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ADVERTENCIA3.

El siguiente opúsculo se escribió treinta años ha para el concurso abierto a los poetas por la Academia Española en 1791. A ninguna de las obras presentadas se adjudicó entonces el premio; y en verdad que si todas eran como ésta, ninguna le merecía. Olvidada después, y aún perdida por largo tiempo, ha venido casualmente a manos del autor uno de sus antiguos borradores, cuando se estaba acabando la edición de estas Poesías. Su imperfección es tal, que no puede darse a luz sino como mera tentativa de un principiante, el cual no había cumplido a la sazón veinte años de su edad, y por lo mismo carecía de las fuerzas y doctrina necesarias para una empresa tan ardua. Se ha creído conveniente, sin embargo, añadirle aquí por apéndice, para evitar que alguno se tome en adelante la libertad de imprimirla con todo su desaliño y sus descuidos, habiéndose procurado ahora limpiarla algún tanto de ellos, para hacerla menos indigna del público.

Las reglas del drama.

Ensayo didáctico.

Parte primera.

Preceptos generales.

    Aquel noble artificio y dulce encanto

Con que el drama en la escena se atavía

Voy en verso a mostrar, si puedo tanto.

Sabia naturaleza, que allá un día

De este don de imitar fuiste inventora,

Sé mi maestra, y mis acentos guía:

Tú que del Tajo aurífero a la aurora

Ya en danzas le presentas, ya en escenas,

Donde se alegra el hombre y donde llora,

A pesar de sus míseras cadenas,

Del español a vista el peruano

Renueva y pinta sus antiguas penas;

Y al ver el espectáculo inhumano

En que el inca infeliz gimiendo espira,

Grita y maldice a su opresor tirano.

Si baila el iroqués, ¿a quién no admira

La fuerza sin igual del movimiento

Que horror, fiereza y mortandad respira?

Crece por puntos su furor violento;

A quien le atiende a estremecerse obliga;

Las voces parten, y resuena el viento.

Hay pues un arte de imitar, que amiga

Dicta naturaleza en donde quiera

Para alivio del hombre en su fatiga.

Arte, cual las demás, pobre y grosera,

Cuando de instinto aún rudo era guiada

En el principio de su gran carrera.

Creció después, y por el genio alzada,

Fue a la cumbre del Pindo, en que se asienta

De majestad y gloria coronada.

Tú, que con frente de laurel sedienta

Ansias allá subir, ¿has por ventura

Visto si el genio tu ambición alienta?

Si en ti no sientes de su llama pura

El generoso ardor, al arte en vano

Tu mente estéril recurrir procura.

Podrá sin duda señalar la mano

Del sabio Estagirita aquel camino

Que evite yerros al talento humano.

Mas sus áridas reglas el divino

Esto jamás vivificar supieron

Que preside al poético destino.

Así las obras de Alcidón cayeron,

A despecho del lánguido artificio

Y el helado compás con que se hicieron.

En vano en un solemne sacrificio

Rogó al délfico dios que le prestase

Su dulce fuego y su favor propicio.

Por más que ofrendas mil le presentase,

Del dios ingrato en galardón recibe

Que cualquier que le oyera bostezase.

Aprenda a escribir bien, puesto que escribe;

Y solicito indague los primores

Que el gusto, unido a la razón, prescribe.

Mas no hasta el estilo: de colores

Se viste el iris y también la rosa,

Él en las nubes y ella entre las flores;

Y apenas llega en ilusión graciosa

Los ojos a halagar, cuando perdida

Se ve entre sombras su apariencia hermosa.

Tal de nervio y saber destituida,

A pesar de su halago va cayendo

Toda liviana fábula, y se olvida.

Antes que escribas, piensa; y disponiendo

Desnudo el argumento allá en tu mente,

La pluma irá adornándole y vistiendo.

Que en el germen se encierra estrechamente

El árbol antes que crecer se vea,

Y ornar de frutos su pomposa frente.

Una acción sola presentada sea

En solo un sitio fijo y señalado,

En sólo un giro de la luz febea4.

En ningún episodio extraviado

Escena suelta o de interés vacía

Su curso ha de pasarse acelerado.

Que atenta a complacer el ansia mía

La dramática acción, siempre animarse

Quiere y crecer, y por su fin porfía.

Con igual rapidez suele mirarse

De una piedra al caer el movimiento,

Y siempre más y más acrecentarse.

Do nazca el interés, su nacimiento

Ha de tener la fábula; exponerla

Con arte y brevedad debes atento.

Después adelantándose, envolverla

Puede el choque de afectos e intereses,

Y los mismos también desenvolverla.

Si trazar temerario pretendieses

Un enlace difícil, y cansarte

Y agotar tu cerebro en él quisieses,

¿Quién de aquel laberinto ha de sacarte?

¿Un pariente que allí de Indias viniera?

Un billete arrojado en cualquier parte?

¿Un dios que baja de su augusta esfera,

Y con su omnipotencia rompe el nudo

Que el autor deslazar por sí debiera?

Si su ingenio es tan pobre, yo no dudo

Que, descontentos patio y galerías,

De aplauso al fin le dejarán desnudo.

El capricho, el temor, las fantasías

Del sexo delicado a cada instante

Llevan su genio por diversas vías.

Así ligero, fácil, inconstante,

Cede al impulso, cual el junco cede

Al aliento del céfiro sonante.

Nunca elevarse como el hombre puede

Ni a la gloria aspirar; mas en finura

De ver y de sentir siempre le excede.

La sencilla inocencia y la dulzura

Órnanle a veces, otras la mentira

Le acompaña y la pérfida impostura.

Aquí amarás la candidez de Alcira5

Allá la falsedad de Celimena6

Desprecio a un tiempo y compasión te inspira.

Mas cuando la pasión le desenfrena,

Audaz entonces y violento grita,

Rompe los diques, de furor se llena.

Entonces al horror se precipita,

Y esposo y prole con terrible muerte

La maga fiera7 castigar medita.

Diversos fines y diversa suerte

Natura al hombre dio: más energía,

Mayor constancia y ánimo más fuerte.

Su robustez, empero, en grosería

Verás volverse en unos, rodeada

De altivez y de orgullo y de osadía.

En tanto que en su pecho otros morada

Prestan a los más bellos movimientos

De la franqueza y rectitud sagrada.

Las pasiones en él, los sentimientos

Del todo se descubren, no oprimidos,

Cual son en la mujer, ni tan violentos.

Que menos fieros cuando están tendidos

En su llanura inmensa son los mares,

Que bramando y luchando comprimidos.

De aquí mil diferencias singulares

Podrás de un sexo y otro hallar, si atento

Con vista penetrante las buscares.

A la manera que del raudo viento

Las aves hienden las regiones frías,

Cada cual con su rumbo y movimiento;

Así los hombres por diversas vías

Cruzan el ancho mundo, y diferentes

En genio son, costumbres y manías.

A nadie sin carácter me presentes:

Defecto tan mortífero en la escena,

Como vicio insufrible entre las gentes.

La misma ley sin excepción ordena

Que el que una vez le diste ese le guarde,

O a silbo y menosprecio te condena.

Pinta al mancebo que en amores arde

Siempre brioso; débil al anciano,

De experiencia y consejo haciendo alarde.

Arrastrado, engañoso al cortesano,

Abatido al plebeyo, al juez severo

Sea suspicaz y pérfido el tirano.

El pueblo con aplauso lisonjero

Interrumpe mil veces impaciente

A aquél cuyo pincel es verdadero,

Y que con fácil diálogo elocuente

Anima vivamente a sus actores,

Según la situación que le presente.

¡Oh vosotros, sensibles escritores,

Que por la gloria ardéis, si venerados

Ser queréis de los siglos posteriores,

Si en cualquiera región idolatrados,

Tened en el gran libro de natura

El estudio y afán siempre ocupados;

Que eterna duración no se asegura

Quien de bellezas sólo y de pasiones

Y gustos de un país su fondo apura.

El tiempo, que anonada las naciones

En el mismo sepulcro, al fin derriba

Sus efímeros usos y opiniones;

Mas no la ley que permanente y viva

Manda y anima al corazón humano,

Y en el orden del mundo eterna estriba.

Lloramos aún de Antígona el temprano

Y horrendo fin, y aún hiere nuestra mente

La triste Electra en brazos de su hermano

No debe, empero, el escritor prudente

Oponerse con ciego atrevimiento

Del pueblo al gusto y de la edad presente.

Como sabio pintor, el ornamento

Ceda al gusto local, mas las figuras

Tomen del natural su movimiento.

A fuer de caprichosas hermosuras,

Que desdeñan tal vez un tierno amante,

Y se agradan de un fatuo en las locuras:

Así yo he visto al público inconstante,

A la divina Fedra despreciando,

Aplaudir un bufón vil e ignorante.

Pero tú, sus caprichos no cuidando,

Harás que siempre en tu labor unidos

El genio y la razón vayan guiando.

Tus escritos entonces esclarecidos

Se grabarán del mundo en la memoria,

Consolando los pechos afligidos.

De la envidia y la crítica, victoria

Alcanzarán, y de esplendor vestida,

En torno de ellos volará la gloria.

¡Cuán lejos de ella están, cuán abatida

La suerte es de los míseros que escriben

Por dar sustento a su arrastrada vida!

Las nueve diosas que en el Pindo viven

De su codicia sórdida se ofenden,

Y la entrada a su templo les prohíben.

Ellos en tanto a la ganancia atienden,

Y absurdo sobre absurdo amontonados

Contempla la razón en cuanto emprenden.

Naturaleza y arte abandonados,

Los gustos del vulgacho extravagante

Son allí solamente regalados;

La decencia olvidada... Tú, brillante

Deidad de la ultrajada poesía,

Este agravio fatal venga al instante.

Castiga la famélica osadía

De la caterva estúpida y grosera

Que anubla el lustre de la patria mía8 .

Dejad, oh miserables, la carrera,

Dejadla a los espíritus sublimes,

A quienes solamente es lisonjera.

Espíritus celestes, que tú animes,

Sagrado Febo, y do la llama pura

Del genio ardiente y creador imprimes

Para gloria del mundo y su ventura.


Parte segunda.

Tragedia.

    Bien fue sin duda venturoso y digno

De renombre inmortal el hombre osado

Que al ver la fiesta celebrar del vino,

Del carro a la vendimia consagrado

Supo alzar a Melpómene sangrienta

Su terrible y magnífico tablado.

¡Evoe! clamaba ronca y turbulenta

La viñadora gente: ¡Evoe! sonaba

El eco en torno que el aplauso aumenta.

Mofaba ora mordaz, y ora cantaba,

Y la faz insolente y atrevida

Con heces y con pámpanos velaba.

Ora de alguna acción esclarecida

La gloria discantaba en noble acento,

Siempre con gusto y suspensión oída.

Y en medio del bullicio y del contento

Que el agreste espectáculo esparcía

Por todo el campo, a su impresión atento,

Dando vuelo a su inmensa fantasía,

Y aspirando a más gloria, Esquilo dice:

«Ceda esa estéril rústica alegría

»A impresión más augusta: el infelice,

Gemido de dolor el alma hiera,

Y el destino cruel la aterrorice.

»Tome vida y acción lo que antes era

Simple contar; el diálogo lo anime,

Y que actor con actor hable y confiera.

»Sea su lenguaje espléndido, sublime,

Cual lo es su dignidad y sus pasiones,

Cual lo es la acción que en su ademán exprime.

»Y den fuerza y valor a sus razones

Grande local, majestuoso arreo,

Máscara que ennoblezca sus facciones.»

Dijo; y muestra clavado a Prometeo

En la cima del Caúcaso eminente,

A las iras de Jove alto trofeo.

Alza el puñal la esposa delincuente,

Y ante sus mismos lares confundidos

Cae y agoniza Agamenón valiente.

Y de orgullo y piedad a un tiempo heridos,

Los griegos ven confuso y derrotado

Al déspota del Asia dar gemidos9.

Y siempre al fiero contrastar del hado

Desplomada mostrar la gran columna

Do el humano poder se ve asentado.

Tal la tragedia apareció en su cuna,

Grande, terrible; escuela y escarmiento

A la adversa y la próspera fortuna.

Aquel pues que levanta el pensamiento

Y la áurea palma conseguir desea

Que promete este campo a su talento,

No entienda, incauto, que a expresar la idea

Del modelo moral que anda buscando

La condición común bastante sea.

¿Por ventura el arroyo que, vagando

Entre flores y guijas mansamente,

Aduerme el valle en su murmurio blando,

Podrá expresar al rápido torrente

Cuando, precipitándose y cayendo,

Los árboles arranca ferozmente,

Las rocas arrebata, y con su estruendo

Atronando las selvas, espantadas

Se ven fieras y ninfas ir huyendo?

Siempre formas en grande modeladas,

Peligros siempre en la borrasca fiera

De Pasiones violentas y encontradas,

Siempre terror. Cuando la vez primera

Melpómene a los genios se mostraba

Delicias dulces de la Grecia entera,

En su ademán augusto respiraba

El vivo afán, el sentimiento crudo

Que su agitado corazón llenaba.

Sobre su pecho cándido desnudo

Ondeaba el dolor; su mano hermosa

Armada estaba de puñal agudo.

La cólera terrible, impetuosa,

La ambición, la venganza ensangrentada,

En pos marchaban de la triste diosa.

Y ella entre tanto sin cesar guiada

De un inflexible aterrador destino,

Que en ordenar catástrofes se agrada;

Menos fiera después, otro camino

La moderna Melpómene escogiendo,

Más que aterrar, a enternecer se avino

Y despojada del severo atuendo

Que en la escena ateniense la seguía,

De sólo amor se la escuchó gimiendo.

Más dulce voz, más plácida armonía

Adquirió así tal vez; más degradarse

Se vio el coturno con vergüenza un día.

Fuerte, desesperada ha de pintarse

La pasión del amor, dominadora,

Que no pueda esconderse ni enfrenarse:

Es la llama de Venus vengadora,

Que en alas de un frenético deseo

Inhumana su víctima devora.

Tal con piedad y con espanto veo

Hecha presa de bárbaros dolores

A la infeliz esposa de Teseo.

Ella sabe y conoce sus furores,

Y teme que aún las bóvedas y muros

Han de ser de su culpa acusadores10.

Triste desecho de los seres puros,

Huye del sol que avergonzarla debe,

Y a los recintos se recoge oscuros.

Se alimenta de hiel, lágrimas bebe,

Y la muerte espantosa que la espera

Es el dios sólo que a implorar se atreve.

Dolor, siempre dolor, y cuando muera

Ni un momento el más corto de bonanza

Habrá gustado la infeliz siquiera.

Perdida, en fin, paciencia y esperanza,

A nada atiende, en su aflicción sumida,

Y de sí contra sí toma venganza.

Rinde a su ciego frenesí la vida,

Amor ostenta su terrible mando.

Y el alma lo contempla estremecida.

Hubo en tanto un mortal11 que, abandonando

De piedad y terror la usada vía,

Con nuevo lauro su cabeza ornando,

Otra supo elegirse. Todavía

Una mente mayor le diera el cielo

Que a aquellos héroes que pintar debía.

Y él, elevando el generoso vuelo

A la región etérea, allí domina

Y de allí instruye al admirado suelo.

En Roma Augusto perdonando a Cina,

De su rival el defensor severo,

Y la sensible y celestial Paulina;

De Leontina el arrojo noble y fiero,

Y el gran Pompeyo en su fatal caída,

Haciendo estremecerse el mundo entero,

Arrebatan mi mente, complacida

Al ver la fuerza de la sabia mano,

Y a la naturaleza ennoblecida.

¡Salve mil y mil veces, soberano12

Genio inmortal que digno debería

Ornar el espectáculo romano,

Cuando la libertad engrandecía

De los hijos de Marte el fuerte seno,

Y el orbe al Capitolio obedecía!

Mas no por tanto de alabanza ajeno

Es del vicio el pintor, si lo expusiere

De horror funesto y de vergüenza lleno.

Igual provecho a mi razón adquiere

El feroz Catilina, que bramando

Odia a su patria y destrozarla quiere,

Que el generoso Régulo, espirando

Al rigor de la púnica fiereza,

A Roma y al honor su fe guardando.

La sencillez hermana a la riqueza

El genio cuando imita, y hermosura

Añade a tu beldad, naturaleza.

Mas otra tosca imitación impura

Amontona y recarga los colores

Como para dar fuerza a la pintura.

En el potro presenta los dolores,

Empapa con la sangre a la venganza;

Y no saciada en lástimas y horrores,

A los sepulcros lóbregos se lanza,

Y se complace al ver estremecerme

Del placer inhumano que me alcanza.

¿Por qué a la vista, bárbaro, ponerme

Acciones tan horribles? ¿Es tu intento

El pecho desgarrarme, o conmoverme?

¿Por qué Fayel frenético, violento,

Presentar a la mísera Gabriela

Del triste amante el corazón sangriento13?

El trágico escritor que dar anhela

Fuerza y verdad a su pincel lozano

La historia estudie en incesante vela.

Otro color requiere el africano

En sus costumbres bárbaras dobladas,

Que el pulido francés y el fuerte hispano.

Y pide diferentes pinceladas

La ligereza de la edad presente

Que la fuerza y candor de las pasadas

Presentó en nuestra escena un imprudente

Al héroe de Suecia enamorado,

De la historia a pesar que le desmiente

Burlóse el mundo de él. Tú, escarmentado,

Siempre darás al héroe conocido

El genio que la fama le haya dado.

Hipólito, en el campo endurecido,

Aborrezca, deteste a las mujeres,

Por razón, por capricho, o por olvido.

Si al vencedor del Asia me expusieres,

Magnánimo, colérico, ambicioso,

Juguete de la gloria y los placeres.

Platón firme, sublime, virtuoso.

Cual fuerte escollo a turbulentos mares,

Resista a los tiranos valeroso.

Si nuevos personajes inventares,

Que dignos todos del coturno sean14;

Y aunque excedan los limites vulgares,

Nunca es bien que fantásticos se vean,

Ni que en sus gigantescas expresiones

Absurdamente deslumbrarme crean.

Tienen, sí, su lenguaje las pasiones:

Siempre van arrojándose con ruido,

Del furor inflamadas las razones;

Pero el triste dolor es abatido;

Y Edipo, cuando rey soberbio y fiero,

Derrocado gimió, lloró caldo.

Muéstreme sentimiento verdadero

Quien mover quiera el sentimiento mío:

Para hacerme llorar llore primero;

Porque o bien me adormezco, o bien me río,

Reina infeliz de Trova, al contemplarte

Ante tu desolado poderío,

En vez de suspirar y lamentarte,

Los pueblos describir pomposamente

Que enemigos vinieron a arruinarte15.

Cuide, por fin, el escritor que intente

Llegar del arte a la eminente cima

Y su aplauso extender de gente en gente,

Que el trágico puñal con que lastima

El pecho del oyente estremecido

Verdades grandes y útiles imprima.

Pues es seguramente afán perdido

Afán que sólo en deleitar se emplea

Y el fruto del saber pone en olvido.

Tú a más noble ambición alza la idea,

Y de pueblos y príncipes a una

Lección insigne la tragedia sea16.

Ella les muestre sin reserva alguna

El miserable término a que llegan

Los hijos del poder y la fortuna,

Cuando su mente a la prudencia niegan,

Y al horrendo huracán de las pasiones

O Husos o frenéticos se entregan.

Deliran ellos, sufren las naciones,

Se ofende el cielo, y su terrible ira

En crímenes estalla, en aflicciones,

Que el pueblo espectador temblando admira17 .


Parte tercera.

Comedia.

    Tú siempre amable, celestial maestra

De la vida y costumbres, oh Talía,

Ven, y a mi vista tus halagos muestra,

Y que enseñando la difícil vía

En que tú esparces tus preciosas flores,

Tenga dichoso fin la empresa mía.

Tú, enemiga de lástimas y horrores,

Con burla aguda y con festiva frente

Das a entender al mundo sus errores.

Tú, aunque el vicioso dispararse intente

Sorprendes la mirada, el movimiento

Que su intención oculta hace patente.

Tú acecha, en su arcón al avariento,

Y en la faz del hipócrita embaidora

Descubres la perfidia en un momento.

Tú, en fin, pintas al hombre. Él atesora

En sí tantos motivos de mudanza,

Que nunca fue después lo que es ahora.

Si en nada pues el alma se afianza,

¿Do está, dime, aquel punto inalterable

En que se fija el fiel de su balanza?

¿Será por las costumbres explicable?

Será por los principios? La fortuna

En los suyos a Alcino hizo mudable.

¿Serán las opiniones? Mas ninguna

Dejará de afectar el vil Dorante

Cuando a su torpe fin es oportuna.

Explora la pasión más dominante,

El loco en ella sola es consiguiente,

Y por ella se fija el inconstante;

Y ella sola encontrada, fácilmente

El cuadro resplandece iluminado,

Y Alipio se descubre enteramente.

Sabio aquí, loco allá, siempre vezado

A engañar y a mentir, ¿cómo podría

Ser el pérfido Alipio retratado?

La vanidad, el interés le guía;

Así dicterios lanza y acumula

Aún contra aquellos que elogiar debía.

Fíngese tierno, y altivez simula

¿El menor interés le es ofrecido?

Vende o un amigo, y al poder adula.

Por su sal y donaires acogido,

De mil buscado con ardor comienza,

De mil acaba siempre aborrecido.

¡Oh, si es dable en tal ánimo vergüenza,

Bien haya aquel que se la inspire cuando

Tan profunda doblez imite y venza!

Estúdiese la corte, y comerciando

Veráse allí la adulación grosera

Con el humo enfadoso que está echando.

Y también la arrogancia que, altanera,

Aquel humo en sustancia convirtiendo,

Lo paga neciamente, y más espera.

Ve por plazas y fondas discurriendo,

Y mil necias locuras y manías

Irás de todas partes recogiendo.

Mil necedades de que tú te rías,

Que puestas y adornadas en la escena,

Las de otros mil enmienden y las mías.

Molière así para admirar al Sena,

Antes de la moral filosofía,

El alma tuvo en los tesoros llena.

Después ceñido el zueco de Talía,

Su nación y los hombres estudiaba,

Y provincias y pueblos discurría.

Así marqueses fatuos azotaba,

Y la ignorancia y frases fastidiosas

De charlatanes médicos burlaba.

Así de las pedantas, aunque hermosas

El falso gusto y el saber mezquino

Desterró con sus sales poderosas.

Así al vil impostor del rostro indigno

La máscara arrancaba... ¿A tus pinceles

Quién igualó jamás, pintor divino?

¡Oh cuánto precipicio estos laureles

Por todas partes cerca, y cuán forzoso

Es, oh poeta, que en tu riesgo veles!

Del sueño y de la noche el vergonzoso

Hijo18 también se burla de las gentes,

Y persigue sus faltas malicioso;

Pero con carcajadas insolentes,

Con torpes gestos mil desvergonzados,

Con dicterios insulsos o indecentes.

Mil autores le siguen desalados

A los templos de Baco, do se arrean,

Y de inmundicia y hiel salen cargados.

Después todo lo manchan y estropean,

Y con sus truhanescas expresiones

Las gracias todas de la escena afean.

De ella escapad, frenéticos bufones;

Copias infames componed, y dignas

De vuestros corrompidos corazones.

Romances que, aturdiendo las esquinas

En boca de algún ciego que los cante,

Del Avapiés diviertan las vecinas.

Dichoso aquél que con su sal picante

Sazonando el estilo, en la soltura

Es a la mariposa semejante;

El que con mano fácil y segura,

Como quien en su intento va burlando,

Da chiste y semejanza a su pintura;

El que, genios con genios contrastando,

De belleza en belleza siempre gira,

Situaciones felices encontrando.

Tartuf se escandaliza y se retira

Al ver de una sirvienta libre el seno,

Y en el nombre de Dios busca el de Elmira.

Mira a Harpagón que, de codicia lleno,

Va a prestar su dinero a enorme usura,

Haciendo logro con el vicio ajeno;

Y escúchale en su cómica aventura

Herir con maldiciones repetidas

Del hijo que allí encuentra la locura19.

Aquí el amor sus flechas encendidas

Anda a los corazones disparando,

Mas de ponzoña y hiel nunca teñidas.

No es aquel fiero dios que desgarrando

Se presenta en Melpómene inclemente,

Más festivo y artero, activo y blando.

Si se ve complacido, alegremente

Bate las alas; un mirar le irrita,

Y otro mirar le aplaca fácilmente.

Sus artes todas, inventivo, excita,

Cuando padres avaros o severos

Combaten con el ansia que le agita.

¡Oh delirios, delirios lisonjeros,

Qué tiernos movimientos excitarse

Siento en mi mente, y qué placer al veros!

Mas a exacta verdad siempre ajustarse

Debe el amor, cual las demás pasiones,

Sin excederse nunca ni abultarse.

Que si delante de mis ojos pones

Vestida cual Melpómene a Talía,

Y de tristeza y llanto la compones,

¿Cómo quieres que al verla no me ría,

Perdido el chiste y la genial soltura,

Lúgubre y fiera, o fastidiosa y fría?

A veces, es verdad, su ingenio apura

En la vida ordinaria, y se divierte

Llena de gravedad y compostura.

Tal en el bello templo se la advierte

Que tú, culto Terencio, la elevaste,

Digno de eterna y venturosa suerte.

No hay a tal perfección gloria que baste

Tú un gran talento, de imitar seguro,

Con la decencia y la elegancia ornaste.

El remanso más plácido y más puro

De clara fuente en el ameno prado,

Jamás tocada de animal impuro,

Donde se ve fielmente retratado

Cuanto hay en torno de él: así es tu estilo

Gracioso siempre, y siempre delicado.

Fuera buscar su nacimiento al Nilo

Buscar en donde la comedia hispana

Tuvo naciendo su primer asilo.

Vagando aquí y allá, su edad temprana

Pasaba festejando los altares,

Que con sus rudas fábulas profana

O bien con despropósitos vulgares

En pobre estilo ocupación grosera

Daba en pública plaza a sus juglares.

Y todo su artificio entonces era

Remedar con donaire y desenfado

Ya un simple, ya un rufián, ya una ramera.

Pudo con más estudio y más cuidado

Buscar la sencillez griega y latina,

Y en ella alzarse a superior traslado.

Más esquivó, cual sujeción mezquina,

La antigua imitación, y adulta y fuerte

Por nueva senda en libertad camina.

Desdeña el arte, y su anhelar convierte

A darse vida y darse movimiento

Que a cada instante la atención despierte.

Igualó con su audacia su talento;

Y el vuelo de su ardiente fantasía

Llevaba enajenado el pensamiento.

De sus versos la plácida armonía,

Su rica acción, su diálogo animado,

En que el ingenio nacional lucía,

Eran el manantial del dulce agrado

Con que a un pueblo impaciente arrebataba,

Más de valor que de saber dotado.

En vano austera la razón clamaba

Contra aquel turbulento desvarío

Que arte, decoro y propiedad bollaba.

A fuer de inmenso y caudaloso río,

Que ni diques ni márgenes consiente,

Y en los campos se tiende a su albedrío,

Tal de consejo y reglas impaciente,

Audaz inunda la española escena

El ingenio de Lope omnipotente;

Y con su dulce inagotable vena,

Con su varia invención, con su ternura,

De asombro y gusto a sus oyentes llena.

Más enérgico y grave, a más altura

Se eleva Calderón, y el cetro adquiere

Que aún en sus manos vigorosas dura.

Dichoso si a la fuerza con que hiere,

Si al fuego, si a la noble bizarría,

En que hacerle olvidar ninguno espere,

Uniera su valiente poesía

La variedad de formas y semblante

Que a cada actor diferenciar debía.

Nadie pudo emular su luz brillante

Entre tanto rival; Moreto sólo

Osó tal vez ponérsele delante,

Cuando, inspirado por el mismo Apolo,

Pintó el desdén de la sin par Diana20,

Haciéndola admirar de polo a polo.

Tales de la comedia castellana21

Los astros fueron ya; y en su destino

Enseñan claro a la razón humana,

Que si asiste al poeta el don divino

De interesar y de animar la escena,

Siempre se abre al aplauso ancho camino

Y el ceño de la crítica serena.