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¿Por qué estás entre dudas, esperanza, |
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y abandonas mi frágil corazón? |
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Ya tu voz no me ofrece la bonanza, |
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tristes sombras ofuscan mi mansión. |
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Un rayo de tu luz el alma implora |
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que refleje un momento en mi vergel, |
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como el tibio reflejo con que dora |
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el ocaso la copa de un laurel. |
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Una chispa de luz fúlgida y bella |
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como el rayo que arroja en derredor |
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de su trono de záfiro una estrella |
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y refleja en el cáliz de una flor. |
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¿Por qué alcanzar algún consuelo dudo? |
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En la margen inculta de un raudal, |
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yo vi un roble, ya seco, negro y rudo, |
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azotado del recio vendaval. |
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Era una tarde bella y despejada: |
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ya en occidente reflejaba el sol, |
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y en su rama ya seca y deshojada |
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derramaba su vivo tornasol. |
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Inclinando a las aguas, carcomido, |
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sin verdor, ya rendida su altivez, |
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entre el cieno y la yerba sumergido, |
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como un triste indigente en su vejez. |
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Claras ondas, azules, sosegadas, |
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brota un limpio y fecundo manantial |
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junto al roble, corrientes esmaltadas, |
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transparentes cual diáfano cristal. |
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En su espejo retrata los matices |
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de las flores del margen, sin rumor; |
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forma olas del roble en las raíces |
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y de espumas lo cubre en derredor. |
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A su tronco desnudo reclinada, |
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comparando a su vida mi existir, |
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mi alma triste, marchita y desolada, |
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compadeció su estéril porvenir. |
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Otro día, pensando en mis martirios, |
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en la misma ribera, al reflejar |
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la postrimera luz sobre los lirios, |
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me llegué el seco roble a contemplar. |
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Y suspensa quedé... Sola en el mundo |
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me contempla con íntimo dolor, |
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que a una rama de roble ya fecundo |
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hojas verdes le vi... ¡le vi una flor! |
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¿Tú brotaste esas hojas, por ventura, |
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y esa flor sonrosada con desdén, |
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porque a ti me comparo en mi amargura |
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y en ti reclino mi agitada sien? |
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¡Ay! te he visto morir en el sombrío |
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de este bosque, has tornado a verdecer, |
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al frescor de las aguas de tu río, |
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y hoy disfrutas, ¡oh, roble!, nuevo ser. |
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Te levantas florido y vigoroso |
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agravando mi vida y mi dolor; |
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junto a ti el corazón suspira ansioso |
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contemplando tus hojas y tu flor. |
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Flor solitaria, con primor vestida, |
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hija bella de inculta soledad, |
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¿dó gozarás de placentera vida |
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dando al margen olor y amenidad? |
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Así clamé con agitado acento, |
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y llorando mi suerte tan contraria, |
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contemplé con dulzura y sentimiento |
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aquella flor silvestre y solitaria. |
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Inclinada a la límpida corriente |
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y bañada de un aura mansa y pura, |
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triste agitaba su modesta frente, |
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rodeada de ramas y frescura. |
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Brote, ¡oh, Dios!, un consuelo a mis dolores, |
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como brota en el campo, entre malezas, |
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una planta marchita algunas flores, |
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que mitiguen mi pena y mis tristezas. |
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Mi esperanza, Señor, grata y hermosa |
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bien puede renacer, si Tú me amas, |
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como un tronco en la margen escabrosa |
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que se vuelve a cubrir de verdes ramas. |
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Yo siempre esperaré mientras respire |
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el aire perfumado en las riberas, |
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mientras el cielo refulgente mire |
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y el verdor de los bosques y praderas. |
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Mientras libre mi vaga fantasía |
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pueda escaparse de vulgar cadena, |
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y por región de flores, te sonría |
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al concebir una ilusión amena. |