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La suma total del oro y plata reunidos por orden de Atahuallpa, para su rescate, deja en blanco nuestro cronista. Prescott dice que fue de «un millón trescientos veinte y seis mil quinientos treinta y nueve pesos de oro, lo cual, teniendo presente el mayor valor de la moneda en el siglo XVI, vendría a equivaler en el actual (XIX), a cerca de tres millones y medio de libras esterlinas o poco menos de quince millones y medio de duros» (Historia de la conquista del Perú, Tomo I, página 429). La cantidad de plata se calculó en cincuenta y un mil seiscientos diez marcos. «La historia -añade Prescott- no ofrece ejemplo de semejante botín todo en metal precioso y reducible como era a dinero contante».

Teniendo en cuenta que según el relato del capitán español que incluyó Ramusio en el tomo III de su colección de viajes, no entraron en el reparto una gran cantidad de vasos de oro y otros artículos, creemos que no será exagerado avaluar el total en 45 o 50 millones de sucres. Recuérdese que los plateros encargados de reducir todo este inmenso tesoro a barras de oro y de plata, trabajando de día y de noche, tardaron un mes entero en dicho trabajo. Recuérdese también que una sola pieza, el asiento que iba sobre las andas en que era conducido el Inca cuando entró en la plaza de Cajamarca, «era un tablón de oro que pesó un quintal de oro» (fray Luis Naharro, Relación sumaria de la entrada de los españoles en el Perú, Lima, 1917, página 200) y véase más adelante la descripción que hace Estete de las estatuas de oro de tamaño natural y las listas de los objetos que se mandaron a España, sin fundir, algunas de las cuales publicó don José Toribio Medina en el Tomo I de su eruditísima obra La imprenta en Lima (Santiago, 1904, páginas 160-174). Téngase presente, por último, que sólo de Pachacámac trajo Hernando Pizarro veinte y siete cargas de oro y dos mil marcos de plata, y se comprenderá que quizás vamos por lo bajo en el cálculo apuntado. (N. del E.)

 

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Aunque no se dio cantidad igual a todos los caballeros, una buena parte recibió 8.880 pesos de oro y 362 marcos de plata, siendo mayor la suma de todos los oficiales. Los infantes tuvieron la mitad de lo que tocó a los de a caballo. Miguel de Estete, como hemos dicho en otro lugar, recibió en este reparto 8.880 pesos de oro y los 362 marcos de plata, como los demás caballeros. El aumento de los 100 pesos de oro, prueba que nuestro cronista, era un soldado distinguido.

Véase lo que acerca del acta de repartimiento hemos dicho en la introducción. (N. del E.)

 

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El autor no puede ser más conciso en este punto: «él fue muerto», dice; y sólo añade la piadosa consideración de que «para él no fue muerte sino vida, porque murió cristiano y es de creer que se fue al cielo». Esto comprobaría que Estete fue de aquellos que se opusieron a la ejecución de Atahuallpa, si no tuviéramos un documento en que explícitamente aparece nuestro cronista entre los que hicieron lo posible por evitar que se cometiera tan infame acción. Ya hemos citado en la Introducción a este trabajo, el testimonio de Oviedo que comprueba nuestro aserto. Notable es la diferencia que hay en la manera de contar la muerte de Atahuallpa, según el criterio de los cronistas: mientras Estete manifiéstase tan reservado y sobrio en la narración del suceso, hay cronistas que, pensando acaso disculpar el crimen, hacen consideraciones que les honran muy poco y no falta alguno, como Pedro Sancho que dice: «Fue llevado a la iglesia y enterrado con tanta solemnidad, como si hubiese sido el primer español de nuestro campo. De lo cual todos los principales señores y caciques que lo servían recibieron gran contento, considerando la grande honra que se le hacía, y por saber que por haberse hecho cristiano no fue quemado vivo, y que fue enterrado en la iglesia como si fuera español» (Relación para Su Majestad, Colección de Documentos referentes a la Historia del Perú, Tomo V, página 127). Observaremos, sin embargo, que la mayor parte de los historiadores españoles condenan la cobarde traición de que fue víctima el infeliz monarca quiteño; Gomara dice: «No hay que reprehender a los que le mataron, pues el tiempo y sus pecados los castigaron después; ca todos ellos acabaron mal, como en el proceso de su historia veréis» (Obra citada, página 231); Oviedo tiene frases de justa indignación. Y el emperador Carlos V reprendió a Pizarro, aunque en términos singulares: «De la muerte de Atabalica por ser señor, me ha desplacido, especialmente siendo por justicia». (N. del E.)

 

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«Los señores que morían eran muy llorados y metidos en las sepulturas, adonde también echaban con ellos algunas mujeres vivas y otras cosas de las más preciadas que ellos tenían» (Cieza de León, Crónica del Perú, Primera Parte, capítulo XLVIII, página 402, Ed. Vedia). «Si es señor o principal ponen dos o tres mujeres de las más hermosas y queridas suyas» (Ibid, capítulo LI, página 404). (N. del E.)

 

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Xaqui-Xaguana o Sacsahuana que algunos dicen también Jaquijahuana. Fue una fortaleza muy notable la que dominaba esta población. (N. del E.)

 

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«en una ladera como Burgos». Nos parece algo extraña la comparación; pues aunque Burgos está situada en medio de colinas que circundan la hoya del Arlanzón, la topografía del Cuzco, por lo que sabemos, es muy diferente, porque la sierra o los montes de Oca no pueden compararse con las abruptas e imponentes estribaciones de los Andes. (N. del E.)

 

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Creemos que hay exageración en la pintura de este río canalizado tan perfectamente, y no podemos menos que recordar lo que dice Prescott de nuestro cronista: «Es escritor y sensato y observador, y aunque participa de la tendencia nacional a dar un colorido exagerado a las cosas, escribe como hombre de conciencia y que ha visto lo que refiere» (Obra citada, Tomo II, página 20). (N. del E.)

 

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Atuncancha o Hatuncancha. Véase la nota siguiente. (N. del E.)

 

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Están acordes en la existencia de estos monasterios casi todos los autores, aunque difieren las apreciaciones acerca de las Vírgenes del Sol. Jerez dice: «Se halló en aquel pueblo de Caxas una casa grande, fuerte y cercada de tapias, con sus puertas, en la cual estaban muchas mujeres hilando y tejiendo ropas para la hueste de Atabalipa, sin tener varones, más de los porteros que las guardaban, y que a la entrada del pueblo había ciertos indios ahorcados de los pies, y supo deste principal que Atabalipa los mandó matar porque uno de ellos entró en las casas de las mujeres a dormir con una; al cual, y a todos los porteros que consintieron, ahorcó» (Jerez, obra citada, Madrid, 1891, página 54).

«En todas las provincias tenían una casa que llamaron acallaguasi, que quiere decir, casa descoxidas» (Polo de Ondegardo, Del linaje de los Ingas y como conquistaron, Colección citada, Lima, 1917, Tomo IV, página 82). «A las puertas de estas casas estaban puestos porteros que tenían cargo de mirar por las vírgenes, que eran muchas hijas de señores principales, las más hermosas y apuestas que se podían hallar; y estaban en el templo hasta ser viejas; y si alguna tenía conocimiento con varón, la mataban o la enterraban viva; y lo mesmo hacían a él. Estas mujeres eran llamadas Mamaconas; no entendían en más de tejer y pintar ropa de lana para servicio del templo y en hacer chicha, que es el vino que hacen, de que siempre tenían llenas grandes vasijas» (Cieza, Del señorío de los Incas Yupanquis, Ed. por Jiménez de la Espada, Madrid, 1880. Cap. XXVII, página 106). «tomaban mujeres de las más principales, hijas de señores y de sus hermanos y hermanas, y otras señalaba para el sol, las que le parescían, a las cuales llamaban induguarmi (sic por intihuarmi); mandábales hacer casa particular donde estaban con mucho recogimiento con sus porteros; estaban allí siempre haciendo ropa y otros servicios para el sol» (Fernando de Santillán, Relación del origen, descendencia, política y gobierno de los Incas. Tres relaciones, Madrid, 1879, páginas 37 y siguientes). Confróntese: Relación anónima, Ibid, página 178; Acosta, Historia natural y moral de las Indias, Madrid, 1894, Tomo II, Libro V, capítulo XV. (La edición latina De Natura Novi Orbis, de Salamanca, es de 1588).

Dice el Inca Garcilaso de la Vega, que los historiadores que han tratado de este asunto lo han hecho todos faltos de detenimiento; y describe la casa que había en el Cuzco, que se llamaba Acllahuaci, que quiere decir «Casa de Escogidas». Dice que estas vírgenes eran sacerdotisas y ayudaban a los sacerdotes en los sacrificios. Llamábase «Casa de Escogidas» porque las escogían o por linaje o por hermosura, «avían de ser vírgenes y para seguridad de lo que eran, las escogían de ocho años abajo». «Y porque las vírgenes de aquella Casa del Cuzco, eran dedicadas para Mujeres del Sol, avían de ser de su misma sangre, quiero decir, Hijas de los Incas, assí del Rey, como de sus deudos... Avía de ordinario más de mil y quinientas Monjas, y no avía tasa de las que podían ser».

«Dentro de la Casa avía mujeres mayores de edad, que vivían en la misma profesión, envejecidas en ellas que avían entrado con las mismas condiciones, y por ser ya viejas y por el oficio que hacían, las llamaban Mamacuna, que interpretándo lo superficialmente, bastaría decir Matrona, empero, para darle toda su significación, quiero decir, Mujer que tiene cuidado de hacer oficio de madre; porque es compuesto de Mama, que es madre y de esta partícula Cuna, que por sí no significa nada, y en composición significa lo que hemos dicho. Hacíales bien el nombre, porque unas hacían oficio de Abadesas, otras de Maestras de Novicias, para enseñarles assí en el Culto Divino de su idolatría, como en las cosas que hacían de manos para su ejercicio, como hilar, tejer, coser. Otras eran Porteras, otras provisoras de la Casa, para pedir lo que avían menester» (Garcilaso de la Vega, Comentarios Reales de los Incas, Primera Parte, páginas 106 y 107, Madrid, 1723). Oviedo y Valdez, refiriéndose a la relación de Diego de Molina, que en otra parte hemos citado, escribe: «Decía este que aquellas mujeres castas que dice la carta (de Hernando Pizarro a los Oidores de Santo Domingo) es burla, que no son castas» (Obra citada, Tomo 4, página 215). (N. del E.)

 

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Una hermosa descripción del Cuzco y en especial del templo del Sol, sobre cuyas ruinas se levanta ahora la imponente iglesia y convento de los dominicos, puede verse en L'Empire du Soleil por el Barón y la Baronesa Conrad de Meyendorff, París, 1909, capítulo XVII, páginas 226 y siguientes. Interesante es también la descripción que hace del mismo, Charles Wiener, Pérou et Bolivie, París, 1880, capítulo XVI, páginas 306 y siguientes. (N. del E.)