchachas, no volverían ni siquiera la cabeza, pero en sus oídos resonaría con agrado el donaire.

La copla es el sentimiento del pueblo que se compuso para cantar por los campos a pulmón lleno, o para decirla al son de una guitarra, o con acompañamiento del harpa callejera. Bien se ha argüido al decir   —95→   que no siempre es el pueblo el autor de la copla, con lo que se haría la distinción sugerida por don Ramón Menéndez Pidal entre lo popular y lo tradicional; pero una copla no tiene verdadero valor sino cuando se desprendió de manos de un autor conocido, para perderse en el anonimato de lo colectivo. En muchos casos, se conserva el recuerdo de poetas conocidos que soltaron a volar los cuatro versos; pero que al obtener esa libertad, si vuelve al lugar de la partida, regresa tan transformada, por no se sabe quién, que el mismo autor no la conoce.

Francisco Rodríguez Marín, el notable comentador de El Quijote e interesante compilador del folklore, escribía que «así como el pensar de un pueblo está condensado y cristalizado en sus refranes, todo su sentir se halla contenido en sus coplas», que son como los pájaros que cantan cuando están alegres y otras, para espantar sus males.

Manuel del Palacio dijo con precisión:


   Buena copla es la que deja,
al que la canta o escucha,
en el corazón, consuelo,
y en los labios amargura.



que es el mismo pensamiento que un cantor anónimo exponía, al decir que


   Cantar que del alma sale
es pájaro que no muere;
cantando de rama en rama,
Dios manda que viva siempre.



Condiciones de la poesía popular son la de difundirse fácilmente y la de estimular al cantor a servirse de la copla, acomodándola a su propio caso con la interpolación de palabras que parezcan más apropiadas   —96→   en la oportunidad. Los cantos populares se difunden por contagio y por asimilación; se podría consultar cualquiera de los cancioneros que han reunido la copla en España y América, para encontrar las que se oyeron cantar en todos los tiempos y que hicieron creer que habían sido compuestas en este suelo.

En nuestro caso, la copla conserva el recuerdo de su origen, pero crece con la lozanía que le da el ambiente; y, a medida que se efectúa el arraigo, la copla se reviste del matiz que ha de convertirla en propia. Por eso, los cancioneros seguirán coleccionando coplas que se cantan en España y en las repúblicas hispano-americanas, y, junto a ellas, estará la brotada en este suelo, sin mayor diferencia. La copla ecuatoriana puede dividirse en dos clases, la que continúa la tradición y la que, amoldándose al sentir nacional, trata de distinguirse con el modismo ecuatoriano y hasta con voces del quichua popular.

El Ecuador posee el rico Cancionero reunido por Mera. Más de dos mil coplas ha coleccionado el investigador benemérito, y en esas coplas se encuentran, desde el cantar español que pasó íntegro con los conquistadores, hasta la estrofa que se refiere a hechos y acontecimientos de nuestra historia. Al revisar la colección se comprende su importancia, porque descubre el sentimiento popular, heredado y mantenido en estas tierras; los elementos de cultura y la psicología de los pueblos salen a flor de labio, allá como aquí, con tal continuidad que diluye toda separación.

La estrofa sencilla, de cuatro versos, que no tiene la nerviosidad de la seguidilla ni de otros cantos populares de España, traduce la melancólica sonrisa del ecuatoriano que no se desespera con ningún dolor, porque tiene confianza en su porvenir. Es también la estrofa popular, comentario del acontecimiento callejero o del hecho político juzgado por el pueblo. El poeta anónimo echa su cuarto a espadas y se sonríe o se irrita ante los episodios de la vida cotidiana.

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La revisión de la Antología de mera, invita a sacar al margen cantares que ilustren toda observación al respecto. Después de copiar, Mera, coplas y cantos de Navidad, obra clara del misionero católico, transcribe los versos sentenciosos y morales. En todos ellos, la muerte es la preocupación constante del cantor; la alegría se destiñe y se acalla, por miedo al pecado, a la muerte, al más allá misterioso y terrible.


   Nadie imagine que entiende
el arte de ser feliz.
Quien más saberlo pretende,
muere siempre de aprendiz.



La felicidad es fugaz, y si alguna vez la dicha penetra en alguna casa, hay que cerrar las puertas, para que los extraños no se den cuenta, ni atisben envidiosos y procuren acabar con ella:


   Si la dicha te visita,
gózala a puerta cerrada;
pues si la ven tus vecinos,
o se mueren o la matan.



Hay muchos cantares que sirven para que los poetas modernos modulen los pensamientos en otro son; pero con un mismo contenido. ¿Cuál de ellos lo expresó mejor? González Martínez, el gran poeta mexicano, filosofaba ante el dolor y aconsejaba llorar, pero en silencio, para no turbar la paz de la vida. El pueblo ya lo había dicho antes, con mayor sencillez, pero no con menos poesía:


   De quejarse o no quejarse,
no quejarse es lo mejor;
pues no he visto que las quejas
alivien ningún dolor.



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Y en otro cantar:


   Corazón, sufre callado,
no publiques tu pesar,
pues el pesar publicado
otros mil suele llamar.



El pueblo ecuatoriano sinceramente católico, si conoció la duda, no se atormentó con ella; tuvo la fe del carbonero, y ante ella, las vacilaciones desaparecen y la esperanza se fortifica. La muerte tiene secretos imponderables, que sólo la religión contribuirá a calmar el espanto. Los hombres más duros en la vida, flaquearon ante la muerte:


   «De la muerte yo me río»,
dice el impío arrogante;
pero si la ve delante,
le empieza el escalofrío.




   Un hereje se enfermó
una vez con calentura,
y a dar gritos comenzó:
«¡Me muero, llamen al cura!».



El pueblo no tiene envidia de los poderosos y adinerados; ha vivido en la sobriedad del trabajo y de la pobreza. Y sabe que es feliz:


   Más feliz es un pobre indio
que vive en paz en su choza,
que el rico que en su palacio
ni paz ni contento goza.



La riqueza es un lujo que no está a su alcance, y lo comprueba frecuentemente en sus anhelos amorosos, en que es vencido siempre el que tiene menos:

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   El amor y el interés
se pusieron a pelear;
como el amor era pobre,
el interés pudo más.



Y aquí viene el buen sentido del pueblo, víctima de seculares depredaciones y abusos, de parte de los nobles y de los ricos:


   El que es demasiado pobre
no busque mujer bonita,
porque en medio de sus gustos,
viene el rico y se la quita.




   El que fuere solo y pobre
no busque mujer bonita,
pues pensarán los amigos
que es pila de agua bendita.



Un ricacho había sido condenado a prisión como consecuencia de un crimen pasional. Al verse recluido en la cárcel tuvo todavía el orgullo de su riqueza, y mandó a fabricar de oro y plata los grillos y las cadenas que debían colocarle. Al andar de los meses y de los años, comprendió que la riqueza del metal nada valía cuando se carece de libertad. En los muros de la prisión escribió una copla, que salió luego a recorrer por las calles de su pueblo:


   ¿De qué le sirve a Grijalva
tener los grillos de plata,
de oro fino las cadenas,
si la libertad le falta?



De la celda contigua respondió otro preso:


   Preso en la cárcel estoy;
no me da pena por eso,
pues no soy el primer preso,
ni dejo de ser quién soy.



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Este segundo preso no tenía dineros, seguramente; pero le sobraba orgullo o la conciencia de ser limpio de culpa.

Un hombre desengañado del amor y de la amistad, cantará:


   Si el pecho de cristal fuera
se vieran los corazones,
falsos cariños no hubiera,
desengaños ni traiciones.



Para mostrar la forma cómo, del romance, se derivaron los cantares, en la Antología se copia el Mashalla tan popular en las bodas de los campesinos: al son del harpa, los padrinos aconsejan a los casados, extendiendo reglas de buen vivir y del deber que corresponde a cada uno de ellos. El romancillo merece una consideración detenida, porque expone el valor del matrimonio en la organización social, que no es solamente la del pueblo, sino que corresponde en gran parte al significado que tiene el hogar dentro de los lineamientos morales, en general, y respecto de la situación ocupada en la sociedad colonial por el padre de familia. Al hombre le tocará la faena dura del campo o del taller, en tanto la mujer esperará al marido para que el hogar le sea grato.

Al amado esposo no se le debe celar nunca, para no amargarle la vida; se han de disimular las faltas que cometa, por respeto y amor. Pero el marido se cuidará mucho de turbar la paz familiar, tomando en cuenta el peligro que encierra el llevar gente extraña a la casa; gente extraña que distraiga a la mujer de la fidelidad y de sus demás deberes.

El cantor, después de tan ingenuos y prolijos consejos, lleva su preocupación a la familia que ha de venir a todo hogar, y traza la regla de conducta que ha de seguirse para la educación de los hijos:

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   Temprano a la escuela
el varón irá;
la hija de la madre,
no se apartará.



No puede olvidarse el penoso camino que ha seguido la educación en los hogares españoles de ese tiempo en que el hombre recibía, por lo menos, una atención mediana, que le sirviera para la vida. Conquistadores de América hubo, y de los más encumbrados y notables, que no supieron escribir. Para el campesino la exigencia tenía que ser menor.

Mera, al copiar esta composición en su Antología, la sitúa en el tiempo que debió corresponder a los primeros años de la administración colonial; época en la que, sistemáticamente, se impedía que la mujer aprendiera a escribir, sobre todo. La república ha trabajado tesoneramente por transformar este errado concepto educativo, y no sólo incorporó a la mujer a todas las actividades instructivas, sino que le ha dado las garantías de la ley para que participe en la vida política de la nación.

El cantar de amor que cuenta con la intervención de los demás, como el coro de los viejos dramas, tiene un sabor sentencioso de máxima y refrán. Es la experiencia la que aconseja y previene a la juventud de los peligros de la espontaneidad amorosa. La comadre murmuradora que mira pasar al mocito, rondando por la calle, para entrevistarse con su novia, le alerta de los peligros con la copla que es como una prevención:


   Piensan los enamorados,
piensan y no piensan bien,
piensan que nadie los mira,
y todo el mundo los ve.



Es suficiente con que sepan que hay ojos al acecho y oídos que reciben los murmullos. En otras veces,   —102→   la advertencia, o el consejo, se dirigen directamente a la madre, a la que ponen sobre aviso, para evitarle sorpresas:


   Señora, cierre la puerta,
que tiene hijas muy donosas;
si entra algún pobre, han de darle
el corazón por limosna.



Y a la muchacha le cantará:


   Hermosa, cierra la puerta,
aldaba tu corazón;
si dejas la entrada abierta,
¿qué culpa tendrá el ladrón?



El amor campesino, como el cortesano, se han de tratar con la mayor delicadeza:


   El amor es una planta
que crece con el halago,
y al momento se marchita,
con el soplo de un agravio.




   El amor nace con penas,
con penas se hace constante,
y sin penas no hay amante,
y si es que lo hay es apenas.



Y el viejo pensamiento de la mujer honrada, de «la mujer de César», es también motivo de consideración para el pueblo:


    El oro para ser bueno
del Napo se ha de sacar;
la mujer, para casada,
como el oro ha de brillar.



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La mocita del pueblo, requebrada por un chulla, noble o rico, se sonríe y canta:


   Para la chola, el cholito;
para señora, el señor.
Váyase, caballerito,
a otra parte con su amor.



Mientras otra dice, entre severa y burlona:


   No piense que con su plata
ha de conseguir mi amor;
pues aunque soy chola y pobre,
yo también tengo mi honor.



Nuestro problema social es el mestizaje; lo fue desde los primeros días de la conquista. En la actualidad, el indígena va absorbiéndose por la raza blanca y dando un producto que ha de considerarse como superior. Dos razas igualmente dignas darán como producto el hombre de la América futura. Pero hay otros mestizajes que también se efectúan, con resultados, en la mayor parte de los casos, satisfactorios, a pesar de la resistencia del blanco para el negro. Un hombre blanco se casó con una negra, y ante la observación de sus conocidos, explicó el caso:


   Me enamoré de una negra,
y con ella me casé;
pues, dentro del cuerpo negro
una alma blanca encontré.



El matrimonio no siempre es una solución feliz, cuando no se establece la debida comprensión; y entonces, el lazo conyugal se convierte en un tormento:


   Llevado de un amor loco,
con quien quise, me casé;
hoy sé que hice una locura,
¡y qué a buen tiempo lo sé!



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El soldado que salió a campaña y que al regreso encuentra que le olvidó su novia, porque encontró otro amor, expresa su amarga decepción en una copla:


   Cuando a la guerra me fui,
dejé a mi novia gimiendo;
pero cuando al mes volví,
la hallé con otro, riendo.



El cantar amoroso descubre las pasiones más comunes en los amantes: ira, celos, desprecio; que son también las de todas las demás clases sociales, aunque varíe el modo de expresarlas; pero el sentimiento más frecuente es el de la ponderación del amor, capaz de todos los sacrificios:


   Bien puede el tiempo privarme
del gusto de poder verte;
pero el placer de quererte,
no podrá el tiempo quitarme.




   Si el corazón me pidieras,
del pecho me lo sacara;
a que tú lo poseyeras,
sin corazón me quedara.




   Si presente te quería,
ausente te quiero más,
porque te di mi palabra
de no olvidarte jamás.




   ¿Qué te has hecho, corazón,
que no te siento en el pecho?
Sin duda te habrás deshecho
al fuego de mi pasión.




   Una pena, quita pena,
un dolor, quita dolor,
un clavo saca otro clavo,
pero amor no quita amor.



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   Maldita la piedra lisa
en la que me resbalé;
dame la mano, negrita,
quizás me levantaré.




   Ayer, pasé por tu calle
con esta mi mala traza,
y he de volver a pasar,
hasta que te caiga en gracia.




   Señora, yo soy un pobre,
pobre, pero cariñoso;
yo soy como el espinazo,
pelado, pero sabroso.




   Yo te he de querer, zambita,
hasta que la llama tope;
quémese el que se quemare,
y el que se quemare, sople.




   Quien bien quiere, nunca olvida,
y si olvida, no aborrece;
y como el mundo da vueltas,
vuelve a querer si se ofrece.




   Eres chiquita y bonita;
eres como yo te quiero;
pareces campanillita
recién hecha del platero.



Alguna vez, el cantar tiene un sabor conceptista, que nos revela que los versos quedaron vibrando en la memoria del pueblo, tal vez desde los primeros días de la conquista.


   Si el verte me da la muerte,
el no verte, me da vida;
venga la muerte con verte,
no con no verte, la vida.



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   Unas niñas tienen ojos,
y esos ojos tienen niñas;
y esos ojos y esas niñas,
son las niñas de mis ojos.




   Hay ojos que dan enojos,
hay ojos que congracian,
hay ojos que, con mirar,
un mar de ilusiones crían.




   Qué bonitos son tus ojos,
negros como el azabache;
si fueras cambalachera,
hiciéramos cambalache.



El concepto ha ido, poco a poco, aclarándose, para ser comprendido sin esfuerzo.

La moza, coquetona y pizpireta, sabe contestar los más agudos requiebros:


   No digo que soy bonita,
ni yo niego mi color;
pero con mi colorcita
hago privar al mejor.



La que canta es una chola, que hace resaltar la canela de su tez, acaso por mayor coquetería.

El cantar conserva también noticias geográficas, astronómicas e históricas. Llegó de muchos lugares y recuerda acontecimientos que viven en la memoria de los pueblos:


   Ni en Lima ni en Guayaquil
habrá hermosa que te iguale,
ni la luna, cuando sale,
el quince del mes de abril.




   Este mi amor tan peruano,
desde luego, te promete
adoración, cuando acabe
la campaña del Portete.



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No siempre el amor es alegre y galante, que en la mayor parte de las veces, produce honda tristeza, por lo mismo que llega desde el fondo del corazón del pueblo. Y los versos más tristes y desesperados son los que mejor suenan al compás de la guitarra:


   Quiero querer, y no puedo;
quiero olvidar, y es en vano;
y entre querer y olvidar
vivo suspenso y penando.




   Quiero, aborrezco y olvido;
quiero olvidar, y no puedo;
aborrezco y quiero más
aquello que olvidar debo.




   Los ojos de mi morena,
se parecen a mis males;
grandes como mis desdichas,
negros como mis pesares.



Alguna vez, el cantor repite, en idioma sencillo, la canción de Verona:


   Ya me voy, dueño querido,
ya me voy porque amanece;
ya la estrella se ha perdido,
ya el lucero no aparece.



La tristeza del amante que se va a la guerra, como voluntario, o llevado «a la soga», se refleja en estas coplas:


   Me he venido a despedir,
a darte el último abrazo;
no volveré a tu regazo,
pues me llevan a morir.



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   A mi vuelta del combate
será nuestro matrimonio;
si el parte dice: murió,
permito que busques otro.




   Amor, me voy a la guerra,
con mi valiente escuadrón;
si no vuelvo, de seguro
tu pobre cholo, murió.




   Ya me llevan a la guerra,
si volveré, Dios lo sabe;
nuestro amor tan firme y tierno
tal vez a bala se acabe.



El asunto del día es glosado por el pueblo: un hombre que mató a su mujer, por celos, va a ser fusilado. El cantor popular traduce el sentimiento de la multitud y da su fallo:


   Dizque van a fusilarlo
porque a su esposa mató;
ella lo mató primero,
pues por otro lo dejó.



Pero la copla es compuesta, sobre todo, para cantarse en la fiesta popular, en la de «arroz quebrado», y entonces la letra burbujea alegre, chispeante, burlona, provocando la risa, vengándose de los desdenes, lanzando indirectas buidas, que escuecen y obligan la respuesta:


   La mujer que está bailando
se parece a San Miguel,
y el galán que la acompaña
parece zurrón de miel.




   Todas las mujeres son
parientes del gallinazo;
—109→
después de comer la carne,
del hueso ya no hacen caso.




   La mujer, en el amor,
es como el indio al comprar:
aunque le den lo mejor,
piensa que le han de engañar.




   La mujer alta y garbosa
es la que me gusta a mí;
la que es omota, parece
figura de Pujilí.




   Eres chiquita y bonita
como un grano de cebada;
lo que te falta de cuerpo,
te sobre de retobada.



Hay cantores que acompañan los sones de su guitarra, para desfogar sus penas; cantan para ellos, no para los demás:


   Unos cantan por cantar,
otros por antojo de alguien;
yo canto por darme gusto
y no por dar gusto a nadie.




   El que sabe cantar bien
no hable mal de aquel que canta;
unos cantan lo que saben,
otros saben lo que cantan.



Y cuando ya ha cantado mucho, quien alegra a una concurrencia, llama la atención a los que se divierten, olvidándole:


   Mi garganta no es de palo,
ni hechura de carpintero;
—110→
si quieren oír cantar,
demen un trago primero.



En veces la guitarra es tañida por una muchacha, que quiere ocultar en el canto su propio pensamiento. Y para que la intención resulte más acentuada, intercala en su copla versos quichuas, que la traducen mejor y son también mejor entendidos:


   Allco apana, mapa runa,
(Llévate el perro, indio sucio,)
quién dizque te ha de querer;
tacuy moza huarmicuna
(todas las mujeres mozas)
nunca te han podido ver.



Pero no siempre este subrayado significa desdén; la intención es más interesada cuando canta:


   Anchuy peste, mapa cholo,
(Vete peste, pobre cholo,)
no vengas con tu locura,
mientras no nos dé en la iglesia
la bendición taita cura.



Tampoco traduce siempre el verso la queja de amor; su campo es muy dilatado y ancho. Conserva el recuerdo de la rivalidad regional del conquistador, cuando dice:


   A orillas de un barranco,
dice un negro, con afán:
Dios mío, quién fuera blanco,
aunque fuera catalán.



El despecho del pueblo por el caudillo que le lleva a la guerra, para colmar su ambición, se refleja así:

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   La suerte de los soldados
es destrozarse en la lid.
Otros hacen de sus cuerpos
escalas para subir.



En otras ocasiones se protesta contra la falta de justicia para el pueblo:


   A mí no me han condenado
por salteador, esta vez,
sino porque no di al juez
la mitad de lo robado.



El cantor campesino prefiere el quichua, para dar suavidad a la queja; el indígena que penetra en el mestizaje considera más expresiva su lengua para transparentar la sencillez de sus pensamientos. El castellano es todavía de difícil manejo, y tal vez también se espera fijar menos la atención con el uso de una lengua que ya no se comprende bien o no se la usa diariamente:


   Llullu shunguta charino,
cantami, huarmi, cuyani;
canmanta ñuca lluquini,
canmanta ñuca huacani.




Tengo tierno el corazón,
por eso te amo, mujer;
mas tú causas mi aflicción
y me haces llanto verter.



El cantor no es un indígena, ni habla habitualmente en quichua; su magnífica intuición le conduce a emplear, en copla de forma castellana, la lengua cariciosa y suave del quichua. La mujer que escucha el cantar, lo recompone en su mente y penetra mejor en el sentido   —112→   de las palabras. El requiebro resulta más cariñoso.

Se podrían seguir entresacando cantares, de toda clase y de toda intención, que algunos hay de sentido tan delicado y sutil que producen una gran emoción, traducen una gran desesperanza, y, sin embargo, guardan la sencilla diafanidad:


Se fueron mis alegrías,
como ajenas, como ajenas,
y se quedaron las penas,
como mías, como mías.



Muchas coplas recogidas por Mera son supervivencias de las que pasaron con los españoles de la con quista. Se las encuentra no solamente regadas por toda América, sino que han parmanecido en la Península para probar su origen. Pero hay las que tienen la fe de su bautismo, porque llevan el colorido y el acento de la tierra, además de referirse a asuntos netamente nuestros. Rodríguez Marín, quien recogió las coplas de todas las regiones españolas, escribe que «la copla es, además, la ropa de gala del amor. Enamorose un corazón; pidió consejo y auxilio a la fantasía para pintar fielmente todos los matices de su avasallador sentimiento, y, de consuno, aportando cada cual lo mejor que tenía en su casa, hicieron la copla, y echáronla a volar por ahí, más ligera que el mismo aire. ¡Así salió ella de gallarda y linda!».

El cantar no ha muerto porque el actual «mester de clerecía» haya abandonado las formas sencillas de lo popular. El cantar vive y sigue creciendo todos los días. Aquí, como en México o en otras de las repúblicas de Hispanoamérica, se encuentra a la gente que se ha detenido ante un músico callejero, que canta la copla que compuso para pregonar su dolor, o, más comúnmente, para narrar el episodio popular que interesó al vecindario. Darío Guevara en su Presencia   —113→   del Cantar, reproduce todos los capítulos de la vida política de la República y de los acontecimientos más notables que se fijaron en la copla: los nombres de los guerrilleros, las hazañas de los combatientes, los caudillos de todos los tiempos y hasta los personajes de los crímenes pasionales, en los cantares andan rodando todavía. Es la copla que sigue su camino.



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ArribaAbajoSelecciones

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ArribaAbajoCantares religiosos y de Navidad




Señora, ¿qué lleva allí?


ArribaAbajo    -Señora, ¿qué lleva allí?
-Señor, voy llevando flores,
a que me consuele a mí
Nuestra Madre de Dolores.




Si a la Virgen de Las Lajas


ArribaAbajo    *11Si a la Virgen de Las Lajas
por ti encomendado estoy,
no llores, vida de mi alma,
porque a la guerra me voy.




Para el Niño, la achupalla


ArribaAbajo   Para el Niño, la achupalla,
para el Señor, el romero,
para la Virgen, las rosas
se están criando con tiempo.

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Gallinitas de la Virgen


ArribaAbajo    Gallinitas de la Virgen
       son las golondrinas,
del pechito como nieve
       y las alas finas.




Tanta pena padecida


ArribaAbajo   Tanta pena padecida,
tanta lágrima regada
no será desperdiciada
cuando termine esta vida.




Cuando todos me olvidaron


ArribaAbajo   Cuando todos me olvidaron,
sólo Dios no me olvidó.
Consuélate, caminante,
como me consuelo yo.




Pastores y reyes


ArribaAbajo   Pastores y reyes
vengan al portal,
a ver humanado
al Rey celestial.




¡Albricias, albricias!


ArribaAbajo    ¡Albricias, albricias!
A la media noche,
la flor ha nacido
sin romper el broche.




Una estrella muy hermosa


ArribaAbajo    Una estrella muy hermosa
derrama su resplandor,
y en nombre de las estrellas
adora al divino sol.




En el suelo se han hincado


ArribaAbajo    En el suelo se han hincado
los Reyes Magos también,
porque delante de Dios
no hay en el mundo otro rey.



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ArribaAbajoCoplas sentenciosas




Nadie imagine que entiende


ArribaAbajo    *Nadie imagine que entiende
el arte de ser feliz;
quien más saberlo pretende
muere siempre de aprendiz.




Toda mi vida con hambre


ArribaAbajo   Toda mi vida con hambre,
con hambre de ser feliz;
mas como estoy en el mundo
con hambre me he de morir.




Si de la dicha el anhelo


ArribaAbajo   Si de la dicha el anhelo
en mí cada día crece,
¿por qué no pienso en el cielo
y en mi Dios que me lo ofrece?




Al tiempo le pido tiempo


ArribaAbajo   Al tiempo le pido tiempo
y el tiempo tiempo me da,
y el mismo tiempo me dice
que él todo lo acabará.




La esperanza de un quizá


ArribaAbajo    La esperanza de un quizá
es gloria de un padecer;
esperando un puede ser
se alegra el que triste está.




En el mayor imposible


ArribaAbajo   *En el mayor imposible
nadie pierda la esperanza,
porque la paciencia vence
lo que la dicha no alcanza.




Árbol, ¿por qué no floreces


ArribaAbajo   Árbol, ¿por qué no floreces
si tienes el agua al pie,
en el tronco la firmeza
y en el cogollo la fe?

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Felicidad que en desdicha


ArribaAbajo    Felicidad que en desdicha
degenera, al alma hiere;
¡feliz quien a nadie quiere
aun a costa de su dicha!




El palacio de mis dichas


ArribaAbajo    El palacio de mis dichas
fue palacio de baraja,
con un soplo muy ligero
lo derribó la desgracia.




Si la dicha te visita


ArribaAbajo    *Si la dicha te visita,
gózala a puerta cerrada;
pues si la ven tus vecinos
o se mueren o la matan.




Corazón, sufre callado


ArribaAbajo    *Corazón, sufre callado,
no publiques tu pesar;
pues el pesar publicado
otros mil suele llamar.




Yo fui el hombre más dichoso


ArribaAbajo    Yo fui el hombre más dichoso,
glorias y amor disfruté;
fui rico, fui poderoso
y, en esto, me desperté.




Tiempo tuve de evitar


ArribaAbajo   Tiempo tuve de evitar
cuanto mal me sobrevino,
mas la fuerza del Destino
no me dio tiempo a pensar.




Juicio y pasión, en mi pecho


ArribaAbajo   Juicio y pasión, en mi pecho
a jugar se han desafiado;
el juicio jugará limpio,
ella, con naipe floreado.




Yo no sé lo que será


ArribaAbajo   Yo no sé lo que será
mañana de mí, infeliz;
mejor es cerrar los ojos
y resignado sufrir.

  —121→  


Las cruces de este mundo


ArribaAbajo    Las cruces de este mundo
      son muy diversas,
pues unas son de hierro
       y otras de yesca.




De la muerte yo me río


ArribaAbajo   -De la muerte yo me río,
dice el impío arrogante;
pero, en viéndola delante,
le empieza el escalofrío.




Inconsecuencia y desdicha


ArribaAbajo   Inconsecuencia y desdicha
es tener miedo a la muerte,
y no vivir de tal suerte
que la muerte sea dicha.




Ayer un difunto vi


ArribaAbajo   Ayer un difunto vi
que llevaban a enterrar,
y me puse a lamentar,
no por él, sino por mí.




En la cruz de mi sepulcro


ArribaAbajo    En la cruz de mi sepulcro
me han de poner un letrero
que diga así: «Aquí yace
sin ataúd un carpintero».




Todo lo puede la plata


ArribaAbajo    Todo lo puede la plata,
todo lo vence el amor,
todo lo consume el tiempo;
mejor es servir a Dios12.




La Pobreza está en candela


ArribaAbajo    «La Pobreza está en candela»,
dice la Necesidad;
es capaz un hombre pobre
de apestar una ciudad.

  —122→  


Los pobres comen muyuelo


ArribaAbajo    Los pobres comen muyuelo13
y los ricos comen ave;
para los pobres hay cielo
para los ricos ¡quién sabe!




Mis amigos muchos fueron


ArribaAbajo   Mis amigos muchos fueron
cuando tuve harto sancocho;
Cuando con hambre me vieron
tocaron uno y dieciocho14.




La vida del hombre pobre


ArribaAbajo   La vida del hombre pobre,
¡qué vida tan lamentable!
Cuando espera alguna dicha,
al revés siempre le sale.




Fui rico, y ya no lo soy


ArribaAbajo    Fui rico, y ya no lo soy,
mi dinero se acabó.
Me sucedió lo que a un pobre
que tuvo vista y cegó.




Cuando el pobre se enamora


ArribaAbajo    Cuando el pobre se enamora,
viene el rico y le atraviesa,
y el pobre queda diciendo:
¡Ay, Dios mío, qué pobreza!




El que sea solo y pobre


ArribaAbajo    El que sea solo y pobre
no busque mujer bonita,
pues pensarán los amigos
que es pila de agua bendita.




Qué feo ha sabido ser


ArribaAbajo    ¡Qué feo ha sabido ser
hallarse un hombre pelado!
Mis amigos me han dejado
y hasta mi misma mujer.

  —123→  


Suelen heder los amantes


ArribaAbajo    Suelen heder los amantes
de ordinario a perejil,
si el en bolsillo no traen
esos que suena chil-chil15.




Propio cucho vale mucho


ArribaAbajo    *Propio cucho vale mucho.
Cualquiera pobre en su casa
que contento se lo pasa
con su mashca y su cariucho.




El trabajo y la riqueza


ArribaAbajo   El trabajo y la riqueza
son dos hermanos mellizos;
cuando el primero se muere,
no tarda la otra en seguirle.




Si tienes salud y brazos


ArribaAbajo    Si tienes salud y brazos,
trabajar es lo mejor,
y no andar con cara triste
pidiendo a todos favor.




En el deshoje te he visto


ArribaAbajo    En el deshoje te he visto
y quisiera deshojarte
para ver si tienes alma,
y, si no, para olvidarte.




Mula que no tenga mañas


ArribaAbajo    Mula que no tenga mañas,
ni cosa ajena sin pero
no he de hallar por más que busque
con palito de romero.




Mañana me voy de aquí


ArribaAbajo    Mañana me voy de aquí
y antes despedirme quiero
por si acaso alguna vez
vuelva el buey a su potrero.

  —124→  


Ya este mundo está caduco


ArribaAbajo    Ya este mundo está caduco,
ya no más dizque se muere;
ojalá se muera hoy mismo,
¡para lo que vale el peste!




Ayer tarde se vocearon


ArribaAbajo    Ayer tarde se vocearon
entre un puerco y un borrego,
y el chancho a gritos decía:
¡Quita de aquí, fiero puerco!