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La campana

Imitación del alemán (de Schiller)

Vivos voco, mortuos plango, fulgura frango.

                                    Afianzado en el suelo fuertemente
Ya el molde está de recocida greda;
Hoy fabricada la campana queda:
Obreros, acudid a la labor.
   Sudor que brote ardiente
   Inunde nuestra frente;
Que si el cielo nos presta su favor,
La obra será renombre del autor.
* * *
   A la grave tarea que emprendemos
Razonamiento sólido conviene:
Gustoso y fácil el trabajo corre
Cuando sesuda plática se tiene.
Los efectos aquí consideremos
De un leve impulso a la materia dado:
De racional el título se borre
Al que nunca en sus obras ha pensado.
Joya es la reflexión ilustre y rica,
Y diose al hombre la razón a cuenta
De que su pecho con ahínco sienta
Cuanto su mano crea y vivifica.
* * *
   Para que el horno actividad recobre,
Trozos echad en él de seco pino,
Y oprimida la llama, su camino
Búsquese por la cóncava canal.
   Luego que hierva el cobre,
   Con él se junte y obre
Estaño que desate el material
En rápida corriente de metal.
* * *
   Esa honda taza que la humana diestra
Forma en el hoyo manejando el fuego,
En alta torre suspendida luego
Pregón será de la memoria nuestra.
Vencedora del tiempo más remoto
Y hablando a raza y raza sucesiva,
Plañirá con el triste compasiva,
Pía rogando con el fiel devoto.
El bien y el mal que en variedad fecundo
Lance sobre el mortal destino sabio,
Herido el bronce del redondo labio
Lo anunciará con majestad al mundo.
* * *
   Blancas ampollas elevarse he visto;
En buen hora: la masa se derrite.
La sal de la ceniza precipite
Ahora la completa solución.
   Fuerza es dejar el misto
   De espuma desprovisto:
Purificada así la fundición,
Claro el vaso ha de dar y lleno el son.
* * *
   Él con el toque de festivo estruendo
Solemniza del niño la venida,
Que a ciegas entra en la vital carrera,
Quieto en la cuna plácida durmiendo.
En el seno del tiempo confundida
Su suerte venidera,
Mísera o placentera,
Yace para el infante;
Pero el amor y maternal cuidado
Colman de dicha su dorada aurora.
En tanto, como flecha voladora,
Van huyendo los años adelante.
Ya esquivo y arrogante
El imberbe doncel huye del lado
De la niña gentil cuando él nacida
Y al borrascoso golfo de la vida
Lanzándose impaciente,
Con el báculo se arma del viajero,
Vaga de tierra en tierra diferente,
Y al techo paternal vuelve extranjero.
En juventud allí resplandeciente,
Y a un ángel igualándose de bella,
Luego a sus ojos brilla
La cándida doncella,
Púrpura rebosando su mejilla.
Insólito deseo
El pecho entonces del mancebo asalta:
Ya entre la soledad busca el paseo,
Ya de los ojos llanto se le salta,
Ya fugitivo del coloquio rudo
De antiguos compañeros, que le enoja,
Desde lejos le sigue con vergüenza
El paso a la beldad: sólo un saludo
Mil placeres le inspira;
Y de sus galas el vergel despoja
Para adornar la recogida trenza
Del caro bien por cuyo amor suspira.
En aquel anhelar tierno, incesante,
Con aquella esperanza dulce y pura,
Ve los cielos abiertos el amante,
Y anégase en abismos de ventura.
�Ay! �Por que han de pasar tan de ligero
Los bellos días del amor primero?
* * *
   Esos cañones negrear miramos:
Pértiga larga hasta la masa cale;
Que si de vidrio revestida sale,
No habrá para fundir dificultad.
   Sus, compañeros, vamos,
   Y pruebas obtengamos
De que hicieron pacífica hermandad
Los metales de opuesta calidad.
* * *
   Sí, que del justo enlace
De rigidez al par y de ternura,
De fuerza y de blandura,
La harmonía cabal se engendra y nace.
Mire quien votos perdurables hace
Si con su corazón cuadra el que elige;
Que la grata ilusión momentos dura,
Y el pesar del error eterno aflige.
Asienta bien sobre el cabello hermoso
De la virgen modesta
La corona nupcial que la engalana,
Cuando con golpe y son estrepitoso
Convoca la campana
De alegre boda a la brillante fiesta:
Mas día tan feliz y placentero
Del abril de la vida es el postrero;
Que al devolver los cónyuges al ara
Velo y venda sutiles,
Con ellos de su frente se separa
La ilusión de los goces juveniles.
Rinde al cariño la pasión tributo;
Marchítase la flor, madura el fruto.
Desde allí entra el varón en lid constante:
Verásele afanado y anhelante
Pretender, conseguir; veréis que osado
Con cien y cien obstáculos embiste
Para que su tesón el bien conquiste.
Entonces de abundancia rodeado
Se encontrará, que por do quier le llega:
Su troj rebosa de preciosos dones;
Crecen sus posesiones,
Y la morada que heredó se agranda,
En cuyo íntimo círculo despliega
Su celo cuidadosa
La vigilante madre, casta esposa.
Ella en el reino aquel prudente manda;
Reprime al hijo y a la niña instruye:
Nunca para su mano laboriosa,
Cuyo ordenado tino
En rico aumento del caudal refluye.
De esa mano, que lo hace en remolino
Al torno girador zumbar sonoro,
Brota el hilo y al huso se devana:
Ella el arca olorosa llena de oro,
Ella los paños de escogida lana,
Ella la tela de nevado lino
Custodia en el armario, que luciente
Mantiene la limpieza;
Ella une el esplendor a la riqueza,
Y al ocio junto a sí jamás consiente.
 
   El padre en esto, sonriendo ufano
Desde alto mirador sobre la casa,
Que deja registrar tendido llano,
De sus bienes el número repasa.
El árbol corpulento
Ve de crecidas pomas agobiado;
Su granero contempla apuntalado,
Y en densas olas al batir del viento
Moviendo las espigas el sembrado.
Y atrévese a exclamar con vanagloria:
�Tan firme como el mismo fundamento
Que sostiene la mole de la tierra,
Fuerte contra el poder de la desgracia
Me hace el tesoro que mi techo encierra.
�Oh esperanza ilusoria!
�Cuál poder eficacia
Contra el destino tiene?
No hay lazo que sus vuelos encadene,
Y antes de prevenir con el amago,
Se nos presenta el mal con el estrago.
* * *
   Bien se parte la escoria recogida:
Ya principiar la fundición se puede;
Mas antes que la masa libre ruede,
Récese una plegaria con fervor.
   Dad al metal salida.
   �Dios un estrago impida!-
Río humeante, negro de color,
Se abisma en el canal abrasador.
   Es el fuego potencia bienhechora
Mientras la guía el hombre y bien la emplea,
Que a su fuerza divina auxiliadora
Deudor entonces es de cuanto crea;
Pero plaga se vuelve destructora
Cuando una vez de sus cadenas franca,
Por la senda que elige libre arranca,
Y avanza con fiereza,
Salvaje de cruel naturaleza.
�Ay si sacude el freno, y ya no hallando
Quien resista sus ímpetus violentos,
En apiñada población derrama
Incendio asolador inmensa llama!
Guardan los elementos
Rencor a los humanos monumentos.
La misma nube cuyo riego blando
Los perdidos verdores
Devuelve a la pradera que fecunda,
Rayos también arroja furibunda.-
�Escucháis en la torre los clamores
Lentos y graves que a temor provocan?
No hay duda: a fuego tocan.
Sangriento el horizonte resplandece,
Y ese rojo fulgor no es que amanece.
Tumultüoso ruido
La calle arriba cunde,
Y de humo coronada
Se alza con estallido,
Y de una casa en otra se difunde,
Como el viento veloz, la llamarada,
Que en el aire encendiendo
Sofocador bochorno,
Tuesta la faz cual bocanada de horno.
Las largas vigas crujen,
Los postes van cayendo,
Saltan postigos, quiébranse cristales,
Llora el niño, la madre anda aturdida,
Y entre las ruinas azorados mugen
Mansas reses, perdidos animales.
Todo es buscar, probar, hallar huída,
Y a todos presta luz en su carrera
La noche convertida
En día claro por la ardiente hoguera.
Corre a porfía en tanto larga hilera
De mano en mano el cubo, y recio chorro
En empinada comba
Lanza agitando el émbolo, la bomba.
Mas viene el huracán embravecido:
El incendio recibe su socorro
Con bárbaro bramido,
Y ya más inhumano
Cae sobre el depósito indefenso
Donde en gavilla aún se guarda el grano,
Donde se hacina resecado pienso;
Y cebado en aristas y maderas,
Gigante se encarama a las esferas,
Como en altivo alarde
De querer mientras arde
No dejar en el globo en que hace riza
Sino montes de escombros y ceniza.
El hombre en esto, ya sin esperanza,
Se rinde al golpe que a parar no alcanza,
Y atónito cruzándose de brazos,
Ve sus obras yacer hechas pedazos.
 
   Desiertos y abrasados paredones
Quedan allí, desolador vacío,
Juguete ya del aquilón bravío.
Sin puertas y sin marco los balcones,
Bocas de cueva son de aspecto extraño,
Y el horror en su hueco señorea,
Mientras allá en la altura se recrea
Tropel de nubes en mirar el daño.
 
   Vuelve el hombre los ojos
Por la postrera vez a los despojos
Del esplendor pasado,
Y el bastón coge luego de viandante
Sonriendo tranquilo y resignado.
Consuelo dulce su valor inflama.
El fuego devorante
Le privó de su próspera fortuna;
Mas cuenta, y ve que de las vidas que ama
No le faltó ninguna.
* * *
   El líquido en la tierra se ha sumido;
El molde se llenó dichosamente:
�Ojalá a nuestra vista se presente
Obra que premie el arte y el afán!
   �Si el bronce se ha perdido?
   �Si el molde ha perecido?
Nuestras fatigas esperanza dan;
Mas �ay! �si desatraídas estarán!
* * *
   Al seno tenebroso
De la próvida tierra confiamos
La labor cuyo logro deseamos.
Así con fe sencilla
Confía el campesino laborioso
Al surco la semilla,
Y humilde espera en la bondad celeste
Que germen copiosísimo le preste.
Semilla más preciosa todavía
Entre luto y lamentos se le fía
A la madre común de lo viviente;
Pero también el sembrador espera
Que del sepulcro salga floreciente
A vida más feliz y duradera.
* * *
          Son pausado
       Funeral
       Se ha escuchado
       En la torre parroquial.
          Y nos dice el son severo,
       Que un mortal
       Hace el viaje lastimero
       Que es el último y final.
* * *
   �Ay que es la esposa de memoria grata!
�Ay que es la tierna madre, a quien celoso
El rey de los sepulcros arrebata
Del lado del esposo,
Del cerco de los hijos amoroso,
Frutos lozanos de su casto seno,
Que miraba crecer en su regazo,
Su amante corazón de gozo lleno!
Roto ya queda el delicioso lazo
Que las dichas domésticas unía.
La esposa habita la región sombría;
Falta al hogar su diligente brazo
Siempre al trabajo presto,
Su cuidado, su aliño;
Falta la madre, y huérfano su puesto,
Lo usurpará una extraña sin cariño.
* * *
   En tanto que se cuaja en sus prisiones
El vertido metal, no se trabaje,
Y libre como el ave en el ramaje,
Satisfaga su gusto cada cual.
   Si al toque de oraciones,
   Libre de obligaciones
Ve los astros lucir el oficial,
Sigue el maestro con tarea igual.
* * *
   Cruza con ágil pie la selva espesa
Gozoso ya el peón, bien cual ausente
Que al patrio techo próximo se siente.
Abandona el ganado la dehesa,
Y en son discorde juntan
El cordero su tímido balido,
Y el áspero mugido
La lucia vaca de espaciosa frente,
Caminando al establo que barruntan.
A duras penas llega
Atestado de mies a la alquería
Bamboleando el carro; y en los haces
Una corona empínase y despliega
Colores diferentes y vivaces,
Fausta señal de que empezó la siega.
El pueblo agricultor con alegría
Se agolpa al baile y al placer se entrega.
La ciudad mientras tanto se sosiega,
Según desembaraza
El gentío las calles y la plaza,
Formando en amigable compañía
Las familias el corro de costumbre,
Ya en torno de la luz, ya de la lumbre,
Cierra la puerta de la villa el guarda,
Y ella cruje al partir del recio muro.
La tierra se encapota en negro manto;
Pero el hombre de bien duerme seguro.
No la sombra nocturna lo acobarda
Como al vil criminal, ni con espanto
Pesadilla horrorosa le desvela;
No: de reposo regalado y puro
Disfruta la virtud: un centinela,
La previsora LEY, su sueño vela.
 
�   Preciosa emanación del Ser Divino,
Salud de los mortales, orden santo!
Mi labio te bendiga.
La estirpe humana que a la tierra vino
En completa igualdad, por ti se liga
Con vínculo feliz, que sin quebranto
Guarda a todos su bien. Tú solo fuiste
Quien allá en la niñez de las edades
Los cimientos echó de las ciudades;
Tú al salvaje le hiciste
Dejar la vida montaraz y triste;
Tú en la grosera prístina cabaña
Penetraste a verter el dulce encanto
Que a las costumbres cultas acompaña;
Tú creaste ese ardor de precio tanto,
Ese AMOR DE LA PATRIA sacrosanto.
 
   Por ti mil brazos en alegre alianza
Reconcentran su fuerza y ardimiento,
Y a un punto dirigida su pujanza,
Cobra la industria raudo movimiento.
Maestro y oficial en confianza
De que les da la libertad su escudo,
Redoblan el ardor de sus afanes;
Y cada cual contento
Con el lugar que conquistarse pudo,
Fieros desprecian con desdén sañudo
La mofa de los ricos haraganes.
Es la fuente del bien del ciudadano.
Es su honor el trabajo y su ornamento.
�Gloria a la majestad del soberano!
�Gloria al útil sudor del artesano!
* * *
          Paz y quietud benigna,
       Unión consoladora,
       Sed de estos muros siempre
       Benéfica custodia.
       Nunca amanezca el día
       En que enemigas hordas
       Perturben el reposo
       De que este valle goza.
       Nunca ese cielo puro
       Que plácida colora
       La tarde con matices
       De leve tinta roja,
       Refleje con la hoguera
       Terrible y espantosa
       De un pueblo que devasta
       La guerra matadora.
* * *
   Esa fábrica endeble y pasajera,
Fuerza es, pues ya sirvió, que se destroce;
Y ojos y corazón nos alboroce
Obra que salga limpia de lunar.
   Recio el martillo hiera:
   Salte la chapa entera.
La campana veréis resucitar,
Cayendo su cubierta circular.
* * *
          Sabe con segura mano,
       Sabe en momento oportuno
       Romper el maestro el molde
       Cuya estructura dispuso;
       Mas �ay si el líquido ardiente
       Quebranta indómito el yugo,
       Y en vivo raudal de llama
       Discurre al antojo suyo!
       Con el bramido del trueno,
       Con ciego y bárbaro impulso,
       Estalla, y la angosta cárcel
       Quiebra en pedazos menudos;
       Y cual si fuese una boca
       De los abismos profundos,
       Estragos tan sólo deja
       En el lugar donde estuvo.
       Que fuerza a quien no dirige
       La inteligencia su rumbo,
       No en creaciones, en ruinas
       Emplea su empuje rudo,
       Cual pueblo que se subleva,
       En cuyo feroz tumulto
       Desgracias hay para todos
       Y bienes para ninguno (7).
 
          Horrible es en las ciudades
       Donde, hacinado y oculto,
       Sedicioso combustible
       Largamente se mantuvo,
       Verlo de repente arder,
       Y alzarse un pueblo iracundo,
       Rompiendo en propia defensa
       Hierros de dominio injusto.
       Entonces la rebelión,
       Dando feroces aullos,
       Del tiro de la campana
       Se suspende por los puños,
       Y el pacífico instrumento,
       Órgano grave del culto,
       Da profanado la seña
       Del atropello y disturbio.
       La LIBERTAD, la IGUALDAD
       Se proclama en grito agudo;
       Y el tranquilo ciudadano
       Cierra el taller y el estudio,
       Y échase encima las armas,
       Zozobroso y mal seguro.
       Los pórticos y las calles
       Se llenan de inmenso vulgo,
       Libres vagando por ellas
       Los asesinos en grupos.
       Revístense las mujeres
       De la fiereza del bruto,
       Y al terror de la matanza
       Unen la befa, el insulto,
       Y con dientes de pantera
       Despedazan sin escrúpulo
       El corazón palpitante.
       Del contrario aún no difunto.
       Desaparece el respeto;
       Nada es ya sacro ni augusto:
       El bueno cede el lugar
       Al malvado inverecundo;
       Y los vicios y los males,
       Entronizándose juntos,
       Envanecidos pasean
       La carroza de su triunfo.
       Peligroso es inquietar
       El sueño al león sañudo;
       Terrible es el corvo diente
       Del tigre ágil y robusto:
       Mas no hay peligro más grande
       Ni de terror más profundo,
       Que el frenesí de los hombres
       Poblador de los sepulcros.
       �Mal haya quien en las manos
       Al ciego la luz le puso!
       A él no le alumbra, y con ella
        Se puede abrasar el mundo.
* * *
   �Ah! nos oyó la celestial grandeza.
Ved salir de la rústica envoltura,
Como dorada estrella que fulgura,
Terso y luciente el vaso atronador.
   Del borde a la cabeza
   Relumbra con viveza,
Y el escudo estampado con primor
Deja contento al hábil escultor.
* * *
   Acudid en tropel, compañeros,
Y según la costumbre cristiana,
Bauticemos aquí la campana,
Que CONCORDIA por nombre tendrá.
   Para amarnos al mundo vinimos,
Y es la unión la ventura del hombre:
Con su voz la campana y su nombre
De esa unión pregonera será.
* * *
          Que ese es el futuro empleo,
       Ese es el fin para el cual
       El artífice su autor
       La ha querido fabricar.
       Levantada sobre el valle
       De la vida terrenal,
       En medio del éter puro
       Suspensa debe quedar;
       Y vecina de las nubes
       Que engendran la tempestad,
       Y rayando en los confines
       De la región sideral,
       Habrá de ser desde allí
       Una voz divina más
       Que alterne con las estrellas,
       Que en su giro regular
       La gloria de Dios pregonan
       Y leyes al año dan.
       Sólo pensamientos graves
       Inspire a la humanidad,
       Cuando con sonoro acento
       Mueva el labio de metal.
       Sirva al tiempo y al destino
       De lengua para contar
       La rapidez de las horas
       Y el curso del bien y el mal,
       Siguiendo siempre, aunque ajena
       De sentir gozo y piedad,
       Las mudanzas que en la vida
       Se suceden sin cesar.
       El propio sonido suyo,
       Cuyo harmónico raudal
       Pujante el espacio llena
       Y se oye y pasa fugaz,
       Imagen es que nos dice
       Que así presuroso va
       Todo en la tierra a perderse
       En la inmensa eternidad.
* * *
   Ahora, con el cable retorcido,
Salga del foso ya,
Y ascienda a las regiones del sonido,
Al aire celestial.
Tirad, alzad, subid. Ya se ha movido:
Ya suspendida está.-
�Resuene, oh patria, su primer tañido
Con la gozosa nueva de la PAZ!




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La infanticida

Traducción del alemán (de Schiller)

                                    Qué escucho? Sordamente clamorea
Una y otra campana, y su camino
Corrió la flecha del reló. Pues, ea,
Cúmplase mi destino;
Vamos con el favor del Juez divino:
Llevadme, precursores de la muerte,
Donde el vil criminal su sangre vierte.
Mundo cruel, que con fatal encanto
Las almas envenenas,
Y horas me diste de ventura llenas,
Recibe mis cariños y mi llanto
Cuando fuera de ti la planta llevo.
Ya, mundo corruptor, nada te debo.
 
   Adiós quedad, contentos de la vida,
Cambiados hoy en podredumbre negra;
Adiós, gozosa edad, edad florida,
Cuya embriaguez el corazón alegra.
Sueños tejidos de oro,
Ilusiones de bien, hijas del cielo,
Quedad en este suelo
Donde perdidas al nacer os lloro.
�Ay! vuestro verde vástago se trunca
Para que no dé flor ni brote nunca.
 
   En otro tiempo fue la gala mía
De la inocencia el cándido vestido
Que a la pluma del cisne afrentaría:
Realzaba la túnica preciosa
Cinta gentil de colorada rosa,
Y mi rubio cabello entretejido
Con rosas a la par, luengo pendía.
Víctima del infierno en este día,
De blanquecino traje se me viste;
Pero en lugar �ay, triste!
De flores en mi sien, sobre ella veo
Negra banda y capuz, señal de reo.
 
   Lloradme las que libres de flaqueza
No habéis vuestro decoro mancillado,
Y a quienes da su aroma regalado
El lirio celestial de la pureza.
Si os cupo en suerte el brío que domina
La blanda agitación del pecho hirviente,
Luisa nació mujer, y no heroína.
Yo sentí, cual mujer, humanamente,
Y el sentimiento ni martirio empieza.
Por el brazo de un pérfido cercada,
Quedose mi virtud aletargada.
 
   Tal vez de otra beldad gira ya en torno
El corazón de sierpe que me olvida,
Y al lado de la mesa de su adorno
En platica de amor su ingenio apura
Cuando abren para mí la sepultura.
Con los rizos quizá de su querida
Liviano juguetea,
Y el ósculo recoge y saborea
Con que ella le convida,
Cuando en el tajo mi garganta rota,
La sangre en alto desde el tronco brota.
 
   �Permita Dios, Hermán, (8) que donde quiera
Te persiga mi coro funerario,
Y en tus oídos temerosa hiera
La rebramante voz del campanario!
Cuando del labio de la dama tuya
Entre susurro misterioso y tierno
Torrente para ti de gozo fluya,
Una saeta parta del infierno,
Que de improviso deje atravesada
La imagen del deleite sonrosada.
 
   Tanto dolor de quien por ti vivía,
�No fue para ti nada, �oh fementido!
Nada el oprobio que por ti sufría?
�Nada para tu pecho empedernido
Lo que al león y al tigre ablandaría,
El ser en mis entrañas escondido?
Huyes �ah! Tu bajel rápido boga;
Y en tanto que le miro, y que la pena
Mis ojos nubla, mi gemir ahoga,
Tú en la margen del Sena
Contra víctima nueva, en torpe amaño,
Diriges el suspiro del engaño.
 
   En el regazo maternal yacía
Reposando feliz el tierno infante,
Y al capullo entreabierto semejante,
Su labio encantador se sonreía.
Con placer congojoso descubría
En cada rasgo yo de aquel semblante
La faz que un tiempo mis delicias era;
Y a la vez me asaltaban a porfía,
Ya del cariño la piedad primera,
Ya desesperación bárbara y fiera.
 
   �Mujer, �qué es de mi padre?� me gritaba
Muda su tierna voz, muda y de trueno.
�Mujer, �qué es de tu esposo?� retumbaba
Cada rincón de mi angustiado seno.
�Ay, huérfano inocente!
Será en vano buscar al inclemente
que tal vez otros hijos acaricia:
Tú con harta justicia
Maldecirás la dicha delincuente
De la mujer y el hombre
Que te legaron de bastardo el nombre.
 
   En el inmenso mundo
Solitaria tu madre se veía
Con su dolor profundo,
Y abrasadora sed la consumía
Cada vez que, abrazándote, gustaba
Goces que el deshonor acibaraba.
Del ya pasado tiempo de alegría
Cada vagido tuyo despertaba
El recuerdo cruel y despechado,
Y puñal aguzado
Para la triste Luisa
Era, hijo mío, tu infantil sonrisa.
 
   Suplicio si evitaba tu presencia,
Suplicio igual teniéndote presente
Los abrazos que daba tu inocencia,
Fatal recuerdo del perdido ausente,
Me ligaban el cuello cual dogales
De furias infernales.
Tronando me aturdía
Voz como si se alzara de la huesa,
Que siempre del aleve la promesa,
Que siempre su perjurio repetía;
Y en la red de Satán así sin tino,
Se convirtió la madre en asesino.
 
   Permita Dios, Hermán, que donde huyeres,
Te acose infatigable sombra airada,
Que te despierte con su mano helada
En el dulce soñar de los placeres.
De las estrellas en la luz radiante
Mires centelleando la mirada
Del hijo agonizante;
Y cuando rindas el postrer aliento,
Salga a encontrarte pálido y sangriento,
Y azote que en su diestra te amenace,
Lejos del paraíso te rechace.
 
   Contémplale a mis pies inanimado,
Y a mí que, inmóvil, yerta
Y el juicio conturbado,
Correr miraba por la herida abierta
De su sangre el torrente,
Que se llevó mi vida juntamente.
Mas �ay! de la justicia el enviado
Ya pulsa con estrépito mi puerta.
Golpe más duro aún mi pecho siente
Que el golpe que ha sonado.
Corro: la fría muerte apague luego
Este afán que me abrasa como fuego.
 
   Es un Dios de piedad el de los fieles;
Yo, Hermán, soy pecadora y te perdono:
Quiero al morir sacrificar mi encono,
Y en holocausto ofrezco tus papeles.
Brotad de los tizones,
Llamas, brotad. �Albricias!
Arde la oferta de su fe traidora,
Y �oh! �cómo de los pérfidos renglones,
Henchidos de lisonjas y caricias,
El fuego se apodera y los devora!
Prendas de gozo ayer, hoy de quebranto,
�Qué hubo que para mí valiera tanto?
 
   Tiembla de tu belleza seductora;
Tiembla, mujer, del que adorarte jura:
Lazo de mi virtud fue mi hermosura,
Y en el cadalso la maldigo ahora.
�Qué miro? �Cielos! �El verdugo llora!
Ceñidme ya, y acabe mi martirio;
Ceñidme con presteza
Un lienzo alrededor de la cabeza.
Para tronchar un lirio,
�Te ha de faltar denuedo?
No mudes de color: hiere sin miedo.


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El cinco de mayo

Oda traducida de la que escribió en italiano Alejandro Manzoni a la muerte de Napoleón.

                                Murió. -Cual yerto quédase,
Dado el postrer latido,
Del alma excelsa huérfano,
El cuerpo sin sentido,
Tal con la nueva atónito
El universo está.
   La hora contemplan última
Del hombre del destino,
Y dudan que en el cárdeno
Polvo de su camino
Pie de mortal imprímase,
Que le semeje ya.
 
   Le vi en el trono fúlgido
Y fue mi lengua muda;
Cayó, se alzó, y postráronle
Por fin en lid sañuda;
Y al recio grito múltiple
Voz no añadí jamás.
   Virgen de injuria pérfida
Y encomio lisonjero,
Mi Musa, cuando súbito
Se oculta el gran lucero,
Rinde a la tumba un cántico,
No efímero quizás.
 
   Del Alpe a las Pirámides,
Del Rhin al Guadarrama,
Lanzó tras el relámpago
Él la celeste llama:
Hirió de Scila el Tánaïs,
Y de uno al otro mar.
   Si esto fue gloria, júzguelo
Futura edad; la nuestra
Humíllese al Altísimo,
Que dilatada muestra
De su potente espíritu
Quiso en el hombre dar.
 
   El zozobroso júbilo
Que un gran designio cría,
Los indomables ímpetus
De quien reinar ansía,
Y obtiene lo que fuérale
Vedado imaginar.
 
   Todo lo tuvo: obstáculos
Grandes y grande gloria,
Y proscripción y alcázares,
La fuga y la victoria;
Se vio dos veces ídolo,
Dos pereció su altar.
 
   Dos siglos combatíanse
Cuando su voz oyeron,
Y a él como a ley fatídica
Sumisos acudieron:
Callar les hizo, y árbitro
Sentose entre los dos.
   Y de honda envidia y lástima
Objeto en su caída,
Cerrada en breve círculo
Desperdició su vida,
Odio y amor sin límite
De sí dejando en pos.
 
   Envuelve y hunde al náufrago
Ola que, alzándole antes,
Dejaba que en el piélago
Con ojos anhelantes
Buscara en vano el mísero
Tierra distante de él.
   Así abismaba al héroe
Tanto recuerdo amargo:
Él de historiarse impúsose
Mil veces el encargo,
Y mil cayole inválida
La mano en el papel.
 
   Mil veces, �ay! al tétrico
Fin de inactivo día,
Bajas las ígneas órbitas,
Brazos con pecho unía,
Y le asaltó en imágenes
El esplendente ayer.
   Y vio las tiendas móviles,
Y armas la luz volviendo,
Y el galopar belígero
Valles henchir de estruendo,
Las imperiosas órdenes
Y el pronto obedecer.
 
   Quizás, �ay! de la pérdida
Rendido al desconsuelo,
Desesperó; mas próvida
Mano llegó del cielo,
Y a la región vivífica
Piadosa le llevó.
   Donde floridos tránsitos
Ofrece la esperanza
Al campo en que magnífico
Premio sin fin se alcanza,
Y noche muda tórnase
La gloria que pasó.
 
   Bella, inmortal, benéfica
Fe, por do quier triunfante,
De un nuevo triunfo alégrate:
Cerviz más arrogante
Al deshonor del Gólgota
Nunca se doblegó.
   Libra los restos flébiles
Tú de injurioso acento:
Dios que alza y postra, dándonos
Tribulación y aliento,
Ya solitario el túmulo,
Al lado vigiló.


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La flor �no me olvides�

Imitación del poeta alemán Augusto Beugenbach

                                 Por la orilla de un torrente
Dos esposos paseaban
El día que se juraron
Cariño eterno en las aras.
En silencio pudibundo,
La amorosa desposada
El dulce desasosiego
Del pecho disimulaba.
Una flor azul celeste
Vio flotar sobre las aguas,
Y con un tierno suspiro
Dijo entre sí estas palabras:
��Flor infeliz! de una vida
Que ser no pudiera larga,
Bien temprano te despojan
Esas olas inhumanas.�
No pronunció en voz tan débil
Esta exclamación aciaga,
Que no la oyera el que vive
Anhelante de agradarla;
Y sin tomar más consejo
Que aquél que su amor le daba,
Tras la mata que fluctúa
En el torrente se lanza.
Pero �ay! que las recias olas
Al triste mancebo arrastran,
Y en un momento le llevan
Muy lejos de su adorada,
Que de susto y de congoja
Vacila al mover las plantas.
Ya en la desigual pelea
Fuerzas al náufrago faltan,
Cuando cerca de la margen
En un remanso se para,
Donde la flor se detiene
Y parece que le aguarda.
Hace un esfuerzo y la coge,
Y arrójasela a su amada;
Y ella, creyéndole salvo,
Los tiernos brazos le alarga.
�En vano! que el agua quieta.
Profunda sima ocultaba,
Que tira a su centro al joven
Cual si cadenas le echara;
Y al hundirse en el abismo
Que rugiendo se lo traga,
El desdichado exclamó:
�Querida esposa del alma:
Para siempre de tu lado
El destino me separa;
No me olvides; ten memoria
Del que tanto te adoraba.�
 
   Este trágico suceso,
Divulgado por la fama,
Dar hizo a la florecilla,
Origen de la desgracia,
El nombre de no me olvides,
Y no me olvides se llama.


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Recuerdos del dos de mayo

En 1839.

                                Allí, donde tiene asiento
Sobre estériles arenas
El tardío monumento,
Viejo ya por el cimiento (9),
Por la cima juvenil,
   Allí fue donde inhumanos
Los que dieron a la Europa
Nuevas leyes y tiranos,
Contra inermes ciudadanos
Asestaron el fusil.
 
   Sangre allí por mano aleve
Derramada, formó arroyos,
Y encerraron anchos hoyos
Sacerdotes con la plebe
Confundidos a la par.
   �No escucháis esa campana
Que se mece en lento giro?
Cada son recuerda un tiro
Que una vida castellana
Dejó al mundo que llorar.
 
   Fementidos extranjeros
Que aguzaban solapados
Contra España los aceros,
Falsamente encaminados
A talar otra región,
   Desnudáronse aquel día,
Que enlutó su verde a mayo,
Del disfraz que los cubría,
Y del trono de Pelayo
Profanaron el blasón.
 
   Generoso y no prudente,
Tuvo el hijo de los Cides
A sus plantas la serpiente,
Y por no temer su diente,
Cariñoso la halagó:
   Y a su salvo la traidora
Derramó en el seno amigo
La ponzoña matadora.
�Cruda herida que aún se llora,
Porque el tiempo la enconó!
 
   Sin defensa abandonado
Viose entonces el Ibero:
Su monarca deslumbrado,
Por escrúpulos de aliado
Se olvidó de que era rey.
   Nos mandaron las legiones
Del isleño codicioso,
Con la voz de sus cañones,
Abatir nuestros pendones,
Renegar de patria y ley.
 
   Y al insulto ardiendo en saña,
Fulminó su rayo España
Y en refriegas pertinaces
Disipáronse las haces
Que juntó el gran adalid:
   Y a las puertas de Vitoria
Completose al fin la gloria
Que los cielos prometieron
A los tristes que murieron
En el Prado de Madrid.
 
   Nobles mártires, que ahora
Nueva guerra por Castilla
Veis cundir asoladora,
Que os conturba en vuestra silla
Levantada sobre el sol:
   Vuestro fin labró la fama
Del guerrero esclarecido
Que por grande el mundo aclama;
Grande, sí, porque vencido
Tarde fue del español.
 
   Su grandeza, donde a una
Con empeño trabajaron
La ambición y la fortuna,
Fue un altar que consagraron
Brazos mil a su interés.
   Si del corso estremecieron
Las miradas fulminantes
A los pueblos que le vieron,
Fue porque hombros de gigantes
Sustentábanle los pies.
 
   Esa audacia desmedida
Que te alzaba hasta el imperio
Devastando un hemisferio,
Preparaba tu caída,
Destructor Napoleón:
   Que a cometas refulgentes,
Como tú, pero fatales,
Los decretos celestiales,
Protectores de inocentes,
Dan fugaz aparición.
 
   Tú en el último destierro
Solitario te subías
A la cúspide de un cerro;
Tú mil veces dirigías
Las miradas hacia el mar:
   Y con hórrida congoja
Convertirse acaso viste
De azulada el agua en roja,
Y la sangre conociste
Que mandaste derramar.
 
   Asentaron en las olas
Mil cadáveres las plantas,
Y con voces españolas
Resonaron sus gargantas
Que el cuchillo atravesó.
   Y envidaste aquel instante,
Precursor de horrible fallo,
Al peón que, palpitante,
Bajo el pie de tu caballo
El espíritu rindió.
 
   Tu memoria maldijeron:
Que entre todas las naciones
Donde huellas imprimieron
Tus aciagos batallones
Por su mal y mal común,
Fue la España en quien semilla
Prodigaste más copiosa
De discordia y de rencilla,
Y tu sombra rencorosa
De sus creces cuida aún.
 
   Codiciosos tus paisanos,
Como tú de nuestra ruína,
Fomentaron entre hermanos
Lucha bárbara intestina
Que enflaquezca su valor:
   Que aprendieron con vergüenza,
Combatiendo contra España,
Que como ella no se venza,
No le es dado a gente extraña
Producir su vencedor.

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