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Hasta aquí las transcripciones de Prescott y de Cappa. Mucha variedad hay en los relatos de los antiguos cronistas y de los modernos historiadores, respecto a la prisión del Inca y al diálogo sostenido entre éste y el padre Valverde; y si en lo que se refiere a los detalles del suceso, hay tanta discrepancia, mayor existe en el juicio que los autores emiten acerca del proceder de Pizarro y de los suyos. No es lugar para detenernos a estudiar este punto, que reclama espacio mayor que el de una simple nota. Sólo indicaremos brevemente cómo juzgan este hecho nuestros historiadores: Velasco afirma que Atahuallpa fue sorprendido, sin que llevara intenciones guerreras y cuando iba sincera y confiadamente a tratar con Pizarro (Tomo II, Libro III, § 7.º). Esto se desprende de un examen imparcial, sereno, desapasionado de los relatos que dejaron los mismos conquistadores; quienes, no hay duda, debían tener interés en justificar su conducta. Sin embargo, el mismo Jerez, el mismo Pizarro, podemos decir, pues en esta parte, el relato de su secretario, evidentemente fue hecho mediante su acuerdo, manifiesta que habíanse tomado todas las disposiciones para el ataque, toda precaución necesaria para la sorpresiva captura del monarca y para desbaratar su ejército, que con justa razón atemorizaba a aquel puñado de valientes, lanzados en una aventura de la cual les era imposible retroceder; y convencidos de que todo auxilio que no fuera el de Dios y el de su coraje, estaba fuera de su alcance, para conseguir el éxito en la tamaña empresa que se habían propuesto, decididos a jugar el todo por el todo, no se pararon a examinar la moralidad del hecho, la licitud del proyecto. Pedro Fermín Cevallos dice: «la historia separa discretamente lo glorioso de lo infame, y la posteridad tiene que repetir la condenación de los alevosos medios que emplearon Pizarro y Valverde para la prisión de Atahuallpa» (Resumen de la Historia del Ecuador, Tomo I, página 204, Lima, 1870). Nuestro gran historiador, el ilustrísimo Arzobispo de Quito, González Suárez analiza muy detenidamente el acontecimiento de que tratamos y concluye de este modo: «Quien absolviera a los conquistadores o siquiera disculpara o tratara de cohonestar su conducta, manifestaría que era indiferente respecto de la moral, que los crímenes no le inspiraban horror y que abrigaba en su corazón simpatías secretas para con los perversos» (Historia General de la República del Ecuador, Tomo II, Libro II, páginas 103 y 104).

¡Cuán diferente criterio el de un padre Cappa que llama a Atahuallpa «injusto agresor» y califica la prisión del Inca de justa, política y noble! Escritos de la laya arrojarían mayores sombras sobre la historia gloriosa de España, que los yerros o crímenes de los conquistadores, si por ventura en el seno mismo de esa nación grande y heroica, no hubiera habido espíritus elevados, conciencias rectas, criterios desapasionados que han sabido juzgar los hechos de sus compatriotas como es debido. Allí está, para no citar sino al más conocido, Quintana que dice: «No puede en modo alguno darse el nombre de batalla a esta carnicería cruel» (Obra citada, página 268) y en todo el relato de la acción, hace ver el premeditado intento de Pizarro, el disimulo con que lo preparó y la crueldad con que fue ejecutado. Nada hace mayor daño a un pueblo, a una nación, que el querer tergiversar los hechos de su historia por un mal entendido patriotismo. Repetimos, España tiene una historia grande, heroica, gloriosa, sin necesidad de que se oculten los borrones que la afean. (N. del E.)

 

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«guaxcar», en el original. Intitopacucivallpahuascarynga, lo llama don Juan de Santa Cruz Pachacuti en su Relación, publicada por Jiménez de la Espada (Tres relaciones de antigüedades peruanas, Madrid, 1879, página 308). (N. del E.)

 

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Acerca del tratamiento dado a Atahuallpa en la prisión, están acordes todos los cronistas: no sólo se le guardaron consideraciones y miramientos, sino que le procuraron los conquistadores algunas distracciones, tratándole con benignidad y permitiéndole conservara en la prisión cierto boato y suntuosidad. Estando preso aprendió Atahuallpa el juego del ajedrez y parece que tenía particular gusto por esta distracción. (N. del E.)

 

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El viaje de Hernando Pizarro a Pachacámac, del cual escribió otra relación nuestro cronista, es uno de los actos de mayor audacia y valor que puede imaginarse; pues aunque fueron acompañados de un sacerdote del templo, aquel grupo de veinticinco hombres tan sólo, mostró grande intrepidez al aventurarse por caminos del todo desconocidos, al atravesar pueblos y provincias habitadas por multitud de indios, y penetrar al santuario venerado al que sólo llegaban los sacerdotes, saquearlo, destruirlo, plantar la Cruz en lugar del ídolo famoso y volver, cargados de botín, en busca de Calicuchima. Llegados al lugar en donde se hallaba este General del Inca, lograron apartarle de su ejército y se lo llevaron consigo a Cajamarca. Es indudable que un superticioso temor dominaba por completo a los indios y que veían en los españoles, los Viracochas, seres sobrenaturales y divinos. Acerca de la relación del viaje a Pachacámac, que escribió Estete, véase lo que hemos dicho en la introducción. Las importantes notas con que Horacio Urteaga ilustra el texto en su edición de 1917, constituyen un verdadero itinerario de este viaje. (N. del E.)

 

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La descripción de los puentes suspendidos o de maromas es muy exacta. Indudablemente causaron grande admiración a los conquistadores. Cobo describe las diversas clases de puentes que tenían los indios (Historia del Nuevo Mundo, Tomo IV, capítulo XIII). (N. del E.)

 

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«Hase averiguado con muchos señores desta tierra que desde el pueblo de Catamez (Atacames), que es al principio deste gobernamiento, toda la gente desta costa servía a esta mezquita con oro y plata y daban cada año cierto tributo» (Estete, Relación del viaje que hizo el señor apitán Hernando Pizarro, Ed. Vedia, página 339). Cieza de León describe detalladamente el templo de Pachacámac y los supersticiosos ritos de sus sacerdotes (Primera parte de la Crónica del Perú, capítulo LXXII). Las ruinas de Pachacámac han sido estudiadas por varios arqueólogos; pero la obra magistral acerca de ellas es la del doctor Max Uhle, quien hizo exploraciones verdaderamente científicas y llegó a establecer las sucesiones de culturas que se desarrollaron en aquella importante región arqueológica. (N. del E.)

 

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En el original se han tachado estas palabras: «Dezían queaquel herapachacama». (N. del E.)

 

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Garcilaso sostiene que Pachacámac era el «Dios supremo, espiritual e invisible, adorado sin imágenes y sólo con interior veneración» concepto que ha venido repitiéndose por la mayor parte de los autores que se han ocupado de la religión de los antiguos peruanos, siguiendo a Garcilaso que dice: «Los reyes incas del Perú, con la lumbre natural que Dios les dio, alcanzaron que había un hacedor de todas las cosas, al cual llamaron Pachacámac, que quiere decir el hacedor y sustentador del universo» (Comentarios Reales, Primera Parte, Libro VI, capítulo XXX). Pero como observa De la Riva Agüero, «consta por la relación de Miguel de Estete que Hernando Pizarro y sus compañeros destruyeron en el templo de Pachacámac el célebre ídolo, hecho de palo, negro y horrendo, y que en las calles de su ciudad lo representaban millares de imágenes» («Examen de la Primera Parte de los Comentarios Reales», Revista Histórica, Lima, 1907, Tomo II, página 130). (N. del E.)

 

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En el original dice Xabxa. Importante ciudad en tiempo de los Incas debió ser ésta, al juzgar por los restos de antiguas fortalezas que se hallan en sus alrededores. (N. del E.)

 

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En la relación del viaje, que Jerez incluyó en su obra, se dice «porque la gente descanzase y por esperar herraje», y en otro punto: «aunque la gente que llevaba iba mal aderezada de herraje» en que sin duda se trata de las herraduras o herrajes de los caballos; pero Ternaux-Compans traduce esta última frase, «ses gens etaien mai pourvus d'armes». (N. del E.)