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He aquí, sin duda, el ambiente científico y literario de entonces. Los salones de París eran reflejo de hombres preocupados en el saber e ingeniosos de palabra. Entre ellos paseaba su inteligencia aguda y su prestigio el abate de las églogas, que tenían en su poesía cierta novedad, no obstante el predominio de formas clásicas, que años más tarde había de romper el Romanticismo.

Con estos pensamientos en el ambiente y con el descubrimiento de que el hombre interior era un ser libre, moralmente libre, idea que informó toda la filosofía de aquel siglo de grandes escritores en prosa, justo es que apareciera una literatura científica, para la cual la naturaleza sería un vasto escenario y el ser humano su verdadero dueño.

Comenzaba éste a conquistar el infinito por el predominio de una inteligencia matemática, ya asomada hacia las posibilidades de una cultura mecánica. El más grande exponente era Newton. Por el mayor esfuerzo del entendimiento realizado hasta entonces, aquella tierna alma audazmente asombrada, se había remontado hasta los astros. Había encontrado leyes precisas que regulan, como un concierto, la marcha de ellos.

El microscopio, ojo verdaderamente mágico, penetraría audazmente los más secretos misterios de la vida pequeñita, pero tan bien organizada como la del hombre y como la de los innumerables mundos celestes.

De consiguiente la naturaleza solicitaba, por grande o por pequeña, la atención de los hombres de pensamiento. La poesía tenía que inclinarse ante esta tendencia. El método descriptivo iba a ser su expresión.

Hay por lo tanto una gran diferencia entre el método descriptivo, completamente objetivo, científicamente objetivo, y el didáctico, empleado por los antiguos para enseñar el gran misterio de viejas teogonías.

La poesía de Hesíodo, por ejemplo, es una adivinación,   —[XCVIII]→   una penetración inspirada, en el silencioso mundo de las cosas. El pensamiento en albores pugna por develar el misterio. Acaso los seres sobrenaturales, perdidos entre nebulosas, tengan el mismo deseo de entrar en relación con los mortales. Pero los dioses son también limitados. Seres cuya fuerza no puede traspasar fronteras. Y el poeta, inteligencia pura, suerte de pequeño demiurgo sobre la tierra - inspirado- trata de penetrar ese misterio. No es, por lo tanto, la poesía didáctica, una poesía descriptiva sino una adivinación, una profecía.

Considerado así, dentro de la relatividad de los géneros, el abate Delille tiene el mérito de haber fijado, por lo menos en perspectiva literaria, los sentimientos de aquel momento.

¿No es a este respecto digno de tomarse en cuenta el éxito alcanzado en Francia por el autor de Los Tres Reinos de la Naturaleza, y traductorde Virgilio? ¿No era aquella sociedad tan amanerada como los poemas de Delille? ¿No había una especie de bucolismo de jardines ciudadanos que reflejan también los cuadros de los pintores y hasta la música de la época?

¿Y no es bastante revelador de la trascendencia que tuvo aquel género en el mundo, que comenzaba a ser más francés de lo que se suponía, según frase de Rivarol, el hecho de que Bello hubiera traducido al español los poemas de Delille y de que Olmedo se preocupara de su publicación?


El sol se puso; y envolvió la noche
la creación; mas por su triple imperio,
discurre aún la mente vagarosa.
Descendió de los astros el silencio,
derramando en mi ser sabrosa calma;
y de mil formas peregrinas veo
el mágico prestigio todavía,
y aun no da tregua a la memoria el sueño.



Estos conceptos, este sentimiento de asombro ante la naturaleza, responde a las ideas de arte de la época. ¿No era acaso una nueva naturaleza la que se presentaba ante los hombres?   —[XCIX]→   ¿No iban a ser estos sentimientos revestidos de una sensibilidad más aguda, los mismos del Romanticismo? He aquí un punto que conviene anotar: Bello sin duda introduce algunos elementos románticos; vaguedad en el aire que envuelve las cosas, riqueza de ritmo que presta agilidad a las ideas y cierta musicalidad subjetiva que imprime novedad al poema.

Pero esto no es raro; Bello siempre que traduce, crea, tal es la generosidad de su verbo, tal es la abundancia de su corazón.


A la celeste bóveda, mi vuelo
dirige tú, Delambre, que combinas
gusto y saber, y la elegancia amable
con el severo cálculo maridas.



Estas estrofas del canto a La Luz son bastante para revelarnos el pensamiento y propósitos literarios del poeta de Los Tres Reinos y la simpatía que sus versos, naturalmente despertaron en el alma sensitiva del cantor de la naturaleza tropical. ¿No propugnó siempre Bello, como norma de su propia estética y como disciplina para el estudio, la unión del gusto y el saber? ¿No persiguió durante toda su vida esa armoniosa unión? ¿No maridó siempre Bello la elegancia amable y el cálculo? Bien sabemos que el maestro Rafael Escalona a la par que la lógica le enseñó las matemáticas. Sabemos también que desde la serenidad recoleta de las aulas universitarias llegaron a su alma, cera propicia para el rasgo magistral, los sentimientos profundos de la poesía.

Nueva era, sin duda, para los hombres la naturaleza, ya aligerada de preocupaciones metafísicas; y nuevo y desbordado el placer de hundirse en ella con el pleno gozo de los sentidos.


no es posible, Delambre, que te siga
en pos de objetos, que a Virgilio mismo
dieron pavor, no vuelo ya. Campiñas,
y prados, y boscajes me enamoran.
—[C] →
Ellos, como al mantuano, me convidan.
A gozar voy su asilo venturoso;
y mientras tú con alas atrevidas
corres tu reino etéreo, y pides cuenta
de su prestado resplandor a Cintia,
o del soberbio carro del Tonante
contemplas la lumbrosa comitiva,
te veré yo, desde mi fuente amada,
en los astros dejar tu fama escrita;
y menos animoso, a cantar sólo
la bella luz acordaré mi lira.



Por poco que se conozca la psicología de Bello, se comprenden los motivos que lo indujeron a apreciar este canto. Unos, sin duda, emanaban de su propia sensibilidad y otros de la arboladura científica que se habían aparejado los hombres de su generación.

Su aprecio por el poeta lo revela la pulcritud de la versificación y hasta el que no se hubiera decidido a publicarlo, a pesar de las recomendaciones de Olmedo que tanta fe le merecía, como si se propusiese echarle todavía una mano de corrección.


te veré yo, desde mi fuente amada,



Después de una fuga intelectual, del recorrido por los espacios celestes, el hallazgo de un sitio de intimidad.

¿No se repite este sentimiento frecuentemente en Bello? ¿No era un constante nostálgico de su intimidad?

No podemos comprender hoy, con nuestra sensibilidad y sentimientos de la belleza, la importancia y fama que lograron los poemas de Delille entre sus contemporáneos. ¿Pero, cuántas cosas no comprenderán las generaciones futuras de nuestra poesía?


Pura es allí de la verdad la fuente,
cuyo ideal modelo te cautiva;
más ¡ah! que en esos rutilantes orbes
do el ángel de la luz con ojos mira
de piedad este cieno que habitamos,
do te ofrece un abismo cada línea,
cada astro, un punto, y cada punto, un mundo,



  —[CI] →  

«Cada astro un punto y cada punto un mundo». El infinito con su rumoroso concierto. Bello amaba la cosmografía. Trataba de ella con ingenuidad. No pocas veces, a pesar de sus profundos conocimientos en la materia, habla de los astros con el candor de los clásicos españoles. Pero, ni aún inspirado por los sentimientos del poeta francés podría pensar nunca que la tierra es cieno. Para él la naturaleza, la tierra, la vida, tienen una gran solemnidad, una fuerza de seducción incomparable.

La diferencia entre Bello y Delille estriba en que el uno escribía acerca de la naturaleza con el alma fatigada por las miserias de la corte, en tanto que el otro la contemplaba directamente, rodeado por un paisaje hermoso.

Así, los sentimientos de Bello, siempre generoso, acompañados de su verbo magnífico, dan una gran calidad a muchas de las estrofas de la traducción.


Él descogió la espléndida madeja,
y de la magia de su prisma armado,
del iris desplegó la cinta etérea.



Cuánto aire de familia, sin contar el que le infunde la palabra, hay en los siguientes versos del poema a la luz con algunos de la Silva a la Zona Tórrida, bien que en éstos la presencia del campo tiene el rumor del agua y de las hojas.


De los siete colores la familia
si toda se reúne, el brillo engendra
de la radiante luz; y si con varia
asociación sus varios tintes mezcla,
ya del metal el esplendor produce,
ya el oro de la mies que el viento ondea,
ya los matices que a la flor adornan,
ya los celajes que la nube ostenta,
y de los campos el verdor alegre,
y el velo azul de la celeste esfera.
Su púrpura el racimo, y su vistosa
cuna de nácar le debió la perla.
Y ¿quién los dones de la luz no sabe?



  —[CII]→  

Delille no creó una gran poesía. Su inspiración no llega a alcanzar sublimidad. Ni cuando llevado de la imaginación se aventura en cosas abstractas, como el inmenso vacío o los mundos tenebrosos que sobrecogieron a Virgilio. No obstante ello, tiene el mérito indiscutible de haber interpretado una fase de la cultura de la humanidad, a la cual tendía Don Andrés Bello al liberarse, por natural inquietud de su espíritu moderno, de los modelos clásicos de la antigüedad; y esta liberación necesariamente tuvo que producirse, en aquellos momentos, a través de los escritores franceses.

No es para nadie un misterio que el siglo XVIII francés derivó su ciencia de los escritores ingleses; pero tampoco se escapa a persona alguna que Francia realizó un prodigio de inteligencia y equilibrio al hacer propia aquella evolución. A este respecto, dice Dilthey: «En Francia este nuevo espíritu se encontró con condiciones que imprimieron a la literatura francesa, a pesar de depender de Inglaterra, un carácter peculiar. De allí había arrancado con Descartes el imperio absoluto de la inteligencia lógica que no dejaba ni en el mundo ni en el alma humana el más pequeño residuo inaprehensible para el pensamiento. La sociedad cortesana exigía que esta precisión lógica fuese asociada a la gracia».

Aparece Voltaire. Desde entonces hasta nuestros días se encuentran unidas en Francia la lógica y la gracia; pero esta gracia difiere del ingenio. La gracia francesa del siglo XVIII es una actitud espiritual. Una concepción intelectual de la vida.

Surgen algunos espíritus ligeros. Diríase que no quieren penetrar en las cosas sino rozarlas. Sobre todo en la pintura aparece la égloga aristocrática, escenas amorosas bajo un aire suave: Watteau y Fragonard. Pero no era raro que a través del ambiente apacible pasara la gota de luz de la abeja del epigrama.

Gracia y claridad, lógica y dignidad integran la poesía de Bello, la cual se inicia con el tierno y sencillo poema al Anauco y culmina, bien que en diferentes épocas, con las Silvas americanas.

  —[CIII]→  

Desde un comienzo, a pesar de marchar mano a mano con los latinos, se ve decidido a cantar las cosas de América. Su voluntad no ceja ante ingentes dificultades. Sabe lo que tiene que afrontar. Sabe que Europa representa para nosotros un fondo clásico, por lo que no descuida autores españoles, italianos, franceses e ingleses. Sabe que está en una época de aporte, de semillero. Su labor de traductor, bien lo demuestra la intención libre de sus traducciones, responde a la necesidad de cultivarse cultivando ajenos predios.

En los albores de la juventud debió de llegar a manos de Bello el libro de Delille. Su influencia se acusa aun cuando la versión haya sido tardía. Marca el paso de la frescura eclógica, de la cual es trasunto el romancillo al Anauco, a la poesía descriptiva de una parte de la Alocución y de la Silva. Bello no podía contentarse con la simple descripción de las cosas. De allí que en sus dos poemas mayores una a los sentimientos del campo conceptos morales.

EL POEMA A LA VACUNA

La poesía de Bello responde a su vida. Sufre las modalidades de su vida. Las obras circunstanciales dejan de serlo si se construye la biografía espiritual del hombre. Entonces entran a formar parte de una unidad. Dicen de sus amores y dolores. Cosas pasajeras, pero eternas. Minutos de una emoción que ha modelado su íntima integridad. Bien pudiéramos trazar las vicisitudes de su alma, frecuentemente sorprendida de temores propios o ajenos, a través de la lectura de sus versos.

Comencemos esta biografía con el canto A la Vacuna, de suma importancia histórica por su contenido, puesto que él revela el sentimiento que tenía Bello de la cultura española.

Bello consideraba antes de 1810 fecha inicial de nuestra nacionalidad, la América como parte preciosa de la unidad española:

  —[CIV]→  

Vasconcelos ilustre, en cuyas manos
el gran monarca del Imperio Ibero
las peligrosas riendas deposita
de una parte preciosa de sus pueblos;



Algunos patriotas, sin duda inspirados por sentimientos propios de la época, vieron en este poema una sumisión de Bello a un régimen odioso de despotismo, sin detenerse a pensar que el poeta fue movido a escribirlo por lo que España representaba como unidad cultural. Cultura a la cual debían aspirar los hombres ilustrados de América en bien de sus pueblos, fuera de toda ideología política. Y este sentimiento de lo trascendental español, del inmenso dominio que aún mantenía la unidad monárquica bajo Carlos IV, se halla expresado en las siguientes estrofas del canto A la Vacuna.


¿Venezuela? Me engaño. Cuantos moran
desde las costas donde el mar soberbio
de Magallanes brama enfurecido,
hasta el lejano polo contrapuesto;
y desde aquellas islas venturosas
que ven precipitarse al rubio Febo
sobre las ondas, hasta las opuestas
Filipinas, que ven su nacimiento,
de ternura igualmente poseídos,
sé que unirán gustosos a los ecos
de mi Musa los suyos, pregonando
beneficencia tanta al universo.



Estas ideas, lealmente expuestas, correspondían a los sentimientos de Bello, bien que contribuyeron más tarde a agravar su suerte entre los patriotas. Y el poema, si no de las mejores producciones de su juventud, es de trascendencia en la historia de la poesía venezolana por el sentido de universalidad que lo inspira:


Muchas regiones, bajo los auspicios
españoles produce el hondo seno
del mar; y en breve tiempo, las adornan
leyes, industria, población, comercio.



  —[CV]→  

El esfuerzo poblador de España en la conquista encuentra eco simpático en el alma de Bello. Parte de su educación se ha hecho con los libros españoles que encontró cuidadosamente colocados en el convento de las Mercedes. En los primeros años de su juventud leyó en ediciones baratas que llegaban a Caracas las comedias de Pedro Calderón y las obras de Cervantes. España heroica y romántica. Perspectiva de profundidad religiosa en un ambiente popular. Todo ello contribuyó a que el joven Bello amara la cultura peninsular; pero no la restringida de su tiempo neoclásico, sino aquella otra que, por sus grandes empresas espirituales y materiales, tiene un sentido ecuménico.

España, pues, considerada no políticamente sino desde un plano intelectual, era la meta de sus ideales.

Sentimiento universalista que caracteriza la obra de nuestro poeta y que, a la par de la pureza del lenguaje, que es consecuencia de ella, le da valor principal en nuestra literatura. Valor que trasciende fuera de la tierra en la juventud misma del escritor; y en la madurez dilata su fama por todos los climas, bien por la profundidad de sus estudios gramaticales, bien por sus investigaciones en la apretada selva del romance.

Pasemos por alto y respetemos los sentimientos, naturales en una época de tanta y tan patriótica vitalidad, que inspiró en el corazón de muchos el canto A la Vacuna; la dedicatoria a Vasconcelos; los elogios a Carlos IV de España. Consideremos este poema en lo que tiene de poético; en lo que significa en la obra de Don Andrés Bello.

Sigámosle, pues, por su derrotero. Por los caminos por donde lo conduce la inspiración, o mejor la Musa, como solía decir en forma clásica, la vista siempre puesta en la tradición, o lo que es lo mismo, en la cultura.


El piloto que un tiempo las hercúleas
columnas vio con religioso miedo,
aprende nuevas rutas, y las artes
del antiguo traslada al mundo nuevo.



  —[CVI]→  

«Y las artes del antiguo traslada al mundo nuevo»... Ésta es la teoría de Don Andrés Bello. La que ha de sustentar durante su vida larga. Para él la cultura no tiene solución de continuidad. Comienza en tiempos remotos, en la noche de la inteligencia, cuando el hombre inventa las primeras palabras, los primeros mínimos poemas. Y luego esta semilla plantada en el surco fértil de la humana conciencia llega a convertirse en una fronda, cuyos más ricos frutos son la ciencia y el arte, puesto que aún las plásticas deben parte de su grandeza a la inspiración del lenguaje.

Don Andrés Bello, nostálgico de la soledad de los campos aragüeños, recorriendo las verdes riberas del Anauco eclógico, comprende la verdad de que la poesía es universal como la ciencia.

Impulsado por estos ideales siente un respeto grande por los europeos que, venciendo dificultades, trasladan la ciencia y la poesía del Mundo Antiguo al Mundo Nuevo; del mundo antiguo donde los progresos son innumerables, al nuevo asombrado, como un niño, ante la creciente maravilla de aquéllos.

Las Columnas de Hércules, comienzo de mares tenebrosos, de cascadas profundas, de aguas misteriosas, dejaron de inspirar a las nuevas conciencias, el miedo religioso que sobrecogió la de nuestros antepasados.

La ciencia en esta parte, como en muchas otras del mundo antiguo, había vencido la superstición y de consiguiente a la poesía. El espacio de los poemas se iba haciendo más pequeño cada vez. Sólo le quedaría al hombre, fresco hallazgo del Romanticismo, ese otro mar del corazón humano, que filósofos nuevos iban a explorar, acaso con más riesgo que las audaces velas de los viejos navegantes por entre escollos y ensenadas.

Bello ama la ciencia. Siente por ella un culto profundo. Como un poeta de su siglo se acerca a su misterio. Ciencia y poesía se confunden en su imaginación creadora. De allí   —[CVII]→   que exprese su admiración al piloto -símbolo- que pasa las Columnas de Hércules: esto es, que sale del Mediterráneo para aportar la cultura -la verdadera cultura clásica- por los mares de América.

Expresión de tan profundos pensamientos son los siguientes versos:


Este mar vasto, donde vela alguna
no vieron nunca flamear los vientos;
este mar, donde solas tantos siglos
las borrascas reinaron o el silencio,
vino a ser el canal que, trasladando
los dones de la tierra y los efectos
de la fértil industria, mil riquezas
derramó sobre entrambos hemisferios.



El poema A la Vacuna debe ser considerado, en la obra poética de Bello, como uno de los más importantes de su lírica, a pesar de no ser de los mejores, por cuanto contiene los sentimientos que de la cultura de España en América tenía el notable humanista:


Un pueblo inteligente y numeroso
el lugar ocupó de los desiertos,
y los vergeles de Pomona y Flora
a las zarzas incultas sucedieron.



«Los vergeles de Pomona y Flora»: la gracia de una naturaleza cultivada, inteligentemente cultivada, reemplazando los incultos zarzales que zaparon los audaces instrumentos de los Conquistadores. La civilización industriosa tomando puesto entre ásperos breñales.

Lo más estilizado, lo más puro que aún conservaba la poesía de la antigüedad, en la época de Bello, eran, sin duda, los dioses de la siembra y la cosecha. Todos los otros habían desaparecido o comenzaban a desaparecer. En una fuga armoniosa, pero inevitable, se retiraban a sus recónditas moradas.

Las alegorías mitológicas de la vendimia y en general de la cosecha tuvieron vida fecunda hasta fines del Romanticismo.   —[CVIII]→   La claridad de los idilios griegos, poemas sin acción, y de las églogas latinas, suerte de diálogos pastoriles, persistieron en la poesía campesina del siglo XIX.

Así Bello, que generalmente rehuye alusiones mitológicas, recurre, cuando se refiere al campo, a su querido campo venezolano, a ellas, pero no por simples recursos retóricos, sino para darle importancia al pensamiento con símbolos universales.

Opone Bello la nueva cultura cristiana, la que importaron los españoles, a la de los primitivos pobladores de América, especialmente los aztecas de ritos crueles:


No más allí con sanguinarios ritos
el nombre se ultrajó del Ser Supremo,
ni las inanimadas producciones
del cincel, le usurparon nuestro incienso:
con el nombre español, por todas partes,
la luz se difundió del Evangelio,



Como lo demuestran todas estas citas, lo que más importó a Bello, fue el contenido cultural de la expedición, o dicho de otro modo, que tiene, desde luego, un sentido universal en el poema: «la luz del Evangelio».

El Evangelio, en una inteligencia como la de Bello humanitaria, significa comprensión y caridad. Algo que se oponía a los cruentos ritos de los pueblos primitivos. Fuerza espiritual que hacía salir del seno oscuro de mares donde el viento no había hinchado vela alguna, poblaciones sumidas en la ignorancia, a la civilización:


y fue con los pendones de Castilla
la cruz plantada en el indiano suelo.



Castilla era el centro de la nacionalidad española. Sentido de universalidad de una raza. La cruz de los conquistadores, anhelo de ascensión hacia las nubes y de expansión horizontal sobre la tierra, la que sembró en suelo de América, para gloria de estas naciones, una de las más dulces hablas del mundo.

  —[CVIX]→  

Bello tenía respeto por el habla de Castilla y admiración por quienes la trajeron en sus carabelas. Consagró su vida a buscar en el lenguaje escrito y en el lenguaje hablado, vivo como un retoño, reglas precisas para su mayor limpieza.

Lengua verdaderamente feliz, sembrada en americano suelo -como la lengua de los predicadores- el latín en la Europa pagana, bajo el resplandor de la cruz.

Lo importante en este canto es el espíritu que lo anima. El paso que marca de los poemas juveniles, subjetivos, inspirados por un sereno lirismo pastoril, a las formas descriptivas, madurez intelectual a la que había llegado Bello aún sin salir de los límites de la nativa Venezuela.

No hay que olvidar que aquella expedición tuvo una gran importancia. La América lejana y pobre estuvo siempre sometida al peligro de una peste que había surgido de los más profundos senos de la Etiopía. Terrible flagelo que destrozó regiones enteras de esta zona después de haber causado desolación en Europa.

La horrible pestilencia marca una época de la historia de dolores de la humanidad. En nuestra poesía, generalmente lírica o epopéyica, se recuerda sólo por las patéticas estrofas de Bello, que si no tienen la grandeza trágica de Manzoni, al menos alcanzan momentos dignos de considerarse, en buena poesía, por la nobleza de la expresión.

Quintana, uno de los valores más firmes de España entonces, consagró también un canto a la expedición que condujo Balmis, sin duda inspirado por los mismos sentimientos de admiración y simpatía que impulsaron a Bello. Lo circunstancial de la expedición había dejado de serlo. La poesía sorprendió la significación humanitaria de ella. Voces grandes rompen los límites de lo temporal. El drama es la estatua de un momento. Bello había fijado ese momento. En el canto A la Vacuna aparecen los dos sentimientos que lo acompañarán durante toda su vida: su amor por América y su admiración por el esfuerzo cultural de España.

  —[CX]→  

Presagios de tormenta cruzan los cielos anchos de la tierra nativa. Con ojos serenos mira Bello la empresa. Encuentra en ella cauce para derramar los sentimientos que pesaban sobre su corazón. Pone frente a los ideales guerreros de los Conquistadores, los ideales humanitarios de la expedición.


tú sepultas en lóbrego silencio
aquellas melancólicas hazañas,
que la ambición y el fausto sugirieron;
tú; mientras que guerreros batallones
en sangre van sus pasos imprimiendo,
y sobre estragos y ruina corren
a coronarse de un laurel funesto,
ahuyentas a la Parca de nosotros
a costa de fatigas y desvelos;
y en galardón recibes de tus penas
el llanto agradecido de los pueblos.



Agradecimiento hondo es, sin duda alguna, el que se expresa en llanto. No encuentra palabras porque la palabra es pobre para contenerlo. Sale del corazón y se derrama en el fresco manantial de los ojos. De los ojos que siempre callan, pero que siempre comprenden.

Bastaría este verso, este solo verso, claro como gota de agua sobre una hoja verde, para justificar la inmensa y dolorida sinceridad de Bello en el poema A la Vacuna.

Su comprensión de la poesía americana no está ausente en este poema. En él hace una síntesis de los ideales poéticos que constantemente aparecen en su obra, ya de un modo incipiente, como en el canto Al Anauco, ya de un modo definido y preciso, como en sus obras maestras, la silva La Agricultura de la Zona Tórrida y la Alocución a la Poesía.

Los que consideran este poema como una obra sin trascendencia desconocen la aflicción que debió producir en naturalezas sensibles, preocupadas del bienestar común, la terrible epidemia. El cuadro sombrío de la muerte de los apestados en las chozas pajizas, a donde apenas podrían llegar escasos recursos de la ciencia.

  —[CXI]→  

Movido a compasión el sentimiento de Bello, escribe un canto de agradecimiento, al Rey de España y, principalmente, de gratitud a la expedición misma:


A tu vista, los hórridos sepulcros
cierran sus negras fauces; y sintiendo
tus influjos, vivientes nuevos brota
con abundancia inagotable el suelo.
Tú, mientras la ambición cruza las aguas
para llevar su nombre a los extremos
de nuestro globo, sin pavor arrostras
la cólera del mar y de los vientos,
por llevar a los pueblos más lejanos
que el sol alumbra, los favores regios,
y la carga más rica nos conduces
que jamás nuestras costas recibieron.



En mi opinión, poco valor tiene el verso incidental, «los favores regios» y otros, que expresan, como hemos dicho, gratitud por tan grande merced, en comparación a la nobleza ancha de la expresión con que se refiere al beneficio mismo de la vacuna, providencial consuelo de corazones afligidos:


y la carga más rica nos conduces
que jamás nuestras costas recibieron.



Para Bello como para toda persona consciente, preocupada de la suerte del suelo nativo, debió ser terrible el temor de una peste que afectaría, con su propagación, el desarrollo de la agricultura, del comercio y de la incipiente cultura que llegaba atrasada a nuestras costas:


La agricultura va de nuevos brazos
los beneficios siente, y a los bellos
días del siglo de oro, nos traslada:
ya no teme esta tierra que el comercio
entre sus ricos dones le conduzca
el mayor de los males europeos;
y a los bajeles extranjeros, abre
con presuroso júbilo sus puertos.



  —[CXII]→  

Si hubo gratitud para el monarca, fue por el beneficio derramado sobre el pueblo y prosperidad que de él derivara el campo venezolano. Entonces, ¿por qué no ver en este poema una expresión pura de los sentimientos humanitarios de Bello? ¿No es el cantor de la naturaleza?... ¿Podría acaso Bello cantar el campo venezolano sin sentir simpatía por el hombre que lo habitaba?

No eran nuestros campos rodeados de peligros y fatigas, como las plácidas campiñas crepusculares de Millet, sitios de aburguesada paisanía. Trabajos costaba la labranza y sudores la cosecha que ponía oro en los árboles de los plantíos, pero ciertamente no en las arcas de los sembradores.

Su protesta contra la esclavitud, contra un sistema odioso de desigualdad ante la ley constituido en fundamento de una sociedad culta, déjala consignada, de modo maestro en los versos de la Silva que dedica al banano, árbol generoso, pan del campesinado venezolano, que no debe su lozanía y fecundidad al esfuerzo de la mano esclava.


Escasa industria bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava.



Todo el pensamiento de Bello en la Silva a la naturaleza es una expresión de libertad. De libertad moral y material. De allí que cuando se refiere a la agricultura, símbolo de esa libertad, su voz adquiera mucho más amplitud que cuando alude al ganado, en escasos versos o a otras manifestaciones de la vida del campo.

Por sobre todo es Bello el cantor del árbol, bien sea originario de nuestro suelo como el samán, bien sea forastero, con carta de naturalización, como el cafeto.

Pero si siente compasión por el campesino que padece, mano esclava que trabaja, también se indigna contra el que hace de la agricultura, la más noble de las actividades del hombre, profesión mercenaria. Protesta contra los que abandonan las heredades, tanto porque húrtanle su trabajo a la tierra, como porque esclavizando manos humanas, disfrutan de beneficios que a aquéllas pertenecerían.

  —[CXIII]→  

¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y pingüe y varia,
al cuidado abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,



LA MADUREZ POÉTICA

Los anteriores versos pertenecen a la Silva, que hemos clasificado entre los mensajes. Pasemos pues del canto A la Vacuna a la Silva. De la juventud del poeta a la madurez. Así hemos seguido los puntos salientes de la unidad poemática de su obra. Los otros poemas, originales o traducciones, son adornos del huerto. Las Silvas Americanas contienen lo esencial de su poesía. Parece que todas las anteriores hubieran sido escritas para llegar a esta perfección.

No es posible mayor equilibrio en la parte descriptiva ni mayor profundidad en los conceptos morales.


No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
más la salud estraga en el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte: crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierna virgen, y al delito espuela
es antes el ejemplo que el deseo.



  —[CXIV]→  

Recuerdan estos versos por su sobriedad los tercetos dirigidos por Quevedo al Conde-Duque de Olivares. No es más rica la poesía de Bello cuando se refiere a la naturaleza que cuando aborda conceptos morales. En aquélla ciertamente se reviste su expresión del brillo de metáforas nuevas y de frescura; pero en ésta adquiere precisión incomparable y varonía en el ritmo propia de los mejores tiempos de lírica castellana.

El sentimiento del campo, bien desde un punto de vista contemplativo o poético, bien desde una interpretación práctica constituye el eje de su poesía. En la vida del campo y en la naturaleza del campesino, ajeno por el aislamiento en que vive y la índole de su faena a la política, encontraba un elemento vigoroso con que contrarrestar la cultura guerrera del país.


Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra: el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstruido estanque y, del molino,
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare;



Como se ve el poema Silva a la Zona Tórrida es un canto de regreso a la naturaleza. A la naturaleza «nodriza», a la naturaleza, sepulcro que cobija la ceniza de sus mayores. De allí que tenga siempre una oculta nostalgia y un sentimiento   —[CXV]→   religioso, solemne, que no aparece ni en la traducción de los poemas descriptivos de Delille, ni en los tiernos idilios virgilianos. Y ésta es precisamente la novedad de la Silva: invitación melancólica al cultivo de un suelo devastado por la guerra, reincorporación del hombre joven a campiñas convertidas en ceniza; grito desgarrado de desolación, como el de un profeta bíblico, pero también de esperanza.


¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
Honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
«hijos son éstos, hijos
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima:
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España».



Canto de reintegración: unidad perfecta. La naturaleza y el héroe. El hombre en su más alta categoría y la naturaleza también en su más alta categoría humana: la agricultura. De allí el que no sea una coincidencia simple el hecho de que Bello en sus dos poemas fundamentales, los que encierran el mensaje que trajo a los hombres, mezcle en un acento verdaderamente lírico la descripción del campo y el canto a los héroes.

Para hablar de Bolívar, como si la palabra le quedara   —[CXVI]→   estrecha para contener los sentimientos que hinchaban su corazón, acude a un símil poético, y simboliza la imagen de la gloria creciente del Libertador con la majestuosa figura del samán:


pues como aquel samán que siglos cuenta,
de las vecinas gentes venerado,
que vio en torno a su basa corpulenta
el bosque muchas veces renovado,
y vasto espacio cubre con la hojosa
copa, de mil inviernos victoriosa;
así tu gloria al cielo se sublima,
Libertador del pueblo colombiano;
digna de que la lleven dulce rima
y culta historia al tiempo más lejano.



No dejan de tener importancia las expresiones: «dulce rima» y «culta historia», refiriéndose a la gloria de Bolívar y al tiempo sin límites de la inmortalidad.

En materia de versificación, bien se sabe que fue Bello uno de los poetas de habla castellana que más atención prestó a la suavidad y armonía del ritmo. Pero aquí tiene un sentido más profundo el adjetivo. No se refiere únicamente a la virtud fonética del poema sino a la calidad intrínseca de él. Dulce rima expresa ternura, un sentimiento íntimo que emana de un corazón amoroso. Es como una venda puesta sobre el dolor de la herida, como el perfume derramado en la alcoba del enfermo, como la oración postrera sobre el lecho del moribundo. Dulce rima expresa piedad para el pasado, por cuanto tuvo de dolor, pero también deseo de que el nombre llegue sin aspereza alguna al tiempo más lejano. Dulce rima dice, refiriéndose a Bolívar, su amigo de la infancia -máximo héroe de una patria lejana- lo más íntimo, lo más puro, y también lo más candoroso del alma de Bello.

En la poesía A un Samán se mezcla un sentimiento de serena melancolía a los de la naturaleza. El árbol, «sombra placentera», ha presenciado desde su alcor historias dolorosas. Bajo su copa que decora el espacio vive la memoria del   —[CXVII]→   «dulce Dalmiro», a quien los hijos de los vecinos campos «no sin lágrimas recuerdan».

Pero los tiempos son duros. Pesa sobre su fronda una brisa infausta. Es hijo de otro samán «que en otros campos se eleva, -testigo que el tiempo guarda- de mil historias funestas».

No obstante ser «la campiña risueña» hay en el aire que lo rodea, como hemos, anotado, un abatido vuelo de tragedia: algo de presagio, «extiende, samán, tus ramas -sin temor al hado fiero»- ¿Por qué temor al hado fiero? ¿Acaso los recuerdos que bullen en su savia de las «historias funestas»? Amarga raíz alimenta su hercúleo tronco, porción oscura, soterrada, en la campiña risueña; pero... ¿no es la copa que ha de hundir las ramas en el futuro, «placentera»?

A Bello no lo abandonó nunca la fe. Hay que insistir en esto. En toda su poesía hay la nota de amargura que imprimió en su alma el pasado sangriento, los cuadros sombríos de la Colonia, las escenas sublimes y trágicas de la Independencia; pero también hay una persistente voz de esperanza: «Ya vendrán otras edades -que más lozano te vean».

No es difícil sorprender en este poema los elementos característicos de la poesía de Bello y hasta el mismo método o artificio empleado en sus poemas mayores: primero un canto plácido a la naturaleza, luego, como eje de la composición, un sentimiento dramático, matizado de evocaciones, y al final, suavemente teñida de eclógica tristeza, una clarinada de esperanza.


Del puro Catuche al margen,
propicios los cielos quieran
que, más felice, no escuches
tristes lamentos de guerra;
antes, de alegres zagales
las canciones placenteras,
y cuando más sus suspiros
y sus celosas querellas.



Al situar a Bello en su tiempo, manifestación vital de una fase normativa de nuestra cultura, hay, desde luego, que   —[CXVIII]→   considerarlo como un valor clásico, quizás el más definido de las letras americanas; pero no solamente por cuanto sea, «el sabio por excelencia de América», según expresión de Rafael Caldera, sino por la intuición poética que lo llevó a comprender con sentimiento universal nuestra naturaleza, universalizando él mismo, con la gracia de su habla perfecta, nombres de sitios, de árboles y forma de vida americana.

No nos cansaremos de repetir que aquella época -privilegiada- tuvo en nuestra América un arraigado sentido de universalidad. Ciencia, arte, religión, y, sobre todo la milicia, pasaron los límites de lo regional. Pocas veces, como entonces, el pensamiento de América se ha extendido en profundidad y anchura. En todos los sitios, aun en los más apartados del Continente, florecieron valores no superados. A Venezuela, la pequeña Capitanía General, de menos importancia que las ciudades virreinales, le tocó jugar un papel singular en el Nuevo Mundo. Cuna de Bolívar el más grande de todos sus hijos por el pensamiento y por la espada, y de dos hombres que tienen más de un punto de contacto: Miranda y Bello. Hijos los dos de Caracas, de ascendencia más o menos parecida, con un sentimiento romántico e intelectual de la libertad y con una inquietante ambición de cultura universal.

El girondino de cabeza blanca, amplia frente y serena faz de filósofo escéptico, y el sabio de rostro apacible y sonrisa bondadosa, nunca pensaron en una Patria pequeña; de allí el que no pudieran ser comprendidos por la mayoría. Si algunos los comprendieron por elevación de alma, lloraron en silencio con sus angustias o fueron instrumentos fatales de una tragedia griega que tenía que cumplirse -terrible unidad de la historia- en suelo americano.

Ambos cumplieron el destino del héroe romántico. Proscriptos de la tierra nativa abrevaron sus espíritus en fuentes de cultura universal. Recorrieron ciudades entre éxitos y miserias. Terminaron sus días en sitios apartados del cielo nativo. Pero Bello, más afortunado que Miranda, murió, si no cerca de los queridos granados del patio solariego, sí rodeado   —[CXIX]→   de sus afectos más íntimos y de sus libros y viejos papeles.

Juan Vicente González con su palabra magnífica, por donde siempre pasa un soplo de poesía, dice: «¡Qué hombre y qué destino! Modesto y puro como soñamos a Virgilio; de un embarazo ingenuo y amable y de una esquivez sencilla y llena de atractivo, la ternura de su corazón traspiraba sobre su frente virginal. Eran necesarios los relámpagos de sus grandes ojos por entre negros crespos y largas pestañas, para adivinar el genio que se albergaba en aquel niño prodigioso. Dormido bajo un rosal a las orillas de Anauco, es fama que abejas depositaron en sus labios la miel de la palabra».

La fantasía de Juan Vicente González, suavemente mecida por ática brisa, recuerda que abejas libadoras de rusticanas flores en los bosques de Galipán, depositaron sus sabrosas mieles en los labios adormecidos del futuro cantor de la naturaleza americana. El cuadro es de una ingenua paganía encantadora. La expresión de una justeza impecable. No hay en castellano palabra de mayor dulzura que la de Bello. Una de las cualidades de su poesía es la suavidad de la frase, la transparencia del lenguaje adecuado, la armonía de la estructura, la musicalidad de la forma. El castellano en sus labios criollos adquiere una tersura pocas veces igualada. En ocasiones llegamos a pensar que es peculiaridad de América la mansedumbre del lenguaje. Sobrepasa a las mismas formas dialectales de Andalucía, si bien es cierto que de éstas toma algunos rasgos de pronunciación, muchos de los cuales, con su amplitud de criterio para juzgar estas cosas, llega Bello a explicar o cuando menos a tratar de comprender.

En el siguiente párrafo de Juan Vicente González, concebido en la forma romántica de la época, encontramos, al par que sentimientos de admiración, una síntesis de la actitud de Bello frente a la naturaleza y frente a la poesía:

«Cantaba como la alondra, que saluda los rayos primeros del sol, despierta a los hombres con gritos de alegría y los llama al trabajo, a los combates y al placer. Cantaba como   —[CXX]→   el ruiseñor a la sombra del bosque, convidándonos al reposo, a los tristes recuerdos, a la oración y sabroso sueño: sus versos exhalaban el aliento del más suave amor».

Envuelto en estas galas se nos presenta Bello en su juventud. Sus primeros versos tienen la frescura matinal del canto de la alondra. Pero junto al joven cuya «ternura de corazón traspiraba sobre su frente virginal», madura el hombre adusto. Por lo que la poesía reflexiva, sabia, no tardaría en reemplazar, con menguas de virtudes ingénitas, aquella fuente espontánea como las mieles de Galipán y las corrientes claras del nemoroso Anauco.

¡Qué signo tan hondo el de este escritor que tiene un paisaje que le es propio! Como no puede evocarse el Tajo, en el severo campo de Toledo, sin recordar a Garcilaso, no puede nombrarse el Anauco eclógico, hoy aprisionado entre muros, sin que nos venga a la memoria la figura juvenil de Bello.

Pocas palabras le bastaron a este hijo de Caracas para crear el ambiente bucólico del desaparecido valle de Gamboa, el cual en el pasado siglo, bajo la sombra apacible de sus mangos y bucares, fue sitio deleitoso para nuestros románticos.

No tardó la poesía reflexiva en desalojar del alma de Bello gran parte de la frescura congénita que trascendió a los poemas Al Anauco y A un Samán, como al soneto Mis Deseos, de que ya hemos hablado.

Bello siguió, más que los impulsos de su corazón sensitivo, la corriente de la época. Los comienzos del Siglo fueron intelectualistas. Predominaban los ideales literarios del siglo XVIII. La métrica de Boileau ejercía gran influencia.

Bello se dejó llevar por la suave corriente científica que iba a desembocar en el positivismo. La gloria de Newton se llenó de infinito. No hay duda de que envuelto en el misterio de su teología y de su alquimia anduvo siempre entre poetas. ¿Podía Bello escapar a esta influencia?

Wordsworth dice:

  —[CXXI]→  

Newton with his prism and face
The marble index of a mind for ever
Voyaging through strange seas of thought alone



Pero el prestigio entre los poetas, de que gozó largamente el sabio inglés, no dependió tan sólo de la belleza de su descubrimiento, como alguien dijo, «la lira de siete colores del prisma», sino también de su posición poética ante la vida.

Poco tiempo antes de su muerte escribe: «I do not know what I may appear to the world; but to myself I seem to have been only like a boy, playing on the sea shore, and diverting myself, in now and then finding a smoother pebble or a prettier shell than ordinary, whilst the great ocean of truth lay all undiscovered before me».

Ciertamente compartiéronse la poesía y la ciencia el amor de Bello desde los tiempos ingenuos de sus primeras lecturas virgilianas; pero la dualidad de admiración tan profunda y arraigada es reflejo natural de la cultura de la época.

No sabemos, como lo he manifestado, cuando llegaron las obras del dicaz abate, ídolo de los salones de París, a las manos de Bello. Pero el paso de la poesía pastoril a la poesía reflexiva, de las églogas al Canto de la Vacuna, demuestra que, cuando menos, tuvo entonces conocimiento de la unión de la poesía y la ciencia como género poético.

Por lo que el poema A la Vacuna es obra fundamental para el estudio de la poesía de Bello. Aparece en él el poeta tempranamente podado de la frescura inicial. Seducido por la ciencia. Orientado hacia un nuevo clasicismo -el suyo- que no desdeñaba lo romántico que se iniciaba, ni menospreciaba lo pseudoclásico que moría. No podía ser de otro modo. Era joven, pero no había dejado de ser aquel «niño serio» de que nos habla Juan Vicente González.

«Ese niño serio y distraído lleva un alma tierna y amante del estudio, enamorada del campo y de la soledad, modesta y moderada, nutrida en esa mediocridad doméstica, que nos hace sentir y amar más todas las cosas».

  —[CXXII]→  

«Niño serio», «mediocridad doméstica», dos trazos magníficos. Dos puntos de partida para comprender una parte de la obra de Bello. ¿Pero qué podía entender Juan Vicente González por mediocridad doméstica que nos hace sentir y amar todas las cosas? Esta frase, no hay duda, tiene un sabor horaciano. ¿A qué oponía Juan Vicente González esa mediocridad? Acaso, la mediocridad de la casa de Bello, familia mediana de la Colonia, al lado de las casas de mayor auge de los Ustáriz? ¡No!... Juan Vicente González habla de una mediocridad, de una manera de vivir, de los grandes y los pequeños. De los que tenían derecho a usar bastón en las grandes solemnidades y de los que no tenían derecho a llevarlo.

Limitación de una vida sosegada, en un valle estrecho rodeado de montañas, de haciendas de caña, de oscuros cafetales. ¿Mediocridad moral o intelectual? Ni lo uno ni lo otro: nos hacía amar todas las cosas, las nuestras; las flores de los campos y los jugosos platos de la perfumada cocina indígena.

No se había afectado la vida nuestra de extranjerismo, aunque sí asimilado inteligentemente culturas forasteras... Sin embargo existe una mediocridad. Juan Vicente González la siente, la sintió Bello también que fue el niño triste y distraído. Teníamos en medio a ella que amar más todas las cosas que nos rodeaban. ¡Las pocas cosas que nos rodeaban! ¿Nos pertenecían más o nosotros les pertenecíamos más a ellas?

Anhelo moderado tenía que ser el de los escritores, el de los políticos, el de los sabios. Anhelo moderado el de los padres para el futuro de sus hijos, el de la hija para elegir esposo y el del esposo para mantener hogar.

Cuando esta mediocridad se impone en Bello, cuando se deja llevar por los sentimientos restringidos que puso en su alma la mediocridad de la casa y la mediocridad de la vida y la mediocridad de afectos hogareños, surgen los poemas circunstanciales; pero cuando esta mediocridad, sin dejar de serlo, se engarza en el pensamiento universalista de   —[CXXIII]→   Bello, del Bello que ha superado el ámbito de su aventura intelectual, se producen los grandes poemas.

El material de unos y de otros es el mismo. Los elementos que maneja, iguales; y las palabras que emplea pertenecen a su natural léxico extraordinario.

Ahora, lo que nos importa es saber si el Bello de los grandes poemas pudo existir sin el de los pequeños... ¿Podría?... Creemos que no. Bello es hijo de la mediocridad doméstica de que se dio cuenta la mente ágil de Juan Vicente González; y de esa mediocridad fue hijo también Cervantes. Pobre médico sordo, aunque de solar hidalgo, el padre de Cervantes. El padre de Bello, un hombre de modesto pasar. El uno nació en la sabia Alcalá de Henares, el otro en la modesta Caracas. Mediocre la vida íntima de los dos, no obstante estar rodeados de grandeza. Cervantes, como un soldado oscuro combatió en Lepanto. Bello ausente de la Patria contempló la Independencia; pero de esa mediocridad que les hizo amar humanamente todas las cosas, nacieron las expresiones más puras, más hondas de las obras de ambos escritores. ¡Cuánta grandeza, por ejemplo, encierran los versos de La Oración por Todos en los que Bello derrama en estrofas pulquérrimas su amor de apretada intimidad por los seres humildes!

La Oración por Todos es el poema que refleja, limpia como un cristal, el alma de Bello. Si mal no recuerdo, Marcelino Menéndez y Pelayo encuentra original en poesía castellana, la intimidad con que Maitín se acerca a los pormenores más simples en su Elegía... ¿No será una virtud de nuestra poesía esa intimidad? Una virtud llevada hasta la solemnidad de la oración, por Bello; hasta la tristeza funeral de la Elegía, por Maitín.

No hay libro ciertamente donde haya mayor intimidad entre las personas y el ambiente que las rodea que en el Quijote. Pero Cervantes es una excepción en España. Por ello Menéndez y Pelayo se sorprende con la intimidad de Maitín. Sin embargo, el caso de Maitín no se encuentra aislado en nuestra literatura. Tiene como ascendiente a Bello,   —[CXXIV]→   en la forma como Bello trata las personas humildes y la vida sencilla. Tiene como compañeros a los criollistas, sobre todo, cuando se refieren al campo y hablan de él con vocablos campesinos.

Mas, la intimidad de Bello es siempre intelectual. En esto difiere de los poetas criollistas. En él nunca se sorprenden regionalismos. Los regionalismos al desembocar en su obra adquieren categoría universal. Tienen el color de la Patria porque la Patria está en él, aun cuando se halle distante; el viejo torreón recuerda las haciendas vecinas a Caracas; el ruedo de cambiante nácar los crepúsculos caraqueños; el desigual rumor del carro vacilante, las calles empedradas y los polvosos caminos profundos, pasada la alegría de las alcabalas, cuando en las puertas de tiendas y posadas colgaban vistosas telas; en las repisas frutos de mil colores que venían por aquellos caminos: naranjas de Valencia, duraznos de Galipán, aguacates de Guarenas, cambures de la Laguna, cotoprices de Aragua, guamas de los Altos, cañas de los Valles de Tuy; y en las jaulas, pendientes en el vano de las puertas, ponían reflejos de plumajes vivos, la paraulata llanera, el cardenal de Oriente o el loro de las serranías de Barlovento.

El verso de Bello me evoca estas cosas...: Viejas alcabalas de la infancia...: Recuerdo que por las madrugadas me gustaba oír alejarse los carros vacilantes. Rodaban hacia el misterio de los caminos. Pero ya estos carros no dicen nada a las nuevas generaciones. ¿Sabrán dentro de pocos años los niños de mi tierra, qué es un carro vacilante en la madrugada o en el atardecer? ¿Sabrán lo que eran aquellas alcabalas alegres donde se vendía el rústico cuatro para cantar por los caminos?

Bello en muchos de sus poemas apresó la emoción de intimidad del paisaje. Su poesía dirá siempre el encanto de una vida, tal vez mediocre pero que todavía no hemos reemplazado por otra que contenga la misma potencialidad poética.

«El Vate caraqueño, -dice Juan Vicente González- es el sacerdote que ha tributado a las letras culto más puro.   —[CXXV]→   Su estilo es tranquilo y sobrio, sus términos modestos, siempre con esa dignidad que nace de la paz de un alma superior a todas las cosas. Él supo reunir todo lo que la lengua castellana ha tenido en todos los siglos de bello, de rico y grande: gracia, flexibilidad, dulzura, fuerza, elevación, profundidad, con una libertad juiciosa».

En esta serie de palabras que por ser la opinión del escritor, tienen una brillante calidad adjetiva, está admirablemente captada la modalidad expresiva de Bello. Tiene la claridad de Fray Luis de León, la rústica cortesanía de Garcilaso, la sobriedad de Quevedo, la plasticidad de Fray Luis de Granada, la sencillez de Santa Teresa, la intimidad de Cervantes, la viveza de metáfora de Herrera y Calderón y la profundidad idiomática de Góngora.

Hay veces que sus versos alcanzan regusto de adagios como en el Marqués de Santillana y hay veces en que surge entre tanta gala, «con libertad juiciosa» administrada, el tallo verde del romance.

Juan Vicente González, sin duda, al enumerarlas cualidades del lenguaje poético de Bello, pensó en estos ingenios. Por no comparar limitose a enunciar las cualidades de aquéllos, callando nombres que no podían estar ausentes de su memoria prodigiosa.

Este insigne varón de las letras venezolanas hace notar que Bello se apropia todas las cualidades tradicionales del lenguaje y de la poesía castellana con «una libertad juiciosa».

¿No fue en todo momento una libertad juiciosa la vida de Bello? Nunca le faltó audacia en el pensamiento, pero siempre supo encauzarla.

Contrariamente a lo que pensaba Sarmiento, ese otro coloso de las letras americanas, creó un lenguaje poético original, acatando desde luego lo que consideraba genio del lenguaje, suerte de fuerza intrínseca que mantiene unidad en el idioma, bien que formas dialectales lo enriquezcan con nuevos giros o le presten la gracia de vocablos frescos.

Pero en modo alguno acepta su «libertad juiciosa» la incorporación   —[CXXVI]→   de palabras extranjeras, desnaturalizadas por la imprudencia de una libertad sin vigilancia o de una pronunciación sin disciplina.

Prueba de la ecuanimidad de Bello en materia de crítica y de su serenidad para juzgar las contrapuestas tendencias de la época, sin «abanderizarse», son los siguientes conceptos:

«Han llegado recientemente a Santiago algunos ejemplares del Juicio Crítico de los principales poetas españoles de la última era, obra póstuma de don José Gómez Hermosilla, publicada en París el año pasado por don Vicente Salvá. Los aficionados a la literatura hallarán en esta obra muy atinadas y juiciosas observaciones sobre el uso propio de varias voces y frases castellanas, y algunas también que tocan al buen gusto en las formas y estilo de las composiciones poéticas, si bien es preciso confesar que el Juicio Crítico está empapado, no menos que el Arte de Hablar, en el rigorismo clásico de la escuela a que perteneció Hermosilla, como ya lo reconoce su ilustrado editor.

«En literatura los clásicos y románticos tienen cierta semejanza no lejana con lo que son en la política los legitimistas y los liberales. Mientras que para los primeros es inapelable la autoridad de las doctrinas y prácticas que llevan el sello de la antigüedad, y el dar un paso fuera de aquellos trillados senderos es rebelarse contra los sanos principios, los segundos, en su conato a emancipar el ingenio de trabas inútiles, y por lo mismo perniciosas, confunden a veces la libertad con la más desenfrenada licencia. La escuela clásica divide y separa los géneros con el mismo cuidado que la secta legitimista las varias jerarquías sociales; la gravedad aristocrática de su tragedia y su oda no consiente el más ligero roce de lo plebeyo, familiar o doméstico. La escuela romántica, por el contrario, hace gala de acercar y confundir las condiciones; lo cómico y lo trágico se tocan, o más bien, se penetran íntimamente en sus heterogéneos dramas; el interés de los espectadores se reparte entre el bufón y el monarca, entre la prostituta y la princesa; y el esplendor de las cortes contrasta con el sórdido egoísmo de los sentimientos   —[CXXVII]→   que encubre, y que se hace estudio de poner a la vista con recargados colores.

«Pudiera llevarse mucho más allá este paralelo, y acaso nos presentaría afinidades y analogías curiosas. Pero lo más notable es la natural alianza del legitimismo literario con el político. La poesía romántica es de alcurnia inglesa, como el gobierno representativo y el juicio por jurados. Sus irrupciones han sido simultáneas con las de la democracia en los pueblos del mediodía de Europa. Y los mismos escritores que han lidiado contra el progreso en materias de legislación y gobierno, han sustentado no pocas veces la lucha contra la nueva revolución literaria, defendiendo a todo trance las antiguallas autorizadas por el respeto supersticioso de nuestros mayores: los códigos poéticos de Atenas y Roma, y de la Francia de Luis XIV. De lo cual tenemos una muestra en don José Gómez Hermosilla, ultra- monarquista en política, y ultra-clásico en literatura.

«Mas aun fuera de los puntos de divergencia entre las dos escuelas, son muchas las opiniones de este célebre literato, de que nos sentimos inclinados a disentir. Si se presta alguna atención a las observaciones que vamos a someter al juicio de nuestros lectores, acaso se hallará que las aserciones de Hermosilla son a veces precipitadas, y sus fallos erróneos; que su censura es tan exagerada como su alabanza; que tiene una venda en los ojos para percibir los defectos de su autor favorito, al mismo tiempo que escudriña con una perspicacia microscópica las imperfecciones y deslices de los otros. Si así fuese, las notas o apuntes que siguen, escritos a la ligera en los momentos que hemos podido hurtar a ocupaciones más serias, no serían del todo inútiles para los jóvenes que cultivan la literatura, cuyo número (como lo hemos dicho otras veces, y nos felicitamos de ver cada día nuevos motivos de repetirlo), se aumenta rápidamente entre nosotros».

La anterior critica es una expresión clara del pensamiento de Bello. No puede haber mayor equilibrio. Como lo hemos dicho, no le falta respeto por Hermosilla, pero no   —[CXXVIII]→   acepta su criterio legitimista, porque en él, no obstante su «juiciosa libertad» había un temperamento rebelde.

«Poeta de la naturaleza y la Patria; mas sobre todo, de la religión y la piedad» según expresión de Juan Vicente González.

Hemos examinado los sentimientos de Bello con relación a la naturaleza. Su acercamiento amoroso a ella: la égloga, brote lírico y, desde luego subjetivo, de su corazón juvenil. Hemos visto que de la naturaleza ama al árbol más que a los ganados: la agricultura es para él nodriza de la gente, la campiña consuelo, el bosque cobijo.

La piedad para con el que sufre adversa fortuna se halla derramada en toda su obra, lo mismo la religión, o mejor sus dulces sentimientos religiosos... ¡Pero la Patria!... ¿Qué es la Patria para Bello? ¿Un paisaje distante?... ¿una familia ya casi desaparecida?... ¿el recuerdo de unos amigos fieles?... ¿La cadencia de un lenguaje?: la Patria para Bello era una lejanía.

Entendemos a Bello como poeta de la Patria en este sentido. Sentido ancho que tuvo la palabra para los hombres de 1810. Restringirlo sería desnaturalizarlo.

Es el poeta del concepto de la Patria. Por eso la canta en su símbolo. No obstante, cuando se refiere a Caracas su voz adquiere nuevas dimensiones:


¿Y qué diré de la ciudad que ha dado
a la sagrada lid tanto caudillo?
¡Ah que entre escombros olvidar pareces,
turbio Catuche, tu camino usado!
¿Por qué en tu margen el rumor festivo
calló? ¿Dó está la torre bulliciosa
que pregonar solía,
de antorchas coronada,
la pompa augusta del solemne día?
Entre las rotas cúpulas que oyeron
sacros ritos ayer, torpes reptiles
anidan, y en la sala que gozosos
banquetes vio y amores, hoy sacude
la grama del erial su infausta espiga.
—[CXXIX]→
Pero más bella y grande resplandeces
en tu desolación, ¡oh Patria de héroes!



Y no faltan en el canto escenas trágicas en la vida familiar. Magníficos cuadros trazados con sobriedad por una voz, cuyo ámbito resulta insuficiente para contener la tristeza.


A ti también, Javier Ustáriz, cupo
mísero fin: atravesado fuiste
de hierro atroz a vista de tu esposa
que con su llanto enternecer no pudo
a tu verdugo, de piedad desnudo:
en la tuya y la sangre de sus hijos
a un tiempo la infeliz se vio bañada.



Los que hemos visto guerras de cerca sabemos todo el dolor y desolación existente en las escenas trágicas que se desarrollan en el seno del hogar. Mientras en el campo de batalla el triunfo disimula el sufrimiento, en la casa día a día se va destilando la angustia; por lo que la espada, que tiene un sentido de grandeza junto a la luz del clarín, al herir sin piedad mujeres y niños, no puede encontrar otro calificativo mejor que el de «hierro atroz».

La Alocución a la poesía y la Silva a la Agricultura de la Zona Tórrida, no obstante ser poemas descriptivos, tienen una gran proyección lírica, de un lirismo hondo: brotan de los sentimientos de nostalgia del poeta.

Con el alma cargada de años, Bello, poeta y legislador, según expresión de Menéndez y Pelayo, dice a su generación la palabra de paz y la palabra de amor a la agricultura: dos palabras, simplemente dos palabras... Pero todo un mensaje.

Poeta y legislador... Con ser nobles las dos actividades, sin duda tienen diferentes categorías en la conciencia del hombre. La poesía es individualista, por ello es la mayor expresión de dignidad del ser humano. El hombre ante el infinito crea la poesía. Primero mito, luego oración. Desde los comienzos del mundo se acerca a Dios confiadamente   —[CXXX]→   por la palabra. La ley, por el contrario nace de la sociedad, de la imperiosa necesidad que han tenido los hombres de respetarse los unos a los otros. El pecado original del temor está implícito en la ley, como el silencio creador de la confianza desbordada está contenido en la poesía.

Bello encontró el momento más alto de su inspiración lírica en La Oración por Todos. Lo expresó, a pesar de ser los versos originales de Víctor Hugo con honda e íntima sinceridad, y de frente al infinito:



    Ruega, hija, por tus hermanos,
los que contigo crecieron,
y un mismo seno exprimieron,
y un mismo techo abrigó.
Ni por los que te amen sólo
el favor del cielo implores:
por justos y pecadores,
Cristo en la Cruz expiró.

    Ruega por el orgulloso
que ufano se pavonea,
y en su dorada librea,
funda insensata altivez;
y por el mendigo humilde
que sufre el ceño mezquino
de los que beben el vino
porque le dejen la hez.

    Por el que de torpes vicios
sumido en profundo cieno,
hace aullar el canto obsceno
de nocturno bacanal;
y por la velada virgen
que en su solitario lecho
con la mano hiriendo el pecho,
reza el himno sepulcral.

    Por el hombre sin entrañas,
en cuyo pecho no vibra
una simpática fibra
al pesar y a la aflicción;
que no da sustento al hambre,
ni a la desnudez vestido,
—[CXXXI]→
ni da la mano al caído,
ni da a la injuria perdón.

    Por el que en mirar se goza
su puñal de sangre rojo,
buscando el rico despojo,
o la venganza crüel;
y por el que en vil libelo
destroza una fama pura,
y en la aleve mordedura
escupe asquerosa hiel.

    Por el que surca animoso
la mar, de peligros llena;
por el que arrastra cadena,
y por su duro señor;
por la razón que leyendo
en el gran libro, vigila;
por la razón que vacila;
por la que abraza el error.

    Acuérdate, en fin, de todos
los que penan y trabajan;
y de todos los que viajan
por esta vida mortal.
Acuérdate aún del malvado
que a Dios blasfemando irrita.
La oración es infinita:
nada agota su caudal.



En estas estrofas aparecen los sentimientos más íntimos y más profundos de Bello. ¿Podrían no ser originales?

Como legislador, júzguenlo otros. A mí no me corresponde tan ardua tarea. De todos modos lo prefiero como poeta. Su poesía es la obra íntima de toda su vida. Su biografía espiritual... ¿Clásico? ¿Romántico?... Bello no se abanderizó, ni quiso abanderizarse... no lo abandericemos nosotros.

F. PAZ CASTILLO.

Baltimore, 11 de abril de 1950.



  —[CXXXII]→     —[CXXXIII]→  

ArribaAbajoNota bibliográfica

Ediciones de las poesías


Sólo en contadas ocasiones publicó Bello, durante su vida, sus propias poesías. En Caracas, hasta 1810, no imprimió ninguna. En Londres (1810-1829), únicamente los dos grandes poemas de su inconcluso plan de Silvas Americanas en la Biblioteca Americana (1823) y en el Repertorio Americano (1826-1827), y la traducción de Los jardines de Delille. En Chile (1829-1865) dio a la imprenta algunas de sus poesías en revistas (Museo de Ambas Américas, El Crepúsculo, La Revista de Santiago, Picaflor, El Mosaico, El Progreso, El Correo Literario), y unas pocas insertas en El Araucano. La mayor parte de la obra poética de Bello fue publicada por sus fervientes discípulos y admiradores, o por su hijo Emilio. Andrés Bello no tuvo, pues, mayor deseo de ver impresa su propia poesía. Si a esto añadimos que los versos eran continuamente retocados y reelaborados, podemos concluir que los juzgaba con severo rigor. Este anhelo de perfección puede verse claramente en las variantes de redacción de los poemas en cuyos manuscritos hemos podido seguir el largo proceso de elaboración.

Por no haber publicado en vida Bello sus poesías, debemos dolernos hoy de pérdidas lamentables, que ha sido posible subsanar únicamente en parte, gracias a la devoción con que se ha seguido la obra de Bello especialmente en Venezuela y en Chile. La desaparición más considerable de poemas de Bello corresponde naturalmente a sus poesías juveniles, acerca de las cuales tenemos un valioso texto que nos confirma el trato dado por Bello a sus poemas escritos en la época caraqueña. Tomás J. Quintero (Th. Farmer), agente del Gobierno de Colombia en Madrid, escribe a 19 de mayo de 1827, una carta de contestación a otra de Bello, en la que trataba de sus primeros versos: «La modestia con que usted habla de sus obras realza más su mérito; y si se atiende a la terrible severidad con que, excepto cuatro composiciones, quería usted condenarlas al olvido, podrían aplicarse a usted los sentidos versos de Augusto   —[CXXXIV]→   a Virgilio, quejándose de que hubiese mandado quemar la Eneida»20. Del mismo modo, en coincidencia con el anterior juicio, refiere Arístides Rojas que Bello en carta a sus familiares de Caracas, por los años de 1853 o 1854, al referirse al hecho de que el Obispo de Trícala, Don Mariano Talavera y Garcés recitaba de memoria su Oda a la Vacuna, escribía: «Debe ser muy mala esa composición cuando no la recuerdo».

La pérdida de gran parte de los poemas juveniles de Bello es ciertamente lamentable, porque con la totalidad de los primeros escritos habríamos podido fijar con más seguridad la formación literaria de Bello y la evolución de su poesía. Lo que llama Miguel Antonio Caro: «misteriosas cabeceras de grande y poderoso río».

Tenemos conocimiento, por testimonio de Juan Vicente González21 que fue autor en Caracas de «la canción patriótica22 con que saludó nuestra libertad, la primera que oyó la América del Sur». Asimismo, atestigua que «la tradición conserva fielmente los primeros cantos que balbuceó su musa; y es hoy un privilegio de pocas familias, en la especie de auto que llaman La Infancia de Jesús, representar las escenas de los reyes por los elegantes endecasílabos del precoz niño».

Conocemos, igualmente, que tradujo el libro V de la Eneida de Virgilio, y la Zulima, de Voltaire. Ambos textos, hoy perdidos.

Se tiene noticia cierta, del mismo modo, que escribía Bello un drama en verso, con el titulo de España restaurada, o El Certamen de los Patriotas seguramente al estilo de Venezuela consolada, que se publica en este tomo. Además de la égloga que poseemos, Tirsis, habitador del Tajo umbrío..., escrita a imitación de Virgilio, compuso otra, Palemón y Alexis23, de la que se conserva sólo el primer verso:


Hace el Anauco, un corto abrigo en donde...

No es obra de Bello el soneto Recuerdos pues los razonamientos de Miguel Romera Navarro24 son convincentes. El soneto pertenece a José María Heredia.

  —[CXXXV]→  

Desde 1810, fecha de su llegada a Londres, no imprime poesía alguna, que se sepa, hasta el año de 1823 en la Biblioteca Americana, revista de la que es coeditor con Juan García del Río. Del tiempo comprendido entre 1810 y 1823 no tenemos noticia sino del soneto Dios me tenga en gloria, que fue publicado por Antonio José de Irisarri, en 1819, atribuyéndolo a un Blas O'Drenel, anagrama de las letras de Andrés Bello. Ignoramos si Bello con su propio nombre, o con las iniciales -A. B.-, con que acostumbraba firmar, o con el anagrama referido, habrá publicado algo más antes de 1823. En este año imprime la Alocución a la poesía y en 1826-1827, el poema La Agricultura de la Zona Tórrida, silvas pertenecientes al gran proyecto del poema América, inconcluso. Salvo la traducción de Los jardines de Delille no publica nada más, aunque prosigue su creación poética con todo ahínco y fervor, alternándola con las investigaciones y estudios literarios con que parecía querer apaciguar en Londres la zozobra de su inestable vida.

En Chile fue algo más pródigo en publicaciones, aunque no mucho más. Imprimió, es verdad, en algunas revistas y en el periódico El Araucano, pero sólo una pequeña parte de lo mucho que produjo, y aun en algunos casos fue preciso el requerimiento de los editores para que Bello condescendiese a que se divulgasen sus versos. Tal es el caso de Juan García del Río, quien le reclama colaboración para el Museo de Ambas Américas que publica en Valparaíso; y del mismo modo el caso de los hermanos Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, a quienes se debe que se haya conservado un número muy considerable de poemas de Bello.

Al preparar Juan María Gutiérrez la edición de la América Poética, publicada en 1846 en Valparaíso, le escribe a Bello en solicitud de datos sobre su persona y sobre sus versos. Éste le contesta en carta de 9 de enero de 1846: «Con respecto a mis pobres producciones literarias, usted las ha mencionado todas, excepto una que otra composición poética, que no vale la pena de añadirse a la lista»25.

En 1860, con la Revista del Pacífico (vol. III) apareció con la firma de Miguel Luis Amunátegui un estudio crítico sobre las poesías de Andrés Bello26, con inclusión de un buen número de poesías inéditas. Bello le escribe a Miguel Luis Amunátegui, el 23 de enero de 1861, una carta en la que le dice: «He leído con mucho gusto el artículo relativo a mis poesías que ha salido en el último número de la Revista del Pacífico,   —[CXXXVI]→   y él me ha hecho concebir que mis fabulitas valen un poco más de lo que yo había creído hasta ahora. Usted, sin embargo, las ha tratado, demasiado favorablemente»27.

La colección de poesías de Bello se forma por tres caminos distintos:

a) Los textos dados a las prensas por el propio Bello;

b) La edición póstuma de poesías encontradas entre sus papeles; y

c) Los poemas copiados o retenidos de memoria por sus admiradores, cuya publicación se hizo en muy pocos casos en vida de Bello.

En este último apartado debe mencionarse lo que adujo la veneración de algunos venezolanos contemporáneos de Bello y otros de generaciones posteriores, y de modo especialísimo Juan Vicente González, de quien es bien conocido el incidente que suscita en 1846 al reclamar algunas de las poesías de Bello, al primogénito del poeta, Carlos Bello, con ocasión de su visita a Caracas28. De la colección formada por Juan Vicente González, con la contribución de Carlos Bello, hermano de don Andrés, ha salido la mayor parte de los primeros poemas compuestos en Caracas, sin lo cual se habrían perdido irremisiblemente.

Las consideraciones antecedentes explican perfectamente que algunos de los textos sean hasta cierto punto inseguros, pues no recibieron la sanción definitiva que da a toda publicación la última palabra del autor al preparar su obra para la imprenta. Por otra parte, nos aclara también que algunos poemas aparezcan inconclusos, ya que en algunos casos el autor no les dio el último toque.

De ahí que concedamos extraordinaria importancia al hecho, no tan sólo de poder publicar algunos textos inéditos de poesías que pueden estimarse terminadas, sino de dar en esta edición numerosos textos de los propios borradores manuscritos de Bello que nos ha sido dable examinar, los cuales son valiosos hitos de poemas, en proceso de elaboración. A nadie escapará el valor que tales testimonios tienen para comprender en su más viva intimidad cuál ha sido la gestación de la poesía de Bello y   —[CXXXVII]→   cuáles los matices que alcanza el esfuerzo creador poético de nuestro primer humanista.

imagen

Facsímil de la portada de la edición de las Poesías de Andrés Bello,
prolongadas por Miguel Antonio Caro, publicadas en la
Colección de Escritores Castellanos, en Madrid, 1882.

Las colecciones fundamentales que han sido utilizadas como fuentes bibliográficas para recoger la obra poética de Bello -pues cada una de ellas aporta algún texto nuevo29, son las siguientes:

Juicio crítico de las obras de algunos de los principales poetas hispanoamericanos, por Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui. Santiago, 1861. Impreso, antes de ser libro, en Anales de la Universidad de Chile, XVIII, ler. semestre de 1861. La parte relativa a Bello, (Cap. IX) se había publicado en la Revista del Pacífico, III, Valparaíso, 1860.

Colección de poesías originales, por don Andrés Bello, con apuntes biográficos por J. M. Torres Caicedo. Caracas. Rojas Hermanos, 187030.

Colección de poesías originales de Andrés Bello. Acompañada de la infancia y juventud de Bello y de notas bibliográficas Por Arístides Rojas. Caracas, Rojas Hermanos, 1881.

  —[CXXXVIII]→  

Poesías de Andrés Bello, precedidas de un estudio biográfico y crítico por D. Miguel Antonio Caro, Madrid, 1882.

Vida de don Andrés Bello, por Miguel Luis Amunátegui, Santiago, 1882. Incluye textos de poesías de Bello.

Obras Completas de don Andrés Bello, Vol. III. Poesías, Santiago, 1883.

Algunas normas de la presente edición

Se han numerado cada cinco versos en cada poema a fin de simplificar las llamadas a las notas, en las cuales se han registrado las variantes   —[CXXXIX]→   de redacción, unas pocas tomadas de fuentes impresas y la mayor parte de los propios manuscritos de Bello. Las variantes llevan algunas veces notas, en cuyo caso la llamada se ha hecho por medio de letras (a), (b), (c), etcétera.

Cuando en la anotación de variantes se dejan espacios en blanco se quiere indicar que recomienza la variante anotada.

Las notas que no son variantes de versos, llevan identificación:

1. (NOTA DE BELLO), las del autor.

2. (EDICIÓN CHILENA. SANTIAGO), las que se han tomado de la edición de Chile, 1881-1893.

3. (COMISIÓN EDITORA. CARACAS), las que se deben a la actual edición.

Al título de cada poesía se le ha añadido, en nota, la fuente bibliográfica utilizada y la historia de las publicaciones de cada poema.

LA COMISIÓN EDITORA





  —1→     —2→     —3→  

ArribaAbajoCaracas

1800-1810


  —4→     —5→  


ArribaAbajoEl Anauco31


    Irrite la codicia
por rumbos ignorados
a la sonante Tetis
y bramadores austros;
el pino que habitaba  5
del Betis fortunado
las márgenes amenas
vestidas de amaranto,
impunemente admire
los deliciosos campos  10
del Ganges caudaloso,
de aromas coronado.
Tú, verde y apacible
ribera del Anauco,
para mí más alegre,  15
que los bosques idalios
y las vegas hermosas
de la plácida Pafos,
resonarás continuo
con mis humildes cantos;  20
y cuando ya mi sombra
sobre el funesto barco
visite del Erebo
los valles solitarios,
en tus umbrías selvas  25
y retirados antros
—6→
erraré cual un día
tal vez abandonado,
la silenciosa margen
de los estigios lagos.  30
La turba dolorida
de los pueblos cercanos
evocará mis manes
con lastimero llanto;
y ante la triste tumba,  35
de funerales ramos
vestida, y olorosa
con perfumes indianos,
dirá llorando Filis:
«Aquí descansa Fabio»  40
¡Mil veces venturoso!
Pero, tú, desdichado,
por bárbaras naciones
lejos del clima patrio
débilmente vaciles  45
al peso de los años.
Devoren tu cadáver
los canes sanguinarios
que apacienta Caribdis
en sus rudos peñascos;  50
ni aplaque tus cenizas
con ayes lastimados
la pérfida consorte
ceñida de otros brazos.



  —7→  


ArribaAbajo Mis deseos32


Hoc erat in votis.




    ¿Sabes, rubia, qué gracia solicito
cuando de ofrendas cubro los altares?
No ricos muebles, no soberbios lares,
ni una mesa que adule al apetito.

    De Aragua a las orillas un distrito  5
que me tribute fáciles manjares,
do vecino a mis rústicos hogares
entre peñascos corra un arroyito.

    Para acogerme en el calor estivo,
que tenga una arboleda también quiero,  10
do crezca junto al sauce el coco altivo.

    ¡Felice yo si en este albergue muero;
y al exhalar mi aliento fugitivo,
sello en tus labios el adiós postrero!



  —8→  


ArribaAbajoA la Vacuna


Poema en acción de gracias al rey de las Españas por la propagación de la vacuna en sus dominios, dedicado al señor Don Manuel de Guevara Vasconcelos, presidente gobernador y capitán general de las provincias de Venezuela33


   Vasconcelos ilustre, en cuyas manos
el gran monarca del imperio ibero
las peligrosas riendas deposita
de una parte preciosa de sus pueblos;
tú que, de la corona asegurando  5
en tus vastas provincias los derechos,
nuestra paz estableces, nuestra dicha
sobre inmobles y sólidos cimientos;
iris afortunado que las negras
nubes que oscurecían nuestro cielo  10
con sabias providencias ahuyentaste,
el orden, la quietud restituyendo;
órgano respetable, que al remoto
habitador de este ignorado suelo
con largueza benéfica trasmites  15
—9→
el influjo feliz del solio regio;
digno representante del gran Carlos,
recibe en nombre suyo el justo incienso
de gratitud, que a su persona augusta,
tributa la ternura de los pueblos;  20
y pueda por tu medio levantarse
nuestra unánime voz al trono excelso,
donde, cual numen bienhechor, derrama
toda especie de bien sobre su imperio;
sí, Venezuela exenta del horrible  25
azote destructor, que, en otro tiempo
sus hijos devoraba, es quien te envía
por mi tímido labio sus acentos.

    ¿Venezuela? Me engaño. Cuantos moran
desde la costa donde el mar soberbio  30
de Magallanes brama enfurecido,
hasta el lejano polo contrapuesto;
y desde aquellas islas venturosas
que ven precipitarse al rubio Febo
sobre las ondas, hasta las opuestas  35
Filipinas, que ven su nacimiento,
de ternura igualmente poseídos,
sé que unirán gustosos a los ecos
de mi musa los suyos, pregonando
beneficencia tanta al universo.  40
Tal siempre ha sido del monarca hispano
el cuidadoso paternal desvelo
desde que las riberas de ambas Indias
la española bandera conocieron.

    Muchas regiones, bajo los auspicios  45
españoles produce el hondo seno
del mar; y en breve tiempo, las adornan
leyes, industrias, población, comercio.
El piloto que un tiempo las hercúleas
columnas vio con religioso miedo,  50
aprende nuevas rutas, y las artes
del antiguo traslada al mundo nuevo.
Este mar vasto, donde vela alguna
no vieron nunca flamear los vientos;
este mar, donde solas tantos siglos  55
las borrascas reinaron o el silencio,
vino a ser el canal que, trasladando
—10→
los dones de la tierra y los efectos
de la fértil industria, mil riquezas
derramó sobre entrambos hemisferios.  60

    Un pueblo inteligente y numeroso
el lugar ocupó de los desiertos,
y los vergeles de Pomona y Flora
a las zarzas incultas sucedieron.
No más allí con sanguinarios ritos  65
el nombre se ultrajó del Ser Supremo,
ni las inanimadas producciones
del cincel, le usurparon nuestro incienso;
con el nombre español, por todas partes,
la luz se difundió del evangelio,  70
y fue con los pendones de Castilla
la cruz plantada en el indiano suelo.
Parecía completa la grande obra
de la real ternura; en lisonjero
descanso, las nacientes poblaciones  75
bendecían la mano de su dueño,
cuando aquel fiero azote, aquella horrible
plaga exterminadora que, del centro
de la abrasada Etiopía transmitida,
funestó los confines europeos,  80
a las nuevas colonias trajo el llanto
y la desolación; en breve tiempo,
todo se daña y vicia; un gas impuro
la región misma inficionó del viento;
respirar no se pudo impunemente;  85
y este diáfano fluido en que elementos
de salud y existencia hallaron siempre
el hombre, el bruto, el ave y el insecto,
en cuyo seno bienhechor extrae
la planta misma diario nutrimento,  90
corrompiose, y en vez de dones tales,
nos trasmitió mortífero veneno.
Viéronse de repente señalados
de hedionda lepra los humanos cuerpos,
y las ciudades todas y los campos  95
de deformes cadáveres cubiertos.
No; la muerte a sus víctimas infaustas
jamás grabó tan horroroso sello;
jamás tan degradados de su noble
belleza primitiva, descendieron  100
—11→
al oscuro recinto del sepulcro,
Humanidad, tus venerables restos,
la tierra las entrañas parecía
con repugnancia abrir para esconderlos.
De la marina costa a las ciudades,  105
de los poblados pasa a los desiertos
la mortandad; y con fatal presteza,
devora hogares, aniquila pueblos.

    El palacio igualmente que la choza
se ve de luto fúnebre cubierto;  110
perece con la madre el tierno niño;
con el caduco anciano, los mancebos.
Las civiles funciones se interrumpen;
el ciudadano deja los infectos
muros; nada se ve, nada se escucha,  115
sino terror, tristeza, ayes, lamentos.
¡Qué de despojos lleva ante su carro
Tisífone! ¡Qué número estupendo
de víctimas arrastran a las hoyas
la desesperación y el desaliento!  120
¡Cuántos a manos mueren del más duro
desamparo! Los nudos más estrechos
se rompen ya: la esposa huye al esposo,
el hijo al padre y el esclavo al dueño.
¡Qué mucho si las leyes autorizan  125
tan dura división!... Tristes degredos,
hablad vosotros; sed a las edades
futuras asombroso monumento,
del mayor sacrificio que las leyes
por la pública dicha prescribieron;  130
vosotros, que, en desorden espantoso,
mezclados presentáis helados cuerpos,
y vivientes que luchan con la Parca,
en cuyo seno oscuro, digno asiento
hallaron la miseria y los gemidos;  135
mal segura prisión, donde el esfuerzo
humano, encarcelar quiso el contagio,
donde es delito el santo ministerio
de la piedad, y culpa el acercarse
a recoger los últimos alientos  140
de un labio moribundo, donde falta
al enfermo infelice hasta el consuelo
de esperar que a los huesos de sus padres,
—12→
se junten en el túmulo sus huesos.
Tú también contemplaste horrorizada  145
de aquella fiera plaga los efectos;
tú, mar devoradora, donde ejercen
la tempestad y los airados Euros
imperio tan atroz, donde amenaza,
aliado con los otros tu elemento  150
cada instante un naufragio; entonces diste
nuevo asunto al pavor del marinero;
entonces diste a la severa Parca
duplicados tributos. De su seno,
las apestadas naves vomitaron  155
asquerosos cadáveres cubiertos
de contagiosa podre. El desamparo
hizo allí más terrible, más acerbo
el mortal golpe; en vano solicita
evitar en la tierra tan funesto  160
azote el navegante; en vano pide
el saludable asilo de los puertos,
y reclamando va por todas partes
de la hospitalidad los santos fueros;
las asustadas costas le rechazan,  165
Pero corramos finalmente el velo
a tan tristes objetos, y su imagen
del polvo del olvido no saquemos,
sino para que, en cánticos perennes,
bendigan nuestros labios al Eterno,  170
que ya nos ve propicio, y, al gran Carlos,
de sus beneficencias instrumento.

    Suprema Providencia, al fin llegaron
a tu morada los llorosos ecos
del hombre consternado, y levantaste  175
de su cerviz tu brazo justiciero;
admirable y pasmosa en tus recursos,
tú diste al hombre medicina, hiriendo
de contagiosa plaga los rebaños;
tú nos abriste manantiales nuevos  180
de salud en las llagas, y estampaste
en nuestra carne un milagroso sello
que las negras viruelas respetaron.
Jenner es quien encuentra bajo el techo
de los pastores tan precioso hallazgo.  185
Él publicó gozoso al universo
—13→
la feliz nueva, y Carlos distribuye
a la tierra la dádiva del cielo.

    Carlos manda; y al punto una gloriosa
expedición difunde en sus inmensos  190
dominios el salubre beneficio
de aquel grande y feliz descubrimiento.
Él abre de su erario los tesoros;
y estimulado con el alto ejemplo
de la regia piedad, se vigoriza  195
de los cuerpos patrióticos el celo.
Él escoge ilustrados profesores
y un sabio director, que, al desempeño
de tan honroso cargo, contribuyen
con sus afanes, luces y talento.  200
¡Ilustre expedición! La más ilustre
de cuantas al asombro de los tiempos
guardó la humanidad reconocida;
y cuyos salutíferos efectos,
a la edad más remota propagados,  205
medirá con guarismos el ingenio,
cuando pueda del Ponto las arenas,
o las estrellas numerar del cielo.
Que de polvo se cubran para siempre
estos tristes anales, donde advierto  210
sobre humanas cenizas erigidos
de una bárbara gloria los trofeos.

    Expedición famosa, tú desluces,
tú sepultas en lóbrego silencio
aquellas melancólicas hazañas,  215
que la ambición y el fausto sugirieron;
tú, mientras que guerreros batallones
en sangre van sus pasos imprimiendo,
y sobre estragos y rüina corren
a coronarse de un laurel funesto,  220
ahuyentas a la Parca de nosotros
a costa de fatigas y desvelos;
y en galardón recibes de tus penas
el llanto agradecido de los pueblos.
Con destrucción, cadáveres y luto,  225
marcan su infausta huella los guerreros;
y tú, bajo tus pies, por todas partes,
la alegría derramas y el consuelo.
—14→
A tu vista, los hórridos sepulcros
cierran sus negras fauces; y sintiendo  230
tus influjos, vivientes nuevos brota
con abundancia inagotable el suelo.
Tú, mientras la ambición cruza las aguas
para llevar su nombre a los extremos
de nuestro globo, sin pavor arrostras  235
la cólera del mar y de los vientos,
por llevar a los pueblos más lejanos
que el sol alumbra, los favores regios,
y la carga más rica nos conduces
que jamás nuestras costas recibieron.  240
La agricultura ya de nuevos brazos
los beneficios siente, y a los bellos
días del siglo de oro, nos traslada;
ya no teme esta tierra que el comercio
entre sus ricos dones le conduzca  245
el mayor de los males europeos;
y a los bajeles extranjeros, abre
con presuroso júbilo sus puertos.
Ya no temen, en cambio de sus frutos,
llevar los labradores hasta el centro  250
de sus chozas pacíficas la peste,
ni el aire ciudadano les da miedo.
Ya con seguridad la madre amante
la tierna prole aprieta contra el pecho,
sin temer que le roben las viruelas  255
de su solicitud el caro objeto.
Ya la hermosura goza el homenaje
que el amor le tributa, sin recelo
de que el contagio destructor, ajando
sus atractivos, le arrebate el cetro.  260
Reconocidos a tan altas muestras
de la regia bondad, nuestros acentos
de gratitud a los remotos días
de la posteridad trasmitiremos.
Entonces, cuando el viejo a quien agobia  265
el peso de la edad pinte a sus nietos
aquel terrible mal de las viruelas,
y en su frente arrugada, muestre impresos
con señal indeleble los estragos
de tan fiero contagio, dirán ellos:  270
«Las virüelas, cuyo solo nombre
con tanto horror pronuncias, ¿qué se han hecho?»
—15→
Y le responderá con las mejillas
inundadas en lágrimas de afecto:
«Carlos el Bienhechor, aquella plaga  275
desterró para siempre de sus pueblos».
¡Sí, Carlos Bienhechor! Este es el nombre
con que ha de conocerte el universo,
el que te da Caracas, y el que un día
sancionará la humanidad y el tiempo.  280
De nuestro labio, acéptale gustoso
con la expresión unánime que hacemos
a tu persona y a la augusta Luisa
de eterna fe, de amor y rendimiento.
Y tú que del ejército dispones  285
en admirables leyes el arreglo,
y el complicado cuerpo organizando
de la milicia, adquieres nombre eterno;
tú, por quien de la paz los beneficios
disfruta alegre el español imperio,  290
y a cuya frente vencedora, honroso
lauro los cuerpos lusitanos dieron;
tú, que, teniendo ya derechos tantos
a nuestro amor, al público respeto
y a la futura admiración, añades  295
a tu gloriosa fama timbres nuevos,
protegiendo, animando la perpetua
propagación de aquel descubrimiento,
grande y sabio Godoy, tú también tienes
un lugar distinguido en nuestro pecho.  300
Y a ti, Balmis, a ti que, abandonando
el clima patrio, vienes como genio
tutelar, de salud, sobre tus pasos,
una vital semilla difundiendo,
¿qué recompensa más preciosa y dulce  305
podemos darte? ¿Qué más digno premio
a tus nobles tareas que la tierna
aclamación de agradecidos pueblos
que a ti se precipitan? ¡Oh, cuál suena
en sus bocas tu nombre!... ¡Quiera el Cielo,  310
de cuyas gracias eres a los hombres
dispensador, cumplir tan justos ruegos;
tus años igualar a tantas vidas,
como a la Parca roban tus desvelos;
y sobre ti sus bienes derramando  315
Con largueza, colmar nuestros deseos!



  —16→  

ArribaAbajoVenezuela consolada34

PERSONAS
 

 
VENEZUELA.
EL TIEMPO.
NEPTUNO.
 

El teatro representa un bosque de árboles del país.

 

Escena I

 

Venezuela aparece en actitud de tristeza.

 
VENEZUELA
Errante pasajero,
dime ¿en qué triste sitio
contemplaron tus ojos
un dolor semejante al dolor mío? 320
    Tú, que en mejores días
viste el hermoso brillo
con que Naturaleza
ostentó su poder en mis dominios,
    Hoy a los dolorosos 325
acentos con que explico
al universo todo
mis desventuras, une tus gemidos
Afortunados días
de gozo y regocijo, 330
—17→
estación de abundancia,
alegre imagen del dorado siglo,
    ¡Qué pronto en noche oscura
os habéis convertido!
¡Qué tenebrosa sombra 335
sucede a vuestro lustre primitivo!


Escena II

 

Dicha, EL TIEMPO.

 
EL TIEMPO
   Desusados clamores
en el feliz recinto
de Venezuela escucho;
antes todo era cánticos festivos; 340
    Mas ya no se percibe
el acorde sonido
de gratos instrumentos,
ni de danzas alegres el bullicio.
    Por todas partes, oigo 345
sólo quejosos gritos
y lastimeros ayes;
pavor, tristeza, anuncia cuanto miro.
    Deliciosas provincias,
frondoso y verde hospicio 350
de la rica Amaltea,
¿qué se hicieron, decidme, los corrillos
    De zagalas, alcores
de pastores festivos,
que hacían a la tierra 355
envidiar vuestro júbilo continuo?
    Pero sobre la alfombra
de este prado mullido,
a Venezuela misma,
si no me engaña la aprehensión, diviso, 360
    Venezuela es sin duda...
y su rostro abatido,
sus inmóviles ojos
de profunda tristeza dan indicios.
    Diosa de estos confines, 365
¿qué funestos motivos
—18→
a tan fatal extremo
de aflicción y dolor te han compelido?
    ¿No eres tú Venezuela?
¿Falta acaso a tus hijos 370
del español monarca
la amorosa tutela y patrocinio?
VENEZUELA
    Si por ventura guardas
¡oh Tiempo! en tus archivos
la historia de infortunios 375
que puedan compararse con los míos;
    Si tan lúgubre escena
vieron jamás los siglos,
condena entonces, Tiempo,
el extremo de angustia en que me miro. 380
   Las atroces viruelas,
azote vengativo
de los cielos airados,
ejercen su furor sobre mis hijos.
    La atmósfera preñada 385
de vapores malignos,
propaga a todas partes
con presteza terrible el exterminio.
    En las casas y calles,
y sobre el sacro quicio 390
de los templos, se miran
cadáveres sin número esparcidos.
   Del enfermo infelice,
huyen despavoridos
cuantos en su semblante 395
ven de la peste el negro distintivo.
    ¡Qué lúgubres objetos!
Aquél deja al recinto
de sus lares impuros
una familia, y busca en los pajizos 400
    Campesinos albergues
un saludable asilo;
más allá, separado
del seno de la madre el tierno niño,
    Y al degredo por manos 405
extrañas conducido,
—19→
el maternal socorro
implora en vano con agudos gritos.
    Aquí expira el anciano
sin el pequeño alivio 410
de que cierre siquiera
sus fallecientes párpados el hijo.
    Allí noto que arrojan
al hoyo confundidos
en espantosa mezcla 415
con cadáveres yertos cuerpos vivos.
    Pues ¿cómo, cuando escenas
tan tristes examino,
te admiras de que acuda
llanto a los ojos y a la voz quejido? 420
EL TIEMPO
    No, Venezuela, nunca
más fundado motivo
las lágrimas tuvieron,
que el que tienen las tuyas; desde el sitio
    De brillantez y gloria 425
a que los beneficios
del trono te ensalzaron,
hoy te despeña al más profundo abismo
    De horrores y miserias,
ese contagio impío 430
que tus hijos devora,
esas viruelas cuyo agudo filo
    Por todas partes lleva
el luto, el exterminio,
y en soledades vastas 435
deja tus territorios convertidos.
    Llora, pues, tu miseria,
llora tu lustre antiguo
y tus pasadas glorias,
de que estaba envidioso el cielo mismo. 440
   Laméntate en buen hora;
a tu dolor crecido,
Venezuela, no puedo
yo mismo, siendo el Tiempo, dar alivio,
Y así... Pero ¿qué escucho? 445
 

(Se oye música alegre.)

 
  —20→  
VENEZUELA
¿Sueño, cielos?
EL TIEMPO
¿Delirio?
VENEZUELA
¿No siento alegres voces?
EL TIEMPO
¿Regocijados sones no percibo?
CORO
Recobra tu alegría, Venezuela,
pues en tu dicha el Cuarto Carlos vela. 450
UNA VOZ
¡A las próvidas leyes
del mejor de los reyes
debías la riqueza, la cultura,
la paz apetecida!
Hoy la salud, la vida, 455
dádivas son también de su ternura.
CORO
Recobra tu alegría, Venezuela,
pues en tu dicha el cuarto Carlos vela.
VENEZUELA
¿No sabremos decir de dónde vienen
tan gozosos acentos?
  —21→  
EL TIEMPO
Apartando
460
los enramados árboles, camina
hacia nosotros, con ligero paso,
un incógnito numen. Su cabello
húmedas gotas vierte, y coronado
está de algas marinas; pero juzgo 465
reconocerle ya, pues en las manos
conduce el gran tridente.


Escena III

 

Dichos, NEPTUNO.

 
NEPTUNO
Mi venida
es a daros consuelo. Cese el llanto.
La queja interrumpid. Yo soy el numen
a quien presta obediencia el mar salado; 470
Neptuno soy, que...
VENEZUELA

  (Con espanto.) 

Vete de mis ojos;
para siempre, retírate. El amargo
conflicto en que me miras, ¿de quién vino,
sino de ti? Mi doloroso estado
otra causa no tiene que tú solo; 475
al dulce abrigo del monarca hispano,
venturosa y pacífica vivía,
las plagas y los males ignorando
que al resto de la tierra desolaban.
Su nombre augusto en inmortales cantos 480
bendecir, celebrar sus beneficios,
era la ocupación, era el cuidado
que el cielo me imponía. Los favores
gozaba alegre de su regia mano,
cuando en infaustas naves me trajiste 485
—22→
de las viruelas el atroz contagio.
¿Cómo pretendes, pues, que Venezuela
sin turbación te mire y sin espanto?
NEPTUNO
Tus lágrimas enjuga, Venezuela;
los cielos de tu pena se apiadaron; 490
ya no verás a tus dichosos hijos
con tan horrenda plaga señalados;
ya Carlos de tus pueblos la destierra
para siempre.
VENEZUELA
¡Qué dices! ¿Puede acaso
el humano poder?...
NEPTUNO
Escucha atenta
495
los beneficios de tu augusto Carlos.
y tú, Tiempo, conserva en tus archivos
para siempre el más grande y señalado
suceso que jamás vieron los siglos
desde que su carrera comenzaron. 500
En la fértil provincia de Glocester,
a la orilla del Támesis britano,
aparecieron de repente heridos
de contagiosa plaga los rebaños.
A los cuerpos pasó de los pastores 505
el nuevo mal; y cuando los humanos
el número juzgaban de las pestes
por la divina cólera aumentado,
notaron con asombro que venía
en aquel salutífero contagio 510
encubierto un feliz preservativo
que las negras viruelas respetaron.
Jenner tuvo la dicha de observarle;
y de su territorio en pocos años,
desterró felizmente las viruelas, 515
el contagio vacuno propagando.
¿Qué acogida imaginas que daría
la ternura benévola de Carlos
al gran descubrimiento que liberta
—23→
a sus queridos pueblos del estrago 520
de las negras viruelas? Al momento
escoge profesores ilustrados
y un sabio director cuyas fatigas
llevan hasta los puertos más lejanos
de sus dominios el precioso flúido 525
que de viruela libra a los humanos.
Sí, Venezuela; alégrate; tus playas
reciben hoy el venturoso hallazgo
de Jenner, que te envía, como muestra
de su regia bondad, tu soberano. 530
Hallazgo que tus hijos te asegura,
que de vivientes llena los poblados,
que libra de temores la belleza;
y, dando a la cultura nuevos brazos
para que en tus confines amanezcan 535
días alegres, puros, sin nublados,
el gozo te dará con la abundancia,
y la felicidad con el descanso.
VENEZUELA
¡Oh gran Dios! ¿Conque al fin las tristes quejas
de Venezuela a tu mansión llegaron? 540
¿Conque nos miras ya compadecido?
Al Eterno cantad regocijados
himnos, ¡oh pueblos! que debéis la vida
y la salud a su potente brazo;
que resuene su nombre en las eternas 545
bóvedas; y después que el holocausto
de gratitud ante su trono excelso
hayáis humildemente tributado,
haced también sinceras expresiones
de reconocimiento al soberano. 550
Del más cumplido gozo dad señales,
y publicad en otro alegre canto
la gran ventura de que sois deudores
a su paterno, cuidadoso amparo.
EL TIEMPO
¿Y nosotros qué hacemos, que en tal día 555
todos nuestros esfuerzos no juntarnos
—24→
para solemnizar el beneficio
que recibe este pueblo de sus manos?
A ti, Neptuno, el cetro de los mares
los supremos destinos entregaron. 560
Pomona enriqueció de bellos frutos,
Venezuela, tu clima afortunado;
y yo, que soy el Tiempo, a mi capricho
rijo las estaciones y los años.
¿Por qué, nuestras funciones reuniendo, 565
suceso tan feliz no celebramos?
NEPTUNO
Tienes razón; aguarda. Roncos vientos
que subleváis con vuestro soplo airado
las bramadoras ondas, tempestades,
furiosos huracanes, sosegaos, 570
y en el imperio todo de las aguas,
la dulce calma reine y el descanso;
respetad este día venturoso;
y dondequiera que miréis las naos
de la dichosa expedición que trae 575
tantos bienes al suelo americano,
callad y respetadla. - Habitadoras
de los marinos, húmedos Palacios,
rubias Nereidas, que de frescas ovas
lleváis vuestro cabello coronado, 580
formad alegres danzas; y vosotras,
blancas Sirenas, que adormís cantando
al navegante, haciendo que le sea
grato el morir, dulcísimo el naufragio,
entonad himnos nuevos, y acompañen 585
los roncos caracoles vuestro canto,
los móviles Tritones difundiendo
alegres ecos por el vasto espacio.
CORO DE NEREIDAS
El reino de Anfitrite
con júbilo repite 590
el nombre siempre amado
de Carlos Bienhechor.
  —25→  
CORO DE TRITONES
-Y luego que le escucha
se aplaca el Ponto undoso,
y el austro proceloso 595
refrena su furor.
EL TIEMPO
Yo de notables hechos la memoria
a las edades venideras guardo,
y fama doy gloriosa al buen monarca,
al gran guerrero y al ministro sabio; 600
mas a los beneficios distinguidos
que la suerte del hombre mejoraron,
doy un lugar brillante en mis anales,
y en inmortalizarlos me complazco.
Por mí suena en la tierra todavía 605
el nombre de los Titos y Trajanos,
y sonará mientras de blandas fibras
tenga el hombre su pecho organizado.
Yo daré, pues, a tu feliz memoria,
Carlos augusto, un eminente rango; 610
y al lado de las tuyas las acciones
de los Césares, Pirros y Alejandros,
quedarán para siempre oscurecidas...
Siglos futuros, a vosotros llamo:
salid del hondo seno en que os oculta 615
a la penetración de los humanos
el velo del destino; y a presencia
de Venezuela, pronunciad los cantos
con que haréis resonar en algún tiempo
el claro nombre del augusto Carlos. 620
       Celebre con eterna
       aclamación el hombre
       el siempre claro nombre
       de Carlos Bienhechor.
       jamás el merecido 625
       título que le damos
       sepulte en el olvido
       el tiempo destructor.
  —26→  
VENEZUELA
Y yo que el testimonio más brillante
debo hacer de ternura al soberano, 630
¿qué mejor alabanza puedo darle,
qué monumento más precioso y grato
levantar a sus ojos, que su nombre
con indelebles letras estampado
en los amantes pechos de mis hijos? 635
Sí, yo te ofrezco, yo te juro, Carlos,
que guardarán los pueblos tu memoria,
mientras peces abrigue el mar salado,
cuadrúpedos la tierra, aves el aire,
y el firmamento luminosos astros. 640
Yo te ofrezco cubrir estos dominios
de celosos y dóciles vasallos,
que funden su ventura y su alegría
en prestar obediencia a tus mandatos.
Te ofrezco derramar sobre estos pueblos, 645
que tus leyes respetan prosternados,
fecundidad, riqueza y lozanía,
dorados frutos, nutritivos granos.
Yo te juro también que con perenne
aclamación repetirán sus labios: 650
«¡Viva el digno monarca que nos libra
de las viruelas! ¡Viva el cuarto Carlos!
       Hombre, mujer, infante,
       todo mortal que pise
       estos confines, cante 655
       a Carlos Bienhechor.
       Publique Venezuela
       que quien de nuestro clima
       lanzó la atroz viruela,
       fue su paterno amor.660

 (Se repite.)