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- LI -




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Prólogo


Para la comedia «El Regocijo»



ArribaAbajo   Atención... st..., punto en boca,
nadie chiste y cepos quedos,
que voy a hablar. Este día
de risa y de pasatiempo
todo es mío: cabalito;  5
y en él, si yo no lo quiero,
si yo no lo digo, o no
lo permito por lo menos,
nada se hará, aunque lo mande
una legión de maestros.  10
¿No me conocéis? ¡Qué bravo
disimulo! ¿No estáis viendo
quién soy en este sencillo
cuanto misterioso arreo,
este garbo, esta carita  15
de pascua, que está vertiendo
risa por ojos y labios?
¿No lo dice este parlero
crótalo, aquesta sonaja?...
¿Ni por esas?... ¡Bueno, bueno!  20
¿Con que pretendéis que os diga
mi nombre? Pues he, no quiero.
Adivinadlo; y si no,
me enfado y vuelvo allá dentro.
¡Qué linda flema! ¡Os vais!  25
Luego, ¿conocéisme? Luego,
acertasteis que soy el...
Tente, lengua... Por San Pedro,
que iba a decirlo. ¡Caramba!
Buena la hubiéramos hecho.  30
¡Vaya!, ¿qué va que me voy?
Sí, voyme. Adiós, caballeros...
 
(Hace que se va y vuelve. Entre sí):

 
Pero, ¿qué haré yo con irme?
Si estos hombres son tan lerdos
que no adivinan, ¿habré  35
de tragarme este secreto?
Y luego que no haya nada:
que en vez de fiesta y recreo
se vuelvan a casa todos,
tan tristes como un entierro.  40
No, eso no; que no cumpliera
ni conmigo ni con ellos.
Mas, ¿qué dirán estos maulas
si me ven volver tan presto?
Mas, ¿qué importa el qué dirán  45
al Regocijo? No, vuelvo,
y más que se rían. ¡Horrio!

 (Saliendo) 

   Acá estamos. Caballeros:
¡qué maulas, qué lindas piezas!
Por fin fuisteis conociendo  50
que hablé en chanza. Pues, señores,
como digo de mi cuento,
soy el Regocijo, y voy
a hablaros un rato en serio.
No hay que asustarse, que hay cosas  55
que hacen reír mucho, pero
para algunos esta risa
es la risa del conejo.
El asunto es que yo trato
de divertiros riendo,  60
pero se entiende con juicio,
sin melindres ni entrecejo.
Allá mi amigo don Placer,
que en mi conciencia sospecho
que es un poco extravagante,  65
suele (¡qué gran majadero!)
divertirse con sollozos,
con lágrimas y aspavientos,
y aun con muerte y puñales,
como si un hombre vertiendo  70
el lagrimón como el puño
pudiese hallarse contento.
No, señor, no más tragedia:
mal parece. ¡Vade retro!
Si quieres furias y llantos,  75
téntelas, y buen provecho;
que yo quiero risa y zambra,
y para eso me atengo
al crótalo y las sonajas
de Talía, mi cortejo;  80
de la taimada Talía,
que cuando uno la está viendo
con tanta bocaza abierta
suele encajar al más serio
dos verdades como el puño,  85
que le dejan patitieso.
¡He!, ya lo dije, me voy.
Adiós, mis señores, pero...
¡Ay!, qué gracia, ¿qué apostamos
a que aún no estáis contentos?  90
¿Es que he de decir también
la diversión que os prevengo?
Vaya, que es muy buen antojo.
En fin, vamos; que no puedo
dejar descontento a nadie.  95
Pues, señores, el misterio
se reduce a que veréis
cómo y por cuántos rodeos
pudo un capellán de Paula,
¡grandísimo majadero!,  100
creer que estaba hechizado,
y temiendo al sortilegio
dejó la capellanía
y se casó como un viejo.
Dr. Agudo a la trampa,  105
y con qué chiste y gracejo
supo urdirla una criolla
fina como el pensamiento.
¿Cómo...? Pero basta... no
me sean tan pedigüeños,  110
que lo demás lo verán.
Sólo diré que el festejo
es el más chistoso, el más
entretenido y honesto
que decirse puede, que todos  115
cuantos están allá dentro
prevenidos para el caso
son... son.... pero lo veremos.
No, pues de esta va de veras.
¡Buenas noches, caballeros!  120




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- LII -




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Epístola sexta


Jovino a Poncio



Non est quod contemnas hoc studendi genus, mirum
est, ut animus agitatione; motuque corporis excitetur.

(C. Plinius Cornelio Tacito Suo)                



ArribaAbajo   ¡Oh cuán feliz nació la golondrina,
que dos veces al año viaja y muda
de andurrial, de tejado y de vecina!

   Vuela y revuela siempre la picuda
en pos de su galán, que a hacer el nido,  5
cantar, cazar y procrear la ayuda.

   Fuérame yo tan listo y tan sabido
como ella, o de la gran naturaleza
con tan preciosos dones favorido,

    y otra vegada echara a mi cabeza  10
fuera de este rincón, y en mi castaño
me diera a andar sin miedo ni pereza.

   Mas, pues se toca a recoger hogaño,
y es preciso pasar bochorno y frío,
arrellanado en el antiguo escaño,  15

   vamos charlando un poco, Poncio mío,
del digerido y trasnochado viaje
que abrí con Aries y cerré en estío.

   El hablarte de coche ni equipaje,
reposteros, lacayos y cantina  20
ni de otro señoril matalotaje,

   fuera de más, que es algo teatina
mi condición, y va siempre de gorja,
y con tanto boato se amohína.

   En mi cuartago, y llena bien la alforja,  25
me voy cantando, y no se me da un bledo
por los inventos que el melindre forja.

   Quiero ver el gran mundo abierto y ledo,
cual le supo adornar la industria humana,
y escudriñarle cuanto gusto y puedo.  30

   ¿Hay por ventura angustia más tirana
que andarse emparedado entre ladrillos,
sin ver más que la torda y la gitana,

   ni oír más que rechinos y chasquidos,
o al son de las malditas campanillas,  35
ajos, votos, blasfemias y aullidos?

   Ténganse ese regalo otros golillas,
y buena pro, mientras que yo, escotero,
llevo a salvo de vuelcos mis costillas.

   Pues, señor, como digo, salí entero,  40
montado en mi capón, contento y libre,
no sin buena compaña y mal dinero.

   No me asustaban Rosas ni Colibre,
ni la furia que allá mata y arrolla
al choque horrendo de infernal calibré.  45

   Me importaba dormir, comer mi olla,
y hallar sereno y esplendente el día,
más que tan triste y bárbara bambolla.

   A dos por tres doblé con alegría,
aunque sudando, los erarios puertos,  50
y llevé hasta León mi correría.

   De allí vi ya horizontes más abiertos,
y aun también más ajenos de conhorte,
pobres, incultos, rasos y desiertos,

   hombres tristes, de oscuro y sucio porte,  55
casas de barro, calles de inmundicia,
pueblos, en fin, sin dicha ni deporte.

   Tal vez en torno de ellos la codicia,
si no ya la miseria, labra un poco,
sin afán, sin provecho ni pericia.  60

   De árboles no hay que hablar; éste es un coco
que asusta al propietario y al labriego,
y a quien los planta le apellidan loco.

   «Los habrá, dicen, cuando venga el riego».
Mas cielo y tierra, ¿no sabrán criarlos,  65
sin andar con los ríos en trasiego?

   Eh, ya le tienen... Pero ve a buscarlos,
y ninguno hallarás sino en la orilla
del canal que nos trajo monsieur Carlos.

   ¡Ay!, aquí es do el ánimo se humilla,  70
viendo tan malogrado el beneficio
y vuelta la esperanza en gran mancilla;

   campos sin árbol, seto ni edificio,
plagados de amapola y jaramago,
y aguas, bueyes y brazos sin oficio.  75

   Aun vi las huellas del horrendo estrago
que desoló a Castilla cuando andaba
matando moros el señor Santiago.

   ¿Qué hacen las leyes?, me dirás. Estaba
por decirte que duermen, mas no puedo;  80
que antes bien, su desvelo nos acaba.

   Siempre duras y firmes en su quedo
de mandar y vedar, y siempre iguales
en enseñarnos su importuno dedo,

   cierran a toda industria los canales,  85
y halagan y alimentan la pereza,
y acrecen y eternizan nuestros males.

   Bórralas de una vez, y la cabeza
verás sacar al laborioso ingenio,
y aliarse con la gran naturaleza.  90

   Libre de susto y sujeción el genio
sus premios buscará, y a nuestro clima,
con Baco y Ceres, traerá a Cilenio;

   cercará, poblará, pondrá en estima
el riego, y su sudor sobre la tierra  95
derramará, si no halla quien le oprima.

   No son las leyes las que harán la guerra
al ocio, que las burla y las quebranta,
y cuanto más le gruñen más se emperra:

   el interés, unido con la santa  100
necesidad, le arrojarán del mundo,
que él los imperios a esplendor levanta...

   Mas, mientras torres en el aire fundo,
el hilo voy perdiendo y la jornada.
Va de viaje. Capítulo segundo.  105

   Llegué a Burgos. ¡Oh corte derrotada!
Ya vuelve a ser ciudad. Planta, edifica,
limpia, proyecta; pero, ¿instruye? Nada.

   Aún la pereza allí se santifica
y la ignorancia se regala. ¿Esperas  110
que estas dos Melisendras la hagan rica?

   A Briviesca, a Pancorvo, y de sus fieras
escenas alejándome, en la Rioja
me entré, cruzando prados y laderas.

   Juntas las aguas del Tirón y el Oja  115
forman un ancha y venturosa vega,
do con la industria la abundancia aloja,

   y allí con rica profusión allega
mieses y viñas, y árboles y prados,
cuanto el raudal fertilizante riega.  120

   Por el pie de sus muros derrotados,
Haro los ve correr al padre Ibero,
de cederle agua y nombre no asustados.

   Corta el gran río, o plácido o severo,
no sin desdén, la playa polvorosa,  125
que alguna vez inunda osado y fiero;

   mas ¡qué dolor!, la tierra, siempre ansiosa
de abrir a su onda la sedienta entraña,
le pide auxilio, y dársele no osa.

   Y mientra el borde de sus labios baña,  130
pierde sus aguas la vecina orilla
y su esplendor el árida campaña.

   Después se traga al rico Najerilla,
que de su altivo puente envanecido,
tarde y mal de su grado se le humilla.  135

   Disculpárasle acaso, si el florido
país que riega, como yo, observaras,
desde do muere hasta do fue nacido.

   Caen sus aguas, rápidas y claras,
de la cana Cogolla a dar recreo  140
de Emiliano a las devotas aras,

   y de allí al valle do encendió Berceo,
aunque con vieja y mal templada lira,
de otros más altos vates el deseo.

   Más impetuoso Nájera le admira,  145
cuando a postrar su vacilante muro
a sus rotos alcázares aspira.

   ¡Oh, qué de bienes a su raudal puro
deben, y encantos, la comarca y valle,
do el premio del afán siempre es seguro!  150

   ¿Cuándo Somalo deja de gozalle,
allá escondido en el ombrío soto,
entre encinas y chopos de alto talle?

   Después ni sufre márgenes ni coto,
hasta que Manso osado le refrena  155
con su puente invencible, si antes roto.

   Se humilla al fin, y con desmayo y pena,
herido de los fuertes tajamares,
muere del Ebro en la desierta arena;

   del Ebro, que desdeña otros solares,  160
ya ver unidos, vano, se apresura
de Tobía y Bazán los nobles lares.

   ¿Temes que aquí yo diese en la censura
que coge a tanto caballero andante?
No, no lo permitiera mi ternura.  165

   De amigo el nombre, más que de informante,
dictó el obsequio, y supo la confianza
unirse a la amistad fina y galante.

   He aquí do fue colmada mi esperanza.
¡Oh Fuenmayor! ¡Oh plazo venturoso  170
de amistad, de alegría y bienandanza!

   ¡Fértil Buicio! ¡Valle deleitoso!
¡Campos que siempre enriqueció Lieo!
¡Santa hospitalidad! ¡Dulce reposo!

   Nunca os olvidaré; continuo empleo  175
seréis de mi ternura y mi memoria,
y aunque en vano, también de mi deseo.

   Mas vamos con el viaje y con su historia
a Logroño, do apenas sobrevive
la sombra débil de su anciana gloria.  180

   Pero capaz de recobrarla vive
un sabio allí, de ardiente celo henchido,
que sin cesar inspira, instruye, escribe.

   ¡Oh Barrio, si así fueras atendido!
Recibe al menos éste de mi aprecio  185
testimonio sincero y bien sentido.

   De sus pingües campiñas alza el precio
el árbol de Minerva, cuyo fruto
mira Baco en las otras con desprecio.

   ¡Cómo el ingenio roba y vierte, astuto,  190
por ellas del Iregua los raudales,
que al fin a Ibero rinden su tributo!

   ¡Campos de Navarrete, do con Pales,
Minerva y Ceres anda Baco asido,
por entre olivos, mieses y frutales,  195

   con cuánto gozo os admiré, subido
al cerro del altísimo homenaje,
que el tiempo y la codicia han dirruido!

   Volví después a Nájera mi viaje,
donde a los padres de la patria, Hervías  200
a un tiempo daba ejemplo y hospedaje.

   ¡Oh, qué noble espectáculo! Verías
los claros hijos de la Rioja unidos
trabajar en su bien noches y días;

   viéraslos ya luchar, enardecidos,  205
con la pereza, y ya de la ignorancia
parar los rudos golpes repetidos,

   hollar la envidia, y desde aquella estancia,
abriendo rocas, puentes y caminos,
llamar a todas partes la abundancia.  210

   Los vi, los admiré, loé sus dinos
esfuerzos, y con voz quizá atrevida
predije de su patria los destinos.

   «Llevad, les dije, la onda fugitiva
del Ebro en torno hasta tocar la sierra;  215
........................................................

   A Baco luego declarad la guerra,
y haced que, reducido a sus collados,
Minerva y Ceres cubran vuestra tierra.

   Divididla, cercadla, y los no arados  220
campos llenad de activos moradores,
y verlos heis felices y poblados.

   Más propietarios, más cultivadores,
menos ociosos, menos jornaleros,
menos pobres, en fin, menos señores,  225

   menos leyes, y plumas, y mauleros
de rapiña y de error, y hasta Sofía
más seguros y francos los senderos.

   Así...'' Mas basta ya de profecía,
que a besar voy de Aguirre los despojos  230
en la Cogolla, antes que fine el día.

   Su corazón y púrpura entre abrojos
vi venerados, y en prolija historia
los triunfos de Millán vieron mis ojos.

   Mejor culto después di a la memoria  235
del eremita que granjearse supo
con su puente y calzada nombre y gloria.

   Tanta ni tal ¿a qué otro santo cupo?
Mas a otra parte vuelvo rienda y boca,
que por demás con fábulas te ocupo.  240

   Por An doblé los altos montes de Oca,
y fui por Burgos y Palencia al valle
do el Cabrión en Pisuerga desemboca.

   Vi allí a Batilo. El gozo de abrazalle
tú lo concebirás sin que lo cuente,  245
como también la pena de dejalle.

   Después, de senda en senda y puente en puente,
sufriendo soles, lluvias y pedriscos,
malas posadas y bendita gente,

   volví a León y a los paternos riscos,  250
y caí de sus altos vericuetos
a este emporio de peces y mariscos,

   donde, en tanto que duermen mis folletos,
me harto de sueño, frutas y pescados,
y aun (¿lo oyes, alma mía?) de tercetos.  255




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- LIII -




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Epístola séptima


De Inarco Celenio4 a Jovino y respuesta de éste





Epístola de Moratín a Jovellanos

ArribaAbajo   Sí, la pura amistad, que en dulce nudo
nuestras almas unió, durable existe,
caro Jovino; y ni la ausencia larga,
ni la distancia, ni interpuestos montes
y proceloso mar que suena horrendo,  5
de mi memoria apartarán tu idea.

   Duro silencio a mi cariño impuso
Marte crüel, cuando la patria ardía
en bélico furor, que ya suspende
la paz, la dulce paz. Sé que en oscura  10
deliciosa quietud contento vives,
siempre animado de incansable celo
por el público bien, de las virtudes
y del talento protector y amigo.

   Estos que formo de primor desnudos,  15
no castigados de tu docta lima,
fáciles versos, la verdad te anuncien
de mi constante fe; y el cielo en tanto
tráigame presto la ocasión de verte
y renovar en familiar discurso  20
cuanto a mi vista presentó del orbe
la varia escena. De mi patria orilla
a las que el Sena en sangre tinto baña,
del anglo adusto al sedicioso belga,
del Rin profundo a las nevadas cumbres  25
del Apenino, y la que en humo ardiente
cubre y ceniza a Nápoles canora,
pueblos, naciones, visité distintas;
alta ciencia adquirí, que nunca enseña
docta lección en solitaria estancia,  30
que allí no ves la diferencia suma
que el clima, el culto, la opinión, las artes,
las leyes causan. Hallarásla sólo
si al hombre estudias en el hombre mismo.

   Ya el crudo invierno, que aumentó las ondas  35
del Tibre, en sus riberas me detiene,
de Roma habitador. ¡Fuéseme dado
vagar por ella, y de su gloria antigua
contigo examinar los admirables
restos que el tiempo, a cuya fuerza nada  40
resiste, quiso perdonar! Alumno
tú de las musas y las artes bellas,
oráculo veraz de la alma historia,
¡cuánta doctrina al afluente labio
dieras, y cuántas, inflamado el numen,  45
imágines sublimes hallarías
en los destrozos del mayor imperio!
Cayó la gran ciudad que las naciones
más belicosas dominó, y con ella
acabó el nombre y el valor latino;  50
y la que osada desde el Indo al Betis
sus águilas llevó, prole de Marte,
adornando de bárbaros trofeos
el Capitolio, conduciendo atados
al carro de marfil reyes adustos,  55
entre el sonido de guerreras trompas
y el confuso rumor del ancho foro;
la que dio leyes a la tierra, horrible
noche la cubre, pereció. Ni esperes
en la que existe, descendencia oscura,  60
torpe, abatida del honor primero,
de la antigua virtud hallar señales.

   Estos desmoronados edificios,
informes masas que el arado rompe,
circos un tiempo, alcázares, teatros,  65
termas, soberbios arcos y sepulcros,
donde (fama es común) tal vez retumban
en el silencio de la sombra triste
dolientes ecos, la memoria acuerdan
del pueblo ilustre de Quirino, y sólo  70
esto conserva a las futuras gentes
la señora del mundo, ínclita Roma.
¡Esto, y no más de su poder temido,
de sus artes quedó! Que no pudieron
ni su virtud, ni su saber, ni unidas  75
tantas riquezas, ni el valor sublime
de sus caudillos mitigar del hado
la ley tremenda o dilatar el golpe.

   ¡Ay!, si todo es mortal, si al tiempo ceden
como la débil flor los fuertes muros,  80
si los bronces y pórfidos quebranta
y los destruye y los sepulta en polvo,
¿para quién guarda su tesoro intacto
el avaro infeliz? ¿A quién promete
gloria inmortal la adulación infame,  85
que la violencia ensalza y los delitos?
¿En qué se apoya el insolente orgullo,
la pérfida ambición, que desconoce
leyes, pudor, y a la inocencia insulta?
¿Por qué a la tumba corre presurosa  90
la humana estirpe, vengativa, airada,
envidiosa...? ¿De qué, si cuanto existe
y cuanto el hombre ve, todo es ruinas?
Todo, que a no volver precipitados
huyen los años y a su fin conducen  95
de los altos imperios de la tierra
el caduco esplendor. Sólo el oculto
numen que anima el universo, eterno
vive, y él solo es poderoso y grande.


Respuesta de Jovellanos a Moratín

   Te probó un tiempo la fortuna, y quiso  100
oh caro Inarco, de tu fuerte pecho
la constancia pesar. Duro el ensayo
fue, pero te hizo digno de sus dones.
¡Oh venturoso! ¡Oh una y muchas veces
feliz Inarco, a quien la suerte un día  105
dio que los anchos términos de Europa
lograse visitar! ¡Feliz quien supo
por tan distantes pueblos y regiones
libre vagar, sus leyes y costumbres
con firme y fiel balanza comparando;  110
que viste al fin la vacilante cuna
de la francesa libertad, mecida
por el terror y la impiedad; que viste
malgrado tanta coligada envidia,
y de sus furias a despecho, rotas  115
del belga y del batavo las cadenas;
que al fin, venciendo peligrosos mares
y ásperos montes, viste todavía
gemir en dobles grillos aherrojado
al Tibre, al antes orgulloso Tibre,  120
que libre un día encadenó la tierra!

   ¡Cuánto, ah, sobre su haz destruyó el tiempo
de vicios y virtudes! ¡Cuánto, cuánto
cambió de Bruto y Richelieu la patria!
¡Oh, qué mudanza! ¡Oh, qué lección! Bien dices:  125
la experiencia te instruye. Sí, del hombre
he aquí el más digno y provechoso estudio:
ya ornada ver la gran naturaleza
por los esfuerzos de la industria humana,
varia, fecunda, gloriosa y llena  130
de amor, de unión, de movimiento y vida;
o ya violadas sus eternas leyes
por la loca ambición, con rabia insana,
guerra, furor, desolación y muerte;
tal es el hombre. Ya le ves al cielo  135
por la virtud alzado, y de él bajando,
traer el pecho de piedad henchido,
y fiel y humano y oficioso darse
todo al amor y fraternal concordia...
¡Oh, cuál entonces se solaza y ríe,  140
ama y socorre, llora y se conduele!

   Mas ya le ves que del Averno escuro
sale blandiendo la enemiga antorcha,
y acá y allá frenético bramando,
quema y mata y asuela cuanto topa.  145
Ni amarle puedes, ni odiarle; puedes
tan solo ver con lástima su hado,
hado crüel, que a enemistad y fraude
y susto y guerra eterna le conduce.

   Mas ¿por ventura tan adverso influjo  150
nunca su fuerza perderá? ¡Qué!, ¿el hombre
nunca mejorará?... Si perfectible
nació; si pudo a la mayor cultura
de la salvaje estúpida ignorancia
salir; si supo las augustas leyes  155
del universo columbrar, y alzado
sobre los astros, su brillante giro,
su luz, su ardor, su número y su peso,
infalible midió; si, más osado,
voló del mar sobre la incierta espalda  160
a ignotos climas, navegó en los aires,
dio al rayo leyes, y a distantes puntos,
como él veloz, por la tendida esfera
sus secretos envió; por fin, si pudo
perfeccionarse su razón, ¿tan sólo  165
será a su tierno corazón negada
la perfección? ¿Tan sólo esta divina,
deliciosa esperanza? ¡Oh caro Inarco!
¿No vendrá el día en que la humana estirpe,
de tanto duelo y lágrimas cansada,  170
en santa paz, en mutua unión fraterna,
viva tranquila? ¿En que su dulce imperio
santifique la tierra, y a él rendidos
los corazones de uno al otro polo,
hagan reinar la paz y la justicia?  175
¿No vendrá el día en que la adusta guerra
tengan en odio, y bárbaro apelliden
y enemigo común al que atizare
de nuevo su furor, y le persigan
y con horror le lancen de su seno?  180

   ¡Oh sociedad! ¡Oh leyes! ¡Oh crueles
nombres, que dicha y protección al mundo
engañado ofrecéis, y guerra sólo
le dais, y susto y opresión y llanto!
Pero vendrá aquel día, vendrá, Inarco,  185
a iluminar la tierra y los cuitados
mortales consolar. El fatal nombre
de propiedad, primero detestado,
será por fin desconocido. ¡Infame,
funesto nombre, fuente y sola causa  190
de tanto mal! Tú solo desterraste,
con la concordia de los siglos de oro,
sus inocentes y serenos días;
empero al fin sobre el lloroso mundo
a lucir volverán, cuando del cielo  195
la alma verdad, su rayo poderoso
contra las torres del error vibrando,
las vuelva en humo, y su asquerosa hueste
ahuyente y hunda en sempiterno olvido.

   Caerán en pos la negra hipocresía,  200
la atroz envidia, el dolo, la nunca harta
codicia, y todos los voraces monstruos
que la ambición alimentó, y con ella
serán al hondo báratro lanzados,
allá de do salieron en mal hora,  205
y ya no más insultarán al cielo.
Nueva generación desde aquel punto
la tierra cubrirá, y entrambos mares;
al franco, al negro etíope, al britano
hermanos llamará, y el industrioso  210
chino dará, sin dolo ni interese,
al transido lapón sus ricos dones.

   Un solo pueblo entonces, una sola
y gran familia, unida por un solo
común idioma, habitará contenta  215
los indivisos términos del mundo.
No más los campos de inocente sangre
regados se verán, ni con horrendo
bramido, llamas y feroz tumulto
por la ambición frenética turbados.  220
Todo será común, que ni la tierra
con su sudor ablandará el colono
para un ingrato y orgulloso dueño,
ni ya, surcando tormentosos mares,
hambriento y despechado marinero  225
para un malvado, en bárbaras regiones,
buscará el oro, ni en ardientes fraguas,
o al banco atado, en sótanos hediondos,
le dará forma el mísero artesano.
Afán, reposo, pena y alegría,  230
todo será común; será el trabajo
pensión sagrada para todos; todos
su dulce fruto partirán contentos.
Una razón común, un solo, un mutuo
amor los atarán con dulce lazo;  235
una sola moral, un culto solo,
en santa unión y caridad fundados,
el nudo estrecharán, y en un solo himno,
del Austro a los Triones resonando,
la voz del hombre llevará hasta el cielo  240
la adoración del universo, a la alta
fuente de amor, al solo Autor de todo.




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- LIV -




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Sátira cuarta


[Contra las corridas de toros]


ArribaAbajo   ¿Comedias? Ni por pienso. Esta es la escuela
en que la incauta juventud aprende
el arte del amor, arte funesto,
origen de los males que desolan
al Universo todo. Las comedias  5
corrompen y envenenan las costumbres.
Son la peste del mundo. Los autores,
los sabios catedráticos lo dicen.

   ¿Y toros? Eso sí, vaya en buen hora
con algazara el pueblo a pelotones  10
a gozar el placer, digno sin duda
de los héroes de Roma, a cuya vista
la humanidad temblaba, y que en el circo
del gladiator la sangre derramada
era grato espectáculo a sus ojos.  15
Brame rabiando el bruto jarameño,
ensangrentada la cerviz, que arrastra
el duro arado, gaje el más precioso
de los dones de Ceres y Pomona,
y sea, en fin, trofeo de la espada  20
del diestro matador. ¿A quién se ofende?
Criada para el hombre aquella fiera,
si, pereciendo entre tormentos, sirve
a su recreo, nada importa, paga
a su señor el feudo que le debe.  25
¿Y qué importa tampoco que furioso,
por el suelo arrastrando las entrañas,
corra de una a otra parte el ancho circo
y entre dolores dé el postrer aliento,
el brioso alazán, hijo del Betis,  30
del hombre compañero y de la patria
glorioso defensor en muchas lides?
Él no es más que una bestia, y si su dueño
de ella usar quiere así, no hace otra cosa
que usar de su caudal o de su plata.  35
Pero, ¿el hombre? El hombre ¿en qué peligra?
Corre tal vez despavorido, huyendo
una cercana muerte. Mas se salva.
Vuelve al circo, repítesela escena,
y ya de polvo y de sudor cubierto,  40
busca en sus fuerzas casi desmayadas
a su vida un asilo mal seguro.
Tropieza aquí, y el miedo le sostiene.
Cae después, se desconcierta un miembro,
la fiera le acomete; pero escapa,  45
aunque contuso o herido, y en su rostro
retratada la imagen de la muerte.
Pero, ¿qué importa eso? Este es su oficio,
el lidiador así gana su vida.
En todo hay riesgo; como no perezca,  50
nada hay perdido, todo es inocente.

   Pero, ¿perece alguno? ¿Y quién perece?
¿Uno entre ciento...? Nimiedad, pobreza
de espíritu; entre ciento uno tan solo
no merece la pena de contarse.  55

   He aquí el lenguaje del doctor Toribio.
En el siglo dieciocho así se piensa:
se proscribe el amor y se defiende
un odio eterno de la especie humana.
La escena se detesta, en que sensible  60
el hombre a los encantos lisonjeros
de la belleza, endulza las costumbres,
que en las selvas contrajo de la Gocia,
y en que si el vicio infame se presenta
con todo su atractivo y sus ornatos,  65
la sólida virtud que por fin triunfa
su faz horrible y su fealdad descubre.

   Pero, el circo..., en el circo se tolera,
y aun más se califica de inocente,
y el pueblo, almas feroces, se atropella  70
al funesto espectáculo, en que ¡oh siglo!
el hombre se degrada hasta el extremo
de ser juguete y presa de los brutos.
Clama, clama por fieras, y desdeña
a sus Sénecas, Plautos y Terencios.  75

   Así, mísera Iberia, así retratas
a Roma en su barbarie, así desmientes
el siglo de las luces, y eternizas
el padrón horroroso de tu infamia.




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- LV -




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Sátira quinta


[Contra la tiranía de los maridos]


ArribaAbajo   ¿A dó, puñal en mano, furibundo
corres, Arnesto? Dime, ¿a dó la rabia
te precipita? Pálido el semblante,
espumosas salivas arrojando,
¿a dó asestas tus iras? ¿Por ventura  5
el blanco es de tu rencor tu esposa,
tu mísera cuitada compañera?
Detente, Arnesto; mírala, repara:
se aflige, llora, tiembla, y de rodillas
implora tu clemencia. Y qué, ¿ni aun esto,  10
cruel e inexorable, te desarma?
No, no burlará impune mis preceptos,
dices, maguer injustos o insensatos;
sus leyes son y obedecerlas debe.
Y ¿quién te ha dado, bárbaro, ese imperio  15
que tan altivo ostentas? ¿Quién? ¿Natura,
alma Natura? No, sus sacras leyes
no distinguen de sexos; por do quiera
su amada hechura el hombre es el objeto.
Y ¿no es tu semejante, Arnesto, Elisa?  20
A par de tu ambición vano remonta
de su alto ser los nobles privilegios,
todos ellos herencia de Natura,
contigo Elisa en igualdad divide.
Diote, es verdad, a ti apartadamente  25
la común madre robustez y fuerza.
¿Qué importa, Arnesto? ¿El justo poderío
fúndase acaso en nervios y tendones?
Alegas el valor: Lucrecia y Clelia
te lo disputan, cuando heroicamente  30
la muerte desafían, y tú acaso
no miras sin temblar su aspecto horrendo.
Fuerza, noble ardimiento, bizarría,
hete los caracteres con que sabia
te señaló Natura tu destino.  35
Dijo en ellos: trabaja asaz, defiende
de ataque injusto tu progenie cara,
tu dulce compañía, tus hogares.
Pero tú en estos mismos, insensato,
hallar pretendes títulos de imperio.  40
¡De imperio...! De absoluto señorío.
Hizo el hombre servir de luengos siglos
a su loca ambición sus nobles prendas,
subyugó al sexo débil, degrádole,
y, haciéndole su esclavo, su belleza,  45
su preciada belleza, sus encantos,
el premio del sudor y la fatiga,
diéronse a la violencia, y aun su vida
fue un gratuito don de su tirano.
Hizo más: autorizó en sus leyes  50
su usurpación; el galo y el asirio
en sus códigos mismos imprimieron
al sexo ya abatido el sello torpe
de su esclavitud mísera e infame.
¿Son éstos, di, tus títulos, la dura,  55
maguer que envejecida tiranía,
de tus injustos bárbaros abuelos?
¿Legitimola el tiempo? ¡Ah! ¿el tiempo puede
oscurecer los fueros que Natura
concede a cada cual de los mortales?  60
No son, no, de Licurgo esas lecciones,
ni tolerarlas la razón pudiera,
ese inmudable oráculo sagrado
de las edades todas y los climas.

   Uniote a Elisa amor, y de himeneo  65
en las sagradas aras la hizo tuya,
en fe de tus promesas. ¡Cuánto, cuánto
te gozaste en tu triunfo! ¡Cuánto, Arnesto,
tan lisonjera unión colmó tus dichas!
Ni el ansiado laurel, ni las riquezas,  70
en pos de quienes afanoso un día
surcaste el bravo mar lleno de escollos,
pudieron arrancarte de los brazos
de tu cara dulcísima consorte.
Tal era Elisa entonces. Y ¿qué causa  75
su suerte rebajar pudo al extremo
de hacerla esclava de su igual? ¿Quién pudo
hacerte su señor? Suertes iguales
os dio el sagrado lazo, a un mismo yugo
os sujetó a los dos una coyunda,  80
dulce coyunda, que formado había
amor, que distinciones no consiente,
ni hace paces jamás con el respeto.
Timbres, fortunas, aras, todo, todo
con su esposa partió el feroz romano,  85
llamola su señora el lacón rudo,
y ¿eres tú tan injusto, Arnesto, eres
tan bárbaro y crüel con la que viera
el Tíber adorada y el Eurotas?
¡La desprecias, la humillas, la maltratas!  90
¡Insensato.... a la madre de tus hijos!
¡A la madre, oh baldón! ¿El alto empleo,
el título de honor que da Natura,
el título entre todos más augusto,
se vilipendia así? Si las promesas  95
que al pie del ara hicieras, invocando
al sacrosanto numen por testigo,
si amor, el tierno amor, que las dictara
y que encendiera las nupciales teas,
a guarecer a Elisa no bastaban  100
de tu fiereza y bárbaros ultrajes,
¿el fruto de su unión, el dulce fruto
de su fecundidad no basta, Arnesto?
¿No bastan, no, sus hijos? ¡Cuántos males
en esto les preparas! ¡Cuántos, cuántos  105
te preparas a ti y aun a tu patria!
Rompes el lazo del amor materno
y a Elisa expones al ludibrio infame
de los que el ser le deben. ¿Y quién puede
asegurarte a ti de su respeto?  110
¿Quién fiar de su amor y su obediencia
a las leyes podrá? Monstruos, Arnesto,
monstruos fomentas en tu hogar, que llenen
tus días de amargura y de tristeza,
monstruos que insulten de la santa Temis  115
el sacro templo, el ara y el ministro,
y venguen de este modo los ultrajes
que Elisa en vano tristemente llora.

   He aquí el fruto fatal de la fiereza
del imprudente Arnesto, y de millares  120
de insociables y bárbaros esposos.
Huye de sus hogares la paz santa
y allí do amor y do amistad sencilla
antes moraran, como en triunfo entran
crueldad, odio, rencor, iras, venganzas.  125
Tiembla la triste esposa en la presencia
del sañudo tirano, que mil muertes
en su aspecto fulmina, clama, llora,
busca asilo en sus hijos, que mil veces,
ministros del rigor de su enemigo,  130
se burlan de su lloro y de su ruego.
¿Y puede esto sufrirse? Sacerdotes,
sacerdotes de Temis, a vosotros
os toca desterrar tamaño insulto
contra Natura y sus sagradas leyes.  135
Apartad de nosotros este oprobio,
resto de nuestras bárbaras costumbres,
y haced que se respeten mutuamente
los que una vez unió sacro himeneo.




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- LVI -




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Epístola octava


Jovino a Posidonio




ArribaAbajo   ¿Dudas? ¿La desconoces? De tu amigo
la letra es; aquella misma letra
¡oh Posidonio! un tiempo tan preciada
de tu amistad, y con tan vivo anhelo
deseada y leída. Estos sus rasgos  5
son, mal formados, pero siempre fieles
intérpretes de fe y amistad pura.
Lee, y tu tierno corazón reciba
en ello algún solaz, que si la envidia
tentó privarnos de este mutuo alivio,  10
la péñola rompiendo, a duros hierros
mi mano aprisionando, sus decretos
la amistad quebrantó, y a su despecho
me dicta ahora intrépida estas líneas.
¿Resistirla podré? ¿Quién a su impulso  15
no rinde el corazón? Tú, Posidonio,
cual nadie, tú la imperiosa fuerza
conoces de su voz y la seguiste,
¡con qué presteza, oh Dios!, cuando bramaba
más fiero el monstruo, y de uno en otro clima  20
a tu inocente amigo iba arrastrando.
¿Detúvote su ceño? ¿Su amenaza
te intimidó? ¿Cediste o te humillaste
ni al rumor ni al aspecto del peligro?
No; cuando todos, al terror doblados,  25
medrosos se escondían, tú, tú solo
te acreditaste firme, y a su furia
presentantes impávido la frente.
¡Oh alma heroica! ¡Oh grande y noble esfuerzo
de la amistad! ¿Podré olvidarlo? ¡Oh, antes  30
me olvide yo de mí, si lo olvidare!
Nunca será, que en rasgos indelebles
está grabado en el profundo centro
de mi inocente corazón, que prueba
cada momento cuánto de dulzura  35
sobre mi alma derramó, cuán grata
me es su memoria, y cuánto me consuela
en mi suerte infeliz. ¿Infeliz dije?
¿Acaso puede un inocente serlo?
Con la virtud, con la inocencia nunca  40
morará el infortunio. El justo cielo
no lo permite, caro Posidonio.
Él las sostiene, las conforta y tiende
para apoyarlas su invencible mano.
En mí lo siento, y sin temor lo afirma,  45
serena y pura mi conciencia. Nada
la turba: ni voraz remordimiento,
que es del crimen la fea adusta imagen,
ni ingratitud, ni deslealtad, ni alguno
de los verdugos de las almas viles  50
sus senos agitó. Contra esta blanda
consoladora voz, ¿qué vale el ronco
rumor de la calumnia? ¿O qué la envidia,
aunque con soplo venenoso incite
las furias del poder, su fragua encienda,  55
y sus rayos fabrique en mi ruina?
Yo en tanto escucho intrépido su alarma.

   ¿Qué me podrá robar, di, Posidonio?
¿La libertad? En vano sus cadenas
el tirano forjara, presumiendo  60
hasta el alma llegar, donde se anida
de su poder exenta; que esta pura
emanación de la divina Esencia,
este sutil y celestial aliento
que nos anima y nos eleva, nunca  65
podrá ser entre muros ni con hierros
encadenado ni oprimido. Mira
cómo cruzando el piélago tendido
se lanza hora hacia ti, te abraza y busca
conhorte y paz en tu amigable pecho;  70
y ¡oh, cuál los busca cierto de encontrarlos!
Y luego en torno a los amados lares
que me vieron nacer rápido vuela;
besa el virtuoso umbral, se postra humilde
ante las santas sombras que le guardan,  75
y con piadosas lágrimas le riega.
¡Oh sombra ilustre de Paulino, cuánto
de amargura y rubor te ahorró la muerte!

   Libre está el alma, sí. Del globo entero
las regiones recorre contemplando  80
cómo la vida y la abundancia llenan
sus vastos climas; los remotos mares
surca veloz; desprecia entrambos polos
y a las altas esferas se remonta.
Ya en el éter se espacia; atravesando  85
los campos de la luz, sobre las lunas
de Herschel se encumbra; rápida las puertas
eternales penetra, y a los coros
querúbicos unida, allí extasiada
su patria encuentra y su Hacedor venera.  90
¿Y es esto esclavitud? No, Posidonio.
Por más que esta porción de polvo y muerte
yaga en estrecha reclusión sumida,
libre será quien al eterno alcázar
puede subir; al Protector, al Padre  95
de la inocencia y la virtud postrado
extático adorar, y ver el rayo
que arde en su mano omnipotente, cómo
contra la iniquidad vibrado, llena
de espanto a la calumnia... Mas, ¿si acaso  100
manchó este monstruo con su voz mi fama?
¿Si esta segunda y más preciada vida
del hombre...? ¡Ay!, de tu angustiado amigo
he aquí el mayor, el más crüel tormento.
Mas ¿qué es la fama? ¿Quién la da y mantiene?  105
¿No es el supremo Árbitro del mundo
su fiel dispensador? Suyo es, no nuestro
tan suspirado bien; próvido y justo
le da al que firme en la palestra lucha.
La inocencia le alcanza, con la egida  110
de la virtud cubierta, y el que supo
respetarlas y amarlas le conserva.
¿Le perderá quien nunca holló los santos
fueros de la verdad? ¿Quien obediente
a su voz, del error y la ignorancia  115
fue jurado enemigo? Tú lo sabes,
tú, compañero y siempre fiel testigo
de mi vida interior, de mis designios,
de mis estudios, y tal vez en ellos
auxilio y consultor... ¡Oh, cuánto ahora  120
de esta feliz seguridad la idea
es a mi corazón dulce y sabrosa!
Tú de la atroz calumnia el grito infame
desmentir puedes; sabes que mis días,
partidos siempre entre Minerva y Temis,  125
corrieron inocentes, consagrados
sólo al público bien. Viste que en ellos
sumiso y fiel la religión augusta
de nuestros padres, y su culto santo,
sin ficción profesé; que fui patrono  130
de la verdad y la virtud, y azote
de la mentira, del error y el vicio;
que fui de la justicia y de las leyes
apoyo y defensor; leal y constante
en la amistad; sensible, compasivo  135
a los ajenos males; de la pura
y cándida niñez padre, maestro,
celoso institutor; y de la patria...
¡oh cara patria!, de tu bien, tu gloria
adicto, ciego promotor y amigo.  140
Di, ¿son otros mis crímenes? El alto
testimonio que grita en mi conciencia,
¿qué digo?, el testimonio de la tuya,
el de todos los buenos, la voz misma,
esa voz fuerte y vigorosa que oye  145
la envidia con terror: la voz del pueblo,
la pública opinión, ¿qué otros me imputa?
¿Mas por ventura sueño? ¿O el orgullo
adula mi razón y la perturba
con tan grata ilusión? ¿O es la voz pura  150
de la inocencia? Ella es, oh Posidonio,
que el delito es cobarde. Sí, ella sola
valor dar pudo a un corazón que firme
desconoce el temor, y fiel al cielo,
a la patria, al honor, adora humilde  155
la Providencia altísima, y tolera
del infortunio el golpe, resignado.

   ¡Ah!, si el destino de rubor y angustia
tal peso carga sobre mí; si tantos
bienes me roba, y de tan caras prendas  160
(¡oh dulces prendas, por mi mal perdidas!)
me priva injusto y de su amor me aparta;
si, en fin, las heces del amargo cáliz
he de apurar, mi alma en tal conflicto
contrastada será, mas no vencida.  165
¿No ves siempre indefenso, empero nunca
rendido, al fiero embate de las ondas
inmoble estar el risco de Antromero,
cual roquero castillo a los doblados
ataques de rabiosos enemigos?  170
Así ella inmoble esperará sus golpes.

   Lloro, es verdad, negártelo no debo,
lloro la ausencia de mi amada patria,
de mis caros penates, de mis pocos
fieles amigos, y de todo cuanto  175
mi corazón amaba, y reunido
colmo era de mi gloria y mi ventura...
Entre tantos, un alto, un digno objeto
¡ay! cada instante su llorosa imagen,
a mis ojos presente, las paredes  180
de esta medrosa soledad conturba.
Ya adivinas cuál es. Tú mismo viste
el generoso afán con que mi mano,
allá donde el paterno Piles corre
a morir entre arenas, una hermosa  185
viña plantó, que con ardientes votos
consagraba a Sofía, a cuyo amparo,
por siete abriles de abundancia llena,
mostró su esquilmo, y ya de la comarca
era delicia y gloria... y lo era mía.  190
¡Oh, cuál sus tiernos vástagos tendidos
por el terreno fértil, cuál lozanos
sus pámpanos frondosos de frescura
y verdor la cubrían! Tú admiraste
tan sazonados y tempranos frutos,  195
y estimulada de ilustrado celo
tu voz dio aliento y vida a su cultivo.
¡Ah, cuán otra es su suerte! Combatida
de violento huracán, toda su gala
yace agostada por el suelo, al soplo  200
del viento asolador. Aportilladas
sus altas cercas, secos de su riego
los copiosos raudales, ahuyentados
o medrosos sus fieles viñadores,
llena está ya de espinas y de abrojos,  205
que a próxima ruina la condenan,
mientras cautivo el mayoral no puede
salvarla ni acudir a su socorro.
¡Ay, que no verán ya mis tristes ojos
tan preciada heredad, ni ella su influjo  210
recibirá ya más!... Tal vez los tuyos,
Posidonio, sobre ella detenidos,
su antigua gloria buscarán en vano,
y con piadosas lágrimas un día
honrarán mi memoria. ¡Ah, si la vieses  215
desamparada y yerma, huye y maldice
el cruel astro que, influyendo adverso,
su ruina decretó! Huye, sí, huye,
y allá do su raudal ingenioso
esconde Saltarúa, oculta y mezcla  220
tu llanto en su corriente cristalina,
y este prez da a su nombre y mi memoria.

   Mas no; sin duda suerte más propicia
se guarda a la virtud. De su alto asiento
me lo anuncia el gran Ser: «Sufre, me dice,  225
y espera. De los míseros mortales
las suertes todas son en mi albedrío.
Pende en mi mano la balanza, y sólo
puedo yo dar a la inocencia el triunfo
y bendecir y eternizar sus obras».  230
He aquí mi apoyo y mi esperanza, amigo.
Seguro de él, ni temo ni provoco
de la suerte el rigor; sufro y espero
sin susto y sin afán... Tal vez un día
a vernos volverá, gozosa entonces,  235
la triste Gigia, unidos y felices.

   Las verdes copas de los tiernos chopos,
con que la ornó mi mano, y que ya el tiempo
alzó a las nubes, cubrirán a entrambos
con su filial y reverente sombra.  240
En grata unión las playas resonantes
tornaremos a ver; aquellas playas
tantas veces pisadas de consuno,
mientras el sol buscaba otro hemisferio,
y el mar cántabro con alternas olas  245
besar solía las amigas huellas.
¡Oh, si nos diese el cielo tal ventura,
cuánto dulces serán nuestros abrazos!
¡Oh, cuánto nuestras pláticas sabrosas!
Y contaremos, de zozobra exentos,  250
de la pasada tempestad la furia
y el horrendo peligro, mientra alegres
y asegurados en el puerto, damos
al ocio blando las fugaces horas.
¡Cúmplase, oh Dios, tan plácida esperanza!  255
Empero, si este bien apetecido
tus decretos me niegan; si más alta
retribución a mi inocencia guardas,
brame la envidia, y sobre mí desplome
fiero el poder las bóvedas celestes,  260
que el alto estruendo de la horrenda ruina
escuchará impertérrita mi alma.




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- LVII -

Paráfrasis al salmo «Judica me, Deus»


Judica me, Deus, et discerne causam meam.



Y en esta violación de todas las leyes divinas y humanas, ¿no podré yo, Dios mío, volverme a ti, Autor de toda ley y fuente de toda justicia y elegirte por Juez de mi causa? Ven, pues, Señor, y júzgala; y pues que nada se esconde a tu infinita sabiduría, cuya penetración conoce y ve hasta los más ocultos escondrijos de los corazones; ven, Señor, y registra y escudriña, así el mío como el de mis perseguidores, y júzgalos, y juzga esta causa con aquella imparcialidad con que has prometido juzgar a las justicias de la tierra.

De gente non sancta, ab homine iniquo et doloso erue me.



Pero entretanto, Señor, apiádate de mí, y no permitas que yo viva entre unas gentes que ni obedecen tu ley ni respetan tu santo nombre. Sácame de sus manos, adonde pueda yo adorarte y servirte en compañía de los que te reconocen y adoran; y sobre todo, sácame de las garras del hombre falso y malvado, que, sordo a la voz de la compasión y la humanidad, oye sólo la de mis perseguidores, para agravar noche y día la amargura de la situación en que me han puesto.

Quia tu es, Deus, fortitudo mea.



Así lo harás, Señor, porque tú eres mi único apoyo. Tú lo eras aun cuando mi alma andaba extraviada de los senderos de la virtud. Entonces, aunque agobiada con el peso de tantas culpas como contra ti cometía, todavía acostumbraba a volverse a ti, y te miraba como a su Dios y misericordioso salvador. Tú lo eres ahora más que nunca: ahora, que solo y abandonado de toda la tierra, y cercado de horror y de tinieblas, me sostienes y me haces hallar consuelo y reposo en el seno de la tribulación.

Quare me repulisti, et quare tristis incedo, dum affligit me inimicus?



¡Pero, Dios mío! yo veo que cuanto más sufro, tanto más crece la saña de mis perseguidores. Mi angustia se prolonga más y más cada día; y no viendo término ni salida a tanto padecer, mi alma desfallece, y está cerca de rendirse y ceder al peso de su tribulación. ¿Por qué, pues, Señor, me abandonas? ¿Por qué me has desechado y privado de tu santa protección? ¿Por qué permites que yo esté triste y abatido, cuando mis enemigos se ensañan y esfuerzan más y más en abatirme y afligirme?

Emitte lucem tuam, et veritatem tuam: ipsa me deduxerunt, et adduxerunt in montem sanctum tuum, et in tebernacula tua.



¡Oh Dios mío! acude a mi socorro. Ven, y envía sobre mí aquella santa luz que me alumbró y fortificó desde el principio de mi tribulación. Haz que yo no la pierda jamás de mi vista, ni olvide aquellas santas verdades que me han sostenido en ella, haciéndome conocer que no hay otro mal en la tierra que el de ser desagradable a tus ojos, y que aquel a quien tú alumbras y a quien tú defiendes y proteges, no debe temblar, y nada tiene que temblar sobre ella. Esta luz y esta verdad son las que siempre me han conducido a ti. Tú sabes, Señor, que en medio de los errores y devaneos que me rodearon en mi juventud, y de la ciega docilidad con que los seguí en los senderos del placer y la disipación, ellas me guiaban continuamente hacia ti; me hacían acudir a tu santo templo a lavar mis culpas en las santas aguas de la penitencia, y acercarme, aunque indigno, a aquella mesa inefable, donde tu bondad divina distribuye el pan purísimo de los ángeles a los hombres frágiles y pecadores.

Introibo ad altare Dei, ad Deum qui laetificat juventutem meam.



Ahora, pues, Señor, que mi alma está necesitada de este pan celestial para fortificarse y unirse a ti, yo me acercaré, Dios mío, con más frecuencia a tu altar para recibir en él tan soberano alimento. ¡Oh Señor, y cuánta es tu bondad, pues que en medio de la tribulación me has dejado tan inefable consuelo! Tú no has permitido que mis enemigos me lo robasen. Ellos me han separado de la compañía de los hombres, porque sólo a los hombres temen...; pero no se han atrevido a privarme, Dios mío, de la tuya. Entrando en tu Santuario, allí te adoraré como a Dios de bondad y justicia; allí imploraré tu misericordia, y te pediré arrepentido y humillado el perdón de mis culpas; allí desnudaré el hombre viejo, afeado con las manchas del vicio; y adornado con las vestiduras de tu santa gracia, allí ¡oh mi Dios! rejuveneceré, y alegre y tranquilo emplearé el resto de mis días en bendecirte y adorarte.

Confitebor tibi in cithara, Deus, Deus meus; quare tristis es, anima mea, et quare conturbas me?



Entonces, ¡oh Dios bueno! cantando tus misericordias, entonaré día y noche tus alabanzas, y en frecuentes himnos de gratitud y adoración, ensalzaré tu nombre santísimo, y recordaré tantos y tan grandes beneficios como he recibido de tu mano. ¡Oh alma mía!, he aquí la dicha que no pueden robarte los hombres. ¿Por qué, pues, te entristecen sus persecuciones? ¿Por qué te turba y aflige la cólera que desahogan sobre ti, cuando sabes que Dios es tu salvador, y que contra los que cubre el manto de su divina protección nada pueden los grandes y poderosos de la tierra?

Spera in Deo, quoniam adhuc confitebor illi, salutare vultus mei, et Deus meus.



Espera, pues, alma mía, y confía en tu Dios, que se dolerá de tu aflicción, y te librará de las garras de tus enemigos. Espera en tu Dios, que él te dará tiempo para que reconozcas y experimentes sus misericordias, y para que le confieses, y adores su santo nombre; y restituyendo a tu corazón la paz, y la alegría a tu semblante, creas que él será siempre para ti, como hasta ahora fue, tu Dios bueno y misericordioso.




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- LVIII -




ArribaAbajo

Epístola novena


Jovino a Posidonio




ArribaAbajo«El hombre que morada un punto solo
hiciere en la ciudad, maldito sea».
Así la musa de León un día
cantó, al profano Tíbulo imitando.
¿Dirás tú amén, oh Carlos, a tan dura  5
impía maldición? ¡Ah! no, cuitado,
no puedes, ya que obligación severa
te hizo del campo con veloz galope
volver a la ciudad, y mal tu grado,
te alejó de la gran Naturaleza.  10
A la antigua ciudad volviste, y hora
vas confundido entre su necia turba,
triste cruzando las hediondas calles,
do el viejo muro y nuevos techos niegan
entrada al sol y libre paso al viento,  15
y donde el lujo deshonesto excita
pena en tu corazón, riesgo en tus ojos.
O bien, huyendo del bullicio insano,
te aprisionas aún más, y a voluntaria
soledad en tu casa te condenas,  20
y allí, diciendo triste adiós al campo,
te sepultas con él. ¡Oh, cuánto pierdes!,
que ya no más recrearán tu alma
ni de la aurora el rosicler dorado
cuando al oriente asoma, ni el brillante  25
dosel que de encendidos arreboles
retoca el sol para hermosear su lecho.
No gozarás ya allí del claro cielo
la vasta, augusta escena, ni en tu oído
sonarán las canoras avecillas,  30
si ya no alguna, como tú enjaulada,
por su perdida libertad suspira.
La pompa vegetal tendida al viento
en árboles frondosos, o en mil flores
y plantas ricamente derramada  35
por los abiertos campos y colinas,
no más verán con éxtasis tus ojos.
¡Oh, cuánto menos echarán ahora
el rico esmalte de los verdes prados,
do con incierto giro serpentea  40
el arroyuelo, que del monte cae
sonando, y de su margen tortüosa
las tiernas camamilas salpicando!
¡Cuánto su aspecto y cuánto su frescura
refrigeraba tus cansados miembros!  45
¡Qué bien clamó León! ¡Oh necio, oh necio
el que de tantos bienes y delicias
voluntario se aleja, y aquél triste
a quien los niega mísero destino!

   Pero ¿qué digo? ¿Al hombre pueden sólo  50
recrear los sentidos? ¿Por ventura
verá en ellos el único instrumento
de su felicidad, o podrá iluso
colocarla en sus ojos y su vientre?
¡Oh blasfemia de Tíbulo! ¡Oh descuido  55
de la musa del Darro, profanada
al repetirla en su sagrada lira!
Carlos, guarte, no hagas en la tuya
tal injuria a tu ser. Pues ¡qué! ¿en tu pecho
no hay un sentido superior que anima  60
cuanto en su imperio la natura ostenta?
Su riqueza magnífica, sus gracias,
¿para el bruto qué son? Nada sin vida,
que él pace y bebe estúpido, y vagando,
huella las flores, el arroyo enturbia,  65
y ni ama el campo ni a los cielos mira.

   No así tú, Carlos. Tu razón, imagen
de la divina inteligencia, y ese
espíritu sublime que a una ojeada
cielos, tierra y abismos ve, no esclavo  70
se hará de sus esclavos, ni a ellos solos
felicidad demandará. Más noble,
más encumbrado objeto va buscando,
de su destino y alto ser más digno.
Por él suspira de contino y vuela  75
sin descanso ni paz hasta encontrarle.
¿De vista le perdió? ¿Desconociole?
¿Se lanzó acaso descarriado y ciego
en pos de alguno de su alteza indigno?
Pues todavía huyendo de él le busca,  80
y en él tan sólo puede hallar reposo.
¡Oh alto, oh inmenso, oh sumo bien! ¡Tú solo
puedes saciar las almas que criaste!
Hacia ti vuelan cuando van perdidas
en pos de las bellezas, que benigno  85
criaste tú también. Pero ninguna
hinche su corazón, y de ti lejos,
nada le harta, todo le fastidia.
¡Oh divina virtud! A ti fue dado,
a ti sola entrever de bien tan sumo  90
la sublime morada. Tú, tú solo
en este valle, de amargura lleno,
puedes gustar con labio reverente
alguna gota del raudal inmenso
de gozo y paz que en torno de su alcázar  95
corre perenne, y que en reposo eterno
a luengos tragos beberás un día.

   Dichoso tú, doquiera que morares,
oh Carlos, si andas en la sola senda
por do seguro la virtud te guía  100
hacia tan alto bien. ¿Qué puede, dime,
causar enojo al que fiel la sigue?
Tú lo conoces; tú, que en el bullicio
de la ciudad de Augusto, o ya ejercitas
la santa caridad, suma y tesoro  105
de todas las virtudes, o alejado
del liviano rumor, días y noches
entre el estudio y la oración repartes,
y en píos o inocentes ejercicios
santificas tu ocio. Y no presumas  110
que tal consuelo a la virtud no alcance,
cuando aherrojada está, víctima triste
de la calumnia y del poder. No, Carlos,
no; que su escudo de templado acero,
tres veces doble, las agudas flechas  115
rechaza, y ni le vence ni traspasa
su venenosa punta. Sufre, es cierto;
pero sufre tranquila. Ve el insano
triunfo de la injusticia, ve el ultraje
de la inocencia desvalida, y sufre;  120
mas sufriendo, su mérito acrisola,
su fuerza aumenta y su corona labra.
La ve, la espera, y aun vencida vence.
¿Dúdaslo acaso? Dime, ¿qué en su daño
puede el rencor de un enemigo crudo?  125
¿Encadenar su cuerpo? Pero libre,
¿no romperá su espíritu los fierros?
¿No volará por la sublime esfera?
¿Y no columbrará de aquella altura,
al través de los muros transparentes  130
del alcázar eterno, la corona
que está allí a su paciencia preparada?
Y entonces, di, ¿no volverá a su cárcel
con tan rica esperanza conhortado,
y el alma henchida en celestial consuelo?  135
¡Oh, cómo entonces del destino triunfa!
Tal vez alegre al olvidado plectro
la mano alargará, y en dulce rapto
al son de las cadenas acordándole,
ensayará sobre sus cuerdas de oro  140
liras a la amistad, himnos al cielo.
Y si la tierna compasión, rompiendo
los pechos de diamante, ¡ay Dios! abriese
la hermosa luz del éter a sus ojos
y el verdor de los campos, ¡cuánto, oh, cuánto  145
dulce placer rebosará en su pecho!
Entonces sí que de Naturaleza
gozaría el espectáculo, subiendo
desde él a contemplar el sumo Artífice,
que con benigna omnipotente mano  150
tantas lumbreras encendió en el cielo
para aumentar su gloria, y en la tierra
tanta belleza y tantos ricos dones
en bien del hombre derramó piadoso.
¡Ah!, desdichado el que a tan alta dicha  155
y inefable consuelo abrir no puede
su duro corazón, y no conoce
que no hay desdicha en la virtud, y sólo
la virtud santa puede hacer dichosos.




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- LIX -




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Epístola décima


A Bermudo, sobre los vanos deseos y estudios de los hombres




ArribaAbajoSus, alerta, Bermudo, y pon en vela
tu corazón. Rabiosa la fortuna
le acecha, y mientras arrullando a otros,
los adormece en mal seguro sueño,
súbito asalto quiere dar al tuyo.  5
El golpe atroz, con que arruinó sañuda
tu pobre estado, su furor no harta,
si de tu pecho desterrar no logra
la dulce paz que a la inocencia debe.
Tal es su condición, que no tolera  10
que a su despecho el hombre sea dichoso.
Así a tus ojos insidiosa ostenta
las fantasmas del bien, que va sembrando
sobre la senda del favor, y pugna
por arrancar de tu virtud los quicios.  15
Guay, no la atiendas; mira que robarte
quiere la dicha que en tu mano tienes.
No está en la suya, no; puede a su grado
venturosos hacer, mas no felices.

   ¿Lo extrañas? ¿Quieres, como el vulgo idiota,  20
de la felicidad y la fortuna
los nombres confundir, o por los vanos
bienes y gustos con que astuta brinda
el verdadero bien medir? ¡Oh engaño
de la humana razón! Di, ¿qué promete  25
digno de un ser, que a tan excelsa dicha
destinado nació? ¡Pesa sus dones
de tu razón en la balanza, y mira
cuánta es su liviandad! Hay quien, ardiendo
en pos de gloria y rumoroso nombre,  30
suda, se afana, y, despiadado, al precio
de sangre y fuego y destrucción le compra;
mas si la muerte con horrendo brazo
de un alto alcázar su pendón tremola,
se hincha su corazón, y hollando fiero  35
cadáveres de hermanos y enemigos,
un triunfo canta, que en secreto llora
su alma horrorizada. Altivo menos,
empero astuto más, otro suspira
por el inquieto y mal seguro mando,  40
y adula, y va solícito siguiendo
el aura del favor; su orgullo esconde
en vil adulación; sirve y se humilla
para ensalzarse; y si a la cumbre toca,
irgue altanero la ceñuda frente,  45
y sueño y gozo y interior sosiego
al esplendor del mando sacrifica;
mas mientra incierto en lo que goza teme,
a un giro instable de la rueda cae
precipitado en hondo y triste olvido.  50

   Tal otro busca con afán estados,
oro y riquezas; tierras y tesoros,
¡ah! con sudor y lágrimas regados,
su sed no apagan. Junta, ahorra, ahúcha,
mas con sus bienes crece su deseo,  55
y cuanto más posee más anhela.
Así, la llave del arcón en mano,
pobre se juzga, y pues lo juzga, es pobre.
A otra ilusión consagra sus vigilias
aquel que, huyendo de la luz y el lecho,  60
de la esposa y amigos, la alta noche
en un garito o mísera zahúrda
con sus viles rivales pasa oculto.
Entre el temor fluctúa y la esperanza
su alma atormentada. Hele: ya expuso,  65
con mano incierta y pecho palpitante,
a la vuelta de un dado su fortuna.
Cayó la suerte; pero ¿qué le brinda?
¿Es buena? Su ansia y su zozobra crecen.
¿Aciaga? ¡Oh Dios!, le abruma y le despeña  70
en vida infame o despechada muerte.

   ¿Y es más feliz quien fascinado al brillo
de unos ojuelos arde y enloquece,
y vela, y ronda, y ruega, y desconfía,
y busca al precio de zozobra y penas  75
el rápido placer de un solo instante?
No le guía el amor, que en pecho impuro
entrar no puede su inocente llama.
Sólo le arrastra el apetito; ciego
se desboca en pos de él. Mas ¡ay!, que si abre  80
con llave de oro al fin el torpe quicio,
envuelta en su placer traga su muerte.

   Pues mira a aquél, que abandonado al ocio,
ve vacías huir las raudas horas
sobre su inútil existencia. ¡Ah! lentas  85
las cree aún, y su incesante curso
precipitar quisiera; en qué gastarlas
no sabe, y entra, y sale, y se pasea,
fuma, charla, se aburre, torna, vuelve,
y huyendo siempre del afán, se afana.  90
Mas ya en el lecho está: cédele al sueño
la mitad de la vida, y aun le ruega
que la enojosa luz le robe. ¡Oh necio!
¿a la dulzura del descanso aspiras?
Búscala en el trabajo. Sí, en el ocio  95
siempre tu alma roerá el fastidio,
y hallará en tu reposo su tormento.

   Mas ¿qué, si a Baco y Ceres entregado
y arrellanado ante su mesa, engulle
de uno al otro crepúsculo, poniendo  100
en su vientre a su dios y a su fortuna?
La tierra y mar no bastan a su gula.
Lenguaraz y glotón, con otros tales
en francachelas y embriagueces pasa
sus vanos días, y entre obscenos brindis,  105
carcajadas y broma disoluta,
se harta sin tasa y sin pudor delira;
mas a fuerza de hartarse, embota y pierde
apetito y estómago. Ofendida
Naturaleza, insípidos le ofrece  110
los sabores que al pobre deliciosos.
En vano espera de una y otra India
estímulos, en vano pide al arte
salsas que ya su paladar rehúsa;
el ansia crece y el vigor se agota,  115
y así consunto en medio a la carrera,
antes su vida que su gula acaba.
¡Oh placeres amargos! ¡Oh locura
de aquel que los codicia, y humillado
ante un mentido numen los implora!  120
¡Oh, y cuál la diosa pérfida le burla!
Sonríele tal vez, empero nunca
de angustia exento o sinsabor le deja,
que a vueltas del placer le da fastidio,
y en pos del goce, saciedad y tedio.  125
Si le confía, luego un escarmiento
su mal prevista condición descubre.
Avara, nunca sus deseos llena;
voltaria, siempre en su favor vacila;
inconstante y crüel, aflige ahora  130
al que halagó poco ha, ahora derriba
al que ayer ensalzó, y hora del cieno
otro a las nubes encarama, sólo
por derribarle con mayor estruendo.
¿No ves, con todo, aquella inmensa turba,  135
que, rodeando de tropel su templo,
se avanza al aldabón, de incienso hediondo
para ofrecer al ídolo cargada?
¡Huye de ella, Bermudo! ¡No el contagio
toque a tu alma de tan vil ejemplo!  140
Huye, y en la virtud busca tu asilo,
que ella feliz te hará. No hay, no lo pienses,
dicha más pura que la dulce calma
que inspira al varón justo. Ella modesto
le hace en prosperidad, ledo y tranquilo  145
en sobria medianía, resignado
en pobreza y dolor. Y si bramando
el huracán de la implacable envidia,
le hunde en infortunio, ella piadosa
le acorre y salva, su alma revistiendo  150
de alta, noble y longánime constancia.
¡Y qué si hasta su premio alza la vista!
¿Hay algo, di, que a la esperanza iguale
de la inmortal corona que le atiende?

   Mas te oigo preguntar: aqueste instinto,  155
que mi alma eleva a la verdad, esta ansia
de indagar y saber, ¿será culpable?
¿No podré hallar, siguiéndola, mi dicha?
¿Coñdenarásla? No. ¿Quién se atreviera,
quién, que su origen y su fin conozca?  160
Sabiduría y virtud son dos hermanas
descendidas del cielo para gloria
y perfección del hombre. Le alejando
del vicio y del engaño, ellas le acercan
a la divinidad. Sí, mi Bermudo;  165
mas no las busques en la falsa senda
que a otros, astuta, muestra la fortuna.
¿Dónde pues? Corre al templo de Sofía,
y allí las hallarás. Ruégala... ¡Mira
cuál se sonríe! Instala, interpone  170
la intercesión de las amables musas,
y te la harán propicia. Pero guarte,
que si no cabe en su favor engaño,
cabe en el culto que le da insolente
el vano adorador. Nunca propicia  175
la ve quien, oro o fama demandando,
impuro incienso quema ante sus aras.

   ¿No ves a tantos como de ellas tornan
de orgullo llenos, de saber vacíos?
¡Ay del que, en vez de la verdad, iluso,  180
su sombra abraza! En la opinión fiado,
el buen sendero dejará, y sin guía
de razón ni virtud, tras las fantasmas
del error correrá precipitado.
¿El sabio entonces hallará la dicha  185
en las quimeras que sediento busca?
¡Ah!, no: tan sólo vanidad y engaño.

   Mira en aquel, a quien la aurora encuentra
midiendo el cielo, y de los astros que huyen
las esplendentes órbitas. Insomne,  190
aun a la noche llama presurosa,
y acusa al astro que su afán retarda.
Vuelve, la obra portentosa admira,
sin ver la mano que la obró. Se eleva
sobre las lunas de Úrano, y de un vuelo  195
desde la Nave a los Triones pasa.
Mas ¿qué siente después? Nada; calcula,
mide, y no ve que el cielo, obedeciendo
la voz del grande Autor, gira, y callado,
horas hurtando a su existencia ingrata,  200
a un desengaño súbito le acerca.

   Otro, del cielo descuidado, lee
en el humilde polvo y le analiza.
Su microscopio empuña; ármale y cae
sobre un átomo vil. ¡Cuán necio triunfa,  205
si allí le ofrece el mágico instrumento
leve señal de movimiento y vida!
Su forma indaga, y demandando al vidro
lo que antevió su ilusa fantasía,
cede al engaño y da a la vil materia  210
la omnipotencia que al gran Ser rehúsa.
Así delira ingrato, mientras otro
pretende escudriñar la íntima esencia
de este sublime espirtu que le anima.
¡Oh cuál le anatomiza, y cual si fuese  215
un fluido sutil, su voz, su fuerza,
y sus funciones y su acción regula!
Mas ¿qué descubre? Sólo su flaqueza,
que es dado al ojo ver el alto cielo,
pero verse a sí, en sí, no le fue dado.  220
Con todo, osada su razón penetra
al caos tenebroso; le recorre
con paso titubeante, y desdeñando
la lumbre celestial, en los senderos
y laberintos del error se pierde.  225
Confuso así, mas no desengañado,
entre la duda y la opinión vacila.
Busca la luz, y sólo palpa sombras.
Medita, observa, estudia, y sólo alcanza
que cuanto más aprende, más ignora.  230
Materia, forma, espirtu, movimiento,
y estos instantes que incesantes huyen,
y del espacio el piélago sin fondo,
sin cielo y sin orillas, nada alcanza,
nada comprende. Ni su origen halla,  235
ni su término, y todo lo ve, absorto,
de eternidad en el abismo hundirse.
Tal vez, saliendo de él más deslumbrado,
se arroja a alzar el temerario vuelo
hasta el trono de Dios, y presuntuoso,  240
con débil luz escudriñar pretende
lo que es inescrutable. Sondeando
de la divina esencia el golfo inmenso,
surca ciego por él. ¿Qué hará sin rumbo?
Dudas sin cuento en su ignorancia busca,  245
y las propone y las disputa, y piensa
que la ignorancia que excitarlas supo
resolverlas sabrá. ¿Viste, oh Bermudo,
intento más audaz? ¡Qué! ¿sin más lumbre
que su razón, un átomo podría  250
lo incomprensible comprender? ¿Linderos
en lo inmenso encontrar? ¿Y en lo infinito,
principio, medio o fin? ¡Oh Ser eterno!
¿has dado al hombre parte en tus consejos?
¿O en el santuario, a su razón cerrado,  255
le admites ya? ¿Tan alta es la tarea
que a su débil espíritu confiaste?
No, no es ésta, Bermudo. Conocerle
y adorarle en sus obras, derretirse
en gratitud y amor por tantos bienes  260
como benigno en tu mansión derrama,
cantar su gloria y bendecir su nombre;
he aquí tu estudio, tu deber, tu empleo,
y de tu ser y tu razón la dicha.
Tal es, oh dulce amigo, la que el sabio  265
debe buscar, mientras los necios la huyen.
¿Saber pretendes? Franca está la senda:
perfecciona tu ser y serás sabio;
ilustra tu razón, para que se alce
a la verdad eterna, y purifica  270
tu corazón, para que la ame y siga.
Estúdiate a ti mismo, pero busca
la luz en tu Hacedor. Allí la fuente
de alta sabiduría, allí tu origen
verás escrito, allí el lugar que ocupas  275
en su obra magnífica, allí tu alto
destino, y la corona perdurable
de tu ser, sólo a la virtud guardada.
Sube, Bermudo, allí; busca en su seno
esta verdad, esta virtud, que eternas  280
de su saber y amor perenne manan;
que si las buscas fuera de él, tinieblas,
ignorancia y error hallarás sólo.
Deste saber y amor lee un destello
en tantas criaturas como cantan  285
su omnipotencia, en la admirable escala
de perfección con que adornarlas supo,
en el orden que siguen, en las leyes
que las conservan y unen, y en los fines
de piedad y de amor que en todas brillan  290
y la bondad de su Hacedor pregonan.
Esta tu ciencia sea, ésta tu gloria.
Serás sabio y feliz si eres virtuoso,
que la verdad y la virtud son una.
Sólo en su posesión está la dicha,  295
y ellas tan sólo dar a tu alma pueden
segura paz en tu conciencia pura,
en la moderación de tus deseos
libertad verdadera, y alegría
de obrar y hacer el bien en la dulzura.  300
Lo demás, viento, vanidad, miseria.




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- LX -




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Canto guerrero para los asturianos


ArribaAbajoA las armas, valientes astures,
empuñadlas con nuevo vigor,
que otra vez el tirano de Europa
el solar de Pelayo insultó.
Ved cuán fieros sus viles esclavos  5
se adelantan del Sella al Nalón,
y otra vez sus pendones tremolan
sobre Torres, Naranco y Gozón.

      Corred, corred briosos
       corred a la victoria,  10
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.

   Cuando altiva al dominio del mundo
la señora del Tibre aspiró,
y la España en dos siglos de lucha  15
puso freno a su loca ambición,
ante Asturias sus águilas sólo
detuvieron el vuelo feroz,
y el feliz Octaviano a su vista
desmayado y enfermo tembló.  20

      Corred, corred briosos
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.

   Cuando suevos, alanos y godos  25
inundaban el suelo español;
cuando atónita España rendía
la cerviz a su yugo feroz;
cuando audaz Leovigildo, y triunfante,
de Toledo corría a León;  30
vuestros padres, alzados en Arbas,
refrenaron su insano furor.

      Corred, corred briosos
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria  35
       subid vuestro valor.

   Desde el Lete hasta el Piles Tarique
con sus lunas triunfando llegó,
y con robos, incendios y muertes
las Españas llenó de terror;  40
pero opuso Pelayo a su furia
el antiguo asturiano valor,
y sus huestes el cielo indignado,
desplomando el Auseva, oprimió.

      Corred, corred briosos  45
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.

   En Asturias Pelayo alzó el trono,
que Ildefonso afirmó vencedor;  50
la victoria ensanchó sus confines,
la victoria su fama extendió.
Trece reyes su imperio rigieron,
héroes mil realzaron su honor,
y engendraron los héroes que altivos  55
dieron gloria a Castilla y León.

      Corred, corred briosos
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.  60

   Y hoy, que viene un villano enemigo
libertad a robaros y honor,
¿en olvido pondréis tantas glorias?,
¿sufriréis tan indigno baldón?
Menos fuerte que el fuerte romano,  65
más que el godo y el árabe atroz,
¿sufriréis que esclavice la patria,
que el valor de Pelayo libró?

      Corred, corred briosos
       corred a la victoria,  70
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.

   No creáis invencibles ni bravos
en la lid a esos bárbaros, no;
sólo en artes malignas son fuertes,  75
sólo fuertes en dolo y traición.
Si en Bailén de sus águilas vieron
humillado el mentido esplendor,
de Valencia escaparon medrosos,
Zaragoza su fama infamó.  80

      Corred, corred briosos
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.

   Alcañiz arrastró sus banderas,  85
el Alberche su sangre bebió,
ante el Tormes cayeron batidos,
y Aranjuez los llenó de pavor.
Fue la heroica Gerona su oprobio,
Llobregat reprimió su furor,  90
y las ondas y muros de Gades
su sepulcro serán y baldón.

      Corred, corred briosos
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria  95
       subid vuestro valor.

   Y vosotros de Lena y Miranda
¿no los visteis huir con terror?
¿Y no visteis que en Grado y Doriga
su vil sangre los campos regó?  100
Pues ¿quién hoy vuestra furia detiene?
Pues ¿quién pudo apagar vuestro ardor?
Los que ayer eran flacos, cobardes,
¿serán fuertes, serán bravos hoy?

      Corred, corred briosos  105
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.

   Cuando os pide el amor sacrificios,
cuando os pide venganza el honor,  110
¿cómo no arde la ira en los pechos?
¿Quién los brazos nerviosos ató?
A las armas, valientes astures,
empuñadlas con nuevo vigor,
que otra vez con sus huestes el Corso  115
el solar de Pelayo manchó.

      Corred, corred briosos,
       corred a la victoria,
       y a nueva eterna gloria
       subid vuestro valor.  120





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