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Poesías

Nicasio Álvarez de Cienfuegos



     [Nota preliminar: Edición digital a partir de la de Madrid, Imprenta Sancha, 1821 y cotejada con la edición crítica de José Luis Cano, Madrid, Castalia, 1969.]



A mis amigos

     ¿Qué protección implorarán estos humildes versos, frutos queridos de mi alma, y fiel expresión de su sensibilidad, de su ternura y de su melancolía? Sin otra pasión que la de amar, sin otra ambición que la de ser amado, aquellos solos serán mis Mecenas, que puedan darme en cariños la única recompensa que deseo. ¿Quiénes serán éstos sino los deliciosos compañeros de mi vida, los dueños absolutos de mi corazón, los que, sabedores de mis pensamientos, de mis inclinaciones, de mis afectos, de mis flaquezas, y aun de mis vicios, me franquean recíprocamente sus almas para que lea yo en ellas su amistad y sus virtudes? ¡Oh descanso de mis penas, consuelo de mis aflicciones, remedio de mis necesidades, númenes tutelares de la felicidad de mi vida! ¡Oh amigos míos!, ¿podría yo no daros un testimonio público de mi amor y de mi agradecimiento, cuando si alguna belleza moral hay en mis poesías, toda entera la he copiado de vuestros hermosos corazones? Su comercio íntimo me ha enseñado la indulgencia, la oficiosidad, la compasión, la franqueza, la veracidad, la ternura, la generosidad, el desprendimiento de sí mismo, y tantas y tan preciosas virtudes como resplandecen eminentemente en vosotros y que incapaz de imitarlas, me contento con publicarlas con todo el entusiasmo de la admiración y del reconocimiento. Recibid, pues, oh idolatrados amigos, en este pequeño tributo, el desahogo de un corazón hondamente penetrado de vuestra amistad; y más glorioso con ella que los Césares y los Alejandros con el imperio del mundo, me consideraré muy laureado si la posteridad dice algún día: fue buen amigo.

Nicasio Álvarez de Cienfuegos [1798]



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Mi destino

                     ArribaAbajo   En mi cunita pobre,
menesteroso niño,
entre inocentes sueños
posaba yo tranquilo,
cuando hacia mí, sin flechas, 5           
amor risueño vino
y, en torno de él, jugando
otros mil amorcitos.
Al inflamado soplo
del anhelante estío 10
yo, sudoroso y débil,
yacía enardecido.
Amor lo ve y, al punto,
me orea compasivo
sus alas agitando 15
con menear dormido.
Me alzó después suave
a su regazo amigo,
y allí tocó dos veces
sus labios con los míos. 20
Tras éstos, me cercaron
sus tiernos hermanitos;
todos me vieron, todos
me hicieron mil cariños.
Y aun uno, el más gracioso, 25
mudado en cefirillo,
voló y me dio tres besos,
y se durmió conmigo.
Después, con blando acento,
el de Cíteres dijo: 30
hagamos a porfía
feliz a aqueste niño.
Que no siga inhumano,
de polvo y sangre tinto,
los bárbaros pendones 35
de Marte vengativo.
Ni por el oro infame
vaya en el frágil pino
de mar en mar buscando
mortales precipicios. 40
Ni en el templo de Temis,
austero y pensativo,
pese en fatal balanza
los premios y castigos.
A mi feliz imperio, 45
por siempre sometido,
sean tiernos amores
su perenal destino.
Ea, dos de vosotros
derramen de contino 50
en su inocente pecho
ternuras y cariños.
Amante aquél le forme;
éste, oficioso amigo,
y entre los dos le críen 55
humano y compasivo.
Dijo, y voló dejando
dos amores conmigo,
Y tres con el gracioso
que se quedó dormido. 60
El cual, de mí prendado,
jamás huirme quiso;
antes hizo en mi pecho
un delicioso nido.
Y desde allí ¿no sabes, 65
oh tú, dueño querido,
lo que por siempre clama
con labio persuasivo?
Que ardiente a Filis ame
hasta el postrer suspiro; 70
que es muy amable Filis,
y amar es mi destino.
 
 
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Mis transformaciones

ArribaAbajo   ¡Oh si a elegir los cielos
me diesen una gracia!
Ni honores pediría,
ni montes de oro y plata.
Ni ver el orbe entero, 5
postrado ante mis plantas,
después de cien victorias
sangrientas e inhumanas.
Ni de laurel ceñido,
al templo de la fama, 10
con una estéril ciencia,
orgulloso, me alzara.
Gocen en tales dones
los que infelices aman
comprar, con su reposo, 15
los sueños de esperanzas.
Yo, que mis días cuento
por mis amantes ansias,
a mi placer pidiera
que mi ser se mudara. 20
Cuando mi bien al valle
desciende en la alborada,
allí al pasar me viera
rosita aljofarada.
Rosita que modesta, 25
con suave fragancia
atrayendo, a sus manos
me diera sin picarla.
Y luego, allá en su pecho,
¡cuán gozosa y ufana 30
la nieve de sus pomas
con mi ardor realzara!
Después... después, ¿qué hiciera?
Sombra fugaz y vana
un sol no más sería 35
mi gloria y mi esperanza.
Tan pasajeros gozos
no, rosas, no me agradan.
Adiós, que al aire tiendo
mis rozagantes alas. 40
Mariposilla alegre,
imagen de la infancia,
en inquietud eterna
iré girando vaga.
Bien como el Iris bella, 45
frente a mi dulce Laura,
en un botón de rosa
me quedaré posada.
Ella querrá cogerme
y, con callada planta, 50
vendrá, y huiré, y, traviesa,
la dejaré burlada.
¿Y si el rocío moja
mis tiernecitas alas?
Me sigue, soy perdida, 55
me prende y me maltrata.
¡Si al menos expirando,
con trémulas palabras,
pudiese, venturoso,
decirla: yo te amaba! 60
No. Cefirillo suelto
volaré a refrescarla
cuando el ardiente agosto
las praderas abrasa.
Ya enredaré, jugando, 65
sus trenzas ondeadas.
Ya besaré, al descuido,
sus mejillas de nácar.
Ora en eternos giros,
cercando su garganta, 70
en sus hibleos labios
empaparé mis alas.
O bien, si allá en la siesta,
dormida en paz descansa,
yo soplaré en su frente 75
mis más suaves auras.
Y cuando más se pierda
su fantasía vaga,
umbrátil sueñecito
me iré a ofrecer a su alma. 80
¡Oh cuánta dulce imagen,
cuántas tiernas palabras
allí diré, que el labio
quiere decirla, y calla!
Más favorable acaso 85
que pienso yo, a mis ansias
sonreirá: ¿quién sabe
si mis cariños paga?
¡Oh si a mi amor eterno
correspondieses, Laura! 90
Por todo el universo
mi dicha no trocara.
ídolo de mis ojos,
diosa de toda mi alma.
¡Pagarásme!, y al punto 95
cesarán mis mudanzas.
 
 
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Precio de una rosa

ArribaAbajo   En todos sus rosales
la madre primavera
jamás a rosa alguna
miró con más terneza.
En mil graciosos rizos 5
¡cuán varia purpurea
sobre el regazo amante
del botón que la estrecha!
Cómo en silencio suben
desde el pie contrapuestas 10
dos bien labradas hojas,
y se mecen sobre ella.
Una, tal vez, se dobla,
gira y, fugaz, la besa.
La otra lo ve cobarde, 15
y quiere, y va, y no llega.
Ella, entretanto, ríe
mil fragantes esencias,
y a su reír, ¡oh cuántos!,
¡cuántos deseos vuelan! 20
¡Oh rosa, honor del año!
Tu singular belleza,
¡oh cuán feliz sería
si Filis te quisiera!
Tómala, Filis, toma, 25
y deme en recompensa
la dulce miel de un beso
tu boquita risueña.
Ya vale más la rosa.
No te la doy, no; suelta, 30
que el beso fue, y lozana
mi flor aquí se queda.
Seis besos y otros tantos
me has de pagar por ella.
Es poco. No; tú ignoras 35
los ayes que me cuesta.
Fui y, al cortarla, impías
me hirieron dos abejas
de un numeroso enjambre
que a par giraba de ella. 40
¿No ves cuán lastimada
está mi triste diestra?
¡Ay Filis! Sí; mi rosa
precio mayor desea.
Un beso, ¿y qué es un beso? 45
Quiero por cada abeja
del numeroso enjambre
que a par giraba de ella.
 
 
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La despedida

ArribaAbajo   Venid, venid piadosos,
y consolad mi pena
los que el amor condena
a mi cruel dolor.
Oh vos que habéis probado 5
la ausencia un solo instante,
yo parto y soy amante.
¿Me olvidará mi amor?
   A su beldad rendido,
en ella embelesado, 10
amarla es mi cuidado,
servirla es mi loor.
En su contento vivo,
su desplacer me mata.
Decid, ¿habrá una ingrata 15
que olvide tanto amor?
   Yo, mariposa amante,
que, en pos de Nais, volaba
y ante ella así me holgaba
cual abejita en flor, 20
¿podré vivir sin verla?
Partir es ley forzosa.
¡Ay triste!, ¿si alevosa
olvidará mi amor?
   En soledad y luto, 25
ya lejos de mi amante,
doquier veré delante
su sombra y mi temor.
Cual si mi voz oyera,
con suspirar doliente 30
preguntaré a mi ausente:
¿Olvidarás mi amor?
   En mi ilusión, perdido
tal vez en tiernos lazos,
la estrecharé en mis brazos 35
y abrazaré mi error.
Deshecha en aire vano,
huirá Nais y, afligido,
diré: ¿si ya en olvido
tornó la infiel mi amor? 40
   Bien como flor que el cáliz
cierra en la noche fría
y, hasta asomar el día,
no torna a su esplendor.
Yo así, tu luz perdiendo, 45
me encerraré en el llanto.
Y tú, ¿quién sabe, en tanto,
si olvidarás mi amor?
   Que mil y mil hermosa
te irán doquier diciendo, 50
con la verdad mintiendo
para engañar mejor.
¡Ay!, en aquel instante
que loan tu hermosura,
dicen que tú, perjura, 55
olvidarás mi amor.
   «¡Oh pobre Nais!», alguno
te clamará malvado,
«tú lloras a tu amado,
y él te olvidó traidor. 60
Que allá, en pensiles nuevos,
versátil mariposa,
por ir tras nueva rosa
dejó perder tu amor.»
   No creas; miente, miente 65
su lengua engañadora.
Pregunta al beso que ahora
te deja mi dolor.
¡Adiós, adiós! Es fuerza.
¡Adiós! Tal vez llorosa, 70
di, como yo, celosa:
¿olvidará mi amor?
 
 
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La desconfianza

ArribaAbajo   Las rosas que, ya marchitas,
de ti con desdén alejas,
la aurora me vio cortarlas,
y hermosas jóvenes eran.
Vivieron. Fue para siempre 5
su honor y antigua belleza.
¡Ay, todo cual sombra pasa,
y el ser a la nada lleva!
Vendrá el agosto abrasado
ahogando flores y, muertas 10
sus hijas, a otras regiones
volará la primavera.
En pos, el maduro otoño,
mostrando su faz risueña,
hará que el lánguido estío 15
bajo sus pámpanos muera.
Mas el aquilón bramando
se arrojará de las sierras,
y, lanzando estéril yelo,
cubrirá de horror la tierra. 20
Así, la lóbrega noche
sucede a la luz febea,
las risas a los lamentos,
y a los placeres las penas.
Es el universo entero 25
una inconstancia perpetua:
se muda todo; no hay nada
que firme y estable sea.
Y en medio a tantos ejemplos
que triste mudanza enseñan, 30
¡ay Filis!, ¿tu pecho solo
tendrá en amarme firmeza?
 
 
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El amante desdeñado

ArribaAbajo   A par del risueño Tormes,
en una anchurosa vega,
abril, derramando flores,
galán y amoroso reina.
Con aire gallardo, suben 5
en brazos de amantes yedras
gigantes olmos, tejiendo
ramadas de sombra eterna.
¡Oh cómo, al son de sus hojas,
gime la tórtola tierna, 10
y el ruiseñor, a su arrullo,
entristecido se queja!
¡Ay, que su dulce quejido
el corazón atraviesa
del triste Damón, que llora 15
tendido en la dura tierra!
Nunca zagal por los montes
guió las mansas ovejas,
que le igualara en las gracias,
ni aventajase en las fuerzas. 20
Mil veces y mil dichoso
si por aquestas riberas
no pasease Florinda
su desdeñosa belleza.
Mil atractivos ocultos 25
exhala su faz modesta
sin cesar; y allá en sus ojos
está Amor lanzando flechas.
Toda es gentileza y gala,
y afable a un tiempo y soberbia, 30
rebosa gracias y amores,
amores y gracias nuevas.
El amante desdeñado
la vió asomar por la sierra,
y mira cual va, en rodeos, 35
bajando tras sus corderas.
Muda de color mil veces;
huirla quiere, y no acierta;
teme, y su temor acusa,
y desperanzado espera. 40
La mira, y la incierta vista
enojado aparta de ella.
No quiere, y torna a mirarla,
y su loco amor condena.
Por tres veces, a llamarla 45
se resuelve, y las tres mesmas,
al ir a decir su nombre,
el llanto trabó su lengua.
Cansado de tanta lucha,
al pie de un roble se sienta 50
y entre sollozos amargos,
así comenzó sus quejas.
¿No era bastante, oh Florinda,
a tu bárbara soberbia
verse, de tantos despojos, 55
allá en el Tajo cubierta?
¿En qué te ofendieron nunca
estas míseras riberas,
para que, cruel, vinieses
sembrando llantos y penas? 60
Tranquila paz respiraban
nuestras inocentes selvas.
¡Mal haya el aciago instante
en que te acordaste de ellas!
Viniste tú, y han huido 65
de aquí, por la vez primera,
la paz, las risas, el gusto,
el candor y la inocencia.
Lamentos es todo el valle:
la fe perdida, se quejan 70
de su amante la zagala,
de su pastor, las ovejas.
Dígalo yo, que al mirarte,
abandoné a Galatea,
que dejó por mí los pastos 75
donde vio la luz primera.
Infiel la olvida mi pecho
por más que en su amor se esfuerza;
y a ti forzado te adora,
y aborrecerte quisiera. 80
¿Acaso te han merecido
mis dolorosas tristezas
ni el favor de una mirada,
ni un ay de piedad siquiera?
Ayer te ofrecí, en el baile, 85
un ruiseñor con su hembra,
y, cruel, mi don arrojas,
y huyes del baile y la vega.
Pastoras, zagales, todos
rieron en mi vergüenza, 90
y, por mayor desventura,
rio también Galatea.
Aquí llegaba el amante,
cuando la zagala fiera
se volvió por donde vino, 95
cansada ya de sus quejas.
Él con la vista la sigue,
y solo ya con sus penas,
¿qué puede hacer? ¡Infelice!
Llorando sus ansias templa. 100
 
 
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Los amantes enojados

ArribaAbajo   Arrebolada, la aurora
miraba desde su carro
en los cristales del Tormes
al Otea retratado.
En el cáliz de las rosas, 5
oyendo al céfiro blando,
niño el abril asomaba
de rocío coronado.
El ruiseñor querellante,
de rama en rama saltando, 10
salve, le dice, y gorjea,
y son amores sus cantos.
Tal vez los roba el estruendo
con que baja entre peñascos
un arroyuelo travieso, 15
de roca en roca jugando.
Cae en el Tormes, que gira
y, en orbes siempre más anchos,
anuncia a su reino el triunfo
de su nuevo tributario. 20
Todo lo miran de lejos,
allá en los picos más altos
colgadas, unas cabrillas
de Filis pobre rebaño.
De Filis, zagala hermosa, 25
del Tormes honor y encanto,
en cuyo semblante, unidos,
reinan modestia y agrado.
Sus negros, lánguidos ojos,
melancólicos girando, 30
no hay corazón que no rindan,
y sin jamás intentarlo.
Sobre la mullida alfombra
de tréboles y amarantos,
yace, pensativa y triste, 35
la sien posada en la mano.
Lejos, allá por el suelo,
yace el rabel y el cayado;
y sin tutelares silbos
vaga sin ley el ganado. 40
Ni ya se engalana Filis,
ni teje para su amado
frescas guirnaldas, ni canta
sus amorosos cuidados.
En vano el Abril florido 45
ríe a la zagala; en vano
su amor oficioso imploran
las cabras tristes balando.
Todo es perdido; no escucha;
sus ojos no ven; sus labios 50
callan; para todo ha muerto,
y sólo vive en su llanto.
¿Qué penas su pecho afligen?
¡Amor, amor! ¡Cuán tirano
vendes tu favor! Su amante 55
rompió con ella enojado.
Tres días ha que, enemigos,
buscan diferentes pastos.
Filis ya cede. ¡Es tan duro
fingir desvíos amando! 60
Ya, de la cumbre de un cerro,
Damón, el pastor gallardo,
desciende en pos de sus cabras,
el cáñamo restallando.
A encontrarle vino Filis; 65
y al verle, se alza temblando;
quisiera esperarle, y huye,
perdida en mil sobresaltos.
De haberle amado se duele,
y nunca su amor fue tanto. 70
Se culpa del rompimiento,
y es el pastor el culpado.
Al fin se atreve, y resuelta
va con silenciosos pasos
hacia Damón, que la observa, 75
y se hace dormido el falso.
Llega, le mira; imprudente,
quiere arrojarse en sus brazos,
y va; pero teme, para,
y rompe en amargo llanto. 80
Pasó aquel tiempo en que Filis,
oculta, la voz mudando,
llamaba a Damón dormido,
y reía de su engaño.
¡Cuántos inocentes juegos, 85
cuántos mimosos halagos,
fruto de mejores días,
en su alma allí despertaron,
hoy son tormentos crueles
y los redobla Melampo, 90
que sobre el pecho de Filis
sienta las callosas manos!
Este es el can vigilante
que, guía leal del amo,
a la zagala anunciaba 95
la venida de su amado.
Siente, cuitadilla, siente,
llora tu mísero estado,
que yo también, compasivo,
tus lágrimas acompaño. 100
No temas que tus lamentos,
en los cóncavos sonando,
llamen al pastor dormido
de su profundo letargo.
Él vela, y oye tus lloros, 105
y arde en tu amor... ¡Cielo santo!
Ella se arroja, atrevida,
de su Damón en los brazos.
Él vuelve, y alza, y la mira,
y en ira y amor luchando 110
¡amor, amor!, ¿quién resiste
a tu omnipotente brazo?
Se enlazan los dos amantes
y, en mil besos regalados,
perdones tiernos se piden, 115
y se aman más que se amaron.
 
 
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El propósito

ArribaAbajo   ¡Salve, mi querido albergue!
¡Salve, mansión solitaria,
nido feliz, do las Musas
el gozo y la paz me guardan!
¿Que, en fin, a tu dulce abrigo 5
torno otra vez? ¡Cuántas ansias
probó enajenado el pecho
que jamás en ti probara!
El amor... ¿Qué no ha perdido
el amor? ¡Ah!, todo es tramas, 10
todo falsedad y engaños,
todo doblez e inconstancia.
Me habló, le creí, le sigo;
y ¡ay!, que al dolor me guiaba.
¡Crédulo yo! ¿Qué valieron 15
mis experiencias pasadas?
¿Fue acaso la vez primera
que, al mar del amor lanzada,
sólo naufragios terribles
halló mi perdida barca? 20
Me acuerdo que, en otro tiempo,
saliendo de una borrasca,
Adiós para siempre, dije
a las fluctuantes aguas.
Mi chocita, mi inocencia, 25
y mis amigos me bastan.
No más amor, que las hembras
todas son unas, y engañan.
Esto decía, y ya entonces,
de lejos, me preparaba 30
el amor, en nuevos lazos,
nuevas y nuevas desgracias.
Le ví; resistí; no pude.
¡Es tan tiernecita mi alma!
Jura no amar cada día, 35
y cada días más ama.
Fui débil; cedí; ¿qué mucho
si contra mí guerreaban
mi gratitud, mi ternura,
y las lágrimas de Laura? 40
Vióme sensible, y al punto
sus elocuentes miradas
amor, amor, me dijeron,
y yo las veía, y callaba.
Doquier de mi faz pendiente, 45
su sonreír, sus palabras,
su seriedad, su silencio
en todo, y toda me amaba.
Yo en su pesar me afligía;
pero, inflexible, exclamaba: 50
No más amor, que las hembras
todas son unas, y engañan.
Mil y mil lágrimas tristes
la vi ocultar con sus palmas;
y escuché mil sordos ayes 55
expirar en su garganta.
No sé; pero, triste imagen
de un dolor sin esperanza,
parece que me decía:
Yo moriré, y tú me matas. 60
Eres piadoso, ¿y permites
que a tu rigor me deshaga,
bien como al yelo del cierzo
la amable rosa temprana?
¿Hay resistencia que dure 65
al eco de estas palabras?
Téngala allá quien no albergue
mis compasivas entrañas.
¿Yo resistir? ¡Ah, perezca
quien duro el oído aparta 70
de los dolorosos ayes
que él mismo tal vez arranca!
No soy así; yo no puedo
ver padecer; y trocara,
por las desdichas ajenas, 75
mis placeres y esperanzas.
Respira, infeliz amante,
enjuga tus llantos, Laura.
Yo te amo; ¡y adiós de nuevo
propósitos y palabras! 80
Al fin la amé; y en el punto
que yo mi fe la juraba,
con otro amante, en silencio,
ella cautelosa y falsa.
¡Gran Dios! ¿Y por qué la tierra 85
sufre tan pérfidas almas?
¡Oh, salve, chocita mía!,
de ti mi aflicción se ampara.
¡Oh salve, salve mil veces!
A tu silenciosa calma 90
torno al fin, y para siempre
al amor daré la espalda.
¡Oh libros! ¡Oh amigos dulces
en que mis penas descansan!
Fuera de vos, ya la tierra 95
es para mis ojos nada.
Ya no hay verdad en el mundo,
ni fe, ni amor... ¡Laura, Laura!
¿Así, de un pecho sencillo,
el fiel cariño se paga? 100
En vano, en vano confusa,
en llanto cruel ahogada,
me buscarás implorando
con voz humilde mi gracia.
Si débil fui, ya soy firme, 105
impío, cruel. ¡Oh Laura!,
mucho te amé... ¡Si a lo menos
alguna disculpa hallaras!
Yo te ayudaré; adormece
mis justas desconfianzas; 110
deslúmbrame, y te perdono,
y te amaré cual te amaba.
¿Qué digo, infeliz? ¿Es ésta
mi entereza y mi constancia?
Huyamos, albergue mío, 115
apaga oficioso, apaga
el fuego en que ardo, y responde,
si viene a turbarme Laura:
No más amor, que las hembras
todas son unas, y engañan. 120
 
 
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La violación del propósito

ArribaAbajo   En vano, en vano rabioso,
las duras cadenas muerdo
que amor, déspota inhumano,
ató a mi rebelde cuello.
¿Qué vale que, por romperlas, 5
sude en afanoso esfuerzo,
si a cada triste conato
un eslabón las aumento?
¿Do estás, propósito mío?
¿Do estás adiós postrimero 10
que ayer al amor y a Laura
dije con brioso aliento?
¿Así la voz imperiosa
de mis vengativos celos
enmudeció y, sólo ahora 15
habla el amor en mi pecho?
¡Ay, que jamás tan tirano
me subyugó! Todo entero,
con toda su ardiente llama,
va por mis venas corriendo. 20
Palpito, tiemblo, mis ojos
lágrimas brotan de fuego,
y mil fugitivos ayes
abrasan mis labios secos.
Yo me ardo, yo me ardo Laura, 25
Laura, aquí estás, yo te veo;
eres tú misma; a tus plantas
imploro tu amor de nuevo.
ídolo mío, perdona
si pude, en injustos celos, 30
dejarte; ya arrepentido,
a ser tu esclavo me vuelvo.
Ni jamás, aunque quisiera,
podría dejar de serlo.
¿Qué fuera de mí sin Laura, 35
si sólo por ella aliento?
Mi vida, mi ser, mi todo,
¡oh Laura!... mi entendimiento,
mi corazón, mis sentidos,
todo en ti sola lo veo. 40
¡Adiós, pasiones, que un día
fuisteis mi dulce embeleso!
Sed de saber, Musas, gloria,
ya para mí todo es muerto.
Laura no más, Laura, Laura 45
es mi pasión, mi universo.
¡Oh, viva con ella siempre,
y muera con ella a un tiempo!
 
 
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El cayado

ArribaAbajo   Al ir tendiendo los montes
sus más alargadas sombras,
un ancho valle midiendo
que en paz Manzanares corta;
cuando las dormidas flores, 5
de abril a la voz, hermosas
despiertan, su cárcel rompen,
y con timidez asoman;
el anciano Palemón,
dejando la humilde choza, 10
un siglo entero pasea
por la verde y fresca alfombra.
¡Cuál brilla su augusta calva
a par del sol que la dora!
Y no es el sol más hermoso 15
que la vejez virtuosa.
Dejad, cefirillos mansos,
dejad las selvas do mora
amor, que un hombre de bien
vuestros halagos provoca. 20
Venid, venid oreantes,
y las alitas de rosa
sacudiendo, a Palemón
seguid cargados de aromas.
Todo es silencio en el valle; 25
no suenan más que las ondas
del sesgo río, y de lejos
la dulce voz de una alondra.
Contemplando en unas flores
está Palemón: las toca, 30
las deja; torna a mirarlas,
las deja otra vez, y llora.
¡Así marchitas, decía,
las que, al expirar la aurora,
la gala fueron del prado, 35
la envidia de las hermosas!
¡Oh tiempo, tiempo! A tus golpes
se rinde cuanto el sol dora:
ni el alto ciprés respetas,
ni la yedra vil perdonas. 40
Todo lo destruyes, todo,
hasta los montes y rocas.
También fui joven un día,
y anciano me ves ahora.
Vendrá, y hollará mañana 45
lo que este sol no trastorna.
Yo vi esta pradera entonces,
¡oh Palemón!, ¡oh memorias!
Siglos enteros cercada
de mil pastoriles chozas, 50
de paz, de amores y risas
morada fue deliciosa.
Todo se acabó; a mí sólo
conoce la vega ahora;
solo quedé por testigo 55
de mudanzas dolorosas.
Ya es paseo de la corte
la que arboleda frondosa
me vio nacer. ¡Cuántas veces
me hospedó su fresca sombra! 60
¡Cuántas pacíficas siestas
de la estación ardorosa
me regaló en blando lecho
de lirios, trébol y rosas!
Aquel infeliz collado 65
que está sustentando ahora
ese jaspeado alcázar
donde un cortesano mora,
en menos aciagos días
escuchó mi voz sonora 70
cuando guiaba las danzas
de las ágiles pastoras.
Desde su cumbre florida
bajaba con limpias ondas
un arroyuelo travieso 75
mojando, al pasar, las rosas.
Sentado en él, una tarde
di un colorín a mi esposa.
¡Ay años abriles míos!
Expiraron ya mis glorias. 80
Mudanzas tristes reparo
doquier la vista se torna;
todo ya me desconoce,
y en mi vejez me abandona.
Fresno inmutable, tú solo, 85
allá en antiguas memorias,
prestas a mi afán alivio
y en mi soledad me gozas.
Tú me recuerdas un padre
que bajo tu inmensa copa 90
en mi pecho las virtudes
vertía desde su boca.
También descubrir me oíste
mi ardiente amor a mi esposa;
y en las estivales siestas 95
frescor me guardó tu sombra.
¡Salve, piadoso arbolito!
¡Mil veces salve, y mil otras!
¡Cariño mío por siempre!
¡Mi única esperanza ahora! 100
En ti está la vega antigua,
mis padres, mi dulce esposa,
mis inocentes niñeces,
y mi juventud fogosa.
¡Cual me viste en otros tiempos 105
cuando en la edad de mis glorias
era el primero en la lucha,
en el salto y en la honda!
Pasó mi honor, todo muere.
¡Cuán otro de aquél, ahora 110
trémulo me ves cediendo
a los años que me agobian!
Así es mi frente, cual sierra
allá en diciembre nevosa;
y las ya cansadas plantas 115
flaquean y me abandonan.
Fresno de mi amor, tus ramas
hacia mí benigno dobla,
dame un bastón o, rendido,
volver no podré a mi choza. 120
Con sólo un triste cayado
mi tierno amor galardonas.
Yo te serví con el riego,
y es mía toda tu pompa.
¡Bendito seas, mi fresno!, 125
que ya una rama piadosa
me alargas. ¡Qué buen cayado,
Palemón, tendrás ahora!
Árbol ingrato, ¿en la tierra
me haces caer? ¡En mal hora 130
beba tu raíz el jugo,
y el sol caliente tus hojas!
¿Segunda vez, por dañarme,
a inclinar tus brazos tornas?
¡Ay, que una rama he cortado! 135
¡Ay, que me verá mi choza
entrar con cayado! ¡Oh fresno,
haga el cielo que tu pompa
dure por eternos siglos,
y cada vez más hermosa! 140
¡Jamás de Aquilón te opriman
las furias tempestuosas,
ni el rayo ardiente del cielo
ofenda impío tu copa!
¡Cuando la nieve entristezca 145
las soledades selvosas,
en tu follaje enredada
pose primavera hermosa!
¡Y cuando agosto inflamado
marchite las verdes hojas, 150
cuelgue el abril, en las tuyas,
la cuna feliz de Flora!
Amigo fresno, la muerte,
que a nadie jamás perdona,
porque el morir es forzoso, 155
se acerca a mi presurosa.
¡Plegue, cuando al fin llegare,
que, por mi postrera gloria,
mis huesos, algún piadoso,
al pie de tu tronco ponga! 160
Dijo, y lloró; y apoyado
volvió el pastor a su choza.
Dio el sol el postrer suspiro,
y se tendieron las sombras.
 
 
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El fin del otoño

ArribaAbajo   ¿Adónde rápidos fueron,
benéfica primavera,
tus cariñosos verdores
y tus auras placenteras?
¿Do están los amables días 5
cuando, a la aurora risueña,
de tus cálices rosados
tributabas mil esencias?
¿Do, los pomposos follajes
que oyeron las cantilenas 10
del ruiseñor, en las noches
llenando de amor las selvas?
¿Do estás, juventud del año?
Perdióse en la ardiente fuerza
de agosto; murió el estío, 15
y ahora noviembre reina.
Noviembre, que despojando
los bosques y las praderas,
con amarillos matices
las galas de abril afea. 20
¡Cual de los vientos al soplo
para siempre caen en tierra
las hojas, al pie del tilo
que vio su antigua belleza,
y sus maternales ramas, 25
en soledad lastimera,
los rigores del invierno
desconsoladas esperan!
Del invierno, que dejando
sus escarchadas cavernas, 30
ya se adelanta, seguido
de borrascosas tormentas.
¡Adiós, albergues queridos
de las aves halagüeñas,
nidos de amor, y teatros 35
de maternales ternezas!
Ya no abrigaréis piadosos
la desnuda descendencia
del colorín, ni mi oído
regalarán sus querellas. 40
¡Oh, cuán diferentes cantos
ahora doquier resuenan!
Que, entre orfandades, la muerte
su carro aciago pasea.
¡Cuántas virtudes oprimen 45
sus inexorables ruedas!
¡Cuánta esperanza sepultan,
y cuánto amor atropellan!
Ni la juventud perdonan,
ni el himeneo respetan. 50
¡Oh Filis, Filis!, ¿quién sabe
si ya, en nuestro mal, se acercan?
Nuestras niñeces volaron,
y, en pos, las flores primeras
de la juventud. ¡Ay tristes! 55
A nuestros días ¿qué resta?
En ellos ya, desde lejos,
asoma, de canas llena,
la ancianidad dolorosa,
el desamor y tristeza. 60
Amemos, amemos, Filis;
mira que rápidos llegan,
que ya este otoño es memoria,
y el tiempo destruye y vuela.
 
 
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El túmulo

ArribaAbajo   ¿No ves, mi amor, entre el monte
y aquella sonora fuente,
un solitario sepulcro
sombreado de cipreses? 5
¿Y no ves que en torno vuelan,
desarmados y dolientes,
mil amorcitos, guiados
por el hijo de Cíteres?
Pues en paz allí cerradas
descansan ya para siempre 10
las silenciosas cenizas
de dos que se amaron fieles.
Éramos niños nosotros
cuando Palemón y Asterie
llenaron estas comarcas 15
de sus cariños ardientes.
No hay olmo que, en su corteza,
pruebas de su amor no muestre;
Palemón, los unos dicen,
los otros claman Asterie. 20
Sus amorosas canciones
todo zagal las aprende;
no hay valle do no se canten,
ni monte do no resuenen.
Llegó su vejez, y hallólos 25
en paz, y amándose siempre;
y amáronse, y expiraron;
pero su amor permanece.
¿Te acuerdas, Filis, que un día,
simplecillos e inocentes, 30
los oímos requebrarse
detrás de aquellos laureles?
¡Cuántas caricias manaban
sus labios! ¡Cuántos placeres!
¡Cuánta eternidad de amores 35
juraba su pecho ardiente!
Al verlos, ¿te acuerdas, Filis,
oh, tan preciosas niñeces
volaron, que me dijiste,
deshojando unos claveles: 40
yo quiero amar; en creciendo,
serás Palemón, yo Asterie,
y juraremos, cual ellos,
amarnos hasta la muerte?
Mi Filis, mi bien, ¿qué esperas? 45
El tiempo de amar es éste;
los días rápidos huyen,
y la juventud no vuelve.
No tardes; ven al sepulcro
donde los pastores duermen 50
y, a su ejemplo, en él juremos
amarnos eternamente.
 
 
ArribaAbajo

Traducción de las Odas I, II, III y IV de Anacreonte

- I -

 
ArribaAbajo   Loar quisiera a Cadmo,
cantar quisiera a Atridas;
mas sólo amores suenan
las cuerdas de mi lira.
Otra me dad, y cante 5
de Alcides las fatigas;
pero también responde
amor, amor, la lira.
Héroes, adiós; es fuerza
que un vale eterno os diga. 10
¿Qué puedo hacer, si amores
canta, y no más, mi lira?
 

- II -

 
   Armó natura al toro
con la enastada frente,
y al caballo con plantas
que atrás furioso vuelve.
La cavernosa boca 5
sembró al león de dientes,
y la veloz carrera
dio a la prófuga liebre.
Alas prestó a las aves,
dio el nadar a los peces, 10
la sensatez al hombre;
¿y olvidó a las mujeres?
No, ¿qué les dio? Belleza,
arma la más potente.
¡Ah, cedan hierro y fuego 15
a la que hermosa fuere!
 

- III- 

 
   En medio de la noche,
cuando parece el carro
donde ostentó Bootes
sus ya cubiertos rayos;
cuando al mortal cerraba 5
los ojos el cansancio,
de pronto amor parece
mis puertas golpeando.
¿quién, de mi sueño, dije,
turba el feliz descanso? 10
Y respondió: No temas,
abre, soy un muchacho;
por compasión me hospeda,
que llueve, estoy helado,
y en deslunada noche 15
solo y perdido vago.
Me lastimé de oírle,
y voy, y enciendo, y abro,
y un niño vi con alas,
con aljaba y con arco. 20
Le siento, a par del fuego,
y caliento sus manos
con mis palmas, y enjugo
su pelito mojado.
Al fin se cobra, y dice: 25
Trae, probaré del arco
la cuerda, que esta lluvia
¡cuál me la habrá parado!
La estira, y cual serpiente
que pica y vuelve insanos, 30
me hiere toda el alma,
mi pecho traspasando.
Vengan albricias, huésped,
grita riendo; el arco
ileso está; tu pecho 35
no quedará tan sano.
 

- IV -

 
   De los frondosos lotos
a la sombra tendido,
quiero beber oyendo
el son del móvil mirto.
La túnica prendida 5
sobre el hombro, Cupido,
en un rústico vaso
me sirva el dulce vino.
Cual disparado carro
marcha el tiempo, que impío 10
nos deshace, mudando
la vida en polvo frío.
¿Y qué valdrá que entonces
riegues con leche y vino,
y ornes con vanidades 15
mi sepulcral olvido?
Ahora, mientras siento,
vierte esencias, amigo,
tráeme una hermosa, y ciñe
mi sien de rosa y lirios; 20
pues, antes que me pierda
en mi postrer suspiro,
quiero gozar. Id lejos,
cuidados pensativos.
 
 
ArribaAbajo

El rompimiento

ArribaAbajo   ¿Será, será que, osada,
¡oh Filis inconstante!,
quieras aún señorear, cual diosa,
mi mente avasallada?
Y yo, cual tierno infante 5
que, desvalido en su nutriz, reposa,
y ella es su amor primero,
toda su dicha, su universo entero,
¿cifraré mi ventura
en pender de tu pérfida hermosura? 10
   En el silencio frío
de la noche callada,
al rayo incierto de la opaca luna
yo ví, yo ví a ese impío;
te ví, te ví abrazada 15
con ese amante de mejor fortuna;
tu acento fementido,
lleno de agravios, resonó en mi oído
cuando infiel prometías
la fe que me juraste en otros días. 20
   Tú, que en su amor ahora
gozas, oh mi enemigo,
¡ay!, breve, breve llegará el momento
que en esa engañadora
llores. También testigo 25
fue ese jardín de mi feliz contento,
y murió en tus abrazos.
Húyela, que te miente, huye sus brazos,
de otra veraz te fía;
no te ama Filis, no, que toda es mía. 30
   Es mía, yo la amaba,
yo la amo aún inconstante...
No la amo; la aborrezco... ¡La alevosa!
¡La pérfida! ¿Engañaba
al más sincero amante? 35
Tanta promesa y esperanza hermosa,
Filis, ¿do están? ¿Qué has hecho
de tanta fe como juró tu pecho
cuando amarme ofrecía,
¡cruel, cruel!, hasta el postrero día? 40
   ¿Por qué entonces callabas
los agudos pesares
que me guardaba tu querer tirano?
¿Sacrílega esperabas
profanar los altares 45
cubriendo tu deshonra con mi mano?
Jamás la augusta pompa
rió en mi fantasía. Rompa, rompa
la funeral cadena
que a tus bárbaras leyes me condena. 50
   Caiga, caiga deshecho
el ídolo engañoso
que ante sus plantas me miró abatido.
Arroje ya mi pecho
error tan ponzoñoso, 55
y que odio sea cuanto amor ha sido.
¡Oh, si feliz tornara
el tiempo que voló! Jamás manchara
ese monstruo sangriento
ni aun mis oídos con su torpe aliento. 60
   ¡Bárbara! ¿Mereciste
verte jamás señora
del corazón que te entregué rendido?
Tú misma lo dijiste;
que, en cuanto Febo dora, 65
nadie supo querer cual yo he querido.
Y ¿cuál paga me has dado?
¡Ay, si me hubieras a la par amado
de mi pasión fogosa!
¡Si me amaras aún, ingrata hermosa! 70
   Huye, esperanza vana;
huid, muertos amores;
Filis, eterno adiós. Cuando mirares
esa beldad tirana,
burlada de traidores; 75
cuando pruebes los bárbaros pesares
que a mí llorar me has hecho;
cuando, herido de amor tu infame pecho,
sólo piedad implore,
y eternamente ingratitudes llore; 80
   llegó, llegó el instante
de mi fatal venganza.
De soledad y desamores llena,
siempre verás delante
esta aciaga mudanza; 85
escucharás mi voz que te condena;
y, en cruel remordimiento,
al despedir el postrimer aliento,
ya tarde arrepentida,
temblarás de mi imagen ofendida. 90

Arriba