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A la Santísima Virgen


Pensamientos religiosos


ArribaAbajo   Si contempla mi alma,
estando en dulce sueño los sentidos
con la dichosa calma
de la agradable noche adormecidos,
el brillo que en el cielo  5
un espíritu angélico y radiante
esparce cuando cruza en raudo vuelo
el éter deslumbrante;
tan encantado siento
y tan lleno de amor el pecho mío,  10
al verlo puro aventajar las flores
y los astros del claro firmamento
y la hermosura terrenal, que ansío
la muerte por gozar tales favores.

   Si con los ojos de mi cuerpo acaso  15
ver pudiera, señora, tu hermosura,
como en las sombras de mi mente obscura
contemplo a cada paso
el bienaventurado
espíritu de lumbre circundado  20
que de tu brillantez y donosura
es tan sólo un destello, Virgen mía,
mi tierno corazón se abrasaría,
en el amor más santo confundido;
y a los cielos volara  25
en esa inmensidad de amor perdido.
Así de ardiente sol a la luz clara
el hielo se deslíe, se evapora,
hasta los cielos sube,
y en el vellón de la dorada nube  30
el iris forma que la luz colora.

   En la mente divina
creada fuiste, hermosa Virgen pura,
y adornada con toda la hermosura
que encierra en sí la esfera cristalina.  35
Nacida limpia y bella
y tu seno purísimo inflamado
por el divino amor, viniste al suelo;
de la esperanza nacarada estrella,
redimistes al hombre del pecado  40
y te volviste al cielo.

   Cuando por vez primera
sentiste en tus entrañas virginales
estremecerse un Dios, que el vivo aliento
de la casta paloma placentera  45
en ti depositó, las maternales
fibras del corazón un movimiento
de mágica alegría
en el alma sin duda te causaron
y estremecidas de placer vibraron  50
con celestial y angélica armonía.

   ¡Oh, bendita entre todas las mujeres,
la que en su casto seno
que del materno amor estaba lleno
sintió tales placeres!  55
Bendita sí, porque ella
sufrió inmenso dolor también, y agudo
puñal el alma de la Virgen bella
traspasó fiero; sólo el amor pudo,
Madre y Reina preciosa,  60
de los cielos señora,
misterio tan sublime
ejecutar en ti, cuando amorosa
por levantar al que abatido gime
y consolar la humanidad que llora,  65
viste pendiente del cruel madero
al hijo santo de tu amor sincero.
Entonces en el Gólgota elevado
fue en holocausto santo
el más gran sacrificio consumado  70
con el dolor de un Dios y el triste llanto
de tu pecho purísimo arrancado.
De las penas más fieras los horrores
todos sentistes en aquel momento.
Para aquel sacrificio de dolores  75
dos altares había,
la cruz que a Jesucristo dio tormento
y tu sagrado corazón, María.
¡Tu enamorado corazón, del tierno
Hijo de tus entrañas poseído,  80
en el amor sublime del Eterno
espíritu nacido!

   ¡Cuánto la madre adora
en su hijo caro de su amor la prenda!
¡Cuánto su tierno corazón le llora  85
a su dolor inmenso dando rienda!
Mas de los hombres madre también era,
por el sagrado Espíritu enviada
para salvar la humanidad entera
con su inmenso dolor purificada.  90
La salvaste, María
llorando sobre el Gólgota las penas
del hijo de tu amor, que en su agonía
vertió la pura sangre de sus venas.
Y bienaventurada  95
te llamaron los hombres; en el cielo,
al son del arpa de oro
te elogian los querubes, y postrada
la angélica falange en raudo vuelo
se acerca a ti y en resonante coro  100
entonan alabanzas a tu gloria.
Yo también remontar quise, atrevido,
de tu eterna memoria
en elogio, mi canto enardecido:
pero ya triste veo  105
que no merezco, virginal Señora,
engendrar en el pecho que os adora
tan excelso deseo.
Acaso indigno de tal bien, impuro
me atreví a profanar, de orgullo lleno,  110
a la que inflama en fuego de amor puro
de la radiante Trinidad el seno.




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Las aventuras de Cide Yahye


Historia filosófica y verdadera



Primera parte

La belleza ideal


Io mi son pargotella bella e nova,
e son vanuta per mostrarmi à vui
dalle bellezze e loco dond'io fui.
Io fui del cielo, e tornerovi ancora,
per dar della mia luce altrui diletto,
e chi mi vede, e non se ne inamora,
d'amor non averà mai intellectto.

(DANTE ALIGIERI, Ballatta.)                




I

   En las antiguas edades
cuando andaba la morisma
hecha orgullosa señora
de la bella Andalucía,
en un rincón olvidado,  5
por pobre, de la codicia
de los hombres, y perdido
en la espesura sombría
de los bosques y los montes
que en torno de la campiña  10
de Granada, en ancho cerco,
alzan las frentes altivas,
Cide Yahye en paz suave
era señor de una villa;
y aunque adornada tan sólo  15
de centenarias encinas,
de olivos y de castaños,
era agradable a la vista
de aquel quebrado paisaje
la rústica perspectiva.  20
Los sencillos habitantes
allí contentos vivían,
sin pensar que más placeres
brindase al hombre la dicha,
que los dones que la tierra  25
de su trabajo solía
darles en premio, y los goces
de aquella vida tranquila.
Cide Yahye virtuoso,
y su corta monarquía  30
con la vista dominando,
administraba justicia,
y en las sencillas disputas
leyes dictaba benignas,
bajo de un árbol sentado,  35
a la puerta de su quinta.
A las labores del campo
con gran placer asistía
y al llegar la grata fiesta
de la siega o la vendimia,  40
con los mismos labradores
comer y cantar solía.
Agradable con la gente,
y contento de su vida,
practicaba Cide Yahye  45
la mejor filosofía.
En sus colorados labios
siempre brillaba la risa;
en su cuerpo orondo y grave,
resaltaba la alegría.  50
Tal era el rey, tal el reino,
donde la virtud sencilla
moraba con la inocencia
de la gente campesina;
donde los dorados tiempos  55
que los poetas nos pintan
con su patriarcal ternura
realizados se veían.
Cuéntase, pues, que las hadas,
al ver la maldad impía  60
de los hombres, de la tierra
ya para siempre se iban,
cuando este reino dichoso
descubrieron, y benignas
quisieron favorecerle  65
con su presencia divina.


II

   Tomaron aquel reino para morada propia
las hadas y le dieron su santa beatitud,
y en su seno vertieron el cuerno de la copia,
henchido de riqueza, de gozo y de salud.  70
   Formaron en el aire conciertos armonios,
de eterna primavera dotaron al vergel,
hicieron de la viña los frutos más sabrosos,
llenaron las colmenas de perfumada miel.
   Pusieron en las fuentes misterioso murmullo,  75
vistieron de hermosura las flores del jardín,
de la paloma hicieron más lánguido el arrullo,
y más sonoro el trino del ágil colorín.
   Como menudo aljófar las gotas de rocío,
cuajadas en el cáliz de la entreabierta flor.  80
Un fructífero fuego el calor del estío,
una llama sagrada el fuego del amor.
   Doquiera que las hadas esparcían su aliento,
crecían frescas rosas de aroma celestial.
Con viva luz en torno resplandecía el viento,  85
formábanse en el aire palacios de cristal.
   Las hadas a las nubes dieron bellos matices,
a los céfiros blandos suave libertad;
para hacer a los súbditos de Yahye más felices
arrullarlos quisieron en dulce ociosidad.  90
   Sin el trabajo humano daba el feraz terreno
los frutos más opimos con solícito ardor,
torrentes de riqueza brotaban de su seno,
de las benignas hadas encanto bienhechor.
   Nacía sin cultivo el delicado lino,  95
el industrioso insecto trabajaba a la vez
la seda, en los arbustos el algodón más fino
de las pomposas hojas blanqueaba al través.
   En los mismos corderos la suavísima lana
de diversos colores se solía pintar;  100
ya era púrpura tibia, ya refulgente grana;
que tejían las hadas con arte singular.
   Cuanto al hombre le es grato las hadas reunieron
en aquel feliz reino, su encantada mansión.
Los frutos más extraños las hadas produjeron  105
que el comercio nos trae de distinta región.
   La fragante canela, el café de la Moka,
que destilando forma tan suave licor;
la que en árbol tan grande, con magnitud tan poca,
crece negra pimienta de agradable sabor.  110
   La hierba del Catay, olorosa y salubre;
los plátanos, que almíbar dentro del fruto traen;
la palma, que maduros los dátiles encubre
con las espesas ramas que en verdes arcos caen.
   Cuantas aves adornan la alegre primavera  115
hacían de aquel reino su estancia habitual;
recorría los campos la perdiz placentera,
posábase en la oliva el sabroso zorzal.
   Los ánades silvestres con majestad graciosa
cerníanse en el seno del lago, sin temor,  120
y el campo poetizaban la tórtola amorosa
y el ruiseñor sencillo, de los bosques cantor.
   Como nunca agradables lucían las doncellas
que ya el sol ni el trabajo podían marchitar,
las delicadas manos suavísimas y bellas,  125
los talles elegantes, amoroso el mirar.
   Cantaban y bailaban, asidos de las manos,
pastores y zagalas, hablando de su amor;
sentados a la sombra miraban los ancianos,
los más dulces recuerdos gozando a su sabor.  130
   A pesar de Mahoma, el perfumado vino,
mejor que el estimado del campo de Jerez,
chispeaba en las copas, y su fuego divino
de las bullentes venas serpeaba al través.
   Él vertía en el pecho el amante deseo,  135
él ponía en los labios la dulce persuasión,
y en las negras pupilas, con el furor pimpleo,
brillaba más hermosa la luz del corazón.
   El día se pasaba en danzas y en suaves
pláticas amorosas, la noche en poseer  140
el reposado sueño, hasta que al fin las aves
el alba amenizaban con trinos de placer.
   Todo en aquella tierra era paz y ventura;
sobre ella la alegría sus alas extendió,
por el ancho espacio de su atmósfera pura  145
la copa del deleite ufana derramó.
   Nunca dicha más grande soñó en su falansterio
de Fourier admirable el ingenio creador,
ni nunca en el más rico antiguo monasterio
hubo paz más perfecta ni abundancia mayor.  150
   Esto hicieron las hadas, y en bullicioso coro
con los mortales mismos se solían mezclar.
Y al agradable estruendo del crótalo sonoro
himnos dar a los vientos, y ligeras bailar.


III

   El buen rey Yahye de placer henchido  155
también entre la fiesta se mezclaba,
y a la música alegre dando oído,
de su vientre a pesar, diestro bailaba.
   No le acosaba el velador cuidado,
ni placer le faltaba ni riqueza  160
disfrutando de un sueño regalado
en el seno gentil de la pereza.
   Guardaba de su harén en el recinto
mujeres como lindos serafines,
enramadas de género distinto,  165
joyas, perfumes, fuentes y jardines.
   Y de una quinta que la hermosa vega
ostentaba en la parte más florida,
de generosos vinos la bodega
con profusión diversa bien surtida.  170
   Cantos gozaba, y bailes seductores,
la tierra en torno sonreía ufana;
Amor le prodigaba sus favores,
renacía en él la juventud lozana.
   Mas en medio de cuadro tan risueño,  175
Yahye empezó a sentir melancolía;
buscó la soledad, faltole el sueño,
vagó en el seno de la selva umbría.
   Que ardió su corazón en la sagrada
llama de lo ideal, que tierna adora,  180
no satisfecha el alma enamorada
del placer que en la tierra se atesora.
   Buscó en la noche su ilusión querida,
la creyó hallar entre la selva obscura,
en el seno del aura adormecida,  185
en el cristal de la corriente pura.
   Prestó Yahye un amante sentimiento
al arrullo del céfiro en las hojas,
a las flores amor y pensamiento
de la tórtola amante a las congojas.  190
   Y no pudieron apagar el fuego
del místico raudal de sus dolores,
ni de la noche del plácido sosiego,
ni la tórtola, el céfiro y las flores.
   Y por saciar su loco desvarío  195
se entregaba otra vez a los placeres
mas sólo hallaba doloroso hastío
en sus perfumes, joyas y mujeres.
   Todo a su alma indiferente era;
el insaciable corazón sentía  200
taciturno dolor, y una hechicera
ideal mujer formó su fantasía.
   La limitada inteligencia humana
muy rara vez tras lo ideal se lanza,
pero la voluntad recorre ufana  205
la eterna inmensidad de la esperanza.
   Que el Eterno nos dio tan sólo, creo,
un rayo de su ciencia peregrina;
pero el alma se eleva en el deseo
y respira la atmósfera divina.  210
   Deseo insaciable, que del pecho brota
y en inmenso círculo se extiende,
cuya circunferencia, siempre ignota,
al Hacedor y a la creación comprende.
   ¡Oh, amor sublime, celestial anhelo  215
de los santos, artistas y cantores,
con una de tus flechas desde el cielo
pusiste en Yahye místicos amores!
   Las hadas al mirarlo tan dolido
iban a consolarlo con su canto,  220
mas él lanzaba un mísero gemido
o derramaba lastimero llanto.
   Por fin, un día que elocuente estuvo,
gracias al rico néctar jerezano,
ante las hadas, que reunidas tuvo,  225
logró explicar su anhelo sobrehumano.


IV

   «Por vuestro benigno influjo,
dijo el rey Yahye a las hadas,
nuestras rústicas moradas
en la abundancia se ven;  230
y felices mis vasallos
en el ocio y los amores,
se olvidan de los dolores
humanos en este edén.
   »Aquí más mágico brilla  235
en el diáfano espacio
ese disco de topacio
que a la noche da fulgor;
palacios hay en el viento,
maravillas en la tierra,  240
y en nuestros pechos se encierra
encadenado el amor.
   »Aquí un olor más suave
tienen las gallardas flores,
son más vivos los colores,  245
más pura la luz del sol,
más agradable el murmullo
de las auras y las linfas.
Y hacéis más fúlgido, ninfas,
de la aurora el arrebol.  250
   »Mas de tal dicha en el seno,
al amor mi pecho ardiente
se entregó, y en el torrente
se perdió de la pasión;
y brotó en él un deseo  255
que el tierno pecho lastima,
y desdichado se estima
sin gozarlo el corazón.
   »Anhelo del imposible
amor del alma, belleza  260
que en la gran naturaleza
a él no encontró objeto igual;
Mas traspasando sus lindes,
con la ardiente fantasía,
la enamorada alma mía  265
ha anhelado lo ideal.
   »Y aquí nace el hastío
que de cuanto miro brota,
y el placer más leve agota
y marchita el corazón;  270
del orgullo de mi alma
es un misterioso arcano
y para el vulgo profano
una incógnita aflicción.
   »Sin esta celeste idea,  275
por el alma concebida
de esencia desconocida
y de substancia inmortal,
y que me muestra el deseo
con su luz mágica y vaga,  280
que a los sentidos halaga,
fingiéndola material.
   »Sin la posesión sublime
de esa irrealizable idea,
que la imaginación crea  285
más allá de la creación;
concebida en el deseo,
sin comprenderla la mente,
y nacida del ardiente
impulso de la pasión.  290
   »Nunca juzguéis que mi vida
pasa feliz en la tierra,
que el fuego que el alma encierra
pronto la devorará;
y entonces de las cadenas  295
libre, que la guardan ora,
en la mente creadora
rápida penetrará.
   »¡Magas bellas!, en los sueños
de mi loca fantasía  300
la forma yo descubría
de esa idea celestial;
ya levantada en el aire,
con una ardiente aureola,
ya mecida en una ola  305
del océano ideal.
   »A las creaciones sublimes
de los poetas divinos
cuerpos daba peregrino
vida, juventud y amor,  310
pero en ninguna encontraba
la fantástica señora
cuya luz el alma adora,
sin conocer su valor.
   »Que más alta se elevaba,  315
en lo infinito mecida;
y el principio de su vida
brotaba del mismo Dios.
Comprenderla nunca pudo
el humano pensamiento,  320
ni sentirla el sentimiento
ni descifrarla la voz.
   »Vosotras sólo podéis
formular mi ardiente anhelo,
arrebatando del cielo  325
la llama que alimentó
lo mi concepción misteriosa,
y dándole forma ahora,
con la fuerza vencedora
que el Eterno os concedió».  330


V

   Dijo, y los labios de las hadas luego
una sonrisa plácida mostraron,
y de sus ojos de amoroso fuego
mil rayos de esperanza derramaron.
   En círculo tejieron una danza  335
en derredor del Yahye, tan ligera
como el vuelo fugaz de la esperanza
que se remonta a la azulada esfera.
   Y al céfiro entregando las aéreas
divinas formas, el espacio hendieron,  340
y a las regiones caminando etéreas
dulces cantares a los vientos dieron.
   ¡Cide Yahye! Tu amante deseo
a la eterna beldad te sublima;
es la llama creadora que anima  345
en los hombres la luz celestial.
   Que da al mártir aliento en la hoguera,
que a los héroes excita al combate,
y en las venas enérgicas late,
inspirando al poeta inmortal.  350
   A tu ruego las alas rendidas,
a los vientos sus formas entregan,
y el inmenso Océano navegan
del espacio y el tiempo sin fin.
   Del espíritu ardiente en el mundo,  355
en un mundo invisible su vuelo
detendrán, y robada del cielo,
la hermosura será para ti.
   Sé feliz si en tu pecho sereno
la esperanza vivífica está;  360
si de ingente deseo está lleno,
la divina esperanza en tu seno
una inmensa energía pondrá.
   Así cantando alegres, las hadas en el aire,
como ligeras nubes se perdieron por fin,  365
y extendidas las alas con gracioso donaire,
de nuestra espesa atmósfera doblaron el confín.
   Al sentirse en éter bañadas por doquiera,
se desnudaron luego la forma terrenal,
y ya puros espíritus, como la luz ligera,  370
rápidas recorrieron el éter celestial.
   Y llegaron al mundo do las ideas viven,
y de la inteligencia habitan en el mar;
así como los cuerpos y formas se perciben
en el tendido espacio flotando sin cesar.  375
   Y arrebataron luego la concebida idea,
y una forma perfecta la dieron de mujer,
brillante como un rayo de la lumbre febea,
que en el dorado viento se baña con placer.
   Sacaron de las flores la más suave esencia  380
para dar a su aliento perfume sin igual,
de una llama divina de noble inteligencia
adornaron las hadas su frente virginal.
   De la deidad de Chipre la zona encantadora
en torno colocaron de su talle gentil,  385
y en sus mejillas puras, cual la luz de la aurora,
avergonzar quisieron la rosa del abril.
   Eran dos luces bellas, del alma noble encanto,
brillantes de deleite, dormidos de pudor
sus ojos, y su boca el cáliz limpio y santo  390
do puro se guardaba el néctar del amor.
   El delicado arrullo del apacible viento,
si a Flora misteriosa enamora tal vez,
no puede ser más blando que el voluptuoso acento
que exhalaban sus labios, más dulces que la miel.  395
   Diéronle la pureza de las vírgenes flores,
las hadas, de la tórtola el inocente ardor,
del alba nacarada los púdicos colores,
el encanto armonioso del tierno ruiseñor.
   Del corazón sencillo la mágica violencia  400
su seno alabastrino hacía palpitar,
y una vaga sonrisa de amorosa inocencia
sobre sus frescos labios volaba sin cesar.
   Nunca mujer más bella formó la fantasía
en los mágicos sueños de un genio creador,  405
levantada en las alas de la ardiente poesía,
arrullada en el seno del encantado amor.
   Ni nunca puro arcángel ni hurí del paraíso
dieron forma más bella a la esencia inmortal;
que el poder de las hadas en ella mostrar quiso  410
la fórmula suprema de lo bello ideal.
   Así formada, al mundo trajéronla dormida,
con el sueño inocente que goza la virtud;
vertieron en su rostro el soplo de la vida,
y ciñeron sus sienes de eterna juventud.  415


VI

¿Qué poeta en sus cantos no te evoca?
¿Quién dulces versos en tu honor no canta,
cuando en tu elogio la alabanza es poca,
cuando en tu amor el corazón se encanta?
Con santa fe la humanidad te invoca,  420
y el amor suyo hasta tu amor levanta,
siempre con varios nombres uno mismo,
de nuestro inmenso amor inmenso abismo.
   Incomprensible sed de lo futuro,
de la inmortalidad ardiente anhelo,  425
éxtasis admirable de amor puro,
que nos transporta de la tierra al cielo;
Tú haces bajar del eternal seguro
al mismo Amor con amoroso vuelo,
y desde la alta esfera cristalina  430
envías al hombre tu ilusión divina.
   Hijo de la sagrada inteligencia
y de la libre voluntad humana,
pues de su amante unión tu etérea esencia
por un misterio mágico dimana;  435
raudal de gloria, manantial de ciencia,
recuerdos dulces, ilusión temprana
eres, y cuanto el hombre inmenso crea,
de la fe causa, fuente de la idea.
   Como la anacreóntica paloma  440
te duermes en las cuerdas de la lira,
el corazón en ti su fuerza inspira;
das vida al arte, y encantado aroma
sobre tu seno el ánima respira,
cuando, de la materia, roto el lazo,  445
con ternura descansa en tu regazo.
   Así el alma de Yahye, que dormido
se quedó con el canto de las hadas
(lo que acaso os haya sucedido
con mi historia, lectoras adoradas),  450
le dejó en su letargo sumergido,
y las rápidas alas desplegadas,
rompiendo el aire con sereno vuelo,
se fue a perder en el azul del cielo.
   Y se bañó de luz y de ambrosía,  455
se coronó de amor y de contento,
recobró nueva vida y energía
su libre y endiosado pensamiento;
y el éter recorrió su fantasía,
y mecido su espíritu en el viento,  460
se volvió al cuerpo, que, en quietud sabrosa,
soñaba ya con su ilusión dichosa.
   Y entonces despertó con nuevo brío,
sintió en su pecho arder la llama pura
de un amante y suave desvaría;  465
brilló en sus ojos celestial ternura,
y se encontró del plácido sombrío
reclinado en la fértil espesura,
oyendo en torno un cántico sonoro
por muchas voces repetido en coro.  470
   Místico canto que eleva el alma
en pos de una ilusión pura y amante,
buscó Yahye a su amor, y en dulce calma
vio que se le acercaba una radiante
virgen, esbelta como airosa palma  475
y vestida de un manto rozagante.
En redor de la cual las hadas bellas
eran del sol de su beldad centellas.
   Venían en pos de la beldad divina
las hadas, cantos entonando suaves,  480
que, al contemplar la forma peregrina,
de la diosa ideal las mismas aves
repetían; la fuente cristalina
más dulce murmuraba, y con más graves
sublimes cantos la creación entera  485
saludaba a la virgen hechicera.
   Besábanla los céfiros lascivos,
y al pasar, en su seno derramaban
pensamientos de amor, que fugitivos
sobre su frente rápidos cruzaban;  490
los genios y las gracias con festivos
bailes en torno de ella se agitaban,
enredando su talle los amores
con mil cadenas de olorosas flores.
   Las puras ondas de la clara fuente,  495
el ruiseñor amigo de la rosa,
la enamorada tórtola doliente,
del céfiro la amante mariposa
su beldad admiraban sorprendente;
y la Fama, a la par, con sonorosa  500
trompa, volando sobre el aura pura,
anunció por el mundo su hermosura.
   Y no quedó nación, no quedó tierra
donde la dulce nueva no llegara,
ni cuanto en sí Naturaleza encierra,  505
que por ella de amor no palpitara;
se estremeció de gozo la alta sierra,
brincó en su cauce la corriente clara,
las almas con ternura la adoraron,
su belleza los cuerpos reflejaron.  510
   Y todo aquel amor que de su seno
Naturaleza derramaba en torno,
suspiros dando al céfiro sereno,
y olor las flores, del pensil adorno,
sintió Yahye en su pecho, de amor lleno,  515
al ver el vago y celestial contorno
de la belleza angélica, nacida
del impulso de su alma enardecida.
   Y exhalando un dulcísimo suspiro,
lleno de amor y de ansiedad dichosa,  520
exclamó Yahye: «En realidad, te miro
al fin divina hermana mía, esposa;
y en ti mismo pensamiento admiro,
que te ideó tan pura y tan hermosa,
en alas levantando del deseo,  525
arrullado en su amante devaneo.
   »Bendita seas, luz de amor, paloma,
de mi espíritu hija y del divino
espíritu, en el cual su fuerza toma
mi corazón de tu hermosura dino:  530
¡Oh, cuál esparce delicioso aroma
el aire que circunda tu camino!
¡Cómo las aves cantan! ¡Cuán ardiente
brilla la luz en torno de tu frente!
   »¡Cuán hermosa eres tú, paloma mía,  535
hija del alma, flor del pensamiento,
nacida de mi ardiente fantasía,
de mi amor llena, de mi ser aliento,
divino tipo de ideal poesía,
hurí del estrellado firmamento;  540
ven a mis brazos, ven, esposa, hermana,
yo tu esclavo seré, tú mi sultana!»
   Dijo, y ciñó con sus amantes brazos
de la beldad la virginal cintura;
y ella, estrechada en tan suaves lazos,  545
desfalleció de amor y de ternura;
y Yahye recibió de sus abrazos
el fantástico don de la hermosura,
mientras que los cercaban los amores,
himnos cantando y esparciendo flores.  550
   La plenitud del ser y de la vida
bebió Yahye de amor en el torrente;
en su luz vio la luz, y enardecida
brotó una llama de su noble frente.


VII

   Al unirse Cide Yahye  555
con la ideal hermosura,
celebrar bodas tan gratas
dispone con pompa suma.
De la capital las calles
alfombrar manda con juncia,  560
y arcos formar, y enramadas
de romero y de gayumba.
Banderas de mil colores
leves en el aire ondulan;
se tapizan las paredes  565
con alcatifas morunas.
Todo el reino está de gala;
y, al llegar la noche obscura,
de brillantes luminarias
se coronan las alturas,  570
la fachada de las casas,
de las mezquitas la cúpula.
Marca la luz los perfiles
de la bella arquitectura,
y ésta sobre el negro fondo  575
de los cielos se dibuja.
Vence en brillo a la del día
la luz que todo lo inunda,
desde el alcázar de Yahye
a la recóndita gruta.  580
Crótalos, flautas, tiorbas,
chirimías y bandurrias,
y enamorados cantares
por dondequiera se escuchan.
Danzas hay aquella noche  585
como no se han visto nunca,
desde la que en Creta el docto
Dédalo enseñó a la rubia
hija del rey, que a los muertos
allá en el Tártaro juzga,  590
hasta el cancán, el bolero,
el fandango y la mazurca,
y los valses y las polcas
que en nuestro siglo se usan.
De leve blonda fantástica  595
vistiendo cándidas túnicas,
en sendos hilos de perlas
enredada la cintura,
coronada de diamantes,
que imitan soles y lunas,  600
bailan y cantan las hadas
con gracia y desenvoltura.
Las más gentiles doncellas
del reino a la novia adulan;
la novia se alza entre todas,  605
como la palma entre murta.
En tanto las avecicas,
allá en la verde espesura,
un sublime epitalamio
y otras joyas que deslumbran.  610
Hay en el valle aquel día
mil tortolillas que arrullan;
las unas tienen esposo,
las otras están viudas;
mas todas están asadas,  615
todas rellenas de trufas,
y no por eso están quietas,
y no por eso están mudas,
que están diciendo «comedme»,
con melodiosa ternura,  620
y hasta a la boca se vienen,
cruzando las auras puras.
El pueblo todo se entrega
al regocijo y la bulla;
y almíbar, vinos suaves,  625
leche y horchata de chufas
derraman las fuentes todas
de sus encantadas urnas.
Hay también altas cucañas,
y el que a la cima se encumbra,  630
por haber en el país
de los bienes de fortuna
tanta abundancia, consigue
premios de mayor dulzura.
Elixir de amor perfecto  635
ponen las hadas en una;
en otra de las cucañas
los viejos un licor buscan
que las canas ennegrezca,
que disipe las arrugas  640
y que en las venas heladas
fuego juvenil infunda.
Hay en otra una substancia,
invención rara y aguda,
junto a la cual el hachick  645
no tiene virtud alguna.
A los cielos se remonta
quien esta substancia gusta,
y en un minuto de ensueños
goza un siglo de ventura;  650
las huríes le acarician,
y los genios con las plumas
le abanican de sus alas;
con sus arpas le dan música,
y con las flores del árbol  655
del Tooba le perfuman.
Tales son las diversiones
en que se goza la turba;
mas damas y caballeros
de rancia e ilustre alcurnia  660
acuden luego a palacio,
do alegres se congratulan,
y de la opípara cena
que les da Yahye disfrutan.
La cena de Baltasar,  665
que, a no ser por la escritura
misteriosa y por la mano
que tantos males anuncia,
fuera envidiable; las cenas
que Semíramis augusta  670
daba al príncipe de Armenia,
prendada de su hermosura;
y sobre todo, el festín
que el rey Asuero dio en Susa,
a do sátrapas y magos  675
fueron en cebras y mulas,
en caballos y elefantes
y en carretelas ebúrneas;
aquel banquete estupendo,
do convidados se juntan  680
sabios, guerreros y damas
que el reino de Persia ilustran
desde el Tanais hasta el Indo,
desde Bactra hasta Betulia;
concurridos y famosos  685
convites fueron sin duda,
pero el que da Cide Yahye
en más primores abunda.
Marcial, discreto, en su Xenia,
manjares no mentó nunca,  690
como los que allí el olfato
y el paladar estimulan.
Jamás extrajo Carême
quintas esencias tan puras,
ni las soñó Savarín,  695
el gran doctor de la gula.
Confites hay cien mil veces
más dulces que miel y azúcar,
y no empalagan ni cansan
con tan extraña dulzura.  700
Hay allí vinos más ricos
que el Tocay y el Siracusa,
y mantecosos sorbetes
y sabrosísimas frutas.
Arden en áureos braseros,  705
y por el aura circulan
esencias con que en el cielo
las huríes se sahúman.
Las hadas entonan versos
que dan envidia a las musas.  710
Para que todo al recreo
y a la amenidad concurra,
salen los gnomos deformes
de sus negras catacumbas,
y juegos hacen de manos  715
con singular travesura.
Los chistes y discreciones
y la algazara confusa
hicieran reír a Orestes
a despecho de las Furias.  720
No hay que decir que el buen tono
reinó en aquella tertulia,
y que hizo el rey los honores
con extremada finura.


VIII

   ¡Ay, cuán pronto se pasan los momentos  725
de dulce amor y de ilusión querida,
dejándonos, en cambio, los tormentos
y el triste desengaño de la vida!
   Pensando en ti, jamás cumplido anhelo,
dijo Espronceda con verdad notoria:  730
«O eres recuerdo de un perdido cielo,
o la esperanza de futura gloria».
   Y para recordarnos el destino
que aspirar debe el alma a más altura,
del placer nos disgusta de continuo,  735
o nos roba el placer si el gusto dura.
   Y no hay amor que no consuma el tedio,
ni amistad en el mundo duradera,
ni gozo sin disgustos de por medio,
ni vino que no cause borrachera.  740
   ¡Qué terrible es vivir, si sus lecciones
el Destino nos da tan duramente!
Pero con mis morales reflexiones
me pongo por demás impertinente;
   pero, dejando aparte mis quebrantos,  745
que los juzgo en verdad harto triviales,
y extenso asunto fueron de los cantos
de otros poetas buenos y fatales;
   volvamos a la historia del rey moro,
que en los brazos dejamos de su amada,  750
cercado en torno del bullente coro,
por el amor su frente iluminada.
   Bebiendo amor en el ardiente beso
de los intactos labios de la bella;
respirando el suavísimo embeleso  755
que vertían los genios sobre ella.
   Entusiasmo que el ánima encendía
por Gulnara (que así llamarla hizo),
en un amor del cual la musa mía
pintar no puede el celestial hechizo.  760
   Cerca, pues, de Gulnara, encantadora,
pasó el buen Yahye aquella noche grata
hasta que al fin la purpurina aurora,
vertió su luz de sonrosada plata.
   A turbar vino entonces su sosiego  765
de las trompas el bélico sonido;
y vio una diosa, que de ardiente fuego
traía el robusto corazón ceñido.
   En pos de ella camina de guerreros
gran multitud, que anuncia desventura  770
y perdición a Yahye; sus aceros
deslumbran como lampo en noche obscura.
   Unos montados van a la jineta,
y la aljaba, al trotar, suena terrible,
y es de junco la rápida saeta,  775
y es el arco de búfalo flexible.
   Otros llevan fortísimos broqueles,
hachas y agudas lanzas; como espumas
del mar blancos turbantes y alquiceles,
y en el yelmo un airón de rojas plumas.  780
   Bravos muslimes eran, los pendones
seguían del monarca granadino,
y montados en árabes bridones,
al valle enderezaban su camino.
   Ya aquellas altas cumbres se veían  785
con los altos turbantes coronando,
ya en el seno del bosque se perdían,
cual rápido torrente penetrando.
   La Fama los guiaba, y de Granada
el poderoso rey iba en pos de ella  790
porque ya de Gulnara enamorada,
su alma tan sólo ansiaban poseella.
   Yahye lo vio, y en furibunda saña
ardió su corazón lleno de ira,
desciende al punto armado a la campaña,  795
y al enemigo, que se acerca, mira.
   Sus escasos soldados reúne luego,
y camina a buscar los invasores,
con roncas voces y despecho ciego
llamándolos infames y traidores.  800
   Estos llegaban ya, que por el llano
marchaban raudos con horrible estruendo,
el duro hierro en la homicida mano,
con el polvo la luz obscureciendo.
   Espesos los cerrados escuadrones  805
cual las hojas de otoño, y tan ligeros,
que apenas el ardor de sus bridones
pudieron contener los caballeros.
   Y caminaban con las riendas sueltas,
formando viva y caprichosa cinta  810
de las veredas por las muchas vueltas,
que ornaban flores de color distinta.
   Las plumas y el acero refulgente
parecían del sol a los fulgores
un ancho arroyo de metal candente,  815
que en pos arrastra pintorescas flores;
   o sierpe en cuyos lomos plateados
se dibujan como en claro espejo
prodigiosos fantasmas agitados
de la mente de un mágico reflejo.  820
   Mas Yahye, colocado en una altura
con un puñado de vasallos fieles,
los esperaba con marcial bravura,
como acosado lobo a los lebreles.
   Al mismo tiempo despertó Gulnara  825
del apacible enamorado sueño;
y al escuchar la bélica algazara
buscó en vano los brazos de su dueño.
   Al cielo alzó las delicadas manos
pidiéndole favor, y ya corría  830
a buscar a su bien, mas los ancianos
se le acercaron que en el valle había.
   Y uno de ellos (Giafir llamado era,
que en la gente ceneta origen tuvo,
y mostraba en la blanca cabellera  835
sus años y experiencia) la contuvo;
   y, ahogado por las lágrimas su acento,
así la dijo: «¿Dónde vas, Sultana?
Huir no puedes; el bárbaro violento
nos cerca por doquier con furia insana.  840
   »Detrás de cada piedra hay un soldado,
contra nosotros marchan las naciones
como los copos del invierno helado,
espesos sus armados escuadrones.
   »Mas que tu esposo vencerá confío;  845
no te aflijas, hurí, porque ya el cielo
a castigar dispónese al impío
que va a turbar la paz de nuestro suelo;
   »al perjuro Alhamar, que, de Castilla
siervo, su alcázar y potencia nueva  850
sobre un monte de escombros de Sevilla,
amasado con lágrimas eleva.
   »Entretanto, sultana, ven conmigo,
que desde la torre que domina
la fértil vega, en un seguro abrigo,  855
del invasor veremos la ruina».
   Sólo por consolarla esto añadiera,
y ahogó su llanto el afligido anciano,
enjugando la lágrima postrera
con el revés de la rugosa mano.  860
   Llena de espanto, en la terrible duda,
con el temor y la esperanza ansiosa,
en un fiero dolor y angustia muda,
siguió a Giafir la desolada esposa.
   Y los demás ancianos la cercaban,  865
admirando extasiados su belleza,
y, mientras que a la torre caminaban,
así decían con gentil grandeza:
   «Combatir en verdad que no es extraño,
por causa de tan mágica hermosura;  870
¿qué vale en parangón de bien tamaño,
vida, riqueza, libertad u holgura?
   »Si la vejez no hubiese destruido
con su soplo fatal la fuerza nuestra,
los primeros hubiéramos salido  875
a combatir en la marcial palestra».
   Sobre la torre ya, todos los ojos
se fijan en ella, y el aliño
de su beldad trocaba los enojos
en dulces muestras de cordial cariño.  880
   Porque no hay alma, por feroz que sea,
que amor no inflame al contemplar lo bello,
y en ese mismo amor que la recrea,
de su divino ser siente el destello.
   La batalla a mirar se disponía  885
Gulnara, de dolor transida el alma:
ancianos y mujeres allí había,
pero reinaba aterradora calma.
   Cual las matronas de Ilion famosa,
presenciar esperaban el encuentro,  890
y más que todos, la Sultana hermosa,
puesta de los ancianos en el centro.
   Aunque sin culpa, semejante a Elena,
que, colocada sobre el muro pardo,
miró luchar en la campiña amena  895
al rubio Atrides y al pastor gallardo.
   En esto ya del enemigo fiero
cerca la hueste, resonó la trompa.
y, aquel torrente de agitado acero,
se para luego con guerrera pompa.  900
   Mas duró poco el lúgubre sosiego
el Granadino demandó la hermosa:
Yahye se la negó; las huestes luego
se encontraron con furia prodigiosa.
   Y de los dardos matadora nube  905
formaron; Azrael marchaba en ella,
y con sus negras alas el querube
vertió el espanto en la pradera bella.
   En la doblada plancha del escudo
el hacha resonaba: triste eco  910
el clamor bronco del clarín agudo
de los peñascos despertó en el hueco.
   Yahye, entretanto, con valor sublime,
la muerte por doquier difundía.
«¡Oh, con qué acierto destructor esgrime  915
el fulminante acero en este día!
   »¡Oh, qué valiente! Su terrible espada
le abre camino por la hueste fiera
(exclamaba Giafir); de esta jornada
le admirará la gente venidera».  920
   Y Gulnara miraba, y conocía
entre la turba a Yahye, que en el seno
de la enemiga gente combatía,
ya como vencedor de miedo ajeno.
   Mas, ¡oh dolor!, que en medio de su gloria  925
un dardo a herirle por el aire vino,
que para arrebatarle la victoria,
contra su seno dirigió el destino.
   El dardo matador entró en su seno
de peto y espaldar por la juntura,  930
y Yahye vino a tierra como el trueno,
al caer resonando la armadura.
   Gulnara, al verle así, perdió el sentido,
y sus divinos ojos se velaron
con nube de dolor. Hondo alarido  935
de espanto sus vasallos exhalaron.
   Y muerto lo creyeron, a la huida
cobardes se entregaron, y la espada
dividió sus gargantas, con la vida
perdieron al par la gloria codiciada.  940
   Y, no obstante, de amigos corto bando
(¡tanto puede el esfuerzo del que ama!)
seguían de Yahye en torno peleando
con el ardor de destructora llama.
   No dejarle jamás habían jurado  945
y antes mil veces perecer primero,
defendiéndose en círculo cerrado
cual fuerte muro de fulgente acero.
   ¡Imposible romperle! Que la tierra
de cadáveres llena se mostraba,  950
y en sangre tinta, cual la yerta sierra
que el volcán cubre de encendida lava.
   Mas la muerte cruel sobre ellos vino
del amigo valientes defensores;
y ya hasta Yahye abríanse camino  955
para matarlo al fin los vencedores,
   cuando las hadas, cual ligera flecha,
rompieron el aire, y a Yahye se acercaron,
y en una nube, de tinieblas hecha,
llevándoselo oculto lo salvaron.  960
   Y cantaron un himno que él tan sólo
escuchar pudo de dolor transido;
himno que nunca el impalpable Eolo
llevó de otro mortal hasta el oído.


IX

   «Yahye, tú morir no debes;  965
en vano la muerte imploras.
¿Por qué débilmente lloras,
¡oh Yahye!, por la mujer?
¿Por qué materializarte
esa beldad peregrina,  970
que en tus sueños creaste
sin llegarla a comprender?
¿Por qué nos rogaste tanto
la robáramos del cielo,
perder debiendo en el suelo  975
sus alas de querubín?
Yahye, porque así el destino
decretado lo tenía,
y destinado te había
una misión a cumplir.  980
   »Tú, que esa idea sentiste
de tu ser en lo profundo,
¿cómo quisiste en el mundo
darle un efímero ser?
El progreso de esa idea  985
al tiempo sin fin excede;
el universo no puede
su grandeza contener.
   »Cual de un germen solo acaso
dimanan las criaturas,  990
cual se cifra en diez figuras
la infinita cantidad;
de la perfección suprema
y la hermosura increada,
en esa idea, cifrada  995
tuviste la inmensidad.
   »Y aunque el objeto inefable,
de que la idea es emblema,
y su perfección suprema
el mundo no guarde en sí,  1000
siempre por el portentoso
y fecundo movimiento
de tu propio pensamiento
pudiera nacer en ti.
   »Mas tú la idea creadora  1005
en el pecho ahogaste, cuando
al nacer la ibas velando
de una forma material.
Pigmalión a su estatua
dio aliento, vida y sentido;  1010
mas tú en fango has convertido
la hermosura celestial.
   »Indeterminada y vaga,
pura la idea en tu mente,
hubiera sido la fuente  1015
de la eterna beatitud;
desdoblándose en tu pecho,
mayor que el mundo te hiciera;
libre de forma, te diera
toda plasmante virtud.  1020
   »Como el escultor pagano,
el mármol animarías;
como Salomón, sabrías
los enigmas descifrar
del lenguaje de las aves  1025
cuando cantan sus amores,
del perfume de las flores,
de los bramidos del mar.
   »El misterio alcanzarías
del que en varios caracteres  1030
unidos forman los seres
jeroglífico inmortal;
cábala maravillosa
que abarca toda la idea;
el que la comprende crea  1035
un universo ideal.
   »¡Ah!, tú no puedes crearle;
desechaste el germen puro,
interrumpiste el conjuro,
turbaste la evocación;  1040
mas el amor que en ti vive
por la idea no entendida,
da un alto fin a tu vida
y una sublime misión.
   »Eres semejante al alma  1045
de amor al Amor objeto,
que en un consorcio secreto
pudo gozar del Amor,
y que gozarle tan sólo
sin conocerle no quiso,  1050
y perdió su paraíso
por un acto de valor.
   »En un palacio encantado
la venturosa vivía,
y gozaba y poseía  1055
toda riqueza y placer.
A su seno, entre las sombras,
Amor venía rendido;
mas el bien desconocido
ella quiso conocer.  1060
   »Y le vio hermoso y desnudo
sobre el tálamo de amores,
con alas de mil colores
y el aspecto juvenil;
la cabellera de oro,  1065
la tez de rosas y nieve,
blanca la mano, el pie breve
y la estatura gentil.
   »Era fuerte cual los dioses;
como niño, delicado,  1070
y dormía enamorado
soñando dichas de amor;
de sus labios entreabiertos
brotaba aliento divino;
nardo y claveles tan fino  1075
jamás exhalan su olor.
   »Jamás tan gallardo esposo
desciñó en la noche obscura
el cinto a la virgen pura
en la cámara nupcial;  1080
jamás tan raro deleite,
jamás ventura tan viva
gozó criatura cautiva
del sentido corporal.
   »Mas el Amor, despertando,  1085
al mirarse descubierto,
trocó el palacio en desierto
y hasta el empíreo voló.
Y ella, el alma le buscaba,
y desolada gemía,  1090
y mil tormentos sufría
y por mil pruebas pasó.
   »Y pura y santa por ellas
cumplió su noble destino,
y así del esposo vino  1095
de nuevo a ser la beldad;
y al verla, conoció que era,
no ya de forma velado,
ilusión lo que había amado,
lo que amaba realidad.  1100
   »Vive, pues, que por el mundo
irás en pos de tu amada,
pura te será entregada
cual el matutino albor,
y al fin, con ella enlazado  1105
vivirás eternamente
sin agotarse el torrente
de tu amor y de su amor.
   »Porque hija tuya y hermana
es, y de la luz divina  1110
hija también peregrina
por una mística unión.
Vive, pues, y grande fuerza
da a tu pecho y energía;
mucho tiene todavía  1115
que sufrir tu corazón».


X

   Tal las hadas supongo que dirían,
pues nadie las oyó, cual llevo dicho;
y supongo también que volarían
por donde las llevase su capricho.  1120
   Que sería algún sitio misterioso,
en el cual sanó Yahye de la herida,
para continuar su borrascoso
viaje por la senda de la vida.
   Entretanto, el monarca sarraceno,  1125
vencedor del valiente Yahye, diera
sobre la torre al céfiro sereno
por agradable juego su bandera.
   A los que se salvaron de la espada
esclavos de su gente los hacía,  1130
y al par toda la tierra conquistada
en partes diferentes dividía.
   Mas a pesar de la conquista dura,
no perdió su belleza aquella tierra;
y aun hoy riqueza y fresca galanura  1135
entre sus peñas áridas se encierra.
   «El valle de Lecrín» lo llamó el moro,
porque allí alegremente se respira;
aun conserva este nombre, y un tesoro
de fértil hermosura allí se admira.  1140
   Allí crecen la vid y el limonero,
en la enramada cantan Filomena
y la tórtola fiel, y lisonjero
murmura el río entre dorada arena.
   Allí las dulces limas, las naranjas  1145
y el cristalino aceite se producen,
y, formando en el monte verdes franjas,
los azofaifos y castañas lucen.
   Su nido en las paredes y en las peñas
suspende allí la errante golondrina,  1150
y en los copudos álamos y albeñas
la torcaz gime y la calandria trina.
   La mosqueta, el tomillo y la viola
tienen el fresco ambiente perfumado,
y el trébol, la verbena y la amapola  1155
de púrpura gentil bordan el prado.
   Prometen rico y sazonado fruto
las manzanas en flor y los nogales,
y da el arroyo al valle su tributo,
en brazos mil partiendo sus raudales.  1160
   Ciñen la margen por do el paso tuerce,
en venas fecundante, mejorana,
mastranzo, toronjil, fragante alerce,
mimbres y almendros con su flor temprana.
   Y brinca el agua y la ladera cruza,  1165
y con grato rumor mueve el molino,
y en diamantes la rueda desmenuza
y difunde el tesoro cristalino.
   Vagos iris en fuentes y cascadas
pone el radiante sol que las colora;  1170
invisibles allí tal vez las hadas
aun tienen su mansión encantadora.
   ¡Ay, no olvidaré nunca la ventura
de aquellos para mí risueños días
en que, montado en mi cabalgadura,  1175
tus arboledas visité sombrías!
   Y vosotros, queridos compañeros,
que aquella expedición conmigo hicisteis,
tocando vuestras flautas y panderos,
decid, decid, lo que en el valle visteis.  1180
   ¡Qué lindas las muchachas de la aldea,
que al son de nuestra música bailaban!
Ninguna era gazmoña ni era fea;
todas alegremente nos trataban.
   Mas baste ya, lector, de digresiones,  1185
que no tocan ni atañen a esta historia,
que allí es una entre muchas tradiciones
que guarda el campesino en la memoria.
   Una tarde, sentado en la cocina
de la famosa venta de Tablate,  1190
contó un viejo esta historia peregrina
que visos tiene ya de disparate.
   Y ahora recuerdo que añadió el anciano,
al llegar a este punto de su cuento,
que en un canto del pueblo muy cercano  1195
durmiendo Yahye, se curó al momento.
   Dejémosle curarse descansado.
Yo, entretanto, lector, perdón te pido,
y descanso también, sólo anhelando
que grato el cuento te haya parecido.  1200
   Y aquí doy fin a su primera parte;
y, si no te disgusta, te prometo
referir la segunda con más arte,
menos pesado siendo y más discreto.

Madrid, 1846.




ArribaAbajo

Desengaño


ArribaAbajo   Pasaron ya los días
en que la dulce lumbre de tus ojos
bebí, señora, y respiré tu aliento:
ya las enamoradas alegrías
que me inspiró mi altivo pensamiento  5
el desengaño convirtió en enojos.
Mi tierno corazón te amaba tanto,
era tan noble y santo
aquel amor divino
que dentro de mi pecho se agitaba,  10
que me juzgaba dino
de que me amaras como yo te amaba.
¡Ay! Yo pensé que el fuego delicioso
que de tus ojos brota
era fuego de amor y no veneno;  15
yo lo bebí gozoso
y toda su ponzoña gota a gota.

Madrid, 1846.




ArribaAbajo

La inspiración


ArribaAbajo    En el silencio de la noche, cuando,
oculto en mi retiro,
el bullicio del mundo recordando,
con paso incierto por la estancia giro:
cuando de mi existir triste lamento  5
la agitación ansiosa,
y de mi alma el hondo pensamiento
en nada se reposa,
arrastrado en la rápida corriente
de la pasión ardiente  10
que alma, entusiasmo y juventud marchita;
cuando de amargas penas la memoria
estremece mi ser, y por la gloria
el corazón palpita,
en delirios el alma se desvela  15
y se place en crear, si la lozana
palma lograr anhela,
locos ensueños de la edad temprana.
¡Ay!, en esas fantásticas creaciones
de espantosa locura  20
¡de cuántos juveniles corazones
la enérgica pujanza no se apura!
Y yo también, en mi delirio loco,
mísero, al par que mi potencia toco,
hago girar con delirante anhelo,  25
agitando mi frente con su vuelo,
la esperanza ligera.
Nuevo Colón, quisiera
lanzarme al mar y descubrir un mundo,
romper, como Temístocles, la flota  30
del enemigo bárbaro, la esfera
celeste contemplar, y más profundo
que el gran Newton, de la fuerza ignota
que hace rodar un astro en el vacío,
investigar las causas y las leyes;  35
con insolente brío
levantarme hasta el trono de los reyes,
llevar la religión a extraños climas,
civilizar las bárbaras naciones;
o de los Alpes las nevadas cimas  40
coronar con mis bélicas legiones;
la esencia analizar del ser eterno
llegando donde asientan los querubes
en torno de su solio;
como Orfeo, bajar hasta el Averno,  45
cual Ícaro, volar sobre las nubes
subir al Capitolio
o arrojarme en el cráter del mugiente
volcán, a semejanza
del sabio de Agrigento, arrebatado  50
por la loca esperanza
de parecer un dios. Entusiasmado
el juvenil espíritu desea
lo imposible tan sólo, que se lanza
en los mundos fantásticos que crea.  55
Y en ellos fácilmente
conseguir piensa su grandioso anhelo
y tocar con la frente
en la redonda bóveda del cielo.
Y después de este arranque de grandiosa  60
fiebre, el alma profana
tal vez ofende a la deidad y osa
insultar su justicia soberana;
deshecha la ilusión, rota la venda
de su falaz pujanza  65
y sin dejar al corazón que prenda
ni una flor de su seno la esperanza.
Y maldice el deseo
que la agita con ímpetu gigante
sin hallar digno empleo  70
a poder tan enérgico bastante.
Mas no, nunca mi lengua
maldecirá los fallos del destino.
Si de mi anhelo en mengua
no la alta gloria su inmortal camino  75
presta a mi ardor, ¿qué importa?
Injusta a veces su laurel reparte;
y a veces mi endiosada fantasía
en la belleza absorta
del hacedor de la creación, del arte,  80
del amor y la mágica poesía,
olvida su tormento
llena de grande y de divino aliento;
y entonces, ¿qué me vale la corona,
el cetro de marfil, el lauro de oro,  85
el popular aplauso y el sonoro
cántico eterno que la fama entona?
Nada son para mí: su aliento puro
vierte la inspiración sobre mi alma
que, dando a mi dolor plácida calma,  90
tiende su vuelo al inmortal seguro.
Y siento aquí en mi seno
una llama mortal que me devora,
mi altiva frente su esplendor colora
y un dios me juzgo, de entusiasmo lleno.  95

Madrid, 1847.




ArribaAbajo

Despedida


ArribaAbajo    Voy a partir: mi corazón te dejo;
es tuyo, bien lo sabes, dueño mío.
Hoy, que de ti me alejo,
del corazón en cambio, sólo ansío
una tierna mirada  5
que vivifique el alma enamorada,
cual las líquidas perlas del rocío
el cáliz de las flores.
Y si no son, señora,
dignos de premio tanto mis amores,  10
el corazón me vuelve que te adora.
Mas no; lejos de ti ¿cómo pudiera
vivir el corazón? Si hasta tu altivo
mirar le inspira plácido contento,
antes que lejos de su amor se muera,  15
quiero que aliente en el Edén cautivo
de la hermosura tuya y mi tormento.

Madrid, 1847.




ArribaAbajo

Granada y Nápoles


ArribaAbajo    Hurí de las flores,
hermosa Granada:
tu Alhambra dorada;
el Darro, el Genil;
tu densa floresta,  5
tus mil ruiseñores,
magnífica orquesta,
sonoro pensil;

    la cima del monte,
alcázar de nieve,  10
el vago horizonte
del llano feraz;
el plácido y leve
murmullo del río,
del carmen sombrío  15
el grato solaz;

    los verdes peñones
del alta Alpujarra,
las tiernas canciones
del pueblo andaluz,  20
la forma bizarra
que ostentan sus bellas,
pues Dios vierte en ellas
su gracia y su luz,

    jamás mi memoria  25
dar puede al olvido;
Granada es mi gloria,
mi dicha está allí.
Si aquí siempre brilla
el suelo florido,  30
mayor maravilla,
Granada, hay en ti.

    Regalo de Flora,
sultana divina
que el alma enamora,  35
paraíso de amor;
mansión peregrina,
do exhalan más suaves
sus trinos las aves,
las rosas su olor.  40

    No logra la cumbre
del Vómero verde,
no debe la lumbre
del rojo volcán
tener tal encanto,  45
sublime ser tanto
a quien te recuerde,
Granada, en su afán.

    Posílipo altivo
al monte no iguala,  50
do luce su gala
la Alhambra gentil,
ni al valle encantado
que cruza cautivo
el Darro, ni al prado  55
que riega el Genil.

    Las costas amenas
el golfo duplica,
en él las sirenas
suspiran de amor;  60
le ciñe cual rica
pomposa guirnalda,
cual limpia esmeralda,
la playa en redor.

    Con grandes memorias  65
el alma se inspira;
aquí las historias
que Homero cantó,
aún vivas recuerdas;
aquí de su lira  70
las mágicas cuerdas
Virgilio pulsó.

    Mas yo, mi Granada,
prefiero tus flores
tu Alhambra dorada,  75
el Darro, el Genil,
tu densa floresta,
tus mil ruiseñores;
¡magnífica orquesta!,
¡sonoro pensil!  80

Nápoles, 1847.




ArribaAbajo

Noche de abril


ArribaAbajo    Es ya tarde: bate el sueño
sobre la ciudad sus alas,
en el silencio sus galas
muestra la noche gentil;
abren su seno las flores  5
al rocío transparente,
y se respira el ambiente
perfumado del abril.

    En Nápoles, en las noches
de primaveras serenas,  10
vierte por todas sus venas
Naturaleza su amor;
y es el silencio armonía,
bálsamo el aire, las flores
ninfas, las sombras colores,  15
y los claros resplandor.

    Y todo vago, indeciso,
dulcemente se confunde,
y melancolía infunde
tan suave al corazón,  20
que en la atmósfera mecido
de sus sueños se recrea,
gira y corre distraído
de ilusión en ilusión.

    No va el silfo más ligero  25
en un rayo de la luna;
ya acaricia lisonjero
con sus besos una flor;
ya en la límpida laguna
forma un riel de topacio,  30
ya perdido en el espacio
se disipa cual vapor.

Nápoles, 1847.




ArribaAbajo

A la reina de los pollos


ArribaAbajo    Nunca puedo olvidarte, Paca mía;
ni la beldad de la Campania amena,
ni la rica ciudad que tuvo un día

    nombre de la dulcísima sirena
a quien un golfo dio tumba sonora,  5
pueden del alma mitigar la pena.

    Los celos luego aumentan mis pesares.
¡Oh, quién pudiera convertirse en zorra,
para devorar pollos a millares!

    La idea de los pollos no se borra  10
de mi memoria. ¡Pollos atrevidos,
a quienes el amor nunca socorra!

    Pudieran recoger los esparcidos
granos de trigo, pero no la perla,
que no es pasto de pollos presumidos.  15

    Perla divina es tu beldad; al verla,
se turba la razón, nace el deseo;
¡venturoso quien pueda poseerla!

    Ya que los dulces sentimientos leo
del tierno pecho en tu serena frente,  20
¡que amar no puedes a los pollos creo!...

    Que te cansa, si sufres indulgente
el monótono y ronco pío pío,
con que explican su amor continuamente..

    Mas sé que te divierte, bijou mío,  25
el verte de continuo circundada
de pollos mil que lloren tu desvío.

    Y de dudas el alma conturbada
aun a pesar de lo que he dicho, temo
verte de alguno al fin enamorada...  30

    Para evitar tan doloroso extremo
satisfaciendo tu afición pollesca
(hallar no logro consonante en emo).

    Pollos te mando de invención tudesca,
que ni pían, ni piden cosa alguna,  35
que todos te amarán sin armar gresca.

    Con ellos te divierte, a la importuna
turba de mozos que te cerca ora,
anhelante de erótica fortuna,

    mandando a pasear; al fin la hora  40
llegará de mi vuelta, y a tus plantas
pintaré la pasión que me devora.

    Mientras, en medio de revueltas tantas
como agitan la Europa, en el tirano
bombardeo de Génova, en las santas  45

    cercanías de Roma, en el lejano
Bósforo resonante, y en la tierra
de que triunfó nuestro andaluz Trajano,

    me hizo y hace y hará continua guerra
el recuerdo fatal de tu hermosura,  50
que tal encanto misterioso encierra...

    Adiós, hasta la vuelta, mi ternura
no padece en ausencia algún desmayo,
siempre es igual, eternamente dura.
Nápoles veinte del florido mayo.  55

Nápoles, 1847.




ArribaAbajo

A Rojana



Cuando yo me muera
dejaré encargado
que con una trenza
de tu pelo negro
me amarren las manos.

Copla de playera.                



ArribaAbajo    Es mi anhelo vivir siempre contigo,
oír tu dulce y regalado acento,
mirar tus ojos, respirar tu aliento,
sin rival de mi dicha, ni testigo.

    Yo tanto bien, Rojana, no consigo,  5
mátame, pues, y acabe mi tormento;
mas al verme morir, por un momento
une tu labio al labio de tu amigo.

    Pensando en esta dicha que me espera,
si mi llanto y mis ruegos no son vanos,  10
con la esperanza de morir me alegro.

    ¡Cuán supremo deleite yo sintiera
si me amarrasen, al morir, las manos
con una trenza de tu pelo negro!

Nápoles, 1848.




ArribaAbajo

A Lucía



I

ArribaAbajo    Cuando por vez primera
amor sintió mi alma, ricas galas
le dio la juventud, y de ligera
luz a mi corazón brotaron alas
para que en pos de su ilusión corriera.  5
    Como vierte la aurora su rocío
dentro del cáliz de las nuevas flores,
prestándoles aromas y frescura,
así en el pecho mío
ternura y fe pusieron los amores.  10
    Y la le y la ternura,
que hicieron de mi pecho su morada,
al alma enamorada
infundieron un vago dulce anhelo,
fuego a mis venas, sueños a mi mente,  15
con el fulgor riente
embellecidos de ignorado cielo.
    Y busqué en el concepto majestuoso,
que nace de la cósmica armonía,
aquel cielo de amor, puro y hermoso,  20
objeto del amor que yo sentía.
    ¡Ay! Yo no comprendía
del universo el admirable arcano,
símbolo y forma del pensar divino,
trasunto de su incógnita belleza;  25
mas, cual en terso espejo cristalino,
me mostraba doquier Naturaleza
mi propio corazón, tierno y ufano;
y presté sentimiento y di ternura
a las flores, al aura, a las estrellas,  30
y de mi propio amor y su hermosura
enamoreme, enamorado de ellas.
    Ora la imagen del amor no veo,
que era objeto ideal de mis amores;
el cristal empañé, sequé las flores,  35
y a la ilusión sobrevivió el deseo.
Y pensando que fuera
el ser que me enamora
de la imaginación dulce quimera,
que la Poesía manifiesta y dora,  40
di vida, amor y cuerpo a la Poesía:
pero no hallé la luz del alma mía.
    ¿Dónde estaba su luz? Amante, ciego
la busqué y no la hallé. Corrió perdida
el alma en busca de ella  45
por el áspera senda de la vida.
Al fin la llama rutilante y bella,
de tus divinos ojos desprendida
hirió del alma la tiniebla obscura,
y bendije, al mirarla, mi destino,  50
y pensé que la luz de tu hermosura
me mostraba el camino
del cielo que soñé. Nunca mi mente,
en el delirio ardiente
de amor que la cautiva,  55
vistió de mayor gloria
la maga de sus sueños ilusoria,
de sus amores la deidad altiva.
    Tus sienes circundó la inteligencia
de resplandor; pusieron los amores  60
en tus labios esencia
y fresca miel de delicadas flores;
la rara discreción puso en tu boca
alto discurso, y el amor su acento:
éste sueños dulcísimos evoca,  65
aquél eleva al cielo el pensamiento.
    Te contempla mi espíritu arrobado,
y para siempre olvida
las vanas sombras que adoró engañado,
la ilusión grata que lloró perdida.  70
En ti adora, bien mío,
la realidad del sueño,
tormento y gloria de mi edad primera.
¡Qué pálido mi sueño y qué sombrío,
con el lampo risueño  75
al compararse de tus ojos fuera!
    Tus ojos son mi luz: mi alma recibe
la inspiración en ellos,
y aprisionada vive
en la crencha gentil de tus cabellos.  80
    No ya mi corazón de sus despojos
viste los seres que adoró algún día
eres tú, con la lumbre de tus ojos,
quien da precio y bondad al alma mía,
do se retratan tu donaire y gala.  85
Y tan rica con esto me parece,
que a su deseo su valor iguala,
y hasta imagino que tu amor merece.
Ámame: a suplicártelo me atrevo;
si no es digno de tanto quien te adora.  90
de tu misma hermosura te enamora,
que aquí, en el alma, retratada llevo.


II

    Que no comprendes pienso
este cariño intenso,
esta pasión que el alma me devora.  95
¿Por qué me dices que te olvide, y quieres
que busque en el amor de otras mujeres
el encanto ideal que me enamora?
    Antes de conocerte, al alma mía
fue necesario amar, y yo sentía  100
todo el tormento del amor. Sed era
de un deleite del cielo,
que el alma acaso percibió su vuelo
antes que forma terrenal vistiera.
    ¡Ay! En el mundo quiso  105
hallar mi corazón de sus amores
el ameno perdido paraíso;
y el alma joven, de ilusiones llena,
dio luz al mundo, aromas y colores,
y coronó de imaginada gloria  110
y vistió de hermosura
a los seres que amó; con honda pena
desengañose al fin, su galanura
al mirar ilusoria.
    Y aun adoró la voluntad, y nada  115
hallar podía que adorar pudiera.
Pero te vi, y el alma enamorada
se sintió enternecida,
cual si un recuerdo de tu luz tuviera;
un recuerdo lejano  120
de otra esfera quizá o de otra vida.
    No ya por el encanto soberano
te recordé del rostro; por aquella
sublime conmoción del alma siento
que te reconocí, cuando tu acento  125
dulcísimo escuché, señora bella.
    De tus ojos al ver la luz hermosa,
entre su llama eterna mariposa
el alma tuya ardía,
y recordarla pudo el alma mía.  130
En un mundo mejor ambas se amaron,
y también recordaron
de sus santos amores la ventura
y conocí que eras
realizada ilusión de mi ternura.  135
¿Cómo tu labio pide,
cuando son nuestras almas compañeras,
que la mía te olvide?
    Por el camino de la vida, errante
tú también como yo, gustaste el fruto  140
del desengaño amargo;
grave dolor tu espíritu anhelante
postró por fin, y le vistió de luto,
y al débil corazón hundió en letargo.
Débil el corazón de las mujeres  145
es al dolor: anhela su reposo
guardar el tuyo, y creo
que más infeliz eres
con tu sosiego fúnebre y odioso
que yo en la agitación de mi deseo.  150

Nápoles, 1848.




ArribaAbajo

A Lucía


Soneto


ArribaAbajo    Del tierno pecho aquel amor nacido,
que en él viviendo mis delicias era,
creció, quiso del pecho salir fuera,
pudo volar y abandonó su nido;

    y no logrando yo darle al olvido,  5
le busqué inútilmente por doquiera,
y ya pensaba que en la cuarta esfera
se hubiese al centro de la luz unido,

    cuando tus ojos vi, señora mía,
y en ellos a mi amor con mi esperanza,  10
y llamándole a mí, tendí los brazos:

    mas él me desconoce, guerra impía
mueve en mi daño, y flechas que me lanza
hacen mi pobre corazón pedazos.

Nápoles, 1848.




ArribaAbajo

Sobre la primera página


De un ejemplar de «Orlando»


ArribaAbajo    Veréis en estos cantos, dulce hechizo,
de cuantos males el amor es fuente,
con un igual amor si no se paga;
veréis a Orlando, por amor demente,
cuántas locuras hizo,  5
ciego amador de la chinesca maga:
acaso aprenderéis a ser piadosa,
ya que sois tan hermosa
que la envidia de vos la mataría,
si Angélica viviera todavía.  10

    Desde que vi vuestros divinos ojos
como Orlando, también perdí el juicio,
y no tengo otro oficio
que sentir celos y calmar enojos.
¡Ay! La mente de aquél halló en la luna  15
Astolfo; si la mía, por fortuna
enemiga, el amor llevó tan alta,
vano por recobrarla es mi desvelo;
¿del juicio en busca, que por vos me falta,
chi salirà per me, Madonna, in cielo?  20

    Mas yo sé que mi mente enamorada
ni a la luna se fue ni al paraíso;
que vive aprisionada
n'e bei vostri occhi e nel sereno viso;
vagando va por la cintura leve  25
y la crencha olorosa
o fatigada, acaso se reposa,
en el seno de nieve,
do un instante dormida,
el io con queste labbia  30
la corro, se vi par ch'io la riabbia.

Nápoles, 1849.




ArribaAbajo

Del amor


ArribaAbajo    El amor, hijo del cielo,
vida latente del mundo,
germen de luz y fecundo
manantial de consuelo,
tiende muy alto su vuelo,  5
y sobre los astros mora,
en región encantadora,
de la tierra tan lejana,
que a veces la mente humana
dónde vive Amor ignora.  10

    Mas hay otro amor terreno,
que de amor usurpa el nombre,
y ofrece, traidor, al hombre,
en vez de néctar, veneno;
amor de malicia lleno,  15
en cuyo engañoso altar
va el corazón a inmolar
por un sueño su ventura;
rico sueño mientras dura,
horroroso al despertar.  20

    Para vencer de este amor
enemigo la influencia,
no se conoce otra ciencia
que ir en busca del mejor;
y como en tan superior  25
esfera culto recibe,
sólo al alma que concibe
la perfección de su ser,
alas le pueden nacer
para volar donde vive.  30

    Un alcázar peregrino
tiene en el mundo ideal,
fundado sobre el raudal
del pensamiento divino;
en fulgente torbellino,  35
de los seres tipos bellos
le circundan, y destellos
lanzan tan vivos, que ansiosa,
cual amante mariposa,
el alma se abrasa en ellos.  40

    Los santos y los cantores,
de la tierra ejemplo y pasmo,
bebieron el entusiasmo
en sus puros esplendores.
¡Este amor de mis amores  45
origen era también!
¡Ay! Yo soñaba un Edén
de mi voluntad sustento;
hoy niega el entendimiento
este soberano bien.  50

    Del bien supremo el olvido
mató la esperanza mía,
y aún en mi pecho existía
un afán desconocido.
Quien este afán no ha sentido,  55
lo que es padecer ignora,
y cuanto el alma atesora
de dolor y angustia muda,
si la inteligencia duda
y la voluntad adora.  60

Nápoles, 1849.




ArribaAbajo

A Cristóbal Colón



Et vidit Deus quod esset bonum.



ArribaAbajo    Por ti en el alma entusiasmada siento
el astro hervir. Que llene de la fama
la voz, unida con mi voz, el viento,
cuando en el mundo sin igual te llama:
con tu fe presta al corazón aliento,  5
y con tu ingenio mi palabra inflama;
dame que arranque al libro de la historia,
Colón, un canto digno de tu gloria.

    Mas, ¡qué miro!, ¡oh dolor! Lágrimas vierte
de profunda aflicción bella matrona:  10
ciencia y poder le concedió la suerte,
rico manto real, áurea corona:
ora en su rostro el sello de la muerte
grabado está, sus manos aprisiona
cadena vil, y su fecundo seno  15
cubren heridas que enconó el veneno.

    Es Italia: del mundo fue señora,
y ya postrada por el suelo gime;
y ¿quién, ingrato, su beldad desdora,
y su materno corazón oprime?  20
¿Quién el pasado beneficio ignora?
Como el sol ella alzándose sublime,
enseñó a las naciones y a los reyes,
ciencia, virtud y veneradas leyes.

    Desde el romano Capitolio fiera  25
el mundo dominó con sus legiones;
alta maestra de las gentes era,
de profano saber dando lecciones,
y presidió triunfante su bandera
el consorcio feliz de las naciones,  30
del águila cambiando el signo vano
por el signo de Cristo soberano.

    Si ya postrada en secular combate
la antigua gloria del poder latino,
el trono de los Césares abate  35
la ruda gente que del norte vino;
bajo la sacra enseña del rescate
venciste, Italia, con valor divino
a la barbarie, y en su horror profundo
los restos del saber guardaste al mundo.  40

    ¡Ah! ¿Por qué glorias ínclitas evoco,
que el revolver del tiempo ha disipado?
Modernas razas con orgullo loco
la madre insultan que les diera el hado.
Iba Italia a morir, y ya con poco  45
aliento, el cetro y el blasón preciado
a nuevos pueblos entregar debía,
a quienes ya su luz sirvió de guía.
Las naciones adultas el tesoro
quieren verter del alma inteligencia,  50
y con sus naves por el mar sonoro
llevar al Indo, cuna de la ciencia,
de los doctos bramines con desdoro,
nuevas artes y mística creencia,
que explica los misterios del Eterno  55
y al monstruo humilla del profundo Averno.

    Italia entonces se levanta, y mira
al mejor de sus hijos; en su frente
sagrada llama de entusiasmo espira,
y de ciencia y virtud noble torrente:  60
era Colón; ya en torno suyo gira
el genio creador, ya en su valiente
corazón lleva el estupendo anhelo
con que rasgó de la creación el velo.

    Tú no quieres, Italia, que en mezquino  65
círculo ruede la virtud eterna,
que a los pueblos legaste, y que el destino
con alto fin de perfección gobierna;
a su impulso abres ya largo camino,
y haces que el genio de Colón discierna  70
un nuevo mundo, que sustenta ufano
en sus hombros el gran padre Océano.

    Mas ¿qué nación habrá de esfuerzo tanto,
que la fe tenga que Colón desea,
que preste auxilio al pensamiento santo,  75
y la nueva verdad alcance y crea?
Postrada Italia en mísero quebranto,
¿cómo pudiera dar cima a su idea?
¿Dónde hallar los enérgicos varones
a tanta empresa dignos campeones?  80

    ¡Cuántos años de afán y de constancia
gastó en su busca el genovés glorioso!
Mas, ¡ay!, que hallar no supo la ignorancia
ojos con que mirar tanto coloso.
Le despreció la vanidosa Francia,  85
no le creyó el britano codicioso,
y para realizar su pensamiento,
quien careció de fe no tuvo aliento.

    Y allá en el fondo de su grande alma
el piloto inmortal sintió la fría  90
mano del desengaño, que la palma
iba a robarle que soñado había;
mas la santa virtud sus penas calma,
su corazón reviste de energía,
y la esperanza baja desde el cielo  95
a darle con su bálsamo consuelo.

    Y de trompas entonces y timbales
magnífico rumor el mundo llena,
rasgan el aire cánticos marciales,
y el rudo choque de las armas suena;  100
en las tierras de Europa occidentales,
sobre la orilla del Genil amena,
tremendo lucha con la gente mora
pueblo que el nombre de Jesús adora.

    El pueblo de Sagunto y de Numancia,  105
que, del amor de Cristo poseído,
por siete siglos con sin par constancia
su patria y religión ha defendido;
Libia mandó con bárbara arrogancia
sus fieros hijos en raudal crecido,  110
veces mil en su daño, mas, valiente,
fue valladar su fe del gran torrente.

    Sin la española fe y el heroísmo,
los hijos de la ardiente Mauritania
penetraran de Francia al centro mismo,  115
no hallando otro Martel en Septimania;
y hasta hubiera abrasado el Islamismo
el corazón helado de Germania
si no suscita el español coraje
Dios, y salva su ley de tanto ultraje.  120

    Cuando de Iberia la indomable raza
va a poner fin a la feroz pelea,
y el vigor con que el árabe rechaza
ya en nuevos triunfos consumir desea,
Colón la causa de Castilla abraza,  125
y por ella combate; que su idea
secundar debe el gran valor de España
sólo capaz de tan egregia hazaña.

    Al Señor demos alabanza y gloria,
pues dotó a España de la fe profunda,  130
que hizo tan grande su sangrienta historia,
y en beneficio de Colón redunda;
y demos alabanza a la memoria,
que nunca el tiempo en sus abismos hunda,
de la mujer divina cuya mente  135
leyó del genio en la inspirada frente.

    Era un genio también. Joyas, aliento,
vida da al genovés. Ya Colón vuela
a preparar las naves que su intento
han de llevar al término que anhela;  140
ya se mira en el mar, ya empuja el viento
el lino de su rauda carabela;
por incógnitos piélagos avanza,
radiante de entusiasmo y de esperanza.

    Señala el rumbo, vence la tormenta,  145
domina al viento, y de la mar sañuda
doma el seno irritado que sustenta
por la primera vez la carga ruda
de osadas naves: elocuente alienta
a quien, temblando, de su suerte duda,  150
y a Dios levanta el corazón sublime
para que de su espíritu le anime.

    En sus esfuerzos últimos lo guía
un serafín de la estrellada esfera:
pero ya nace el venturoso día,  155
y el mundo alumbra que Colón espera:
ya saludan con voces de alegría
los marinos la mágica ribera,
y de los montes el perfil colora
y en el sereno azul pinta la aurora.  160

    Colón entonces en el pecho siente
dicha mayor que cabe en pecho humano:
piensa tocar el cielo con la frente,
ve temblar a sus pies el Océano;
y hasta imagina en la orgullosa mente  165
ser creación de su ingenio soberano,
y de su voluntad, la tierra ignota
que del frío centro de los mares brota.

    Mas rápido, cual cruza por el viento
brillante aborto de encendida nube,  170
se disipó su vano pensamiento,
que del Averno le inspiró el querube;
a Dios eleva con sumiso acento
acción de gracias que al empíreo sube,
y de hinojos sus glorias y su ciencia  175
humilla ante la sabia Omnipotencia.

    Nunca, desde que al dar forma la mente
del Eterno a su idea, la hermosura
admiró de sus obras refulgente,
tanto el Señor se complació en su hechura:  180
vertió a raudales en la noble frente
del que así le ensalzaba su luz pura;
dirigió una mirada, de amor lleno,
Dios a Colón, y Dios vio que era bueno.

Madrid, 1850.




ArribaAbajo

La resurrección de Cristo



    Et dilexerunt homines magis
tenebras quam lucem.


ArribaAbajo    ¡Pobre linaje humano!
Aborreces la luz, y amas la obscura
tiniebla del Averno.
¡Los númenes por ti luchan en vano!
Inexorable Némesis la dura
sentencia cumple del destino eterno:
ceguedad y llanto te condena;
el combate te ofrece o la cadena.
Con rabia vengadora
las entrañas del hijo de Clímene
en la cima del Cáucaso devora;
y sepultadas tiene
en abismo profundo
las almas, que valientes combatieron
por la salud y libertad del mundo.
¿Quién la libertará? ¿Dónde la fuerza
que con la atroz fatalidad batalle,
y el firme empeño del destino tuerza
cuando en cólera estalle?
Un canto rico de falaz misterio
entonó la Sibila. Es el imperio
de la fatalidad eterno; vano
combatir contra él. Tántalo un día
de los cielos mostrarnos el arcano
quiere, y sediento su delito expía.
Sedienta está la humanidad entera,
y de las limpias aguas de la vida
no sabe hallar la fuente verdadera,
en el Edén nacida.
¿Dónde la luz está radiante y pura
que muestre al hombre tan sublime altura?
¿Dónde está el Salvador que los profetas
anuncian de Israel en las canciones,
cuya venida cantan los poetas
de apartadas naciones?
Vedle: nace en Betlem, pobre, ignorado:
es justo, mas le vende
la humanidad, que su valor no entiende,
y muere en esa cruz como un malvado.
Y ¿es este el Grande, a quebrantar nacido
las fatídicas leyes?...
Yo escuché la palabra de sus labios,
más dulce que la miel, y vi al Ungido,
hijo del pueblo, vástago de reyes,
humillado con bárbaros agravios.
Contra el destino su poder no alcanza:
¡murió el Justo, murió nuestra esperanza!
Mirad cómo se alegra
el infierno en su muerte;
con una mancha negra
cubre la faz del sol, y hasta la inerte
tranquila paz y plácido letargo
roba a los muertos con deleite amargo.
Sólo en el seno de la tumba frío
de Cristo el cuerpo exánime reposa,
y desciende su espíritu al sombrío
recinto del Erebo; allí la ruda
venganza de los hados espantosa
Erimne debe ejecutar sin duda.
Mas ¿qué rumor escucho, que del centro
ardiente de la tierra hasta mí sube?
¡Ay! ¿Quién combate dentro
del hondo abismo?... Rápido cual rayo
que se desprende de la densa nube,
amable cual las flores
y las auras de mayo.
Y ceñido de santos resplandores,
cruza el aire encendido un joven bello;
en su blanco ropaje intacta nieve,
lumbre sus ojos, oro su cabello,
y aunque ligero vuela,
apenas las hermosas alas mueve,
dejando en pos de sí cándida estela.
¿Será que el Dios, de quien la luz dimana,
venza al demonio, y libertad recobre
y paz la raza humana?
¿Que de la Omnipotencia soberana
Jesús ministro, los portentos obre?
.......................................................
Sí; ya se acerca, y viene
tan gallardo el alado
nuncio, que eclipsa al numen que en Celene
pulsó primero la sonante lira.
Llega, y alza la losa del sagrado
sepulcro. El vivo resplandor me admira
que en el marmóreo seno
nace, y se esparce de la tumba en torno
por el azul sereno.
Siento en el pecho sin igual trastorno,
y caigo de estupor y espanto lleno.
Mas con el libre espíritu percibo
el gran misterio: de infinita esencia
ser que de Cristo anima la existencia,
de cuya luz en el raudal yo vivo,
porque su gracia por el mundo vierte.
¡El Cristo es Dios, y triunfa de la muerte!
¡Cristo resucitó! Ya las cadenas
rotas están: las almas venturosas
de los santos el vuelo
tienden a las amenas
moradas luminosas,
ricas de amor, fecundas en consuelo.
Y ya la humanidad largo camino
abierto tiene de salud y vida,
de la vil servidumbre del destino
con la sangre de Cristo redimida.

Madrid, 1850.




ArribaAbajo

Recuerdo


ArribaAbajo    Amor, yo te bendigo;
y tú, delicia mía,
que al seno de tu amigo
aquel anhelo mágico
diste con tu beldad;  5
tú, que mi bien, mi guía,
tú, que mi gloria fuiste,
si te olvidé, perdóname,
que, arrepentido y triste,
merezco tu piedad.  10

    Cuando viví a tu lado,
mi altivo pensamiento
por el amor guiado,
a las regiones célicas
sus alas extendió;  15
incógnito concento
oyó de las esferas;
moradas hechiceras
de genios y de sílfides
contigo visitó.  20

    La llama de tus ojos
borró del pecho mío
desengaños y enojos,
y dulces santas lágrimas
vertió mi corazón:  25
mi corazón impío,
mi corazón de hielo
ardió en la luz vivísima,
señora, de ese cielo
que en tu hermosura vio.  30

    Ya te perdí. La suerte
infausta así lo quiso;
y también, al perderte,
de mis penas el bálsamo,
el sumo bien perdí.  35
Me echó del paraíso
en que mi orgullo abate
espíritu maléfico,
y me llamó al combate,
y en su poder caí.  40

    Busqué nuevos placeres
para calmar mis penas,
amor de otras mujeres,
y el discordante estrépito
del mundo seductor;  45
mas sólo tú serenas
con tu recuerdo el alma,
tu hermosa imagen calma
este combate místico
que siento en mi interior.  50

Lisboa, 1850.




ArribaAbajo

Romance de la hermosa Catalina


ArribaAbajo    Fue don Duarte a la guerra
con el rey don Sebastián;
lo que sucedió en la guerra
mucho nos hizo llorar.
Allí se perdió la gloria,  5
la gloria de Portugal;
allí se perdió el buen rey,
¿dónde el buen rey estará?
En una nave encantada,
dicen que pronto vendrá,  10
con todos los caballeros
que fueron allende el mar.
Será el día nebuloso,
luego brillante será;
se fundará el quinto imperio  15
en bien de la cristiandad.
Los profetas que lo anuncian
son profetas de verdad.
Don Duarte fue a la guerra,
pero no volvió jamás.  20
Le prometió Catalina
con juramento formal,
antes que casar con otro,
con el demonio casar;
mas Catalina, olvidada,  25
se casa con su rival.
Grandes fiestas se disponen
en el palacio ducal;
en candeleros de oro,
en lámparas de cristal,  30
tantas candelas ardían,
que era cosa de espantar.
Las mesas están ya puestas,
los siervos vienen y van.
El duque viste un vestido  35
que bien vale una ciudad,
el vestido de la novia
vale siete veces más;
las randas son de Bruselas,
y la seda de Catay;  40
las perlas que lleva al cuello
son perlas de Popayán,
los diamantes de Abexin,
donde reina el Preste-Juan.
Los convidados no llegan,  45
mucho tardan en llegar.
Media noche era por filo,
y densa la obscuridad.
El duque se desespera,
solo no quiere cenar;  50
no recuerda en su alegría,
o no quiere recordar,
que se marchitó la gloria,
la gloria de Portugal.
Y por aquellos estrados  55
entra con pausa un juglar;
se ignora de dónde viene
y se ignora adónde va.
Una vihuela traía
de muy rara calidad;  60
la toca, y sigue sus pasos
toda criatura mortal.
Una sonrisa tenía
de poder muy singular;
cada vez que sonreía  65
daban ganas de llorar.
Un sayo negro vestía
do la luz, al reflejar,
llamas pintaba y vestiglos.
En una danza infernal,  70
junto al duque y Catalina
va la vihuela a tocar;
Catalina, que le escucha,
con él se pone a bailar.
Las puertas todas de pronto  75
se abrieron de par en par
y el duque cayó por tierra
con accidente mortal.
Él volvió de su desmayo;
ella no volvió jamás.  80
Ya sólo los marineros
en noches de tempestad,
cuando se encrespan las olas,
las negras olas del mar
la ven sobre los escollos  85
bailando con el juglar.
De los que llegan a verla
pocos se pueden salvar.

Lisboa, 1850.




ArribaAbajo

A Julia


ArribaAbajo    Mustias las flores ya, la pompa verde
de los frondosos árboles arroja
el viento a tierra, su hermosura pierde

    el campo, y de sus galas se despoja.
Así, harto joven, lloro igual mudanza  5
dentro de mí, do siento, hoja tras hoja,

    caer marchita la flor de mi esperanza,
y que el frío desierto, obscuro cielo
a darle vida con su luz no alcanza.

    Y aun guarda el corazón un vago anhelo,  10
una latente llama que le excita
del desengaño a resistir el hielo.

    Si la esperanza en flor está marchita,
y la fe muerta, de ilusión desnudo,
amor aún mi corazón agita.  15

    ¡Espantoso dolor! ¡Tormento rudo!
Con la insaciable voluntad adoro,
y con la inteligencia siempre dudo.

    Yo tu perdón, querida Julia, imploro,
la desnudez de mi alma te di en pago  20
del oculto en la tuya alto tesoro.

    Mas con nuevas mentiras quizá hago
a mi orgullo lisonja, y la amargura
de mi vida con dulce pena halago.

    En pecho de mujer ¿quién me asegura  25
que quepa el sentimiento que imagino,
el manantial fecundo de ternura,

    el entusiasmo y el fervor divino,
que de una noble inteligencia brota,
y se abre, hiriendo el corazón, camino?  30

    ¡Ay! Si a tu alma no le fuese ignota
aquella eterna y amorosa idea
que del cielo en la esfera más remota

    genio y dioses de sí misma crea,
y bien y amor, y si vertiese fuego  35
vivificante en ti, la mancha fea

    borrarás de mi pecho herido y ciego;
tu beldad éste retratara al vivo
en su limpieza, y palpitara luego,
feliz cual nunca y de tu amor cautivo.  40

Lisboa, 1851.




ArribaAbajo

El vuelo del diablo


ArribaAbajo   Con el divino libro
que guarda el pensamiento peregrino
del cantor del Edén, yo distraía
mis mortales dolores,
aspirando el aroma de las flores  5
del místico vergel de la Poesía.
Mas, ¡ay!, que la amargura
del ánimo cambiaba la hermosura
del poema cristiano
en un pesar tirano.  10
Y en meditar profundo embebecido,
en la mejilla pálida la mano,
tal me quedé absorbido
de Satanás mirando el raudo vuelo,
que le seguí desde el infierno al cielo.  15
Y vi también con envidiosa ira
la inmensa creación, cuyo misterio
no es dado al hombre penetrar; la fuente
vi del ser, de la luz, pero no pude
encontrar la del bien; y en un ardiente  20
trono de soles, con fatal imperio,
la inexorable eternidad se admira
de su propia hermosura eternamente.
Ya desatada, con furor impío,
del yugo el alma que la enlaza al cieno,  25
rompió con el Arcángel el sereno
cristal del éter; en el gran vacío,
con un impulso enérgico rodando,
cruzó la inmensidad, y arrebatada,
de la creación los límites salvando,  30
cayó en el hondo abismo de la nada.
¡Ojalá para siempre allí se hundiera
y nunca a ver la amarga luz volviera!

Lisboa, 1851.




ArribaAbajo

Sueños


ArribaAbajo    Mucho corre la luz, y el pensamiento,
aunque se junte a la palabra, vuela,
y sendas de metal sigue sumiso,
tan rápido cual cruza por el alma.
Va, con todo, más rápido el deseo:  5
se pierde en lo infinito, y sólo busca
en insondable eternidad reposo.

    Atrevida la humana inteligencia
triunfa del mundo, y los hermosos genios,
que en el fuego y la luz viven ocultos,  10
obrando allí maravillosas obras,
las ninfas de las aguas y los silfos,
y los fieros espíritus del Orco
oyen su voz y cumplen su mandato.
Pero amor logra más, a más se atreve,  15
y combate con Dios, y de Dios triunfa.
¡Dichoso aquel que enamorado gime!
Amor, amor le llevará hasta el cielo.

    ¡Dichas soñé! Las Náyades estaban
prisioneras del rígido Vulcano,  20
y anhelando romper su cárcel dura,
la llevaban veloz sobre las aguas,
y yo en la cumbre caminando iba;
luego el amor me levantó impaciente,
abrió sus alas, y voló, y salvando  25
muchas tierras y mares, en presencia
me puso de la hermosa a quien adoro.
Un siglo hacía que a su tersa frente
no tocaban mis labios ni a su boca.
Al fin, su voz, su aliento, hasta su vida,  30
y el brillo de sus ojos, y en encanto
de sus dulces palabras penetraban
en mi pecho otra vez por los sentidos.

    ¡Cuántos extremos de cariño entonces
hice al verla de nuevo, tan divina  35
como su imagen que en el alma guardo!
¡Ay! Más que nunca enamorada ella,
me estrechaba también contra su seno,
y de él salían misteriosas llamas,
consumiendo del alma las escorias,  40
y dejándola limpia como el oro.
Mayor felicidad no tuve nunca,
ni más dolor que al despertar del sueño.

    Me encontré, al despertar, en las remotas
playas de Nicteroy, do calienta  45
el sol la tierra con fecundos rayos,
y brotan flores odorantes, ricas,
y gigantescos árboles pomposos
de perenne verdura; do los montes
asemejan titanes fulminados  50
en el momento de escalar las nubes,
y las islas flotantes paraísos,
y el mar su claro espejo. Aquí la vida
rompe, como los ríos, caudalosa
por los abiertos poros de la tierra,  55
y en el aire sereno se dilata:
oro y diamantes en las rocas cría
su plástica virtud. Aquí la sangre
hierve con el calor en nuestras venas.

    Era el silencio de la negra noche,  60
y yo lloraba mi ilusión perdida,
y de mi triste llanto se burlaban
los tibios rayos de la luna, el aura
efervescente en chispas vividoras,
y las antes recónditas estrellas,  65
del hemisferio austral lúcido ornato,
cuyo fulgor vio Dante sobre el rostro
de quien sin libertad no quiso vida.

    Avergonzado yo del llanto mío,
escondí la cabeza entre las ropas.  70
Y entonces sentí pasos en mi estancia,
como los pasos de persona muerta,
que abandona el sepulcro, ya perdida
la costumbre de andar y de moverse.
Conocí, sin embargo, que era ella,  75
mas no la vi, ni a verla me atrevía.
Llegose junto a mí, y en las espaldas
una mano me puso helada y seca,
y yo temblé con espantoso frío;
y pensé que rodaban por el aire,  80
y que andaban después sobre mi cama
multitud de gusanos bulliciosos.
No dijo la visión palabra alguna,
pero su mano penetraba dentro
de mis entrañas, cual puñal agudo.  85

    Ello es que siento aún en lo más hondo
del corazón horrible desconsuelo,
y un peso atroz, como si allí llevara
sepultados mi amor y su cadáver.

Río Janeiro, 1851.




ArribaAbajo

Amor del cielo


ArribaAbajo    ¿A dónde te remontas, alma mía?
¿Qué agitación es ésta? ¿Qué locura?
¿Es amor por ventura?
No sé si amor será, pero es María.
Y si es María, que es amor recelo,  5
y siendo suyo, debe ser del cielo.

    Hay otros mil amores
de las ninfas nacidos,
que, del aire y la tierra moradores,
roban el alma, abrasan los sentidos;  10
mas el amor que en el Empíreo habita,
bellas almas herir tan sólo anhela,
y aunque la dulce libertad les quita,
con místico deleite las consuela.

    Por este amor te quiero,  15
y por tu amor me muero,
y con tan grata muerte
nunca osaré quejarme de la suerte.
Ni de este amor se queje tu marido,
aunque en tu alcoba le sorprenda, y mire  20
cual pajarillo revolando en torno;
aunque le halle escondido,
entre las flores de tu huerto adorno,
cuando en tu huerto por la noche gire.
Amor tan pudoroso, tan bonito,  25
tan inocente y blando,
dará a tu esposo más placer que susto.
A ti también te gustará infinito,
porque este amor que sabe amar callando,
ni pide, ni da celos, ni disgusto.  30
Rápidas alas lleva,
sin que a otra parte que hacia ti las mueva.
Mayor delicadeza no atesora
el amor del Cantar de los Cantares.
Si mi amor no se inclina en tus altares,  35
hasta en el cielo desterrado llora.
Es, por su candidez, como de nieve:
por su ardor, es de fuego,
y si en tu seno a reposar se atreve,
como es tan limpio y leve,  40
ni le mancha, ni turba tu sosiego.

Río Janeiro, 1852.




ArribaAbajo

Impaciencia


ArribaAbajo    Cual faro divino,
me muestra, María,
tu rostro el camino
del bien que soñé;
volar sólo ansía  5
el alma a tu cielo;
no cortes su vuelo;
no mates mi fe.

    De amor impulsado,
mi espíritu errante,  10
tesoro y dechado
de inmenso valor
halló en tu hermosura
y en esa radiante
mirada, que augura  15
delirios de amor.

    Delirios que dora
el alma y colora
de luz, y rendida
va de ellos en pos.  20
María, gocemos
de amor, que es la vida;
vivamos y amemos
unidos los dos.

    Mas, ¿por qué no llega  25
la dicha que espero?
¿No ves que me muero,
María, por ti?
Si tu amor me niega
el hado iracundo,  30
¿no ves que en el mundo
no hay bien para mí?

Río Janeiro, 1852.




ArribaAbajo

En un álbum


ArribaAbajo    Si lindos versos en el Álbum quieres,
no ya de mi agostada fantasía,
Elisa, los esperes.
Lograr de la Poesía
puedes los ricos dones  5
y la virtud secreta:
invisible a tu lado está el poeta
que sabe conmover los corazones;
que tras de sí los lleva en raudo giro
por magnético encanto,  10
y los hace llorar con dulce llanto
y suspirar con lánguido suspiro;
que si el vuelo levanta a las estrellas,
en todo sitio eternamente vive;
y en libros no, pero en las almas bellas  15
canciones sabrosísimas escribe.
Prepárate a gozarlas: la tersura
del limpio corazón muéstrale luego;
él pondrá allí su gracia y su hermosura
con estilo de fuego.  20

Río Janeiro, 1853.




ArribaAbajo

A la muerte de una niña


ArribaAbajo    Lágrimas son las perlas que la aurora
       sobre su tumba vierte.
Céfiro gime, y por su muerte llora,
       por su temprana muerte.

    De Dios querida, a Dios tendió su vuelo.  5
       No se nubló la pura
luz de su alma; no tocó en el suelo
       su blanca vestidura.

    En el suelo la mística paloma
       anidarse no quiso,  10
ni abrir el cáliz, ni exhalar su aroma
       la flor del paraíso.

Río Janeiro, 1853.




ArribaAbajo

Plegaria



Amor vult esse sursum.

(De imit. Christi.)                



ArribaAbajo    Raudal de vida, Espíritu divino,
sustento y luz del alma que te adora,
y que en tu busca, en medio del camino,
perdida, ciega, enamorada, llora,
¿cómo podrá saciar en el mezquino  5
mundo la sed de amor que la devora,
si en la esfera ideal, do su amor vive,
la inmensidad del universo inscribe?

    Y aunque atrevida el alma consiguiera,
en progreso infinito dilatada,  10
sentir en sí la humanidad entera
y el espacio abarcar de una mirada,
en su alcázar ingente conociera,
emperatriz y diosa abandonada,
que aun carecía de su digno empleo,  15
que era mayor que todo su deseo.

    Tú das, Señor, del corazón doliente
un bálsamo eficaz a la amargura,
y de tu trono la inexhausta fuente
brota, que satisface sin hartura;  20
y sólo hay ciencia en tu profunda mente,
supremo bien, clarísima hermosura;
por eso el alma, si de amor suspira,
gime en la tierra, y a tu gloria aspira.

    De tu gloria olvidada, triste, inquieta,  25
el alma mía nunca se reposa,
a los sentidos, sin tu fe, sujeta,
yace angustiada en cárcel tenebrosa;
hiera, Señor, el alma del poeta
un rayo de tu luz maravillosa,  30
para que de este deseo, que le abruma,
en su fuego santísimo consuma.

    Sé que el amor te vence, y yo te adoro,
y tú diste el amor al alma mía;
ella engañada prodigó el tesoro,  35
y en el mundo gozarle no podía,
ni fuera de él, entre los sueños de oro
de la lozana y joven fantasía,
ni en la Babel inicua, que levanta
nuestra razón, cuando tu ley quebranta.  40

    ¡Ay! Permite, Señor, que el labio mío
tu dulce nombre a pronunciar se atreva,
ya que en su centro el corazón impío
grabado aún, por tu bondad, le lleva.
Perdona, ¡oh Dios!, perdona el desvarío  45
de mi razón, concédeme fe nueva,
y logre en ti mi espíritu reposo,
saliendo de este mar tempestuoso.

Río Janeiro, 1853.




ArribaAbajo

El amor y el poeta



EL POETA

ArribaAbajo Ser del alma, dulce amor,
en mi pecho sustentado
de mi corazón criado
con la sangre y el calor.
¡Ay! ¡Qué espantoso dolor  5
es no poder sustentarte!
No hay en mi mente que darte
ninguna divina idea;
antes que morir te vea,
vuela lejos, raudo parte.  10
En otro tiempo te di
el bien que perdido lloro
saqué del alma un tesoro
y en tus aras le ofrecí.
Ya no tengo para ti  15
ni esperanza ni consuelo;
no hay númenes en mi cielo,
no hay en mi mente hermosura;
tu luz, Amor, es obscura,
y tu sonrisa de hielo.  20
Cuando era mi corazón
joven, en él escribías
inefables poesías
hoy es todo confusión,
que no sabes descifrar.  25
El desengaño borrar
logró cuanto tú escribiste.
Huye; que en mi pecho triste
ya para ti no hay altar.


EL AMOR

¿Dónde iré? ¿Puedo subir  30
a las moradas divinas?
Las esferas cristalinas,
que antes solías oír
arrebatadas seguir
con armonía su giro,  35
inertes, rotas las miro,
y si algo turba el profundo
mortal silencio del mundo,
no es canto, es un suspiro.
¿En dónde está la mansión  40
de perfecta bienandanza,
que a la luz de la esperanza
te pinté en el corazón?
Tú agotaste la ilusión
y tú el encanto rompiste,  45
y pues ya el cielo no existe
en ti, será empeño vano
buscar el bien soberano,
de que renegar quisiste.
¿Dónde reposo hallaré?  50
Ese infinito vacío,
obscuro, desierto y frío,
¿cómo atravesar podré?
Do espacio en espacio iré,
cual la luz, pronto en mi vuelo,  55
y eterno será mi anhelo,
y sin término el camino,
sin hallar la que imagino
eterna dicha del cielo.

Madrid, 1854.




ArribaAbajo

A Malvina


ArribaAbajo    ¿Qué te diré, Malvina,
que igual al numen que me agita sea?
Grande el objeto, y mi canción mezquina,
y comparada a tu hermosura, fea
será, por más que remontarme anhele;  5
y aunque mi ingenio vuele,
y logre bosquejar su noble objeto,
nunca en mi canto vivirá el secreto
espíritu de amor y de poesía,
que por todo tu ser su gracia vierte,  10
y el corporal conjunto une y convierte
en resplandor y gloria y armonía.
No sólo en tu mirada
y en el lampo fugaz de tu sonrisa
ese espíritu oculto se divisa,  15
sino en la limpia sangre delicada,
por la venas azules de tu frente,
de tus frescas mejillas, y garganta
de cándida paloma,
al través del tejido transparente  20
y terso, libre gira;
en tu palabra canta,
en tu casto rubor colores toma,
y en tus suspiros con amor suspira.
Mi afecto en ese espíritu percibe  25
al genio de tu padre, que en ti vive,
que alma te da, que vida de ti adquiere.
La blanca nube sol estivo hiere,
y omnímodo, su luz esparce en ella,
multicolor, aurifulgente y bella.  30
Así el genio poético te anima,
y hace que yo te tenga por Kerima,
la que de Abdel-Raman al templo santo
condujo de las vírgenes el coro,
y danzó en los pensiles de Zahara;  35
luz de Mudarra, de Almanzor encanto,
de Córdoba tesoro,
joya de la poesía noble y clara.
A veces imagino
que eres tú la Leonor amante y pura  40
que, abrazada a la cruz, en su amargura
lamentó de don Álvaro el destino;
y en ti veo a veces a la linda Zora,
fantástica y etérea, vaga y triste,
cual serafín que enamorado llora,  45
como el sueño gentil de que naciste.
Sí; que emanación rica
eres del genio, y mora
en ti en esencia el genio. Vivifica
los versos sólo, y pasa de la mente  50
de tu padre a los versos virtualmente,
mientras que en ti, Malvina, está en esencia,
por lo cual a los versos te prefiero;
tal bondad y excelencia
ni en los del duque hay, ni en los de Homero;  55
brillantes son los dones
con que el genio, Malvina, te engalana;
estar de ellos ufana
debes, no atormentar los corazones.
Mejor quiero que imites en tu vida  60
a la que amó a Lisardo sin ventura,
que no a la Zora, que, de Eblis nacida,
del Éufrates bajando a la llanura.
Fatal y hermosa, y áspid entre flores,
a Harú y Manú perdió con sus amores.  65
Dios los echó del cielo,
y en Babel se quedaron
(¡cuántos por ti se quedarán en Babia!),
y allí, por distracción o por consuelo,
dicen que el arte mágica enseñaron;  70
por eso aquella gente fue tan sabia.
Si ángeles hay aún, hiéreles luego
con mil dardos de fuego,
y muéstrales que hay cielos en la tierra,
ya que tu amor del cielo los destierra,  75
y aun la mágica blanca te aseguro
que puedes enseñar, si es que te agrada;
cada palabra tuya es un conjuro,
un encanto eficaz cada mirada;
y si un suspiro de tu pecho brota,  80
volando sube por el éter vago
el alma más pesada, más idiota.
No tan ligero Suleimán el mago
se levantaba en su flotante trono,
y el infinito espacio recorría;  85
aves del cielo por dosel le daban
radiantes plumas, y con blando tono,
amorosas cantaban
al compás de la eterna sinfonía.

Madrid, 1854.




ArribaAbajo

A Gláfira, de dominó negro


ArribaAbajo    Preste el amor su idea
al pensamiento, que en tu busca gira.
Quiero que el alma crea
que eres tú la beldad por quien delira.
Al través de la máscara vi un cielo:  5
vi la sonrisa con que tú sonríes;
néctar y aroma, en cáliz de rubíes,
brindabas a mi anhelo.
Eras, Gláfira, tú. Vi tu mirada,
que deleites augura.  10
Por el deseo el alma iluminada,
descubrió tu recóndita hermosura.
De tu voz el encanto
hirió mi pecho con tu voz fingida,
sentí en todo mi ser, sentí un quebranto,  15
inefable y más dulce que la vida.
Bajo el guante miré tu linda mano,
digna de acariciar los querubines,
formada, cual prodigio soberano,
de nácar, rosas, lirios y jazmines.  20

    Ese espíritu leve,
que por tus venas rápido se agita,
y colora de púrpura la nieve,
entró en mi pecho, que de amor palpita;
espíritu sutil, que amor derrama  25
de la tierra en el seno,
y la cubre de flores, las estrellas
con mayor luz inflama
en el éter sereno,
al aire da las mariposas bellas,  30
los perfumes suaves,
el canto de los silfos y las aves.
Así renacen en el alma mía
juventud y poesía.
Como maná del cielo, tus amores  35
han de saber a cuanto el alma quiera;
filtro genial, esencia de mil flores
darán al alma, en verde primavera.
Si tú me amases, Gláfira, no hubiera
dicha igual a mi dicha. Sólo un beso,  40
un beso sólo de tus frescos labios
puede llevar el alma al paraíso,
darle en un punto, y, con mayor exceso
cuantas la mente de amorosos sabios
fingir delicias en el cielo quiso.  45
Nadie cual tú comprende
la inquietud de mi amor y devaneo:
de tus hermosos ojos se desprende
la luz do vive eterno mi deseo;
mágica luz, do veo,  50
cuando el color de la esperanza toma,
Musas, Gracias divinas,
y huríes oji-negras de Mahoma
con las peris danzar y las ondinas.
En tu blando regazo  55
tal deliquio mi espíritu gozara,
Gláfira, si tu amor me concedieras,
que, unido al tuyo por estrecho lazo,
ver la luz del Tabor imaginara,
la música oír de las esferas.  60
¡Ay!, temo que no quieras
lograr conmigo el singular contento
que Amor promete a quien de amores sabe;
mas en tu egregio y claro entendimiento
entendimiento del amor bien cabe  65
y espero que perdones,
ya que no les des vida,
estas enamoradas ilusiones,
que me tienen el alma derretida.

Madrid, 1854.




ArribaAbajo

Al príncipe imperial de los franceses



    Accipe quod lacta tibia paudunt luce sorores
veridicum oraclum.

CATULO.                



    Si la virtud inescrutable y santa
que a la humanidad mueve, y que la guía,
a un alto fin de perfección, viniera
a dar aliento a mi mortal garganta,
y a desatar mi lengua en armonía,  5
la gloria que te espera
con fatídico canto anunciaría.
Mas si profundo el cielo
en tinieblas envuelve lo futuro,
un auspicio feliz desgarra el velo  10
dando vigor al pecho mal seguro.
¡Augusto Niño! Que tu dulce madre,
como la madre de Luis Divino,
te infunda su piedad y su terneza,
te muestre de los cielos el camino.  15
Luego el prudente y valeroso padre,
te inspirará el saber y la entereza
que a la discordia ahogó, venció el Destino
y puso la corona en su cabeza.
Sus pasos sigue tú: lleva de Francia  20
a otras tierras las artes esplendentes;
y no las armas, sino el blando imperio
de las ideas, venza la arrogancia
de rudas tribus y remotas gentes.
¡Providencial misterio!  25
Como al romper del día
huyen las sombras, y se viste y dora
de pura luz el firmamento hermoso,
el Dios, que tanta empresa te confía,
de la paz hace aurora  30
con que ilumina tu natal dichoso.
Y en vez de flores, su bondad rodea,
orna y protege tu dorada cuna
con verdes lauros que ganó en Crimea
el valor de la Francia y la fortuna.  35
Crece en el seno de la Paz, y cuando,
al florecer en juventud lozana,
sed de gloria te incite,
no sangrientas victorias anhelando
en dura guerra insana  40
impaciente tu afán se precipite.
Ya vendrá la ocasión, ya vendrá el día
en que combatir debas
de valor y clemencia dando pruebas
y el monstruo encadenar de la anarquía,  45
monstruo más fiero que la sierpe alada
cuya sangre con alta valentía,
vertió en la Libia, de Guzmán la espada.
El monstruo del Averno
que en vano cerrar quiso  50
la oculta senda por do el Ser Eterno
lleva la humanidad al Paraíso.
Pero borrada ya la última huella
de la maldad humana,
resplandeciente lucirá tu estrella  55
sobre la Francia, de seguirla ufana.
Italia, entonces, y mi patria hermosa,
del desmayo letal que las humilla
se alzarán a la esfera luminosa.
Italia, donde brilla  60
la luz celeste, que a la tierra unida
hizo temblar con saludable susto;
España, que domando la sañuda
mar con pecho robusto,
llevó esa luz y sus doctrinas grandes  65
del Catay fabuloso hasta los Andes.
Amorosa lazada,
y no interés ni torpe granjería,
una a las tres benéficas naciones;
y terminen la empresa comenzada,  70
y difundan por todas las regiones
la libertad, el bien y la armonía.

    No es del poeta ensueño mentiroso.
Esta misión el cielo nos depara,
y el volver de los siglos silencioso.  75
Ya las nieblas separa
el sol de la verdad que va subiendo,
de lo futuro el horizonte abriendo.
Mira tú en él las leyes de la historia,
y en cada uno de tus actos mira  80
al altísimo fin que da la gloria,
y el bien supremo a realizar conspira.
Hunde en el polvo el trono de Darío,
el Macedón audaz; del Eritreo
pisa, y del Indo, la fecunda arena;  85
y somete la tierra a su albedrío;
pero ignora la ley que su deseo
a un fin y los destinos encadena.
De la Grecia y del Asia al choque rudo,
nuevo germen de bien brota, y divina  90
llama la de ser luego, y le ilumina
la Santa Cruz sirviéndole de escudo.
El fin a do tus pasos encamina
la sabia Providencia,
no como el hijo de Filipo, ignores;  95
de tu siglo, Señor, une a la ciencia
la fe de tus mayores.
La fama tuya eclipsará su fama.
Crece, pues, niño hermoso, a la sonrisa
responde de la madre, que te ama;  100
y apenas llegue, débil e indecisa,
la razón en la infancia a herir tu mente,
como guardó Alejandro en copa de oro
el homérico canto sorprendente,
que a combates provoca,  105
guarda en ella y coloca
de los dogmas cristianos el tesoro.

Madrid, mayo de 1856.




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Saudades de Elisena



Souvent femme varie:
bien fol est qui s'y fie.

EL REY FRANCISCO I.                




I

ArribaAbajo    En la siempre deseada
del amor noche sombría,
en aquella estancia tuya,
tan abrigada y tan linda;
cuando la cándida nieve  5
en densos copos caía,
y daba el hielo a las calles
alfombra resbaladiza,
¡cuán apacibles coloquios,
qué juvenil alegría,  10
qué canciones me cantabas,
qué ternuras te decía!
Yo robaba de tu boca
la canción aun no nacida.
Tú las lisonjas de amante  15
sofocabas en la mía.
Nunca con mayor esmero,
nunca con mayor delicia
representaste en los dramas
amorosas heroínas;  20
no para fingir amores
fue tu talento de artista,
sí para darles la gala
y encanto de la poesía.
Una palabra, un suspiro,  25
una suave caricia
el poema de tu alma
realizado transmitían.
Tu aliento, tu puro aliento
era espíritu de vida;  30
luz del cielo tu mirada,
lampo de amor tu sonrisa.
Cuando pasabas tu mano
por mis cabellos suavísima,
más que Thalberg y que Listz,  35
si en el piano se inspiran,
despertabas en mi alma
una celeste armonía,
como el amor misteriosa,
inmensa como mi dicha.  40
Forjaba entonces mi mente
imágenes tan divinas,
que dieran gusto y espanto
si yo acertase a escribirlas.
Allí flores más hermosas  45
que la Victoria regina,
allí más gratos aromas
que en Pancaya y en las Indias,
y los amores bailando
con las musas y las ninfas,  50
el Olimpo, y el Walhala,
y los palacios de Indra,
y de Aladino la lámpara,
y los jardines de Armida.
El alma se evaporaba,  55
y en el éter se perdía,
y cruzaba el mundo todo
como una eléctrica chispa.
En las regiones aéreas,
do mi alma discurría,  60
se bañaba en claros mares,
en ondas tan cristalinas
cual diamantes, como el oro
puras, dulces como almíbar,
y frescas como una rosa,  65
y como la plata limpias.
¡Ay! Cuando de estos viajes
tornaba la peregrina,
sobre tu cándido seno
me la encontraba dormida.  70


II

    ¿En qué pecó el alma,
gentil Elisena,
que del paraíso
así la destierras?
¿Qué amor tuvo el alma,  75
qué objeto, qué idea,
ni qué pensamiento
que tuyo no fuera?
Lejos de ti el alma,
es un alma en pena,  80
que entrevió la gloria
sin quedarse en ella.
Cual pasan las flores
de la primavera,
pasaron mis dichas,  85
que en duelo se truecan:
ricé con los labios
las ondas serenas,
hollé venturoso
la rueda tercera,  90
herí con la mano
del cielo las puertas,
no agosté las flores
y aspiré la esencia;
mas ya para mí  95
la fuente se seca,
la flor se marchita,
se borra la senda,
se eclipsa de Venus
la nítida estrella.  100
El alma de amores
herida se queda,
de cariño ansiosa,
de gloria sedienta.
¿Por qué así la tratas?  105
¿Por qué así la dejas?
¡Ay!, yo adoré en cifra
en ti una caterva
de humildes zagalas
y nobles princesas.  110
En cifra adoraba
en ti la modestia,
hermosura, gala,
virtud, inocencia,
que tal vez los cielos  115
benignos te dieran,
que tal vez fingiste
con arte en la escena.
Amor en que tantos
amores se enredan,  120
¿qué mucho que dure
y eterno parezca?
Tú para mí fuiste
siempre varia y nueva;
yo para ti el mismo  125
de continuo era.
Si fuiste inconstante,
es porque te cercan
boyardos de Rusia,
lores de Inglaterra,  130
y grandes de España,
y mirzas de Persia;
que tus gracias ríen,
tu desdén lamentan,
tu beldad alaban,  135
tu ingenio ponderan,
adulan tu orgullo,
y tu amor anhelan.
De mí te olvidaste,
ufana y soberbia;  140
mas son infundados
mi encono y mi queja.
Debió solamente
causarme sorpresa
que en medio de tantas  145
personas egregias,
del género humano
magnífica muestra,
compendio de toda
la pompa terrena,  150
mi obscura persona
amor te infundiera,
fugaz como sombra,
sutil como niebla.


III

    Elisena, ¿fue tu amor  155
un veleidoso capricho,
o fue bello, noble y grande
como el amor de tu amigo?
Tú no sabes la amargura
que, al recordar tus hechizos,  160
ora derrama esta duda
en el pensamiento mío.
Si el pensamiento se viese
de esta amarga duda limpio,
diera el dulce bien pasado  165
al desdén presente alivio.
Orgulloso y satisfecho
de que me hubieses querido,
renovando en mi memoria
la dicha del paraíso,  170
tal vez calmara la pena,
la pena que da tu olvido,
de tu efímera ternura
el recuerdo peregrino.
Entonces yo imaginara  175
que inflamé tu pecho frío,
y que logré conmover
esas entrañas de risco,
y suscitar en tu alma
un amoroso delirio;  180
amor que si en un momento
se ha transformado en desvío,
concentrándose en mi mente
en un deleite infinito,
en un sublime recuerdo,  185
en un eterno martirio,
fuera infierno y gloria, fuera
galardón y sacrificio.
Mas ¿cómo adorarte diosa,
que en corazón me finjo,  190
cuando de tu ser humano
me da la memoria aviso?
¿Cómo soñar que, llevado
sobre las alas de un silfo,
de tu amor y tu hermosura  195
subí a gozar al empíreo?
Es cierto que con presentes
no encadené tu albedrío,
ni me dejaste por pobre
ni me quisiste por rico;  200
es cierto que te ofrecieron
gargantillas y zarcillos
de diamantes y de perlas,
esmeraldas y zafiros;
que te brindaron de seda  205
y de encajes con vestidos,
con chales de cachemira,
con cebelinas y armiños;
y es cierto que esos tesoros
tu orgullo aceptar no quiso,  210
y que aceptaste mis flores,
mis versos y mis suspiros.
Mas mi corazón guardaste
de tu hermosura cautivo,
diciendo: «Para mi triunfo  215
un corazón necesito;
porque corazón no tienen
los que me cercan rendidos,
y de sus joyas y galas
no me envanezco, y me río».  220
Y atormentaste mi alma
y turbaste mis sentidos,
y con tus besos me diste
un emponzoñado filtro.
Desde entonces, Elisena,  225
es adorarte mi sino,
y hasta vana y desdeñosa
te adoro y no te maldigo.


IV

    El corazón libre,
libre el pensamiento,  230
en busca de amores
volaban al cielo.
Ternura infinita
sentía mi pecho
por un infinito  235
misterioso objeto,
pudorosa ninfa
de gracias modelo.
Fantástica maga,
divino portento,  240
un ser fabuloso,
un serafín bello
yo amaba tan sólo,
y allá en lo secreto
del alma le daba  245
altares y templo;
de amores vulgares
juzgábame exento.
Mas cuando ya el alma
remontaba el vuelo,  250
otra vez a tierra
cayó sin aliento,
presa en la suave
red de tus cabellos,
herida de muerte  255
por tus ojos negros.
La riqueza entonces
de mi amor inmenso,
las nobles creaciones
del fácil ingenio,  260
la luz que ilumina
y dora mis sueños,
del alma profundos
y vagos misterios,
en tu beldad pusieron,  265
ciñéndola en torno
cual cinto de Venus.
Por eso del alma
tuviste el imperio,
tu amor me dio gloria,  270
tu desdén infierno.
Sin ti yo pensaba
que el mundo era un yermo,
los astros obscuros,
los hombres espectros.  275
Contigo en verano
trocaba el invierno,
las nubes más tristes
en claros luceros,
en vastos jardines  280
los mares de hielo,
en flores las nieves,
en lindo lo feo.
No extrañes si ahora,
al ver que te pierdo,  285
perdidos tesoros
del alma lamento.
Por amor el alma
dio paz, dio sosiego,
libertad y vida  290
trocó por un beso.
Muerta la esperanza
y vivo el deseo,
¡cuán tarde conoce
el alma su yerro!  295
Mas no, no te jactes
del daño que has hecho,
ni temas mi encono
ni esperes mi ruego.
Lo que yo en ti amaba  300
en ti ya no veo;
eres tú la diosa
que adoro tan ciego.
La diosa que adoro
no vive en el tiempo;  305
sus pies inmortales
no tocan el suelo.

San Petersburgo, 1857.




ArribaAbajo

Correo extranjero


ArribaAbajo    De regiones extrañas y distantes
hay nuevas por el último correo,
no menos lisonjeras que importantes:

    por dondequiera habrá fiesta y jaleo.
¡Qué cenas se preparan, qué festines,  5
bastantes a colmar todo deseo!

    En la China los mismos mandarines,
si no adorando, respetando a Cristo,
de nidos se hartarán de colorines:

    de gusanos de seda harán un pisto,  10
y fumarán, merced a la Inglaterra,
opio barato, con furor no visto.

    En la India, si bien están en guerra,
ha de haber suspensión de hostilidades,
y paz por cuatro días en la tierra:  15

    y se solazarán en las ciudades
juntos con los cipayos los ingleses,
con más amor que en otras Navidades.

    Descubrirán al cabo los siameses
que el elefante blanco no es divino;  20
calcularán mejor sus intereses,

    y en vez de amar a numen tan mezquino,
armados de cuchillo y de caldera
(cual la fábula cuenta del cochino),

    darán al blanco bruto muerte fiera;  25
el cual, en cochifrito suculento,
como si un tierno lechoncillo fuera,

    ha de ser sabrosísimo sustento
del gran emperador Vicrapadonte,
de amazonas impávidas sin cuento,  30

    y aun del sumo y terrible sacerdote,
que sobre el ara del nefando numen
con su alfanje segó tanto cogote:

    si no sucede así que nos emplumen.
Ni será mala en el Japón la fiesta  35
porque es aquella gente de cacumen

    y en todo su pericia manifiesta.
Tendrán los persas singular jolgorio,
y aunque pese al Corán y al Zend-Avesta

    en las almas creerán del Purgatorio  40
y se hartarán de pavo y de turrones,
como el más fiel cristiano y más notorio;

    y los antes heréticos jamones,
de Mahoma a despecho y de los Magos,
pasto darán a guebros y a santones.  45

    Piensan echar los turcos muchos tragos
y turcas pillarán para ellos nuevas,
más fieles en su amor y en sus halagos.

    Hasta en el suelo de la infausta Tebas,
gente que allí por su desgracia habita  50
ha de cenar embalsamadas brevas.

    Y el más austero y místico eremita
(si acaso hubiere alguno en el desierto)
al instinto cediendo que le incita,

    sin mesa, sin manteles, ni cubierto,  55
por no olvidar su austeridad del todo,
probará las manzanas del Mar Muerto,

    que están rellenas de ceniza y lodo.
De ver será el tostado beduino
sobre el veloz coklán correr beodo,  60

    y olvidando su secta y su destino,
saquear el templo santo de la Caaba,
sembrando por doquiera su camino

    de pluma y huesos de engullida pava.
Y cerca del Cedrón que los pies besa  65
de la santa ciudad el turco esclava,

    bajo la ancha tienda cubrirá su mesa
el errante israelita ya cristiano:
y con ansia, que excita y embelesa,

    paz no dará a los dientes, ni a la mano.  70
Ni en las orillas del fecundo Nilo
faltará quien con brío sobrehumano

    se engulla un escamoso cocodrilo,
dentro de la necrópolis medrosa,
a cuyas negras sombras pide asilo.  75

    Mas, ¿qué mucho, si en zambra bulliciosa,
a son de tamboril y haciendo muecas,
del Níger en la margen calurosa,

    de gato se hartarán, frutas secas
las razas por su pinta condenadas  80
a no tener ni libertad ni pecas?

    Mas las que ya no están esclavizadas,
la gente negra que en Liberia habita,
¡qué tortas ha de hacer y qué empanadas!

    Natas habrá en Haití, y papa frita,  85
porque Soulouque, emperador haitiano,
ya a Baltasar, y ya a Nabuco imita,

    y un banquete prepara soberano:
por no oler a sus grandes, ni a sí propio,
el comedor perfumará con guano.  90

    Los indios del Brasil hacen acopio
de monos con arroz para la cena,
y de mate, mejor que el té y el opio,

    y devoran también en Nochebuena
multitud de lagartos y tatúes,  95
y una serpiente boa, toda llena

    de pavos mil, que allí llaman perúes.
Los indios no cristianos, envidiosos,
se cenarán sus propios manitúes.

    ¡Qué espléndidos, qué alegres, qué famosos  100
son los santos banquetes de este día!
¡Qué dientes al presente tan ociosos!

    ¡De cuán diversos puntos nos envía
noticias el telégrafo, flamantes,
que sorprenden y causan alegría!  105

   Una de las pirámides gigantes,
las momias del Egipto se han cenado,
y se han vuelto a la tumba como antes.

    Del elefante blanco ha regalado
Vicrapadonte al gran Mogol el cuero,  110
lleno de rico vino delicado.

    Nana-Saib ha caído prisionero:
los ingleses creyéndole becada,
en salmí se lo comen todo entero.

    El Leviatán ha hecho una trastada,  115
y se ha engullido ya cuatro vapores.
En fin: doquiera hay cena regalada;
mas la nuestra es mejor que las mejores.

Por el correo extranjero,
JUAN VALERA Y JOSÉ FERNÁNDEZ JIMÉNEZ

Madrid, 1857.

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