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ArribaAbajoEn el invierno




I


El monte


Siguiéndole en la ladera
hasta ojearlo en el soto,
cumpliera el guarda su empeño
como debe un hombre mozo.
que si el jabalí en la huida
arrojaba espuma a chorros,
con eso y dejar el rastro
me habréis frustrado el propósito.
Dijéraos la experiencia
que (mientras abren un foso,
al romper los ventisqueros,
y al cruce de los arroyos),
si pisan los caracoles,
marcan poco más que el corzo,
y, si el viento bate, arrasa
la nieve, y se cubre el hoyo.
-«Señor, cargó la cellisca;
»iba con dos mil demonios
»huyendo, y mostraba un cerro
»tan alto como el de un toro...»
-Por si hay días de fortuna,
que se logran dentro el chozo,
quédese el guarda del monte
calentándose al rescoldo.
¡Ah, de la tropa que marcha
en día tan borrascoso,
el hielo y el sudor juntos
en los azotados rostros!...
¡Lleváis perdida la senda!
-Para advertencias yo sobro:
damos pique a unos forzados
por delitos espantosos,
que rompieron la cadena
no lejos de estos contornos.
Cinco son los malhechores:
si los viste, suelta el soplo;
pero si no los has visto,
paisano, como supongo,
puedes tomar la del humo,
como dicen dijo el otro.

-No los vi, señor sargento,
mal que me habléis de ese modo,
pues si vos mandáis soldados,
el tiempo os mandará pronto...
Cuidad, si es caso, volver
sobre vuestros pasos...
-Lo oigo.
Y siguiéronle en silencio
nueve hombres respetuosos,
el hielo y el sudor juntos
en los azotados rostros.

-¡Alto! ¡A la gente que llega
sois extraños!...
-¡No haya enojo!...
Gente honrada, caballero:
un obispo, tres canónigos
y el cura de la parroquia
que suministra el santo óleo.
-Es su escopeta mojada
la carabina de Ambrosio;
pero su merced la ponga
donde no nos haga el coco.
-Es que a la capa del cielo
no hay quien le coja el embozo,
y la manta de la nieve
mala manta es para el hombro.
-Si su merced nos cobija,
cuente nos hace el negocio,
y a cambio le enseñaremos
el refrán que gasta el moro.

-Cuidad de llevar la cuenta
desque toquéis aquel olmo;
de frente, a mil pasos justos,
hay un peñasco y un tronco:
el tronco tapa una cueva;
entradla, y en un recodo
hallaréis de mis pastores
el hato... y adiós...
-Acoto,
con el conque de que aprenda
el refrán que gasta el moro.
Dice el gitano cuatrero
mirando por su mondongo:
«Donde comas, no hagas daño,»
y aquí, sin ser roba-potros,
somos, como si dijéramos,
agradecidos de estómago.
Su merced, que tiene pesquis,
sáquele la púa al trompo.
Los que fían en Mahoma
nunca ponen en remojo
la espingarda, por si acaso
Mahoma se vuelve tonto;
y dicen: «Sal prevenido
»para ir a caza del lobo
»como si fueras a hallarte
»con el león...» Ahí va el cobro
de la deuda que tuvimos
con su merced: vale el oro
algo menos que un consejo
para casos que no nombro:
y acabo, y para que entienda
lo que vale el ser rumboso,
quiero pagarle con sobras,
y allá van cinco de corto.
Este mundo es un fandango,
cada cual baila a su modo,
y aquel que anda sin pareja
parece que está de bolo.

Partiéronse los bandidos
menos fieros que orgullosos,
y oí plañidos de hembra,
gritos histéricos, roncos.
¡En la soledad las lágrimas!
¡El dolor!... y el mundo sordo,
mientras la nieve caía
en silencio copo a copo.

-«Madre de estos pobres niños,
»más desnudos que andrajosos;
»mujer, cuyo llanto acusa
»ser madre, mientras que el rostro
»y los arrugados pechos
»y los cabellos canosos
»dijeran a quien tus gritos
»no oyó, que das testimonio
»de la ancianidad que siente
»su ruina y, con desdoro
»del sexo, muestra sus miembros
»al hombre en feos despojos
»del tiempo; vieja fecunda,
»madre de estos temblorosos
»niños, que juntan sus lágrimas
»a las que vierten tus ojos:
»¿Quién os dejó en este sitio
»vil traidor, o vil medroso?»
-«Señor, en el mundo estamos;
»dad a mis hijos socorro:
»ellos, acaso algún día,
»os lo paguen a su modo.
»Lleváralos yo en mi vientre,
»a mis hijuelos hermosos,
»al calor que allí sentían
»antes de escuchar su lloro...
»¡Los hijos en las entrañas
»de la madre pesan poco!
»Como los parí desnudos,
»con mi cuerpo los arropo,
»pues a cubrirnos no bastan
»los harapos que recojo.
»Hemos de andar el camino,
»y, aunque los alterno y pongo,
»a veces en mis caderas,
»a veces sobre mis lomos,
»nos rinden en la jornada
»el sol, la nieve o el lodo.
»¡Pocos dolores de madre
»sintió la que pare sólo,
»y hambrientos no ve a sus hijos
»arrastrarse, por un sorbo
»de agua o por triste pedazo
»de pan que desechan otros!..
»Ibamos, señor, en busca
»de la caridad de todos.»
-«Tened mi pan, hijos míos:
»Madre, aliéntate; yo tomo
»tus dos hijos en mis brazos;
»sígueme a un abrigo próximo.»
Y los niños inocentes,
flacos, comidos de piojos,
mordían el pan, mirándose
envidiados y envidiosos.

-«Guarda del bosque, si deja
»del jabalí fatigoso
»la pista, atienda a estos niños
»y, hasta que yo vuelva, acójalos.»

Sentí tristeza en el alma:
reinaba un silencio insólito
en la región del desierto,
debajo un cielo de plomo.
El viento plegó las alas:
se pararon los arroyos;
los árboles, que dormían
cual gigantes sigilosos,
parecióme contemplaban
la naturaleza atónitos...
Y tarde, de vez en cuando,
de las selvas en el fondo,
agobiados por el peso
de la nieve, los hojosos
álamos se desgajaban
con gemido perezoso.-
Vi a los míseros soldados...
¡No volvían más que ocho!

-«¿Por dónde vais, mis amigos?
»Perdidos sois, yo os lo abono,
»si no consentís ahora
»la salvación que os propongo.»
Respondió el de más aliento:
-«Su merced mande a su antojo:
»de los santos de la corte
»celestial, es San Antonio
»el santo que más atiende
»de los santos que conozco.»
Yo le dije: Santo mío,
haz que se nos coma el lobo,
o que venga a socorrernos
el que nos cantó el responso...,
cuando vio que le dejábamos
como quien escucha un loro.
A su merced le ha traído
ese santo milagroso,
y por el mismo le ruego
nos aloje junto al horno,
porque traemos pasadas
las penas del purgatorio.-
¡Mal haya quien fía hombres
a comandantes bisoños!
Murió el sargento Carranza;
mató el perro el cabo Romo;
los dos sin sacar las fuerzas
por ser unos hombres flojos,
y quedáronse espasmados
sonriendo como bobos.-
Visto el sálvese quien pueda,
su servidor, Juan Cebollo,
que fue rabadán de cabras
antes de llevar el chopo,
y hoy luce una cruz de mérito
con quince reales de momio,
tomó el mando de estos chicos,
que, aunque parezcan modorros,
tienen más pies que el Sargento:
y hablar del cabo me ahorro
con decir «cabo de pluma,»
que es decir de paso corto.
Su merced les pase lista,
que a sus órdenes los pongo:
siete son, y mi persona
ocho, número redondo.

Súbito se oyó distante
siniestro tiro dudoso,
señal de quien pide auxilio,
traición de facinerosos.
Al disparo respondimos
con disparos, y remotos
los ecos de las cavernas,
invisibles, misteriosos
centinelas del desierto,
do el miedo finge los monstruos,
caminaban a perderse
hacia términos ignotos.-
Siguiéronme los soldados,
e iba el jefe, Juan Cebollo,
rezando el «Santa María»
con acento fervoroso,
alternando el «Dios te salve,»
que prorrumpían en coro
los restantes compañeros...,
y así llegamos al chozo.

¡He aquí el valle de miserias!
¡He la humanidad!... ¿Qué somos?
¡La fraternidad no fuera
ni la caridad tampoco,
a no ser valle de lágrimas
la tierra que nos da apoyo!
¡La misericordia nace
de nuestros dolores propios!

¡Cristiana melancolía,
dolor con íntimo gozo!
La piedad, en la inclemencia,
no lleva al altar sus votos;
mas trueca en templo los ámbitos
del invierno rigoroso
quien dio lenguas al desierto
nos dio la oración, y el sordo
rumor de las soledades
habla de Dios a su modo.




II


El hogar


¿Ves, hermana, cómo acude
tras la aflicción el consuelo,
sin que el corazón se advierta
ni lo procure el deseo?
Antes, al volver la vista
a la cruz del cementerio,
vertías acerbas lágrimas
con amargo desaliento;
y hoy, con los ojos enjutos,
pronunciando el Padre-nuestro,
han apartado tus manos
la nieve del santo suelo,
donde de nuestros mayores
yacen los mortales restos,
cuyas almas inmortales
te bendicen desde el cielo.
Se han cambiado tus sollozos
y los ayes de tu pecho
en plácidas melodías
que acusan otros afectos...
Y esa misma cantilena
del ángel que guarda el sueño
de los niños, la aprendiste
en el regazo materno.
Nuestra madre te la dijo,
abrigándote en su seno,
con arrullo de paloma
cuando ampara sus hijuelos.
Y la rueca, con sus flores
de siempreviva al extremo,
y el huso de plata fina,
con la inicial de su dueño;
ese infatigable huso
que tus delicados dedos,
tras levísimo chasquido,
lanzan con ágil gracejo,
y ese copo bien peinado
del lino de nuestro huerto,
que vas desatando en hebras
de finísimo cabello;
la rueca, el huso y el lino
son que allá en mejores tiempos,
al compás de las canciones
del ángel que guarda el sueño,
sirvieron a nuestra madre,
al arrimo de este fuego,
para hilar blancas madejas
de que luego se tejieron
las sábanas de tu cuna
y las de mi breve lecho.-
¡Oh, piadosa hermana mía!
¡Cuán dulce contentamiento
sentimos las dos ahora
en el altar del recuerdo;
en este hogar heredado,
llama de calor perpetuo
que avivaban nuestros padres
y sus padres encendieron!...
¡Así nosotros, hermana,
venturosos herederos
de sus cristianas costumbres,
de su hacienda y de su techo,
podamos legar el fruto
de sus honrados consejos
a hijos dignos de nosotros
y dignos de sus abuelos!
Que en mal hora los que heredan
olvidan sus venideros;
y los que son en el mundo,
porque sus mayores fueron,
poderosos en riqueza,
en la ostentación egregios,
y disipan en festines,
bajo artesonado regio,
hacienda que no fundaron
con su ciencia ni su esfuerzo,
afrentan en ocio impuro
honor que no merecieron.-
Yo, a ejemplo de nuestros padres,
hermana mía, prefiero
a manjares no soñados
por el natural deseo,
frugal mesa abastecida
para el preciso sustento,
con los frutos generosos
que rinde al trabajo el suelo:
y, al mirarlos sazonados
con la forma en que nacieron,
servidos en blanca loza
sobre limpísimo lienzo,
digo con gozo en el alma,
y en quien soy los ojos puestos:
«Aves son de mis corrales,
»que en mis corrales nacieron;
»corderos de mis ovejas;
»caza que abatí en su vuelo;
»vino tinto de mi viña,
»trasegado, limpio, añejo;
»verduras de mi cercado,
»y frutas de mis ingertos...»
Así Dios no me perdone,
hermana, si te exagero:
pero, si se me obligase
a optar entre dos extremos:
vivir sobrado de fausto
fuera del hogar doméstico,
o empobrecer mi comida
aquí, al amor de este fuego,
¡hermana! Dios no me ayude
si no es verdad que prefiero
a dejar mi amado asilo
un negro pan de centeno,
con las frutas arrugadas
que guardas para el invierno.
Mas ya advierto que vencimos
esta velada de enero;
y, pues nos anuncia el gallo
que ha dormido el primer sueño,
hermana, arropa la lumbre
con la ceniza, y dejemos
la guarda de nuestro ejido
a mi leal compañero.
Ni asechanzas de la envidia
ni injustas venganzas temo;
pues, al fin, no tiene el hombre
mejor amigo que el perro.




ArribaAbajoEn la primavera




I


La mañana


Ungida en blando rocío
despierta amorosa el alba,
tímida beldad que en sueños
su amante, el Sol, busca y llama:
claros sus ojos azules
de luminosas pestañas,
al beber luz en los cielos,
la luz al suelo derraman.
Salúdala el Santuario
con la voz de la campana,
mientras le dice sus himnos
en los aires la calandria;
y al influjo cariñoso
de su espléndida mirada,
se esponja de amor la tierra,
la vida ríe en las plantas.
Ancha clámide de nieve
desprenden de sus espaldas
los cerros, al anunciarse
de abril la augusta mañana;
y de las cumbres desciende
libre, saltadora el agua,
en elegantes, revueltas
cintas de cristal y plata.
Recibe el amante valle
con flores su desposada;
y ella, tras húmedos besos,
se aduerme entre verdes algas.
Las festivas, redolentes,
ligeras brisas, resbalan
sobre el mar o sobre flores,
entre el cielo y las cabañas;
y se mecen halagüeñas
en mil idas y tornadas,
bajo formas infinitas
del hombre las esperanzas.
Puesta la popa a la arena
y la proa a la bonanza,
dejando el refugio amigo,
levadas las corvas áncoras,
libra las turgentes velas
la nave de Dios fiada;
que así la ambición fenicia,
mostró, surcando las aguas,
cual las mercedes del suelo
por oro en la mar se cambian.
El labrador que abrió el surco,
y de sus trojes preciadas
arrojó fértil semilla
con mano atrevida y franca,
cela la espiga naciente
sobre campos de esmeralda,
mientras que, libres del yugo,
los tardos bueyes descansan.
Óyense alegres canciones
de las rústicas zagalas:
amor las pone en sus labios,
bien sentidas, mal calladas,
ecos que acaso responden
en su delectable pausa
a las trovas que en la noche
profirió la serenata...
Y aún dicen que la doncella,
desde la puerta foránea,
al huir la blanca luna
de la aurora sonrosada,
sorprendió junto a la reja,
defensa de la ventana,
donde no llegan los labios,
aunque los ruegos alcanzan,
al amante que allí puso,
como regalo a la Maya,
ramos de fresca verbena
en generosa guirnalda.
¡Oh, naturaleza! ¡Oh, madre!
Cuando presentas tus galas,
amor encuentra do quiera
sus ofrendas y sus aras.
No de otra suerte a tu influjo
la entumecida crisálida
rompe la mística celda,
y en metamorfosis rápida,
de oro y de carmín lucientes
despliega veloces alas,
y vuela al altar de Flora
en nueva vida agitada:
gusano ayer en su cárcel,
gira libre, inquieta, vaga,
cual si, guardando memoria
de su brevedad pasada,
sintiera que no le cabe
gozar delicias tan anchas.
Muge la esbelta novilla
desde el otero a distancia;
primer celo en que se enciende
al pacer la verde grama...
Suma de gala y de fuerza,
monstruo de fiereza y gracia,
el toro al clamor amante
la frente adusta levanta.
Por más saciar el olfato
las hondas fosas dilata:
enhiestas las finas puntas,
rueda la hirviente mirada:
juega la flexible cola
con ondulantes lazadas;
y, azotándose los flancos,
cual con serpiente irritada,
rayo que en trueno responde
pronto al imán que le llama,
rápido corno el relámpago,
parte, arrolla, triunfa o mata.
Los árboles se columpian
en el seno de las auras,
las aves pueblan el éter;
los ríos serenos pasan...
Y, en tanto, un eco distante,
que el viento interrumpe a ráfagas,
trae y lleva los acordes
de la primitiva flauta...
Son los de la edad de oro
trinos de la flauta pánica,
recreación de pastores,
mientras pacen sus manadas
y vense en libre careo
correr del monte a la falda
menudas, ágiles, limpias,
de vario color pintadas,
generación de Amaltea,
las mil esparcidas cabras...
Y, en medio al vario conjunto,
señor entre sus esclavas,
celoso barbón hirsuto,
de corona esparramada,
y olor genial, que denuncia
a los machos de su raza;
dispensador de favores,
dejando va por do marcha
vapor de naturaleza,
dulce a sus hembras ingrávidas.
¡Horizontes de la vida!
¡Limitaciones humanas!
¡Tal traéis a la memoria
las religiones pasadas!
Tal veo en el templo egipcio
la adoración humillada
ante el símbolo monstruoso
del padre de las Cabañas;
y aun más cerca a los sentidos
contemplo en Grecia, hermanadas
deformidades cupídicas
e idealidades de estatua,
y el mito erótico, en donde
triunfa del vigor la gracia
tras la lid voluptuosa
apenas significada,
si el torpe bruto rendido
tan flojamente se amansa,
que sobre sus rudos lomos
la gracia gentil cabalga.
Así, al contemplar de lejos
la mar tranquila, rizada
de nívea espuma, que en iris
los rayos del sol desata,
paréceme ver que nace
de las ondas azuladas,
bella cual si a mi deseo
mi libertad la evocara
y a mi voluntad surgiera,
sensible Diosa pagana,
la Venus chíprea, meciéndose
en leve concha de nácar,
por cendal de sus contornos
las sueltas madejas áureas,
con pompa de blancos Cisnes
que sumisos acompañan,
y Céfiros y Nereidas
que la acercan a la playa.
Oigo el plácido concierto
de los orbes en la estancia
del Infinito, do viven,
giran, se atraen y se aman,
y esa sublime armonía
es el suspiro, es el habla
de la Creación entera
que suspira enamorada.




II


La golondrina


¡Bienvenida la inocente
huéspeda, de donde quiera
que llegue al humilde techo
del triste que la desea!
¡Oh mi mansa golondrina!
¡Oh mi dulce forastera!
¡Bienvenida! A tu llegada
mantuve abierta la reja:
tu trino suena en mi oído;
tus alas, con las esencias
de otras auras de otros climas,
mi frente árida refrescan;
y con versátiles giros
las vigas añosas cuentas,
y reconoces la estancia
donde tus hijos nacieran.
¡Aquí fueron tus amores,
no turbados por la fiesta
ni por el llanto; aquí fueron,
en la paz de esta vivienda!
Allí tu nido te aguarda;
tus hijos no lo recuerdan:
tú vuelves a visitarlo,
y yo lo guardé en tu ausencia.
Pliega tus nítidas alas,
y tus leves plumas peina;
reposa, mi peregrina,
mi huéspeda y compañera.
¡Quién sabe! Acaso tu vuelo
posaste la vez postrera
en la ascética, ignorada
choza del anacoreta.
De Tierra-Santa tal vez,
nueva peregrina, vengas,
y del Líbano doblaste
ayer las cumbres excelsas.
¡Quién sabe! Tal vez ha poco
que, del Sinaí en la cresta,
oías los regios salmos
que la Religión eleva.
Acaso en Jerusalén
tus últimos hijos quedan,
nacidos junto a un pesebre,
como el Redentor naciera.
Las sublimes soledades
de aquella cristiana tierra
cruzaste tal vez, llevada
del Simoún en la carrera.
Tal vez de la Palestina,
do el sol enciende la arena,
rompiendo la estiva calma
jadeabas pasajera...
O bebiendo en el Jordán
del agua de la pureza,
para alentar tu camino
sobre la triste Judea,
volaste en torno a las tumbas
do reposan los Profetas,
y en el sepulcro de Cristo
se oyó tu mística queja.
¡Quién sabe! Acaso rasante,
desempulgada saeta,
mediste de un solo sulco
la ya derrumbada Grecia;
o acaso de populosas,
profanas ciudades vengas,
de bordear los palacios
que te cerraban sus puertas,
para que los artesones
de esmalte y oro, y las regias
randas y tapicería
que al lujo tributa el Persa,
y los jarros de la China,
y las lunas de Venecia,
tu nido de pobre barro
no manchase ni ofendiera!-
Si así es, mi peregrina,
noble avecilla, los deja:
¡inhospitalarios son
los magnates de la tierra!
Tuerce tu rumbo del centro
a que afluye la riqueza;
que es el hombre en la fortuna
menos humano que fiera.
El escándalo del rico;
la risa de las rameras;
la orquesta de los saraos;
los clarines de la guerra;
los tumultos, gritería
y ceremoniosas fiestas,
estruendos son ofensivos
a tu sencilla existencia.
Libre en el aire del campo,
cuando la aurora despiertas,
y con las primeras sombras
del crepúsculo te albergas:
los gozadores del mundo,
los que esas ciudades pueblan,
cierran sus ojos al día;
la noche los desenfrena.
Tú eres la hija del ambiente,
y del alba, y de las frescas
florecillas amorosas
que abril y mayo despliegan.
Familiar, pura y sencilla,
Dios no puso en ti defensa,
y dijo, porque te amaran:
«Anuncia, la primavera,
»y engéndrese en ti el instinto
»de la emigración, y lleva
»tu mensaje a cien regiones,
»sin errar nunca la senda.
»Cruza mares y desiertos,
»las ruinas visita, y llega
»al asilo en donde mora
»la paz en santa modestia.»
¡Y fuiste! Y sin duda el dedo,
de la sabia Omnipotencia
trazó en el aire el camino
que a cien regiones te lleva...
Misterios son tus jornadas,
viajes de escondida ciencia,
a donde sólo te sigue
la inspiración del poeta.
¡Oh mi mansa golondrina
y mi dulce compañera!
¡Bienvenida seas al techo
del triste que te desea;
y así tus hijuelos guarden
memoria de mi vivienda,
como yo de ti me acuerdo
en los meses de tu ausencia!




ArribaAbajoEn el verano




I


De la casa al árbol y del árbol a la casa


Por escena, el campo libre;
el tiempo... en su eterno curso;
hora... en que espiran las brisas
del mar con lento susurro.
en primer término el árbol
secular, ancho, copudo,
a cuya sombra mi honrado.
Abuelo, a sus deudos junto,
nuevo Jacob con su tribu,
en los rigores de julio
vio sestear sus rebaños,
o a sus gañanes forzudos,
olas rompiendo de espigas,
juntar en haces los frutos.
¡Ni un sonido en el espacio!
Y, en el término segundo,
de mi casa solariega
los envejecidos muros,
mientras, cual manso plumaje
que agita escondido impulso,
de mi tosca chimenea
asciende ondulante el humo.-
¡Padre sol! la tierra blanda
a tu solícito influjo,
en la estación de su celo
te abrió el seno; y somos tuyos,
nacidos de un mismo barro,
desde el gusano sepulto
que habita el humilde limo,
al insecto, al ave, al bruto...
Así la Libia sedienta
es patria, es templo, es refugio,
donde difundió su estirpe
de Agar el seno fecundo;
y allí bendijo el Oasis
Dios para el árabe inculto,
que halla en las sombras de palmas
de arquitectural conjunto
agua y preciso sustento
y cielo para su culto.

Un día la negra sombra
del árbol alto y robusto,
aguja del meridiano
inversa al sol en su rumbo,
me había dejado expuesto
al haz de dardos agudos
que arroja el astro gigante
desde el término diurno,
antes de lanzarse a plomo
en el piélago profundo.
Y por la senda que llega
mal trazada, advertí aduro,
aguijando a prisa a prisa,
al hidalgo linajudo,
señor don Lope Mendoza
de Carvajal y de Angulo,
mi vecino, rico en predios
y un tanto pobre en estudios:
hombre recio, rostro altivo,
atezado y cejijunto.
Salí a su encuentro, y, al verme,
se apeó un tanto ceñudo.
-«Señor don Lope (le dije),
»me honra el veros; mas presumo
»por lo breve del camino
»y el momento en que os pregunto,
»si os han estorbado el paso
»o si os trae algún disgusto.»
-No piensa mal mi vecino,
si bien no hay guapo ni chusco
que a mi persona se atreva:
y, ya veis, no llego enjuto.
Mi caballo es agosteño,
y, como si fuera un buzo;
así que pisa en el río
ha de pegar un zambullo.
De allí no hay quien lo levante
mas que le metan un chuzo;
pero, en soltando el jinete,
se vuelve pájaro grullo.
De esta manera se explica
por qué en un macho orejudo
llega tarde y mal don Lope,
que aún viniera sobre un rucio
donde vuestra linda hermana
con esos cabellos rubios,
con esos ojos azules
y con esos pies menudos,
me trae sorbidos los sesos
de suerte, que me consulto
si me habré yo vuelto mosto
y corro tras el embudo.
Sobre poco más o menos,
sin rodeos de hombre astuto,
sabéis que os puse en la feria
ese trato peliagudo.
Cierto que vos me dijerais
aquello del exabrupto,
y « hasta que hable con mi hermana,
»cuanto ofrezca es prematuro...»
Hablasteis con ella; y luego
allá, por lo que discurro,
no echó el trato a mala parte,
ni vos lo disteis por nulo;
puesto que me respondíais
(carta canta; a ella me ajusto):
«mi hermana oyó vuestro obsequio,
»y os diré en tiempo oportuno...
»el agosto está inmediato...
»yo hoy no acepto ni rehúso.»-
Vecino, yo desde entonces
he contado los minutos.
Hoy es primero de agosto;
se corrió el plazo, y acudo;
y, por si es pleito entre partes,
a lo pactado me afugio.
A mí me ha cabido el año
mejor que a aquellos palurdos
labradores de otros tiempos,
que, echándosela de duchos,
contaban les cuajaría,
cuando los ahogó el diluvio.-
Sabido ya por mi boca
mi tropiezo y lo que busco,
debéis vos decirme en cambio
con franqueza a vuestro turno:
¿qué os tiene fuera de casa
con este calor tan rudo?
-«Sintiendo vuestro percance,
»Vais a ver cómo yo cumplo...
»Andad, don Lope... Me trajo
»al campo, el calor que a muchos
»mantiene bajo su techo:
»¡cada cual según sus gustos!
»Amparado por la sombra
»de ese árbol, do acostumbro
»sentarme, sin que me atedien
»las horas en su transcurso,
»contemplaba el reprimido
»dolor, el silencio mudo
»con que la naturaleza
»rinde el maternal tributo;
»y así, con mis pensamientos,
»tal vez sobrado profundos,
»pasando estaba la tarde
»sin dichas y sin disgustos.»
Andando íbamos camino
de casa en este discurso:
a la medida que andábamos
crecía el blando murmullo
de la fuente que en mi ejido
ancho el caño, el chorro curvo,
derrama en la limpia taza
su claro raudal...; y un brusco
impensado advertimiento
del hidalgo, me detuvo,
diciéndome:-«Tenga el paso,
»vecino; y, si estoy confuso,
»sépase que no soy hombre
»que crea en brujas ni en brujos,
»aunque crea en los misterios
»y en los divinos recursos...
»Decidme si estáis oyendo,
»o si es que yo me embarullo,
»un canto en cuyas cadencias
»de un ángel suena el anuncio.»
Presté atención: iba el eco
concertándose al murmurio
de la fuente de mi ejido,
atenuado como el humo
que de mi hogar ascendía
por el ambiente difuso...
Era la voz de mi hermana;
su canción; la que compuso
el Ángel de la familia,
que va abandonando el mundo.-
Mi hermana en las soledades
de su apartamiento oculto,
entretenía las horas
como suele, por recurso,
hilando del manso lino
que en mi huerta le procuro,
fino como sus cabellos,
como sus cabellos rubio.

Entró don Lope Mendoza;
trató el caso...; noble estuvo.
A poco, tras un galope
oyóse un relincho, y súbito
nos dijo: -Ese es mi caballo,
con mi criado... No abulto
al afirmar que, si no fuera
por lo atrasada que anduvo
su madre en soltar la carga,
cada pelo valía un mundo...
La falta estará en la madre...
Ni lo abono ni lo culpo...
Hijos nacen con pitones,
por ser sus padres cornudos...
Pero es lo cierto, señora,
y a vuestro hermano recurro
para que os diga la causa,
que llegar pude algo sucio,
cuando, por veros, viniera
a horcajadas sobre un burro;
y aun llegara más temprano,
que el fracaso me entretuvo...
Forzado a acortar el tiempo,
a la vuelta me apresuro.-
Madama, el sí que me llevo,
bien que dado entre repulgos,
confío os lleve muy pronto
a vivir en donde juzgo
que no estuviera más ancha
ni la esposa del gran turco.
A recibiros esperan
libre puerta, alzado escudo,
cimerado capacete,
la celada opuesta al zurdo
lado, en señal que no caben
allí los hijos espúreos;
y en campos de oro y de gules
enlazados los vetustos
blasones de los Mendoza
de Carvajal y de Angulo.
Hízonos tres reverencias,
espolsándose el muslo:
salióse, y salí en obsequio
de mi cuñado futuro.

Ni aun el mismo don Quijote,
con ser jinete zancudo,
salvando el borren trasero,
ciñó el bridón más a punto;
y, llamándole a las piernas,
en los estribos insúrgito,
cual si nuestros cumplimientos
le sirviesen de conjuro,
partió, como sale el diablo
del cuerpo del energúmeno.

Las mujeres, desde Eva
a la hoy mujer del verdugo;
desde las que se arrebolan
a las que limpian los cubos;
desde la que zurce versos
y en las medias lleva puntos,
a la convencida monja
que al cielo dirige el rumbo;
así la que arrastra encajes
como la que en su condumio
sisa ochavo por ochavo
hasta completar el duro;
todas ellas son artistas
en sus intervalos lúcidos,
conforme van los menguantes,
o según los plenilunios.
Mi hermana (la replegada
sensitiva, cuando impuro
eco de voz mal sonante
hería sus oídos púdicos),
luego que el hombre a caballo,
veloz centauro, traspuso
entre el polvo y la neblina
y las tintas del crepúsculo,
me dijo: «Hermano: don Lope
»mal mi voluntad dispuso
»como galán en estrado;
»mas, ¡qué bien domina el bruto!
»Dado a tan fuerte ejercicio,
»no extraño tenga en desuso
»la galante cortesía;
»¡pero es gallardo, es hercúleo!
»La hermosura es delicada;
»la fuerza es bella de suyo;
»la aman la flor y la débil
»mujer... ¡Hermano, yo juzgo
»que belleza y hermosura
»son dos aspectos del gusto:
»la flor se ampara entre espinas
»y el rosal ama el capullo!»

Era la mujer apenas
rebasados los tres lustros;
y era don Lope Mendoza
tan fuertemente membrudo;
que en la plaza de su aldea
fiestas de becerros hubo,
y viéndose sorprendido,
si un novillo le fue al bulto,
ya apretado entre las tablas
y los cuernos puntiagudos,
porque allí se viera a un noble
salir de tamaño apuro,
lo atontó de un puñetazo
con aplauso del concurso.




II


La tempestad


Claros estaban los cielos,
limpio el azul transparente:
sólo a lo lejos se vía
vellón que al aura remece,
una nubecilla mansa,
una nubecilla tenue,
una blanca nubecilla
como el ampo de la nieve...

Ancha nube en limpio espacio,
¿quién te guía? ¿quién te acrece?
¿quién te empuja, nube airada,
en pavorosa creciente,
que, ciñéndote de sombras,
tragas polvo, el mundo envuelves?

Relámpago en fondo cárdeno,
¿cuántos volcanes te encienden?
Ronco trueno que respondes,
¿a qué mandato obedeces?

Huid, míseros ganados;
aves por el aire leves,
huid; míseras criaturas,
el torbellino os envuelve;
huid; que dentro de poco
no habrá amparo a que acogerse
los árboles más robustos
quiebran cual cañas endebles;
el huracán, el granizo,
os arrebatan, os hieren;
la tempestad traga el mundo,
y Dios no se compadece.

«¡Ay! (dije, y seguí postrado):
¡cuánto la vida me duele!»
porque el alma se me iba
a la tempestad rugiente...
Y entonces fue cuando vino,
derramándose a torrentes,
copiosa lluvia; y en olas
despeñadas, que al mar tienden,
iban las aves ahogadas,
e iban nadando las reses.
A la mar iban los árboles,
con sus frutos aún pendientes;
del labrador afanoso
los codiciados enseres
iban; y a la par con ellos
haces de acopiadas mieses,
y, arrancados de su base,
restos de pobres albergues...

Mansa lluvia, mansa lluvia,
en aljófares cerniéndote
del sol al último rayo,
que el agua en diamantes vuelve:
mansa lluvia, en derramados
prismas de cristal luciente,
arco de triunfo erigido
al vencedor de los débiles,
iris de paz para el hombre,
sin pacto que le conserve:
mansa lluvia, engalanada
de colores transparentes,
amaranto y oro y púrpura,
que no imitan los pinceles:
cariñosa, mansa lluvia,
a medida que te ciernes
sobre las flores del campo,
hijas de matas silvestres,
renace mi triste vida
¡a la calma que apetece!
¡Vivir es amar! y miro
el placer con que agradecen
allá en el monte los árboles
y aquí las flores campestres,
mansa lluvia cariñosa,
¡los beneficios que viertes!
y tú, de concordia iris,
escala de luz, que asciendes
a do reside el misterio
de la vida y de la muerte,
tú eres el santo camino
por do libres van y vienen
las bendiciones que parten,
las esperanzas que vuelven.

¡Visiones de los sentidos!
¡Pasad, pasad como suelen
cruzar, dándose las manos,
las niñas en danza alegre!

-¿Quiénes sois, que yo os conozco,
pareja en que amor florece,
a la par que andáis por campos
donde el tomillo trasciende,
y a seguir vuestra jornada
tanta voluntad me mueve?
-Fuimos tu Padre y tu Madre,
aun antes que tú nacieses.

-¿Quiénes sois, niños benditos?
Conoceros me parece...
-Éramos amigos tuyos,
cuando niños inocentes;
éramos tus condiscípulos
de la vida en los dinteles.
Tus iguales nos juzgamos
en la edad adolescente;
y, si hoy favor te pedimos,
que, aceptado, nos ofende,
somos los que te abrazaban
para herirte y esconderse...
¡Dejamos por nuestra prosa
de la fama los laureles,
virtudes que no nos caben,
ideas que nos exceden!...
-¡Pasad, pasad, mis amigos!
La confesión os releve:
¡mi voluntad os disculpa
y la experiencia os absuelve!

Y tú, ¿a qué vienes, anciano,
a quien he visto otras veces?
-Voy detrás de mis discípulos
que corren más que las liebres,
y en la carrera del mundo
el que atrás queda se pierde.

¡Aparta, mujer hermosa!
¡Por donde viniste, vete!
¡Esconde aquesos collares,
arracadas y alfileres
con que adorné tu belleza
y prendí tu pecho aleve!
¡Aparta, mujer traidora,
que aun tus caricias me ofenden!

¿Quién eres tú que muy lejos,
tan lejos te me apareces,
que ya mis cansados ojos
dudan en reconocerte?
-Tu primer amor me llamo.
-¡Tu memoria me enternece!
Fuiste el ideal del alma,
la santidad de mis preces,
la diosa de mis sentidos,
la mujer hermosa y débil
que amor me brindó en la vida
y amor me brindó en la muerte.

En pos va la consolante
caridad... ¡Benignos seres,
hembras de virtud humilde,
hermanas del que padece!
Vosotras sois la hermosura
sin vanidad ni oropeles,
la dicha fecunda en lágrimas,
¡la pobreza rica en bienes!

¡Oh, tú, el último en la hilera,
de tanto dolor el héroe!
De ti sólo vi un reflejo,
como mi sombra otras veces.
Fantasma, visión, que enseñas
la risa, y lágrimas bebes,
¿por qué escribes con la punta
del corazón y te dueles?-
Apenas ya te recuerdo...
díme, por piedad, ¿quién eres?
-Yo soy tú.
-¡Maldita seas,
fascinación de mi mente!
Me brinda el mundo favores
en la pugna con los fuertes,
la fama con sus aplausos,
el éxito con laureles:
y, pues que la vida es lucha
donde todos acometen
vencedores o vencidos,
el vencido se defiende,
y allá, tras su desengaño,
la quieta paz se le ofrece,
como al náufrago que arrojan
las olas a los placeres...
¡Las olas que le llevaron,
le trajeron, y las siente
rugir sin que le amenacen
en la playa en que se aduerme!...-
¡Visión! eres la memoria;
eres la verdad que miente;
¡no escribas más con la punta
de mi corazón, y aléjate!




ArribaAbajoEn el otoño




I


En la tarde


Ya en la senda, allá del río,
traspuesto apenas el vado,
tiró de la rienda el novio
para ofrecerme los brazos.
Sin atreverse a besarme,
por respeto hacia el hidalgo,
mi hermana vertió una lágrima;
«¡Adiós!» me dijo, y marcharon.
Así se rompe la vida
de la hembra en dos pedazos;
mitad donde nace y crece,
flor en cristalino vaso,
y el resto de su existencia,
tras los inocentes años,
misterio de sensaciones
con enigmas de recato.-
¡Miseración en la esposa,
si el seno infecundo al tálamo
negó los hijos, en quienes
la madre ceba los labios,
para exhalar su ternura
a trueque de desengaños!...-
¡Allá va la flor!... ¿quién sabe
al viento que irá vagando?-
Del viento esclava es la hoja,
y la mujer del acaso.-
¡Cómo la ingenua tristeza
junta el deleite a su daño,
en la soledad tranquila,
sin medir tiempo ni espacio!

Es la tarde...: huye la tierra
sin que sintamos su tránsito,
mientras parece a la vista
que el sol camina al ocaso:
su disco de eterna lumbre
vibra los postreros rayos,
y a herir apenas alcanza
la cima de los collados.
¡Breve tarde! En mar de púrpura
tórnase el azul velado
del horizonte, tendido
más allá del Océano:
piélago es de luz inmensa,
do mis ojos beben ávidos
torrentes de llama viva;
piélago en que ve flotando
seculares monumentos,
arquitectura de encantos;
fortalezas y ciudades,
alcázares, templos, arcos,
pirámides, tiendas bíblicas,
misteriosos tabernáculos...:
Y en las llanuras espléndidas
de aquel celaje fantástico,
hay encendidas peleas
de hombres y monstruos bizarros,
fieras, enanos, gigantes,
escuadrones de centauros
y carrozas con cuadrigas
de flamígeros penachos.
Y, aún más allá, de otras nubes
simula el contorno mágico
visiones de amor divino,
diosas del amor humano;
ángeles, Cupidos, Ninfas,
musas y Genios, lanzados
por los senos insondables
de los luminosos ámbitos.
¡Metamorfosis del alma!
¡Trasuntos de otros engaños!
¡Ilusión de los sentidos,
de su error enamorados!...
¡Oh, breve tarde!... En la curva
del globo que va rodando,
pierde este pobre hemisferio,
la luz del eterno faro...
¿Dónde están los horizontes,
tan ricamente poblados
de fúlgidos monumentos
en ciudades de topacio,
de Ángeles, Genios, Cupidos,
ninfas, Dríadas y Faunos,
y mujeres que el deseo,
en un espejo encantado,
volvió a presentar al alma
como en los primeros años?
¡Es el crepúsculo!... y vibran
sólo en el éter los átomos
de luz y sombra que tejen
a la luna el velo santo.
Solitaria de los bosques,
hacia el bosque solitario
cruza la torcaz paloma,
y el aire zumba a su paso.
En las ruinosas almenas
del gótico campanario,
el ave de los sepulcros
exhala un ¡ay! de quebranto:
primer ¡ay! de muchos ayes
que van luego concertando
con el toque de Oraciones
y el doble por los finados.




II


En la noche


¡Es la noche!... densas nubes
que en el horizonte diáfano
fueron de púrpura y oro,
ya son fúnebre sudario.
Entumecida la tierra
siente que la hiere el ábrego,
y los árboles ingentes,
de la madre tierra amados,
risueños en primavera,
galanes en el verano,
amarillentos declinan
y sus hojas van dejando...
¡Sus hojas! ¡las verdes hojas,
orgullo de abril y mayo,
que se desprenden marchitas
cual girones de su manto!-
Asoma en la mar la luna,
y mientras va remontando,
se descubre el firmamento
de luceros tachonado.
¡Dios, que sacó el universo
de las tinieblas del caos,
preside las Estaciones,
y a Dios alaban los astros!
Que Dios esparció los orbes
en infinitos estadios,
como el labrador arroja
la semilla en su cercado...
Y esos mundos sobre mundos,
que en eslabones jerárquicos
señalan a nuestros ojos
siempre un más allá anhelado,
son al corazón del hombre
revelación más que arcano...