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ArribaAbajoA...



ArribaAbajo   Que quieres con disimulo
que tu hermosura requiebre
y cual célebre celebre
en mi cálculo calculo.

   Por eso, aunque tú publicas  5
que conoces que te estimo,
si mi amor íntimo intimo,
con mil réplicas replicas.

   Esa tu belleza ingrata
del imperio de Cupido,  10
como válido valido
cual apóstata apostata.

   De infiel, pues, te califico;
y que mi amor que no estimas
con mil lástimas lastimas  15
aún en público, publico.

   Mas si acaso es un delito
no apreciar aún tus desdenes,
que tus órdenes ordenes
solícito solicito.  20

   No seas, pues, mi enemiga;
debes saber que te estimo;
si amor en mi ánimo animo,
amor, pródiga, prodiga.




ArribaAbajoReceta a los pobres


ArribaAbajo   Tres onzas de sufrimiento
con seis granos de esperanza
echados en la balanza
de vuestro antiguo contento,
se ponen en cocimiento  5
en agua de fortaleza;
doce gotas de entereza
a todo el mixto se incluye,
y esta toma disminuye
el dolor de la pobreza.  10




ArribaAbajoA. B. C. F.



ArribaAbajo   Elogiaban el mérito de una obra,
escrita en portugués, dos literatos,
y fojeando sus tomos repasaban
sus más sublimes y preciosos rasgos.
Un corredor de libros, que presente  5
se halló en la misma tienda por acaso,
por entrar en docena, de redondo,
también dar quiso su tremendo fallo.
Miró la pasta... y arrugó las cejas...
Leyó: -Lisboa- y algo amostazado,  10
cinco pesetas, dijo, solamente,
pueden contarse por los tomos cuatro.
Pero al momento replicó uno de ellos:
¿En qué colegio, dígame, ha estudiado?...
-En ninguno, señor; pero yo entiendo,  15
sobre libros, mejor que cualquier sabio.
¡Ah!... Ya usted ve... ¡La práctica continua!...
¡Frecuentar el oficio tantos años!
Como que harán, tal vez, unos cuarenta
que estoy en este continuado tráfico.  20
-Pues, bien, amigo, váyase y no pierda
la ocasión de vender esos legajos;
y advierta no es lo mismo vender libros
que disputar con quien sabe estudiarlos.

   Del mismo modo tu ignorancia torpe  25
de ciertos versos míos se ha burlado:
-La forma de la letra no está buena...
Ese renglón no entiendo... está enmendado.
Vean, vean ustedes, con B ha escrito
lo que con V ha de ser, como es muy claro.  30
Aquí falta una coma... ¿No reparan
que esta letra más bien parece garfio?...
¡Vaya!... ¡Vaya!... No sirve el tal poeta,
es un pobre novel... no es literato.
-Y yo, en respuesta, te diré que adviertas  35
que no es lo mismo hacer airosos rasgos,
lindos perfiles, bien cortadas letras,
que saber escribir, como has pensado.
Anda y decide sobre si la tinta
está excelente o no; si el corte dado  40
en la pluma de tal oficinista
está según las reglas de Torcuato;
o si el bufete, donde tú trasuntas
ideas de otro, tiene buen descanso:
que hay mucha diferencia de un copiante  45
a uno que algunas ciencias ha cursado.




ArribaAbajoEl cautiverio



ArribaAbajo   Junto con otros de su linda raza,
de placeres sin tasa
disfrutaba un canario
en el centro del bosque solitario;
y con dulces gorjeos  5
publicaba su amor y sus deseos,
libre de sinsabores y disgustos,
sin conocer las penas ni los sustos.

   Ya en el árbol más alto y más frondoso,
con canto delicioso,  10
al despuntar el día
sus placeres y dichas repetía;
ya, por la tarde, al viento
daba sus quejas con tan dulce acento,
que absortas varias pasajeras aves  15
se paraban a oír sus trinos suaves.

   Pero un día fatal, de una retama
en la flexible rama,
donde mano enemiga
con engaño dispuso oculta liga,  20
incauto fue a pararse,
y sin poder librarse,
en un ramo de flores amarillo
enredado quedó su cuerpecillo.

   Y se asusta, se afana, forcejea,  25
y grita y aletea,
pero más se aprisiona
con su inútil esfuerzo, y se traiciona
con sus quejidos graves.
¡Inhumano rigor!... Huyen las aves  30
a lo espeso del bosque, y un aldeano
viene y lo toma con grosera mano.

   Casualmente salió, de madrugada,
mi Nise idolatrada
en ese propio día,  35
y por la selva umbrosa discurría
gozando la frescura
de una mañana saludable y pura;
y también, sin pensarlo, casualmente,
a este caso fatal se halló presente.  40

   Ve el maltrato que el rústico grosero
daba a su prisionero,
y la brutal porfía
con que en sus toscos dedos lo oprimía,
porque en su mente avara  45
creía que tal vez se le escapara;
y viendo tierna, su sensible lloro,
rescató al preso con monedas de oro.

   En su seno, después, dándole abrigo,
se lo lleva consigo,  50
y en una jaula hermosa
lo asegura y encierra cuidadosa.
Empero, él, despechado,
quería quebrantar el enrejado
de su estrecha prisión, y en sus tormentos  55
al cielo enviaba míseros lamentos.

   Mas viendo al otro día que sus quejas
no ablandaban las rejas,
su piquito menudo
ni una vez sola abrió; que inerte y mudo  60
de su desdicha rara
contemplaba el rigor, sin que halagara
su vista inmóvil, macilenta y triste,
ni la lechuga, ni el sabroso alpiste.

   Abatido, turbado y soñoliento,  65
estuvo sin aliento
en los primeros días;
mas poco a poco sus melancolías
se fueron disipando,
hasta que un día despertó cantando  70
recuerdos de su amor, y en el siguiente
saludó el alba, dulce y tiernamente.

Y todas las mañanas adormida,
y al descuido vestida,
pero linda y hermosa,  75
como del prado la purpúrea rosa,
mi Nise visitaba
a su caro cautivo, y lo excitaba,
diciéndole mil gracias, mil amores,
a desechar sus penas y temores.  80

   Luego abriendo, con gracia y con cuidado,
del estrecho enrejado
la pequeñita puerta;
su linda mano, (a la sorpresa alerta),
con tiento introducía,  85
y en dorados vasitos le ponía
agua refrigerante, fresca y pura,
y sabrosa semilla bien madura.

   Entonces el canario, agradecido
al tierno y decidido  90
afecto de su dueño,
con bullicioso afán y loco empeño
abría sus alitas,
y saltando por todas las varitas
de su jaula pequeña, se acercaba  95
y de Nise la mano acariciaba.

   Fenece el tiempo toda desventura
y es médico que cura
la mundanal dolencia.
Todo cede del tiempo a la influencia;  100
y así en pocos momentos,
los crueles y pesados sufrimientos
del canario, pasaron cual el velo
que empaña a veces el azul del cielo.

   No se acordaba ya de los arbustos,  105
tálamo de sus gustos,
ni del amor florido
donde solía holgar. Echó en olvido
sus dichas, sus amores;
que gozando de Nise los favores  110
de tal manera disipó sus penas
que a olvidarse llegó de sus cadenas.

   Pero un día fatal se quedó abierta
de la jaula la puerta
por un raro accidente;  115
y el canario, sagaz y diligente,
la ocasión aprovecha,
y cual del arco disparada flecha,
veloz larga su vuelo descansado
de la casa vecina hasta el tejado.  120

   Allí, en seguridad, el libre ambiente
respira independiente,
y con voz delicada
canta su libertad recuperada
y el próximo regreso  125
a la patria feliz, al monte espeso;
mientras mi Nise viendo su alegría
con el llanto en los ojos le decía:

      -Vuelve, ingrato canarito,
      Vuelve a la dulce prisión.  130

¿Por qué insensible y afano
te alejas de quien te adora?...
¿Por qué te muestras ahora
      tan tirano?
Deja el injusto rigor;  135
desecha tu loco empeño;
no cometas con tu dueño
      tal delito.

      Vuelve, ingrato canarito,
      vuelve a la dulce prisión.  140

   Acuérdate que en mi pecho
te di, benigna, un abrigo,
y que has estado conmigo
      satisfecho.
No olvides que por amor,  145
tan luego que amanecía,
en mi boca humedecía
      tu piquito.

      Vuelve, ingrato canarito,
      vuelve a la dulce prisión.  150

   Tal vez la suerte enemiga
te lleva por la pradera;
tal vez, oculta, te espera
      nueva liga.
Reconoce, pues, tu error  155
y no emprendas tal camino,
mira que es un desatino
      te repito.

      Vuelve, ingrato canarito,
      vuelve a la dulce prisión.  160

   Aquí está tu jaula hermosa,
aquí tienes agua pura,
aquí, semilla madura
      y sabrosa;
¿quién te cuidará mejor  165
allá en el bosque?... ¿Qué mano
te estará escogiendo el grano
      pequeñito?...

      Vuelve, ingrato canarito,
      vuelve a la dulce prisión.  170

   -Ya no es posible, contestó, engreído.
Te estoy agradecido
por el sumo cuidado
con que, amorosa y tierna, me has tratado;
pero aunque alegre vivo  175
en doradas cadenas, soy cautivo.
¿Libre no me crió, propicio, el cielo?...
Pues libre quiero ser, y largó el vuelo.

   Entonces yo por disipar un tanto
de mi Nise el quebranto,  180
amoroso, la digo:
Tu descuido merece tal castigo.
Una lección preciosa
nos ha dado el canario. Ven, reposa,
y recomienda fiel a la memoria  185
de otro cautivo mísero la historia.

   Antes, sin conocer de los amores
los crueles sinsabores,
desde que amanecía
gozaba yo la dicha en compañía  190
de mis caros amigos.
Arturo, Adolfo, Ernesto son testigos
de que, en aquellos tiempos de bonanza,
no tenía ni amores ni esperanza.

   Joven y alegre, en dulces diversiones,  195
festivas reuniones,
amables sociedades,
y en procurarme nuevas amistades
me entretenía solo;
y enseñado por Baco y por Apolo  200
saboreaba de Venus los placeres,
y luego despreciaba a las mujeres.

   Mas al punto no sé si por desgracia
que vi tu aire, tu gracia,
tu airosa gentileza  205
y el conjunto sin par de tu belleza;
luego que cruel veneno
tus ojos trasmitieron a mi seno,
sin poderlo evitar quedé prendido
en la traidora liga de Cupido.  210

   Pero al momento que ardorosa llama
mi corazón inflama
te cuento mi dolencia;
espero resignado la sentencia;
vienen y pasan días:  215
te conmueven, al fin, las penas mías;
y una promesa mutua, un compromiso,
para siempre jamás tu esclavo me hizo.

   Mas al día siguiente, cuando en mi alma
se introdujo la calma,  220
con ojos más serenos
mi antigua libertad eché de menos.
Conocí el resultado
de un compromiso nada meditado;
quise retroceder; tiemblo cobarde  225
el riesgo al meditar, mas ya era tarde.

   No podía faltar a mi promesa
sin notoria vileza:
ya no había remedio.
La desesperación, la angustia, el tedio,  230
me iban aniquilando;
mas poco a poco el tiempo fue curando
mi corazón herido, y cada día
mi pasado contento renacía.

   Tus continuos favores, tus servicios,  235
tus grandes sacrificios
y tu amoroso trato,
suavizaron al fin mi pecho ingrato,
y ya mi antigua gloria
ni atormenta ni aflige mi memoria;  240
apetezco de amor el duro imperio;
y me es dulce y amado el cautiverio.

   Pero cuida, mi bien, que un accidente
no mude de repente
mi situación dichosa;  245
que una desavenencia peligrosa
no anule en un momento
mi solemne y antiguo juramento;
y, en fin, que un día no se quede abierta
de mi estrecha prisión la dura puerta.  250

   Una ofensa, una duda, un falso aviso
rompen un compromiso.
La verdad no te ofenda
no tiene la pasión segura prenda;
y aún el más rendido,  255
cuando mira la jaula de Cupido
con las puertas abiertas, sin recelo,
como lo hizo el canario, larga el vuelo.

   Rompió mi Nise su silencio mudo,
pues resistir no pudo  260
mi discurso prolijo.
Perezca si he de ser traidora, dijo,
y echándome los brazos,
estos serán, siguió, los dulces lazos
que estrechen nuestra unión y nuestra suerte;  265
yo le contesto: Sí, hasta la muerte.




ArribaAbajoLa pulga



ArribaAbajo   ¿Pulga es esa
que está presa
en tus dedos
de marfil,
y que ajada,  5
y estropeada
la das, tenue
muerte vil?

   ¿En tu seno
blanco y lleno  10
esa pulga
te picó?...
Tal impía,
Nise mía,
muera, muera...  15
Pero... ¡no!

   ¿Está escrito
que es delito
por tu seno
retozar;  20
o pecado
reservado
de su néctar
saborear?...

   Si no es eso,  25
te confieso
que si fuera
yo pulgón,
te daría,
vida mía,  30
más punzante
comezón.

   Vez en cuando,
saltos dando,
me lograra  35
colocar
en tu cuello,
rico y bello,
mas riesgoso
de picar.  40

   Y discreto,
con secreto,
me rodara
sin temor
a tus pechos  45
sin par hechos
por las manos
del amor.

   Allí loco,
que esto es poco  50
para tanto
merecer,
brincaría
de alegría
¡oh contento!  55
¡Qué placer!

   Los libara,
y acosara,
por doquiera
veces mil;  60
que la abeja
no se aleja
de las flores
del pensil.

Y destotro  65
para esotro
con amante
frenesí
los pondría,
vida mía,  70
cual de grana,
pese a ti.

   Mas de miedo
de tu dedo
a las pulgas  75
tan fatal.
Me escondiera
y envolviera
en un pliegue
del cendal.  80

   Y el nublado
terminado,
comenzara
nueva lid,
a tu enojo,  85
listo el ojo,
oponiendo
nuevo ardid.

   Tú exitada
y acosada  90
por la ardiente
picazón,
de tu pecho,
con despecho,
descorrieras  95
el crespón;

   y a las claras
me buscaras
nuevamente
con afán,  100
los dobleces,
varias veces
repasando
del holán.

   Pero en vano,  105
que yo ufano
desde dentro
mi capuz,
te burlara,
y espiara  110
tus encantos
a la luz,

   y embriagado,
con agrado
me adurmiera  115
¡oh ilusión!,
al amigo
dulce abrigo
de tu tierno
corazón.  120

   Y de noche...
en reproche
de mi avance
criminal,
¿de esa suerte  125
la das muerte
en tus uñas
de coral?...

   Pulgón triste
que tal viste,  130
las exequias
te haré yo;
que enojada
mi adorada
con la pulga  135
te mató.




ArribaAbajoMi porfía



ArribaAbajo   Otra vez con más valor
y fervor,
mujer esquiva y tirana,
al pie estoy de tu ventura.
Para contarte mi amor;  5
que no cedo,
ni de mi plan retrocedo,
pues te adoro con firmeza
y je de domar tu fiereza
ya que vencerme no puedo.  10

   El que vino anoche soy,
aquí estoy;
que de tu amable conquista
nadie me hará que desista,
y he de volver si me voy,  15
mi porfía
a tu rigor desafía,
y a pesar de tu arrogancia
a fuer de perseverancia
te juro que has de ser mía.  20

   Y que brame el vendaval
y en mi mal
se desenfrene furioso,
y que arrecie borrascoso
el desecho temporal;  25
tu ventana
no he de abandonar, tirana,
pues, o me cuesta la vida,
o he de conseguir rendida
tu voluntad soberana.  30

   ¿Te escudas con el desdén?
Está bien,
veremos cuál es más fuerte,
o quién tiene mejor suerte,
tú o yo... veremos quién.  35
Por mi parte,
prometo el importunarte,
sin que detengan mi arrojo
ni tu risa ni tu enojo,
hasta lograr domeñarte.  40

   Los días se pasarán
y vendrán
las noches para tu daño;
irase tras uno otro año,
y yo constante en mi afán.  45
¿Te da miedo
mi arrogancia y mi denuedo?
Si quieres saber, escucha
el motivo de esta lucha,
que bien contártelo puedo.  50

   En mis noches de dolor,
tu rigor
lamentaba despechado
y renegaba apocado
de mí, de ti y del amor.  55
Maldecía
la funesta estrella mía,
y culpando a mi destino,
en mi loco desatino,
me acuerdo que así decía:  60

   ¿Habrá en el mundo pesar
cual amar
con una pasión intensa
sin la menor recompensa
que nos pueda consolar?...  65
No hay tormento
que se iguale al sentimiento
de verse uno despreciado
del objeto idolatrado,
imán de su pensamiento.  70

   Del cielo por un favor,
mi clamor
casualmente oyó un anciano,
otro tiempo cortesano
de los palacios de amor,  75
quien me dijo:
-No te desesperes, hijo,
por mal que remedio tiene,
que tras los pesares viene,
aunque tarde, el regocijo  80

   pretextando su deber
la mujer
se nos manifiesta ingrata,
y con tibieza nos trata
por hacerse apetecer;  85
que segura
juzga su suerte futura,
dando a entender que desprecia
al mortal que más aprecia
y a quien unirse procura.  90

   Pero quien sigue en su amor
con fervor,
a la postre de la ley,
y de esclavo pasa a rey,
y de vasallo a señor:  95
que Belleza,
débil por naturaleza,
podrá resistirse al oro,
a la súplica y al lloro,
pero nunca a la entereza.  100

   Sigue, pues, tu pretensión;
con tesón
importuna a tu querida,
que bien puede ser fingida
su dureza y aversión.  105
Quizá el fuego
siente ya del niño ciego;
y atendiendo a su provecho
la posesión de su pecho
no quiere darte tan luego.  110

   Mira, pues, si con razón
tal lección
me habrá prestado energía,
para andar en mi porfía
con mayor obstinación.  115
Poco medra
quien al principio se arredra;
y me ha de costar la vida,
o he de ablandarte, querida,
ese corazón de piedra.  120

   Piensa, pues, lo que ha de ser,
que vencer
me propongo tu desaire,
sin que tierra, fuego, ni aire,
me hagan un punto ceder  125
del proyecto
premeditado y directo
de obligarte, despechado,
a que de fuerza o de grado
correspondas a mi afecto.  130

   Si esta noche tu esquivez
otra vez
desprecia mis tristes preces,
volveré mil y mil veces
y con la misma altivez.  135
Ya te he puesto
mi intención de manifiesto;
hazme, pues, afortunado,
que cuando me vea amado
ya no te seré molesto.  140




ArribaAbajoEl retrato de Nise



ArribaAbajo   Es mi idolatrada
de color trigueño;
de cutis sedeño;
mejilla rosada;
nariz afilada  5
de rasgo ideal;
ojos hechiceros;
labios de coral.

   Su blondo cabello
es largo y poblado;  10
su brazo, torneado,
y esbelto su cuello;
su pecho, alto y bello;
tu talle, sin par;
sus pies, pequeñitos;  15
garboso su andar.

   Las almas fascina
su ardiente mirada;
su voz delicada
es suave, argentina,  20
hermosa y divina,
sin comparación;
veneno es su aliento;
fuego el corazón.




ArribaAbajoDespedida



ArribaAbajo   Quédate en paz, hermosa trujillana,
de ojos rasgados y de tez morena,
pura como la cándida azucena,
pura como la rosa en su botón.
Quédate en paz, mujer encantadora,  5
de persuasivo y agradable acento,
ingenio celestial, claro talento
y fogoso y ardiente corazón.

   Adiós ¡oh tú!, que sin saberlo has sido
de mi tímido afecto caro dueño,  10
sombra feliz de mi dorado ensueño,
mi amor, mi gloria, todo mi placer,
terminaron las dulces ilusiones
que formaban mi dicha y mi delirio;
se secó mi esperanza como el lirio,  15
del ábrego al furor. Adiós, mujer.

   Te vi, y al verte tan gentil, tan bella,
tributarte juré divino culto
quemando reverente, y en oculto,
el incienso de amor sobre tu altar.  20
Desde entonces contemplo entusiasmado
y en silencio tu angélica hermosura,
que no es falta de amor, sino cordura,
lo que es amable con silencio amar.

   Así viví feliz, mas ya no tiene  25
ni este consuelo mi alma enamorada,
no veré más su cándida mirada,
no veré más tu dulce sonreír,
que el dedo inexorable y poderoso
del genio que preside mi destino  30
me señala, de nuevo, otro camino
y me ordena despótico partir.

   Adiós por otra vez. Yo parto, empero
no llevo ya conmigo mi secreto,
que hace días conoces al sujeto  35
que te adora con ciego frenesí;
y cuando oigas leer mi despedida,
compadeciendo mi fatal estrella,
a tus solas, dirás: Yo fui su bella,
y estos versos los hizo para mí.  40

   Pero escucha, mi bien. Por tu mejilla
si una lágrima ardiente se resbala,
y sin motivo cierto un ¡ay!, se exhala
del fondo de tu ardiente corazón;
si te parece oír tristes gemidos  45
alrededor de tu tranquilo lecho,
y sin saber por qué late tu pecho
con más rápida y dulce agitación;

   será que por simpático prodigio
nuestras almas procuran encontrarse,  50
unirse para siempre, y embriagarse
con el sabroso néctar celestial.
Será que mis suspiros abrasados,
salvando la distancia, encuentran eco,
y repiten mis quejas en el hueco  55
de tu sensible pecho virginal.

   Y será, en fin, que mi llanto,
por encanto,
viene de tierras muy lejas,
en las alas del dolor,  60
a protestarte mi amor
quebrantándose en tus rejas.

Y no lo dudes, querida,
que en la vida
hay infinitos arcanos  65
que superan la experiencia
y la raquítica ciencia
de los míseros humanos.

   Los graves buscan su centro;
al encuentro  70
corre el fierro del imán;
y éste se dirige al norte
por un oculto resorte
que los hombres no verán.

   Y si la materia inerte,  75
de esta suerte,
sabe salvar la distancia
y operar con exigencia,
¿seres de mejor esencia
tendrán menos importancia?  80

   No cabe duda, querida,
que en la vida
nuestras almas inmortales
tengan medios más directos
para emitir sus afectos  85
y comunicar sus males.

   Y así, por ocultos giros,
mis suspiros
resonarán en tu pecho,
y como fieles espías  90
estarán noches y días
de los tuyos en acecho.

   Y las noticias flamantes
que galantes
me traigan cada mañana  95
de tu amor y compasión,
serán mi consolación,
te lo juro, trujillana.




ArribaAbajoEl montonero



ArribaAbajo   Derrotado y perseguido
por el Yungay veterano,
que sostiene del tirano
la causa de maldición;
a veces ando perdido  5
de los montes por la altura.
El puñal a la cintura,
y el fusil a discresión.

   A veces por campo inculto
vago, pensativo y serio,  10
en busca de refrigerio
al cansancio y al afán;
y a veces, triste, me oculto
por enmarañadas breñas,
o en el hueco de las peñas,  15
quizás sin tener un pan.

   Por la noche refugiado
a la choza del labriego,
en mortal desasosiego
siento las horas correr;  20
que a mi pesar desvelado
con pensamientos prolijos,
recuerdo mis tiernos hijos,
suspiro por mi mujer.

   A veces, a los reflejos  25
de la amarillenta Luna,
subo a la empinada puna
que da vista a la ciudad;
y me consuelo de lejos
divisando el campanario  30
que se eleva solitario
cerca de mi vecindad.

   Y a veces me desespero
de ser patriota y honrado,
y en este instante menguado  35
deseo, más bien, morir;
pero luego un compañero
que me depara la suerte,
con su presencia me advierte
que hay un deber que cumplir.  40

   Y entonces, asaz mohíno,
abandono mi hospedaje,
y vuelvo con más coraje,
entusiasmado, a la lid;
que el bravo cajamarquino,  45
combatiendo sin rutina,
cederá a la disciplina,
mas no al valor ni al ardid.

   Así, en tormentos diversos,
y pesadumbres tiranas,  50
paso días y semanas
en continua agitación;
en tanto que los perversos,
en festines inmorales,
desperdician los caudales  55
que roban a la nación.

   ¿Pero nunca serán rotas
nuestras pesadas cadenas?...
¿Sufriremos tantas penas
en eterna esclavitud?...  60
¡Jamás, jamás compañeros!
A buscar al enemigo,
y darle justo castigo,
y libertar al Perú.




ArribaAbajoAlegoría



ArribaAbajo   En la pradera un día,
vagando silencioso,
un álamo frondoso
y corpulento vi,
que de soberbias ramas  5
ricamente adornado
otro más agradecido
no había por allí.

   Muchas plantas parásitas
al sentirlo robusto  10
se arrastraban con gusto
por el su alrededor;
mientras otras felices,
aunque no tan deseadas,
estaban ya abrazadas  15
al fuerte protector.

   Y al verlo tan lozano
y con tan rico adorno,
y viendo en su contorno
las plantas vegetar,  20
me dije: no es posible
que se atreva la muerte
contra quien de esta suerte
sabe la vida dar.

   Mas viene la tormenta,  25
brama el rayo espantoso,
y el huracán furioso
lo empieza a conmover;
y su gravedad propia,
con el peso aumentada,  30
de su pompa prestada
lo hacen por fin caer.

   Y yo lo vi por tierra,
ajada su frescura,
marchita su verdura,  35
rota su ramazón;
mientras el pobre sauce
desnudo de primores,
en los mismos rigores
no padeció lesión.  40

   Pero noté que sólo
el álamo caído
para siempre tendido
en el suelo quedó;
pues las plantas rastreras,  45
después de la tormenta,
íbanse en busca lenta
del árbol que quedó.

   Lo cual viendo, me dije:
Esto es lo que sucede  50
dejar al que no puede
favorecernos ya;
mortal que haces ufano
de tu poder ostenta,
¿después de la tormenta  55
quién te levantará?




ArribaAbajoA una niña



ArribaAbajo   Niña que, a tus infantiles
      diez abriles
quieres parecer persona
de la severa matrona
parodiando los perfiles;  5
      no es tu edad
para ostentar gravedad,
que, en vez de causar respeto,
tu continente discreto
divierte a la sociedad.  10

   En la aurora de la vida
      es fingida
toda quietud, toda calma,
pues entonces anda el alma
en mil locuras perdida.  15
      Y es feliz
en su inocente desliz,
yendo sin fe ni creencia,
que el yugo de la experiencia
aún no grava en su cerviz.  20

Viveza, desasosiego,
      risa, juego,
bulla y chacota es la infancia;
todo primor y elegancia;
todo vida; todo fuego.  25
      Que aún el Sol,
cuando le toca en su rol
presentarse por Oriente,
se muestra activo, esplendente,
y con dorado arrebol.  30

   Ríe, pues, y baila, y canta,
      entre tanta
juguetona jovencita,
que una corre y otra grita,
y otra ejercita su planta  35
      con primor;
mientras en el tocador
aquélla ensaya sus muecas,
y ésta dice a sus muñecas
tiernas palabras de amor.  40

   No malgastes tus abriles
      infantiles,
ni para la edad dichosa
de tu primavera hermosa
amontones sombras viles;  45
      que galán
para divertir tu afán,
los paseos, bailes, fiestas,
teatros, farsas y orquestas
te guarda el mundo en su plan.  50

   Y para adornar tu seno,
      blanco y lleno,
han de nacer la mosqueta,
la fraganciosa violeta,
y el clavel tinto y relleno.  55
      Y por fin,
el primoroso jardín
te ha de prodigar, en hondo,
para tu cabello blondo
las aromas y el jazmín.  60

   No des, pues, motivo a queja;
      pronto deja
ese semblante de riña,
que no dice en una niña
la seriedad de una vieja.  65
      Guarda, guarda
tu formalidad bastarda
para cuando el tiempo aleve
cubra tus trenzas de nieve
y aje tu beldad gallarda.  70

   Para cuando el soplo inmundo
      de este mundo
tu cutis haya ultrajado,
y en tu frente haya trazado
surcos el dolor profundo;  75
      que quizá
ese tiempo cerca está,
y si hoy no gozas prudente
de la ventura presente,
mañana te pesará.  80

   Ríe, pues, y baila, y canta,
      entre tanta
juguetona jovencita,
que tu fosca personita,
en vez de agradar, espanta.  85
      En tu edad
no cuadra la gravedad;
deja el serio continente
porque se ríe la gente
al ver tu formalidad.  90




ArribaAbajoA Carlota



ArribaAbajo   El rico, el pobre, el libre y el ilota
te tributan su amor y su respeto,
y no es vana lisonja, no hay sujeto
que no te quiera bien, linda Carlota.

   ¿Y el motivo?... ¿Será porque natura  5
te concedió, propicia, sus favores?...
¿Será porque tus ojos seductores
miran con grata, celestial dulzura?...

   ¿Será porque tu risa incitativa
doquier produce júbilo y contento?...  10
O, en fin, será porque tu claro acento
conmueve el corazón y lo cautiva?...

   Los cielos te adornaron con largueza;
las Gracias te mecieron en la cuna;
y desde entonces ofreció Fortuna  15
brillante porvenir a tu belleza.

   Pero no pienses, no, Carlota amable,
que tu hermosura causa aquel prodigio:
éste resulta y nace del prestigio
de un encanto mayor, más apreciable.  20

   Tu corazón sencillo y candoroso,
donde apacible la virtud anida;
tu tierno corazón que Dios bendiga
y haga siempre feliz y venturoso;

   Es la joya preciosa y de valía  25
que engalana tu angélica hermosura,
y el talismán divino que procura
en tu favor la ajena simpatía.

   ¡Bajas los bellos ojos con modestia!
¡Se enrojecen tus cándidas mejillas!  30
No creí yo que frases tan sencillas
te ocasionaran la menor molestia.

   Empero, no me arrepiento
de mi intento,
pues el precioso carmín  35
que en tu mejilla se nota
¡ay Carlota!,
te asemeja a un serafín.

   Jamás muestra la atractiva
sensitiva  40
su virtud con más vigor
que cuando humilla la frente,
porque siente
el contento halagador.

   Jamás, pues, una doncella,  45
pura y bella,
ostenta mejor su prez,
que cuando con el ornato
del recato
colora su hermosa tez.  50

   Por eso, sabia natura,
en la hechura
de tu tierno corazón,
quiso emplear todo su arte
y en él darte  55
un tipo de perfección.

   Y lo formó: lo halló bueno
y en tu seno,
candoroso y virginal,
lo dispuso de manera  60
que se viera
como al través de un cristal:

   que se pone el cofre de oro,
por decoro,
adonde pueda lucir;  65
mas el arca sucia y pobre,
que es de cobre,
no se deja traslucir.

   Y mira, hermosa el motivo
por qué al vivo  70
se manifiesta en tu faz
lo que tu corazón siente,
pues no miente,
ni necesita disfraz.

   Que es el púdico decoro  75
tu tesoro;
tu alhaja, la rectitud;
y tu singular nobleza,
la pureza
con que brilla tu virtud.  80

Feliz aquel que dichoso,
y amoroso,
posea tu corazón;
y feliz yo si consigo,
como amigo,  85
de tu amistad el blasón.