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ArribaAbajoHabiendo coronado la Providencia las felicidades que ha conseguido España, especialmente en estos últimos años, bajo los gloriosos auspicios de S. M. que Dios guarde, con la de haber dado a luz la Serenísima Señora Princesa de Asturias, Nuestra Señora dos robustos Infantes de un parto el día 5 del mes de Septiembre de 1783, felicita a la nación española, esforzando su confianza D. Vicente García de la Huerta por este soneto

Soneto



ArribaAbajo   Vierte sus abundancias Amaltea
sobre el suelo español, Ceres ufana
las trojes llena y la codicia insana
del labrador, por ávido que sea.
   Vuela la paz, y en tanto que recrea  5
a Europa su ocio, la nación hispana
en castigar la audacia mauritana
su celo ejerce y su valor emplea.
    Los astros que faltaban a la esfera
y robó el cielo al carpetano suelo  10
resarce hoy Luisa a la región ibera
    en uno y otro cándido gemelo.
¡Oh, qué felicidad, si estable fuera!
¡Pues qué! ¿No basta un géminis al cielo?




ArribaAbajoEl oráculo de Manzanares

Romance recitado en la Junta general de la Real Academia de San Fernando el 7 de julio de 1784 para la distribución de premios



ArribaAbajo   En las orillas del río
que del Morcuera desciende
a rendir tributo a Carlos
en sus derretidas nieves,
    y rondando el alto muro  5
de su generoso albergue,
por besarle el pie, al Jarama
va ufano, aunque va a su muerte,
reposaba acaso Hortelio,
aquel que en sus años verdes  10
con su amor y su armonía
solemnizó sus corrientes;
aquel que al cantar sus penas,
por sentirlas y atenderle,
oyentes tomó a los troncos,  15
vocales los aires leves.
Apenas, pues, de Morfeo
disfrutaba los placeres,
que pocas veces se niegan
al que de ambición carece,  20
su vagante fantasía
pulsa repentinamente
sordo rumor que de cerca
algún portento previene.
    Crece el estrépito, y cuando  25
le hace el pavor que despierte,
al extraordinario espectro
más y más su asombro crece.
En un profundo remanso,
que acaso o próvidamente  30
cavaron del rudo invierno
las avenidas perennes,
    sobre el vegetable trono
que forma un flotante césped,
carro triunfal que las aguas,  35
si no le arrastran, le mecen,
se ostenta el anciano río,
apoyado en urna breve,
de cuyo seno el raudal
de fluvial linfa procede.  40
Undantes barba y cabello
espalda y pecho humedecen;
y en fe de ser Manzanares,
ciñe diadema sus sienes.
    Juncos, mimbres y espadañas  45
enlazados diestramente
(obra de sus ninfas bellas)
natural dosel le tejen.
    Pueblan mil volantes genios
el aire resplandeciente,  50
y entre los puros cristales
mil náyades aparecen.
    No hay en el florido soto
tronco que deidad no ostente,
ni faltó al cortejo el más  55
vulgar semidiós silvestre.
Túrbase Hortelio a su vista,
no porque el susto le aterre,
sino porque a lo sagrado
tal veneración se debe.  60
Y previniendo el oído,
al grande oráculo siente,
que del hondo pecho el numen
tales voces desenvuelve:
    «Hortelio, pues que los dioses  65
me permiten que interprete
las alegres esperanzas
de los arcanos celestes,
    parte a Mantua, donde a Carlos
consagrando afectos fieles,  70
exhala el pueblo en su gozo
la llama leal que le enciende;
donde, a pesar del carácter,
todo español enloquece,
y aun no es al grande motivo  75
demostración competente;
cuando la divina Luisa
la alta estirpe de los héroes
con duplicados renuevos
replanta tan felizmente.  80
    Allí hallarás congregada
de Minerva en los retretes
a su más querida alumna,
la Academia Matritense,
    que coronando sus triunfos  85
a buriles y pinceles,
a escuadra y cincel, a un tiempo
sus lides dirime y mueve.
    Allí hallarás, dispensando
a las artes excelentes,  90
a la nobleza y la ciencia,
su favor, concordes siempre.
    Allí hallarás al ilustre
Mecenas que las protege
por el Augusto de España,  95
a cuyo influjo florecen;
aquel de quien al Segura
más el mérito ennoblece,
que las inmensas riquezas
que él presta a Vertumno y Ceres:  100
    aquel que, aun cuando a su estudio
el renombre no debiese
de sabio que se ha adquirido
tan común y justamente,
    la protección que dispensa  105
al sabio es fuerza le diese
en el templo de los sabios
el lugar más preeminente.
Hallarás, en fin, allí
concurso ilustre que ofrece  110
en sus deseos curiosos
un premio de nueva especie.
Diraslos pues, como el cielo
propicio a España promete
por premio de las virtudes  115
que en su gran rey resplandecen,
abundancias y venturas,
fijos y durables bienes,
constante paz, y victoria
de sus contrarios rebeldes.  120
Dirás que del formidable
naval armamento espere
a su acertado destino
sucesos correspondientes;
    que el mallorquín valeroso,  125
cuyo esfuerzo y nombre temen,
como el cándido britano,
los tostados bereberes,
    venciendo al viento lo adverso,
menospreciando accidentes  130
y atropellando peligros,
que el temor abulta o miente,
sulfúreos globos arroja,
tempestad de rayos llueve
sobre la pérfida Argel  135
que ya en sus ruinas se envuelve;
y nuevamente abrasada
la ladronera insolente
vuelve, dando al fresco viento
los triunfantes gallardetes.  140
    Dirás que esperen de Luisa
hermosa y prolija serie
de benéficos monarcas
y de guerreros valientes,
    que, al claro abuelo imitando,  145
de Borbón el nombre lleven
a los últimos confines
donde el sol su luz extiende;
que los sublimes ingenios,
que el premio ilustra y promueve,  150
de celebrar sus hazañas
a la grande obra se apresten.
La pintura con colores,
la escultura con cinceles,
el grabado con buriles  155
las eternice y conserve;
    pues el cielo determina
que sus altos hechos queden
para ejemplo de los siglos
y admiración de las gentes.»  160
Dijo, y calándose al fondo,
la visión desaparece,
pues removidas las aguas
perdieron lo transparente.
    Vuela en las alas Hortelio  165
del fino amor que le impele,
y trasladando al papel
el gran suceso, obediente,
le presenta a la Academia,
porque así más se celebre  170
con su afecto y numen, menos
dichosos que reverentes.




ArribaAbajoElogio del Excelentísimo Sr. D. Antonio Barceló, con motivo de la expedición contra Argel en julio del año 1784

Romance



ArribaAbajo   Heroicos hijos de España,
a quien la patria debe
los blasones que la ilustran,
las glorias que la ennoblecen;
    vosotros, que, retratando  5
de tanto digno ascendiente
las virtudes generosas,
tratáis de excederlas siempre;
    prestad hoy la atención vuestra
a la voz que tantas veces  10
oísteis, si no por dulce,
por empleada dignamente;
    que no ha menester Hortelio,
como gustéis de atenderle,
otro numen que le inflame,  15
otro Apolo que le aliente.
    Y, pues a cumplirse empiezan
las esperanzas alegres
que interpretó el Manzanares
de los arcanos celestes;  20
    de su oráculo el anuncio
esperad que se complete,
de que los triunfos que canto,
preludios son solamente.
    Y entre tanto que a mi plectro  25
sublime materia ofrecen
cumplidas las predicciones,
que tanto bien nos prometen,
por la España agradecida,
en mi voz y acento vuelen  30
las repetidas hazañas
de aquel insular valiente.
De aquel que al nombre de Carlos
hace que el África tiemble,
que el mar y el viento se humillen,  35
y el torpe livor se arredre;
de aquel que cuando tremola
las lises resplandecientes,
que castillos y leones
aseguran y defienden,  40
al mismo baratro asusta,
haciendo que se consternen
harpías, furias, y cuanto
monstruo encierra pestilente.
    Y más cuando, previniendo  45
dobles conatos, emprende
segunda vez el castigo
del argelino rebelde,
    y con prudencia industriosa
y celo heroico promueve  50
las benéficas ideas
del más sabio de los reyes.
Apréstase el armamento,
por cuyo destino prende
entre duda y susto el más  55
apartado continente.
    El nombre del general
y el justo empeño conmueve,
a tener parte en la acción
mil naciones diferentes.  60
Inquieto el bárbaro busca,
y escarmentado previene
reparos al mal, que espera,
encerrado infamemente.
    Libre el tráfico entretanto  65
sus beneficios extiende
y la industria comunica
su auxilio a remotas gentes.
    Corre el piélago sin susto
franco el bajel, y agradece  70
el navegante con votos
a Carlos tamaños bienes;
    que en tan oportuna empresa
¿quién puede haber que no espere
a lo recto de los fines  75
sucesos correspondientes?
    Y más si al nuevo Escipión,
que con mas derecho adquiere
el renombre, que al romano
distinguirá eternamente,  80
    venciendo al viento lo adverso,
menospreciando accidentes,
y atropellando peligros,
que el temor abulta o miente,
    ve zarpar al ronco estruendo,  85
con que el bronce el aire hiende,
y a la agradable algazara
del pueblo cartaginense.
Alecto y Cronos a un tiempo
los erguidos cuellos tienden,  90
a saludar las banderas
de los amigos bajeles.
    Sigue a la marcha el buen orden,
que a un genio sobresaliente,
mejor que débil estudio,  95
juicio y práctica sugieren.
Ya desde los altos topes
brujulean los grumetes
las inhospitales costas
de los númidas crueles.  100
Ya del uno al otro buque
se escuchan promiscuamente,
por las victorias que esperan,
lisonjeros parabienes.
    Descubre también ya el moro  105
las velas distintamente,
que en el último horizonte
le fingió el miedo mil veces.
Constérnase el bronco orgullo
del brutal pirata, aleve,  110
peste del mar y terror
de nuestras playas inermes.
Descubre ya el ancho seno,
teatro en que ha de volverse
a representar al orbe  115
la acción que con pasmo atiende.
Ya se acerca; mas contrario
Eolo manda que arrecien
las sonoras tempestades
de los perniciosos Estes.  120
Huye prudente el peligro;
    que muchas veces conviene,
para mejor sujetarla,
ceder un tanto a la suerte.
    Repárase con la costa,  125
que al mirarle se estremece,
difundiendo el susto en cuanto
corre de Sargel a Ténez.
Tiemblan del menor Atlante
las peñascosas vertientes;  130
tiembla el Kar, y hasta las ruinas
tiemblan de Tagaste al verle.
    Abonanza el tiempo en fin.
Vuelve sobre Argel el héroe,
y vuelve el terror y el susto  135
a oprimir su indigna plebe.
Asegura en la bahía
el ancla con tenaz diente
las naves, que ya desprecian
viento y mar, que se embravecen.  140
    Su singular perspicacia,
aun al menor incidente,
presta toda la atención
que el gran proyecto merece.
    Ya sobre la excelsa popa,  145
al tiempo que atentamente
las órdenes distribuye,
que el horrendo ataque reglen,
    a sus valientes soldados
representa cuerdamente  150
el interés de la empresa,
que a su valor se comete;
    pues se les fía el empeño,
de que ofensas de Dios venguen,
del rey la humanidad,  155
que tristemente padece.
    Ya la noble juventud,
de la tardanza impaciente,
del mayor riesgo la acción
es la que más apetece.  160
    Parten los sacres nadantes;
la turba vil se sorprende
de bastardos baharíes,
que los escollos guarnecen;
    figurándose en los remos,  165
cuando al aire se suspenden,
garras de aves generosas,
que a despedazarlos vienen.
    Ya ocupan en larga línea
espacios correspondientes:  170
y ya el General activo
recorre su naval hueste.
    Ya la vil chusma al rigor
de los arraeces y jeques
pone en práctica los medios,  175
de ofender y defenderse.
    Los mal imitados buques
se avanzan medrosamente,
ruines armas, que su misma
confusión contra sí vuelve,  180
    al ver, que el móvil Vesubio,
que por cien bocas desprende
el fuego que Piracmón
encerró en su horrendo vientre,
    sulfúreos globos arroja,  185
tempestad de rayos llueve
sobre la pérfida Argel,
que ya en sus ruinas se envuelve.
    Ya el incendio en todas partes
su inclemente furia prende,  190
y el humo denso y las llamas
la atmósfera entenebrecen.
Resuenan los alaridos
del infeliz que perece,
y no es Argel otra cosa  195
que estragos, ruinas y muertes.
Corre Erinnis furibunda
la ciudad, porque acrecienten
las llamas su fatal hacha,
los asombros sus serpientes.  200
    Del pecho de algún cobarde
de tantos que la mantienen,
(propio albergue para un monstruo
tan torpe y tan indecente)
    sale entre tanto la Envidia,  205
con sus ponzoñosos dientes
víboras despedazando,
a inficionar el ambiente.
Convoca del hondo averno
cuanta inmunda furia y peste,  210
de atormentar a infelices,
forma su infernal deleite.
    A las infames plegarias
de la vil caterva accede
Eolo otra vez, turbando  215
la clara mansión de Tetis.
Resiste el héroe constante
los ímpetus inclementes
de los Euros que le insultan,
de las olas que le impelen.  220
Cede de los elementos
la furia, al tiempo que crece
la contraria obstinación,
porque más su valor pruebe.
    Temiendo el moro su ruina,  225
todo su furor convierte
contra los flotantes Etnas,
para estorbar que se acerquen.
Instáuranse los combates;
arde el mar, los cielos hieren  230
tremebundos estallidos,
que hacen zozobrar sus ejes.
Milagros hace el valor,
que se imitan y se exceden
unos de otros; no hay peligro,  235
pues todo el ardor lo vence.
Ni el poder cuadriplicado
del argelino insolente
que multiplica el asilo,
y el fuego que le protege;  240
ni el pelear por sus vidas,
por sus lares e intereses,
causas que a los más cobardes
hacer valerosos suelen,
    basta a evitar que su ultraje  245
y su ruina experimente;
caducan los edificios,
y los buques se sumergen.
A necesitar lecciones
los ilustres combatientes,  250
¡cuánto pudiera enseñarlos
el ejemplo de su jefe!
    En su dorada falúa
marino Marte parece,
que triunfando de Neptuno,  255
lleva arrastrando el tridente.
Corre pronto a todas partes,
y el fuego que le enardece,
penetra del dios del mar
los más profundos retretes.  260
Quejoso acude a Vulcano,
que del insulto le vengue,
porque contra Barceló
ni un dios sin auxilio puede.
    De un globo, que para el caso  265
templó en las aguas del Lete,
carga un turquesco cañón,
destinándole a su muerte.
    Parte el hierro furibundo,
pero, no osando ofenderle,  270
en sus remeros y buque
cobarde insulto comete.
    Trabúcase el frágil leño;
pero las ondas corteses,
a Barceló venerando,  275
a su dios desobedecen.
    Impertérrito al suceso
su fiel Ácates previene
en sus brazos el auxilio
tan feliz cuan prontamente.  280
    Monta otro buque y prosigue
la ruda acción, sin que dejen
de repetirse combates
más tenaz y reciamente.
    Y en ellos, mientras las iras  285
del viento y mar lo conceden,
los hechos que por mi pluma
durarán perpetuamente.
    Sublimando a las estrellas
de Malta el valor ecuestre,  290
en cuyas cándidas cruces
brilla la fe más ardiente;
pues en conculcar los torpes
dogmas y ritos infieles
del impostor de Medina,  295
su piedad insigne ejerce.
No menos que a los bizarros
atrevidos portugueses,
en quienes es gloria antigua,
el dar a la África leyes;  300
    que, arando el mar tormentoso
por nuevos rumbos, a Oriente
su lustre y valor llevaron
en sus quinas y sus sierpes,
con los que el puro cristal  305
al patrio Vulturno beben,
y Parténope canora
educa en su seno fértil.
    Aquellos que el alto numen
que los rige sabiamente,  310
por el mayor beneficio
de Carlos a Carlos deben.
    Aquel ilustre Cisneros
que a su noble estirpe acrece
los bien merecidos timbres  315
de esforzado y diligente.
    Al bravo Goicoechea
que lleva al pecho pendientes
de la nobleza más digna
las pruebas más indelebles.  320
    Y a la nobleza española,
que tan generosamente
vierte por su rey la sangre
que en sus fieles pechos hierve;
    y que solicita ansiosa  325
que empresa tan conducente
se repita para orlar
con nuevo laurel sus sienes.




ArribaAbajoA la feliz expedición contra Argel en 1784

Soneto




ArribaAbajo   Del gran Carlos la sabia providencia
al bien común atenta determina
de Argel con el incendio y con la ruina
poner freno a la bárbara regencia.

    La Constancia, el Valor y la Prudencia  5
de Barceló a la grande acción destina;
mas la Fortuna, el Viento, el Mar se obstina
contra su Celo, Esfuerzo y Experiencia.

    Vence los Elementos y la Suerte
el héroe balear; confunde, huella,  10
abrasa a Argel. Adversidad ninguna

    intimida al varón Constante y fuerte;
que el Valiente los Riesgos atropella,
y el Prudente domina a la Fortuna.




ArribaAbajoA don Fernando Selma, célebre grabador, habiendo por tres veces grabado el retrato de don Vicente García de la Huerta, dibujado por don Isidro Carnicero, teniente director de la Academia de San Fernando, insigne estatuario, en señal de amistad y de gratitud al obsequio de ambos

Octava



ArribaAbajo   El lápiz criador de Carnicero,
con que al terso papel da hermoso bulto,
vida recibe, oh Selma, de tu esmero,
cuando el buril le copia al cobre culto.
Exento ya mi nombre considero  5
del olvido, pues tú, contra su insulto,
más vidas, más edades destinas
que estampas den tus láminas divinas.






ArribaAbajoRomances moriscos y de destierro


ArribaAbajoRomances imitación de don Luis de Góngora




- I -

ArribaAbajo   Por cabo de cien jinetes,
el noble Gutierre marcha
sobre el campo de Gumiel
desde la fuerza de Aranda.
    El más valiente caudillo,  5
de cuantos ve la campaña
desde el Duero al claro Tormes,
desde el Pisuerga al Adaja.
    Monta una manchada yegua,
que riberas del Riaza  10
nació a ser exhalación
y asombro de las comarcas.
    Lleva pendiente del hombro
una berberisca adarga,
a Celín ganada, jeque  15
de Medina y Almenara.
    En la vigorosa diestra,
defensa ya de su patria,
rige el animoso joven
un recio roble por asta.  20
    Una ancha cuchilla ciñe
en mil reencuentros probada,
contra las vidas alarbes
fatal segur de la parca.
    Sale, pues, tan orgullosa  25
la juventud castellana,
que a mirar su bizarría
suspende el Duero sus aguas.
    Los generosos caballos
marcial música compasan  30
al son del hierro que imprimen,
y al son del hierro que tascan.
    Ya descubren de Gumiel
las ardientes atalayas,
y en los cultivados campos  35
las adultas mieses talan.
    Sintiendo el rebato Hizán,
presuroso se levanta
a los brazos de la muerte
de los brazos de Daraja.  40
    Daraja, deidad morisca,
de cuyo amor a las aras
seis años fueron de Hizán
servicios ofrendas vanas.
    Al primer paso tropieza,  45
y requiriendo las armas,
herida la diestra mano,
con sangre el estrado mancha.
    Túrbase la bella mora
con señales tan infaustas,  50
y de tan tristes acasos
tristes vaticinios saca.
    Enmudécela el dolor;
pero una sola mirada
dijo de una vez más cosas  55
que dijeran mil palabras.
    Cadenas hace sus brazos,
que el cuello de Hizán enlazan,
y de sus lágrimas tiernas
segundas cadenas labra.  60
    Mas, viendo el valiente moro
que hace ya en el campo falta,
sus lágrimas reprimiendo,
así, al despedirse, la habla:
    «No temas, Daraja bella,  65
que a los enemigos salga,
que a quien venció tus desdenes
no habrá que resista nada.»
    Salió al campo; y don Gutierre
al encuentro se adelanta,  70
y de los demás seguido,
la sangrienta lid se traba.


- II -

    El africano alarido
y el ronco son de las armas
en los valles de Gumiel  75
eran saludos del alba,
    que a ser testigo salía
de las victorias que alcanzan
contra las infieles lunas
las cuchillas castellanas.  80
    Cuando el valeroso Hizán
sobre una fogosa alfana,
regalo de Hacén, alcaide
de Font-Hacén y la Adrada;
    desnudo el nervioso brazo  85
y el albornoz a la espalda,
esgrime la muerte en una
tunecina cimitarra.
    Crece la sangrienta lid,
y el suelo de sangre empapan  90
las azagayas moriscas
y las españolas lanzas.
    Bórdase el campo a colores,
que antes fue todo escarlata,
de turbantes y almaizares,  95
de aljaiduces y almalafas.
    Los golpes de las cuchillas,
cuando hieren o reparan,
el vecino monte atruenan
y el turbado ambiente inflaman.  100
    Anima Hizán a los suyos
con su ejemplo y sus palabras,
y el valiente don Gutierre,
cuanto Hizán anima, mata.
    Y cada español presume  105
que él solo por sí bastara
a derribar de Gumiel
las enemigas murallas;
    y a coronar por sí solo,
según fía de su espada,  110
de cabezas berberiscas
las almenas de su patria.
    Ni el número superior
sus alientos acobarda,
que a contrarrestar a muchos  115
pocos con justicia bastan.
    lena de horror a este tiempo
la bellísima Daraja
con sus pensamientos tristes
también dudosa batalla.  120
    Deja el ya enfadoso lecho,
y a una torre de su casa
más que el tierno amor la guía,
el duro temor la arrastra.
    Descubre el sangriento campo,  125
y las haces mahometanas,
más que vencidas, deshechas,
dan a la fuga las plantas.
    Descubre al gallardo Hizán,
que él solo la lid restaura,  130
y cuanto con ignominia
sus soldados desamparan.
    Y en lágrimas y suspiros
abre salida a sus ansias;
unos, cual su amor, ardientes,  135
otras, cual su pena, amargas.
    El corazón en el pecho
con tanta zozobra salta,
que parece pronostica
las desdichas que le aguardan.  140
    Al tiempo que don Gutierre
entre todos se señala
y por largo trecho siembra
de víctimas la campaña.
    Viendo ya que la victoria  145
orlar sus sienes prepara,
y que sólo Hizán sustenta
la ya perdida batalla;
    por entre los enemigos
cual rayo ardiente se lanza,  150
y todo cuanto resiste
atropella y desbarata.
    Huye el rigor de su brazo
la berberisca canalla,
y el que no huye de su vista  155
es que el temor le embaraza.
    Entonces, el bravo Hizán,
con furia desesperada,
al ver cómo don Gutierre
tan reciamente le carga,  160
    feroz le sale al encuentro,
mas con suerte tan escasa,
que, antes de sentir el golpe,
grabó en el suelo la estampa.
    En el animoso pecho  165
abrió el hierro puerta franca,
y tan capaz como acaso
la abrió la envidia en el alma.
    Las rotas calientes venas
purpúreos raudales manan,  170
que segunda vez tiñeron
las rojas flores de grana.
    Al espectáculo triste
un mortal desmayo embarga
de la amante mora bella  175
las más envidiables gracias.
    Y tanto el dolor creció
que, no cabiendo su extraña
pasión en todo su pecho,
la ahogaron sus mismas ansias.  180
    Murió pues, dejando ejemplo
que de amor la fuerza blanda
en el pecho más esquivo
más profundamente labra.
    Y los fuertes castellanos,  185
gloriosos de su jornada
y ricos de gozo, vuelven
a ver los muros de Aranda.




ArribaAbajoPropósitos y deseos juiciosos de un desengañado de las apariencias de las Cortes

Endecasílabos



ArribaAbajo   ¡Cuán sosegada, cuán tranquilamente
los días pasarán en el secreto
retiro, que prevengo por asilo
a los recios naufragios que padezco!
    ¡Cuánto, ay de mí, retarda a mi esperanza  5
el Todopoderoso este consuelo,
y entre cuántas zozobras fluctuando
el alma está con dudas y deseos!
    Apresura tu curso, oh nueva vida,
pues que nacer de nuevo me contemplo  10
aquel día que a mí me restituya,
rotos de la ambición los duros hierros.
    Enteramente mío, ya olvidado
de la Corte el estrépito y estruendo,
empezaré a gozar vida gustosa  15
a pesar del horror de los desiertos.
    Falto de todo, viviré sobrado
con mi conformidad, y más contento
me dará el verme libre de la envidia,
que el ver aquí abundarme lo superfluo.  20
    Este robusto brazo, a quien dio timbres
el marcial ejercicio y cruel denuedo,
hecha azadón la así gloriosa espada,
a la tierra abrirá sus hondos senos.
    Vendrán a ser mis campos mis estados,  25
donde imperio despótico ejerciendo,
serán sus frutos dulces y sabrosos
el tributo más grato y lisonjero.
    Claras aguas de fuentes abundantes,
formando ya remansos, ya arroyuelos,  30
refrigerio darán a mis fatigas,
y tal vez me darán limpios espejos.
    La acorde melodía de las aves,
que coronan los álamos y fresnos,
más agradable sonará a mi oído  35
que los más concertados instrumentos;
    haciendo aquel susurro delicioso,
que entre las ramas forma el fresco viento,
un agradable bajo que realce
aquel sencillo natural concierto.  40
    Los campos florecientes, que matizan
abril y mayo con pinceles diestros,
mis alfombras serán, más estimadas
que las que teje Fez o hila Marruecos.
    El verde empavesado de los sauces,  45
reparo contra ráfagas del cierzo,
preferido será de mí a los dobles
ricos tapices que varió el flamenco.
    Luego, al robusto pie de árbol frondoso,
cuando ya la fatiga exija el sueño,  50
mejor que en pabellones de oro y plata
gozaré los halagos de Morfeo.
    ¡Oh día venturoso!, ¿cuándo llegas
a redimir mi duro cautiverio?
Precipítate, vuela; que notarte  55
con piedra blanca juro y te prometo.






ArribaAbajoPoesía amorosa




ArribaAbajoRomance amoroso


ArribaAbajo   Bosques y selvas del Pardo,
que con cristalinas aguas
el humilde Manzanares
riega, fecunda y regala;
    árboles, que tantas veces  5
me habéis escuchado y tantas
ayudádome a sentir
mis congojas y mis ansias;
    frescos valles, que albergáis
en las floridas estancias  10
la causa de mis desdichas,
si bien, inocente causa;
    estadme otra vez atentos,
si por ventura no os cansa
el escuchar tantas veces  15
quejas que nunca se acaban.
    A vosotras, mudas selvas,
las fío, porque callarlas
sabréis, si es que aún a los mudos
se debe tal confianza.  20
    Oídme pues; así Lisi,
deidad de aquestas comarcas,
muchos siglos os florezca
con su vista y con su planta.
    Así de su sol hermoso  25
gocéis, y vuestras campañas
a sus ojos y a su pie
deban primaveras largas.
    Así adorne vuestros valles
con su gentileza y gala;  30
y así por ella os envidien
esas altivas montañas.
    Lastimaos de mí vosotras,
y a fe que estáis obligadas,
si no queréis de esta vez  35
acreditaros de ingratas.
    Ya sabéis, selvas amigas,
con cuánta pasión, con cuánta
terneza tengo a los ojos
de Lisi rendida el alma.  40
    Ocioso será pintaros,
pues la habéis visto, sus raras
perfecciones, su hermosura,
su discreción y sus gracias.
    Baste deciros que no hay,  45
desde el Tajo al Guadarrama,
pastor que a su gentileza
no consagre ofrendas vanas.
    Los más gallardos zagales,
que de libres blasonaban,  50
tienen ya de su esquivez
las voluntades esclavas.
    No se oyen en estos cotos,
sino las quejas que lanzan
zagales enamorados  55
de finezas mal pagadas.
    Los árboles, las arenas,
en sus cortezas y playas
el dulce nombre de Lisi
distintamente trasladan.  60
    Los arroyos la enamoran,
y lascivamente labran
de su murmurio las voces,
que con su amor la declaran.
    Las ninfas, que de los fresnos  65
viven las frescas moradas,
aficionadas a Lisi,
la hacen dosel de sus ramas.
    Y las que el anciano río
habitan, cuando ella pasa  70
del vado margen, a verla
la frente húmeda levantan.
    El mismo céfiro blando,
a Flora la fe negada,
viste en obsequio de Lisi  75
nueva hermosura a sus alas.
    Hasta los robustos robles,
con blandura extraordinaria,
cuando ven a Lisi humillan
a sus pies la copa anciana.  80
    Los inocentes corderos
aprenden de quien los guarda
a publicar los balidos
de Lisi las alabanzas.
    Toda, en fin, respira amor  85
esta selva; sus cabañas
de amorosas invenciones
la humilde fábrica esmaltan.
    En los gabanes velludos
amantes cifras se enlazan,  90
vistiéndose los zagales
su misma pasión por gala.
    Sola Lisi exenta vive
de este cuidado, y no basta
tanto amor, tanta fineza,  95
a hacerla menos tirana.
    Si oye suspiros, la enojan;
finezas la desagradan;
sentimientos no la obligan;
y elogios suyos la agravian.  100
    ¿Qué haré, pues, selvas amigas,
en confusión tan extraña?
Mas, ¡oh, qué ciegas locuras,
pedir a un mudo palabras!
    ¿Qué me habéis de aconsejar,  105
selvas, si por mi desgracia,
aunque compasión os sobre,
la lengua, selvas, os falta?
    Pero, si bien interpretan
vuestro silencio mis ansias,  110
¡cuánto, siendo mudo, enseña!,
¡cuánto dice cuando calla!
    Ya, en fin, con vuestro silencio
me respondéis que me valga
del consejo de callar;  115
¡invención de amor tirana!
    Ame fino, ame constante,
sirva y merezca, y no salga
al labio el volcán, el fuego,
por más que se abrase el alma.  120
    Vea Lisi y vea el mundo
que aquel que más la idolatra,
por no ofenderla, reprime
el ardor en que se abrasa.
    Y que antes morirá Fabio  125
de amor a la ardiente llama,
que importune por remedio
a quien tanto incendio causa.




ArribaAbajoQuejas de Belisa


Idilio pastoral

ArribaAbajo   Ya que he quedado en donde
podrá escucharme sólo
el profundo silencio
de estos bosques umbrosos;
   y donde son testigos  5
de los males que lloro
solamente los sauces,
las aves, los arroyos.
    En tanto que de Lauso
al dulce cuello, logro  10
ser por fin de mis penas
lo que la hiedra al olmo.
    Salgan al aire quejas,
que mi pecho amoroso
ocultas ha tenido  15
tan largo tiempo a todos.
    Tirana suerte mía
(mejor dijera monstruo,
que bien merece el nombre
tu ceño riguroso),  20
    ya estará satisfecha
tu saña en los oprobios
a que me has conducido,
atroces y afrentosos.
    ¿No te bastó traerme,  25
después de tan notorios
desastres, infortunios,
pesadumbres y ahogos,
    a donde desterrada
de mi patria, aún no gozo  30
seguridad siquiera
del riesgo a que me robo?
    Pensé que en estos bosques
encontraran piadoso
asilo mis desdichas,  35
término mis sollozos.
    Y apenas en su margen
el pie mal firme pongo,
y de pasados sustos
apenas me recobro,  40
    cuando más riesgos siento,
mayor peligro corro,
hallando al que aborrezco,
cuando busco al que adoro.
    Anfriso y Lauso... ¡Oh cielos,  45
con qué placer y enojo
el nombre de este explico
y el nombre de aquél formo!
    ¡Qué extremos tan distantes,
contrarios y remotos!  50
¡Qué grato y dulce el uno!
¡Qué aborrecible el otro!
    En sueños me amenaza,
(aun ahora me asombro)
de Anfriso el duro acero  55
vengativo y furioso;
    y en medio de la dulce
tranquilidad que logro
en esta amena selva,
desde que en ella moro,  60
    me asalta la memoria
el pesar envidioso,
que nunca son cumplidos
del infeliz los gozos.
    Si duermo, me interrumpe  65
la quietud y reposo
la imagen de mi muerte,
que me amenaza en todo.
    El bosque me amedrenta,
pues, por doblarme asombros,  70
parece que produce
Anfrisos de sus troncos.
    Ni a lamentar me atrevo
mis males lastimosos,
que la voz y la lengua  75
anuda el miedo propio;
    temiendo que, contrario,
el eco misterioso
distintas lleve a Anfriso
las cláusulas que rompo.  80
    Si el céfiro se mueve
entre el boscaje tosco,
y, como suele, forma
estrépitos sonoros,
    huyendo amedrentada,  85
me fingen mis antojos
amenazas de Anfriso
del céfiro los soplos.
    Pero entre tantos sustos,
que a cada paso toco,  90
y tantas desventuras
que me cercan en torno,
    una dicha prefiero,
un placer antepongo,
estrella en los naufragios,  95
en que gimo y zozobro;
    pues de Lauso la vista,
que a tanta costa compro
de penas y desastres,
minora mis ahogos,  100
    con la dulce esperanza
de los fines dichosos
que tanto amor merece;
pues espero y conozco,
que no siempre ha de ser, por darme enojos,  105
mi estrella adversa, el cielo riguroso.




ArribaAbajoFinos sentimientos de Fabio


Idilio II

ArribaAbajo   Pues desde aquí descubro
la amada concha bella,
en que se deposita
la más brillante perla;
    mientras el sol ardiente  5
en la abrasada siesta
recoge por las sombras
rabadanes y ovejas;
    y mientras las zagalas,
temiendo las ofensas  10
del ardiente solano,
que en las flores se venga,
    en los albergues frescos
pacíficas sosiegan,
y al robusto ejercicio  15
dan apacibles treguas;
    y en tanto que en sus nidos
descansan las parleras
avecillas canoras
de aquestas dulces selvas;  20
    y hasta los mismos brutos
en sus hondas cavernas
del sol que los abrasa,
evitan la violencia;
    y mientras que las aguas  25
de las fuentes risueñas
con su rumor templado
también del sol se quejan,
    que con activos rayos,
haciéndolas que pierdan  30
su natural frescura,
las fulmina y calienta.
    Cuando descansan todos,
mi amor despierto vela,
sin que a tomar descanso  35
el ejemplo le mueva
    de ovejas, rabadanes,
aves, fuentes y fieras;
que no admite sosiego,
aquel que ama de veras.  40
    Del dulce dueño mío
amante centinela,
(que también se milita
de amor en las banderas),
    intentarán en vano  45
del sol las iras fieras,
que desampare el puesto,
que amor guardar me ordena;
    que el pecho, endurecido
a tantas inclemencias  50
con que el rigor me trata,
de mi contraria estrella
    no recela intemperies;
pues su valor se precia
de haberse endurecido  55
de desdichas a prueba.
    Ni el riguroso invierno
cuando con nieve densa
o densa niebla cubre
el orbe de la tierra;  60
    o el aquilón horrendo
en pueblos y florestas
altas torres derriba,
ancianos robles vuelca;
    y cuando el duro hielo  65
con rigurosa fuerza
abrasa y aniquila
las más adultas hierbas,
    podrán de mis intentos
hacer que un paso tuerza;  70
pues no son poderosos,
por más rigor que tengan,
    inviernos, aquilones,
hielos, nieves y nieblas,
a que de intento mude,  75
aquel que ama de veras.
    Testigos sois, oh bosques,
si acaso se os acuerda,
de haberme visto el hielo
inmoble a su fiereza,  80
    que el alma no sentía
su grave rigor, hecha
al helado destemple,
Lisi, de tu tibieza.
    Tendido en tus umbrales  85
pasé noches enteras,
que hasta los mismos vientos
burlaban mi paciencia.
    La perezosa aurora
me halló veces diversas  90
estatua de alabastro
al umbral de tus puertas;
    y, cubierto de nieve
desde el pie a la cabeza,
me juzgo simulacro  95
de mi esperanza muerta.
    Cuántas veces Melampo,
compasivo a mis penas,
mirando cuantas iras
contra mí el cielo flecha,  100
    procuró con halagos
hacer que me volviera,
como quien dice: «Fabio,
basta ya de fineza;
    que a quien, como mi dueño,  105
tiene el pecho de piedra,
no hay tiernas expresiones,
que ablanden su dureza.»
    El mismo bruto, el mismo
Melampo (¡quién creyera,  110
que irracionales brutos
tan compasivos fueran!),
    mis lástimas oyendo,
compadecido de ellas,
parece acompañaba  115
con ladridos mis quejas,
    respondiendo a mis ansias
con su muda elocuencia:
«En vano estos umbrales
con llanto, Fabio, riegas,  120
    si el corazón del dueño
que en ellos se aposenta,
aun es por tu desgracia
más duro que sus peñas.»
    Pero estos desengaños,  125
pero estas evidencias
ni acaban mis desdichas,
ni mi pasión moderan.
    Porque no hay desengaños,
ni males hay, que puedan,  130
hacer mude de intento
aquel que amó de veras.