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Lindo, esbelto, delicado, |
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con ramajes de esmeralda, |
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es bellísima guirnalda |
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a mi reja entrelazado; |
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de flores mil esmaltado |
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lo miro cada mañana, |
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suaves perfumes emana |
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de sus pétalos de nieve, |
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y dulce mi alma conmueve |
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el jazmín de mi ventana. |
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Cuando risueña aparece, |
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velada en gasas la frente, |
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el alba allá en el Oriente |
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y suave fulgor ofrece; |
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cuando el cielo se embellece |
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con las sonrisas que emana |
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su faz de zafir y grana, |
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antes que Febo la abrume, |
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voy a aspirar el perfume |
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del jazmín de mi ventana. |
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Para él lágrimas la aurora |
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vierte en cascadas de perlas, |
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y va el céfiro a beberlas, |
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con languidez seductora; |
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esta planta encantadora, |
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nacida en la tierra indiana, |
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aunque púrpura galana |
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no tiñe su blanca frente, |
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inspira más a mi mente |
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el jazmín de mi ventana. |
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Cuando la Luna apacible |
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con sus rayos lo ilumina, |
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mi débil frente se inclina |
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sobre su ramo flexible, |
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y mística, indefinible |
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felicidad sobrehumana, |
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de los ángeles hermana, |
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a mi alma infantil desciende, |
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porque entonces me comprende |
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el jazmín de mi ventana. |
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Por no causarle dolores, |
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nunca adorné mis cabellos |
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con esos ramos tan bellos |
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que forman siempre sus flores; |
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y a los divinos albores |
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con que hermosa se engalana |
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del trópico la mañana, |
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con celestial embeleso |
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en cada pétalo un beso |
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di al jazmín de mi ventana. |
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Flores atesora abril |
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de suavísimos olores, |
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ricas en forma y colores, |
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siendo galas del pensil; |
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mas aunque lucieran mil |
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con su hermosura temprana, |
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camelias, mirtos y liana, |
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rosa, clavel y amaranto, |
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no tienen el dulce encanto |
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del jazmín de mi ventana. |
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Cuando descanse yo un día |
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en la mansión solitaria, |
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y se escuche una plegaria |
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en torno a la tumba mía, |
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bajo la lápida fría |
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fin de esta existencia vana, |
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do la vestidura humana |
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para siempre allí reposa, |
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que crezca sobre mi losa |
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el jazmín de mi ventana. |
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Apacible, risueña, venturosa, |
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cual página más bella de su historia, |
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como raudal de ensueños de oro y rosa |
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que goza en recordar nuestra memoria, |
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como antorcha que alumbra esplendorosa |
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las horas de la vida transitoria, |
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que «La paz en nuestro hogar» florido |
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quiso formar su delicioso nido. |
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Ella todo lo encanta y embellece |
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con sus luces tan suaves y adorables |
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y a la mente constante hoy ofrece |
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por doquiera emociones inefables, |
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ninguna pena aquí nos entristece |
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y las horas transcurren agradables |
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en la mansión hermosa de contento |
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do el amor fraternal tiene su asiento. |
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¡Ah! Cómo admiro este feliz recinto |
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por su elegancia, gusto y simetría, |
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por tantas flores de color distinto |
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que ofrecen su dulcísima ambrosía; |
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entusiasmada a veces yo las pinto |
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en los cantares de la lira mía, |
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¿y cómo no cantarlas, si son ellas |
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interesantes, púdicas y bellas? |
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No del mundo los fútiles placeres |
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en nuestro hogar imperan seductores, |
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ni el brillo, la ambición y los poderes |
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tienen ecos aquí halagadores, |
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empero en él existen nobles seres |
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que desdeñando el fausto y los loores, |
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sus horas de solaz y de alegría |
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consagran a la música y poesía. |
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Aquí nuestra existencia se desliza |
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tan igual, apacible e inocente |
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como las ondas diáfanas que riza |
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el céfiro en la nítida corriente, |
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la dicha los objetos poetiza, |
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y no ocurre jamás a nuestra mente |
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hallar un porvenir más halagüeño |
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que este presente, plácido y risueño. |
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Y dan mayor encanto a este paisaje |
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formado de contornos deliciosos |
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por ángeles que con célico lenguaje |
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expresan sus ideas venturosos, |
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al mirarlos dormidos entre encaje |
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querubines parecen amorosos, |
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de la inocencia envueltos entre el velo |
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y enviados a la tierra desde el cielo. |
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Consoladora Paz, yo te bendigo, |
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por ti será mi voz tierna, elocuente, |
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porque siempre tu antorcha va conmigo |
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y tus luces derramas en mi frente, |
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muéstrame siempre tu semblante amigo, |
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cúbreme con tu manto eternamente, |
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y gozaré de venturosa calma |
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junto a los seres que adora mi alma. |