Noviembre.-1849.
23 Abril.-1850.
22 Abril.-1850.
22 Abril.-1850.
La oración.
22 Abril.-1850.
La espuma del agua.
Noviembre.-1849.
Señor D. Eduardo Fernández San Román
JOSÉ SELGAS.
MADRID 20 de Abril de 1853.
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�Dónde están los perfumes y las flores, |
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Que ante mis ojos desplegar solía |
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La risueña estación de los amores? |
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�Dónde el brillante sol, el claro día, |
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La blanda noche y la modesta luna, |
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Y dónde están mi amor y mi alegría? |
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�Quién enciende esta sed que me importuna? |
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�Por qué al buscar mis ilusiones bellas, |
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�Desengaño cruel! no hallo ninguna? |
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Puras como la luz de las estrellas |
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Eran, y las perdí; y en vano ahora |
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Sé que no puedo ya vivir sin ellas. |
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�Qué anhela el hombre si su bien ignora, |
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Si sólo puede comprenderlo, cuando |
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Con inútiles lágrimas lo llora! |
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Gime el laurel en movimiento blando, |
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Y del viento a la ráfaga ligera |
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Abandona sus hojas suspirando. |
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Pierde su gala y su verdor, y espera |
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Que nueva pompa, y majestad, y vida |
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Le volverá otra vez la primavera. |
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Pero del alma la ilusión perdida, |
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Germen oculto de la dicha humana, |
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Ni vuelve nunca, ni jamás se olvida. |
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Y en vano inquieto el corazón se afana, |
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Y espera en vano que risueños dones |
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Le traiga el sol que alumbrará mañana. |
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No vuelven ya las dulces ilusiones: |
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Se deshizo la alegre fantasía |
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Al soplo abrasador de las pasiones. |
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Inútilmente el corazón porfía, |
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Pues llora el fruto que afanoso alcanza |
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Al espirar la luz del nuevo día. |
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Así la vida caminando avanza; |
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Cada placer nos cuesta un desengaño, |
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Cada desengaño una esperanza. |
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Y a nuestro bien y a nuestro mal extraño |
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El tiempo en tanto, en su profundo seno |
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Sepulta sin cesar año tras año; |
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Y el dulce cáliz de placeres lleno |
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El hombre ansioso con afán apura, |
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Y el alma llena de mortal veneno; |
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Y ansioso corre, porque asir procura |
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La sombra de un placer que va delante |
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Más lejos cada vez, y más oscura. |
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�Felicidad humana! Semejante |
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A esa niebla que el sol tibio ilumina |
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Y que disipa el viento en un instante; |
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Imagen delicada y peregrina, |
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Que a nuestros ojos se levanta y crece, |
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Si el alma en su inquietud se la imagina. |
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Y amor que de placer nos estremece, |
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Que entre sus labios húmedos, risueña |
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La flor de la esperanza nos ofrece, |
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Sólo en ver nuestras lágrimas se empeña, |
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Y sólo en nuestro espíritu derrama |
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Dulce felicidad, cuando se sueña. |
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Felicidad, felicidad se llama |
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Cuanto en la amarga vida satisface |
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La ambición o el placer que nos inflama. |
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La dicha muere cuando apenas nace; |
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Es ráfaga de luz tan pasajera, |
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Que en el punto que brilla se deshace. |
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Es deseo no más, sombra o quimera; |
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Y en la sed de vivir que nos devora, |
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Solo es felicidad la que se espera. |
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Antes que llegue, el corazón la llora, |
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Y es esencia a la vez tan exquisita, |
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Que llega, se respira y se evapora. |
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Así nuestra ansiedad nos precipita: |
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Si el mundo es un edén lleno de flores, |
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Cada flor que se toca se marchita. |
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Huyó la Primavera, y sus colores |
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El valle pierde, y su verdor el llano |
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A los rayos del sol abrasadores, |
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Y las sedientas brisas del Verano, |
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Buscando el agua de la fuente umbría, |
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Con desmayado afán vuelan en vano. |
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Con desmayado afán mi fantasía |
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Busca también sus ilusiones bellas, |
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Manantial de mi amor y mi alegría. |
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Ni el rastro azul de sus tranquilas huellas |
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El alma ve, que para siempre huyeron. |
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�Cuán triste debe ser morir sin ellas! |
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Como sombra fugaz se deshicieron; |
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Siempre serán del corazón lloradas: |
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�Tan dulces eran y tan breves fueron! |
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Prendas hermosas por mi bien halladas, |
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Fuentes de amor y celestial tesoro, |
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Para mi mal tan pronto disipadas; |
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Estas escasas lágrimas que lloro, |
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Son en fe de mi eterna despedida: |
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Huyó mi ensueño de jazmín y de oro; |
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Murió la primavera de mi vida. |
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Mayo recoge el virginal tesoro |
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Desciñe Flora su gentil guirnalda |
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La sombra busca el manantial sonoro; |
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Del alto monte en la risueña falda; |
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Campos son ya de púrpura y de oro |
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Los que fueron de rosa y esmeralda; |
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Y apenas riza su corriente el río |
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A los primeros soplos del Estío. |
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El soto ameno y la enramada umbrosa, |
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El valle alegre y la feraz ribera, |
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Con voz desalentada y cariñosa |
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Despiden a la dulce Primavera; |
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Muere en su tallo la inocente rosa; |
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Desfallece la altiva enredadera; |
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Y en desigual y tenue movimiento |
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Gime en el bosque fatigado el viento. |
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Por la alta cumbre del collado asoma |
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La blanca aurora su rosada frente, |
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Reparte perlas y recoge aroma; |
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Se abre la flor que su mirada siente; |
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Repite sus arrullos la paloma |
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Bajo las ramas del laurel naciente; |
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Y allá por los tendidos olivares |
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Se escuchan melancólicos cantares. |
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Del aura dócil al impulso blando |
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La rubia mies en la llanura ondea; |
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Del dulce nido alrededor volando |
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La alondra gira y de placer gorjea; |
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Las ondas de la fuente suspirando |
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Quiebran el rayo de la luz febea, |
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Y en delicados mágicos colores |
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El fruto asoma al espirar las flores. |
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Sobre los montes que cercando toca |
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La niebla tiende su bordado encaje; |
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Desde el peñón de la desierta roca |
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Lánzase audaz el águila salvaje; |
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El seco vientecillo que sofoca |
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Cubre de polvo el pálido follaje; |
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Y por el monte y por la vega umbría |
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Crece el calor y se derrama el día. |
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Y en el árido ambiente se dilata |
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La esencia de la flor de los tomillos, |
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Y lento el río su raudal desata |
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Entre mimbres y juncos amarillos; |
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Y al cubrir sus círculos de plata |
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Con sus plumeros blandos y sencillos |
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La caña dócil la corriente roza, |
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Trémula el agua de placer solloza. |
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Del valle en tanto en la pendiente orilla |
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Manso cordero del calor sosiega; |
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Se oyen los cantos de la alegre trilla; |
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Suenan los ecos de la tarda siega; |
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Ardiente el sol en el espacio brilla; |
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El cielo azul su majestad despliega, |
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Y duermen a la sombra los pastores, |
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Y se abrasan de sed los segadores. |
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Presta sombra a la rústica majada |
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La noble encina que a la edad resiste |
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En su copa de fruto coronada |
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La vid de verde majestad se viste; |
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A su pie la doncella enamorada |
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Canta de amor, pero su canto es triste, |
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Que en el profundo afán que la devora, |
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Amores canta porque celos llora. |
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Y el eco de su voz, dulce al oído |
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Más que el tierno arrullar de la paloma, |
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Por el monte y el valle repetido, |
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Tristes, confusas vibraciones toma; |
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Y en las ondas del aire suspendido |
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Se escapa al fin por la quebrada loma, |
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Y sin que el aura devolverlo pueda, |
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Todo en reposo y en silencio queda. |
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Mudas están las fuentes y las aves; |
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No circula ni un átomo de viento; |
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Cortadas por el sol lentas y graves |
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Caen las hojas del árbol macilento; |
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Tenue vapor en ráfagas suaves |
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Se levanta con fácil movimiento, |
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Y mezclando en la luz su sombra extraña, |
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Va formando la nube en la montaña. |
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Hinchada, al fin, soberbia, se desprende |
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Del horizonte azul la nube densa, |
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Y el fuego del relámpago la enciende, |
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Y gira por la atmósfera suspensa; |
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Y ya sus flancos inflamados tiende, |
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Ya el vapor de su seno se condensa, |
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Y soltando el granizo en lluvia escasa |
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La rompe el trueno, y se divide y pasa. |
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Y el sol que se reclina en Occidente |
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De su encendido manto se despoja, |
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Y en los blancos celajes del Oriente |
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Se pierde el rayo de su lumbre roja. |
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Brilla la gota de agua trasparente |
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Detenida en el polvo de la hoja, |
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Y tendiendo el crepúsculo su planta, |
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Del fondo de los valles se levanta. |
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Corno el ensueño dulce y regalado |
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Que en la fiebre de amor templa el desvelo, |
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Vertiendo en nuestro espíritu agitado |
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La misteriosa esencia del consuelo; |
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Así por el ambiente reposado, |
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De estrellas y vapor bordando el cielo, |
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Breves y llenas de feraz rocío |
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Cruzan las noches del ardiente Estío. |
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Y en tristes ecos el silencio crece, |
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Y en tibio resplandor la sombra vaga; |
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La luz de las estrellas se estremece, |
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Y en el limpio raudal brilla y se apaga; |
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Naturaleza entera se adormece |
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En el hondo placer que la embriaga, |
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Y lleva al aura en vacilantes giros |
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Besos, sombras, perfumes y suspiros. |
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Más puro que la tímida esperanza |
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Que sueña el alma en el amor primero, |
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Su rayo débil desde Oriente lanza |
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Sol de la noche, virginal lucero; |
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Triste y sereno por el cielo avanza |
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De la cándida luna mensajero, |
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Por ella viene, y suspirando ella, |
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Síguele en pos enamora a y bella. |
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Cuantos guardáis la tímida inocencia |
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Que a la esperanza y al amor convida; |
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Los que en el alma la impalpable esencia |
|
De su primer amor lloráis perdida; |
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Cuantos con dolorosa indiferencia |
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Vais apurando el cáliz de la vida; |
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Todos llegad, y bajo el bosque umbrío |
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Sentid las noches del ardiente Estío. |
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Las del tirano amor desengañadas, |
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Pálidas y dulcísimas doncellas, |
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Vosotras que lloráis desconsoladas |
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Sólo el delito de nacer tan bellas; |
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Mirad entre las nubes sosegadas |
|
Cómo cruzan el cielo las estrellas; |
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Que no hay duda, ni afán, ni desconsuelo |
|
Que no se calme contemplando el cielo. |
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Y tú, tierna a mi voz, blanca hermosura, |
|
Fuente de virginal melancolía, |
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Más hermosa a mis ojos y más pura |
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Que el rayo azul conque despunta el día; |
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Corazón abrasado de ternura, |
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Espíritu de amor y de armonía, |
|
Ven y derrama en el tranquilo viento |
|
El ámbar delicado de tu aliento. |
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La dulce vaguedad que me enajena |
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Aumenta la inquietud de mi deseo; |
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Tu voz perdida en el ambiente suena; |
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Donde mis ojos van tu sombra veo |
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De amor y afán mi corazón se llena, |
|
Porque en tu amor y en mi esperanza creo; |
|
Y así suspende el sentimiento mío |
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La tibia noche del ardiente Estío. |
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Noche serena y misteriosa, en donde |
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Dormido vaga el pensamiento humano, |
|
Todo a los ecos de tu voz responde, |
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La mar, el monte, la espesura, el llano; |
|
Acaso Dios entre tu sombra esconde |
|
La impenetrable luz de algún arcano; |
|
Tal vez cubierta de tu inmenso velo |
|
Se confunde la tierra con el cielo. |