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Poesías

Gaspar Núñez de Arce

[9]

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Introducción

          
 
                                ¡Los tiempos son de lucha! ¿Quién concibe
el ocio muelle en nuestra edad inquieta?
En medio de la lid canta el poeta,
el tribuno perora, el sabio escribe.
   Nadie el golpe que da ni el que recibe 5
siente, a medida que el peligro aprieta;
desplómase vencido el fuerte atleta
y otro al recio combate se apercibe.
   La ciega multitud se precipita,
invade el campo, avanza alborotada 10
con el sordo rumor de la marea.
   Y son en el furor que nos agita,
trueno y rayo la voz; el arte, espada;
la ciencia, ariete; tempestad la idea. [11]
 
 
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La guerra

 
   Por razones que se calla
la historia prudentemente,
dos monarcas de Occidente
riñeron fiera batalla.
   La causa del rompimiento 5
no está, en verdad, a mi alcance,
ni hace falta para el lance
que referiros intento.
   Sobre el campo del honor
cubierto de sangre y gloria, 10
donde alcanzó la victoria
más la astucia que el valor;
   dos discípulos de Marte,
que airados se acometieron
y juntamente cayeron 15
pasados de parte a parte;
   sumergidos en el lodo,
mientras que llegaba el cura
para darles sepultura,
platicaban de este modo: 20
   

SOLDADO PRIMERO

   -¡Hola, compadre! ¿Qué tal
te ha parecido el asunto?
  

SOLDADO SEGUNDO

   Puesto que me ves difunto
debe parecerme mal. [12]
  

SOLDADO PRIMERO

   Pues ha sido divertida 25
la función: mira a tu lado.
Lo menos hemos quedado
doce mil héroes sin vida.
   Y en esto me quedo corto,
que me enfadan los extremos. 30
  

SOLDADO SEGUNDO

   ¡Con qué habilidad nos hemos
destrozado! Estoy absorto.
   Ha habido alarmas y sustos
y muertes y atrocidades
para todas las edades 35
y para todos los gustos.
  

SOLDADO PRIMERO

   Mas yo quisiera saber
por qué con tanto denuedo
nos matamos...
  

SOLDADO SEGUNDO

                         ¡Ay! No puedo
tu duda satisfacer. 40
   Para entrar en esta danza
tuve que dejar mi oficio.
Sé que aprendí el ejercicio,
sé que estudié la Ordenanza.
   Sé que en compañía de esos 45
que están mordiendo la tierra,
me trajeron a la guerra
y me moliste los huesos. [13]
   Y, en fin, francamente hablando,
puedo decirte al oído, 50
que he muerto como he nacido;
sin saber por qué ni cuándo.
  

SOLDADO PRIMERO

   De tu explicación me huelgo,
Porque mi vida retrata.
  
   En esto, alzando la pata 55
un moribundo jamelgo,
   -¡Gracias, dioses inmortales!
-dijo con voz lastimera,-
Pues de la misma manera
morimos los animales. 60
  
   Cuando pasó la impresión
de tan extraño incidente,
así anudó el más valiente
la rota conversación.
  

SOLDADO PRIMERO

   Aunque ignoramos la ley 65
que produjo esta querella,
¡juro a Dios vivo! que en ella
lleva la razón mi rey.
  

SOLDADO SEGUNDO

   ¿Y por qué?
  

SOLDADO PRIMERO

                         Porque es el mío. [14]
  

SOLDADO SEGUNDO

   ¡Qué salida de pavana! 70
La justicia es de quien gana.
  

SOLDADO PRIMERO

De tu ignorancia me río.
   ¡Pues cuántos que han hecho eternos
sus nombres con la victoria,
no han ido a gozar la gloria 75
de su triunfo a los infiernos!
  

SOLDADO SEGUNDO

Considera lo que dices,
porque estoy ardiendo en ira.
  

SOLDADO PRIMERO

¡No me alces el gallo!...
  

SOLDADO SEGUNDO

                                    Mira
que te rompo las narices.- 80
Y fieros y cejijuntos
a combatir empezaron
de nuevo... ¡Y no se mataron,
porque ya estaban difuntos!
   Diéronse golpes crueles, 85
hasta que hueca y ufana
llegó la Locura humana,
sonando sus cascabeles.
   Puso paz entre los dos
y dijo con desenfado: 90 [15]
-«¿Qué es esto? ¿Habéis olvidado
que sois imagen de Dios?
   Tal vez la inmortalidad
con justo título esperen
los que por la Patria mueren, 95
por Dios, por la libertad.
   Pero que el hombre sucumba
en conquistadora guerra,
cuando siete pies de tierra
le bastan para su tumba; 100
   o que en lucha fratricida
entre, sin saber quizá
ni por qué la muerte da,
ni por qué pierde la vida;
   esto mi paciencia apura, 105
y cuantas veces lo veo,
aunque soy Locura, creo
que es demasiada locura.» [17]
 
 
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Recuerdos

 

I

   ¡Tantas esperanzas muertas
y tantos recuerdos vivos!...
en el corazón humano
jamás se forma el vacío.
   Nace una ilusión y muere; 5
pero su cadáver mismo
queda insepulto en el alma
y siempre en la mente fijo.
   ¡Ay! por eso yo que os llevo
ha tantos años conmigo, 10
esperanzas engañosas
que me halagásteis de niño;
   hoy que bajo el grave peso
de vuestro cadáver gimo,
¡infeliz de mí! quisiera 15
que nunca hubiérais nacido.
  

II

   ¿Te acuerdas? Al pie de un árbol,
en el jardín de tu casa,
el dulce y maduro fruto
ibas cogiendo en la falda. 20
   Turbando nuestra alegría
crujió de pronto la rama,
diste un grito, y desplomado
caí sin voz a tus plantas. [18]
   No vi más; pero entre sueños 25
me pareció que escuchaba
desconsolados gemidos,
tiernas y amantes palabras.
   Y cuando volví a la vida,
en una sola mirada 30
se besaron nuestros ojos
y se unieron nuestras almas.
  

III

   ¿Te acuerdas? Seis años hace
cuando por la vez primera
eterno amor nos juramos 35
y fidelidad eterna.
   ¡Cuán venturosas corrieron
las horas! ¡ay! ¡y cuán prestas!
un deseo, una esperanza
fué nuestra dulce existencia. 40
   Turbóse un día el encanto
de aquella pasión inmensa,
y el viento de la fortuna
llevome a lejanas tierras.
   Colgándote de mi cuello, 45
en llanto amargo deshecha,
vuelve, -me dijiste- vuelve;
que mi corazón te llevas.-
   Volví... ¡Ya estabas casada!
y un ángel de rubias hebras 50
en tu regazo dormía
el sueño de la inocencia.
   Posé, temblando, mis labios
en su faz blanca y risueña,
y al mirarte, vi que estabas 55
pálida como una muerta. [19]
  

IV

   Después... Aturdido, ciego,
cuando me hirió el desengaño,
en tus queridas memorias
quise vengar mis agravios. 60
   Busqué frenético el rizo
de tus cabellos castaños,
que en la postrer despedida
me diste, Inés, sollozando.
   -Muera, dije- este recuerdo 65
de aquel corazón ingrato,
y arrastre el viento en cenizas
la inútil prenda que guardo.-
   Miréla suspenso y mudo,
hasta que ahogándome el llanto, 70
en vez de arrojarla al fuego
la llevé ¡loco! a mis labios.
   ¡Ay! quiera Dios que no veas
preso en amorosos lazos,
al hijo de tus entrañas 75
llorar, como estoy llorando.
  

V

   ¿Te acuerdas? Cuando en los días
de mi secreto infortunio
dudaba yo de mí mismo,
pobre, olvidado y oscuro; 80
   enjugando compasiva
mi llanto abundante y mudo,
-no desmayes, me dijiste,
que el porvenir será tuyo.
   Yo compartiré contigo 85
lauros, honores y triunfos, [20]
y a la sombra de tu fama
nuestro amor llenará el mundo.-
   Hoy rompe a veces mi nombre
la indiferencia del vulgo, 90
y a veces también su aplauso
trémulo y turbado escucho.
   Pero como estás muy lejos
y en vano te llamo y busco,
paréceme que resuena 95
en el hueco de un sepulcro. [21]
 
 
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El reo de muerte

 
   ¡Oh, vedle, vedle! ¿Turbia y ardiente la mirada,
en brazos de su culpa que le acrimina austera,
tan lejos y tan cerca de la insondable nada,
del mundo que le arroja, del polvo que le espera!...
¡Luchando con extrañas y horribles agonías 5
que traen ante sus ojos en rápida carrera
sus inocentes horas, sus conturbados días,
el cuadro pavoroso de su existencia entera!
  
   Ayer, aunque entre sombras, el porvenir incierto
brindábale ilusiones de amor y de ventura, 10
y hoy, asomado al borde de su sepulcro abierto,
contempla horripilado la eternidad oscura.
La muerte, que le acosa con misterioso grito,
despierta los terrores de su conciencia impura:
quiere llamar, y apaga sus voces el delito, 15
quiere huir, y le asalta la hambrienta sepultura.
  
   ¡Ay, si recuerda entonces el dulce hogar sereno
donde pasó ignorada su infancia soñadora,
la amante y pobre madre que le llevó en su seno,
único ser acaso que le disculpa y llora! 20
¡Ay triste de él si al lado del hondo precipicio
su amparo no le presta la fe consoladora;
la fe que se levanta potente en el suplicio
y da sus alas de ángel al alma pecadora!
  
   ¡Miradle! Cada paso que hacia el cadalso avanza 25
de su agitada vida los horizontes cierra: [22]
apágase en sus ojos la luz de la esperanza
y el peso de la muerte fatídico le aterra.
¡Ay, ten valor! Si un día de imprevisión y dolo
te puso con los hombres y con la ley en guerra, 30
mañana entre los muertos abandonado y solo
en su profundo olvido te envolverá la tierra.
  
   Aparta tu mirada terrífica y sombría
de esa apiñada turba que bulle en el camino
para gozar del triste placer de tu agonía 35
y presenciar el término de tu fatal destino.
¡Oh! no la empuja sólo su imbécil sentimiento
hacia el cadalso infame que espera al asesino.
¡Hasta la cumbre misma del Gólgota sangriento
siguió también los pasos del Redentor divino! 40 [23]
 
 
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Crepúsculo

 
   El sol tocaba en su ocaso,
y la luz tibia y dudosa
del crepúsculo envolvía
la naturaleza toda.
   Los dos estábamos solos, 5
mudos de amor y zozobra,
con las manos enlazadas,
trémulas y abrasadoras,
   contemplando cómo el valle,
el mar y apacible costa, 10
lentamente iban perdiendo
color, trasparencia y forma.
   A medida que la noche
adelantaba medrosa,
nuestra tristeza se hacía 15
más invencible y más honda.
   Hasta que al fin, no sé cómo
yo trastornado, tú loca,
estalló en ardiente beso
nuestra pasión silenciosa. 20
   ¡Ay! al volver suspirando
de aquel éxtasis de gloria,
¿qué vimos? Sombra en el cielo
y en nuestra conciencia sombra. [25]
 
 
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¡Amor!

 
   ¡Oh eterno amor, que en tu inmortal carrera,
das a los seres vida y movimiento,
con qué entusiasta admiración te siento,
aunque invisible, palpitar doquiera!
   Esclava tuya la creación entera, 5
se estremece y anima con tu aliento,
y es tu grandeza tal, que el pensamiento
te proclamara Dios, si Dios no hubiera.
   Los impalpables átomos combinas
con tu soplo magnético y profundo: 10
tú creas, tú trasformas, tú iluminas,
   y en el cielo infinito, en el profundo
mar, en la tierra atónito dominas,
¡amor, eterno amor, alma del mundo! [27]
 
 
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Miserere

 
   Es de noche: el monasterio
que alzó Felipe Segundo
para admiración del mundo
y ostentación de su imperio,
yace envuelto en el misterio 5
y en las tinieblas sumido.
De nuestro poder, ya hundido,
último resto glorioso,
parece que está el coloso
al pie del monte, rendido. 10
  
   El viento del Guadarrama
deja sus antros oscuros,
y estrellándose en los muros
del templo, se agita y brama.
Fugaz y rojiza llama 15
surca el ancho firmamento,
y a veces, como un lamento,
resuena el lúgubre son
con que llama a la oración
la campana del convento. 20
  
   La iglesia, triste y sombría,
en honda calma reposa,
tan helada y silenciosa
como una tumba vacía.
Colgada lámpara envía 25
su incierta luz a lo lejos,
y a sus trémulos reflejos
llegan, huyen, se levantan [28]
esas mil sombras que espantan
a los niños y a los viejos. 30
  
   De pronto, claro y distinto
la regia cripta conmueve
ruido extraño, que aunque leve,
llena el mortuorio recinto.
Es que el César Carlos Quinto, 35
con mano firme y segura
entreabre su sepultura,
y haciendo una horrible mueca,
su faz carcomida y seca
asoma por la hendidura. 40
  
   Golpea su descarnada
frente con tenaz empeño,
como quien sale de un sueño
sin acordarse de nada.
Recorre con su mirada 45
aquel lugar solitario,
alza el mármol funerario,
y arrebatado y resuelto
salta del sepulcro, envuelto
en su andrajoso sudario. 50
  
   -¡Hola! -grita en son de guerra
con aquella voz concisa,
que oyó en el siglo, sumisa
y amedrentada la tierra.
-¡Volcad la losa que os cierra! 55
Vástagos de imperial rama,
varones que honrais la fama,
antiguas y excelsas glorias,
de vuestras urnas mortuorias
salid, que el César os llama.- 60 [29]
  
   Contestando a estos conjuros,
un clamor confuso y hondo
parece brotar del fondo
de aquellos mármoles duros.
Surgen vapores impuros 65
de los sepulcros ya abiertos:
la serie de reyes muertos
después a salir empieza,
y es de notar la tristeza,
el gesto despavorido 70
de los que han envilecido
la corona en su cabeza.
  
   Grave, solemne, pausado,
se alza Felipe Segundo,
en su lucha con el mundo 75
vencido, mas no domado.
Su hijo se despierta al lado,
y detrás del rey devoto,
aquel que humillado y roto
vio desmoronarse a España, 80
cual granítica montaña,
a impulsos del terremoto.
  
   Luego el monarca enfermizo,
de infausta y negra memoria,
en cuya Edad, nuestra gloria 85
como nieve se deshizo.
Bajo el poder de su hechizo
se estremece todavía.
¡Ay qué terrible armonía,
qué oscuro enlace se nota 90
entre aquel mísero idiota
y su exhausta monarquía! [30]
  
   Con terrífica sorpresa
y en silencioso concierto
todos los reyes que han muerto 95
van saliendo de su huesa.
La ya apagada pavesa
cobra los vitales bríos
y se aglomeran sombríos
aquellos yertos despojos, 100
aquellas cuencas sin ojos,
aquellos cráneos vacíos.
  
   De los monarcas en pos,
respondiendo al llamamiento,
cual si llegara el momento 105
del santo juicio de Dios,
acuden de dos en dos
por claustros y corredores,
príncipes, grandes señores,
prelados, frailes, guerreros, 110
favoritos, consejeros,
teólogos e inquisidores.
  
   ¡Qué es mirar como serpea
por su semblante amarillo
el fosforescente brillo 115
que la podredumbre crea!
¡Qué espíritu no flaquea
con mil terrores secretos,
viendo aquellos esqueletos,
que ante el César, que los nombra, 120
se deslizan por la sombra
mudos, absortos, inquietos!
  
   ¡Cuántas altas potestades,
cuántas grandezas pasadas, [31]
cuántas invictas espadas, 125
cuántas firmes voluntades
en aquellas soledades
muestran sus restos livianos!
¡Cuántos cráneos soberanos,
que el genio habitara en vida, 130
convertidos en guarida
de miserables gusanos!
  
   Desde el triste panteón
en que se agolpa y hacina,
hacia el templo se encamina 135
la fúnebre procesión.
Marcha con pausado son
tras del rey que la congrega,
y cuando a la iglesia llega,
inunda la altiva nave 140
un resplandor tibio y suave,
que ni deslumbra ni ciega.
  
   Guardando el regio decoro,
como en los siglos pasados,
reyes, príncipes, prelados 145
toman asiento en el coro.
Después en tropel sonoro
por el templo se derrama,
rindiendo culto a la fama
con que llena las historias, 150
aquel haz de muertas glorias,
que el César convoca y llama.
  
   Por mandato soberano
de Carlos, que el cetro ostenta
llega al órgano y se sienta 155
un viejo esqueleto humano. [32]
La seca y huesosa mano
en el gran teclado imprime,
y la música sublime
que a inmensos raudales brota, 160
parece que en cada nota
reza y llora, canta y gime.
  
   Uniendo al acorde santo
su voz, los muertos despojos
caen ante el ara de hinojos 165
y a Dios elevan su canto.
Honda expresión del quebranto,
aquel eco de la tumba
crece, se dilata, zumba,
y al paso que va creciendo 170
resuena con el estruendo
de un mundo que se derrumba:
  
   «Fuimos las ondas de un río
»caudaloso y desbordado.
»Hoy la fuente se ha secado, 175
»hoy el cauce está vacío.
»Ya ¡oh Dios! nuestro poderío
»se extingue, se apaga y muere.
               »¡Miserere!
  
   »¡Maldito, maldito sea 180
»aquel portentoso invento
»que dió vida al pensamiento
»y alas de luz a la idea!
»El verbo animado ondea
»y como el rayo nos hiere. 185
               »¡Miserere! [33]
  
   »¡Maldito el hilo fecundo
»que a los pueblos eslabona,
»y busca, y cuenta, y pregona
»las pulsaciones del mundo! 190
»Ya en el silencio profundo
»ninguna injusticia muere.
               »¡Miserere!
  
   »Ya no vive cada raza
»en solitario destierro, 195
»ya con vínculo de hierro
»la humana especie se enlaza.
»Ya el aislamiento rechaza,
»ya la libertad prefiere.
               »¡Miserere! 200
  
   »Rígido y brutal azote
»con desacordado empuje
»sobre las espaldas cruje
»del rey y del sacerdote.
»Ya nada existe que embote 205
»el golpe ¡oh Dios! que nos hiere.
               »¡Miserere!
  
   »Mas ¡ay! que en su audacia loca,
»también el orgullo humano
»pone en los cielos su mano 210
»y a ti, Señor, te provoca.
»Mientras blasfeme su boca,
»ni paz ni ventura espere.
               »¡Miserere!
  
   »No en la tormenta enemiga: 215
»no en el insondable abismo: [34]
»el mundo lleva en sí mismo
»el rayo que le castiga.
»Sin compasión ni fatiga
»hoy nos mata; pero muere. 220
               »¡Miserere!
  
   »Grande y caudaloso río,
»que corres precipitado
»ve que el nuestro se ha secado
»y tiene el cauce vacío. 225
»¡No prevalezca el impío,
»ni la iniquidad prospere!
               »¡Miserere!»
  
   Súbito, con sordo ruido
cruje el órgano y estalla, 230
la luz se amortigua, y calla
el concurso dolorido.
Al disiparse el sonido
del grave y solemne canto
llega a su colmo el espanto 235
de las mudas calaveras,
y de sus órbitas hueras
desciende abundoso llanto.
  
   A medida que decrece
la luz misteriosa y vaga, 240
todo murmullo se apaga
y el cuadro se desvanece.
Con el alba que aparece
el cortejo se evapora,
y mientras la blanca aurora 245
esparce su lumbre escasa,
a lo lejos silba y pasa
la rauda locomotora. [35]
 
 
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Problema

Ciego, ¿es la tierra el centro de las almas?

 
   Quiero, dejando hipótesis a un lado,
una duda exponer, y es la siguiente:
-¿Por qué cruza la tierra el inocente,
de espinas o de sombras coronado?
   ¿Por qué feliz y próspero, el malvado 5
alza orgulloso la atrevida frente?
¿Por qué Dios, que es el bien, mira y consiente
el eterno dominio del pecado?
   ¿Por qué, desde Caín, la humana raza,
sometida al dolor, con sangre traza 10
la historia de sus luchas giganteas?
   Y si es ficción la gloria prometida,
si aquí empieza y acaba nuestra vida,
¿por qué, implacable Dios, por qué nos creas? [37]
 
 
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Tristezas

 
   Cuando recuerdo la piedad sincera
            con que en mi edad primera
entraba en nuestra viejas catedrales,
donde postrado ante la cruz de hinojos
            alzaba a Dios mis ojos 5
soñando en las venturas celestiales;
  
   hoy que mi frente atónito golpeo,
            y con febril deseo
busco los restos de mi fe perdida,
por hallarla otra vez, radiante y bella 10
            como en la edad aquella,
¡desgraciado de mí! diera la vida.
  
   ¡Con qué profundo amor, niño inocente,
            prosternaba mi frente
en las losas del templo sacrosanto! 15
Llenábase mi joven fantasía
            de luz, de poesía,
de mudo asombro, de terrible espanto.
  
   Aquellas altas bóvedas que al cielo
            levantaban mi anhelo; 20
aquella majestad solemne y grave;
aquel pausado canto, parecido
            a un doliente gemido,
que retumbaba en la espaciosa nave; [38]
  
   las marmóreas y austeras esculturas 25
            de antiguas sepulturas,
aspiración del arte a lo infinito;
la luz que por los vidrios de colores
            sus tibios resplandores
quebraba en los pilares de granito; 30
  
   haces de donde en curva fugitiva
            para formar la ojiva
cada ramal subiendo se separa,
cual del rumor de multitud que ruega,
            cuando a los cielos llega, 35
surge cada oración distinta y clara;
  
   en el gótico altar inmoble y fijo
            el santo Crucifijo,
que extiende sin vigor sus brazos yertos,
siempre en la sorda lucha, de la vida, 40
            tan áspera y reñida,
para el dolor y la humildad abiertos;
  
   el místico clamor de la campana
            que sobre el alma humana
de las caladas torres se despeña, 45
y anuncia y lleva en sus aladas notas
            mil promesas ignotas
al triste corazón que sufre o sueña;
  
   todo elevaba mi ánimo intranquilo
            a más sereno asilo: 50
religión, arte, soledad, misterio...
todo en el templo secular hacía
            vibrar el alma mía
como vibran las cuerdas de un salterio. [39]
  
   Y a esta voz interior que sólo entiende 55
            quien crédulo se enciende
en fervoroso y celestial cariño,
envuelta en sus flotantes vestiduras
            volaba a las alturas,
virgen sin mancha, mi oración de niño. 60
  
   Su rauda, viva y luminosa huella
            como fugaz centella
traspasaba el espacio, y ante el puro
resplandor de sus alas de querube,
            rasgábase la nube 65
que me ocultaba el inmortal seguro.
  
   ¡Oh anhelo de esta vida transitoria!
            ¡Oh perdurable gloria!
¡Oh sed inextinguible del deseo!
¡Oh cielo, que antes para mí tenías 70
            fulgores y armonías,
y hoy tan oscuro y desolado veo!
  
   Ya no templas mis íntimos pesares,
            ya al pie de tus altares
como en mis años de candor no acudo. 75
Para llegar a ti perdí el camino,
            y errante peregrino
entre tinieblas desespero y dudo.
  
   Voy espantado sin saber por dónde;
            grito, y nadie responde 80
a mi angustiada voz; alzo los ojos
y a penetrar la lobreguez no alcanzo;
            medrosamente avanzo,
y me hieren el alma los abrojos. [40]
  
   Hijo del siglo, en vano me resisto 85
            a su impiedad, ¡oh Cristo!
Su grandeza satánica me oprime.
Siglo de maravillas y de asombros,
            levanta sobre escombros
un Dios sin esperanza, un Dios que gime, 90
  
   ¡y ese Dios no eres tú! No tu serena
            faz, de consuelos llena,
alumbra y guía nuestro incierto paso.
Es otro Dios incógnito y sombrío:
            su cielo es el vacío, 95
sacerdote el Error, ley el Acaso.
  
[....................................]
            un siglo más inmenso,
más rebelde a tu voz, más atrevido;
entre nubes de fuego alza su frente, 100
            como Luzbel, potente;
pero también como Luzbel, caído.
  
   A medida que marcha y que investiga,
            es mayor su fatiga,
es su noche más honda y más oscura, 105
y pasma, al ver lo que padece y sabe,
            cómo en su seno cabe
tanta grandeza y tanta desventura.
  
   Como la nave sin timón y rota,
            que el ronco mar azota, 110
incendia el rayo y la borrasca mece
en piélago ignorado y proceloso,
            nuestro siglo-coloso
con la luz que le abrasa, resplandece. [41]
  
   ¡Y está la playa mística tan lejos!... 115
            a los tristes reflejos
del sol poniente se colora y brilla.
El huracán arrecia, el bajel arde,
            y es tarde, es ¡ay! muy tarde
para alcanzar la sosegada orilla. 120
  
   ¿Qué es la ciencia sin fe? Corcel sin freno,
            a todo yugo ajeno,
que al impulso del vértigo se entrega,
y al través de intrincadas espesuras,
            desbocado y a oscuras 125
avanza sin cesar y nunca llega.
  
   ¡Llegar! ¿Adónde?... El pensamiento humano
            en vano lucha; en vano
su ley oculta y misteriosa infringe.
En la lumbre del sol sus alas quema, 130
            y no aclara el problema,
ni penetra el enigma de la Esfinge.
  
   ¡Sálvanos, Cristo, sálvanos, si es cierto
            que tu poder no ha muerto!
Salva a esta sociedad desventurada, 135
que bajo el peso de su orgullo mismo
            rueda al profundo abismo,
acaso más enferma que culpada.
  
   La ciencia audaz, cuando de ti se aleja,
            en nuestras almas deja 140
el germen de recónditos dolores,
como al tender el vuelo hacia la altura,
            deja su larva impura
el insecto en el cáliz de las flores. [42]
  
   Si en esta confusión honda y sombría 145
            es, Señor, todavía
raudal de vida tu palabra santa,
dí a nuestra fe desalentada, incierta:
            -¡Anímate y despierta!
como dijiste a Lázaro: -¡Levanta!- 150 [43]
 
 
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Idilio

(Fragmento)

 

XXXI

Desde el alba hasta el término del día
          ya nadie nos veía
vagar sin rumbo en fraternal concierto.
Ya no andábamos juntos, ni ya unidos
          buscábamos los nidos, 5
en los frondosos árboles del huerto.
  

XXXII

Ya no me acompañaba, y yo, alterado,
          pasaba por su lado,
tranquilo en la apariencia y satisfecho.
Era oponer la indiferencia al dolo; 10
          mas al quedarme solo
se me saltaba el corazón del pecho.
  

XXXIII

Entonces ¡ay de mí! pensando en ella
          dirigía mi huella
hacia las ruinas del feudal castillo, 15
que sobre estéril y ondulada mota
          alza su frente rota
sin almenas, sin puente ni rastrillo.
  

XXXIV

Elévase fantástica y disforme
          aquella mole enorme 20 [44]
que muestra de los siglos el estrago:
crece en las hendiduras de la piedra
          la trepadora hiedra
y al pie del muro el triste jaramago.
  

XXXV

Solo las bulliciosas golondrinas 25
          turban de aquellas ruinas
la paz solemne con sesgado vuelo,
y alguna alondra al ascender inquieta
          símbolo del poeta,
que cuando canta se remonta al cielo. 30
  

XXXVI

En muda calma y soledad medrosa
          parece que reposa
aquel gigante por la edad rendido.
Hasta un arroyo que a sus plantas corre,
          y la vetusta torre 35
proyecta en su cristal, pasa sin ruido.
  

XXXVII

Para vencer mi insoportable tedio,
          y hallar algún remedio
a mis ansias prolijas y secretas,
con brazo vigoroso y pie seguro 40
          subía por el muro,
buscando apoyo en sus profundas grietas.
  

XXXVIII

Ágil, robusto, dueño de mí mismo,
          al través del abismo [45]
alzábame hasta el fin, no sin trabajo, 45
para ver en confusa perspectiva
          la inmensidad arriba,
y la tristeza del silencio abajo.
  

XXXIX

Las aves que en la torre se acogían
          al acercarme huían, 50
y solo con mis penas en la altura,
de codos en el ancho parapeto,
          miraba con respeto
el cielo azul y la feraz llanura.
  

XL

¡Cuántas veces mi espíritu errabundo 55
          apartado del mundo
en aquel torreón del homenaje,
con íntima y tenaz melancolía
          se engolfaba y hundía
en la infinita calma del paisaje! 60
  

XLI

Ni aislada roca, ni escarpado monte
          del diáfano horizonte
el indeciso término cortaban:
por todas partes se extendía el llano
          hasta el confín lejano 65
en que el cielo y la tierra se abrazaban.
  

XLII

¡Oh tierra en que nací noble y sencilla!
          ¡Oh campos de Castilla [46]
donde corrió mi infancia! ¡Aire sereno!
¡Fecundadora luz! ¡Pobre cultivo!... 70
          ¡Con qué placer tan vivo
se espaciaba mi vista en vuestro seno!
  

XLIII

Cual dilatado mar, la mies dorada
          a trechos esmaltada
de ya escasas y mustias amapolas, 75
cediendo al soplo halagador del viento
          acompasado y lento,
a los rayos del sol mueve sus olas.
  

XLIV

Cuadrilla de atezados segadores,
          sufriendo los rigores 80
del sol canicular, el trigo abate,
que cae agavillado en los inciertos
          surcos como los muertos
en el revuelto campo de combate.
  

XLV

Corta y cambia de pronto la campiña 85
          alguna hojosa viña
que en las umbrías y laderas crece,
y entre las ondas de la mies madura,
          cual isla de verdura,
con sus varios matices resplandece. 90
  

XLVI

Serpean y se enlazan por los prados,
          barbechos y sembrados, [47]
los arroyos, las lindes y caminos,
y donde apenas la mirada alcanza,
          cierran la lontananza 95
espesos bosques de perennes pinos.
  

XLVII

Por angostos atajos y veredas,
          los carros de anchas ruedas
pesadamente y sin cesar transitan,
y sentados encima de los haces 100
          rapazas y rapaces
con incansable ardor cantan o gritan.
  

XLVIII

Lleno de majestad y de reposo
          el Duero caudaloso
al través de los campos se dilata: 105
refleja en su corriente el sol de estío,
          y el sosegado río
cinta parece de bruñida plata
  

XLIX

Ya oculta de improviso una alameda
          su marcha mansa y leda; 110
ya le obstruye la presa de un molino,
y como potro a quien el freno exalta,
          párase, el dique salta
y sigue apresurado su camino.
  

L

En las tendidas vegas y en las lomas, 115
          cual nidos de palomas, [48]
se agrupan en desorden las aldeas,
y en la atmósfera azul pura y tranquila
          ligeramente oscila
el humo de las negras chimeneas. 120
  

LI

En las cercanas eras reina el gozo.
          Con íntimo alborozo
contempla el dueño la creciente hacina,
y mientras un zagal apura el jarro
          otro descarga el carro 125
que bajo el peso de la mies rechina.
  

LII

Otro en el trillo de aguzadas puntas,
          que poderosas yuntas
mueven en rueda, con afán trabaja,
y cual premio debido a su fatiga 130
          desgránase la espiga,
y salta rota la reseca paja.

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