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ArribaAbajoRomances




ArribaAbajo- I -


A Eutimio en la muerte de su madre


...ad tumulum, viridi quem cespite inanem,
et geminas, causam lachrymis, sacraverat aras.

VIRG.                



ArribaAbajo    Si es cierto, que amistad blanda
tristes lágrimas enjuga,
bien la mano de tu Anfriso
podrá suavizar las tuyas.
¡Ay dulce Eutimio! si iguales  5
nos maltrató la fortuna,
si iguales en su regazo
nos acogieron las Musas,
y si iguales en tus aras,
amable virtud, nos juntas,  10
¿por qué, de tu pena avaro,
a un tierno amigo la ocultas?
Ese túmulo, ceñido
de helecho y verbena mustia,
que levanta entre cipreses  15
su humilde pompa y oscura;
di, ¿qué cenizas contiene?
¿es de un caro amigo tumba,
o bien el amor lo erige
a malograda hermosura?  20
¿Gimes? ¿y a mi voz responden
ardientes lágrimas mudas?
¿y los acentos, que empiezas,
entre suspiros se anudan?
Lo que tú obstinado callas,  25
ese mármol lo divulga,
do de su víctima el nombre
perdonó la muerte dura.
De tu dolor el misterio
la amistad temblando busca:  30
A la mejor de las madres
de un fiel hijo la ternura.
¡Infeliz! gime y lamenta:
nunca tus lágrimas, nunca
igualarán tu infortunio,  35
por acerbas ni por muchas.
¡Perdiste una madre! ¡oh nombre
de inefable amor, que anuncia
cuantos afectos a un alma
o la deleitan o angustian!  40
Tal vez la amistad violan
del insano amor las furias,
cuyo estrecho lazo rompe
la infidelidad perjura.
Entre ambiciosas sospechas,  45
amor paternal, fluctúas;
y un hijo ingrato e indócil
la ley más sagrada burla.
Mas ¡ay! del pecho materno
¿cuándo faltó la ternura?  50
ni ¿qué ardor o qué constancia
podrá igualarse a la suya?
Lloremos, mi dulce Eutimio,
lloremos juntos: la tumba
allá en los campos del Betis  55
mi adorada madre oculta.
Y a ti, lejos de tus brazos
te la arrebató sañuda
la Parca, do tus amores
remoto sepulcro cubra.  60
¡Siquiera el yerto cadáver
poseyeses; y en la urna
su helada ceniza fuera
testigo de tu amargura!
Sólo un túmulo vacío  65
consagras, imagen muda
del dolor, falaz imagen,
que tus acentos no escucha.
Este solitario asilo,
que el sol apenas alumbra,  70
y donde flébil el aura
tristes acentos murmura;
esas ramas lastimeras,
que al suelo bajando mustias,
fúnebre pompa de otoño,  75
la muerte del año anuncian;
esta fuente, que resbala
callada por la espesura;
aquella selva, que aterra
melancólica e inculta;  80
ese monte, que amenaza
con su pesadumbre adusta
todo el campo, y que parece
túmulo de la natura;
albergue de la tristeza  85
son, y las almas lo buscan,
que a gemir sin esperanza
condenó la suerte injusta.
Aquí, Eutimio, lamentemos
tú mis penas, yo las tuyas,  90
y nuestras lágrimas sean,
como los consuelos, mutuas.
Tu herida, por ser reciente,
es quizá la más profunda;
y quizá al dolor de hijo  95
otros recuerdos se unan.
La pérdida de una madre
aflige al alma más dura:
¿qué será, cuándo es Rosaura
la que el túmulo sepulta?  100
Rosaura, honor de las playas
gaditanas, en quien juntas
por la primer vez se vieron
ciencia, virtud y hermosura.
Aquel corazón, que en balde  105
no imploró el infeliz nunca,
y que en el tuyo la imagen
de su piedad perpetúa;
aquel alma noble y sabia,
que hermanó con la ternura  110
de esposa y madre las prendas
que a una ciudadana ilustran;
que de la inocencia hermosa
conservó la llama pura,
y agradable a Dios y al hombre  115
toda justicia acumula:
¿quién dignamente, mi Eutimio,
podrá llorarla? ¿qué cruda
aflicción, qué acerba pena
debe igualarse a la tuya?  120
Mas ¡oh! ¿perdida es por siempre?
¿su existencia por ventura
en el seno de la nada
callada sombra se oculta?
¡Ah! que no: vive y gloriosa  125
por eternidades triunfa,
ni es que el Dios de las virtudes
que fenezca el justo sufra.
Sí: la tumba inexorable
podrá en su tiniebla oscura  130
cubrir el polvo aterido,
que un frágil vínculo anuda;
mas no el espíritu hermoso,
que altivo y noble se encumbra
sobre la región etérea  135
del solio inmenso a la altura;
y allí en el gremio sagrado,
fuente de amor, do se inunda
de celestiales placeres,
espera que a él te reúnas.  140
Un tiempo será, mi Eutimio,
que el orbe estallando cruja,
y entre piélagos de fuego
cielos y tierras se hundan.
El sol yacerá apagado,  145
caerá deshecha la luna,
y en la confusión primera
se abismará la natura.
Entonces su hermosa alma,
libre en la mansión augusta,  150
sobre las ruinas del mundo
brillará cándida y pura.
¿Cuál es tu victoria, oh muerte,
si aun esa ceniza mustia,
en que te cebas, es fuerza  155
que el sepulcro restituya?
Ella, desde el alto cielo
tus lágrimas ve y enjuga,
dulce amigo, y se enternece
del dolor que le tributas.  160
¿No la sientes más suave
más madre que lo fue nunca,
como invisible y presente
tu amargo penar endulza?
¡Ay! aquellas almas tiernas,  165
que en la tiniebla profunda
ven de clara luz bañadas
las lóbregas sepulturas;
cuando las sombras, que adoran,
se aparecen; cuando escuchan  170
dulces cantos, que el silencio
de los sepulcros perturban;
sin duda el júbilo santo
prueban que tú ahora, y sin duda
la fe, el amor y el consuelo  175
su exaltada mente ofuscan.
¡Dulce ilusión! ya tus ojos
en grato lloro se anublan,
y la ferviente esperanza
todas tus penas subyuga.  180
Gimamos pues y esperemos:
declina la edad caduca,
y en la orilla del sepulcro,
flor del placer, yaces mustia.
Cetros, coronas y espadas  185
en su abismo se sepultan:
allí calla la elocuencia
y se eclipsa la hermosura.
Sólo la virtud ignora
los horrores de la tumba,  190
y en el naufragio del mundo
sobrenadará segura.
Renunciemos en sus aras
las brillantes imposturas
de la vida: el denso velo  195
caiga a la maldad inmunda.
Las lágrimas que vertamos,
santa piedad nos infundan,
y la humanidad doliente
socorramos en su angustia.  200
Este de dolor sagrado
monumento nos reúna,
donde, ¡oh virtud! gozaremos
tu contemplación profunda.
Que en las sombras del sepulcro  205
altos misterios se ocultan:
más que la vida parlera
enseña la muerte muda.






ArribaAbajo- II -


En la al Excmo. Señor Duque de Frías, muerte de su esposa, la Excma. Señora Doña María de la Piedad Roca de Togores37


ArribaAbajo    Donde el regio Manzanares
con sesgo raudal camina,
y alcázares y tugurios
en su breve espejo imita,

    amor y amistad, la venda  5
rota, la antorcha extinguida,
junto a un sepulcro abrazados
flores y llanto prodigan.

    Allí entre el silencio eterno
de mustias sombras se eclipsa,  10
astro de virtud y gracias,
el sol hermoso de FRÍAS.

    Brillante fuego del genio,
bondad nunca desmentida,
tierno pecho que un suspiro  15
del infeliz conmovía;

    Dulce candor, dulce habla,
encantadora sonrisa,
ardientes ojos, do puso
Venus todas sus delicias;  20

    a un soplo del cierzo helado
entregaste, acerbo día,
y tristes yertos despojos
son ya de la Parca esquiva.

    A ti, beldad malograda,  25
lamenta la humilde umbría,
do el lloro de la indigencia
enjugaste compasiva:

    a ti los sacros vergeles,
que Hipocrene fertiliza,  30
a cuyos cisnes canoros
inspirabas en su orilla.

    Por ti el Támesis nubloso
y el fausto Sena suspiran,
y a los ríos de tu patria  35
tu cuna y sepulcro envidian.

    Vienen los vates de España,
de ciprés la sien ceñida,
y en el túmulo deshojan
laureles, rosas y olivas:  40

    los que del Turia y del Ebro
beben; los que Tormes cría;
por los que Tajo y Henares
levantan su frente altiva;

    los del laurífero Betis,  45
Dauro y Jenil, prole antigua
del árabe ardiente, alumnos
de su fuego y su osadía;

    todos funerales himnos
entonan: todos su lira  50
de helecho fúnebre enraman
y triste ayes le inspiran.

    ¡Murió! resuenan de Mantua
las enlutadas colinas:
¡Murió! repiten las cumbres  55
da Guadarrama y Fuenfría.

    Todo es aflicción: no hay alma
sin quebranto: no hay mejillas
que las lágrimas no bañen:
no hay corazón que no gima.  60

    Mas ¡ay! que entre tantas penas,
cual cedro a humildes aristas,
hay una que a todas vence
y a enmudecer las obliga.

    Mirad al huérfano esposo,  65
que ya sólo tiene vida
para el dolor: sobre el mármol
solloza más que respira.

    Y llama cruel al cielo,
y a la suerte llama impía:  70
del llanto acerbo testigos
árboles, fuentes y ninfas.

    Rota en el polvo y sin cuerdas
yace el arpa, do solía
de la amenazada patria  75
celebrar las nobles iras.

    Las que ciñó en otro tiempo
palmas de honor merecidas,
hora despechado arroja
y entre la arena las pisa.  80

    «Emblemas de inútil gloria,
¿qué valéis», gimiendo grita,
«si el bien por que yo os amaba,
no ha de verla ni aplaudirla?»

    «Sagrados vates de Iberia,  85
cantad mi prenda perdida:
vuestro antiguo compañero
ya muriendo os lo suplica».

    «Si os unió conmigo el dulce
lazo de amistad sencilla,  90
y al triunfo de vuestros cantos
alegre yo sonreía»;

    «si noble rival la cumbre
pisé de Helicón florida,
desconocido a las sierpes  95
de la ponzoñosa envidia»;

    «si la sombra de Batilo,
del gran Batilo, que anima,
Febo del Parnaso ibero,
vuestras canciones y liras»,  100

    «consolé, de dos naciones
reparando la injusticia,
cuando salvé del olvido
sus venerables cenizas:38

    «por los lauros que a su gloria  105
debéis; por la llama activa
del Genio que en vuestros pechos
sublime furor incita»;

    «dad a mi querida esposa
nombre y fama esclarecida,  110
sagrados vates de Iberia,
en cantos que eternos vivan».

    «Yo triste y mudo habitante
de esta funeral campiña,
consonaré a vuestras voces  115
sólo con lágrimas pías»:

    «Que no el elevado acento
concede al dolor Polimnia,
ni roba al laúd sus sones
la mano desfallecida».  120

    «Tal vez en los nuevos troncos
grabaré su dulce cifra,
y crecerán, y con ellos
del pecho amante la herida».

    «Este valle solitario  125
que los pesares habitan,
o el julio ardiente le abrume,
o el hielo agudo le oprima»,

    «será mi asilo postrero,
donde, sombra fugitiva,  130
se oculta en la infausta losa
el bello sol de mis días».

    «En tanto del fiero olvido
libradla, y por siempre viva
en la memoria del hombre  135
quien no morirá en la mía».

    ¡Esposo infeliz! si es cierto
que en las almas doloridas
sublime y firme esperanza
justos dolores mitiga;  140

    calma el llanto, y a ese helado
sepulcro, que la delicia
de tu juventud lozana
guarda en míseras ruinas,

    pregunta si esconde entero  145
todo el bien que fue tu dicha,
y si de la avara muerte
nada reservó la ira.

    Los bellos ojos, las rosas
del semblante, la armonía  150
de las formas, con que al mundo,
beldad efímera, hechizas,

    todo es ya polvo: no alcanza
ni saber, ni fuerza invicta,
ni la hermosura, ni el cetro  155
a evitar la ley precisa.

    Esos himnos que a su gloria
vates célebres dedican,
caerán con ellos al seno
donde los siglos se abisman.  160

    Hasta el nombre que celebran,
morirá; la piedra misma,
en que tu dolor grabaste,
volverá el tiempo en cenizas.

    Sólo para las virtudes39  165
no hay muerte: del cielo hijas,
dan vida eterna en el cielo
al alma que las cultiva.

    Alza pues los tristes ojos,
alza a la patria escogida,  170
última patria que al bueno
la Providencia destina.

    ¿No la ves hollando el orbe
con firme pie? ¿no la miras
ceñir de beneficencia  175
las rosas nunca marchitas?

    ¿No ves cómo leda abraza
al hijo que lloró un día,
sin temer ya que la muerte
le arrebate a sus caricias?  180

    La bondad y la inocencia
en celeste lazo unidas
te esperan: la tumba es puerta,
y la santa virtud guía.

    Convierte el fiero quebranto  185
en esperanza benigna;
que el ábrego del sepulcro
lleva al puerto de la vida.

    Allí se ignoran las penas,
allí no mienten las dichas,  190
ni el aura de los placeres
con denso aroma fastidia.

    Cuanto el mundo llama bienes,
que el necio mortal codicia,
es nada: virtud y polvo  195
son del vivir las reliquias.

    Ese triste monumento
con honda atención medita,
y hallarás el dulce alivio
de tu mal; gime y confía:  200

    que del sepulcro en el margen
muere la ilusión mentida,
y allí, verdad bienhechora,
comienza tu monarquía.






ArribaAbajo- III -


La cabaña


ArribaAbajo    Entre las cimas del Alpe
sobresalen dos montañas,
que coronadas de nieve
al cielo sus frentes alzan:
una al grato mediodía  5
presenta la herbosa falda;
otra hacia el norte se eleva
y del aquilón la ampara.
Yace entre las dos un valle,
del abril querida estancia,  10
y a fecundar sus praderas
un claro arroyuelo baja.
En estas sierras mi padre
fijó su humilde cabaña,
guarida de la inocencia  15
y de la virtud morada.
Su pajizo techo, expuesto
al austro que lo regala,
jamás del noto alterado
probó la indomable saña.  20
Libre del bóreas, sus hielos
tarde o nunca la maltratan,
y el astro hermoso del día
con blanda lumbre la halaga.
En la falda, que visitan  25
los céfiros, colocada,
domina el bosque del Iser
y del Ródano las playas.
Ofrecen fecundos prados
alimento a las manadas,  30
y las vertientes estío
de doradas mieses cuaja.
Sabrosa e incauta pesca
da el arroyo y dulce agua,
y las breñas de los montes  35
fácil y segura caza.
El rústico caserío
coronan tendidas hayas,
que para contar mis años,
oh amado padre, plantabas.  40
Entre ellas lozanos crecen
cercos de pura esmeralda,
adonde el mirto y la rosa
unen matiz y fragancia.
Más allá brotan los frutos  45
de Vertumno: en las quebradas
del monte sus blandas pomas
el paciente otoño aguarda.
Allí nací, y allí alegre
mi simple niñez gozaba,  50
cuando destrozó mi asilo
el rayo de la desgracia.
¡Feliz el que nunca ha visto
más río que el de su patria;
y duerme anciano a la sombra,  55
do pequeñuelo jugaba!
Del Autor del universo
bendecir la mano sabia
y amar a mi padre, fueron
los cuidados de mi infancia.  60
Dios quiso que mis delicias
huyeran cual sombra vana,
y que desde niño el cáliz
del infortunio probara.
Mi padre, fiador de un pobre,  65
sintió la justicia avara
del acreedor, y a otro dueño
pasó mi humilde cabaña.
En ella murió, llorando
mi niñez desamparada,  70
y entre las hayas del huerto,
más feliz que yo, descansa.
Un anciano virtuoso
mis lágrimas enjugaba,
y de mi orfandad abrigo  75
fue su no opulenta casa.
Dio a mi juventud consejos,
dio a mis penas esperanza,
y en él un segundo padre
la Providencia me guarda.  80
Mas ¡ay! para mí no hay dicha
lejos de aquella cabaña,
aquel valle, aquella fuente
que impresas llevo en el alma.
¿Qué me importan las ciudades,  85
la opulencia, ni las galas,
de frívolos corazones
inquietudes adoradas?
Más quiero el tranquilo ambiente
que en mi niñez respiraba,  90
que los ámbares del Ganges,
ni los perfumes de Arabia.
Más quiero el grato silencio
de la repuesta enramada,
solamente interrumpido  95
por las fuentes o las auras,
que de las soberbias cortes
las bulliciosas estancias,
donde todo es impostura,
todo, hasta el placer, engaña.  100
Más quiero el humilde lecho,
do fácil el sueño halaga,
que velar medroso y triste
entre ropas de oro y grana.
En la dulce medianía  105
mi edad dichosa gozara,
de envilecida miseria
libre y de opulencia vana.
Bajo la paterna choza
alegres me despertaran,  110
cuando despunta la aurora,
los trinos de la alborada.
Entonces la tarda yunta
siguiera; o si junio alza
ya de maduras espigas  115
la rubia sien coronada,
el dulce esquilmo de Ceres
a las campiñas robara,
o al favor del fresco viento
hiciera crecer la parva.  120
Ya bajo los pies el néctar
de Baco se deslizara:
ya el setiembre de sus frutos
me cediera la guirnalda.
Cuajado abre la puerta al año  125
la primavera rosada,
y en el seno de las flores
moja el Céfiro sus alas;
cuando todo es vida, todo
placer; cuando brilla ufana  130
la bella naturaleza
con su más pomposa gala;
del Dios, que anima los orbes,
la grandeza contemplara,
cantando los beneficios  135
de su diestra soberana.
Cuando a mi adorado padre
tierno llanto consagrara,
fuera su tumba mi templo
y su vida mi enseñanza.  140
En el trabajo y descanso
imitándole, las hayas,
que plantó, su fresco abrigo
por la siesta me brindaran.
Así, cual tímida fuente,  145
que entre adelfas va callada,
no conocidos del hombre
mis dulces años volaran,
hasta que el golpe forzoso
diese la fatal guadaña,  150
y en la tumba de mi padre
mis cenizas reposaran.
¿Cuándo ilusión tan amable
verá en realidad trocada,
oh querida choza mía,  155
dulce objeto de mis ansias?
Dicen, que a cobrar mi herencia
corta cantidad bastara
de ese metal peligroso,
que los ciudadanos aman.  160
Almas tiernas, que mis males
escuchasteis y su causa,
vuestra piedad generosa
un desgraciado reclama.
Pueda una vez la opulencia  165
hacer un feliz, de tantas
como oprime al desvalido
y sus lágrimas ultraja.
Y pues hay quien más estima
el oro que mi cabaña,  170
y a precio de un vil metal
la felicidad se alcanza;
dadme para conseguirla,
que en siendo mía, de entrambas
Indias las riquezas todas  175
hollaré con firme planta.
Así el Hacedor supremo
os corone de sus gracias,
y de prole virtuosa
felices padres os haga;  180
y en vuestra vejez postrera
a la paternal morada
para besaros la mano
numerosos nietos vayan:
favoreced mis deseos,  185
alentad mis esperanzas:
que en brazos de la virtud
la felicidad me aguarda.
Y el Dios, que protege al pobre
y que la inocencia ampara,  190
mis piadosos bienhechores
premiará con mano larga.






ArribaAbajo- IV -


Zelima


ArribaAbajo    Si quieres ver, Zaide amigo,
todo el cielo en una bella,
y competirse hermanadas
bondad, gracia y gentileza;
no faltarás esta tarde  5
del Jenil en la alameda,
que es la fiesta de Zelima,
y corren cañas por ella.
Zelima, honor de Granada,
y de la hermosura reina,  10
la adorada de su esposo,
la celebrada en la vega.
No hay dama que no la envidie,
no hay moro que no la quiera,
del Guadalquivir al Dauro  15
y del Estrecho a la Sierra.
Mira ya por el Alhambra
bajar cuadrillas diversas,
cuyas lanzas y garzotas
vistosamente se mezclan.  20
Ven, y admirarás el fausto
de las galas y libreas,
los recamados jaeces,
y las africanas yeguas;
y en los palacios y huertos,  25
que el herboso valle cercan,
reunida de Andalucía
la hermosura y la opulencia.
Mas cuando al balcón saliere
Zelima por ver las fiestas,  30
fijarás en ella sola
tu vista vaga e incierta.
Ya no hay ojos para Arminda,
para Fátima o Benzeida;
que habiendo visto a Zelima,  35
no hay beldad que lo parezca.
Correrá el velo de gasa
a sus dos claras estrellas,
y envidia serán del día,
y gloria del que las vea.  40
Cuando el almaizar listado
a la airosa espalda tienda,
y en rizos de ébano puro
suelte la umbrosa madeja,
guarda el corazón, amigo,  45
que en aquellas redes negras
no hay alma, que no encadene,
ni libertad, que no prenda.
Menos brillará en su frente
el cerco de ricas perlas,  50
que en sus mejillas la rosa
y en sus manos la azucena.
Las plumas de su turbante
no tan gallardas ondean,
cuando apacible las mece  55
el viento de la ribera,
como el talle delicado
inclina afable y risueña,
si a saludar se levanta
a sus amigas y deudas.  60
Centro blanco y cabos rojos
son los colores, que precia,
porque significan juntos
sinceridad y terneza.
Como el sol es su hermosura,  65
que hechiza a todos y alegra:
su familia la idolatra,
y las demás la veneran.
De amantes hijos cercada,
oliva fértil semeja,  70
que entre copiosos renuevos
promete más a la vega;
y si ha podido sus gracias
decirte mi tosca lengua,
las virtudes de su alma  75
se sienten, no se celebran.
¿Ves la gloria que la ilustra,
los placeres que la cercan,
sin que el destino ni el tiempo
a su ventura se atrevan?  80
¿Y entre tantos corazones,
que solo agradarla anhelan,
correr sus felices días
en serenidad perpetua?
Pues en secreto derrama  85
piadosas lágrimas tiernas
(yo lo sé bien, que ella misma
me honró con su confidencia),
por un infeliz, que gime
en la prisión de Baeza,  90
do sus contrarios le tienen
o con justicia o sin ella.
Este infortunio la aflige,
este tormento la aqueja:
que no es Zelima dichosa,  95
si sabe que hay quien padezca.
Dulce corazón, que sólo
para la virtud alientas,
cuando tú las lloras, ama
el desgraciado sus penas.  100
Esta angélica ternura
no es conocida en la tierra,
que hay piedades que envilecen,
y consuelos que atormentan.
Mas Zelima, ¡santos cielos!  105
cuando alivia la miseria,
piden sus modestos ojos
el perdón de conocerla.
Al que blanco de sus iras
eligió la suerte adversa,  110
le basta ser infelice
para que su amigo sea.
¡Con qué suavidad le mira!
¡cómo se pinta halagüeña
en su apacible sonrisa  115
celestial beneficencia!
Si en el corazón de un hijo
despunta la flor primera
de la bondad, y el mendigo
tiende la mano, aún incierta,  120
¡con qué ardor, con qué delirio
al dulce seno lo estrecha,
y en mil regalados besos
su virtud naciente premia!
¡Si la vieras cuál suspira  125
con el triste! ¡si la vieras
el secreto de sus males
arrancar a la indigencia!
Cuando tormentos más graves
a un pecho infeliz apremian,  130
su elocuencia compasiva.
o los suspende, o los templa.
Dígalo el Cisne del Tajo;
a quien dio fortuna ciega
en cada virtud un riesgo  135
y un suplicio en cada idea.
Lejos de su patria amada
gime en indigna cadena:
sólo tu amistad, Zelima,
sus males adormeciera.  140
O yo lo diga: deshecho
el timón, rotas las velas,
y destrozado el navío
de los mares y las peñas;
abortado de las olas  145
apenas besé la arena,
cuando, deidad de infelices,
encontré mi puerto en ella;
y aunque tú sabes, amigo,
que no hay remedio a mi pena,  150
llagas, que halague, mortales
serán, si no las consuela.
Dios a la tierra, Zelima,
te concedió, porque hubiera
ángel para el infortunio  155
y para el naufragio estrella.
Tu imaginación ardiente
otro ensalzará, o la fuerza
de ese ingenio que te abre
el imperio de las letras40;  160
o ya el delicado instinto
de lo bello, a quien presentan
el saber y la armonía
sus más preciadas riquezas;
o tu donaire, o las gracias  165
de tu nativa elocuencia,
o el no común maridaje
de la hermosura y modestia.
Mas cuantos dones prodigan
fortuna y naturaleza,  170
nada son, si no es piadosa
el alma que los posea.
Esta es la beldad, que sólo
adoro yo en ti: que esta
ni el tiempo la descolora,  175
ni los cuidados la menguan.

    Mas ya de Sierra-nevada
el sol a apartarse empieza,
y las cuadrillas se cruzan,
y las dulzainas resuenan.  180
Ven conmigo, y tomaremos
puesto de donde la veas,
y allí admirarán tus ojos
más que te ha dicho mi lengua.-

    Esto a Zaide el desterrado  185
del Guadalquivir dijera,
hacia el Jenil se encaminan
a ver las cañas por verla.






ArribaAbajo- V -


Belinda


ArribaAbajo    ¿Qué hechizo derrama el cielo,
hermosa, en tu voz divina,
que ya en las almas no cabe
otro placer que el de oírla?
No a la nacarada aurora,  5
cuando el oriente ilumina,
con más dulzura aplaudieron
las pintadas avecillas:
no más lastimera y tierna
la amorosa tortolilla  10
lamentó al perdido esposo
en las ramas de la umbría:
no más grato el arroyuelo,
saltando entre tersas guijas,
con blando murmurio halaga  15
los céfiros de la orilla;
ni el ruiseñor, si desoye
su voz la consorte esquiva,
mas dolorosas querellas
al eco del valle envía.  20
El amor, cuando en tu rostro
sembró la rosa encendida
del abril, cuando en tus labios
destiló la miel del Hibla,
porque a tu hermosura no haya  25
libertad, que no se rinda,
puso en tus ojos su incendio
y en tu acento sus delicias.
Y en vano, amantes incautos,
huiréis de su hermosa vista:  30
que hay también para el oído
dulce inevitable herida.
¡Con qué atractivo donaire,
con qué graciosa artería
de amor las plácidas leyes  35
tu voz halagüeña dicta!
Ya en verso elevado y puro
celebres su blanda risa,
o ya en vulgares canciones
afectos nobles describas;  40
¡cuánto placer mana entonces
tu boca, cuántas caricias!,
¡con cuánta ilusión los pechos
enardecidos palpitan!
Ya de artificioso amante  45
cantas la astucia maligna;
ya más tierna y seductora
himnos al placer suspiras.
En tus labios ser y forma
recibe la simpatía,  50
y al dulce lazo de Venus
la primavera convida.
Al pescador, que blasfema
el poder de amor, castigas;
y al que le imite, igual pena  55
tus ojos le pronostican.
Las blandas quejas, las lides
del desdén, sus breves iras,
y del jardín de Citeres
las deliciosas guaridas,  60
¿quién, Belinda, las describe
como tú? ¿quién alma y vida
con más verdad, con más gracia
prestó a la voz fugitiva?
Mas ¡oh! si en lúgubres tonos  65
gime enlutada la lira,
y del amor desgraciado
la doliente queja imita;
no es entonces la belleza,
que adoramos, no es Belinda:  70
es con todos sus prestigios
la dulce melancolía.
Es Psiquis, que el bien perdido
llora en la escarpada cima;
es Venus, cuando en sus brazos  75
el joven amado expira.
¡Cuán lánguidas sus miradas
desfallecen! ¡cuál oscila
su lindo seno! ¡cuán triste
baña el llanto sus mejillas!  80
¡cómo en el bello semblante
mágico el dolor se pinta!
¡Ay! ¿cual será el alma fiera,
que a tanta ilusión resista?
Dígalo yo... ¡cuántas veces  85
corristeis, lágrimas mías,
si de la homicida ausencia
lamentó la furia esquiva!
¡Cuál penetraba en mi seno
su flébil voz! ¡cuál hería  90
de este corazón sensible
las más delicadas fibras!
Yo escuchaba las querellas
de una ausente; yo creía
ver la solitaria selva,  95
donde en libertad suspira.
Tal vez tú misma consuelas
mi acerba pena: tú misma,
Belinda, tal vez la halagas
amistosa y compasiva.  100
¡Ah! gocen otros felices
glorias, placeres y risas;
que yo en gemir a tu lado
cifraré toda mi dicha.
Con tal que tu hermosa mano  105
mi llanto enjugue benigna:
lágrimas que te apiadan,
amor llorarlas querría.
Si él las causó, y es tu acento
el que a verterlas me obliga,  110
la amargura de su fuente
tu hechicera voz mitiga.
¡Ay! esas gracias, que templan
pesares, que almas cautivan,
no al arte sólo de Orfeo  115
pienses que le son debidas.
Puede la música al labio
prestar su vaga armonía;
mas no de afectos e ideas
la expresión casi divina.  120
¿Sabes, hermosa, en qué fuente
brota el fuego, que fulminan
tus ojos? ¿quién a tu canto
la ardiente pasión inspira?
Ese pecho, do entre lirios  125
la fiel ternura se anida:
ese corazón, que sólo
para el dulce amor palpita.
Feliz, no ya el que merece
entre adoradas caricias  130
ser tuyo (ventura tanta
los mismos dioses envidian),
sino el que alguna memoria
te deba, y si complacida
le miras, pueda imponerte  135
el tierno nombre de amiga.
Con él burlaré atrevido
tu furor, oh suerte impía;
y este pecho, aunque en sus hierros
el infortunio lo oprima,  140
libre y contento a tu lado
verás que late y respira,
y la amistad generosa
halaga su acerba herida.
¡Ay! de tan sabrosa llama  145
las puras blandas delicias
sólo es dado el explicarlas
a los que saben sentirlas.
Si cantas, todas mis penas
enmudecen: si me miras,  150
huye el dolor de mi pecho,
vuelve a mi rostro la risa.
Así del cantor de Tracia
la voz oyendo y la lira,
el reino infausto de Dite  155
sintió una vez la alegría.
Vive feliz: tu belleza
burle del tiempo las iras,
y ni el tiempo ni la suerte
jamás perturben tus dichas.  160
De las almas tiernas seas,
cual tú mereces, querida,
y siembre el amor de flores
la carrera de tus días.
Esta expresión de mi afecto  165
recibe afable, y olvida,
por ser pura y verdadera,
lo que pierda por ser mía.-

    Así el desterrado Anfriso
dice a la hermosa Belinda,  170
cuando su voz alegraba
del Gers odioso la orilla.
Ella sus tiernas razones
premia con blanda sonrisa,
y vuelve a cantar, y Anfriso  175
enmudece para oírla.






ArribaAbajo- VI -


A Lucinda


Imitación de Horacio.


ArribaAbajo    Dime por todos los dioses,
dime, Lucinda, ¿qué impío
furor, qué amor malhadado
le impele a arruinar a Aristo?
Ya de la sabia Minerva  5
olvida los sacros ritos,
y evita cual sierpe fiera
el antes amado libro.
Fue un tiempo, en que coronado
de oliva y cárdeno lirio,  10
del Betis su voz divina
halagó el margen florido.
Las bellas ninfas, sacando
el pecho del sacro río,
pagaban enamoradas  15
sus canciones con suspiros.
¡Cuántas veces, linda Iberia,
depuesto el pudor altivo,
por escucharle bajabas
al valle de los alisos!  20
En vano; que amor no había
su juvenil pecho herido:
todos sus placeres eran
con su lira y sus amigos.
Hora a los ojos se esconde  25
de Sileno y de Cratilo,
ni responde a los acentos
del tierno cantor de Anfriso.
Así dicen, que de Tetis
se ocultó el valiente hijo,  30
dejando el lauro y la espada
por femeniles vestidos.
Mas los brazos de Deidamia
no fueron seguro asilo;
que allí la trompa de Ulises  35
despertó su ardiente brío.
No esperes, falsa Lucinda,
tenerle siempre escondido
que al grito del desengaño
huyen de amor los prestigios.  40






ArribaAbajo- VII -


El despecho


ArribaAbajo    Con horrible agüero fuiste
plantado y en triste día,
tronco infausto, do engañado
grabé el nombre de Lucinda.
¿Qué encantamento funesto  5
mis potencias sorprendidas
pervirtió, cuando a una ingrata
di la voluntad cautiva?
Si es su beldad seductora
la que rindió el alma mía,  10
los ojos, que la miraron,
debieron perder la vista.
¿Por qué no estalló mi mano,
cuando en tu corteza fría
divulgué necio mi oprobio  15
y el triunfo de mi enemiga?
¿Por qué enamorado quise,
que crezca su gloria altiva,
tanto como tú crecieses
en verdor y lozanía;  20
si la ingratitud odiosa,
que en su aleve pecho habita,
dejará por siempre al Betis
su memoria aborrecida?
Y aunque en sus hermosos labios  25
el clavel del mayo brinda,
¿qué importa, si fuente son
de venenosas mentiras?
No mires, incauto amante,
aquel seno de delicias;  30
que se oculta entre sus pomas
el áspid de la perfidia.
Teme, teme de sus ojos
la mirada dulce y viva,
que donde hieren, no dejan  35
sino incendios y ruinas.
El céfiro, que lascivo
su lindo talle acaricia,
exhala oculto veneno
y muere el que lo respira.  40
Sí: con hermosos colores
la piel jaspeada brilla
del tigre, y mueve los ojos
con aparente alegría;
mas las penetrantes garras  45
en tanto pérfido afila,
y a la descuidada presa
con grito horrible se tira.
Así al amador sencillo
con tu hermoso rostro hechizas  50
y a un Elisio de placeres
en tus brazos le convidas.
Esperas a que a tus plantas,
ardiendo de amor, se rinda;
y luego en su pecho clavas  55
del desdén la flecha esquiva,
y en sus acerbos tormentos
te recreas complacida;
y tus juegos y solaces
son los ayes que suspira.  60
¡Oh furor! ¿y yo engañado
me abrasé en tu amor un día?
¿y a un alma doble y tirana
di un alma tierna y sencilla?
Huye del tronco, oh funesto  65
nombre de la fementida:
estorba, puñal agudo,
que en él crezca mi ignominia.
Y tú, infausto árbol, que diste
a mi amor y sus mentiras  70
tu corteza, oprobio seas
del triste vergel que habitas.
Jamás se cubran tus ramas
de verdor: jamás floridas
gloria del otero sean  75
cuajadas de fruta opima.
Ni de la aurora el rocío
en blandas perlas recibas,
ni del fecundo favonio
el puro aliento de vida.  80
El ardiente sol te abrase,
la helada nieve te oprima,
y nunca el ave amorosa
por nido tu copa elija.-

    Así enfurecido Aristo  85
borra el nombre de Lucinda:
lo ve la pérfida, y ríe
con desdeñosa sonrisa;
y dice: «borra mi nombre,
que yo lo entrego a tus iras:  90
¡feliz, si borrar del pecho
pudieses la imagen mía!»






ArribaAbajo- VIII -


El temor de la mudanza


ArribaAbajo    Reclinado está el amor
en el regazo de Celia,
y entre los lirios del seno
la blanda mejilla asienta.
Los brazos de rosa y nieve  5
a la cintura rodea,
y con sus divinos labios
la cándida mano besa.
Pone a sus pies el manojo
de las vencedoras flechas:  10
de un rosal dejó pendientes
con el arco aljaba y venda.
Sus lindos ojos sonríen
a los ojos de la bella;
y con su beso y su halago  15
olvida el de Citerea.
Alexis mira gozoso
las deliciosas ternezas,
con que el amor, que lo abrasa,
su amante zagala premia.  20
Al dulce niño acaricia
con mano amorosa y tierna:
el bello rostro le halaga
y al pecho ardiente lo estrecha.
Alaba los claros ojos,  25
que con su llama halagüeña
en ardor correspondido
los corazones incendian;
o bien los rosados labios,
del placer segura prenda,  30
o ya los dulces arpones,
que al mismo Jove sujetan.
Mas al descubrir las alas,
que hora recogidas plega,
y que tendidas al viento  35
son de la inconstancia enseña;
de la infiel mudanza Alexis
la herida mortal recuerda,
y con acento turbado
así le dice a su Celia:  40

    «¿Qué importa, que tu favor
hoy corone mi esperanza,
si Amor capaz de mudanza
no puede llamarse Amor?
Que pierda, Celia, el volar,  45
si quieres dicha segura,
pues le basta a la hermosura
su inclinación a mudar».

    Dijo, y con ligera mano
las lindas alas desplega,  50
y sus varios tornasoles
ya para cortar se apresta.
Huye Amor de entre sus brazos,
y al rosal cercano vuela,
y así maligno responde,  55
de su temor se venga:

    «Cuando olvidada de ti
mude la fineza suya,
¿qué importa que yo no huya,
si ella me echará de sí?  60
Si tu amorosa pasión
quieres lograr sin recelo,
no a mí me quites el vuelo,
sino a Celia el corazón».






ArribaAbajo- IX -


El respeto: Traducción del inglés


ArribaAbajo    Corazón, guarda tu llama
en lo más hondo del pecho;
no advierta la bella Elisa
ni aun el humo de su incendio.
En vano es el llanto, en vano  5
ardientes suspiros tiernos.
¿De qué te sirve la queja,
si es imposible el remedio?
Toda senda a la esperanza
niega tu adorado objeto:  10
para alcanzarlo, es muy alto;
para olvidarlo, muy bello.
Muere callando, y tan sólo41
se permite a tu deseo
beber de sus lindos ojos  15
el no evitado veneno.
Distante de su hermosura,
como el esclavo del dueño,
ni el menor gemido rompa
la estrecha ley del silencio.  20
Teme, teme que tus males
conozca la causa de ellos,
y que su burla o su odio
castiguen tu atrevimiento.
¡Ay! tú verás su hermosura  25
entregarla el hado ciego
a un mortal más venturoso,
pero que la adore menos;
y en aquel alma divina
y en aquel celeste cuerpo  30
mil gracias, que tú hallarías,
desconozca tibio o necio.
Y poseerá distraído
tantos hechizos sin verlos,
y ella gemirá quejosa,  35
medio gozada, en su seno.
Elisa ignora, y es fuerza
que lo ignore, el noble fuego,
que su belleza y las Musas
en tu espíritu encendieron.  40
Con su idolatrada imagen
regala tu pensamiento;
y halague tu acerba herida
este dulce devaneo.
Siempre al despertar la veas,  45
siempre te la ofrezca el sueño,
y guarda en el pecho amante,
su memoria y tu secreto.






ArribaAbajo- X -


La victoria inesperada


ArribaAbajo    A Dios, adorada ingrata:
quédate con tus desdenes,
que ya el pecho resistencia
para sufrirlos no tiene.
Tres años ha que te adoro,  5
desde aquella noche aleve,
que entre juegos y alegrías
me diste herida de muerte.
Y ¿qué he conseguido? Celos
y rigores, sin deberle  10
ni a ti, ni al Amor, ni al hado
aun la esperanza más débil.
Ya disimular no puedo
la pasión que me enloquece:
tus amigas la murmuran,  15
y hasta tu madre la entiende.
Es público, que a otro amante
el don de tu mano ofreces;
todos me miran y ríen,
y algunos me compadecen.  20
Fuerza es morir: mas no vea,
que hay quien en mi mal se alegre,
y a mis últimos suspiros
nupciales cánticos mezcle.
Mira cuál es mi suplicio,  25
cuando voluntario ausente
a más que a morir me obligo,
condenándome a no verte.
Ni espero, que ausencia o tiempo
tan acerba herida templen:  30
que puede partirse Anfriso,
mas olvidarte no puede.
Ni temas, que nuevos lazos
mi desventura consuelen:
quien te adoró, bella Emilia,  35
te adorará hasta la muerte.
Dulce bien del alma mía,
a Dios, a Dios para siempre,
ya que el destino y los celos
y el tirano Amor lo quieren.-  40

    Así se despide Anfriso
de la pastora inclemente
que a tres siglos de ternura
opuso un alma rebelde.
Ella en ignorado fuego  45
incendiarse el pecho siente,
y en su corazón helado
las voraces llamas prenden.
De Anfriso aparta los ojos,
por si reprimirse puede;  50
mas ¡ay! que a mirar su amante
más enardecidos vuelven.
Hasta que al amor rendida,
arde en su rostro la nieve,
tímidos suspiros lanza,  55
y llanto amoroso vierte;
y al zagal, que despechado
huye, y su triunfo no advierte,
diciéndole «yo te adoro»
la blanca mano le tiende.  60
Anfriso se arroja a ella,
le imprime besos ardientes
a su corazón la lleva,
y entre las suyas la prende.
Estrecha su Emilia al seno,  65
y entre rosas y claveles
de la encendida mejilla
las dulces lágrimas bebe.
Goza, pastor, goza el premio
que bien merecido tienes:  70
un despecho y un suspiro
hicieron feliz tu suerte.






ArribaAbajo- XI -


El pescador Anfriso


Romances



- 1 -

ArribaAbajo    Amante pastor de Filis,
cuyos suspiros ardientes
oyó sonar en sus vegas
la amena orilla del Betis;
escucha del triste Anfriso  5
los cantares con que suele
consolar su pena amarga
de un perdido bien ausente.
Y ora pidas a tu lira
el himno fúnebre, y cerques  10
el sepulcro de Norferio
de rosas y de laureles;
o bien furor más sublime
tu agitado pecho llene,
y cantes las bellas obras  15
de la diestra omnipotente;
no de un infeliz amante
el tierno llanto desprecies,
con que del Betis aumenta
la clara y sesga corriente.  20
Que en él tú también llorando
de Filis las esquiveces,
quiso Amor que de sus flechas
la cruda herida sintieses.

    Ya la selva que colmada  25
de frutos brillaba fértil,
cuando orló otoño de pomas
la guirnalda de su frente,
con su triste ausencia queda
expuesta al hielo y la nieve,  30
y el temido invierno anuncian
los rigores del noviembre.
Cubiertos de escarcha fría
yacen mustios los vergeles,
que el dulce y florido mayo  35
vistió de su pompa verde.
Del prado desparecieron
ya las rosas y claveles;
y en el aterido suelo
hasta el rudo espino muere.  40
Su dulce soplo el favonio
retira al mar de occidente,
y de las polares cumbres
el fiero aquilón desciende:
sobre los campos y valles  45
bate sus alas rugientes,
y en la empinada montaña
los duros robles conmueve.
Cuando embravecido gime
y en sus copas se enfurece,  50
no hay tronco que no sacuda,
ni peñasco que no tiemble.
Betis recibe en su seno
los ya copiosos torrentes
y con el aumento altivo,  55
émulo del mar, se tiende.
Mánchase de pardas nieblas
su faz tersa y trasparente;
y en vez del undoso espejo,
enturbiadas aguas vuelve.  60
Con la mudanza alterado
deja el pez el hondo albergue,
donde del anzuelo astuto
las asechanzas no temo.
Cercano al aire enemigo  65
el agua más alta hiende,
y al pescador cauteloso
abundante presa ofrece.
Entrambas orillas corren
unidos en tropa alegre  70
cuantos el anzuelo enlazan
y cuantos la red extienden.
Fórmanse en la abierta margen
mil cabañas diferentes;
y cubren el ancho río  75
remos, barquillas y redes.
En tanto el joven Anfriso
de otros cuidados pendiente,
solo en apartada playa
lloraba su triste suerte.  80
Por la ausencia de su Elisa
amargas lágrimas vierte,
la más hermosa zagala
que vio en su margen el Betis.
Con un mismo arpón sus pechos  85
el Amor tirano hiere:
Elisa idolatra a Anfriso;
por Elisa Anfriso muere.
Mas viendo que ya el invierno
muestra la arrugada frente,  90
y temiendo que sus iras
en su manadilla emplee;
en las encumbradas sierras
contra el hielo las guarece,
y sin la luz de sus ojos  95
la vida de Anfriso es muerte.
Atada a un desnudo tronco
la mísera barca tiene,
el remo en la seca arena
y al sol tendidas las redes.  100
Y el corazón y la vida.
fijos en su bien ausente,
hacia la envidiada cumbre
los llorosos ojos vuelve:
árboles, montes y peñas  105
con su lamento enternece,
y en triste lloro consume
la flor de sus años verdes.

    ¡Oh amor! si al que bien te sirve
con tanta impiedad ofendes,  110
¿quién a tu insufrible yugo
doblará el cuello obediente?


- 2 -

    De la mal formada choza
a su olvidada barquilla
sale el pescador Anfriso
al primer albor de un día.
Tardamente costeaba  5
triste y solo las orillas,
donde de Itálica nombre
apenas queda y cenizas.
Contempla de su grandeza
las destrozadas reliquias,  10
y dejando aparte el remo,
así llorando decía:
«¡Oh lamentables despojos
del tiempo! ¡oh tristes ruinas!
infeliz y fiel imagen  15
sois de la ventura mía.
Las altas torres, que al cielo
elevarse presumían,
al acero y a la llama
se desplomaron rendidas.  20
De arcos, colunas y estatuas
gastados trozos se miran,
y entre ellos la ingrata tierra
serpientes brota y espinas.
Yace entre el polvo deshecho  25
tu esplendor, tu pompa antigua;
triunfo que reservó el hado
a la africana cuchilla.
Así desvanece el tiempo
los placeres de la vida,  30
y en un momento destruye
la gloria de muchos días.
¡Ah! yo, necio, imaginaba,
cuando gocé mis delicias,
que instantes tan venturosos  35
nunca la edad llevaría.
Pasó derramando amores
la primavera florida;
y mis cantos alegraban
el aura de las campiñas.  40
Vino el sediento verano;
y el rayo ardiente del día
en la floresta me hallaba
defendido de sus iras,
donde de un amor felice  45
las ansias correspondidas
mi tierno pecho llenaban
de inalterable alegría.
De pámpanos y racimos
cubrió el setiembre las viñas;  50
y entre sus vides Cupido
nuevos gozos me ofrecía.
Breves cuanto dulces horas,
¿dó volasteis fugitivas?
¿cuándo volveré a encontrarte,  55
oh felicidad perdida?
Ahuyentó el sañudo invierno
la estación de mis delicias,
y me arrebató a los montes
la mitad del alma mía.  60
En duro tormento ahora
arrastro la odiosa vida,
acrecentando mis penas
la memoria de mis dichas.
¿Dónde estás, bien adorado,  65
que así de un triste te olvidas?
¡Mísero! que mis suspiros
escuchar no puede Elisa!».

    Calló; y en copioso llanto
se inundaron sus mejillas:  70
las bellas ninfas al verle
lloraron compadecidas.
Hacia la pesca su barca
con las demás encamina;
mas su pena y su zagala  75
van en su memoria fijas.


- 3 -

    Ya el horizonte de nieblas
cubre el austro silbador,
que de la espumosa Sirte
el diciembre desató.
Suben a turbar del día  5
el sereno resplandor;
y al campo aterido roban
la luz benigna del sol.
Torrentes de espesa lluvia,
que a su seno el mar fió,  10
del viento agitados vuelan
en remolino veloz.
Entre las aguas el hielo
corre en deshecho licor;
y ya los cuajados copos  15
arroyos de nieve son.
Eleva el Betis sus ondas;
y con doblado furor
ya de las márgenes rompe
la mal segura prisión.  20
De las inundadas vegas
el zagal medroso huyó,
y la inútil reja guarda
el paciente labrador.
Desde un elevado risco,  25
donde el agua no alcanzó,
mirando el destrozo estaba
el amante pescador;
mas solo afligen su pecho
las crueldades del Amor;  30
y contra él en triste acento,
tales quejas pronunció:
«¡Oh tirano dios! si quieres
hacerme amable el horror
que por los campos esparce  35
la rigorosa estación;
si quieres que no desee
de abril el plácido sol,
¡ay! vuelve, vuelve a mis brazos
el bien de mi corazón».  40


- 4 -

    Precipitando sus ondas
por entre oscuras cañadas,
enfurecido un torrente
de la umbrosa sierra baja.
Cuando los estivos rayos  5
el ardiente Can vibraba,
su raudal sediento apenas
regó las áridas plantas.
Mas hora que espesa lluvia
cubre el campo y la montaña,  10
por las campiñas tendido
al Betis lleva sus aguas.
Junto a su ribera Anfriso
pensativo renovaba
de sus perdidos placeres  15
tristes memorias y amargas.

    «¡Venturoso arroyo», dice,
«cuya fuente pura baña
las altas cumbres que habita
el dulce bien de mi alma!  20
Cuando a la tarde recoja
sus ovejuelas cansadas,
¡ay! tal vez por tus orillas
conducirá la manada.
Y cuando al nacer el día  25
envidia de Febo salga,
quizá a mirarse en tus ondas
un breve rato se para.
Ora en menudos cristales
lavarás su mano blanca,  30
y ora besarás lascivo
con blando giro sus plantas.
Tú a su amable vista siempre
ufano de verla pasas,
¡y la dicha que tú logras,  35
a un tierno amante es negada!
Dame nuevas de mi ausente:
¿gime? ¿busca solitaria,
dejando el redil alegre,
las sombras de la enramada?  40
Tal vez hora, dulce Elisa,
por la misma orilla vagas;
y lamentando a tu Anfriso
verterás lágrimas blandas:
que con las felices ondas  45
al mar correrán mezcladas,
quedando con tal tesoro
rica su corriente clara.
Verted, verted, ojos míos,
tierno lloro; que en las aguas  50
quizá se unirá dichoso
al llanto de mi zagala.
¡Oh instantes de gloria! Cuando
en mis brazos enlazada,
unido tu pecho al mío  55
de blando amor palpitaba,
entonces sintiendo el fuego
de su más ardiente llama,
tus lágrimas y las mías
en tu rostro se encontraban.  60
¡Oh dulce llanto del gozo!
¡Oh lágrimas siempre amadas!
¡Ay! ¡si eterna tu corriente
mis mejillas inundara!»


- 5 -

    Pasó del enero frío
la nieve, y no ya cubierta
el monte de eterno hielo
su empinada frente muestra.
Tal vez el cierzo irritado  5
de agitar los troncos cesa,
y tal, el blando favonio
por los yermos campos vuela.
Sintiendo el venir cercano
de la amable primavera,  10
la bella flor del almendro
sus blancas hojas desplega.
Del agricultor anima
la esperanza lisonjera;
y las primicias del año  15
en temprana pompa ostenta.
De hojas se pueblan las ramas,
desnudas antes y yertas;
y el frutal de los vergeles
verde y frondoso descuella.  20
Ya en el cáliz su perfume
la tímida rosa encierra;
y gloria del prado erige
su vástago la azucena.
Mas no del febrero instable  25
bonanza fija se espera:
que tal vez, cuando reía
el alba más halagüeña,
y con su fértil rocío
alentó las plantas tiernas,  30
por el viento desatando
lluvia de menudas perlas;
entonces pequeña nube,
al templado rayo opuesta,
que en el claro mediodía  35
divisó la vista apenas;
se desenvuelve ocultando
la hermosa luz de la esfera,
y hasta el remoto horizonte
tiende su infausta tiniebla.  40
Del preñado seno en tanto
lanza horrorosas centellas,
que los espacios del aire
de pálida lumbre llenan.
Brama el rayo: su bramido  45
por valles y cumbres suena;
y al centro de las montañas
huye asombrada la fiera.
De helado y rudo granizo
vierte después lluvia densa,  50
que la tierna planta oprime,
y la mies naciente quema.
En fiero huracán el noto
ruge indignado en la selva,
y a su embate sacudida  55
la robusta encina tiembla.
Y cuando ya despojada
de troncos la cumbre deja,
se lanza precipitado
sobre el valle y la pradera.  60
Su furia no resistida
en la humilde choza emplea,
y en su raudo remolino
cabañas y establos lleva.
Mas presto sus senos rompe,  65
herida del sol, la niebla,
y el rayo que la traspasa,
dora la afligida tierra.
En partes mil dividida
desparece: el noto cesa;  70
y vuelve a halagar el aura
las ramas de la floresta.
El iris de oro y de nácar
los bellos visos desplega,
y precursor de bonanza,  75
mares y cielo hermosea.
Anfriso entonces decía:
«después de cruda tormenta,
¡cuán dulce es del claro día
gozar la lumbre serena!  80
Atento a mejor fortuna
sufre el mísero sus penas,
y para aliviar sus males
la dulce mudanza espera.
¡Ay triste! ¡que de los míos  85
el ansiado fin no llega!
¡Ay del que Amor despiadado
a eterno gemir condena!»


- 6 -

    Perdida esperanza mía,
sin cuyo alivio sentir
me vio el Amor sus rigores,
en una ausencia infeliz;
vuelve a mi pecho y alienta:  5
que ya el apacible abril
los amenos campos borda
de alegre y vario matiz.
El más infecundo prado
se viste de flores mil;  10
y rica esmeralda brota
la menos fértil raíz.
Entre la menuda grama
ya comienzan a lucir
el albor de la azucena  15
y de la rosa el carmín.
Los árboles, que en el Betis
miran su erguida cerviz,
la cristalina corriente
truecan en verde pensil.  20
Alienta, afligido pecho:
llegó la estación feliz
que tus lágrimas enjugue
la zagala más gentil.
Ya las altas sierras deja,  25
donde se ausentó de mí;
y entre los pastos del llano
fija el nudoso redil.
En breve, dichosas vegas,
afrentar y competir  30
veréis su rostro al clavel,
y sus manos al jazmín.
Amante corazón mío,
templa tu acerbo gemir;
que presto, presto a tus penas  35
llega el anhelado fin.-

    Así el pescador Anfriso
cantaba, cuando a reír
ya serenas empezaban
las auroras del abril.  40


- 7 -

    Labradores de estas vegas,
pastores de estos ribazos,
decid, ¡ay! si a mi zagala
habéis visto en vuestros campos.
Así las bellas pastoras,  5
su altivo desdén postrando,
el dulce yugo de Venus
reciban en vuestros brazos.
Así gocéis en perpetuo
solaz del bien suspirado,  10
sin que jamás de la ausencia
probéis el dolor amargo.
Hoy es el felice día
en que Amor, menos tirano,
volver promete a mi vista  15
el hermoso sol que aguardo.
Si visteis una zagala,
con cuya presencia ufanos
de nuevas flores se adornan
y nuevo verdor los prados;  20
si en su tersa y pura frente
visteis la aurora brillando,
o el cándido enhiesto cuello
vencer de la nieve el ampo;
señas son de la que adoro,  25
que en mi pastora envidiaron
cuantas zagalas ilustran
la margen del Betis claro.
La dulce risa del alba
baña sus hermosos labios;  30
y en su rostro resplandece
el sereno sol del mayo.
En el fuego de sus ojos
templa Cupido sus dardos;
y en sus rizos de oro teje  35
los más halagüeños lazos.
Buscando viene a un amante,
de quien se ausentó llorando:
lágrimas, que en dulce gozo
hoy convertirá en sus brazos.  40
Yo, mísero, corro el valle
una y otra vez en vano,
desde que vino el lucero,
más que otras mañanas tardo.
El puro aljófar del alba  45
mis cabellos ha bañado;
y el primer rayo del día
me halló corriendo los campos.
Mas ¡ay! ¿no es ella? ¿mi Elisa,
que baja de aquel collado?  50
¡Oh amor! ya en fin mis suspiros
tu duro pecho apiadaron.-

    Dijo, y con ligera planta
vence el interpuesto prado,
cual ciervo herido del valle  55
busca el profundo remanso.
La gentil zagala entonces
deja el cándido rebaño,
y por do su Anfriso viene,
vuela amorosa a encontrarlo,  60
En dulce nudo se enlazan,
amantes ya afortunados;
y solo un momento premia
las ansias de todo un año.


- 8 -

    De los rediles del prado
a las márgenes del río
la bella Elisa guiaba
los sedientos corderillos.
Tendida la red tenía  5
sobre las ondas su Anfriso,
y en la apacible corriente
nadaba el batel tranquilo;
cuando del manso ganado
oye los tiernos balidos,  10
y de su Elisa en la orilla
reconoce el blando silbo.
Coge la red presuroso;
y el remo al agua tendido,
la barca hasta la ribera  15
conduce de un solo giro.

    Elisa, en tanto que al margen
desciende su ganadillo,
le espera a la fresca sombra
de un verde y frondoso aliso.  20
Amoroso le saluda;
y sobre el césped florido
del regalado favonio
gozan el soplo benigno.

    Ya a descender empezaban  25
las sombras del monte erguido,
y ya en los bosques se oía
de la tórtola el gemido;
cuando la amante zagala
repite al dulce querido  30
la canción, que a las montañas,
descendiendo al Betis, dijo:

    «A Dios quedad, altas sierras
desatado el hielo frío
en mansos raudales baña  35
los pies del musgoso risco.
De las empinadas cumbres
huye el invierno aterido,
y ya su olor a los vientos
entrega el blando tomillo.  40
La zagala, que llorosa
tantas veces habéis visto
cubierta de dura escarcha
e inundada del rocío,
guiar su pobre manada,  45
y entre amorosos suspiros
enseñar a vuestros ecos
el nombre amado de Anfriso;
hoy de vosotras se aleja,
antes que el ardiente estío  50
el céfiro que os recrea,
convierta en soplo encendido.
Ansiosa busco los prados,
donde ya el mayo benigno
las flores que al alba nacen,  55
tiñe de colores vivos;
los prados que el claro Betis
fertiliza cristalino;
y por sus dulces rediles
trueco el montaraz aprisco.  60
A sus orillas me llaman,
por si enjugarlas consigo,
lágrimas de un tierno amante,
y cuanto tierno, querido.
A darle la alegre nueva  65
volad, volad, vientecillos:
decidle que de las sierras
ya descender me habéis visto.
Decidle que ya los valles
veloz en su busca piso:  70
decidle que ausente muero,
y que hasta verle no vivo.
A Dios quedad, altas cumbres;
y así del rayo enemigo
vuestros verdes troncos sean  75
siempre respetado asilo;
si acaso por vuestra falda
tal vez pasare mi Anfriso,
decidle que ya su nombre
conocéis por mis gemidos».  80

    Así cantó la zagala;
y alegres los pajarillos
la dulce canción aplauden
volando al caliente nido.
Envidiosas la celebran  85
las bellas ninfas del río:
su amante no, que está todo
sólo en mirarla perdido.


- 9 -

    Del alto cenit Apolo
al seno de Tetis baja,
y en el mar del occidente
el dorado carro lava.
De entre las ondas envía  5
rayos de su luz templada,
que apenas torcidos doran
las cumbres de las montañas.
Perdido el tibio reflejo
por el ancho viento vaga,  10
y del incendio del día
vuela fugitiva llama;
hasta que entre densas nieblas
amortecida se apaga,
y el imperio de las sombras  15
deja a la noche atezada;
a la noche, que rigiendo
los negros caballos pasa,
y opio y beleño sacude
de sus voladoras alas.  20
Ante ella la planta incierta
perezoso el sueño arrastra,
a quien las medrosas horas,
callado coro, acompañan.
El negro manto, que pende  25
del cielo en la cumbre alta,
de uno a otro polo tendido
entrambos orbes abraza.
Su tiniebla oscura en tanto
trémulo esplendor traspasa,  30
que en encendidas centellas
vierte la esfera estrellada.
Cuál del apacible oriente
asciende al cenit ufana;
y cuál en veloz carrera  35
al turbio ocaso se lanza.
El astro fijo del polo
arde en su eterna morada,
y a las sombras del silencio
preside su lumbre clara.  40
En tardo curso a su lado
revolviendo el carro baja,
y el resplandeciente Arturo
rige sus ruedas nevadas.
En pos de él girando corren  45
las estrellas más lejanas,
y por el callado cielo
al helado mar resbalan.
Las aguas del manso río
con plácido estruendo pasan,  50
que la flébil Eco lleva
a las vecinas montañas.
Rendidas las flores yacen,
sus tiernas hojas plegadas,
que del nocturno rocío  55
el fresco céfiro cuaja.
El prado duerme: las aves
los calientes nidos guardan;
y aterido el mundo espera
la dulce risa del alba.  60

    Solo y despierto, la vista
tendida a la opuesta playa,
el amante Anfriso yace
al umbral de su cabaña.
En la playa, do amorosa  65
su tierna Elisa le aguarda,
cuando en el cenit del cielo
la noche su curso parta.
¡Cuán perezosas las horas
para el pescador volaban!  70
¡Ay! ¡y cuánto de un amante
el bien anhelado tarda!
Suspira, y ora impaciente
al crudo Amor quejas daba,
y ora la inquietud penosa  75
templaba con la esperanza.
Surta la barquilla yace
en la margen sosegada,
casi tendida la vela,
y el remo dado a las aguas.  80
Deja la choza, y al río
con rápidos pasos baja,
y el feliz instante espera
que trueque en placer sus ansias.
Entre tanto el frío Bootes  85
al carro la vuelta daba,
y al horizonte vecino
guía el pértigo de escarcha.
Por entre pardos celajes
oculta su luz nevada,  90
y bajo el brillante polo
la noche media señala.
Vuela el pescador entonces,
al batel ligero salta,
la bañada sirga corta,  95
la vela extiende a las auras.
Gozoso y triunfante gira
hacia la ribera amada,
y la interpuesta corriente
con veloz carrera pasa.  100
Crece el plácido silencio;
y en las orillas calladas
el blando batir del remo
sólo tal vez resonaba.
Cupido alegre en la popa  105
rige la dichosa barca,
la mano al timón asida,
y al aire abiertas las alas.
En torno girando vuela
de Amores la tropa vaga;  110
y el astro hermoso de Venus
les destella lumbre blanda.
De la apacible ribera
los céfiros se desatan,
y las esencias de Flora  115
sobre las ondas derraman.
Benignos y bonancibles
la tendida vela ensanchan,
y arriba el feliz Anfriso
al puerto de su esperanza.  120
Al tronco de un verde aliso
deja la barquilla atada,
entre mimbreras oculta
y al abrigo de la playa.
De altos álamos y sauces  125
densas arboledas pasa,
y entre las amigas sombras
busca su Elisa adorada.
Entre tanto los rediles
deja la hermosa zagala,  130
donde ya en tranquilo sueño
su manadilla descansa.
Con pie recatado vuela
por la tendida campaña,
y del humilde collado  135
al repuesto soto baja.
Por entre erguidos laureles
bullicioso arroyo salta,
que coronado de adelfas
en busca del Betis vaga.  140
Con vueltas mil serpentea
por la frondosa enramada,
y con murmullo suave
el fresco margen halaga.
A su orilla en greña oscura  145
los arrayanes se enlazan,
y en hondas cuevas ofrecen
a amantes ninfas morada.
Su triste querella entona
Filomena entre las ramas,  150
y en el profundo silencio
los tiernos amores canta.
Al dulce Anfriso llamando
su voz Elisa acompaña,
y de Anfriso a los oídos  155
la lleva benigna el aura.
Del blando acento guiado
vuela a su bella zagala,
y entre amorosos suspiros
llega a animar a sus plantas.  160
Ya de la naciente luna,
que el horizonte dejaba,
a un tiempo montes y valles
pálido el reflejo baña.
Los tiernos amantes mira;  165
y envidiosa y lastimada
vuelve el hermoso semblante
del Latmo oscuro a la falda.

    ¿Quién tan deliciosa noche,
dulce Amor, a cantar basta?  170
¿ni quién dirá dignamente
las victorias de tu aljaba?
Al Niño alado, amadores,
sin temor rendid las almas;
que el placer y la ventura  175
bajo su yugo os aguardan.


- 10 -

    Ya las sombras de la noche
disipa la aurora alegre,
y de perlas, oro y nácar
esmalta el templado oriente.
La pura luz de sus rayos  5
por ambas esferas tiende,
y del cielo oscurecidas
las estrellas desparecen.
El prado ríe; las flores
el blando céfiro mece,  10
y el néctar de la mañana
en su lindo seno vierte.
Despiertan las avecillas,
y en bandadas diferentes
no hay rama donde no posen,  15
ni valle por do no vuelen.
Con sonora voz saludan
al nuevo sol que amanece,
y anuncian en sus quejidos
de Amor los dulces placeres.  20
Amor, Amor, en las vegas
canta el pastor inocente;
y Amor la llorosa Eco
del lejano monte vuelve.
El pez en el seno undoso  25
sus gratos ardores siente;
y de blando Amor suspiran
las rubias ninfas del Betis.
Junto a su zagala Anfriso
celebraba dulcemente  30
el arco, que doma el mundo,
y el arpón, que dioses hiere.
Oye desde el fértil Gnido
Amor los himnos fervientes,
y de su voz invocado  35
ya en la ribera parece.
A su vista nueva llama
por prado y vega se extiende,
y el grito de Amor suave
repite el céfiro leve.  40
Pulsa la lira: los vientos
al sacro acento enmudecen,
y el Betis enajenado
su sesgo raudal detiene.

    «Amantes felices», canta,  45
«vivid venturosos siempre,
que ya os preparo benigno
solo delicias y bienes.
Si el fiero dardo de ausencia
vuestro pecho hirió inclemente  50
ya Amor, cuanta fue la pena,
el blando consuelo ofrece.
Así premio a quien constante
sufre el rigor de la suerte,
y de invencible ternura  55
su corazón fortalece.
Hora de lirios y rosas
ceñid la gallarda frente:
no el ábrego las marchite,
ni el rayo estivo las queme.  60
Gozad; y en vuestros amores
de constancia ejemplo quede,
que después a sus zagalas
los tiernos pastores cuenten».

    «Y vosotras, Gracias bellas,  65
no cantéis que al Latmo verde,
ardiendo en mi fuego Cintia,
por Endimïón desciende;
ni que al fiero y crudo Marte
le desceñí los laureles;  70
ni que el padre de los dioses
mi temido imperio siente.
Mas porque conozca el mundo
cuánto mis arpones pueden,
cantad que ya, en los amantes  75
la ausencia sus iras pierde».






ArribaAbajo- XII -


La primavera: Traducción del Metastasio


ArribaAbajo    ¡Ay Dios! ya, mi dulce amado,
la campiña reverdece,
y ya el aterido bosque
a vestir sus ramas vuelve.
Nuncio de la primavera  5
desde el templado occidente
vuela céfiro importuno,
que el corazón me entristece.
La nueva estación te llama
al campo de honor y muerte:  10
¡ay! y ¿cómo sin tu amante
vivir podrás, triste Irene?
No respires, aura blanda,
que un alma amorosa hieres:
no tan pronto, abril florido,  15
extiendas tu manto fértil.
Cada flor que se colora,
cada renuevo que crece,
¡ay de mí! ¡cuántos suspiros
cuestan a mi pecho ardiente!  20
¿Quién fue el primer despiadado,
que hizo el acero inocente
instrumento de homicidio,
y para matar dio leyes?
Jamás la grata ternura  25
su corazón inclemente
penetró, ni sintió el crudo
de Amor los blandos placeres.
¡Ay! ¡qué demencia! ¿es posible,
que por las iras crueles  30
de un enemigo, el halago
de una dulce amante trueques?
¡Ay! no, querido Fileno:
no, simple, engañarte dejes:
si es que las guerras te agradan,  35
también Amor guerras tiene.
El buen amante es soldado;
la experiencia, y el ingenio,
y el valor triunfos le adquieren.
También Amor dicta ardides,  40
espera, asalta, defiende,
huye, se rinde a partido,
da paces y enojos mueve.
Mas son amables las paces
y son los enojos breves,  45
e igualmente halaga el triunfo
al vencido y al que vence.
Así no hay pena, que en gozo
benigno el Amor no trueque.
May ¡ay! el fatal instante  50
ya la odiosa trompa advierte.
Tente, ingrato: ¿por qué huyes?
No te pido tus laureles:
poco te pido, hombre duro;
mírame otra vez, y vete.  55
Vete, y conserva en tu vida
la de tu infeliz ausente,
y vuelve, si puedes, mío;
pero victorioso vuelve.
Adonde quiera que vayas,  60
lleva mi dolor presente;
y di: ¿quién sabe si ahora
vive mi constante Irene?






ArribaAbajo- XIII -


La historia del amor


ArribaAbajo    De mil sospechas cercado
entro de Amor al vergel,
como niño en sala oscura,
que a mover no acierta el pie.
Una esperanza risueña,  5
aunque falaz, me encontré,
y unos bellos ojos fueron
de mi libertad la red.
Negro rizado cabello,
tornátiles manos, que  10
roban al jazmín su albura
y su carmín al clavel:
dulce y gracioso donaire,
y un halagüeño desdén,
que esperando ser vencido  15
lastima sin ofender;
con blandísimas prisiones
encadenaron mi ser,
y fui del Amor esclavo,
y mi esclavitud canté.  20
Mas ¿a quién dio el Niño ciego
dicha asegurada? ¿o quién
no halló al dolor acechando
sufre el calor y la nieve;
en la senda del placer?  25
Hiriome un áspid sañudo
que entre las rosas pisé:
llegó el veneno a mi pecho,
y puso un infierno en él.
¡Cuántos siglos de furores  30
insano sufrí, hasta que
me curó con su cauterio
el desengaño cruel!
Mis verdes años marchitos
y herida el alma, de aquel  35
centro de dolo y perfidia
escarmentado salté.
Huye, juventud incauta,
de ese dios, niño y sin fe;
que hay áspides en sus flores  40
y tiene absintio su miel.






ArribaAbajo- XIV -


Narcisa


ArribaAbajo    La bella Narcisa ilustra
del Ebro la fértil playa,
y mil corazones vuelan
adonde pone las plantas.
De aquellos felices campos  5
la juventud más gallarda,
a su hermosura rendida,
la corteja y acompaña.
Y en otra parte se llora
su ausencia, aunque corta, amarga;  10
que ninguna ausencia es corta
para quien de veras ama.
Mas la ribera del Ebro
arde en júbilos y danzas;
y de pesares ajenos  15
su propia ventura labran.
Narcisa afable y risueña,
los tiernos obsequios paga;
pero su hermosura altiva
domina, no se avasalla.  20
Los maliciosos cavilan,
y diz que amante y amada
algún bien premiado afecto
dejó en su querida patria.
Quejosos y tristes gimen,  25
y los corazones claman:
«¿qué importa que aquí esté ella,
si dejó en su tierra el alma?»
Mas no por eso desisten,
aunque celosos, de amarla;  30
que nunca el Amor fallece
mientras vive la esperanza.
El desterrado del Betis
lo diga, que una mañana
le dejó muerto de amores  35
en el baile de las pascuas;
y cuando loco por ella
se retiró a su posada,
así al compañero Elisio
turbado le preguntaba:  40

    «La recién venida,
que ostenta gallarda
el sol en sus ojos
y el mayo en su cara;
dime, quién es, amigo:  45
porque, al mirarla,
exhalada en suspiros
me robó el alma».

    «Corrió por el clave
la mano rosada,  50
y vista y oído
a un tiempo halagaba.
Yo no sé cuál sentido
mis males causa:
solo sé que en sus manos  55
me prendió el alma».

    «Cantó y amorosa
venció su voz blanda
la voz de las aves,
que anuncian el alba.  60
Yo en sus dulces acentos
absorto estaba;
y aquel placer de oírla
me costó el alma».

    «Su talle y sus brazos  65
desplega en la danza
y el pie le mecían
Amor y las Gracias.
Yo enajenado y ciego
le rendí el alma;  70
mas ¡ay! que a tanto hechizo
una no basta».

    «Mas de sus lindos ojos
si logro una mirada,
gloria serán mis penas,  75
dulce placer mis ansias;
que una mirada suya
vale mil almas».






ArribaAbajo- XV -


Filis


ArribaAbajo    Ya Filis del Gers odioso
abandona las riberas:
a un amante esposo sigue,
y mil corazones penan:
Filis, aquella hermosura,  5
que a todos encanta; aquella,
que el corazón más exento
sin saber cómo, sujeta;
la de los lindos cabellos,
la de la risa halagüeña,  10
la que en sus ojos anida
Amor, dulzura y modestia.
Cuando al delirio del baile
el airoso talle entrega,
son de tiernos corazones  15
sus hermosos pies cadenas.
Cuando el tono enamorado
pide a la dulce vihuela,
y con los dedos de rosa
hiere las sonoras cuerdas,  20
¡cuánto hechizo, cuánto fuego
derrama! ¡cuán halagüeña
su voz celestial las almas
tras sí enajenadas lleva!
¡Y es fuerza, Filis divina,  25
que al Betis partas! ¡y es fuerza
que los valles del destierro,
que alegrabas tú, te pierdan!
Tus dulces amigos gimen,
aunque tu dicha celebran;  30
y otros menos generosos
callan y en secreto penan.
El desterrado del Betis,
cuya amistad pura y tierna
se iguala al Amor en fuego  35
y le excede en la firmeza,
con más voluntad que ingenio
la olvidada lira templa,
y al despedirse de Filis,
le canta de esta manera:  40

    «Ve, Filis amada,
al margen ameno,
do manso y sereno
el Betis se agrada:
la vega esmaltada  45
de eternos colores,
el mirto y las flores,
la fuente y el prado
asilo sagrado
allí son de amores».  50

    «Al nudo amoroso
allí te convida
la tierra florida
y el sol delicioso.
Allí fue dichoso  55
tu mísero amigo:
perene testigo
será de su gloria
la acerba memoria,
que lleva consigo».  60

    «¡Oh amada ribera
del vándalo río!
¡oh bosque sombrío!
¡oh verde pradera!
La dicha, que espera,  65
da a Filis hermosa:
mi pena enojosa
será suspendida:
que aún amo la vida,
si es Filis dichosa».  70






ArribaAbajo- XVI -


El agüero


ArribaAbajo    Después de tan larga ausencia
vuelvo a tu margen, oh Betis:
de mis primeros amores
guarida, salve mil veces.
¡Con qué placer que discurro  5
tu orilla! ¡cuán dulcemente
respiro el aura apacible,
que en tus álamos se mece!
si bien un temor impío,
aunque justo, me detiene:  10

    que quien amores halla, cuando vuelve,
are en las aguas y en el viento siembre.

    Aquel es el verde prado,
donde sus ojos ardientes
me hirieron la vez primera  15
de un Amor y mil desdenes:
mis enamoradas ansias
le declaré en esta fuente,
que sonora y cristalina
su curso entre guijas tuerce.  20
Prado y fuente son los mismos;
amante pecho, ¿qué temes?

    Mas ¡ay! quien halla amores, cuando vuelve,
are en las aguas y en el viento siembre.

    Allí amorosa y benigna  25
mitigó sus esquiveces:
allí enojada a mis quejas
opuso un alma rebelde.
Al margen de aquel arroyo
enlazados blandamente,  30
nos dio su apacible abrigo
la sombra de los laureles.
¿Cómo tan dulces memorias
de Amor olvidarse pueden?

    Mas ¡ay! quien halla amores, cuando vuelve,  35
are en las aguas y en el viento siembre.

    Pero ¡oh dolor! en los troncos,
que ciñen el soto alegre,
de mis amorosas cifras
ni aun vestigios permanecen;  40
y en las ramas, do cantaba
el ruiseñor dulcemente,
miro deshechos los nidos
que respetaba el diciembre.
Ya para ti no hay asilo,  45
Amor, bien puedes volverte:
no en vano temías
mudanzas aleves:

    que quien amores halla, cuando vuelve,
are en las aguas y en el viento siembre.  50






ArribaAbajo- XVII -


La precaución


ArribaAbajo    En vano, traidora Elisa,
mi antigua pasión reclamas;
que en la misma tumba yacen
el Amor y la esperanza.
Tantos siglos de ternura,  5
tanto Amor, tan dulces ansias,
breves guerras, blandas paces,
iras, halagos, constancia;
cuya historia aún se conserva
en este aliso grabada,  10
tú sola en un solo día
sepultaste en la mudanza:
y fue un rival heredero
de mis dichas y tus gracias,
y un largo infierno dejaste  15
al pecho, que te adoraba.
Gemí, lloré, todo en vano:
que en mi penar solazada,
de tu nuevo amante el triunfo
con mi suplicio aumentabas.  20
Razón, desengaño, orgullo
en curarme se empleaban,
y el desesperar fue entonces
la salud de mis desgracias.
Ya estoy tranquilo: ya puedo  25
despreciar la que me agravia:
a mi rival compadezco,
que debe tremblar42, si ama.
Todos los nudos rompiste:
¿qué quieres de mí, tirana?  30
si Amor, tú le diste muerte;
y si amistad, tú me engañas.
Afecto tan noble y puro
caber no puede en un alma
que insultó fiera e impía  35
al corazón, que injuriaba.
A Dios, y no por vengarme,
tu llanto desprecio, ingrata;
que evitar a una enemiga
es precaución, no venganza.  40






ArribaAbajo- XVIII -


A Venus


Imitación de Horacio.


ArribaAbajo    Las lides, por tantos años
interrumpidas, renuevas
otra vez, oh cruda Venus,
y enciendes el pecho en guerras.
¡Ah! perdona a un afligido,  5
que de tus arpones tiembla:
oh tú, de dulces amores
madre inclemente, ya cesa.
Ya diez lustros de mi vida
volaron: no soy cual era  10
bajo el imperio de Elisa
en mis juventudes tiernas.
Deja a un corazón, ya duro
para tus gratas empresas,
y en los jóvenes floridos  15
que te invocan, triunfa y reina.
Si quieres un pecho digno
de tus ardientes saetas,
a los umbrales de Albano
tus blancas palomas lleva.  20
Allí juveniles bríos
hay, y varonil belleza,
y en breve edad grande ingenio,
y ya madura elocuencia.
Soldado constante y fuerte  25
seguirá tu blanda enseña,
humillando a sus rivales
y extendiendo tu potencia.
El grato incienso de Arabia
la dulce y templada avena,  30
la voz de acordada lira,
que solo amores resuena;
y el coro siempre festivo
de jóvenes y doncellas,
que embelesadas las almas  35
en sus pies hermosos llevan;
en solaz siempre perpetuo
allí tus triunfos renuevan,
y más víctimas te rinden
que Idalia, Gnido y Citera.  40
Mi pecho ya no alborozan
el vino ni las bellezas,
ni de Amor correspondido
las esperanzas lo alientan.
Huyo las lides de Baco,  45
huyo de Venus las flechas,
ni ya me agrada la frente
coronar de flores nuevas.
Mas ¡ay! ¿por qué, si te veo,
vuelvo a llorar, Filis bella?  50
¿y en otro tiempo elocuente,
torpe silencio me hiela?
Ingrata, en vano me huyes:
de tus desdenes me venga
el dulce sueño, y prodiga  55
las venturas, que tú niegas:
y ya en los lechos floridos
que pinta la primavera,
ya entre las aguas del río,
ya en el bosque, ya en la selva,  60
pagando mi Amor, suave
y amorosa te presenta.
Ilusión es; pero amando,
¿que dicha hay que no lo sea?





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