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ArribaAbajoPoesía parlamentaria


Ha propuesto Quinzada, Marcelino,
que de Escamilla la pensión se aumente:
¡Justicia! ¡Gratitud! También opino
que pagarle algo más es muy corriente.

Nos dicen que el Erario está impotente,  5
que no valen sus rentas un pepino,
que hay déficit grandísimo y creciente,
que vamos de catástrofe en camino.

Todo cierto será, pero es muy justo
que a este pobre Escamilla bien se trate,  10
que se pueda morir lleno y a gusto:

sobre él sus alas ya la muerte bate,
y cuando menos piense le da un susto:
dese al proyecto, pues, otro debate.

1878                





ArribaAbajoSaulo21


Canto I

Siempre te he profesado, a la faz del mundo entero, un amor sin límites. [...] Bien sabe Dios que bastaba una palabra tuya para que yo no vacilara en precederte o seguirte, aunque hubiera sido a los abismos infernales.


(Heloísa22)                




I

-Me la figuro en ti; ¡ya la comprendo!
Arcángel y mujer, casta y ardiente...
Safo en el alma, Débora en la mente,
con el amor humano enamorada,
ciega de amor y trémula sintiendo  5
ósculos de los ángeles que tocan
sus sienes y la veste inmaculada.
Eres tú como fue; ¡ya la imagino!
Son tus risueños labios, que provocan
mi sed de ti, los dulces labios suyos;  10
en la luz y tinieblas de sus ojos
hubo auroras y noches de los tuyos,
tristes y esquivos en eternos días...
abrasadores en las noches mías.


II

Asemejose a ti: leve la veo,  15
      de Psiquis23 y Diana24,
      de Bethsabé25 y Susana26
conjunto y vida que forjó el deseo,
      cruzar el bosque umbrío
al resplandor de fúlgidas estrellas;  20
      y las auras perfuma,
y la siguen los céfiros del río
buscando flores do dejó sus huellas...
Mas remóntase huyendo en la neblina
de la selvosa soledad aliento,  25
y la llama ya en vano el pecho mío,
y en el éter la busca el pensamiento...
¿Suspirabas? ¿Hablé?... ¿Silbó en la brisa
que del velamen desplegó las alas?
¿Qué acallados sollozos...? ¡Heloísa!...  30
¿Qué de su seno y su regazo exhalas?...
¿Es que tu amante corazón la nombra?
       ¿Eres ella?... ¿Es su sombra
la que en mis brazos anheloso estrecho
al comprimirte así sobre mi pecho?  35


III

Ideal, bien perdido o esperanza...
Dichas..., presentimientos, remembranza
del vivo amor que con el alma vive,
que en misteriosa adoración recibe
      del genio de los dolores  40
y en la tumba del mártir riega flores...
Aroma errante del Edén llorado...
      Ensueño delicioso
      del poeta israelita,
en el idioma noble y sonoroso  45
del idumeo27 y de David cantado.
Sulamite28, la reina en los vergeles
      de Salomón orgullo,
de sus morenas vírgenes dechado:
panal de limpias y rosadas mieles...  50
       Entreabierto capullo
del rosal más oculto y oloroso
en los huertos del Líbano sagrado:
mansa paloma de doliente arrullo
del Sanir29 en las cumbres cautivada,  55
      que enamorando llora,
y tiembla, de su dueño acariciada,
en los follajes que la tarde dora:
o es Ruth30 la de Moab, hoy errabunda,
indigente, sedienta, escarnecida...  60
Respigando entre zarzas junqueras
al teñir de la noche espigas hueras
en el agrio desierto de la vida...


IV

¡Heloísa infeliz!... ¡Sé lo que ansiaste;
mi desgracia y orgullo es comprenderte!...  65
Si es humano el amar como tú amaste,
mi corazón pudiera merecerte,
saciar la eterna sed que no saciaste,
con tu amor infinito poseerte...
Y, ¡ah!, sólo al fin los brazos de la muerte  70
quisieron recibirte... ¡y la imploraste!
En la sublime inmensidad perdido
del océano y los cielos, la grandeza
de tu dolor y de tu amor ya mido,
cerca de Dios, aquí donde la alteza  75
del humano poder es irrisoria,
y bruma su saber, ¡polvo su historia!


V

Aquí, cerca de él, eterno y grande
      como nunca la mente,
      sorda, ruda, imponente,  80
de ser humano concebir podría...
Le adoro en ti, mi alivio y alegría,
luz y primor de todas sus hechuras;
y comprender me es dable la agonía,
la soledad... el luto y las torturas  85
de aquel inmenso corazón que gime,
quemando las entrañas de la tierra,
bajo el pie de la muerte que le oprime
en la tumba sagrada que lo encierra.
¡Óyelo palpitar!... Vive del hombre  90
      en lo bello y fecundo,
en todo cuanto enseña lo divino
de su numen, su öbra y su destino;
en ti, santa poesía, fe sin nombre,
confidencia dë ángeles al mundo,  95
columna luminosa en el desierto...
Fuente de Horeb31 brotando en el camino,
donde la ansiosa humanidad abreva
amor y vida y esperanza nueva.


VI

¡En esta inmensidad lo inmenso cabe!  100
       En abismos sin fondo,
aquel dolor cruelísimo y tan hondo...
que compararlo el alma nunca sabe;
y aquí bajo la bóveda del cielo
que en la vasta extensión del horizonte  105
no limita la cúspide de un monte,
ni flotante jirón de leve nube
que de la mar a las estrellas sube,
      caber tan sólo pudo
de aquel amor el infinito anhelo...  110
de aquel amor que condenó sañudo
a mudez, orfandad y penitencia...
el vano amor a mentirosa ciencia.


VII

¡Vanidad! ¡Vanidad!... Y del olvido
      apenas ha podido  115
salvar el nombre del ingrato amante
la que tanto hechicera y amorosa
y de las núbiles gracias radiante,
concediole sin tasa las delicias
      de mortal no soñadas;  120
      y su velo de esposa
y del hijo del alma las caricias,
      a ocultas disfrutadas,
cambió por el sayal y los cilicios...
      ¡Sacrílega inocente!  125
Ufana de tan duros sacrificios
porque de envidia y odio el anatema
ni una hoja marchite en la diadema,
gloria del bardo, y gala de la frente
que ósculos de la virgen fecundaron  130
y de la mártir lágrimas bañaron
      en horas de venturas,
de embriaguez, de abandono y de ternuras.


VIII

¡De otro amor inmortal, presentimiento!...
¡De un bien perdido, mustia remembranza!...  135
Panal de limpias y rosadas mieles...
Mansa paloma de doliente arrullo...
      entreabierto capullo
del rosal más oculto y oloroso
de Tadmor32 y sus cármenes vedados...  140
       Ensueño deleitoso...
¿Lloras?... ¿Por ti? ¿Por mí? Deja que aspire
el olor de tus bucles destrenzados,
que en tu seno castísimo respire
los aromas por mí sólo aspirados.  145
       Perdona que delire:
      ¿no deliro de hinojos,
sumiso esclavo de tus negros ojos?
«Sed tengo»... Sed de amor que en ti se calma:
no niegues a mis ósculos tu llanto...  150
¡Sacia esta sed que me devora el alma!


IX

      Del regazo mullido
rodó a tus plantas el poema santo:
de ese amor infeliz cuentan la historia
      al mundo envilecido,  155
de torpes Mesalinas ruin escoria,
las inmortales páginas que huellas
      bajo el níveo ropaje,
de niña tu rencor cebando en ellas.
      Dámelas, Olga mía,  160
de los chilenos campos lozanía,
mi orgullo, mi deleite y embeleso,
y en cambio... ¡Loca!... ¡Sí!, mi más amante,
hondo y ardiente y prolongado beso.


X

¿Sabes, mi dulce amor, sabes si un día  165
estos mares, sus olas y sus vientos
tu lloro, mis delirios, tus acentos
      revelarán al mundo,
doliente, lastimado gemebundo,
al saber nuestro amor y sus tormentos?  170
      ¿Sabes si peregrinos
de región en región, de clima en clima,
      pedirán nuestras fosas
a las palmeras del desierto umbrosas
bardos del Aconcagua33 y del Tolima34?  175
¿Sabes si las zagalas sin ventura
pedirán a los cielos tu hermosura
y el divino poder de tu mirada?
      ¿Si a mi mente inspirada
por ti, sólo por ti, los trovadores  180
numen demandarán en sus dolores?


XI

¿A dó vamos? ¡No sé! ¿Tú lo adivinas?
¿Del Guayas35 a morar en las riberas?
¿Del Cali rumoroso en las colinas?
¿Del adormido Funza36 en las praderas?  185
¿Del Aures37 en las faldas montesinas?
¡A dónde al fin!...
-Yo... ya... donde tú quieras.
-¿Y ofende tanto amor leyes divinas?
-¡Gozosa moriré donde tú mueras!
La envidia vil y el vulgo, soberanos...  190
que venden su sanción si paga el oro.
-Las joyas de mi cuello y de mis manos...
Y nada para mí, sino el tesoro
de tü alma que hirieron inhumanos;
nada más para mí, ¡porque te adoro!  195


XII

-¿Ves cómo cruza en fatigosos vuelos
pareja solitaria de gaviotas
la negra mar bajo los limpios cielos,
por tormentas del Sur las plumas rotas?
Tal vez de Magallanes en los hielos,  200
sobre el cano peñón de islas ignotas
en el nido dejando los hijuelos...
Proscritas van a playas tan remotas.
¡Vamos así! ¿No ves en lontananza,
en el vago confín del horizonte,  205
pequeño, ¡ay!, más cuanto la nave avanza,
un punto..., de tu patria último monte?
-Pero me quedas tú, mi bienandanza,
mi universo, mi vida, ¡mi esperanza!


XIII

-¿Cítaras y laúdes?... ¿Qué murmurios  210
de lo etéreo y lo hondo en los abismos?...
       ¿Qué divino concento
      vuela..., vaga, suspira
en las fugaces ráfagas del viento,
y en lo insondable de la noche expira  215
como ahogado en tristísimo lamento?
¿Oyes?... ¡Oye! Retorna... ¡Crece, crece!
Y en la oleada lejos desfallece.
¡Es Dios! ¡Es Dios! Contémplale; nos mira:
legiones invisibles de su trono  220
vuelan a tu redor: riza las ondas
el roce de sus alas, y diademas
de aljófar y diamantes les ofrece
la estremecida mar en sus olajes,
y vienen murmurando... ¡Escucha!
-¡Escucho!...
 225
-De la región sidérea en las alturas,
en el terral que perfumado pasa,
en el ronco fragor de la rompiente...
¡Es Dios! Es Dios... ¡Es Dios omnipotente!


XIV

Adórale: te admira  230
a ti de su creación gala y señora...
Con mi amor, a tus pies puso esta lira;
      y el estro que me inspira,
es tu mirada negra y soñadora.
Si tus ojos en lágrimas se anegan,  235
la noche gime, los luceros ciegan,
el cielo, antes azul, contigo llora;
y he visto que sonríe, si sonríes,
de la tierra en las rosas y alelíes.


XV

      Sombra son de su mano  240
¡Estas noches sublimes del oceano...!
      Y él la frágil proa
      guía de nuestra nave,
      y él, cuyo soplo breve
pudiera convertir el universo,  245
el universo todo en bruma leve,
      con hálito suave
sobre linfas de ópalo y zafiro
en la marina pampa el leño mueve;
y a mí te dio, perfume que respiro,  250
raudal do el alma enardecida bebe
para siglos de amor, ciega, insaciable,
de los hombres burlando el odio aleve,
      ¡delicia inagotable!


XVI

El que soles innúmeros inflama  255
del espacio infinito en la tiniebla,
      y de mundos la puebla
en que sus dones próvido derrama;
el que creó más astros que burbujas
hierven del torvo mar en los olajes,  260
      cuando iracundo brama
espantoso en sus ímpetus salvajes...
Nos ve, nos oye, te bendice y ama.
-¡Y tú su imagen, mi Señor!
-¡Locura!
¡Blasfemia del humano desvarío!  265
Apoteosis de materia impura,
¡risible vanidad del hombre impío!


XVII

Fue Dioema: quizá del blondo estío
      en las noches rientes,
a los pies de Rael, bajo las frondas  270
de gigantes laureles y de lotos,
      oasis de las ondas
del Gehón38 y sus cisnes indolentes.
Al oírse la cítara de oro
del hijo de Jubal39 en el desierto,  275
despiertan en las vastas soledades
      agrestes ruiseñores,
y en deliquios de amor lloran las flores:
agítanse, soñando, en la espesura
áureas palomas, y su amante arrullo  280
de ribera en ribera repetido,
y de amor en amor, de nido en nido...
Desmaya en el ondear de las colinas,
lejos entre las nieblas azulinas...


XVIII

Mujer, ¡toda mujer, toda belleza!  285
Ni lodo ni proscrita pecadora,
ni cómplice de mal ni malhadada;
los deleites y vida que atesora
      la dio naturaleza,
y fue para el amor y el bien creada.  290
Esas formas purísimas bruñeron
a la bermeja lumbre de la aurora
las linfas del Gehón y sus espumas,
y vírgenes esclavas las ungieron
con óleos de azahares y de nardos.  295
Reclinada en cojines de vellones,
      melenas de leones,
sobre sedosas pieles de leopardos,
vienen de los jazmines y palmares
canarios juguetones  300
a picar sus ajorcas y collares;
y las ocultas y mejores perlas,
      -tan granadas al verlas-
recoge la paloma favorita
      con maternal cariño  305
en el nido de rosas y de armiño,
y sobre el seno túrgido palpita...


XIX

Burlan los tulipanes amorosos
su corta veste si en los bosques vaga,
y tiéndense a sus plantas humildosos  310
los ciervos, y lamiéndolas le adulan,
si el dardo volador herir amaga:
       dë ella en los acentos,
      hay trinos que modulan
      los turpiales canoros,  315
murmullos de raudal, risas y lloros,
amante frenesí que blando halaga...
Sollozos de placer, dulces tormentos...
Suspiros de la tarde que se apaga.


XX

Ya del muelle avestruz, sobre lo blando  320
del lujoso plumón, salta ligera,
y cruza como a vuelo en su carrera
la riscosa y vastísima llanura,
descogidos al viento los cendales,
arreboles purpúreos y de ámbar,  325
tocado de la libre cabellera,
de los hombros y el cinto virginales.
Ya pensativa, en dejadez, ardiente...
con sigilo se asombra en la espesura
de lianas y cedros colosales.  330
¿Qué adivina? ¿Qué sufre?... ¿Qué presiente?...
Del remanso en los límpidos cristales
con ansia, sin testigo, sin zozobra
      contempla su hermosura...
El manto de la noche, sus cabellos:  335
el lujo sideral de las de Oriente,
sus tinieblas, arcanos y destellos
sobre las aguas del Phisón40 tranquilas,
      en las brunas pupilas:
como tintes del alba ruborosa...  340
Y el nácar y encarnado pudibundo
      del caracol marino,
al rodarse la veste que desata
      la mano temblorosa...
¡Qué deidad!... Del remanso en lo profundo  345
se estremece el trasunto peregrino.
¿Para qué fue creada tan hermosa?...
Esos lánguidos ojos que la ofuscan...
Esos húmedos labios que sonríen...
La besan los plumajes de las cañas,  350
las ovas florecidas y espadañas:
picaflores en ella mieles buscan...
Y del peñasco enhiesto en los festones,
mirándola revuelan los alciones.
¿Qué susurros y olor en el ambiente?...  355
      El bosque la respira...
Nimbo el rayo la da del sol poniente,
la soledad en éxtasis la mira...
¿Qué alienta? ¿Qué adivina? ¿Qué presiente?
Hay gérmenes de Dios en sus entrañas:  360
hay para siglos numen en su mente:
hierve en sus venas sangre de legiones...
Es luz, amor, clemencia... gloria, gozo...
Hay en su seno savia de naciones:
¡es lágrimas..., es madre, es alborozo!  365


XXI

       -¡Saulo!... ¡Saulo de mi alma!
-¡Heloísa!... ¡Dioema: fue Dioema!
Resonaba la cítara de oro
del hijo de Jubal, cuando la luna
en los remotos mares se adormía,  370
      y del cantar sonoro
la deleitable y férvida armonía,
      que en mudo arrobamiento
oyó en los antros el nocturno viento
      vibrante y poderosa,  375
ya trémula, voluble, vagarosa...
en acordes dulcísonos desmaya.
¡Solos están allí con su ventura!
Él, Señor de la tierra, esclavizado;
ella, ensueño de Dios... ¡tan bella y pura!  380
Solos están allí sobre el collado
de las lejas orillas atalaya,
cabe los troncos del florón ingente
de dátiles y erguidos cinamomos41,
      verdescura corona  385
de la eminencia que a vecina playa
deja caer su manto de gramales
y juncos odoríferos y aromos
a hundirse del Gehón en los raudales.


XXII

Yace el laúd en el lozano césped.  390
      Absorta y errabunda
      del bardo la mirada
en la espléndida bóveda y profunda
      de los cielos turquinos42,
aún le escucha Dioema enajenada;  395
y anhelantes los labios purpurinos,
altos sobre él y en éxtasis los ojos,
la dicha en ellos... y en su queja enojos
abandónase al brazo que circunda
su talle delicioso y lo cimbrea,  400
y quedísimos ruegos balbucea...


XXIII

-Toma... ¡tañe el laúd! ¡Ah!, ¡si no me oye!
¡Ni fuiste nunca mío!... Y yo le veo
Aún dormida... y le llamo...
Y tuya, toda tuya... te deseo.  405
En mí... por ti... por mí... ¡porque të amo!
¿Qué escucha? ¡Ni me siente..., ni respira!...
¡Deja..., deja!... más blandos que los tuyos
son abrazos de madre, y en los suyos
ni me quemo ni ahogo...  410
Noema te aborrece, te maldice
porque me haces llorar..., porque derramo
de lágrimas raudal, y desahogo
así en su seno mi dolor... ¿Qué sueñas?...
¡Son tan bellos los ángeles!... ¿Qué hice,  415
recelosa, severa, dura, esquiva...,
para que sólo entre mis brazos viva?
Muy hermosos los ángeles... ¡y cantan!
¿Que linda soy como ellos Sella dice?
Sus fulgores a réprobos espantan...  420
Son de espumas, de lumbre..., aromas y oro...
Dormida yo los vi: cítaras tienen,
alas de cisnes... ¡y a escucharle vienen!
¿Del sol? ¿De los luceros? ¡Ah! ¿De dónde?
¡No lo sé! ¿Sí lo sabes?... ¡No responde!...  425
Dilo, dime, Rael... ¿Es de la luna?...
Si tú no me amas... ¡no!, ¡nunca me amaste!
Y mi amor de mujer ya te importuna:
¡vuélveme así a engañar cual me engañaste!
Y en poseerlo el corazón se empeña...  430
¡Un ángel lo enamora, y me desdeña!
Bajan de noche... y con las sombras huyen.
¿Viniste tú de allá?... ¿Cuándo? Tu cuna
de oro bello de Cólchida43 y marfiles
      meció la madre mía  435
      de Henoch44 en los pensiles,
junto de aquellas torres que derruyen,
hoscas, en pie, gigantes todavía,
el simoún rabioso y las tormentas...
Y allí vieron tus ojos luz del día.  440
¿Cuándo?... Si ayer no más, él rapazuelo
y yo a su hombro, por los altos montes
      nos íbamos errantes...
Y yo para sus sienes recogía
convólvulos45 azules como el cielo...  445
¡Ay!, ¡me amaras ahora como enantes!...
Y mis pies, que jugando le negaba,
con sus calientes labios enjugaba...
tan risueños entonces... ¡tan amantes!
¡Desventurada! ¡Aymé!46 Sí: se figura  450
acercar a su pecho la hermosura
hechicera inmortal que le sonríe,
que robole a mi amor y mi ventura.
¡No en mis brazos la invoque y desvaríe!
En lágrimas se anegue mi sollozo...  455
¡No!... ¡Tu juguete soy, y ella tu gozo!
¡Despierta, que me ahogas!... ¿Qué murmura?
Hijas de Seth47 así nunca nacieron:
alas sólo de arcángel no tenía...
¡Dios quizá!... ¡Dios quizá!... Tu dulce madre,  460
de nácar, bdelio48 y rosas parecía
conjunto deleitoso... ¡hasta la dieron
su sonreír las hadas!... ¡Ay!, ¡perdona!
Ciega fui por tu culpa... ¿Qué me quieres?
Ya tu esclava sumisa no ambiciona  465
tanto bien... ¿Mis abrazos? ¿Muchos? ¡Mucho!...
¿Ves ángeles mirándome en la umbra?...
A tus plantas mejor... Aquí te escucho...
¿Es verdad?... ¿Yo? ¿Verdad lo que profieres?
¿Qué del cielo en tus ojos se traslumbra?...  470
¡Si no el Dios de Lamech49, su imagen eres!


XXIV

Corolas sacras de las brunas noches
en las selvas del Indo, así despiden
luz y fragancias al romper sus broches,
y al cálido aquilón besos le piden.  475
De súbito Rael hundió en aquellos
húmedos ojos que a la noche afrentan,
de su espíritu ardiente y luminoso
el raudal de vivísimos destellos:
como dos universos que se miran...  480
       Los labios fuego alientan:
dos nubes inflamadas que se tocan...
Los pechos, casi ahogados, fuego aspiran:
suspiros que nacientes se sufocan...
Ya no se ven, no se oyen... Todo calla:  485
no hay hoja que no tiemble en los ramajes,
no hay inodora flor en los boscajes,
no hay aura que no escuche... Y cuando estalla
de Dioema en los labios suspirosos
el infinito beso... se oscurece  490
      la noche estremecida,
y los vela con tules vaporosos.
Como en la mar el noto se adormece,
al poder de los cielos ya rendida,
cuando airada tormenta desfallece.  495


XXV

Esos labios, rubor en los oteros
de los granados y claveles rojos,
blasfemaron así como blasfema
      tu boca dulce y mía,
tan dócil al reír de mis antojos...  500
Más dócil que la boca de Dioema
a los deleites de Rael sería.
-Más tuya... ¡más!... ¡Hoy quema
      tan hondo tu mirada!...
Dejárasme decir... ¿Lo dijo impía,  505
ante aquel semidiós anonadada,
      mujer enamorada?
¡Yo siento y sé que la verdad decía!
Esto... acerba piedad en la ironía
que tu semblante plácido demuda...  510
      ¡Abrázame y sonríe!
Perdónale a mi amor que te porfíe:
¡si yo quiero creerte, y sólo él duda!
      Y entonces... ¿cómo eres?
¿De la suprema voluntad creadora  515
hay un poder en ti que a humanos seres
      nunca les fue otorgado?
¿Amor? ¡Todo mi amor!... ¿El divo numen?
¿Fuego que purifica? ¿Germen...? ¿Tea
que en la espantable oscuridad flagrea?  520
¡Yo lo sé! ¿Y antes?... ¡Antes! ¿Lo he soñado?
¿No es ilusión? ¿Tú sabes?... ¡Ya te creo!
¡Te amé!... ¡Mucho te amaba! ¡Me has amado!
¿Por qué de ti arrancarme pudo el hado?
¡Amor, germen y luz... yo te poseo!  525
       Ciega..., ciega te sigo;
y me alces a los cielos, o iracundo
abismo de los réprobos devore
lo que hay de humano en mí... mientras no llore
      tu desamor el alma  530
compadéceme y nunca... ¿Qué te digo?...
¡El Infierno mi Edén será contigo!


XXVI

-Espíritu que va de mundo en mundo
por el espacio sideral inmenso
      de penumbra en penumbra  535
do la incontable humanidad habita,
es lo que amas en mí y en ti deslumbra:
de la obra al Creador; de lo profundo,
informe, oscuro y misterioso, surge;
de amor divino y del amor humano,  540
su esencia, forma y fin son el arcano:
ledo, débil y torpe... ya suspenso
al borde de la nada, es como el ave
que implume, el vuelo maternal imita
      en el nativo soto  545
y admira lo azulado y lo remoto
del horizonte que cruzar no sabe:
ya en ascensión gloriosa, ya en descenso...
       Ya indeciso se agita:
¿ama, obrero del bien? Es luz y canto.  550
¿Duda?... En noche de horror se precipita.
Odia, genio del mal, e infunde espanto.
Caído... ante el fetiche se prosterna.
¡La escala de Jacob50 es infinita!
¡La lucha de Jacob es lid eterna!  555


XXVII

-¡Yo puedo!... ¡No me dejes!... Ya diviso
la senda luminosa que señalas:
llévame de tu Dios al Paraíso;
a ti y a mí nos servirán tus alas.
¡Estréchame en tus brazos!... ¡No supiste!  560
¡No sabes!... Le imploraba y él no quiso
hacer contra tu amor mi virtud fuerte:
llamándole mis labios... me venciste,
y tu amante locura y tu contento
eran mi orgullo y dicha... ¡y mi tormento!  565
Sólo tú me quedabas... o la muerte:
¡todo mi amor para saciarte... o suya!
¡La eternidad sin ti!... ¡La vida y tuya!...
       Tu sublime demencia
de amor, nunca en el mundo antes sentido,  570
o lo espantoso de la tumba fría...
       ¡Tu maldición y olvido!
       ¿Podrá ser que destruya
lazos que Dios formó la ley impía?
¿Podrase hacer que de tus plantas huya  575
tu sombra bajo el sol del medio día?
Álzame de tu Dios a la presencia:
dile cuánto luché..., cómo inocente
sobre el sepulcro de la madre mía,
antes único amor de mi existencia,  580
      nació tu amor vehemente...
Tal vez en mis ensueños anhelado,
      frenético, indomable...
Dile que tú... que yo fui la culpable.
      Si él, piedad y clemencia,  585
otro rebelde amor ha perdonado...
¿Mujer que mucho amó fue perdonable?
¡Como te amo, mortal nunca fue amado!
       Tu Dios es mi testigo:
¡llévame al cielo; sin temor te sigo!  590


XXVIII

-El que soles innúmeros inflama
del espacio infinito en la tiniebla,
      y de mundos la puebla
en que sus dones próvido derrama;
el que creó más astros que burbujas  595
hierven del torvo mar en los olajes,
      cuando iracundo brama
espantoso en sus ímpetus salvajes...
¡Nos ve, nos oye, te bendice y ama!
Son polvo rutilante de sus huellas  600
en este cielo azul orbes y estrellas:
a sus plantas, antorchas moribundas
Osorno51 erguido, a cuya sombra duermen
las aguas opalinas de Llanquihue52,
y el Puracé53 de cárdenos fulgores,  605
centinela de invictos lidiadores:
su sonreír, las vividas auroras
      de setiembre fragante...
Su bendición, la paz en las cabañas,
de tu valle nativo en las montañas:  610
su ternura y piedad..., aquellas horas
de júbilo y amor desde el instante
      que tus labios altivos,
orgullosos aún, mas ya no esquivos...
      Dijeron... ¿Qué dijeron?  615
      Juraron... ¿Qué juraron?
A tu rigor traidores, sonrieron...
Y después de mi dicha... suspiraron.


XXIX

Es urna de perfumes que traspora
el excitante olor del nardo libio,  620
y el bálsamo destila que atesora...
Es el ambiente regalado y tibio,
humano, virginal, que de sus senos,
de vida y flores y de aromas llenos,
en las campiñas de Pubén54 exhalan,  625
del vespertino sol bajo los rayos,
      las vegas que, frondosos,
recatan en sus sombras susurrosos
los arrayanes y floridos mayos.


XXX

Duerme tranquila que tu sueño espío,  630
y en cambio sólo aspiraré tu aliento,
cual en las siestas plácidas de estío
en los bosques del Maipo55 soñoliento:
no les temas al piélago bravío
ni de alta noche al huracán violento;  635
como mi alma en tus ojos, amor mío,
en la mar se contempla el firmamento.
-Dormir es ya no verte..., y es morirme
cuando más en mis ojos te embelesas;
es a otro mundo, sin llevarte, irme...  640
Hazme creer que te oigo como en esas
horas tan dulces... tu pasión decirme:
¡hazme sentir... soñar... que así me besas!

 
 
FIN DEL CANTO I
 
 




ArribaAbajoEl primer soneto


Una vez... ¡ah!, figúrome que ahora
respiro aún su delicioso aliento
y enardecido por sus labios siento
el corazón que la suspira y llora...

«Hazme versos así», dijo Leonora,  5
(¡Catorce eran de Lope, y un portento!)
«Y lo que pides te daré al momento,
con la vida y el alma que te adora».

Después... Más nunca demandó cantares,
porque tan cerca palpitar se oían  10
¡mi corazón y el suyo!... Y luminares

del alma aquellos ojos que vertían
bajo mis besos luz y lloro ardiente,
¡fuego inmortal dejaron en mi mente!

S. Juan, Ciénaga, diciembre de 1881                





ArribaAbajoEl imperio Chimila


Imperio de Sorlí, rey del Chimila56,
¡hoy selva virgen de la cumbre al llano!
Jamás sumiso a ley del Vaticano
que los pueblos degrada y aniquila.

Ni una humareda en su horizonte oscila  5
ni leve sombra del orgullo humano
en la extensión do fiero soberano,
reinabas solo tú, salvaje Atila.

En los futuros siglos, altaneras,
elevarán sus torres las ciudades  10
del Cataca57 estruendoso en las riberas,

y en sus vastas e ignotas soledades
no quedará de mí huella ni acento,
¡oscuro trovador, ave del viento!

Altas riberas de Cataca, 16 de enero de 1882                





ArribaAbajoCaldas58


¡De ciencia y Libertad, apóstol mártir!
Vive en la mente de la Patria; vive
para eterno baldón de sus verdugos
en el amor y el alma de los libres.

Tumba de sus cenizas son los Andes  5
que corona inmortal de nieve ciñen:
su epitafio, al fulgor de las tormentas,
brazos del cielo allí borran y escriben...

Que nada en el lenguaje de los hombres
pudo expresar cuanto su nombre dice.  10
Por eso nos lo enseñan en la cuna,

y ejemplo y luz será mientras palpiten
sobre tierra que ungió sangre de mártir
corazones valientes y almas libres.

23 de julio de 1883                





ArribaAbajoLa bella de noche


A mi hija Julia




Toda flor es un templo: y los arcanos
esconde allí de amor naturaleza,
y el arte rudo aún de los humanos
nunca imitar logró tanta belleza.

Del Tucurinca59 en los selvosos llanos  5
y del Caribe mar en la grandeza,
fragante flor oculta su pureza,
al sol ardiente y céfiros livianos.

Blanca nació de un rayo de la luna
en la trémula sombra de la umbría  10
la reina y gala de la noche bruna:

esa flor es tu imagen, Julia mía,
orgullo de mi vida sin fortuna,
y en nuestro pobre hogar luz y alegría.

Septiembre de 1885                





ArribaAbajoA mi hija Clementina


Si estuvieras aquí, cerca del lecho
do el dolor implacable me tortura,
¡cuántas angustias de mi amante pecho
calmaran tus caricias y ternura!

De la desgracia el huracán deshecho  5
combate sin cesar nuestra ventura,
y es ya este grande corazón estrecho
para la hiel que en su infortunio apura.

Cúmplase así la voluntad divina
del que les dio a tus labios virginales,  10
mi dulce y adorada Clementina,

trinos de los sinsontes60 y turpiales61;
del que puso en tus ojos hechiceros
arrobadora luz de sus luceros.

Septiembre de 1885                





ArribaAbajoElvira Silva62



La mort aime à poser sa main lourde et
glacée sur des fronts couronnés de fleurs.

(Victor Hugo)                




I

¿Por qué las negras sombras de la noche
tras el vivido albor de la mañana,
y el espanto, mudez y hondo silencio
al despertar llamándola en sollozos
los que en el mundo mísero quedamos?  5

Arrobadora realidad creada
por el numen63 divino que fecunda
mi ya cansado corazón... ¡espera!
Son tan agrias las heces que sobraron
para el final de la existencia mía...  10
Y ayer, ayer no más las endulzabas,
      celestial hechicera,
¡Ángel consolador en mi agonía!


II

¡Espera... espera! Me darán tus ojos,
santa visión del vate dolorido,  15
luz, esperanza y fe para las horas
últimas de batalla... y en mis cantos
habrá de ti misterios y fulgores,
el ritmo sobrehumano de tu acento,
¡estro64 inmortal y vida de tu vida!  20

La inspiración que desbordó en tu alma
llanto abundoso que sació mi ardiente
y eterna sed de gloria... ¡Vive, vive!
Para lo excelso, inmaculado y grande;
para ti, la delicia de querubes,  25
embeleso y amor de los amores...
Hálito de Jehová, luz de su mente
humanada en mujer... ¡No!, ¡vuelve al cielo,
criatura del Poeta Omnipotente!


III

Vano ensueño quizá... Delirio y gozo  30
del alma que memora o que presiente
la belleza inmortal... Lágrimas ciegan
los ojos que te buscan y responden
al llamarte, gemidos a gemidos...
¡Ay!, tus risas, tu voz de arrullos llena  35
para el dilecto y amoroso hermano,
escuchar se figura y que en su pecho,
reina mimada del hogar, reclinas
la cabeza de Psiquis en que aja
las níveas rosas entre negros bucles...  40
Y dócil prisionera de sus brazos,
finges huirle y él... ¡Lívida!... ¡Yerta!
Sorda a sus ruegos, para siempre yace,
lujosa con las galas de la tumba
y la noche sin fin... allí do aromas  45
y el color virginal de sus vestidos
y los primores de sus manos quedan...
Engañadoras prendas que de vida
hablan al arrobado pensamiento,
y de la instable bienandanza ida  50
a el alma que se goza en su tormento.


IV

En silencio llorad los que la amasteis...
Y dejadla dormir cándida y pura
en su lecho castísimo de niña.
Ángeles invisibles le han besado  55
las mejillas, hoy mustias, que antes fueron
semblanza de las flores ruborosas,
y púdica cerró los dulces ojos
en que los cielos mismos se miraron...

El féretro mullid. Larga la noche  60
del sepulcro será... ¡lóbrega y fría!
Poned blando cojín a su cabeza,
que en el regazo maternal buscaba
mimos ayer y juegos y caricias...
Trenzad los sueltos rizos que fragantes  65
velan, vivos aún, el casto seno,
y con gasas de espumas arropadla
en su lecho nupcial... ¡Elvira! ¡Elvira!
¡Parece sonreír y que respira!...
¡El ataúd su tálamo! Es la esposa  70
del blondo65 y bello arcángel de la muerte:
sólo con él soñabas amorosa:
¿qué ser humano pudo merecerte?


V

¡Cómo se ha helado, inmóvil, sin abrigo,
de la noche luctuosa en el ambiente!  75
Resplandores del alba la circundan,
nimbo le dan a la marmórea frente,
y al fulgor celestial que la ilumina
el áurea luz de los blandones tiembla,
débil palideciendo y mortecina.  80

Es la mañana que las cumbres dora
y los lagos argenta en la llanura,
que acaricia tus flores y en el huerto
besa nidos que guarda la espesura.
¿Duermes aún y tan hermoso el día?  85
¡Azul, azul!..., ¿no ves? Abre los ojos
y los purpúreos labios sonrientes:
¡todo amor y fragancias y alegría!
Todo a la vida y a la luz despierta...
¡Ay!, sola tú, dormida para siempre.  90
       ¡Y para siempre muerta!


VI

En féretro de flores, al sepulcro
avanzas en los hombros de tus siervos:
Reina de la virtud y la belleza,
triunfadora inmortal, ¡he allí tu trono!  95
Tras de la pompa fúnebre y el llanto...
-¡Oh recuerdo cruel del alma mía!-
Vendrá el olvido de la turba vana,
y el eco lamentoso de mi canto,
en el placer la enfadará mañana.  100

¡Feliz te vas!, feliz porque al sepulcro
llevas el corazón del caro amigo,
tierno guardián de tu niñez dichosa:
¡ciego te sigue aún!... ¿Oyes sus pasos
en pos de ti, como en su edad primera?...  105
¿Qué, si no existes, en el mundo espera?

¡Te vas!... ¡y para siempre!, sorda, muda...
¡Insensible a gemidos y lamentos
de los seres que amaste! ¿Y así pagas
la ternura y amor? ¿Qué su existencia  110
será sin ti, la gala y alborozo
en ese hogar de tus encantos nido,
      donde pasan las horas,
lentas cual las de dicha voladoras,
y en que todo es dolor porque te has ido?  115


VII

¡Señor! ¡Señor!... Si bella la creaste
cual la hija de Jairo, y prez y orgullo
es en tierra de gentes que te adoran;
si a Lázaro en la tumba despertaste
      porque bueno te amaba,  120
y oyes a los que sufren y te imploran...
En ella pon tus manos condolido:
¡levántala, Señor!, y sólo tuya,
de infelices la fe y alivio sea,
del cielo su corona de azahares...  125
Alba nube de incienso en tus altares.
¡No me puedes oír!... Mísero humano,
transito de la tierra los desiertos:
si cruzo los aduares66 de los hombres
la iniquidad odiando de los vivos...  130
¿Por qué turbo el reposo de tus muertos?

Bogotá, 12 de enero de 1891                





ArribaLa tierra de Córdoba67


Estarán entre la muchedumbre de las naciones como el rocío enviado del Señor, y como la lluvia sobre la hierba.


(Micheas, cap. V, ver. 7)                




I

¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
      titán laborador,
rey de las selvas vírgenes y de los montes níveos
que tornas en vergeles imperios del condor?

¿De qué nación heroica tu grandeza  5
      en la sublime lid
que arrebató a verdugos la colombiana tierra?
¡Legión fueron tus Gracos, fue Córdoba tu Cid!

Estirpe tú del héroe de Ayacucho68,
      digna estirpe de él,  10
has hecho de tus montes su templo y su sepulcro,
al numen de tus glorias y a tus banderas fiel.

Su sangre, que vertieron asesinos...
      Soberano te ungió,
y óleo de libres llevan los hijos de tus hijos.  15
Morir puedes luchando; vivir esclavo, ¡no!


II

Al golpe de tus cíclopes retiemblan
      montañas do la red
está de las profundas y codiciadas venas
que hacen argento y oro, ya en luz, resplandecer.  20

Las tumbas del quimbaya69 y del catío70
      sus riquezas te dan;
tesoros de los dioses y de monarcas indios,
que descubrir no pudo el vándalo rapaz.

A tu querer y voz su curso sesgan  25
      el Porce71 y el Nechí72,
y en sus playados lechos recogen y te ofrendan
oro que paga Europa como el bello de Ophir.

Y tus colonos van de cumbre en cumbre
      al Septentrión y al Sur,  30
segando vastas selvas bajo dosel de nubes:
vigor es su derecho, y su arma la segur.

Desde Anaime73 y Nabarco74 hasta las fuentes
       hoscas del Guarinó75,
los Andes son el huerto feraz de tu simiente,  35
vestíbulo de Arcadias que tu poder creó.

En él ostentan diamantinos dombos76
      el Tolima77 y el Ruiz78,
gigantes ya vencidos que moles de sus hornos
lanzaron hasta el Cielo, sublimes al morir.  40

Como vierten raudales sus neveras,
      que fecundando van
los valles que tú alfombras y pampas que el sol quema,
tu savia rica y noble al patrio suelo das.


III

En lo selvoso de azuladas cimas  45
      el chocillo se ve,
donde al teñir la noche lejano fuego brilla...
Así nació Salento79 y Manizales80 fue.

Carbonizada la derriba humea
      donde incendio voraz  50
tendió luctuoso manto en vez de las florestas
y retostó los bosques del alto valladar.

Volando en las negruras de la noche,
       la mota81 deja oír
sus tristes alaridos, y en los tumbados robles  55
serpientes alza el viento de llama y de rubí.

En torno de su hoguera chispeadora
      descansan a placer
los Hércules, oyendo burlones las historias
que cuenta de mohanes82 un viejo montañés;  60

o en el marino estruendo de las selvas
      que el austro remeció,
el ronco grito escuchan del oso de las sierras,
en los ignotos valles y cumbres rey feroz.

Difúndense las sombras y el silencio...  65
      y sólo el retumbar
repiten de tormentas lejísimas los ecos,
en antros y espesuras donde a dormirse van.


IV

Pronto las mieses ondulantes bordan
      las vegas, el amor  70
de la cabaña linda que niños alborozan
a orillas del torrente de plácido rumor.

Entonces la oropéndola salvaje
      y el tordo negriazul
anidan con sus tribus en palmas y boscajes  75
y anuncian las auroras de sonrosada luz.

Al viento da su prole zumbadora
      la colmena montés,
y en el hogar piando su nuevo nido forma
la golondrina errante, del hombre amiga fiel.  80

Ubres turgentes la vacada brinda
      rumiando en el gramal,
y cantos de doncellas y sus alegres risas
se oyen en las frondas lozanas del maizal.

Hay en sus voces trinos de turpiales,  85
      dulces mimos de amor,
arrullos de palomas, caricias maternales...
susurros de sauceras do el viento revoló.

¡Bellas y pudibundas como fueron
      las hijas de Jessé!  90
En árabe tocado rebosan los cabellos,
refulgen en sus ojos las noches de Kedén83.

Efluvio exhalan de la selva virgen,
      y en el talle gentil,
pudor encantos vela de Ruth casta y humilde;  95
¡Son un bendito germen vedado al vicio vil!


V

¿De qué raza desciendes, pueblo altivo,
      titán laborador,
que le abres amoroso tu hogar al peregrino
y tienes para humildes virtudes galardón?  100

Ellas dicha y encanto a los hogares
      de tus labriegos dan;
alejan de las mieses furor de tempestades,
el nimbo son de vírgenes, de los ancianos paz;

y lujo en la mansión del poderoso  105
      que premiado se ve,
aumentan sus rebaños, agrandan su tesoro,
abierto a desvalidos que sufren hambre y sed.

Como la vid del Maipo que sarmientos
      extiende a su redor,  110
y cuelga de los álamos y verdes limoneros
racimos que le dora y le perfuma el sol,

así tus gentes en futuros días
      ciudades poblarán
al pie del Shinundúa84 y del nuboso Huila85,  115
sobre los montes de oro de Atrató86 y Urabá87.


VI

La Iberia en sus conquistas no creaba
      pueblos de tu poder:
vivieron en espanto, de hinojos... turba esclava,
los que diezmó, ya indómitos, Fernando, el tigre-rey.  120

Del hierro, de la mita y los tributos
      eran sobra rüín:
si en libertad olvidan sus glorias e infortunios,
merecen en laceria y en la opresión morir.

¿España qué les dio del Nazareno?  125
       ¿La ley de paz y amor?...
Dejó de cien naciones los insepultos huesos,
pavesas de Atahualpa, del Zipa88 y Guatimoc89.

No bastaba la cólera divina
      a herir y exterminar  130
Pizarros y Quesadas, Añascos y Valdivias,
que renacieron Sámanos, Morillos y Tolrás90.

¡Y viven!.. En centurias engendrados
       de tinieblas y horror...
La ciega prole fueron de monstruos semihumanos,  135
Caínes a quien piélago de sangre no sació.

Has repudiado la ominosa herencia
      del ibero crüel:
ni tu labor es suya, ni suya la belleza
que gala es de tus hijas y orgullo de Israel.  140

No hay en ti lepra de la estirpe goda
      que al vencer a Boabdil,
lanzó de sus dominios la raza poderosa
que a España hizo el emporio del mundo y su pensil.

Hoy purga la insensata su delito  145
       de implacable crueldad,
y tú, fecundo enjambre del pueblo perseguido...
A Girardot91 tuviste y a Córdoba inmortal.


VII

De las vegas umbrosas del Tonusco92,
      a las ricas de Otún93,  150
se tornan en ciudades tus pintorescos burgos,
y en níveas torres símbolo de amor es ya la cruz.

En las altas colinas y ribazos
      los cortijos se ven,
cual las juvencas94 albas que dejan el rebaño  155
y van en las herbosas laderas a pacer.

Respiro de sus huertos la fragancia,
      y figúrome oír
las fuentes retozonas que los collados bajan,
¡Canciones que de labios tan dulces aprendí!...  160

En esos campos la divina Ceres
      a sus pechos crió
tus bardos y guerreros, tus Numas y Cleomenes95,
extraños a molicies del ocio corruptor.

Eran así los siervos y señores  165
      hermanos al nacer,
y en Palacé96 afilaron las garras de leones:
los igualó su gloria primero que la ley.

¡Antákieh97! ¡Antákieh, redentora Edissa98!
      De sierva, como Agar99,  170
se hizo libre y madre de prole bendecida:
el cedro fue bellota, y el árbol selva es ya.

En cada piedra de sus fuertes muros,
      que el tiempo enmoheció,
resuena todavía la voz de sus tribunos,  175
el himno de victoria del pueblo triunfador.

Sobre el Cauca estruendoso el alma otea...
      Limpio el cielo turquí,
los montes, en lo hondo, tapiz las agrias selvas,
Cariguañá100 desiertos inunda en el confín...  180

¡El nido allí de flores y de huríes!
      A luchar y vencer
sus hijos aprendieron en las gloriosas lides,
y guardan hoy de Córdoba la tumba y el laurel.

A los dones de ufano despotismo  185
       la muerte prefirió,
la tumba de los libres, de los jamás vencidos...
Él vive en nuestras almas, ¡eterno vencedor!

Cuando a la Patria la traición deshonra,
      y noche y tempestad  190
el sacro monte anublan... se ha visto airada sombra,
Y espectros de sus huestes en las tinieblas hay.


VIII

En el lujoso valle do serpean
      corrientes de zafir,
al sol que la enamora detiene y embelesa,  195
cristiana Sunamita101, la hermosa Medellín.

Jazmines y floridos naranjales
       sus perfumes le dan,
y arroyos de los montes descienden a brindarle
en baños de odalisca sus ondas de cristal.  200

¡Cómo la miro en estrelladas noches
      en mis sueños aún!
Formándole cojines se agrupan los alcores102,
la cubren las montañas con su azulino tul.

Hila risueña en céspede galano  205
      al despuntar el sol:
riqueza son y orgullo coronas de sus manos;
de Aholíbah103 las infamias y vicios execró.

Hoy juzga... como Débora104 en la sombra
      del añoso palmar;  210
y ella que a los númenes dictó la patria Historia,
en el Thabor105 sentencia con fuego escribirá.

Noviembre de 1892