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Epístola gratulatoria del Marqués de Villena al Conde de Sant Luis por la erección del Teatro Español

                            Recibid con buen talante,
   Nuevo é perínclito Conde
   De Sant Luis,
   Letra de ánima habitante
   Otro mundo que ese donde
   Vos vivís.
 
É catad que non vos tome,
   Porque vos fable un finado,
   Susto é pena;
   Non de facer miedos home
   Fué nunca el Marqués cuitado
   De Villena.
 
Sepades que, no embargante
   Que aquí los muertos vivamos
   Bien felices,
   Á esa tierra malandante
   Por vegadas asomamos
   Las narices.
 
Cierta noche, discurriendo
   Por las calles de una villa
   Principal,
   Casa vi de mucho atuendo,
   Que antes de ornalla é pulilla
   Fué corral.
 
Rumores oí de dentro
   Jubilosos, é por puntos
   Aflictivos:
   Cuélome, cato et encuentro
   Una tropa de difuntos,
   Vueltos vivos.
 
Allí Pelayo (30) furente
   Con su hermana contendía
   Por el moro;
   É tapándose la frente,
   La triste sólo decía:
   �Yo le adoro.�
 
Allí con sus cuitas vino
   Aquel pagano Jesté, (31)
   Rey de Creta,
   É Megara, el numantino (32),
   Et el prisionero (33) de
   Joán de Urbieta.
 
Allí salieran Guzmán, (34)
   Camila, (35) Rui Calderón, (36)
    É Macías, (37)
   Edipo, (38) Bruto, (39) Abrahán, (40)
   Et el que libró a Sión (41)
   De Golías.
 
É los que en Martos (42) cayeron,
Enjiemplo duro de estrella
Muy cruel,
Et esos de quien dijeron
Que fué en morir tonta ella,
Tonto él.
 
É Malvina, (43) é Joán Pascual, (44)
   É Manrique, el malhadado
   Trovador, (45)
   É aquel Cenón (46) al igual
   De fortuna gasajado
   É de amor.
 
Leiva, (47) Quevedo, (48) la brava
    Joanica, (49) el Alonso amante
   De Raquel, (50)
   Alonso el pintor, (51) la Cava, (52)
   É aun el tesaurizante
   Don Samuel. (53)
 
Esquilache, (54) el de Alba, (55) Hernán
   Cortés, (56) é la de Molina, (57)
   La prudente,
   É Berenguela, (58) et el gran
   Cogedor de mies divina,
   Fray Vicente. (59)
 
Esos é otros personados
   Vi en aquella y otras tales
   Trasnochadas,
   Allí por arte ayuntados
   De péñolas poetales
   Bien tajadas.
 
É plúgome asaz la cosa,
   Ca yo ansimesmo capricho
   Tuve desto,
   É una farsa fiz donosa
   Para el rey Fernando, dicho,
   El Honesto.
 
Antojóseme saber
   Quiénes los auctores fueran
   Desas fablas,
   Do escribiendo á su placer
   Miraclos ansí fecieran
   En las tablas;
 
É siguiendo uno, que vi
   Con desusado alborozo
   Coronar;
   Sobióse a un zaquizamí,
   É acostóse el pobre mozo
   Sin cenar.
 
Gimiendo fugí yo dende,
   Por non ver en tanta prez
   Tal desdoro...
   -É juego mi vista ofende
   Palacio do resplandez
Plata é oro.
 
Rica mensa é pulcro lecho
   Dentro víanse, é preciados
   Atavíos,
   É tales que me sospecho
   Que aún fueran avantajados
   Para míos.
 
É supe que dueño fues
   De la morada tan mucho
   Relumbrante,
   Non perlado nin marqués,
   Sinon sólo cierto ducho
   Comediante.
 
��Cómo, dije, al estrumento
   Merced se faz, é a la mente
   Se la amengua?
   �Non val el poetal invento
   Lo que el dalle ante la gente,
   Bulto é lengua?
 
   ��Por qué, pues, desigualar
   a dos que del claro Apolo
   Fijos son?
   El mayorazgo, �ha de estar
   Á fucias del que es tan sólo
   Segundón?
 
�Mejor al ingenio Grecia
   Tener en estima supo,
   Supo Roma.
   Mientras usanza tan necia
   Ture, acójome y ocupo
   Mi redoma.�
 
Por vos, Conde ilustre, fina
   El de tratar al scriptor
   Feo modo:
   Corona cingisle dina:
   Non ya de Febo el cultor
   Vive en lodo.
 
Mil quisieron ayudalle,
   Mil ahorralle pretendieron
   Días tristes:
   Vos supistes sólo honralle;
   Vos lo que tantos dijeron,
   Lo fecistes.
 
�Gloria a vos, bien meresciente
   De las apacibles artes,
   Gloria á vos!
   Grato á los homes se cuente
   Vueso nombre en todas partes,
   Grato á Dios.
 
Él vos done la grand paga
   Que vuesos graciados non
   Pueden bien;
   Él vida luenga vos faga,
   Con la su bendicción
   Sancta, amén.

1849.



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La despedida. A las señoras Doña Bárbara y Doña Teodora Lamadrid.

Biarritz, 4 de septiembre de 1863.

                                    La tarde va de vencida,
Sin viento se agita el mar,
Y el sol entre nubes de oro
Desciende con prisa ya.
Parece que arroja el día,
Cansado de caminar,
Su rojo escudo a las olas,
Que húmedo lecho le dan.
Toman desde lejos ellas
Carrera para asaltar
Escollos, que sobre el agua
La frente elevan audaz.
Embravecidas embisten,
Y vuelven gimiendo atrás,
Y salta del golpe al aire
Rota en lluvia la mitad.
Avanzan otras, que quieren
Las orillas inundar:
Igual confianza loca
Lleva desengaño igual.
Orgullosas amenazan,
Cuando lejanas están,
Creyéndose con empuje
Sobrado para llegar.
Pierde bulto a cada giro
El arrollado cristal,
Y en hoja líquida leve
Se desdobla al acabar.
Retrocede, presumiendo
Volver con mayor caudal,
Y cada vez que lo intenta,
Ve la margen más allá.
Espumas escalonadas
Quedan por el arenal,
Que atestiguan de su empeño
La burlada vanidad.
Puso a la naturaleza
El Ser que siempre será
Leyes de límite fijo,
Que es imposible pasar.
 
   Esto vio y esto pensaba,
Melancólico además,
Un viajero de la vida
Con poca ya que viajar.
Asiento le da un peñón,
Carcomido por la edad,
Socavado por las olas,
Que le minan sin cesar.
Al sol, que del horizonte
Pronto desparecerá,
Contempla en su brillo escaso,
Que deja el disco mirar.
La fuerza del mar contempla.
Y nota que es incapaz
De extenderse más adentro
Del humilde valladar.
Limitación, decadencia,
Término fijo fatal,
En el mar ve y en la roca
Y en el grande luminar;
Y en sí, criatura débil,
Quisiera no ver jamás
El forzoso cumplimiento
De la ley universal.
 
   �El hombre (exclamó) se encuentra
En el campo de la vida,
Sin saber a su venida
Con qué condiciones entra.
Mudo en sí se reconcentra
El día que ve llevar
Un cadáver a enterrar,
Y voz funesta le advierte
Que en aquello, que es la muerte,
Cuanto vive ha de parar.
 
   �Conozco sobrado bien,
Si atento al origen subo,
Que lo que principio tuvo,
Fin debe aguardar también
Mas �por qué nevar la sien
Que rizos de oro ha lucido?
�Por qué torpe y dolorido
Volver el añoso brazo?
Muriera el vicio a su plazo,
Sin morir envejecido.
 
   �Suframos que la vejez
Luche con el cuerpo y venza;
Pierda la dorada trenza
Venus y la fresca tez;
Mas, con el rostro a la vez,
�Por qué el alma se ha de ajar?
�Por qué el tesoro agotar
De sus nobles facultades,
Cuando alcanza eternidades
La carrera que ha de andar?
 
   �Lleve el hombre su razón
Hasta la tumba; conserve
Llama el fuego con que hierve
Su vaga imaginación;
Su memoria en la ocasión
Dígale siempre �heme aquí;�
Mande yo en mi ser, y, así
Mi fin me hallará resuelto,
Aunque la edad me haya vuelto
Caricatura de mí.
 
   �Mudanza tan lastimera
No a todos nos es común:
Ver quiero si soy aún
Lo que ha pocos años era.
Pensamientos, la frontera
Cruzad al vuelo, y decid
En Toledo y en Madrid
A dos que el sepulcro habitan:
�Fe y valor os resucitan,
Segunda vez existid.�
 
   �Fuiste, Isabel, (60) por tu mal,
Hija y víctima de amor;
Tú, Juana, (61) el timbre mayor
Del estado conyugal.
Heroína sin igual,
Salvaste al esposo infiel:
Cuchillo amagó cruel
Por una dama su vida,
Y tú, consorte ofendida
Te echaste grillos por él.
 
   �Fiadme, Isabel y Juana,
Vuestros gozos y amarguras;
Vuestras hermosas figuras
Ponga yo en la escena hispana.
Ciña mi cabeza cana
Un laurel vuestro, y en pos
A las Musas el adiós
Postrero daré sin pena:
Cierre para mí la escena
Una de vosotras dos.�
 
   Calló el poeta: la noche,
Para su giro triunfal,
Adelantaba en Oriente
Su alfombra de obscuridad.
Niebla cayó de la altura,
Niebla se alzó de la mar,
Y envuelto el viajero en ella,
Dónde se halla ve no más.
Un globo de luz en frente
Comenzó luego a brillar,
Y a crecer entre la niebla,
Rompiendo su densidad.
Iris vario en anchas zonas
Orlábale circular;
Dos sombras volaban dentro,
De figura celestial.
Velo y hábito la una
Vestía con majestad:
Era una hermana del Rey,
Primer en Castilla Juan.
La segunda era la esposa
De aquel privado falaz,
Que la patria de Lanuza
No recuerda sin pesar.
Cadenas llevaba y luto;
Y, para bien de un mortal,
Infanta y matrona vienen
Del mundo de la verdad.
DOÑA ISABEL
   �Años ha que me llamaste,
Y años que, llegando a ti:
De mi pecho, que te abrí,
La pura fe celebraste.
Aquél a tu afán le baste,
Canto ajeno de ambición:
No viene una inspiración
Dos veces; y, aunque lo llores,
Pasó de cantar amores
Ya para ti la sazón.�
 
   Dijo, y en la niebla fría
Desapareció fugaz
La ilustre infeliz amante
De Gonzalo de Guzmán.
DOÑA JUANA COELLO
   �Temiste, años ha, cobarde,
Mi aparición generosa;
Y hoy, que llamas a mi losa,
Turbas mi sosiego tarde.
Para otro es bien que se guarde,
Cantor de más corazón,
Poner mi vida en acción
Sobre las tablas un día:
Comprende la alegoría
De la muerte de Milón.�
 
   Dijo, y en la turbia esfera
Se desvaneció fugaz
La sublime salvadora
Del cónyuge criminal.
 
Ancho hueco al partir abrió en la nube
   La encarcelada heróica,
Y a mis ojos por él se descubrieron,
   Los campos de Crotona.
 
Aquel membrudo, que a la selva guía
   La planta perezosa,
Es el fuerte Milón, atleta viejo,
   Pasmo de Grecia toda.
 
Cuando en cerviz de toro la cerrada
   Mano exterminadora
Descargaba Milón, la res caía
   Muerta, la nuca rota.
 
Mástil robusto quebrantar le vieron
   Barqueros de la costa;
Rodó movida del potente brazo,
   La corpulenta roca.
 
Del tiempo ya la inevitable carga
   Los hombros hoy le agobia;
Garra su mano de sañuda fiera,
   Muévesele temblona.
 
Un árbol halla, que aun ayer ufano
   Mecía su alta copa,
Y a talla le redujo de pigmeo
   La sierra mordedora.
 
Fuerte segur al derribado tronco
   Robó su verde pompa,
Y en el corte del pie de frente hiriendo,
   Hizo hendidura angosta.
 
Rajar el tronco por el hacha herido
   Milón a empeño toma:
Los dedos logra hincar, el leño cruje,
   La grieta se prolonga;
 
Y porfía Milón en el destrozo
   De la columna tosca;
Y, joven en el ánimo el atleta,
   Son ya sus fuerzas otras.
 
   Cede un instante...-y al cerrarse el tronco
   Para cobrar su forma,
Coge las manos del valiente dentro
   La despiadada boca.
 
Al grito del dolor, honda caverna
   León hambriento arroja,
Y a la presa lanzándose cautiva,
   Rugiendo la devora.
 
   Con el ay del moribundo,
Con el rugir de la fiera,
Se unió el rayo que en la esfera
Serpenteó furibundo.
 
   A la luz que vino a dar,
El negro peñón dejé,
Que temblaba por el pie
Con los golpes de la mar.
 
   Y dije con aflicción,
Abatiendo la cabeza:
�Me da la naturaleza,
Me da el cielo alta lección.
 
   �Tentativa era insensata
La mía, según contemplo,
Enseñado en el ejemplo
Del anciano crotoniata.
 
   �Nunca el débil más allá
De cautos límites ande:
Un esfuerzo suyo grande
Mezquino y vano será;
 
   �Y cuando ruda tenaza
Sus flacas manos oprima,
Verá lanzársele encima
Fiera que le despedaza,
 
   �Porque necio desoyó
De sus años el aviso,
Y fuerte mostrarse quiso
Donde nadie le obligó.�

Madrid 7 de septiembre.

 
   No pretendáis obligar
Vosotras, dulces amigas,
A peligrosas fatigas
La mano que os vengo a dar.
 
   Para empresas de mancebo
Ya inútil se experimenta.
Dejadle ajustar mi cuenta
Y hacerme ver lo que debo.
 
   Al impulso del destino
Viajando hacia donde voy
Quiero ir pagando desde hoy
Las deudas de mi camino;
 
   Y dando a todas lugar,
Si logro mi honrado intento,
Manda el agradecimiento
Por vosotras principiar.
 
   Tú abriste, BÁRBARA mía,
Para el obscuro artesano
El alcázar castellano
De Melpómene y Talía.
 
   Sublime intérprete fiel
Tú de la pasión más bella,
Devolviste al mundo aquella
Mártir de amor en Teruel,
 
   Que mintiendo al desdichado
Que supo mejor amar,
Le mató con un pesar,
Y a ella el de haberle dado.
 
   Madrid admiró en su día,
Junto en ruidoso tropel,
Tu firme no de Isabel,
Tu delirio de Mencía:
 
   Si por ellas en verdad
Ganó algún nombre mi Musa,
Yo te debo sin excusa,
Yo te rindo la mitad.
 
   Tú, mi TEODORA, después,
De tu Hermana sucesora,
Tú eres la que fue y ahora
Vida de mis obras es.
 
   Por tu aliento sostenidas,
Fundan en ello blasón:
Pequeñas de ingenio son,
Grandes como agradecidas.
 
   Tus pies queriendo tocar,
Se atropellan a tu puerta
La coronada Heriberta,
La humilde obrera Pilar,
 
   Matilde, predilección
De un César y un docto amantes,
Y la que engendró Cervantes
Y el ángel del Buen Ladrón.
 
   �Vivimos por ti, señora�
(De rodillas te dirán);
�Muertas hijas de Don Juan,
El alma nos da TEODORA.�
 
   Y yo solamente digo,
Mientras tú su frente besas:
�Contigo escudadas esas,
No perecerán conmigo.�
 
   Acecha el tiempo voraz
Mi vida y su dura mide:
La escena ya me despide;
Separémonos en paz.
 
   BÁRBARA... TEODORA... no,
No más ya; las tablas dejo:
Aún vive el amigo viejo;
Pero el poeta murió.
 
   Ya mis ojos el nadir
Por entre la huesa ven...
�Ay! el amigo también
Se tendrá que despedir.



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Epitafio para la Rafaelita Tirado

                              A los diez años, el laurel de Talma
    La frente me ceñía;
Puso a los diez y seis funérea palma
    Dios en mi mano fría:
�Papel fue breve la existencia mía!

1859.



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A Jacinta

                                    Alma envidiada al suelo,
De conocerte indigno,
Consorte que perdida
Para mi triste amigo,
Dichosa resplandeces
En solio de zafiros:
Vuelve los bellos ojos,
Luceros matutinos,
Al valle donde gime
Quien fue tu regocijo.
En ese de delicias
Inmensurable abismo,
Donde en perpetuo goce
Vivís los elegidos,
�En qué puede un recuerdo
El bien disminuiros,
Que brota, fuente viva,
La faz del INFINITO?
�Será que hasta vosotros
Cerrado esté el camino
Al ay del que padece
Al ruego del cariño?
�Oh! no cabe en el cielo
Ingratitud ni olvido.
Aquel afecto dulce,
De las virtudes hijo,
Alma del universo,
Rayo del sol divino,
Que trueca en serafines
A dos amantes finos,
Aquél es el que debe
Formar el lazo pío,
Que inseparables una
La tierra y el empíreo.
Tú en el excelso coro
Cantas gloriosos himnos;
Solloza solitario
Tu esposo de continuo:
Mengua es del amor vuestro
Tan desigual destino.
Cuando en la noche miras
Que bañan hilo a hilo
Sus lágrimas el lecho
Que dividió contigo,
Tálamo dulce un día,
Ya potro de martirio;
Vuela a su cabecera,
Y aplica de improviso
La cariñosa mano
Al pecho dolorido:
La mano que otro tiempo
Contole los latidos,
En él derrame ahora
El bálsamo de alivio.
Pesares nos aquejan
En tanto que vivimos:
Inspírenos el cielo
Valor para sufrirlos.
Corran placer y pena
Por ley igual regidos;
No sea el mal eterno,
Y el goce fugitivo.
Cual tierna flor ajada
Por aquilón impío,
Lució tu abril, Jacinta,
Con instantáneo brillo
Contaste, caminando
Entre ásperos espinos,
Años de vida pocos,
De sufrimiento siglos.
�Y quién en la ardua senda
Fue tu constante arrimo,
Partícipe en los males,
Igual en los peligros?
Tus labios no gustaron
Gota de amargo absintio,
Que al seno de tu esposo
No hubiese descendido.
Mas tú ves tus afanes
En dicha convertidos;
Los suyos cada día
Crecen con doble ahinco:
�Mísero del que vive!
�Feliz quien ha vivido!
�Ah! logra del Eterno
Que separaros quiso,
Y a cuyo trono asistes
Alado paraninfo,
Que ya que en su presencia
Dilata el reuniros,
De aquella paz guardada
Para el celeste asilo
Luzca un reflejo débil
Al hombre que has querido,
Y aun lícito le sea
Días gozar tranquilos:
No diga, blasfemando
De tu inmortal cariño,
Que hasta en el cielo caben
Ingratitud y olvido.


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A la Señora Doña Athenais Iruleta de Pastor, en la noche de su desposorio

                               Según noticias que dan
Libros en que docto afán
Usos raros averigua,
Fecha tiene muy antigua
La verbena de San Juan.
 
   Conformes todos en esto
De lo antiguo, y no en el cuanto,
Cada cual sigue su texto;
Mas la función, por supuesto,
No es más antigua que el Santo.
 
   Desde antaño celebrada
Con más o con menos ruido,
También es verdad sentada
Que esta noche siempre ha sido
Noche al amor consagrada;
 
   Pues con fe cándida y pía,
Por todos nuestros mayores
Dos siglos ha se creía
Que esta noche decidía
La suerte de los amores;
 
   Y con deseo impaciente,
Y dando motivo a riñas
De mamá, padre o pariente,
Practicaban muchas niñas
La ceremonia siguiente.
 
   Tendida la cabellera,
Del cuello bajando al talle,
Pasaban la noche entera
En cuarto donde se oyera
Lo que hablaban por la calle.
 
   Gran estruendo en ella había,
Y era artículo de fe
Que, al oir la vocería,
Tener en agua debía
La niña el izquierdo pie.
 
   Quietas como inerte leño
En el puesto convenido,
Se estaban allí sin sueño,
La patita en el barreño,
Y muy atento el oído,
 
   Repitiendo sin cesar
Cada cual con gran fervor:
�Yo me quisiera casar,
�Qué novio me piensa dar
San Juanito el Precursor?�
 
   En esto, en conjunto vario
De cuerdos y de beodos,
Por las calles en rosario
Iban mil, gritando todos
Los nombres del calendario;
 
   Y epítetos a la par
De vituperio o loor,
Como Fernando, Gaspar,
Mozo, viejo, hombre de mar,
Feo, rico, jugador.
 
   El primer nombre que oía
La curiosa que escuchaba
Con el pie en el agua fría,
Por de cónyuge aceptaba,
Y acaso acertar solía.
 
   Según era mala o buena
La condición del nombrado,
Tal era por de contado
La noche de la verbena
Para la del pie mojado.
 
   Alguna pegaba un brinco,
Viendo frustrado su ahínco;
Y alguna con sencillez
Casarse creyó con cinco,
Pregonados a la vez.
 
   Esta noche sin reposo
Tú acabas de oír aquí
El nombre ya de tu esposo;
Pero ese nombre amoroso
No era nuevo para ti;
 
   Ni en tu oído ha resonado,
Casualmente abandonado
Al eco repetidor;
Oístele de un Prelado
Que invocaba al Redentor.
 
   La mano de tu elegido
Juntó con la tuya hermosa,
Y de Dios os ha traído
Bendición para la esposa,
Bendición para el marido.
 
   Mi parabién admitid,
Y el de todos, él y tú,
Y que sienta, permitid,
Que entristeciendo a Madrid,
Te nos vayas al Perú.
 
   Prospéreos nuestro Señor
En éste y país extraño,
Y prendas tengáis de amor,
Que compongan un rebaño,
Delicia de su Pastor.

23 de junio de 1858.



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Para el álbum de Julia

                                    Vienen volando y pasan
Las horas, y en su rápida carrera
Llevan consigo a perecer entera
Una generación.
 
   Tras aquélla sepultan
Otra, y sin descansar devoran ciento.
Polvo han de ser, de que se burle el viento,
Los hombres todos que serán y son.
 
   Las fábricas alzadas
Por ese polvo que vivió, y un día
Leyes a tierra y mares imponía,
Sobre él se arruinarán.
 
   Quizá en siglos futuros
Abismada Madrid, nueva Herculano,
La ciudad reina del imperio hispano
Se oculte de los doctos al afán;
 
   O bajo las raíces
De antigua ya y enmarañada selva
La hallen, y a ser pisado el suelo vuela
Donde vagamos hoy.
 
   Y al descubrir los senos
Que avariento guardaba aquel abismo,
Se abra un hueco y arroje el libro mismo
Cuyas páginas yo manchando estoy.
 
   Podrá existir entonces
Un sabio que solícito trabaje
Para entender los signos y el lenguaje
Abandonados ya;
 
   Y al recorrer las trovas
A ti, divina JULIA, dedicadas,
Rudas las hallará y desaliñadas,
Que ruda entonces nuestra edad será.
 
   Si al papel trasladado
Por maestro pincel tu rostro mira,
Justamente dirá que nuestra lira
Tu belleza ultrajó.
 
   Sentirá de tus ojos
El seductor, el mágico embeleso:
Yo siéntolo también; mas no por eso
A cantar tu hermosura basto yo.
 
   Lectores de otro siglo,
Que conocer queráis el alma y mente
De la beldad que postra dulcemente
Hoy el mundo a sus pies;
 
   Si visteis una hermosa
Que en ingenio y virtud brilla y descuella;
Si todos la adoráis... no es JULIA aquélla:
Bosquejo débil de sus gracias es.


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En el álbum de Eladia

                               Cada vez, Eladia hermosa,
Que esos tus luceros dan
Una mirada a las rejas
De la casa donde estás,
Que de Esposas del Señor
Claustro fue treinta años ha,
Y escuela es hoy de mancebos
Que a niños han de enseñar,
�No ves un jardín, que, ahora,
En este mes de San Juan,
De bellas flores te ofrece
Riquísima variedad?
Pues bien; si las flores amas,
Como las debéis amar
Las que sois, cual eres tú,
La flor de la humanidad,
�Cuándo a entretejer guirnaldas
Al vergel descenderás?
Irás en el verde mayo,
No en la yerta Navidad.
Vendrá el adusto diciembre,
Y el triste enero vendrá,
Y arrebatará esas galas
El soplo del vendaval.
Cubierto el rosal de nieve,
Sepultado el arrayán,
No irás a pedir entonces
Flor al mirto ni al rosal.
�No es tiempo de flores éste
(Cuerda para ti dirás):
No exijamos de Natura
Lo que ella no ha de prestar.�
-No exijas, Eladia bella,
De mí flores de otra edad:
Mi ingenio, jardín helado,
No produce flores ya.
Ricos ramos te daría
Mi rendida voluntad
En la florida estación,
Que ya miro muy atrás.
Tarde vienes: mustias hojas
Quedan sólo por acá,
Y aunque pocas y marchitas,
Cuesta el cogerlas afán.
Mas no hacen falta a la frente
Que ostenta con majestad
Guirnalda cuyo verdor
Inmarcesible será.
La puso en tu frente bella
Quintana, el vate inmortal,
Y flores por él cogidas
No se marchitan jamás.


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Para el álbum de Pepita González Acevedo

                               Hay una plaza en Madrid,
Que es la plaza del Progreso,
Cuyo espacio antes llenaban
Tres calles con un convento.
Una de las calles era
(Bastante mala por cierto)
Impropiamente llamada
La calle de los Remedios.
Estrecha, sucia y sombría,
No sé con cuál fundamento
Le dieron tan dulce nombre
Los antiguos madrileños.
Treinta y seis años hará,
Treinta y cinco por lo menos,
Que en la calle susodicha
Se hablaban dos muchachuelos.
Era el uno alto y delgado,
Chico el otro y nada recio,
Estudiantes de latín
Entrambos en un colegio,
Condiscípulos también
En la escuela de diseño
Que a la Merced ocupaba
Parte de sus aposentos.
Con la bolsa de los libros
Debajo del brazo izquierdo,
Conversando gravemente
Iban los dos compañeros.
��Qué vas a ser tú?� los dos
Se preguntaron a un tiempo.
�Yo cura,� contestó el alto.
�Yo pintor,� dijo el pequeño.
Viven, Pepita, en Madrid
Los dos mocitos aquellos;
Tú los conoces: con todo,
No acertarás quiénes fueron.
No esperes oir al uno
Entonar Kiries y oremus,
Ni cuadros del otro busques
En el salón del Museo.
El padre de almas futuro
Trocose en padre de cuerpos,
Y el pintor sólo ha pintado
Peñascos de nacimiento.
El uno, en fin, era Don
Juan González Acevedo;
El otro es el que te escribe
Este romance de ciego.
Sin pensar siquiera entonces
Si Dios criaba copleros,
Estaba en mis glorias yo
Mis mamarrachos haciendo;
Y eso de la poesía
Era oficio, en mi concepto,
Que no se usaba en el mundo
Desde Virgilio y Propercio.
Más adelante leí
Con dulcísimo embeleso
Del bendito de Comella
Cinco o seis pobres engendros.
�Qué asombro, Pepita, el mío,
Cuando, a propósito de ellos,
Me dijo tu padre un día
Que era Comella un camello!
Aquel aviso piadoso,
Y algunos más que le debo
A mi antiguo camarada
De idioma latino y griego,
Me guiaron del Parnaso
Al escabroso sendero,
Cuando al cerrárseme todos
Halleme con ese abierto.
Recibe, Pepita hermosa,
Recibe grata el recuerdo
Que a la amistad con tu padre
Leal consagra mi pecho,
Y disculpa el desaliño
De estos rasgos que atropello,
Hoy, que es el séptimo día
Del actual pronunciamiento.

1854.



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Versos para un álbum

                                       Emprendió con fanática porfía,
Pintor que quiso eternizar su fama,
Copiar del sol la esplendorosa llama
Y a ruda tela trasladar el día.
 
   �Bien su intento pagó desacertado!
Pues de clavar con insensato arrobo
Tenaz mirada en el ardiente globo,
Ciego vino a quedar el desdichado.
 
   Y exclamaba después con desconsuelo,
Su cuadro al explicar: �Del sol impropia
Toda imagen será; del sol no hay copia;
No le busquéis aquí: mirad al cielo.�
 
   Laura, sol eres tú; yo receloso
De que, si dócil tu mandato escucho,
Deje de verte por mirarte mucho,
Me niego a bosquejar tu rostro hermoso.
 
   Superior al pincel como a la lira
Tu mágica hermosura indefinible,
Es retratarte bien tan imposible,
Como que no te adore quien te mira.


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Lope de Vega

Soneto

                                         Único en el ingenio y en la fama,
Fecundidad pasmosa fue su dote.
Amó seglar y llora sacerdote
Dos esposas, tres hijos, una dama.
 
   Huella el Parnaso, y el hispano drama
Se alza del suelo con pujante brote,
Y el inmortal autor de Don Quijote
De nuestra escena rey a Lope aclama.
 
   Su labio miel, su corazón ternura,
Nadie juntó más cándidas y bellas
Las gracias del amor y la hermosura.
 
   Claro sol entre pálidas estrellas
Que ofuscaba su luz inmensa y pura,
Sólo cuando él faltó brillaron ellas.


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A Calderón

Soneto

                                         Con voz clamaste de pesar profundo,
Al contemplar la pequeñez humana:
�Sombra es la vida, como el sueño vana;
Y es fantástico bien el bien del mundo.�
 
   Pero brillando tú claro y fecundo
Sol en los cercos de la escena hispana,
�Cómo ilusión te pareció liviana
La fuerza de tu ingenio sin segundo?
 
   Tú, desde el envidiado Manzanares
Al Arno, al Rhin y al Plata, mereciste
Respeto, admiración, lauros y altares;
 
   Y pues eterna vive tu memoria,
Con más justa razón decir debiste:
�Sueño todo será; verdad mi gloria.�


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El pintor ciego

Soneto

A Esquivel

                                    Faltó la luz al genio peregrino,
De la gloria de Aquiles instrumento;
Mas sin la luz quedole el pensamiento,
Y a la inmortalidad libre el camino.
 
   Vendad los ojos con doblado lino
A Filias y Arïon: Fidias a tiento
La cera esculpe, y Arïon el viento
Suspende con su cántico divino.
 
   �Qué le resta al discípulo de Apeles
Cuando, sin ver, con lágrimas de artista
Riega desesperado sus pinceles?
 
   �Para que yo, Destino, te resista,
Dame (dirá) que olvide mis laureles,
Y arráncame a la par talento y vista.�


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A la prematura muerte del virtuoso joven y eminente artista don Leonardo Alenza

                               Para el mortal, en cuya sien fulgura
Del genio creador la ardiente llama,
Tiene el mundo un laurel, clarín la fama,
Y mármoles y bronce la escultura.
 
   Para premiar a la virtud obscura,
Flor que en la soledad su olor derrama,
Tiene el Padre común su seno, que ama
Con inefable amor, que siempre dura.
 
   Genio en ti, Alenza, con virtud se unía:
Consiguió tu pincel famoso hacerte:
Ya este mundo te dio cuanto podía.
 
   Dios hoy te llama a su celeste gremio;
Pero es adelantársete la muerte
Anticipar a tu virtud el premio.

1845.

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A una romántica

Soneto

                                    Mujer: hazles la cruz de Caravaca
(O tu juicio va a andar de ceca en meca)
A tanto libro de palabra hueca,
Merecedores de cruel matraca.
 
   Borda, en vez de gemir, una petaca,
O cósele un vestido a una muñeca,
O si te cansan almohadilla y rueca,
Diviértete en cuidar tiestos de albaca.
 
   Tu traje en forma de villana alcuza,
Sólo puede agradar a algún mostrenco,
Que te juzga salmón y eres merluza.
 
   No leas: cuando comas, llena el cuenco,
Y haz por trocar tu cara de gazuza
En colorado rostro de flamenco.


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A la Batalla de Waterloo

Soneto de pies forzados

                                    Ea, quien tenga de valor un cacho,
Dijo Napoleón, sígame al cerro
Donde fuego nos hace tanto perro,
Y del pendón inglés no quede hilacho.
 
   Yo a vuestra frente montaré en un macho
Que pació solamente flor de berro;
Y de esa hueste el enemigo hierro
Quebrará cual juguete de muchacho.�
 
   Dijo: pero el soldado se hace el sordo,
Y aunque le ofrecen de oro un cucurucho
El miedo de morir habla más gordo.
 
   Cede el gran general a otro más ducho,
Y mientras huye en su caballo tordo,
Quema la guardia el último cartucho.

1841.

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