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El sueño de las flores

                                  Era una tarde de apacible ambiente
De manso aroma y celestial color:
Iba gimiendo de placer la fuente,
Las auras iban suspirando amor.
 
   El sol se oculta en el gentil collado,
Que airoso corta él horizonte azul;
Sobre las flores del fecundo prado
La niebla tiende su bordado tul.
 
   Callan las aves, y en el bosque umbrío
Entre las ramas a ocultarse van;
Duermen las flores, y murmura el río;
Auras y fuentes suspirando están.
 
   En pos dejando misteriosa huella
De tibia luz, que espirará después,
El cielo cruza silenciosa estrella:
La blanca estrella de los sueños es.
 
   La luz dudosa de su inquieta llama
Presta a las flores celestial calor;
Y dulce en ellas por igual derrama
Castos ensueños de inocente amor.
 
   Si amor las flores en el mundo enseñan,
�Qué podrán ellas en sus sueños ver?
El aura dice que las flores sueñan
Misterios �ay! de virginal placer.
 
   Sentir del aura el cariñoso vuelo,
Oír del agua el armonioso son,
Amarse mucho, y contemplar el cielo...
Sueños y vida de las flores son.

            Noviembre.-1849.



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Verdadero amor

                                  Un jacinto bellísimo servía
Con delicado esmero
A una rosa gentil de Alejandría.
Por lo hermoso y galán era el primero
De cuantos ostentaba la pradera;
Y la rosa... �imposible
Encontrar otra flor más hechicera!
La llama siempre pura
De este amor apacible,
No les daba pesares ni desvelos;
Era todo ventura,
Y... �cosa original! amor sin celos.
 
   Alhelíes, y lirios, y amarantos
Envidiaban la dicha del amante,
Mirando de la rosa los encantos.
Con afán incesante,
Con celosa agonía,
También lilas y acacias envidiaban
La dicha de la flor de Alejandría,
Y con rabioso empeño
Todos se conjuraban
Por deshacer el sueño
Del delicado amor que los unía.
 
   Y desató su lengua la mentira
Que todo lo atropella;
Ella buscó en su angustia
Todo el consuelo que su amor le inspira,
Y a él, �qué cosas le contaron de ella!
La pobre rosa mustia
Lloró su pena y la encerró en sus hojas;
Él ahogó sus recelos,
Sus amargas congojas:
Fingió desdén para ocultar sus celos.
   Mas al fin, de repente
La reina de las flores, en buen hora,
Mostrando enojo en la rosada frente,
Dijo con majestad encantadora:
-Porque en mi reino entero
Tan torpe envidia su castigo vea,
El amor verdadero,
Ardiente, puro, indestructible sea.
 
   Aquí la historia acaba;
Pero la fama cuenta
Que huyó vencida la mentira esclava;
Hoy con cariño tierno
Su verde pompa la pradera ostenta
Como en memoria de este amor eterno.

            23 Abril.-1850.



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La virtud

                                  En un valle riquísimo
Por sus hermosas flores,
Un clavel dulce y pálido,
Sin galas ni colores,
Su vida melancólica
En triste olvido vio,
 
   Pero al morir... sus pétalos
Tornáronse olorosos,
Y las flores y el céfiro
Miraron silenciosos
Crecer fecundo el sándalo
Donde el clavel murió.

            22 Abril.-1850.



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La hortensia y la madreselva

La madreselva.

                                  La dulce frente inclinada,
Sin color y sin esencia...
�Pobre flor desconsolada!
Tú vives enamorada,
Y sufres males de ausencia.
 
   Lloras tu amante perdido,
Y es inútil tal desvelo;
Tierno corazón herido,
Para encontrar el consuelo
Necesitas el olvido.

La hortensia.

                                  Si no llorara a mi amante
Perdiendo color y esencia,
No fuera mi amor bastante;
Yo lo siento más constante,
Con el rigor de la ausencia.
 
   Tres auroras han nacido
Desde que le lloro ausente.
Yo no sé lo que he sufrido...
La palidez de mi frente
Podrá decir si le olvido.

La madreselva.

                                  Tu padecer es bastante
Yo calmaré tu dolor.
Espera, flor, a tu amante:
Que si tú eres tan constante,
Yo tengo lazos de amor.

            22 Abril.-1850.



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Angélica

La oración.

I.

                                  En religioso silencio,
En calma triste y profunda,
Praderas, montes y valles,
Ni suspiran ni murmuran.
Miles de blancas estrellas
Brillan con luz moribunda;
Otras allá en Occidente
Se desvanecen confusas.
El alba apenas sonríe,
Velando mal su hermosura
El casto velo que bordan
Ligeras franjas de púrpura.
La brisa vuela impaciente,
Tímida, indecisa y muda,
Y ni las hojas agita,
Ni el hondo silencio turba,
Y más el alma la siente
Que los oídos la escuchan.

II.

                                  Sobre sus tallos dormidas
Las flores el aura arrulla;
Y en leves ondulaciones
Con suavidad las columpia.
Despierta una flor, y alzando
Al cielo la frente pura,
En éxtasis inefable
Las lozanas hojas junta;
Y del pudoroso seno
Brotando la esencia oculta,
Manda a la aurora el suspiro
De su amor y su ternura.
Entonces maravillosa
Sobre su frente fulgura
Una gota de rocío
Con que el alba la saluda;
Perla que baña sus hojas
Y el tierno cáliz fecunda.

III

                                  La clara luz de la aurora
Prados y valles inunda,
Arroyos, auras y flores
Puros acentos modulan.
La tierna Angélica muestra
Tan delicada frescura,
Que es, por lo hermosa, la reina
De aquella pradera inculta.
Las flores todas la miran,
Las mariposas la buscan,
Las auras en ella sola
Sus blandas alas perfuman;
Y porque sus ondas bese,
La fuente a sus pies murmura,
Ofreciéndole en tributo
Sueltos encajes de espuma
La flor sonríe, se inclina,
Y entre el follaje se oculta.

            22 Abril.-1850.



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Serenata

La espuma del agua.

                                  Las ilusiones, niña,
        Que el amor fragua,
   Son �ay! como la espuma
        que forma el agua.
        Nacen y crecen,
   Y como espuma vana
        Desaparecen.
 
   Viste el arroyo manso
        Con gala suma,
Sobre su azul corriente
        Rizada espuma
        Los corazones
Se visten de esperanzas
        Y de ilusiones.
 
   Azules son tus ojos
        Niña inocente,
Apacibles y claros
        Como la fuente;
        Y tu mejilla
De la espuma lo blanco
        Vence y humilla.
 
   Tu lánguida belleza
        Retrata en suma
Lo hermoso de la fuente
        Y de la espuma.
        Si amor los fragua,
�Serán tus pensamientos
        Espuma y agua?
 
   Al soplo de la brisa
        Que se deshace,
En las hondas azules
        La espuma nace;
        Y apenas crece,
De la brisa otro soplo
        La desvanece.
 
   A tus suspiros dulces,
        Mansos y lentos,
Brotaron amorosos
        Mis pensamientos;
        �Mas tú no alcanzas
Que como espuma mueran
        Mis esperanzas?
 
   Si la ilusión querida
        Que el amor fragua
Se asemeja a la espuma
        Que forma el agua,
        La tuya lleve
Lo blanco y lo modesto;
        Nunca lo breve.
 
   Se adelanta la aurora
        Fresca y serena;
�Ay! tú no sabes, niña,
        Cuánta es mi pena;
        Porque me abruma
Si será tu cariño
        Agua espuma.


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A Laura

                                  Por ti, Laura hermosa, mis flores contaron
Sus tristes pesares, su inquieto dolor;
Por ti sus brillantes colores mostraron;
Por ti, también ellas, alegres cantaron
            Sus dichas de amor.
 
   Hay flores humildes, graciosas y bellas
Con mantos de encaje y hermoso tisú;
Si ciñes, �oh Laura! tu frente con ellas,
Parecen corona formada de estrellas;
            Y el cielo eres tú.
 
   Al ver tu mejilla de castos colores,
Al verte más pura que pura es la flor,
Te ofrezco, en tributo y en prenda de amores,
Un libro modesto, con vidas de flores
            Y ensueños de amor.
 
   Si sientes �oh Laura! penoso desvelo,
Inquietos pesares, tristeza y afán;
Si tu alma suspira de amargo recelo...
Sus páginas abre, y en ellas consuelo
            Tus ojos verán.
 
   �Feliz y envidiable la flor cuya historia
Merezca y consiga tu dulce favor!
�Dichoso si ocupo tu casta memoria!
Pues son mis ensueños de nombre y de gloria,
            Tu nombre y tu amor.

            Noviembre.-1849.

FIN DE LA PRIMAVERA.



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El estío



Señor D. Eduardo Fernández San Román

   Tengo el gusto de dedicar a V. mi segunda colección de Poesías.

   Esto no satisface las atenciones, los favores ni la amistad que le debo.

   Sólo pretendo que sea para V. este libro una prenda segura de la estimación y del afecto que le profesa su verdadero amigo,

JOSÉ SELGAS.

   MADRID 20 de Abril de 1853.



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Serenata

Poesía de don Eduardo González Pedroso(3)

                                  Quizá al coger una rosa,
Que ostenta el pensil ufano,
Punzada sientas tu mano
Por tanta temeridad.
   Quizá llores desengaños
Y mires trocado en humo
Lo que creíste bien sumo,
Lo que juzgastes verdad.
      (En el álbum de PEPITA.)


                                  Por el azul del cielo
      La luna sube,
Como tus pensamientos.
      Blanca y sin nube:
      Y a sus fulgores
Se levanta la estrella
      De los amores.
 
   Cual la modesta luna,
      Claros y lentos,
Cruzan el cielo, niña,
      Tus pensamientos.
      Nunca en tu daño
Se levante la nube
      Del desengaño.-
 
   Guarda tus ilusiones,
      Niña querida,
Que la ilusión es aire...
      Mas da la vida.
      Advierte, advierte,
Que donde el aire falta
      Surge la muerte.
 
   Son como el aire, niña,
      Las ilusiones:
�Quién coloca en el aire
      Sus ambiciones?
      Pero al perdellas,
�Ay, el alma no puede
      Vivir sin ellas!
 
   Tal vez cuando recorras
      Pensil galano,
Desgarradora espina
      Punce tu mano:
      Mas �ay! no llores;
Que aun es dulce la muerte
      Que dan las flores!
 
   Y aunque la luz radiante
      De tu bien sumo
Desventurada mires
      Cambiarse en humo,
      En tu delirio
Adorarás la causa
      De tu martirio!
 
   Un ruiseñor moría
      Por una estrella
Y asordaba las auras
      Con su querella;
      Y un lirio en tanto,
Que al ruiseñor amaba,
      Murió entre llanto.-
 
   Ruiseñor es el alma,
      Dulce cantora;
La estrella es la mentira
      Que la enamora
      Y la flor pura,
Que desdeñada muere,
      Es la ventura.
 
   Como tus pensamientos
      Blanca y, sin nube,
Ya por el horizonte
      La estrella sube;
      �Nunca en su daño
Se levante la nube
 
      Del desengaño!
   Que a tu encendido labio
      Que mayo pinta,
Tal vez diciembre robe
      Su roja tinta.
      Si se le veda
Su angelical sonrisa...
      �Ay! �Qué le queda?
 
   No me preguntes, niña,
      Por qué te quiero:
Sabe que por tus ojos,
      Amante muero;
      En cuya lumbre
Ha puesto la inocencia
      Su mansedumbre.
 
   Por la casta pureza
      Que hay en tu frente,
La acaricia tu madre
      �Tan blandamente!...
      Niña morena,
Yo también te idolatro,
      Porque eres buena.
 
   Tiende por ese ambiente
      De poesía
Tan generoso vuelo,
      Paloma mía.
      �Qué te detiene?
El amor a tu puerta
      Llamando viene.
 
   El amor es la hiedra
      Que al olmo enlaza;
Tal vez al tronco oprime
      Cuando le abraza:
      Mas dale tierno
Su regalado abrazo
      Verdor eterno.
 
   Pura como el aliento
      De los jazmines
Te apellidan su hermana
      Los serafines;
      Y en yugo blando
Mil y mil corazones
      Vas cautivando.
 
   Mil corazones rindes
      A tus prisiones,
�Ay, quién te diera, niña,
      Mil corazones!
      �Los apeteces?
�Toma el mío, señora,
      Mil y mil veces!


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Introducción

                                  �Dónde están los perfumes y las flores,
Que ante mis ojos desplegar solía
La risueña estación de los amores?
 
   �Dónde el brillante sol, el claro día,
La blanda noche y la modesta luna,
Y dónde están mi amor y mi alegría?
 
   �Quién enciende esta sed que me importuna?
�Por qué al buscar mis ilusiones bellas,
�Desengaño cruel! no hallo ninguna?
 
   Puras como la luz de las estrellas
Eran, y las perdí; y en vano ahora
Sé que no puedo ya vivir sin ellas.
 
   �Qué anhela el hombre si su bien ignora,
Si sólo puede comprenderlo, cuando
Con inútiles lágrimas lo llora!
 
   Gime el laurel en movimiento blando,
Y del viento a la ráfaga ligera
Abandona sus hojas suspirando.
 
   Pierde su gala y su verdor, y espera
Que nueva pompa, y majestad, y vida
Le volverá otra vez la primavera.
 
   Pero del alma la ilusión perdida,
Germen oculto de la dicha humana,
Ni vuelve nunca, ni jamás se olvida.
 
   Y en vano inquieto el corazón se afana,
Y espera en vano que risueños dones
Le traiga el sol que alumbrará mañana.
 
   No vuelven ya las dulces ilusiones:
Se deshizo la alegre fantasía
Al soplo abrasador de las pasiones.
 
   Inútilmente el corazón porfía,
Pues llora el fruto que afanoso alcanza
Al espirar la luz del nuevo día.
 
   Así la vida caminando avanza;
Cada placer nos cuesta un desengaño,
Cada desengaño una esperanza.
 
   Y a nuestro bien y a nuestro mal extraño
El tiempo en tanto, en su profundo seno
Sepulta sin cesar año tras año;
 
   Y el dulce cáliz de placeres lleno
El hombre ansioso con afán apura,
Y el alma llena de mortal veneno;
 
   Y ansioso corre, porque asir procura
La sombra de un placer que va delante
Más lejos cada vez, y más oscura.
 
   �Felicidad humana! Semejante
A esa niebla que el sol tibio ilumina
Y que disipa el viento en un instante;
 
   Imagen delicada y peregrina,
Que a nuestros ojos se levanta y crece,
Si el alma en su inquietud se la imagina.
 
   Y amor que de placer nos estremece,
Que entre sus labios húmedos, risueña
La flor de la esperanza nos ofrece,
 
   Sólo en ver nuestras lágrimas se empeña,
Y sólo en nuestro espíritu derrama
Dulce felicidad, cuando se sueña.
 
   Felicidad, felicidad se llama
Cuanto en la amarga vida satisface
La ambición o el placer que nos inflama.
 
   La dicha muere cuando apenas nace;
Es ráfaga de luz tan pasajera,
Que en el punto que brilla se deshace.
 
   Es deseo no más, sombra o quimera;
Y en la sed de vivir que nos devora,
Solo es felicidad la que se espera.
 
   Antes que llegue, el corazón la llora,
Y es esencia a la vez tan exquisita,
Que llega, se respira y se evapora.
 
   Así nuestra ansiedad nos precipita:
Si el mundo es un edén lleno de flores,
Cada flor que se toca se marchita.
 
   Huyó la Primavera, y sus colores
El valle pierde, y su verdor el llano
A los rayos del sol abrasadores,
 
   Y las sedientas brisas del Verano,
Buscando el agua de la fuente umbría,
Con desmayado afán vuelan en vano.
 
   Con desmayado afán mi fantasía
Busca también sus ilusiones bellas,
Manantial de mi amor y mi alegría.
 
   Ni el rastro azul de sus tranquilas huellas
El alma ve, que para siempre huyeron.
�Cuán triste debe ser morir sin ellas!
 
   Como sombra fugaz se deshicieron;
Siempre serán del corazón lloradas:
�Tan dulces eran y tan breves fueron!
 
   Prendas hermosas por mi bien halladas,
Fuentes de amor y celestial tesoro,
Para mi mal tan pronto disipadas;
 
   Estas escasas lágrimas que lloro,
Son en fe de mi eterna despedida:
Huyó mi ensueño de jazmín y de oro;
Murió la primavera de mi vida.


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El estío

                                  Mayo recoge el virginal tesoro
Desciñe Flora su gentil guirnalda
La sombra busca el manantial sonoro;
Del alto monte en la risueña falda;
Campos son ya de púrpura y de oro
Los que fueron de rosa y esmeralda;
Y apenas riza su corriente el río
A los primeros soplos del Estío.
 
   El soto ameno y la enramada umbrosa,
El valle alegre y la feraz ribera,
Con voz desalentada y cariñosa
Despiden a la dulce Primavera;
Muere en su tallo la inocente rosa;
Desfallece la altiva enredadera;
Y en desigual y tenue movimiento
Gime en el bosque fatigado el viento.
 
   Por la alta cumbre del collado asoma
La blanca aurora su rosada frente,
Reparte perlas y recoge aroma;
Se abre la flor que su mirada siente;
Repite sus arrullos la paloma
Bajo las ramas del laurel naciente;
Y allá por los tendidos olivares
Se escuchan melancólicos cantares.
 
   Del aura dócil al impulso blando
La rubia mies en la llanura ondea;
Del dulce nido alrededor volando
La alondra gira y de placer gorjea;
Las ondas de la fuente suspirando
Quiebran el rayo de la luz febea,
Y en delicados mágicos colores
El fruto asoma al espirar las flores.
 
   Sobre los montes que cercando toca
La niebla tiende su bordado encaje;
Desde el peñón de la desierta roca
Lánzase audaz el águila salvaje;
El seco vientecillo que sofoca
Cubre de polvo el pálido follaje;
Y por el monte y por la vega umbría
Crece el calor y se derrama el día.
 
   Y en el árido ambiente se dilata
La esencia de la flor de los tomillos,
Y lento el río su raudal desata
Entre mimbres y juncos amarillos;
Y al cubrir sus círculos de plata
Con sus plumeros blandos y sencillos
La caña dócil la corriente roza,
Trémula el agua de placer solloza.
 
   Del valle en tanto en la pendiente orilla
Manso cordero del calor sosiega;
Se oyen los cantos de la alegre trilla;
Suenan los ecos de la tarda siega;
Ardiente el sol en el espacio brilla;
El cielo azul su majestad despliega,
Y duermen a la sombra los pastores,
Y se abrasan de sed los segadores.
 
   Presta sombra a la rústica majada
La noble encina que a la edad resiste
En su copa de fruto coronada
La vid de verde majestad se viste;
A su pie la doncella enamorada
Canta de amor, pero su canto es triste,
Que en el profundo afán que la devora,
Amores canta porque celos llora.
 
   Y el eco de su voz, dulce al oído
Más que el tierno arrullar de la paloma,
Por el monte y el valle repetido,
Tristes, confusas vibraciones toma;
Y en las ondas del aire suspendido
Se escapa al fin por la quebrada loma,
Y sin que el aura devolverlo pueda,
Todo en reposo y en silencio queda.
 
   Mudas están las fuentes y las aves;
No circula ni un átomo de viento;
Cortadas por el sol lentas y graves
Caen las hojas del árbol macilento;
Tenue vapor en ráfagas suaves
Se levanta con fácil movimiento,
Y mezclando en la luz su sombra extraña,
Va formando la nube en la montaña.
 
   Hinchada, al fin, soberbia, se desprende
Del horizonte azul la nube densa,
Y el fuego del relámpago la enciende,
Y gira por la atmósfera suspensa;
Y ya sus flancos inflamados tiende,
Ya el vapor de su seno se condensa,
Y soltando el granizo en lluvia escasa
La rompe el trueno, y se divide y pasa.
 
   Y el sol que se reclina en Occidente
De su encendido manto se despoja,
Y en los blancos celajes del Oriente
Se pierde el rayo de su lumbre roja.
Brilla la gota de agua trasparente
Detenida en el polvo de la hoja,
Y tendiendo el crepúsculo su planta,
Del fondo de los valles se levanta.
 
   Corno el ensueño dulce y regalado
Que en la fiebre de amor templa el desvelo,
Vertiendo en nuestro espíritu agitado
La misteriosa esencia del consuelo;
Así por el ambiente reposado,
De estrellas y vapor bordando el cielo,
Breves y llenas de feraz rocío
Cruzan las noches del ardiente Estío.
 
   Y en tristes ecos el silencio crece,
Y en tibio resplandor la sombra vaga;
La luz de las estrellas se estremece,
Y en el limpio raudal brilla y se apaga;
Naturaleza entera se adormece
En el hondo placer que la embriaga,
Y lleva al aura en vacilantes giros
Besos, sombras, perfumes y suspiros.
 
   Más puro que la tímida esperanza
Que sueña el alma en el amor primero,
Su rayo débil desde Oriente lanza
Sol de la noche, virginal lucero;
Triste y sereno por el cielo avanza
De la cándida luna mensajero,
Por ella viene, y suspirando ella,
Síguele en pos enamora a y bella.
   Cuantos guardáis la tímida inocencia
Que a la esperanza y al amor convida;
Los que en el alma la impalpable esencia
De su primer amor lloráis perdida;
Cuantos con dolorosa indiferencia
Vais apurando el cáliz de la vida;
Todos llegad, y bajo el bosque umbrío
Sentid las noches del ardiente Estío.
 
   Las del tirano amor desengañadas,
Pálidas y dulcísimas doncellas,
Vosotras que lloráis desconsoladas
Sólo el delito de nacer tan bellas;
Mirad entre las nubes sosegadas
Cómo cruzan el cielo las estrellas;
Que no hay duda, ni afán, ni desconsuelo
Que no se calme contemplando el cielo.
 
   Y tú, tierna a mi voz, blanca hermosura,
Fuente de virginal melancolía,
Más hermosa a mis ojos y más pura
Que el rayo azul conque despunta el día;
Corazón abrasado de ternura,
Espíritu de amor y de armonía,
Ven y derrama en el tranquilo viento
El ámbar delicado de tu aliento.
 
   La dulce vaguedad que me enajena
Aumenta la inquietud de mi deseo;
Tu voz perdida en el ambiente suena;
Donde mis ojos van tu sombra veo
De amor y afán mi corazón se llena,
Porque en tu amor y en mi esperanza creo;
Y así suspende el sentimiento mío
La tibia noche del ardiente Estío.
 
   Noche serena y misteriosa, en donde
Dormido vaga el pensamiento humano,
Todo a los ecos de tu voz responde,
La mar, el monte, la espesura, el llano;
Acaso Dios entre tu sombra esconde
La impenetrable luz de algún arcano;
Tal vez cubierta de tu inmenso velo
Se confunde la tierra con el cielo.

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