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La Religión

CANTO

A mi querido amigo el distinguido poeta D. Juan Antonio Viedma



I
                                                 «Yo soy la fe; mi trono es la belleza;      
mi cetro el puro amor; la verdad santa
mi eterna aspiración y mi grandeza;
mi nombre vive escrito
por el genio inmortal, en cien blasones 5
de roca y de granito,
corona y esplendor de las naciones.
Mi aliento es Dios; el hombre mi tesoro
cuando su mano tiende hacia la mía;
cuando enjuga su lloro 10
en mi seno de amor, y se extasía(112)
volando al cielo entre mis alas de oro.
Sin mí, el dolor abruma [245]
cual la tormenta al mar, en esas horas
negras y destructoras 15
en que ruedan los truenos por la espuma;
sin mí es la ciencia del talento yugo;
oscura la verdad; la vida incierta;
sin mí la humanidad respira muerta
en la vil negación que es su verdugo. 20
   Yo soy la religión; soy la esperanza
con que cuenta al pasar del mundo al cielo
la mísera criatura,
vil aferrada al suelo
por un grano de arena; soy la vida 25
del alma poderosa
que al verse grande y a la tierra uncida,
con esfuerzo triunfal tiende sus alas
desde el peñón ajeno(113),
y entra de Dios en el eterno seno 30
entre pompas y músicas y galas.
Cuanto produjo al arte, no es fecundo
si no busca mi luz; en vano el foro,
y el circo del romano,
asombro falso arrancarán al mundo 35
mostrando sus detalles por tesoro;
donde no está mi aliento, no hay belleza;
lo bello es Dios; mi genio su camino;
la vil naturaleza,
mi esclava puede ser, no mi destino.» 40
 
II
«El amor inmortal, el genio fuerte,
el Dios de las edades;
el que ligó la vida con la muerte;
el infinito, el santo,
el solo grande en la región serena 45 [246]
del alma noble y buena,
sintió su amor inmenso, rebosando
en su propia grandeza; miró oscura
la nada ante su pie, la luz hermosa,
reflejo de sí mismo, 50
iluminó la sombra; ardió la idea,
y ante el potente sea
palpitó la creación en el abismo.
   Y fue la luz; el dedo del gigante
la bóveda trazó; mundos de oro 55
en la cúpula audaz se condensaron,
y otros mundos caían
y alumbraban la nada mortuoria,
como espigas de gloria
que del manto de Dios se desprendían; 60
cual corazón del cuerpo vacilante,
el sol lució; su vuelo en el espacio
hizo vibrar la luz; fuerte y fecundo
vio alzado su palacio
en la cima del mundo, 65
y alumbró la creación; el aire, el fuego,
las aguas agitadas,
cruzaron por las sombras espantadas
en remolino ciego;
las tierras y las olas se besaron 70
bajo la fuerte voluntad; los mares
roncos alzando entre la densa bruma
magníficos cantares,
rizaron con su espuma
los bordes de la arena; jugo y vida 75
pidió el tronco al peñón; y sus destinos
enlazando a la par, grande y sereno
hundió el monte en el trueno
su corona de abetos y de pinos
   Bajo el santo poder bañó la vida 80 [247]
de vida a la materia;
se armonizó la forma; corrió fuerte
por la robusta arteria
la sangre a su placer, y en la armonía
el instinto nació, por tierra y viento, 85
por montes y por mares
cruzaron al azar libres legiones
de monstruos y de fieras;
y al Hacedor cantaron,
y en el árbol creación se aposentaron. 90
   Nació el hombre; criatura preferida,
vi a la materia del divino aliento
una chispa en su seno, y encendida
con el fuego de Dios, al ver su gloria,
al contemplarse en Él, al ver las fuentes, 95
los astros, las espumas,
las cumbres, los volcanes, los torrentes;
al admirar el pensamiento humano
aquel esfuerzo del amor fecundo,
bendijo Adán a la suprema esencia; 100
y haciendo altar el mundo,
brotó la religión en su conciencia.»
 
III
   «Esa mi cuna fue; nací en el hombre
y en él quise vivir; yo en la mañana
del mundo y de la historia, 105
dejé en el tronco de la raza humana
el jugo de la gloria.
Santifiqué la ofrenda
del justo y bueno; con potente mano
de Dios tomé el amor eterno y puro 110
para sembrarlo en el terreno humano...
y el hombre no me oyó; consigo en guerra [248]
sólo en el crimen y en el mal fecundo,
¡con la sangre de Abel manchó la tierra
para rubor del mundo...! 115
Por montes y por mares
vio absorta la creación, de sangre humana
teñidos los altares,
y en fatal armonía
miró el infierno en su insaciable furia, 120
al crimen abrazado a la lujuria,
y teniendo el placer junto a la orgía.
   Y Dios se irguió; su sacrosanto enojo
empujó al oceano
por cima de peñones y montañas, 125
y el ponto soberano
devoró la creación en sus entrañas.
Una nave en su frente
flotó en enseña del amor divino;
el mar fue su columna; allí el humilde 130
que al Supremo Hacedor pagó tributo
sobre la mar flotaba,
y abriendo de otros mundos el camino,
apoyado en mi amor a Dios cantaba.
   Y otras gentes vinieron; 135
el pecado de nuevo se alzó en guerra
y Pentápolis vil, bárbara ansiando
arrancar mis blasones de la tierra,
torpe y libidinosa(114)
saturó de placer la copa hirviente 140
y la apuró gustosa;
al horror de sus ciegas liviandades,
vi montañas de fuego
rodar sobre los muros
de las cinco ciudades, 145
y otra justicia contemplé... ¡Sodoma!
¡Gomorra criminal! Cuantas pecaron, [249]
en sombra se tornaron;
las aras del festín siempre manchadas
cayeron en ruinas; los brutales 150
ídolos del placer, hechos pavesas,
ornaron los terribles funerales;
cuantos a Dios soberbios ofendieron
en llamas se extinguieron,
y sus cenizas que del suelo huían 155
sin espacio flotaban;
los vientos de su seno las lanzaban
y las nubes después las devolvían.
   Y vi entre las naciones
por consuelo del mundo y de los seres, 160
cruzar santas legiones
de ungidos y profetas
cantando al sólo bien; de Abraham glorioso
el pacto contemplé; sentí en mis manos
la escala de Jacob; besé la piedra 165
donde inclinó su frente el patriarca,
y de Dios en el nombre
con mano conmovida,
al cielo levanté la piedra ungida
cual nuevo pacto entre el creador y el hombre. 170
   Asentando mi esencia poderosa
vi a Moisés en la cumbre
del alto Sinaí; lo vi sereno
del rojo mar en la ribera undosa
conduciendo a Israel; miré las tiendas 175
del ciego Faraón, amenazando
al pueblo que guiaba
el profeta triunfal con fe bendita;
vi al oráculo orar, y al santo ruego
tembloroso camino 180
abrir al Israelita
sobre las olas el poder divino. [250]
Vi al Egipcio feroz de rabia mudo
lanzarse al ponto rudo,
y contemplé severa 185
cómo el viento enlazaba
el cántico del mar que se cerraba
con el cántico a Dios en la ribera.
 
.........................
 
   ¡Cuán alta soy, Señor! Cuanta grandeza
tu grandeza me da... Yo en la corriente 190
de los siglos que cruzan por la historia,
me alzo grande y fulgente
del mundo para gloria;
yo levanté en mis hombros los altares
que Salomón te alzó; para su ayuda 195
sacudí las montañas seculares.
Sentada en las colinas,
cauce del santo río,
con Dévora canté tu poderío
al compás de las aguas cristalinas; 200
mi fe robusta rebosó en el alma
del gigantesco atleta,
y su brazo empujé, cuando en ejemplo
de su poder profundo,
sacudió la columna y hundió el templo, 205
entre el pavor del mundo.
   ¡Yo alimenté de Sara la fe pura,
la castidad de Rut, de Ester y Lía,
el dulcísimo amor y la hermosura;
mis ecos de armonía 210
bañaron el salterio
del Santo rey David, cuando cantaba,
y arrancando a los siglos el misterio
los siglos de la cruz profetizaba...!
Yo di fuerza a Judit, contra el gigante 215
de Palestina estrago [251]
y la sangre enjugué de su semblante;
las santas profecías
de Daniel e Isaías,
por mí sobre Salem se estremecieron 220
y por montes y valles y collados,
gritando muerte fueron
a los pueblos de crimen embriagados.
   Y otros pueblos también, de un Dios mentido
haciéndome la vía 225
cubrieron con mi nombre sus trofeos;
por mí el Egipcio inerte
los montes amasó, y alzó profano
tumbas de piedra con potente mano,
para en su seno coronar la muerte; 230
por mí Buda socava(115) las montañas
con ciego fanatismo,
y rompe sin descanso sus entrañas
cual si buscase a Dios en el abismo;
por mí tras la letal mitología, 235
Venus y Marte en el jardín de Atenas
cubrieron los altares,
santificando de la forma el yugo;
por mí fue el Partenón; y Apolo y Ceres
del genio sensual grato tesoro, 240
cantaron los placeres
en las lúbricas termas, y en el foro;
por mí Numa trazó la jerarquía
del sacerdocio en Roma; por mí altivo
el arte del pagano 245
sacudiendo las cumbres ponderosas
los mármoles empuja a las ciudades,
cubriendo los dominios del romano
con bosques de deidades.
   Por mí hasta el borde del triunfal madero 250
llegó brumosa la corriente humana [252]
de luces y de sombras rebosando,
y yo llegué con ella, contemplando
su santo amor o su maldad liviana.»
 
IV
   «¡Al fin se alzó la Cruz...! Santo Dios mío, 255
¿qué llama me alumbró cuando en la cumbre
te vi sangriento, doloroso y frío?
   Mirando los dos mundos,
vi el pasado desierto;
sombras fugaces en letal sudario 260
flotaban como sábanas de muerto
sobre el alto Calvario.
Tus brazos extendidos,
tu cabeza de amor, tu seno roto,
tu divina humildad, tu voz sagrada, 265
los ecos de tus leyes que aún latían,
me hicieron contemplar avergonzada
a los siglos pasados que se hundían.
Y en el nombre de Dios alcé mi acento...
   ¿Qué hacéis junto a la Cruz? ¡Atrás, deidades; 270
atrás, pompas impías
de torpes liviandades...!
¡Impúdicas Dianas!
Dioses beodos, reyes sin corona,
diosas viles del barro cortesanas... 275
cobardes coliseos,
gimnasios sin pudor,
ciegas mujeres,
sacerdotes del templo mercaderes...
aras manchadas, bosques seculares 280
donde el peñón del celta o del germano
recuerda de otro culto los altares...
¡atrás!... ¡atrás!... la luz nos ilumina, [253]
sobre el Calvario mana...
¡la grandeza divina 285
viene a vivir en la miseria humana!...
Hundid, mundos pasados,
ante el ara triunfal vuestras cabezas,
y haced con los fragmentos
de dioses y de leyes 290
humildes monumentos;
levantad por ofrenda sus escombros,
y con amor profundo,
arrodillaros ante el sol de un mundo
que lo sostiene Dios sobre sus hombros.» 295
 
V
   «Desde el Calvario, me elevé pujante
cual águila divina
que busca el foco de la luz radiante.
Tomé la Cruz, y a la conciencia humana
con ella me lancé; cántico austero 300
alcé al Señor, y en lengua soberana
canté su gloria al universo entero.
   Sobre la dura roca
donde el martirio fue, rompí la lira
que acompañó mis cánticos pasados; 305
y uniendo la creación con Jesucristo,
mostré a la Cruz y a Adán, fuertes pilares
que sostienen al arco prepotente
por donde fue pasando
ancho raudal la humanidad creciente, 310
llevando entre sus olas
barcas de amor que la virtud cantaban,
y la Cruz en los tiempos percibían,
y a Cristo y a la Cruz profetizaban.
   ¡Llegó la redención! clamé con llanto 315 [254]
al ver cómo la muerte seca y muda
lenta llegaba hasta el cadáver santo.
Y el Apóstol me oyó; y otros me oyeron;
y cual raudal humilde
que partiendo de fuente cristalina 320
resbala en la colina,
y llega al valle, y crece, y serpentea,
y recibe tributo
de nieves, de torrentes y de lagos;
y corre, y corre, y bosa en sus orillas, 325
y recibe ya masas como mares,
y al fin soberbio avanza
y en mar de espuma sobre el mar se lanza,
   así la fe de Dios, santo arroyuelo,
del Calvario brotó; bajó a los valles; 330
la Siria y la Judea
nutrieron su caudal; sangre bendita
tiñó los cauces del torrente puro;
llegó raudo a Nerón; se alzó potente
de Vitelio a Constancio; lanzó al foro 335
su rápida corriente
arrastrando flamines, y vestales,
dioses de barro y oro,
y coronas de encina y pedestales.
   Del Éufrates de Dios, las oleadas 340
subieron más aún; fuertes cubrieron
los pórticos y arcadas
del circo criminal, y al fin profundo,
cumpliendo su destino,
al ensanchar su cauce Constantino 345
cual mar de amor desembocó en el mundo.
   Roma se hundió; mas ¡ah! que el santo río
dejó por piedras tumbas dolorosas;
otro calvario en sus arenas gime,
y aun en noche serena, 350 [255]
en la cripta sublime
el dulce canto del martirio suena.
   ¡Cuánta lucha, Señor! Tu voz llamaba,
y el hombre no la oía,
mi brazo en su conciencia golpeaba. 355
   Roma en amplio sudario
de columnas y pórticos, cubría
la lepra de su infamia; el ancho seno
de la augusta matrona
que sustentó del mundo la corona, 360
manaba sangre y cieno.
   Los bárbaros placeres,
las termas excitantes al deseo,
los jueces mercaderes,
los siervos miserables 365
tendidos en el ancho coliseo,
amarradas las manos
y sin odio, ni amor a sus tiranos.
   La Fulvia cortesana
que cual mármol de Atenas, 370
el pecho libre, la nariz ardiente,
suelto en anchas cadenas
el lúbrico cabello, vil e impura
entre quirites, jueces y señores,
tasaba su hermosura. 375
Senadores venales
vendiendo su poder; la piedra santa
de la antigua familia, desprendida
del sagrado recinto al peso rudo
de tanta bacanal; pálida y yerta 380
la estatua del pudor; el pueblo mudo,
su tribuna magnífica desierta.
   La gula coronada
como el único dios, junto a su solio
el suicidio sombrío 385 [256]
erigido en virtud, mirando inerte
sobre su altar impío,
espléndidas ofrendas a la muerte.
   La justicia de Bruto
sin fuerza ni esperanza; el Capitolio 390
cobarde ante otro Breno;
la toga de los Césares, flotando
desde Claudio hasta Galba, o sobre el seno
de impúdica Cenobia, que en injuria
al esplendor de su poder profundo, 395
abrasaba con llamas de lujuria
la corona del mundo.
   Cual Babilonia, Nínive y Sodoma,
sin freno y sin decoro
agonizaba miserable Roma, 400
en tumba colosal de jaspe y oro.»
 
VI
   «Tendí al mundo los ojos, los placeres
como en Roma satánicos rugían;
mas del raudal sereno
ya los ecos se oían, 405
al cruzar de la fe por las praderas;
con el apóstol santo
traspasó las murallas
de la ciudad del orbe; entre las rocas
del jardín de Lucina 410
y del monte Dorado en la caverna,
filtró el agua divina
de salvación eterna;
y horadando el cimiento
del edificio colosal romano 415
empezó a destrozar, creciendo a mares,
los bárbaros pilares
de aquel sepulcro miserable y vano.» [257]
 
VII
   «Rompí la breña, y de Jesús el nombre
entré en el raudal bajo las rocas 420
en que Roma cimenta
sus columnas, vestíbulos y arcadas.
Vi el mundo de piedad; junto al sepulcro
del Santo Pescador, besé las frentes
pálidas y serenas 425
que sin odio soberbio ni delirio
la eternidad miraban,
y en el reloj fatídico esperaban
la campanada lenta del martirio.»
   «Sentí la salmodía 430
que del plectro cristiano
por las naves de Toba se extendía,
vi espléndida la fe flotando libre
de turba en turba, pálidos e inquietos
vi llegar temblorosos esqueletos 435
al atrio de la cripta; pobres seres
que el despotismo insano
amarró a los dolores y las penas,
y que en Cristo dejaban sus cadenas
al santo rezo del amor cristiano.» 440
   «Vi al sacerdote levantar ungido
por la gracia de Dios el pan eterno
sobre el ara de piedra; palmo a palmo
vi cejar al infierno,
como cejaba el pedestal de Roma 445
del sacerdote al salmo;
abriendo entre el ¡hosanna!
de las santas milicias inmortales,
venas de gloria a la piedad humana
por medio de las criptas funerales.» 450 [258]
   «El subterráneo se extendió; valiente
se hundió la fe en la noche; de las sañas
del paganismo vil oyó el rugido,
y arrollando la sombra en las entrañas
de la roca potente pie de Roma, 455
fue dilatando claustros giganteos;
amasó las arenas para altares;
abrió las grutas, y con paso fijo
rompiendo sombras y materias viles,
espantó con su llama a los reptiles 460
y elevó en la caverna el crucifijo.»
   «El Tíber rojo retembló en su lecho
al sentir de la fe las explosiones
debajo de sus aguas cenagosas;
el Capitolio, el Circo, Roma entera 465
fue cúpula por lúgubre ironía
de la ciudad austera;
y en tanto que Vitelio
cantaba en sus terribles bacanales,
las grutas celestiales 470
rebosaban en fe del Evangelio.»
   «¡Oh! ¡mundo del amor! ¡mística palma
del corazón amante...! ¡flor bendita...!
¡ojiva pura de la luz del alma...!
¡yo te saludo...! ¡Alzad! tumbas sublimes, 475
vuestra llama triunfal; cantad amores...
sepulcros hacinados
de vírgenes, plebeyos, y señores...
seguid, aguas sagradas
repitiendo en el claustro solitario 480
la fe del sacrosanto; dad tranquilas
vuestras luces solemnes,
lámparas que alumbráis las inscripciones,
del mártir vencedor; alzad con brío,
nieblas de los sepulcros, 485 [259]
vuestra voz funeral; que el pecho sienta
palpitar la verdad en esas tumbas
en que el héroe cristiano
con Jesús por cincel, talló valiente,
venciendo el hado adverso, 490
el código del mundo soberano
y la Iglesia triunfal del Universo.»
   «Allí la edad presente
ve su vida brotar; allí... en la muda
pálida sombra en que la luz vacila, 495
empieza el culto; allí del sacerdote
la tribuna se eleva; allí se apila
la primer muchedumbre
que se nutrió en la Cruz; allí ensalzada
la piedra del hogar, se transfigura 500
por Dios y el sacramento consagrada;
allí la caridad cava en la peña
santo granero para mies bendita
que hoz de furia segó; seca allí agota
su ancha fauce el placer, junto a la fuente 505
que sepera(116) al catecúmeno; allí flota
la esencia de Jesús, y dulce puebla
con su luz inmortal la santa niebla.»
   «Yo vi llegar al místico recinto
catarata de muertos 510
en arco vencedor ancho y constante;
vi los nichos desiertos
llenarse y rebosar; vi palpitante
el labio del cristiano
rozar la faz marchita 515
del niño, del anciano,
de la virgen bendita,
de los que en furia destrozó el tirano.»
   «Vi entre palmas y flores
llegar la dulce Inés; blanca... serena... 520 [260]
rota la faz de amores
por la implacable hiena,
y aun valerosa y fuerte
sonriendo a Jesús desde la muerte.»
   «Vi a Ursula, a Fabiola 525
y a mil mártires más; aguas sagradas
de la constante ola
que tinta en sangre los sepulcros riega,
y alimenta el rocío
de la flor de la fe; y en Dios se mira; 530
y crece más; y hasta sus plantas llega,
y en lo infinito de su amor suspira.»
   «¡Ejemplo sin igual! Ya está formada
la iglesia de los mundos; bajo el manto
de cien Césares fue; creció entre sangre; 535
brilló en la destrucción y en la gangrena
del pueblo rey; se levantó potente
al eco augusto de piadosa Elena
que la alzó de las grutas; su divino
signo augusto de amor, fue a la victoria 540
en el lábaro audaz de Constantino,
cual nuevo signo de bondad y gloria
que marcaba a otros tiempos el camino.»
   «Ya es el orbe cristiano; en los aduares
del oriente vencido 545
se replegan los dioses; el britano,
el cántabro valiente, el galo austero,
el bélico germano,
cual corriente de aludes
que precipita Dios, del norte ruedan 550
para aplastar los muros
de la nueva babel; la Europa oscura
que los bosques del Rhin o en los bretones
se revuelve y fulgura
impregnada de Cristo en las lecciones, 555 [261]
roca tras roca sobre el pueblo salta;
lo aplasta, lo aniquila;
nunca una turba falta
sobre Roma intranquila;
ancho volcán de pueblos y de gentes 560
no cesa de rugir; ya se alza escueto
el pueblo vencedor; ya en las pendientes
de sus dulces colinas
reposa en esqueleto;
ya rueda entre los arcos y las flores 565
el rey de los señores;
un mundo destruido
queda en la tierra; espumas de ruinas
se besan sobre el mundo sumergido,
y en tanto soberano 570
sobre aquel oceano
que desventuras canta,
asoma el sol de Dios, y se levanta
el mástil santo del bajel cristiano.»
 
VIII
   «Nació otra edad; apareció triunfante 575
sobre la fuerte roca
la Iglesia militante.
La esperanza, la fe, la dulce calma
de la piedad excelsa; la sublime
plácida caridad, jugo del alma, 580
y cien virtudes más, pueblos y leyes
fundieron en crisol de amor bendito,
y destrozando enconos,
unieron a los siervos con los reyes
y a las pobres cabañas con los tronos.» 585
   «Yo vi en la edad naciente
de la Iglesia cristiana [262]
aparecer espléndidos varones,
luz y gloria del culto; vi a la ciencia
gravitar en sus frentes pensadoras; 590
sentí de la elocuencia
saturada en la cruz, altos acentos
que mares y montañas dominaban;
vi a los mundos sedientos
presentir la verdad, tras la cortina 595
rica en gotas de oro
que oculta el foco de la luz divina.»
   «Vi poderoso y fuerte
al ánimo cristiano
desgarrando las sombras de la muerte 600
con la Cruz en la mano;
vi a la razón con indomable anhelo
sobre Atlas colosal mover sus alas,
y entre música y galas
por vez primera remontar el vuelo; 605
vi inflamada la idea
sobre el peñón que descendió hasta el atrio
desde la cumbre en que la nube ondea;
vi horizontes sin límite, extendidos
ante el plectro de oro 610
y ante el buril y ante el pincel cristiano;
campos que levantó la fantasía
llenos de vagos seres,
de cándida poesía,
de místicos placeres, 615
de cascadas, de luz y de armonía.»
   «El amor, la ventura,
la esperanza del bien, la dulce calma;
la fuente que murmura
donde entre rosas desfallece el alma; 620
la aspiración a Dios, el alto triunfo
del espíritu fuerte [263]
que arrollando las sombras del averno
se eleva en su victoria,
y contempla en las cimas de la gloria 625
las arboledas del amor eterno;
el potente heroísmo
que abandona la tierra
por acercarse a Dios; el ascetismo
que errante y solitario 630
en breñales, cavernas o desiertos
se levanta un calvario
para orar por los vivos y los muertos;
la esperanza, el placer, la fe, el gemido,
todo halló en la cristiana fantasía 635
rayo de luz, ambiente y colorido,
espléndido poder, fuerza del día.»
   «La paleta de Apeles
esconde entre los mármoles de Atenas
sus marchitos laureles 640
que otro genio abrasó; Fidias suspira
ante la imagen de Jesús que brota
del cristiano taller; Venus liviana
tiembla en mármol desnuda,
al contemplar el busto dolososo 645
que canta la agonía
con que lloró junto a la Cruz María;
y en tanto que el buril anima y crea
y en cítara elocuente
resplandece la idea, 650
otro arte soberano
dejando en mí sus planos inmortales,
abre cauce triunfal de catedrales,
para que corra el pensamiento humano.»
   «La libertad nació: Cristo bendito 655
la colocó bajo mi noble egida;
ya las aguas del mundo [264]
partiendo de raudales diferentes,
límpidas y corrientes
se dirigen a un fin; ya los tiranos 660
si existen... es sin Dios; ya en la armonía
de amor y caridad rueda la esfera,
y en explosión constante,
altas empresas dignas de renombre
se elevan a mi voz; las muchedumbres 665
levantando la cruz en las espadas,
se lanzan esforzadas
a aplastar las antiguas servidumbres.»
   «Yo vi la ardiente tropa
de la revuelta Europa 670
lanzarse sobre el viejo continente
en cruzada inmortal; miré las turbas
del Asia envilecida
levantarse al empuje
de todo un mundo; en bélicos afanes 675
cuyo eco sordo en los anales ruge,
vi dos mundos titanes,
sobre la tumba de Jesús luchando;
y vi sobre montones
de cadáveres yertos 680
hundirse religiones,
brotar nuevas edades,
abrirse costas, piélagos y puertos,
estrecharse las manos las ciudades;
y en pos de la cruzada 685
vi a la Europa vencida
alzarse en su poder regenerada,
y al Asia destructora
desplomarse en la tumba vencedora...»
   «Espléndidas tribunas, 690
escuelas eminentes,
piélagos de abadías, [265]
bosques de estatuas, lienzos inmortales,
sabias filosofías,
todo surgió a mi voz; mas ¡ah! que triste 695
del tiempo en la carrera,
vi levantarse el fanatismo oscuro
en altar de la fe; vi de las llamas
el esplendor violento,
queriendo sofocar la luz hermosa 700
del libre pensamiento;
vi a la fe sollozar, y vi al abismo
rugir de gozo en sus cavernas fieras,
al ver como arrojaba el fanatismo
astillas de la Cruz en las hogueras.» 705
 
IX
   «La sombra, en pabellones
se fue extendiendo lenta; «¡De rodillas!»
gritó con voz de trueno
la incansable pasión; «Yo con mi soplo
apagaré el destello de Dios mismo; 710
¡hundid generaciones,
la frente dolorida en el abismo...
lóbregos panteones
las conciencias serán; mi sombra densa
fiero dogal de la razón que piensa!» 715
   «Y la razón espléndida, en mi solio
se levantó clamando...
«Yo soy hija de Dios; Él me da brío;
alzaré el Capitolio
de mi noble poder; desde su cumbre 720
bendeciré al Señor, analizando
del Universo entero las verdades;
y tras la lumbre que al infierno aterra,
seré sombra de Dios; luz de la tierra.» [266]
   «Y se elevó y brilló; montes y mares, 725
astros de fuego y oro
cedieron al saber; la luz brillaba
en raudales de gloria
sobre las cumbres del saber humano;
a su rayo inmortal, cauce potente 730
abrió en Maguncia al noble pensamiento
Gutenberg soberano;
y la brújula fue; y el yerto polo
vio fija en sus montañas temblorosas
la mirada del hombre; y hubo un día, 735
en que al rodar el sol tras de los Andes,
empujó hasta Colón de todo un mundo
la sombra colosal; sombra que ardía
en la mente que Dios iluminaba;
mundo que gravitaba 740
sobre la gran razón que lo sentía.»
   «Cien mil generaciones se asomaron
sobre el borde del mar, y nada vieron;
y el nauta apareció; y en la ribera
donde flota con gloria 745
la gótica bandera,
aparejó el bajel; rompió la espuma
con la tangente(117) prora; en lontananza
muda España lo vio, cual leve bruma;
cual soplo de esperanza 750
que en el antro fatal se sumergía,
y adelante pasó: domó los vientos;
dominó los rencores
del trueno y de la mar, y en santa hora
miró la Europa sobre el mar profundo 755
su ciencia hecha pedazos,
y el bautismo de un mundo
que se eleva de Colón en brazos.»
   «Sin tregua ni reposo [267]
el mundo antiguo al eco de Castilla, 760
se lanza al ancho foso
que su orilla separa
de la lejana orilla.»
   «El bélico español llega a las cumbres
del fiero Potcapel; sobre la mesa 765
donde el alto Sorata
cual Hércules(118) alzado entre titanes
con los astros sus pisos eslabona,
brota la cruz; el rudo Chimborazo
que tiene por corona 770
nieves de la creación, dobla su frente
al escuchar los salmos celestiales
que parten de la fuente
madre del Evangelio; en lucha santa
altos bosques de mástiles ondean 775
sobre el trémulo mar; bajo la sombra
de la vela latina
cruza el claustro los mares
por dar a otra región agua divina,
ciencia, culto y altares; 780
pan de verdad eleva el sacerdote
sobre el barco glorioso
audaz en la borrasca, por do quiera
brilla la fe con esplendor hermoso;
que al eco de mi voz la vieja Europa 785
en sin igual cruzada
se dirige a la incógnita ribera,
con David en la espada
y con la cruz de Cristo en la bandera.»
 
X
   «Y vi sobre las altas 790
cúspides de la edad, que en noble brío [268]
la ciencia levantó, surgir terrible
duda infernal; los bosques seculares
del galo y del bretón, cuyas encinas
se alzaron en altares; 795
altas cruces; imágenes divinas
de apóstoles y mártires; la selva
de gótica estructura, cuya pompa
vio crecer la borrasca
que de las cimas del poder cristiano 800
llegó hasta Roma, bélica tribuna
miró en su seno alzarse
para retar a Dios; la Holanda, cuna
de vírgenes y ardientes confesores,
sintió de secta impía 805
ciega escuela brotar; el Evangelio
cayó en garras de indómitas hienas,
y sus salmos de oro,
sus trompas poderosas,
sus cántigas ardientes, 810
sus vides, sus perfumes y sus rosas
alzaron a Jehová potente grito,
al ver como el orgullo en sus corrientes
llegaba al fruto del rosal bendito.»
   «Sobre el cedro inmortal de Palestina 815
leñadores brutales
descargaban el hacha de la duda;
y tras golpes fatales,
sus ramas desgajaban
y en zonas sin calor las arrojaban.» 820
   «El cisma que otras horas
con Arrio y Focio se elevó pujante,
y tras luchas traidoras
abrió profundas simas
de la Europa en el seno, 825
agitando del vicio el ronco trueno; [269]
el que a Estambul(119) y a Atenas
llegó con nuevo culto, y enlazado
del tártaro fatal a las cadenas,
quiso ahogar la plegaria 830
del hijo del apóstol; y hundió el busto
del santo Redentor, que en plan divino
trazó la estatuaria
para enseñar a la oración camino.»
«¡La soberbia...! ¡Satán...! El ángel malo, 835
que rebelado en la eternal morada
de un abismo a otro abismo
fue rodando en la nada,
mordiendo sombras, hasta dar un día
en la planicie colosal de un mundo 840
que obedeciendo a la creación surgía;
aquel que en su fiereza
sobre el globo luchando, alzó los ojos
de Dios a la grandeza
y hundió su garra ruda 845
del hombre en el espíritu indeciso
sazonando la duda
en la flora inmortal del paraíso;
el orgullo... el incógnito veneno
que en la sangre serpea 850
de la doliente humanidad, sin calma
buscando nueva forma y nueva idea
se hundió hambriento en el alma
de la arrogante edad indagadora;
y queriéndola alzar en vuelo insano, 855
con fuego eterno le abrasó la mano.»
   «Infamando mi nombre
se alzaron ondeantes
cadalsos, tajos, bárbaras picotas
que desgarraban con letal encono 860
los miembros palpitantes; [270]
la Alemania, la Galia,
la Bretaña, la Iberia,
la dolorida Italia,
vieron formarse ejércitos impíos 865
que pasando los Alpes o el Pirene
o remontando el Rhin, ciegos corrían,
y pueblos y naciones destrozaban,
¡y columnas de Cristo se decían!»
   «¡Guerra de religión!» gritó la Europa 870
al ver pasar por valles y collados
la turbulenta tropa;
mi nombre con la guerra
formó consorcio en la razón humana;
mas nunca en Dios; que si humilló la tierra 875
mi corona de amor, allá en el cielo
la infinita ciudad con grito fuerte
declaró el lema falso;
«¡No es mi cetro la muerte,
ni brota mi esplendor sobre el cadalso...!» 880
   «La guerra asoladora
siguió agitando al orbe; el signo eterno,
aurora de verdad, flotó en las manos
de ardientes enemigos
que se llamaban en la Cruz hermanos. 885
Y fue subiendo la espumante ola
de fanatismo y de razón soberbia;
y el insensato orgullo,
en diluvio de error salvó las cumbres
de la verdad y la fe; implacable 890
turbia la mar subía,
«Yo llegaré a los cielos» exclamaba(120),
y en escalón de sombras se empujaba.
   «Costumbres, ritos, códigos y altares,
arrastró en su furor; la fe, su veste 895
vio tendida en los mares [271]
de la pasión impía;
recuerdos de otra gloria,
amor y religión, piedad, historia,
todo giró en errante torbellino; 900
y al fin sobre la oscura
cúspide yerta del furor del hombre
cayó la cruz, se levantó liviana
la prostituta en el altar; llorosa
la caridad cristiana 905
se detuvo en la aguja vagorosa
pidiendo fuerza a Dios, y a mis gemidos
contestaron los cielos,
al ver al hombre en infernales duelos
querer llegar a Dios por los sentidos.» 910
   «¡Señor!», grité, «la tierra no es mi solio»;
y Dios me dijo... «Humillarás la ciencia;
torpe la humanidad, en su delirio
levanta otra babel; ve a su conciencia;
sé su amor, su esperanza, o su martirio; 915
y escondida en el ser que piensa y llora,
te elevarás del mundo vencedora.»
   «Y en la conciencia entré y en ella giro;
en vano las humanas convulsiones
golpearán mis blasones; 920
yo floto en el suspiro
de dulce madre que en la tumba llama;
yo soy la fuerte idea,
cimiento que proclama
a la eterna Salem; yo si golpea 925
la pena en la familia,
soy la copa amorosa
donde beben espumas de esperanza
el aterido huérfano y la esposa;
yo soy la confianza 930
que tiene el hombre en Dios; cobarde en vano [272]
la masa de revueltas sociedades
pretenderá aplastar con el ruido
de viejas tempestades,
los ecos de mi voz; que si en la tierra 935
sumergida en los vicios y en la guerra
no ve mi mano amiga,
por más que en el tumulto no me aclame,
no hay tumba que al abrirse no me llame
ni pena que al llorar no me bendiga.» 940
 
XI
   «Nací en Adán, y la corriente humana
sustenta mi bajel(121), que en letras de oro
dice el nombre de Dios; razas, naciones,
todo me lleva en sí; yo soy del cielo
irrecusable prueba 945
que al espíritu calma; el Ser divino
me arrojó de la vida a las espumas,
y sobre ellas aliento;
venzo todo destino,
humillo al mar, a la borrasca, al viento, 950
y cumpliendo precepto soberano,
cuando termine el mundo su corrida,
cerraré con mi(122) mano
los párpados ardientes de la vida.» [273]
 
 
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El último canto de Safo

 
   ¡Ven, lira, ven a mí, que tus cantares
del corazón acallen los dolores;
venga tu aliento a reanimar las flores
marchitas ¡ay! de ayer:
vuelve mi voz armonizando el viento 5
con delicadas ondas deleitosas;
ven y endulza mis horas angustiosas
tú, lira, mi placer!
   Ayer sonabas, y a tus dulces notas
coronas en mis sienes renacían; 10
sus hojas orgullosas se mecían
al son de aplausos mil;
unidas a tus ecos mis canciones
la paz del corazón arrebataban,
en tanto que mi frente acariciaban 15
cual céfiro de abril.(123)
   ¡Hoy... fiera realidad! El sol oscuro
flota en un cielo lúgubre y sombrío;
ya no se escucha por el bosque umbrío
del pájaro el cantar; 20
triste el vergel, opaco el horizonte,
al mundo sin su luz mis ojos miran; [274]
locos en torno a mí todos deliran...
¡horrible delirar!
   Ya no escucho a la fama lisonjera(124) 25
himnos cantar a mi agitada frente;
no; ya no miro en el jardín riente
las plantas florecer;
ardieron las coronas altaneras
que el Orbe puso en mi cabeza altiva, 30
al rayo de esta llama eterna y viva,
que siento en mi crecer.
   Pavesas son mis glorias que pasaron;
pavesas son mis flores que murieron;
cenizas, sí, que débiles huyeron 35
al soplo de Aquilón.
¡Ay! ¿Por qué suspirar mi ayer perdido?
¡Por qué soñar sus glorias y sus flores,
si agostaron mi vida los dolores...
si es polvo el corazón! 40
   Mas hoy quiero cantar a la memoria
del que causó mi dicha y mi agonía;
suspensa ya sobre la tumba fría,
amante pienso en él;
ya flotando en la bruma de otro mundo 45
tiendo la vista al que dejar anhelo,
porque quiero mirar restos de un cielo
sobre su amarga hiel...
 
.........................
.........................
 
   Yo quise hallar una verdad divina
que en su ilusión el alma columbraba; 50
dulce ensueño de amor; flor purpurina
que de la mente en el vagar flotaba;
del mundo al ver la realidad mezquina,
más mi delirio y más la ambicionaba,
y volando en las alas de mi anhelo, 55 [275]
miré la tierra convertida en cielo.
   ¡Cuántas veces del monte por la falda,
cuando entonaba triste mis amores,
la vi mecerse en nubes de esmeralda
adornada de célicos vapores! 60
Era un ángel de amor; bella guirnalda
de blancas perlas y nacáreas flores,
coronaba sus nítidos cabellos,
que el sol más blondos, que su luz más bellos.
   ¡Cuántas del mar perdida en la ribera 65
la vi jugar entre la espuma hirviente,
arrojando a los vientos altanera
rudos cantares de su lira ardiente!
Era su trono el mar; su cabellera
las nubes que cruzaban por su frente; 70
y el ronco son de la tormenta impía,
de su cantar sublime la armonía.
   Yo entonces adoraba aquel delirio;
aquella luz amante de mi vida
era mi amor, mi dicha y mi martirio, 75
el resplandor de mi ilusión querida.
Yo lo adoraba, cual el débil lirio
que ve en las sombras su calor perdida
el dulce beso de la aurora pura,
que le devuelve aromas y frescura. 80
   Pero ¡vana ilusión! el alma mía
cruzó la vida con incierto vuelo,
sin que jamás templase mi agonía
el ángel puro que mintió mi anhelo,
yo te llamé en mis trovas noche y día 85
con dulces quejas, con ferviente celo;
mas vi con llanto sin igual, profundo,
que llamaba a los cielos desde el mundo.
   ¡Quién a un cadáver disecado y frío,
que en el mundo sepulcro duerme aislado, 90 [276]
osa poner con torpe desvarío
flores risueñas sobre el rostro helado!
Quizá no entiende miserable, impío,
que al hombre de la vida arrebatado,
no lo adornan magníficos doseles, 95
ni rosas, ni coronas, ni laureles.
   Mas ¡ay! nosotros vamos vacilantes,
laureles recogiendo y auras flores,
para arrojarnos luego delirantes
del mundo entre las hondas de colores; 100
necios lo embellecemos, y anhelantes
le pedimos después gloria y amores;
pues es tan loco empeño no miramos
que el mundo es un cadáver que adornamos.
 
.........................
 
   Mares que en vuestras olas argentadas 105
copiáis el cielo de la patria mía,
llorad, llorad las horas adoradas
que el tiempo arrebató con mano impía.
Ilusorias mentiras nacaradas
que halagasteis mi ardiente fantasía, 110
mostrad al ser que hacia tu tumba avanza
un átomo tan sólo de esperanza.
   Mas sigue el mar tranquilo; ni un gemido
contesta a mi dolor; allá la estela
miro brillar del barco adormecido 115
bajo los pliegues de su blanca vela;
el céfiro se agita sin ruido,
la clara luna sobre el mar riela...
¡Como los hombres son los elementos,
no comprenden del alma los tormentos! 120
   Y yo que ansié la vida... ¡que riente
crucé el desierto con tranquilas alas!
que en mi infantil edad hollé inocente
del bello prado las sencillas galas... [277]
¿Mas dónde vas, espíritu inclemente? 125
¿Por qué en recuerdos tu dolor exhalas?
No arrojes por piedad flores divinas
en esta senda de dolor y espinas.
 
.........................
 
   Yo amé a un hombre; su aliento embalsamado
era la inspiración que yo bebía; 130
al fuego de su acento enamorado
versos brotaban de la lira mía;
unida con su espíritu adorado
delirante creció mi fantasía;
y con su amor y mi arrogante gloria 135
juzgué pequeño el mundo a mi memoria.
   Cantos de triunfo el aura murmurante
hasta mis plantas con afán llevaba
la corona del genio audaz, radiante;
sobre mi frente trémula se alzaba; 140
la pura fama del talento amante,
con halago sin fin me acariciaba,
y en el orbe brillaba limpia y sola
la luz de mi magnífica aureola.
   Amante, tierna y del amor querida, 145
poetisa ardiente, y de la gloria amada,
el alma se agitaba conmovida;
la mente se eleva entusiasmada.
¡Oh! ¡cuán alegre resbaló mi vida
por el falaz orgullo acariciada, 150
al ver entre mis dulces desvaríos
la gloria y el amor esclavos míos!
   Mas hoy... ¡amargo afán! con triste canto
llamo a mi amor, y de mi voz se esconde;
sólo a mis quejas cual terrible encanto 155
eco apagado por do quier responde;
el genio se extinguió en un mar de llanto;
¿dó se encuentra mi lira? ¿decid, dónde? [278]
Mis lágrimas ahogaron sus sonidos,
y hoy sólo arroja de dolor gemidos. 160
   Roto el ídolo fue, que altivo un día
cautivó con sus cantos las Naciones;
el que miró con arrogancia fría
a sus plantas del genio los pendones;
ya no vive en sus versos la armonía; 165
muriendo con su amor sus ilusiones,
es sólo un ser que fue... vaga quimera...
leve rescoldo de gigante hoguera.
   ¡Cómo te adoro yo, sombra ilusoria!...
¡cómo aún te mira arrebatada el alma! 170
Por ti arranqué laureles a la gloria,
por ti del mártir llevaré la palma.
Muero por ti; ¿qué importa que la historia
manche mi nombre?... Moriré con calma,
si un rayo puro de tu luz divina 175
al entrar en la tumba me ilumina.
   ¿Qué me importa morir, si tú, mañana,
cuando me mires bajo el tilo umbroso,
dosel que los sepulcros engalana
sumida de la muerte en el reposo, 180
lágrimas verterás sobre la cana
frente del mármol que me cubre ansioso,
y entre sollozos con amargo acento
mi eterno nombre lanzarás al viento?
   Y me verás perderme en la enramada 185
brindándote mi amor; y oirás mi lira
amante, deliciosa, enamorada,
al son del aura que el pensil respira;
y cuando dulce asome la alborada
que a los cantores del vergel inspira, 190
yo vendré con su luz, a ver si brilla
una perla de amor en tu mejilla. [279]
 
.........................
 
   Adiós, adiós, Faón, luz de mi vida...
alma del alma que cantó inspirada;
bello fantasma que a vivir convida 195
a mi esperanza esperar cansada.
Te amé, cuando del Orbe era aplaudida;
por ti lloré marchita y olvidada;
y si hay amor tras ese mar profundo,
te adoraré también desde ese mundo. 200
   Adiós, heroica Patria, que me miras
rasgando triste de mi tumba el velo;
no pienses comprenderme, que deliras;
no eres bastante a descifrar mi anhelo.
Di tan sólo, si alguna vez suspiras 205
al ver mis versos que bendijo el cielo:
Safo no fue suicida... el mundo miente...
¡matola el Genio al abrasar su frente! [280]
 
 
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A Dios

 
I
   Bendito el que los mares agita con su aliento;
el que hace con sus iras el huracán gemir;
el que en la negra nube sepulta ronco acento;
el que hace al rojo rayo veloz el aire hendir.
 
II
   Bendito el que a los astros girar hace en los cielos; 5
el que a la blanca luna da lánguido color;
el que a los mundos rige, tras mil opacos velos,
que ocultan a la tierra su mágico esplendor.
 
III
   El que al sonoro río, veloz lleva a su tumba,
dando a sus ondas paso por entre flores mil; 10
el que de la alta cumbre torrente audaz derrumba,
que arrulla en dulce curso las galas del pensil. [281]
 
IV
   El que en los aires puso las aves altaneras;
girar hizo a los peces en el inmenso mar;
el que pobló el desierto de bramadoras fieras, 15
y al hombre dio dominio sus iras a calmar.
 
V
   El que a las altas cumbres llegó hasta el firmamento,
cubriéndolas con manto de límpido color,
y quita de sus frentes de armiño el ornamento,
con el cabello rojo del astro abrasador. 20
 
VI
   Salud suspira el aura, salud murmura el río;
salud(125) dicen las cumbres su frente al descubrir;
salud trinan las aves, salud el sol de estío,
y todo te saluda, Señor, tan sólo a ti.
 
VII
   Y yo también mi canto veloz exhalo al viento; 25
y vuelo hasta tu trono en pos de mi ilusión;
y yo salud, te digo, creador del firmamento;
salud Dios de la tierra, Señor de la creación.

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