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Poesías

Bernardo López García





[V]

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Excmo. Sr. D. José del Prado y Palacio

     QUERIDÍSIMO AMIGO: Cuatro palabras, en nombre de mis parientes los Sres. de Pabilla y de García, y en el mío propio.

     Van encaminabas a pedirte un señalado favor, que añadiré a la cuenta de los muchos que me otorgaron siempre tus bondades.

     Aquellos señores y yo, hemos emprendido una nueva edición de las poesías de Bernardo López, y queremos dedicarla al hijo ilustre de Jaén, al hombre que ha puesto todo su celo, toda su inteligencia y todas sus actividades al servicio y provecho de Jaén y de su provincia, enalteciendo y honrando de esta manera su propio nombre, y haciendo de la amada patria chica, un verdadero culto.

     No merecerá este pueblo la nota de ingrato ni olvidará nunca las atenciones y beneficios que le prodigas; y por lo que a nosotros concierne, jamás podremos olvidar que por tu iniciativa y con tu valiosa influencia, auxiliada de los poderosos elementos regionales que tú allegaste, fueron trasladados a la tierra natal los venerandos restos del poeta; y a ti se debió también la alta definición de [VI] que Don Alfonso XIII inaugurase el modesto monumento consagrado por Jaén al autor de la Oda a Siria, el Stabat mater y las décimas al Dos de mayo, canto inmortal que aprendió ávido el pueblo español y que será perpetuamente patriótico holocausto a las víctimas de aquel día memorable, y entusiasta grito de independencia.

     ¿Quién podría, pues, ostentar títulos y merecimientos como los tuyos, para que su nombre figurase al frente de la nueva edición de las obras de Bernardo?

     Por eso sus deudos se complacen y se honran en ofrecértela, y seguros de que has de recibir con patriótico afecto esta dedicatoria, te adelanto, a nombre de todos, expresivo testimonio de gratitud, asociado al de invariable cariño que te profesa tu devoto amigo,

Eduardo Claver. [VII]



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Prólogo

     LA colección de las poesías líricas que forman este volumen, es un acontecimiento hace tiempo esperado, y realizado al fin para gloria de las letras nacionales.

     Varias veces la prensa periódica, barómetro del movimiento intelectual en las sociedades modernas, anunció con aplauso la aparición del libro que hoy ve la luz de la publicidad, y varias fueron las plumas, todas más autorizadas que la mía, que aceptaron generosas el honroso encargo de escribir el proemio de la obra, de apreciar las bellezas literarias que encierra, de seguir los atrevidos vuelos de una fantasía vigorosa, joven y lozana, y de analizar el género de literatura en que mejor campean las brillantes dotes del poeta.

     Circunstancias poco favorables para el Sr. López García, o propósitos nacidos al calor de una amistad sincera, bajo el hermoso cielo que cobija la cuna de ambos, lo han llevado a confiar a mi juicio inseguro un examen digno de más elevados criterios; un análisis que, como el de las canciones de Herrera, reclamaba la profunda observación de Rioja; como los versos líricos de Zorrilla, la crítica amena del autor de Villa Hermosa a la China; como las primeras armonías de Monroy, el prudente y erudito consejo del autor de Vida por honra.

     Hecha esta declaración franca y explícita(1), dicho se está que no ha de ser mi propósito fatigar la benevolencia que el lector se sirva dispensarme, con minuciosos comentarios, que aun hechos con acierto, siempre me recordarían los versos de Esquilache:

                             Un docto comentador
es el peor enemigo
que tener pudo el autor.

     Breves indicaciones sobre la vida breve aún del poeta; ligeras consideraciones sobre el género literario en que más se distingue; sobre los móviles de su inspiración osada, sobre el carácter [VIII] y las exigencias literarias del siglo en que escribe, y sobre las analogías por último que puedan existir, entre sus obras y las de los poetas que recorrieron antes con gloria la brillante y difícil senda en que el Sr. López García con tan noble resolución avanza; tal es el asunto de este prefacio, tal el propósito a que habré de ceñirme, dejando a más ilustradas y correctas plumas la más ardua empresa de aquilatar todos los riquísimos detalles, todas las bellezas derramadas con fastuosa profusión en este libro. Tarea difícil, tarea a que sólo pueden dar cima inteligencias privilegiadas con auxilio de una docta crítica.



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- II -

     D. Bernardo López García nació en Jaén a 11 de noviembre(2) de 1840, tres años después del nacimiento en Cartagena de don José Martínez Monroy, poeta señaladísimo cuyos versos repite la fama y cuya temprana muerte lamentan todos los amantes de las letras españolas.

     Fueron sus padres D. Fernando López Martínez, natural de Vélez-Málaga, y D.ª María Presentación García, natural de Burgo de Osma, a los cuales me será permitido tributar aquí el homenaje(3) de respeto y consideración que a su memoria tributan cuantos tuvieron ocasión de apreciar sus nobles prendas, cuantos los vieron con una modesta fortuna atender al porvenir de sus hijos y hacer de D. Bernardo un literario distinguido; de D. Luis, su hermano, cuya vida fue tan breve como vasta su erudición y grande su inteligencia, un filósofo modelo de virtudes cristianas, un jurisconsulto aventajado, y un notable maestro, honra y orgullo del profesorado español; de D. Fernando un médico de reconocida ilustración, y finalmente, de D. Ramón, el más joven de todos, muerto a la temprana edad de diez y seis años, con un premio extraordinario conseguido en público certamen, una bellísima esperanza para las letras y la legislación.

     Además de estos cuatro hijos, tuvieron dos hijas: D.ª María, que casó en julio(4) de 1863 con su primo D. Manuel de Miguel García, y murió en diciembre(5) de 1865 y D.ª Valentina, a quien está dedicada la presente obra.

     Hizo D. Bernardo sus primeros estudios en el Instituto provincial de Jaén, dirigido por el eminente escritor católico don Manuel Muñoz y Garnica: los continuó en Granada en el Colegio de Santiago, y después en la Universidad Central.

     Hasta los quince años nada había revelado al poeta. En 1855, con motivo de la muerte de su madre acaecida el 23 de abril(6), escribió sus primeros versos; flores que las lágrimas hicieron brotar al borde de un sepulcro; manifestación de los más íntimos sentimientos de ternura filial; ecos de las dulzuras del hogar, en el mismo hogar apagados.

     Rara vez lo bien sentido deja de estar bien expresado, y si esto acontece, de lamentar es la pérdida de esta poesía en la que el sentimiento, sin el auxilio del arte, sería elocuente a la manera que lo es la naturaleza en sus más espontáneas manifestaciones. [IX]

     La primer poesía del Sr. López que vio la luz pública y que por cierto no forma parte de este volumen, fue una canción Al Guadalquivir, río celebrado por Herrera y Rioja, por Arguijo, por Góngora, y por casi todos los poetas andaluces.

     La segunda y la que reveló al poeta, fue la oda A Asia, publicada en La Discusión en 1859, cuando Monroy levantaba más alto su nombre. A esta siguió la serie de odas y canciones de que he de ocuparme en otro lugar, que han despertado los ecos líricos apagados en la tumba del poeta cartagenero como en el arpa de Zorrilla despertaron los de Espronceda, y han conquistado al Sr. López García la envidiable reputación literaria de que hoy goza.

     El periodismo que como la milicia o el claustro en otros tiempos, llama hoy a sí al mayor número de nuestros jóvenes poetas; esa literatura febril y militante, que nace y muere entre el calor de las pasiones, también hizo tributario al talento del autor, y El Eco del País, ilustrado periódico dirigido por el bien reputado escritor D. Eduardo Gasset y Artime, recogió en sus columnas, durante un año, sus arrebatadas inspiraciones.

     Las desgracias de su familia; la pérdida de sus padres, y del mayor número de sus hermanos, le trajeron de nuevo a Jaén, en donde contrajo matrimonio en febrero(7) de 1864, con la joven y simpática Srta. D.ª María del Patrocinio, hija de D. Manuel Padilla y Muñoz, y D.ª Carmen Ortega.

     No entraré en nuevos detalles biográficos del joven poeta; tampoco tiene muchos que añadir a los ya citados: y esta falta de vida material al lado de la prodigiosa de su espíritu, lejos de ser un vacío, es una recomendación.

     Basta además con las indicaciones hechas, para conocer que el dolor despertó su genio en 1855, y ese mismo sentimiento, reanimado por desgracias posteriores, ha podido imprimir carácter en sus obras, como la pérdida de su madre lo imprimió en las de Chateaubriand, y en la de su hermano querido, ilustrado y virtuoso, en las del marqués de Valdegamas.

     Acaso en esto estriba el tono de sus meditaciones, sobre todo el de la sentida Ante la tumba de Espronceda; acaso están en los sepulcros de sus padres y de sus hermanos muchas de las raíces de su fe.



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- III -

     El espíritu humano en su agitación constante, en su actividad eterna, en sus aspiraciones inmortales, va señalando con sus creaciones su paso por la tierra. Monumentos atrevidos de riquísimos detalles; moles sombrías de exterior severo; mármoles o lienzos que el buril o pincel animan, revelan en los perfiles de sus calados, en la gravedad de sus contornos, en sus rasgos y en sus tintas, las tendencias de los siglos y las nacionalidades que representan. Obras gigantes otras veces en que el genio del filósofo y del poeta abraza y sintetiza civilizaciones enteras, aparecen en la forma del libro para que en sus páginas, nuevas generaciones y razas nuevas tal vez, encuentren animadas las creencias, las costumbres, la vida de las sociedades, [X] cuya existencia publican la pintura, la estatuaria y las ruinas monumentales, hasta en los toscos caracteres de sus grietas. Por eso el Parthenón y la Iliada revelan a la antigua Grecia: el Colosseo y la Eneida, la Farsalia y El Capitolio a la Roma pagana; la catedral y el Dante, a la Edad Media; la Mesiada y el Fausto las dos fases del idealismo, del sentimiento del espíritu que lucha en las sociedades modernas, y el Vaticano a cuya sombra se levantan magníficas las sublimes creaciones del genio católico, la religión divina que sale de las catacumbas para arrollar legiones, ídolos y escuelas con su milicia de mártires.

     Es un hecho, pues, que lo mismo para las artes que para las letras, cada siglo, cada civilización tiene sus caracteres marcados, sus tendencias definidas, sus aspiraciones manifiestas; y siendo así, el poeta y el artista han de sujetarse(8) a ellas, si sienten la noble ambición de ser los intérpretes vigorosos de la sociedad en que viven, si quieren que en sus obras encuentren la posteridad la síntesis grandilocuente de su época.

     Las pirámides egipcias colocadas al lado de los pórticos de Libia y Pompeya, no habrían estado en su puesto en la Roma de Ovidio; el D. Juan de Byron sería un absurdo entre los héroes de Tasso o los personajes de Petrarca; el ángel rebelde de Milton no cabe en la tienda de Aquiles de Homero; los templos de Vesta y de Júpiter habrían rechazado las creaciones de Sanzio y de Murillo, y el Cipriano del Mágico prodigioso no puede confundirse con el Doctor Fausto, por más que se busque parecido entre la fábula del drama místico de Calderón, y la del poema escéptico(9) de Goethe.

     El mundo mitológico, aquellas jerarquías(10) de dioses ascendientes de los héroes de la Iliada viven con el ciego de Smirna(11) y acaban con él; apenas logra el cisne de Mantua reanimarlos, y el romanticismo de la Edad(12) Media los sustituye al fin por sus devotos y enamorados caballeros; bellísimas creaciones populares llamadas también a ser sustituidas por otras creaciones más simbólicas, más abstractas, más en armonía con los personajes de Hugo, de Schiller, de Byron y de Klopstock.

     Y es que a la belleza material y sensualista del arte pagano, sustituye la belleza espiritual y casta del cristianismo. Es que al espíritu caballeresco ridiculizado por Cervantes, sucede otro espíritu retrospectivo más culto, más severo, que bien pronto se cambia en un examen libre, analizador, exigente en el propósito de arrancar todos sus secretos al mundo material en que se agita. Es por último, que la forma se subordina a la idea, y la estética viene en cierto modo a reemplazar el viejo código de los preceptistas helénicos.

     De aquí que al trovador de los siglos medios no le sea ya permitido recordar en sus canciones las luchas de las divinidades del paganismo, ni al poeta moderno buscar como los provenzales en la gaya ciencia, todos los encantos, todos los atractivos, toda la belleza de sus obras.

     El arte moderno es más exigente: no se funda en las proporciones, en la perfección de las figuras; no se contenta con ajustarse [XI] a los preceptos que hombres de un talento teórico y especulativo formularon sobre las obras de Homero y de Sófocles, y que se conocieron más tarde con el nombre de Arte poética. No está hoy la belleza en tornear cláusulas, como dice el P. Sarmiento; está en la manifestación de lo infinito en lo finito, como afirma Schlegel, sin que por esto se entienda que el moderno ideal artístico ha de ser el que los discípulos de Spinoza buscan en su divinanzada naturaleza.

     Dadas, pues, las condiciones y las exigencias presentes del arte, es natural, que tanto la dominación libre y expansiva(13) de los trovadores, momentáneamente reanimada a principios del siglo actual, como el reinado de los retóricos a quienes la conquista de Grecia esparció por los pueblos occidentales, predicando el culto a la antigüedad, hayan tocado a su término.

     Acaso estas teorías parezcan peligrosamente libres a la severidad clásica; pero si así fuese, séame permitido recordar el ejemplo elocuentísimo de nuestros poetas del siglo XVII, censurados por Moratín con tanta dureza como injusticia. Encerrando los preceptos con seis llaves, y haciéndose más sordo a las voces de Horacio que a los del llamado vulgo, escribió el inmortal Lope de Vega, según propia confesión, sus famosas aunque desarregladas comedias, y trazó el camino que recorrieron Calderón y Téllez, Alarcón y Moreto.

     Buscando también su inspiración en las fuentes de nuestros romanceros populares, menos puras para el clasicismo que la Castalia y la Hipocrene, escribieron Quevedo, Góngora, y otros ingenios españoles, los bellísimos romances que aún recita el pueblo en sus veladas. Si las dos opuestas corrientes del mal gusto de la época, los llevaron en ocasiones a ser cultos o conceptistas, no es de tal hecho ciertamente de donde pueden sacarse argumentos en apoyo de la severidad clásica. No se deben medir con escala mezquina las obras de la imaginación, ha dicho Martínez de la Rosa después de escribir su Arte poética; no se las puede condenar liviamente(14) porque no quepan en los moldes de Aristóteles o de Horacio, ni decir al genio del hombre como Dios a las olas del mar ¡NO TRASPASARÁS ESTE LÍMITE!...

     Forzoso es convenir en que el viejo formulario del filósofo de Estagira no puede aplicarse con exigente severidad, ni a las nacionalidades formadas durante la revolución no interrumpida que se llama Edad Media(15), ni a los estados modernos. Aquellos siglos, creadores de las jerarquías religiosa y civil que combatió la filosofía del siglo XVII; aquellas sociedades con sus feudos y sus municipios, sus cruzados y sus teólogos, sus motes y sus enseñas, sus comunidades y sus torneos, sus trovadores y sus juglares: aquellos pueblos en fin, jirones(16) arrancados del manto de la reina del Tíber y gérmenes de nuevas nacionalidades esparcidos por Europa y América, no vivirán en el arte su vida propia encerrando su espíritu en la Carta a los Pisones.

     Y lo que no es aplicable a aquellos siglos más cercanos a la edad de la fábula, menos lo puede ser a las centurias y a las sociedades que arrancan del punto en que las jerarquías creadas [XII] por la Edad Media(17) principian a descomponerse y a modificarse; en que el espíritu de Bacon y Descartes se dibujan en los horizontes de la inteligencia humana; en que el poeta de Quedlimburgo se alza a cantar la fe en medio de los delirios de la duda; en que el siglo XVI con sus protestas, avanza a la vez que retrocede el poder del islamismo; porque estos pueblos y estas nacionalidades, invadidas e invasoras, con su centralización progresiva, sus milicias permanentes, sus tratados, sus descubrimientos, sus cortesanos, sus aventureros, sus tapadas, sus rufianes, sus dueñas, sus rondas, sus filósofos, se amoldan menos aun que los siglos medios, al lecho de Procusto de los preceptistas.

     Puede estudiarse el arte en su historia, en las fases de su desenvolvimiento; puede esta enseñanza formar el gusto que dificulta presuntuosos extravíos(18); pero no es posible modelar por los caracteres de un siglo todos los demás; no es conveniente coartar el libre vuelo de la fantasía con las rígidas ligaduras de envejecidos reglamentos.

     Cuando la forma por sí constituía la obra del arte, las reglas encaminadas a armonizar sus proporciones serían de útil aplicación para el poeta y para el artista; pero cuando la expresión se subordina a la idea, el genio ha menester que se le conceda la libertad necesaria para disponer la forma del modo que más convenga a la manifestación del ideal de sus concepciones. Tal vez el culto exagerado a la antigüedad y la imitación forzada de los modelos presentados por doctos preceptistas, han hecho que nuestra epopeya no pase de la Araucana y del Bernardo.

     Es por lo tanto evidente que la misión del poeta en el presente siglo no puede ser ni la de ataviar con anticuadas vestiduras, ideas, sentimientos y aspiraciones modernas, ni la de revestir con nuevas formas, tendencias, caracteres y acontecimientos pasados que ya han tenido en la historia del arte sus inmortales intérpretes. Los asuntos para sus obras, están sin duda en la sociedad en que vive, en su espíritu, en sus luchas, en sus controversias, en sus descubrimientos; por más que a las exigencias de su fantasía se puedan subordinar como a la inteligencia humana todos los siglos y todas las sociedades: sus personales reales o simbólicos no puedan ser los descendientes de las divinidades paganas, ni los interlocutores de una égloga, ni los justadores de un palenque; sino las creaciones fundadas en aquellos cuya actividad, cuyos sentimientos, cuyo espíritu, palpita en esas llanuras cruzadas por humeantes locomotoras, iluminadas por corrientes impalpables, y cubiertas por esa red de nervios metálicos que trasmite las sensaciones de los pueblos.

     Para condensar, para sintetizar este espíritu de las sociedades modernas en la esfera del arte; para hacer, según la frase del Sr. López García, que

                          en el taller de la idea
se funda la humanidad,

se necesitan condiciones que el cielo no concede a todos; mas no [XIII] porque la empresa aparezca difícil, ha de escribir el arte al frente del siglo XIX, lo que el Dante en la puerta de su infierno:

Lasciate ogni sperenza.



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- IV -

     Dado el punto de vista que a la crítica moderna le conviene adoptar para la apreciación de las obras del arte, dicho está el criterio que ha de presidir al examen de las poesías coleccionadas en este volumen.

     No porque sea mi propósito analizarlas minuciosamente para aquilatar su mérito, sino porque no haya motivo de extrañeza en el aplauso que el Sr. López García merece, tanto por la elección de los asuntos, como por la forma en que los ha expresado. No busca el autor de este libro su inspiración en las fábulas de la antigüedad; no evoca el espíritu caballeresco dormido en las ruinas del feudalismo; no sueña con delicadas pastoras, ni zagales filarmónicos, preocupación que como dice Karr, ya no es permitido tener. Tampoco se convierte en hortelano de facciones, como denomina Quevedo a los poetas naturalistas que abusando de los símiles aderezan el rostro de las mujeres con los atractivos de la botánica; ni menos se ocupa en ataviar con las galas del ingenio, y la armonía del ritmo, argumentaciones conceptuosas como algunos modernos escolásticos, ni en lamentar en plañidero tono, en estancias monótonas como los neo-románticos, sentimientos vulgares o aspiraciones estrechas; por último, no desciende a ese realismo materialista que como las plantas parásitas pretende arrastrar hoy el entusiasmo artístico, y ahogar entre sus ramas estériles la verdadera inspiración.

     A más altas generalizaciones, a ideales más abstractos, a sentimientos más íntimos, más elevados, más grandes, remonta su fantasía el joven poeta. La religión, la libertad, la patria; he aquí sus musas: la historia, el arte, la filosofía; he aquí sus auxiliares.

     Por esto, la inacción asiática le inspira en su primera oda un magnífico canto de esperanza, presentimiento de un porvenir más expansivo y más brillante bajo la influencia cristiana, para esa cuna del mundo a quien llama Herrera.

Asia adúltera en vicios sumergida.

     Los mártires cristianos sacrificados en el Líbano hieren su fe más tarde, y le hace prorrumpir en los graves, sentidos o indignados tonos de su oda a Europa y Siria.

     Polonia oprimida le arranca un elocuente y arrebatado grito de independencia, una brillante protesta contra la tiranía, al mismo tiempo que la idea liberal le lleva a recorrer la historia en busca de sus manifestaciones más simpáticas, para ofrecerlas como precedentes de un porvenir; hermosa condensación de nobles y generosas aspiraciones.

     El Mediterráneo, considerado como mar histórico, le inspira una bellísima y levantada oda; y la batalla de Wagren le da asunto para ensalzar de nuevo el heroísmo polaco, y renovar las [XIV] hermosas flores con que su imaginación adorna las aras de la patria y de la libertad.

     Otra meditación no menos levantada ni menos bella que la sentida ante el Mediterráneo, le inspira la obra gigante de Felipe II, El Escorial, sombrío y admirable monumento que parece destinado a guardar el espíritu de aquel monarca, objeto aún de apasionadas controversias.

     Nuevamente la historia le da asunto en Apio Herdonio, para cantar en grandilocuentes versos el patriotismo, idea predilecta, sentimiento querido a que vuelve a rendir culto en las arrogantes canciones al Callao, al Dos de Mayo, y a la Guerra de África.

     La viva fe, las religiosas creencias reveladas en las odas a Asia, a Europa y Siria, y a La Libertad, aparecen de nuevo en la paráfrasis bíblica El Canto del Profeta, en la notable canción filosófica La fe y la razón, en la bellísima oda El Día de difuntos, y sobre todo en el canto a La Religión.

     Por último, el arte en sí como manifestación de la belleza, y el arte como expresión del espíritu del siglo actual, le arrancan entusiastas canciones, que, como cuasi todas las poesías mencionadas, han reproducido con aplauso numerosos periódicos de España y América.

     No es mi propósito, repito, examinar una por una todas las poesías de esta colección, previniendo el juicio público con mis desautorizadas observaciones; no lo ha sido tampoco presentar las composiciones citadas como las mejores del libro; algunas hay omitidas en la anterior reseña, que acaso exceden a las mencionadas en elevación, profundidad, grandeza y expresión lírica así como se hallarán otras menos severas y levantadas, que sin embargo responden mejor a las exigencias y al carácter de esa poesía meridional arrogante, lujosa y expansiva, por lo cual no carecen ni de mérito literario, ni de significación artística.

     Mi propósito en el ligero examen de las poesías de que va hecha mención, ha sido únicamente demostrar cuáles son los móviles principales del poeta, cuáles sus sentimientos favoritos, cuáles sus creencias dominantes, y esto hecho, réstame sólo añadir, que el Sr. López García, inspirándose en las inagotables fuentes en que se ha inspirado hasta aquí, es un poeta que sigue la gloriosísima senda trazada por Herrera en sus canciones a la Victoria de Lepanto, y a la derrota de Alcazarquivir; la senda que indica Quintana a los poetas españoles diciéndoles:

                             Y si queréis que el universo os crea
dignos del lauro en que ceñís la frente,
que vuestro canto enérgico y valiente,
digno también del universo sea.

     La senda, por último, que Monroy habría recorrido si la muerte no lo hubiese atajado en su brillante carrera.

     El camino es áspero y difícil, pero es glorioso; la inteligencia cantando a la inteligencia; la fe inspirándose en sí misma; las grandezas y enseñanzas de la historia animadas; los más elevados [XV] sentimientos enaltecidos; las modestas virtudes alzándose sobre las arrogantes miserias; el pensamiento humano en su magnífico desarrollo. He aquí el camino del verdadero poeta en el siglo XIX.

     Y para ser este poeta, para sintetizar(19) en sus obras las aspiraciones, los caracteres de su siglo, el Sr. López García tiene como dotes reconocidas, la osadía en las imágenes, la grandilocuencia en la expresión, la brillantez en las generalizaciones, la sonoridad en las cláusulas; y como alma de todo esto, una fe viva, un grande ideal filosófico, un levantado sentimiento científico que encubrir con tan rica vestidura.

     Tal vez haya quien le juzgue de otro modo; tal vez alguien le pida tonos más templados, colores más pálidos en sus canciones para que en ellos encuentre el espíritu algún descanso a los arrebatados vuelos de su fantasía; y no será difícil, por último, que Aristarcos descontentadizos, juzguen defectos las que a mí me parecen bellezas; sean sin embargo los que fuesen los juicios sobre este libro, la divergencia de opiniones, si acaso existe, solo servirá para confirmar estos versos de un poeta antes citado:

                             En las obras y en los modos,
querer contentar a todos
es contentar... a ninguno.

     La senda está señalada por el ilustre poeta a quien llamó Pacheco insigne patriarca de nuestra literatura; siguiendo por ella se pueden, no sólo emular las glorias de Píndaro, sino aspirar a las de Homero; nuestra epopeya que ha tenido asuntos como el descubrimiento del continente americano y la guerra de la reconquista, y héroes como Colón y el Cid, está aún en nuestros romanceros, como la epopeya griega(20) en las fábulas de los rapsodas, antes de la Iliada.

     Falta un genio que la abarque, que la exprese en los levantados tonos que exige; si el profundo cantor del Arte y el Siglo se siente con valor necesario para acometer tamaña empresa; si asido a su fe cristiana se encuentra fuerte para engolfarse en el proceloso mar del moderno racionalismo sin naufragar en los escollos de la duda; si tiene la abnegación de consagrar los mejores años de su vida a tan gigante obra, hágalo, pues; con solo intentarlo, merecerá bien de la patria literatura. Antes de escribir su poema escribió sus odas y sus baladas el solitario de Weimar, y a pesar del indisputable mérito de sus líricas, sin el Fausto, no habría llegado a ser el poeta admirado y controvertido por la Europa moderna.

Juan A. de Viedma. [1]





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Libertad

ODA
                                                      Sagrada libertad; a tus altares      
llega el cantor; su fatigada frente
tímida no ambiciona
el sagrado laurel resplandeciente
que del genio feliz la sien corona: 5
a ti van mis cantares
siguiendo su destino
como rueda el torrente hacia los mares:
pues fiel a ti, sin que el poder me asombre,
bendigo a Dios al bendecir tu nombre. 10
   Sagrada libertad, tuyo es mi canto;
feliz mi pensamiento, te adoraba
aun antes de nacer; que el alma mía
libre ya se llamaba
cuando del cielo al mundo descendía: 15
llegué a la tierra, al borde de mi cuna
tronó el cañón; la sangre de tus hijos [2]
desde la guerra salpicó mi frente;
y al despotismo fiero
levantarse hacia ti, como la nube 20
se levanta hacia Dios, y arrebatado
lloré, porque aprendí trémulo al verte
en medio de la guerra,
que tu amor en la tierra
se paga con sepulcros a la muerte. 25
   Hombre después, los anhelantes ojos
volví al pasado, y te miré dormida
de la nada en el seno,
esperando el momento de la vida.
Te vi elevarte al SEA, 30
padre de la creación; te vi con brío
revolverte en la idea
que llenaba de mundos el vacío;
te vi con raudo vuelo
cruzar los montes, agitar los mares, 35
cabalgar en los soles,
que rodaban hirvientes por el cielo;
te vi sobre la ola
levantarte y flotar, besar la nube,
y en raudo torbellino 40
cruzar por el espacio,
do la creación al tiempo aparecía,
dejando con amor santo y fecundo,
un beso en cada mundo
que del aliento del Creador nacía. 45
   Después abrí la historia; vi a los siglos
cuan inmensos gigantes,
dejar sus tumbas, agitar sus mantos
y volver a la vida; ante mis ojos
libres aparecieron 50
las mil generaciones
que las olas del tiempo sumergieron; [3]
vi razas y ciudades
aparecer, pasar; miré al pecado
sobre el trono del mundo, y a los hombres 55
sin conciencia de Dios, y escuché el grito
del ángel que lloraba,
al ver con duelo eterno
fija en la frente de la raza esclava
la sombra del infierno. 60
   Volví a mirar, y con dolor y espanto
vi a la nube crecer, rugir el viento
al soplo de la cólera divina;
miré alzarse la ola en son de guerra
sobre el borde del mar; la vi lanzarse 65
con la muerte en el seno
rugiendo de furor sobre la tierra:
vi la última figura
sobre el último monte maldiciendo;
y el agua se elevaba 70
en remolinos rápidos hirviendo,
y al fin llegó; con cántico profundo
se extendió en el vacío;
a los ojos del sol se borró el mundo,
y aún la muerte buscaba, 75
y aún el terrible mar, ronco y bravío
por cima de los montes se empujaba.
   Y vi después en el espacio errante
al silencio vagar; miré a las sombras
irse extendiendo en pabellón flotante; 80
vi la luna cual lámpara sombría,
dejar vagos reflejos
sobre los velos de la noche umbría,
y a su rayo de luz descolorido
miré al ángel llorando, 85
y al supremo Jehová triste mirando
el cadáver del mundo sumergido. [4]
   Después la luz del día
trémula apareció; nave valiente
agitaba su vela 90
sobre el Ponto magnífico y rugiente;
el árbol de la vida
volaba allí llevando la esperanza
sobre el mástil tendida;
y allí te vi flotar sobre las olas, 95
como una aparición de dulce nombre
que llevaba en su vuelo
la bendición del cielo
al nuevo mundo que esperaba al hombre.
   Volvió a nacer la historia; vi a los pueblos 100
sin conciencia de sí; razas feroces
sobre la faz del mundo se empujaban;
el grito de la guerra
ocupaba el espacio; un mar de sangre
levantaba su faz sobre la tierra; 105
la barca funeral del despotismo,
agobiada de crímenes, flotaba
sobre el sangriento mar; el sacerdote
con la frente sombría,
en la sangre inocente 110
empapaba su manto; torpe y fría,
la plebe ante sus pies se prosternaba
sin comprender en su delirio ciego
aquella religión hija del fuego
que en sangre como el tigre se bañaba. 115
   Vi al esclavo infeliz dejar la cuna,
y con frente serena
tender al viento las impuras manos
buscando una cadena;
lo vi sin pensamiento 120
agitarse y temblar al pie del trono
del iracundo déspota al aliento, [5]
y comprendí sin calma
ante aquel cuadro de dolor y guerra,
que el esclavo es la tumba de su alma, 125
y el negro despotismo
la maldición de Dios sobre la tierra.
   Y percibí tu acento
¡Hijos!... diciendo con amor doliente...
y vi al mundo agitado 130
seguir en su cadena indiferente
al duro pie del despotismo atado:
y la guerra seguía;
y las razas impuras atizaban
el fuego vil que sobre el ara ardía; 135
y pueblos y naciones
rodaban entre lágrimas y llanto:
las tumbas se apiñaban;
la muerte y el espanto
sobre el mundo sangriento cabalgaban; 140
y nadie a tus acentos respondía,
ni escuchaba la voz de tu cariño,
porque era el mundo niño,
y a su madre infeliz no conocía...
   Y vinieron más siglos; en las tumbas 145
en ceniza quedaron
las míseras naciones; de tu lumbre
los rayos reflejaron
en la frente del hombre; alzó los ojos,
y con ardiente anhelo 150
al fin te divisó radiante y pura,
brindando al mundo con tu amor un cielo.
   Y rodaron coronas
de libertad al sacrosanto grito;
y el déspota iracundo 155
por el Señor maldito
alzó sobre tu altar su brazo fiero, [6]
sin comprender en su brutal violencia
que para herir tu nombre
es necesario arrebatar al hombre 160
en pedazos del alma la conciencia.
   Mas tu nombre brilló; Grecia gigante,
lo fijó en su bandera; al Ganges frío
y al Nilo turbulento
llegó tu luz sagrada; el sacerdote 165
dejó el hacha terrible
sobre el impuro altar, y oyó espantado
los ayes que brotaban
al herirse los mundos que chocaban.
   Y se alzaron los déspotas sombríos 170
otra vez contra ti; tu aliento puro
se refugió llorando
en el mundo del arte
que en las alas del genio se iba alzando,
y hasta allí el despotismo 175
llegó con el puñal; pero fue en vano;
que el brazo de Dios mismo
se lo arrancó sangriento de la mano.
   Aquel tu mundo fue; tu lumbre pura
dio brillo a las creaciones 180
del artista inmortal; bañó los muros
del alto Partenón; tiñó en su lumbre
la frente del poeta
que cantaba los cielos y los mares,
osando arrebatar con mano inquieta 185
el fuego criminal de los altares.
   A tu divino aliento
la roca endurecida
calló sobre los pórticos de Atenas,
guardando un pensamiento; 190
el genio alzó sus alas:
Píndaro hirió el laúd; agitó Apeles [7]
su mágico pincel; Fidias divino
envolvió sus creaciones
en montes de laureles, 195
y Homero arrebatado
por el hirviente carro de la gloria
a tu carro magnífico enlazado,
cantó libre y profundo
con el arpa de Dios trovas al mundo. 200
   Después Grecia cayó; blanca paloma,
tu genio peregrino
llevó el arma del arte
a los muros magníficos de Roma;
tu nombre se fijó en el estandarte 205
del pueblo Rey; al rayo de tu frente
dilató sus banderas,
imponiendo su ley a las esferas.
   Y vinieron más reyes;
y la guerra extendió su brazo impío 210
por montes y por mares;
creció en el trono el despotismo frío
arrancando las hojas de tus leyes;
vi grupos de tiranos
estremecer(21) la tierra 215
al ronco son de guerra;
vi al pueblo rey crecer sobre las tumbas
de los pueblos vencidos; lo vi grande
soñar tras sus victorias,
más esclavos, más tronos y más glorias; 220
y en vano te busqué: despedazada
por las ruedas veloces
del carro de los déspotas, apenas
respondiste a mis voces
con el doliente son de tus cadenas. 225
 
.........................
 
¡Cuántos, sagrada libertad, murieron [8]
víctimas de tu amor; cuántos sepulcros
a tus plantas se abrieron!...
Por ti el héroe espartano
asombra al persa al levantar su tumba 230
por muro entre la patria y el tirano.
Por ti con arrogancia
en ceniza y en humo se convierten
los hijos de Numancia.
Por ti eleva Sagunto sus hogueras 235
hasta el trono del sol, dando en su gloria
orgullo a las esferas,
mártires al Señor, luz a la historia.
Por ti trémulo Bruto
levanta sobre el trono del guerrero 240
la muerte en el puñal; por ti valiente
el indómito ibero,
en el cántabro mar sepulta impío
de Roma la gigante el poderío.
Por ti el mártir cristiano 245
del circo en la ancha arena
bendice a Dios, entre el rumor salvaje
del tigre y de la hiena.
Por ti ruedan los Gracos
al pie del Capitolio; por ti nacen 250
para eterno blasón de las naciones,
Pompeyos y Espartacos,
Pelayos, Viriatos y Catones:
y por ti con amor cuan grande fuerte
Jesús desciende, se transforma en hombre, 255
y con sangre divina escribe un nombre
en el libro terrible de la muerte.
 
.........................
 
   ¿Y ha de ser siempre así? ¿Será el martirio
la corona del libre? ¿Acaso el mundo
es el hacha terrible de la idea? 260 [9]
¿No es bastante la cruz, para que el río
que entre espumas de sangre va profundo
al insondable mar, ceda en su brío?
¿Será acaso la negra tiranía
el fruto de la tierra? ¿Será en vano 265
ese rojo Océano
que devora un sepulcro cada día?
   No: lo dice Jesús; de polo a polo,
la humanidad entera
debe ser sobre el mundo un hombre solo. 270
¿Lo escuchasteis, tiranos?...
Lo manda Dios; el cetro de la tierra
por momentos se escapa a vuestras manos.
En vano las cadenas
apretáis con furor; el pensamiento 275
rebosa en el espacio; él está escrito
en el seno profundo de los mares;
en el sol, en el viento,
en la cruz, en la tumba, en los altares.
Él ocupa la gloria 280
bajo el manto del mártir; reverbera
en el libro gigante de la historia:
él flota en la bandera
del libre porvenir; llena el vacío,
y se dilata con pujante vuelo, 285
desde el hombre hasta Dios, del mundo al cielo.
   Es la nube gigante
que recibió en sus alas
el llanto funeral de las naciones,
y que al romper su seno 290
levantará las olas poderosas
de cien y de otras cien revoluciones;
es la luz, es el aura, es el ambiente,
es el eco de Dios, que doquier zumba,
levantando clemente, 295 [10]
nuevo Lázaro, el mundo de su tumba.
 
.........................
 
   Pasad, pasad; en vano
lucháis sobre el sepulcro; de la arena
en breve rodará el último grano,
y llegará ese día, 300
que el bueno espera, y que os arranca asombros,
en que todos los libres a porfía
al levantarse a Dios, del mundo en hombros,
dirán llorando: «A ti te lo debemos;
bendito siempre tu poder profundo; 305
libre, sin guerra ni ambición el mundo,
por pedestal, Señor, te lo ofrecemos.» [11]
 
 
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¡Stabat mater!

 
I
      ¡Pobre Madre! está llorando
   al pie del santo madero;
   el pueblo murmura fiero,
   por la montaña girando,
      y la luz muere en la sombra; 5
   y el nublado se agiganta,
   y la creación llora y canta
   con voz que aturde y asombra.
      ¡Pobre Madre!... ante los sones
   de sus dolientes afanes, 10
   alzan truenos y volcanes
   sus más terribles canciones.
      Y el ángel llora... y se arredra,
   rugen los mares inquietos,
   y se alzan los esqueletos 15
   sobre sus tumbas de piedra.
      Porque es tan hondo el pesar
   de la Madre del amor, [12]
   que llora el mismo dolor
   al contemplarla llorar! 20
 
II
      Ella vio al hijo nacer
   su esperanza realizando;
   ella le durmió cantando
   las endechas del placer,
      ella, con ansia divina 25
   dejó sus plácidos lares;
   cruzó de Judá los mares,
   las cumbres de Palestina;
      y siempre del Hijo en pos
   le siguió amante y serena, 30
   ¡como sigue el alma buena
   la sombra santa de Dios!...
      Hoy... pobre Madre... lo mira
   sobre el Gólgota sangriento,
   suspiros lanzando al viento 35
   que en torno del árbol gira.
      Lo mira triste, llorando
   por el pueblo su asesino;
   oye su acento divino
   ¡perdón!... ¡perdón!... murmurando. 40
      Ve sus sienes desgarradas
   por las espinas crueles;
   ve marcados los cordeles
   en sus manos venerandas:
      y si oye de su ansia en pos, 45
   del pueblo el acento fijo,
   ve... ¡que le matan al Hijo
   por el crimen de ser Dios!... [13]
 
III
      Pura... mística azucena
   del desierto de la vida; 50
   lámpara siempre encendida
   para templar nuestra pena:
      ¡celeste y eterno lirio
   por los ángeles cuidado;
   puro clavel perfumado 55
   con la esencia del martirio!...
      Yo vengo, Madre, a besar
   las estrellas de tu manto:
   vengo a regar con mi llanto
   los mármoles del altar: 60
      yo padezco a tu dolor;
   lloro al mirar tu agonía;
   yo tengo por ti, María,
   rico manantial de amor.
 
.........................
 
      Del relámpago a la luz 65
   que la tormenta anunciaba,
   yo vi a Dios que vacilaba
   bajo el peso de la cruz.
      Lo vi triste ante el desdén
   del pueblo vil y asesino; 70
   lo vi con llanto divino
   llorar por Jerusalén.
      Vi su cabeza sangrienta
   tocar en la dura roca;
   vi un insulto en cada boca, 75
   y en cada grupo una afrenta.
      Y al verte a su lado ir
   dije con llanto de amor: [14]
   ¡pobre Madre del dolor,
   cuánto deberá sufrir...! 80
 
IV
      Pueblo... con llanto profundo
   ve a contemplar su agonía;
   hoy es la fecha, es el día
   de la redención del mundo.
      Do quiera se oye el concierto 85
   de la más honda tristeza;
   hasta la naturaleza
   parece que toca a muerto.
      El templo, todo es dolor;
   negra el ara, poca luz; 90
   sobre el sacro altar, la Cruz
   sosteniendo al Redentor.
      Al pie de la Cruz, María...
   cerca, el sacerdote implora;
   allá en las tinieblas, llora 95
   el órgano una armonía.
      De las campanas el son
   no se mezcla en el lamento,
   por no turbar en el viento
   los ecos de la oración; 100
      y la luz que ante el altar,
   mal a la sombra resiste,
   está tan triste... tan triste,
   que no se atreve a alumbrar...!
      Todo es llanto, y es dolor; 105
   mujeres, niños, ancianos,
   venid, venid de las manos
   a llorar al Redentor...!
      Venid ante el que se inmola
   por calmar vuestra alegría; 110 [15]
   venid a ver a María
   que está sollozando, y sola...!
      Llegad de vuestros hogares
   con ofrenda a sus dolores;
   dejad los campos sin flores 115
   para adornar sus altares,
      y no deis al corazón
   hoy consuelo a su quebranto,
   porque será vuestro llanto
   la segunda Redención...! 120 [16]
 
 
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El día de difuntos

 
CANTO
I
   Silencio... las campanas...
¡Ay del hombre mortal! ¡ay del doliente!
de la noche en el seno
sin pena dormirá sueño tirano,
y su entusiasmo ardiente, 5
como lienzo fecundo
que borra el tiempo con impura mano,
se borrará del mundo...
¡Ah! en el solemne día
en que los muertos abren sus ciudades 10
vacila la razón: ¡sombras humanas!
¡ilusión del placer! ¡santo delirio
de un amor inmortal...! ¡glorias del arte!
volad lejos de aquí... todo termina
al borde del sepulcro; loco empeño 15
formará de la vida la quimera,
por dejar una flor, una siquiera,
sobre la leve realidad de un sueño. [17]
Mentira es el placer; mentira el fuerte
alto destino de la gloria humana; 20
mentira la ilusión; ¡verdad la muerte!...
 
.........................
 
¡Torpe dolor!... ¡estéril amargura!
¿por qué prensar al corazón que llora
del hombre la continua desventura?
Sorda la tierra al ruego, 25
mata la forma; despedaza fiera
la belleza del mundo sin sosiego:
agentes de su cólera indomable
son las materias que en tropel inmundo
la cruzan por do quier; su boca impura, 30
las tumbas nobles, míseras o extrañas,
que amenazando al ánima oprimida,
esperan los escombros de la vida
para nutrir con ellos sus entrañas:
el labio delicado; 35
la azul pupila inquieta;
el pecho de la hermosa, altar sagrado
donde ofició el amor; la del poeta
libre cabeza que con noble anhelo
sintió latir la inspiración gloriosa, 40
y se alzó poderosa,
Colón del arte a descubrir el cielo,
todo termina aquí. La madre tierra,
¡ay! es la sola madre
sin entrañas de amor; en vano un día 45
la cubrirá la primavera ufana
de flores y armonía;
en vano sus verdores
dará a los prados, a las huertas frutos,
purísimos colores 50
al pálido rosal; en vano, en vano,
dará gentil rumor a la corriente [18]
y aroma y luz al céfiro liviano:
al pie de esa belleza,
vive la destrucción. Sordo usurero, 55
la tierra mata si a vivir empieza;
asienta en los despojos
su esfuerzo colosal; traga, devora,
y cuando altiva en su poder se engríe,
hipócrita y traidora, 60
¡con jugo de sus víctimas sonríe!...
   Y la muerte también... ¿Quién ha parado
su carrera triunfal? Sobre ruinas
la ve el presente y la miró el pasado,
el inútil dolor no la contiene; 65
atleta destructor, fiel mensajero
con porte a las orillas del profundo,
continuamente se retira o viene,
secos sus ojos al dolor del mundo...
   En lucha con la vida 70
trabaja sin cesar; el universo
es su circo gigante; espectadores
de sus rudas hazañas,
los que esperan morir: ¡madres! ¡hermanos!
no busquéis la piedad en sus entrañas, 75
ni tendáis a sus huesos vuestras manos;
esqueleto fatal, forma sin vida,
no escucha vuestra mísera tarea;
y si llora la madre al hijo bueno,
arrancando el cadáver de su seno, 80
el charco de sus lágrimas vadea...!
 
II
   Mas, ¿por qué ese dolor? En otros días,
cuando el viento oreaba
la sangre de Jesús; cuando el Calvario [19]
recordando divinas agonías 85
bajo la sombra de la Cruz temblaba,
yo vi al circo romano,
arcada colosal, timbre del arte,
vacilar en su altiva pesadumbre
al peso impuro del furor pagano: 90
miré a la muchedumbre
ebria de sangre; percibí en la altura
bajo el arco del César, al soberbio
Pontífice y señor, símbolo vivo
de aquel pueblo sin fe; lo vi arrogante 95
sobre varas de lictores altivo
despreciar a las turbas, y opulento
tender el cetro que aun el orbe doma,
sobre el circo sangriento
de la materia altar, templo de Roma, 100
patíbulo brutal del pensamiento.
Vi a la señal terrible
la arena retemblar; miré la puerta
moverse, vacilar, girar incierta,
y percibí espantado 105
la bárbara armonía
que en el espacio ardiente se enlazaba,
del tigre que a las turbas saludaba,
y del pueblo que al tigre respondía.
   Y... allí, sola, en el seno 110
de la plebe romana;
alta la frente, el corazón sereno;
la túnica cristiana
sobre el hombro robusto, y en los brazos
la imagen de Jesús, noble y tranquila, 115
miré a la Fe: su santa cabellera
flotaba el aire vagorosa y pura
cual si el ala del ángel la moviera;
asidos a su blanca vestidura [20]
los mártires cristianos, 120
¡Salem! gritaban en pujante coro,
esperando el dulcísimo tesoro
con la oliva de amor entre las manos:
y las turbas hirvientes
cantaban y rugían; 125
y Nerón, ostentando la corona
de PONTÍFICE y DIOS, la alta cabeza
levantaba en el circo; y vacilaba
la columnata ruda
del vasto coliseo 130
al continuo aplaudir; y en tanto humilde,
excitando del pueblo el ansia fiera,
la Virgen del Señor se arrodillaba,
se enclavaba en la cruz con alma entera,
y su pecho divino, 135
que la fiera mordía,
palpitaba de amor, moviendo el lino
que sus formas castísimas cubría...
   ¡Cuadro consolador! ¡lienzo sublime!
Detén, fantasma impío 140
de la duda fatal tu voz potente:
ya el espíritu gime
con tranquilo dolor, y el alma inquieta,
rompiendo la terrena vestidura,
se alza a Jesús con incansable vuelo; 145
desgarra la materia, al dolor doma,
y arrollando a Palmira y a Sodoma,
torna a Jerusalén, remonta el cielo.
   La fe vuelve a lucir; su luz me ayuda.
¡Vírgenes del Señor...! ¡santos atletas, 150
columnas de la Cruz...! ¡dulces cantores...
indómitos profetas
cuyos plectros de oro
templó en sus manos Dios...! ¡legisladores [21]
que disteis vuestras leyes 155
al pueblo ungido que cruzó el desierto
nutriendo con ilotas y con Reyes
la estirpe de David...! ¡Arpas sonoras
de Daniel e Isaías...!
¡Mártires sobrehumanos 160
que hicisteis, agitando las enseñas
de destinos fecundos,
rodar los muros, palpitar las peñas,
temblar las aras y oscilar los mundos...!
¡sustentar ya mi fe!... ¡Que yo la mire 165
romper en las conciencias
de la duda los bárbaros altares,
y asentar en fortísimos pilares
la santa catedral de las creencias!
¡que mi espíritu ciego 170
en claridad gloriosa se ilumine!
¡Que vacile la sombra al claro fuego,
timbre de la verdad! ¡Que monte y río
deponga su grandeza
del amor al inmenso poderío! 175
¡Que la luz inmortal deje su rayo
sobre la niebla inerte!
¡Que la divina idea
domine al universo! ¡Que la muerte,
Tabor glorioso de los hombres sea! 180
 
III
   ¿Qué es la materia ya? Con fe y sin pena
la destrucción admiro;
pasto seré de su brutal faena,
¡y por morir suspiro...!
Ni espigas ni colores 185
nutrirá con mi fe; de mi amor santo, [22]
no brotarán ni líquenes ni flores.
Altivo en mi poder, ya la contemplo
romper la forma con augusta calma;
¡el sepulcro, es el templo 190
de donde nace el alma...!
¿Y la muerte, qué es ya? ¡Madre amorosa,
arca de libertad; fiel peregrino
de la Canaán dichosa,
donde la vid purísima, cargada 195
de racimos de amor, mece su tallo
de Dios enamorada;
mensajero del bien; pórtico augusto
de la eterna región; titán sombrío
de atlético poder, que audaz vadea 200
el piélago insondable
que hay entre Dios y el hombre; dulce aurora
de paz y de alegría;
límite del dolor que nos devora;
mañana del saber; puerta del día! 205
 
.........................
 
   Pequeño el mundo, dilatado el cielo,
infinito el amor que tras la tumba
sube al Eterno con potente vuelo,
la muerte no es verdad; en otras horas
sus fúnebres regiones 210
decoraba el dolor; la negra duda
cruzaba sin piedad los panteones,
y con falaz violencia
las lágrimas del mundo
rebosando sin dique en la conciencia, 215
ocultaban a Dios. Mas desde el día
en que la cruz triunfal, sobre los hombros
de la colina agreste alzó sus brazos
por montes y por mares,
trasformando en pirámides(22) de escombros [23] 220
los ídolos de Roma y sus altares,
el dolor tiene fin; la tumba es foco
de claridad divina: Dios al yugo
de la muerte cedió; sufrió su imperio,
la aceptó por verdugo; 225
mas al alzarse del Eterno y Fuerte
sobre el cadáver santo,
para consuelo del amor y el llanto,
¡enclavada en la Cruz murió la muerte...!
 
IV
   Dejad que las campanas 230
repitan su canción: ¡niños, ancianos,
huérfanos sin hogar, madres dolientes,
que del dolor en las terribles sañas
con lágrimas sin fin lloráis al hijo
que tuvo por altar vuestras entrañas... 235
¡empezad la oración!... ¡ese sonoro
rumor triste de bronce; esa armonía,
forma sentida del mundano lloro;
ese gemido que el espacio llena
y a Dios el eco que los mundos lanza, 240
no es acento de duda o de rencores,
que si llora en su voz nuestros dolores,
acompaña también nuestra esperanza...! [24]
 
 
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Arte

 
      Arte, palabra divina
   que gloria al talento augura;
   plácida luz que fulgura
   sobre una santa colina;
   pura fuente cristalina; 5
   águila de eterno vuelo;
   ángel que canta en el suelo
   melancólicos amores,
   brindando al talento flores
   de los jardines del cielo. 10
 
      Por él, titán soberano
   Miguel Ángel se agiganta,
   y hasta los cielos levanta
   la cruz del templo cristiano;
   por él, arranca Ticiano 15
   al cielo su luz hirviente,
   y por él, Osián potente,
   dando formas a la idea
   como Dios, al gritar SEA
   lanza un mundo de su frente. 20 [25]
 
      Por él, el gran Cicerón,
   águila de la elocuencia,
   sube al templo de la ciencia
   escalón por escalón:
   por él, con mística unción 25
   canta David sus creaciones;
   y por ceñir sus blasones
   le dan a su gloria fieles,
   Cano y Van Dijk(23), sus pinceles;
   Lope y Dante sus canciones. 30
 
      Por él, el genio sediento
   que eternos templos se labra,
   da seres a la palabra
   y a las rocas pensamiento;
   ante su potente aliento, 35
   la tierra cede sin tino;
   pues el mar, el torbellino,
   la luz, el monte, la aurora,
   son una creación sonora
   que hizo un Artista Divino. 40
 
      Por él, la mente se agita;
   por él, vive la esperanza;
   por él, la dicha se alcanza;
   por él, la conciencia grita;
   su luz es siempre bendita, 45
   y su poder tan profundo,
   que un rey, Felipe segundo,
   porque el Orbe no le viera,
   arrojó el arte de Herrera
   entre su tumba y el mundo. 50
 
      A los ecos de su nombre
   que aromas de gloria lleva, [26]
   el hombre hasta Dios se eleva,
   y Dios desciende hasta el hombre;
   a nadie su altura asombre 55
   teniendo fuerza y aliento,
   pues a ese alcázar que el viento
   arrulla sobre alto muro,
   se llega con pie seguro
   por la escala del talento. 60
 
      Genio que a la altiva cumbre
   te vas alzando valiente,
   ansiando ceñir tu frente
   con un rayo de su lumbre;
   sigue... y si en la muchedumbre 65
   protesta algún ser artero
   contra el arte que venero,
   dile con desdén profundo,
   que es la primera obra, el mundo,
   Dios, el artista primero. 70 [27]
 
 
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Napoleón y los héroes del 2 de mayo

 
SONETO
   Ellos murieron con la frente erguida;
también la tumba devoró al coloso
que humilló con su brazo poderoso
la cabeza de Europa enardecida.
   Ellos cedieron con afán su vida 5
por el patrio blasón, noble y hermoso;
él, por regir con cetro belicoso
segundo Dios la humanidad vencida.
   Una corona altiva y esplendente,
del tercer Bonaparte el culto abona 10
regia brillando en su blasón potente;
   de ellos la tumba la virtud pregona;
¡héroes... dormid en paz...! para el que siente,
vuestra tumba es mejor que su corona...! [28]
 
 
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El poema de la vida

 
I
      En brazos de la inocencia
   cruzando voy candoroso
   ese crepúsculo hermoso
   preludio de la existencia.
      Del valle la flor galana 5
   me da sus limpios colores;
   el bosque sus ruiseñores,
   y sus tintas la mañana:
      y el astro consolador
   que al mundo su luz envía, 10
   me manda al nacer el día
   la sonrisa del Señor.
      Mi madre en dulce ansiedad
   sencilla, pura y amante,
   tras la bóveda gigante 15
   me muestra la eternidad:
      y escuchando su lección
   lleno de dulce embeleso,
   entre el murmullo de un beso
   recibo su religión. 20 [29]
 
II
      Ya llegó la juventud,
   y el alma a sus resplandores
   se duerme en otros amores
   con dulcísima inquietud.
      Mi adorada frenesí 25
   en la esperanza se agita;
   mundana gloria me grita
   ¡qué es el mundo para mí!
      Y en mi ardiente corazón
   que se consume anhelando, 30
   gigante se va elevando
   la hoguera de la ambición.
      Cuanto miro, todo es mío;
   la mar, la arboleda, el monte,
   la nube y el horizonte 35
   que se duerme en el vacío;
      porque en su albor matinal
   el alma ardiente ambiciona,
   tener al sol por corona,
   y al mundo por pedestal. 40
 
III
      El sueño de mi ilusión
   la realidad lo ha deshecho;
   apenas hallo en el pecho
   cenizas del corazón.
      La mujer que tanto amé, 45
   mató mi esperanza hermosa:
   al pie de una misma losa
   están mi madre, y mi fe;
   tuve un hijo... y me olvidó; [30]
   la gloria mató mi encanto; 50
   me arrojé en brazos del llanto
   ¡y hasta el llanto me dejó!...
      Y corro sin ver jamás
   el consuelo en lontananza;
   porque sé que la esperanza 55
   ¡es una mentira más!
      Toda ventura se aleja
   por el árido desierto;
   ¡la humanidad es un muerto,
   que en su sepulcro se queja! 60
 
IV
      En la triste senectud
   penetro con paso fijo,
   en la mano el crucifijo
   y a los pies el ataúd.
      La fe me vuelve a alumbrar 65
   en mi lóbrega carrera;
   ¡DIOS! murmura la pradera;
   ¡DIOS! el cielo; ¡DIOS! el mar.
      Y de la esperanza en pos
   corro al sepulcro llorando, 70
   porque en él me está esperando
   la sombra santa de Dios.
      Del ánima dolorida
   ya se acabó el desconsuelo;
   sobre la tumba, está el cielo 75
   que es más grande que la vida. [31]
 
 
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Polonia

 
ODA
   ¿De quién es? ¿De quién es esa corona
que en la orilla del Vístula sangriento
rota se ve? ¿De quién esos gemidos
que lleva el ronco viento
por la inmensa región? ¿De quién la lira, 5
que entre secos manojos de laureles
ni canta, ni suspira?
 
.........................
 
   Un pueblo fue lo que se ve en escombros;
del fondo sepulcral de esas ruinas
eterna maldición sobre la tierra, 10
gritos de amor y libertad brotaron;
y salieron cantores;
y el aura de la paz, besó las flores
que las hoces del déspota segaron.
   Un pueblo fue; Polonia se llamaba...; 15
en venturosos días,
con la fuerza del simoun arrojaba [32]
sus tercios a vencer; ellos hollaron
de Tiro las ruinas
que palacios y templos coronaron; 20
el turbio Niemen apartó sus olas
para verlos marchar; en los jardines
de la Persia abrasada,
desplegaron sus blancas banderolas
al grito de la lid arrebatada; 25
los vieron las riberas
del Éufrates y el Nilo turbulentos,
fieros herir; las frentes altaneras
del Cáucaso y el Atlas se doblaron
al peso de sus huestes, y temblaron 30
los árabes vencidos
bajo el ancho crespón de sus banderas.
Del Apenino azul por las vertientes
la sangre de sus hijos
al mar de Italia se lanzó en torrentes; 35
y sus águilas libres se extendieron
por los anchos espacios
y cruzaron los montes y los mares,
e indómitas se irguieron
de la torpe Estambul en los palacios, 40
y de Roma la vieja en los altares.
 
.........................
 
   Un pueblo fue... y envilecido ahora,
mira expirantes(24) a sus tercios bravos;
el águila señora
pendón de libres en gloriosos días, 45
arrastrada se ve por los esclavos;
altivo el extranjero
duerme en su hogar; las hojas de sus leyes
de escarnio sirven a menguados reyes;
sollozando sin paz, yerta de ira, 50
imagen del dolor al mundo mira; [33]
y al verlo contemplando
con torpe duelo su dolor profundo,
sacude sus sepulcros, protestando
contra la inútil compasión del mundo... 55
   ¡Mísera humanidad!... desde su cuna
el crimen tiraniza su existencia;
del justo Abel la ensangrentada fosa
es el primer calvario
que levanta la saña a la inocencia: 60
de allí brota el pesar; de allí el encono,
y pasan luego razas y ciudades,
y un trono se hunde, y se levanta un trono,
y en lucha horrible y fuerte
se arrastran pueblos, razas y tiranos, 65
y ruedan por las puertas de la muerte
con el puñal sangriento entre las manos.
Y Dios se enoja; con furor profundo
a su placer levanta
el mar soberbio hasta su regia planta, 70
y el hombre muere, y se desquicia el mundo.
Y vienen otras razas y otros hombres;
y apenas en la tierra,
levantan a la voz de sus enconos
altares a la guerra, 75
templos al vicio, al despotismo tronos:
y pasan los señores
agitando a los pueblos espantados;
y van los pueblos viles,
lo mismo que reptiles 80
al carro de los CÉSARES atados.
   El mundo tiembla; Dios desde su trono
siente a sus pies el crimen, y en su anhelo
porque su voz al pecador asombre
baja a la tierra; en su brutal encono 85
sigue la humanidad, y ardiendo en ira [34]
en verdugo de Dios se trueca el hombre,
y hace al Calvario sanguinaria pira.
   Desde entonces radiante centellea
sobre la cruz la libertad del mundo; 90
la sombra de Luzbel, siente en su seno
desgarrador puñal; entre el rugido
del pueblo que en el Circo clamorea
al latir el león, se oye el gemido
del cristiano expirante 95
que bendice a Jesús; y ante este ejemplo
de la fe vencedora de la muerte,
el Circo se convierte
de la doctrina de Jesús en templo.
   A través de borrascas y Nerones 100
la barca hiende el mar; rompe la ola
pujante del error que la conmueve,
y vuela ansiosa al codiciado puerto
en alas de la fe; sus velas mueve
celeste brisa; el huracán furioso 105
del rudo fanatismo
la quiere detener... pero es en vano...
que el brazo de Dios mismo
la impulsa por el férvido Oceano.
   La indómita corriente de las horas 110
su pujanza aumentó sobre la tierra...
Polonia desgraciada
despojo de la saña y de la guerra...
¿Quieres ser libre? Calma tu delirio;
desciñe de tu frente 115
la bárbara corona del martirio,
y coge(25) con bravura
el caballo, la lanza y la armadura.
   ¿Oyes ese rumor? La nave llega;
la libertad sobre su mástil flota 120
y la empuja la fe; raudo navega [35]
sobre mares de tumbas; ya se agita;
ya salva el Apenino,
y por medio de rocas y torrentes
cual indómito alud se precipita: 125
de sus velas blanquísimas el lino
sangriento va: su infatigable vuelo
aterra al crimen, y a la voz de guerra
fija una escala en la espantada tierra
por donde van los mártires al cielo: 130
los déspotas la ven, y en sus enconos
sus brazos tienden... pero esfuerzo vano:
que si a domarla se levantan tronos,
los arrastra bramando al Oceano.
   ¿Escuchas ese acento, 135
imagen bienhechora
de Kociusko infeliz? ¡Santas cenizas
de los héroes de ayer!... la patria entera
levanta ya la espada vengadora
ante el bélico altar de su bandera; 140
romped las urnas, sombras solitarias;
de ese recinto estrecho
al cielo levantad vuestras plegarias,
o sacudiendo los eternos lazos
que ligan a la tierra el tronco inerte, 145
venid desde los brazos de la muerte
a luchar por la patria en nuestros brazos.
   ¡Venid!... ¡Venid!... la lucha gigantesca
en breve va a empezar(26); ¡guerra! murmurarán
los derechos altísimos hollados; 150
¡guerra! los pueblos viles
al pie de los cadalsos amarrados;
¡guerra! con voz doliente
suspira el porvenir, clama el presente,
y rompiendo sus sábanas de tierra, 155
se abren las tumbas murmurando ¡guerra! [36]
   Y la guerra será... ¡ronca la lira
sobre las alas del delirio suena!...
El mundo ensangrentado
navega por el seno del vacío 160
como un sepulcro; sobre su ancha frente
la humanidad luchando arrebatada,
escribe con la espada
su epitafio sangriento y elocuente:
y el bueno llora; y la razón se aterra... 165
¿Cuándo, Señor, aunque a mi voz te asombres,
arrancarás del libro de los hombres
el sangriento vocablo de la guerra?
¿No basta el sacrificio
de cien razas y cien? ¿Aún no es bastante 170
para que el nublo del error sucumba,
ese doliente osario
que hace del globo dilatada tumba,
y a cada pueblo levantó un Calvario?
   Aún no es bastante, no; mirad al mundo; 175
la altiva humanidad de polo a polo
por volar a la lucha se levanta
como un fantasma solo:
el grito de la lid do quier resuena...
¡alzad, generaciones, 180
y entre el polvo veréis de las(27) naciones
del drama criminal la última escena!
   Los pueblos se apresuran al combate
por la postrera vez; «Vamos», murmuran...
«la lid nos llama con sus ecos roncos; 185
a la lucha volemos; y mañana,
gigante se alzará de nuestros troncos
el árbol santo de la dicha humana.
Y daremos cumplida
nuestra hermosa misión»; ¡Corred, Naciones, 190
las que movéis con impotente saña [37]
de la cadena vil los eslabones!
¡Apréstate a la lucha, pueblo bravo,
que en la orilla del Vístula sangriento
te arrastras de dolor; ¡despierta, Atenas, 195
tú que miras rodar entre cadenas
magníficos pedazos de tu solio...!
¡Alza la frente, Hungría...
y tú, Roma, que apuras la agonía
amarrada a los pies del Capitolio...! 200
   A la lucha corred... la hora bendita
se va acercando; a su rumor profundo,
la santa libertad arma a los bravos;
¡corred, pueblos esclavos,
con vuestra sangre a redimir el Mundo! 205
Corred... para que un día
vuestros hijos llorando ante la fosa
a que os arrastra la corriente impía,
triste murmuren con dolor eterno...
«Luchar a nuestros padres fue preciso; 210
sus padres les legaron un infierno,
y nos dan por herencia un Paraíso.» [38]
 
 
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Al asesino de Abrahán Lincoln

 
SONETO
   De asombro y de dolor el alma llena,
severa juzga al que en el mal camina;
al bárbaro Nerón en la colina,
juez sin piedad la humanidad condena;
   Lucrecia que el pudor desencadena; 5
Calígula, Tiberio, Mesalina,
cuantos hollaron la verdad divina,
afrenta son de la mundana escena.
   Pero al llegar a Boot, los corazones
se estremecen y tiemblan; agitados 10
tiran la sonda, miden las pasiones,
   y solo aprenden de dolor prensados,
que han de estar los Tiberios y Nerones
de tan vil criminal avergonzados.

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