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  —61→  


ArribaAbajoPrimavera


Comenzaba a reír la primavera
cuando, por vez primera,
casi niños los dos nos conocimos;
y llegaron las horas venturosas
      que, abiertas con las rosas,  5
crecieron a la par con los racimos.

Radiaba de su cándida belleza
      aquel fulgor que empieza
a derramar el sol en la alborada,
que, al sonrosar la juventud naciente,  10
      es rubor en la frente
y rayo de pasión en la mirada.

Yo la dije mi amor el primer día,
      (Que entonces no sabía
ahogar el corazón dentro del pecho),  15
vagando por las sendas arboladas
      y frescas enramadas
donde se eleva su paterno techo.

Ella oyó mis palabras indecisa,
      mas su dulce sonrisa  20
trocó de pronto en gravedad severa;
y tomando un camino sombreado,
      se alejó de mi lado
desdeñosa, es verdad, pero hechicera.

¡Oh, qué interno y cruel remordimiento  25
      nubló mi pensamiento!
juré, inocente, mi futura enmienda;
y, hundido de mi culpa en el abismo,
      huyendo de mí mismo,
tomé del bosque por contraria senda.  30

¡Desengaños de amor! ¡de las pasiones
      amargas decepciones!
—63→
¡Cómo desmaya el corazón herido!
¡Cómo en torno parece que se siente
un sollozo doliente  35
que se estrella perenne en el oído!

«¡Ah! ¿por qué fui con ella tan osado?
      Decía despechado.
¿Por qué no supe respetar la calma
de su inocente juventud dormida,  40
      y al lago de esa vida
como una piedra desplomé mi alma?»

Y vagaba, vagaba a la ventura,
      como en la selva oscura
ave extranjera demandando abrigo,  45
cuando al doblar la senda tortuosa,
      ¡casualidad dichosa!
Yo me encontré con ella, ella conmigo.

Sentí vergüenza, irritación, desprecio
      de mi arrebato necio;  50
y si postrado no caí de hinojos
y hasta sus plantas no llegué sumiso,
      fue porque ella no quiso
llamarme, cual solía, con los ojos.
—64→

No: sin mirarme atravesó el camino;  55
      y de un rosal vecino,
una flor escogió, fresca y lozana,
una rosa encendida, que no era
      sólo copia hechicera,
sino también de su mejilla hermana.  60

Pero cuando, al ponerla en su cabello,
      su rosado destello
se derramó sobre su sien de armiño,
      ¡ciego, loco tal vez, aunque no absuelto,
      me adelanté, resuelto  65
a ofenderla otra vez con mi cariño!

Al sentirme llegar, alzó la frente,
      y casi indiferente,
como el que al bien una venganza inmola,
me dijo, el bello rostro sonreído:  70
      -«Creerás?... No te he sentido.
¿Por qué te apartas y me dejas sola?»

No supe contestarla. Aquel acento...
      mi corazón, sediento
de las visiones que creó soñando...  75
el reciente dolor... la ofensa impía...
—65→
      ¡Ay! ¡Toda el alma mía
estalló en su presencia sollozando!

Y ella también, su juvenil cabeza,
      más bella en su tristeza,  80
sobre mi pecho abandonó, llorosa;
y en aquel arrebato delirante,
      quedó por un instante
bajo mis labios la encendida rosa.

-«Tómala, es toda tuya», me decía  85
      cuando en suave alegría
nuestro primer dolor se hubo trocado;
y desde entonces, dichas me parecen
      enojos que florecen
no bien con dulce llanto se han regado.  90

  —67→  


ArribaAbajoOfrenda


¡Ah! Yo que en torno de tu sien he visto
perennemente suspendida el alba,
y encenderse en el cielo de tus ojos
como una estrella el esplendor de tu alma,
he querido mi ofrenda de poeta  5
consagrar a tu imagen solitaria,
azucena de luz, donde mi espíritu
posó temblando sus ligeras alas.

  —69→  


ArribaAbajoLa sombra del sauzal


Brinda albergue sin igual,
en las siestas del estío,
a las márgenes del río
melancólico sauzal.

Todo tiene allí la unción  5
de lo eterno y lo distante,
y hay un aura refrescante
que acaricia el corazón.

De las ramas, enarcadas
bajo el peso de los nidos,  10
vuelan trémulos gemidos
y penumbras sonrosadas.
—70→

Sin el ¡ay! De las congojas,
sin lo amargo de la pena,
habla el eco que allí suena  15
el lenguaje de las hojas.

¡El lenguaje cuya inquieta
voz vibrante y sin aliño,
dialogaba desde niño
con mis sueños de poeta!  20

Sed de amor y de reposo
el espíritu allí siente,
difundido en el ambiente
como un hálito glorioso.

No han soñado el ideal  25
ni su encanto conocieron,
los que nunca se adurmieron
a la sombra del sauzal.

Blanca virgen, que no esquiva
las caricias de su dueño,  30
al conjuro de un ensueño
se adelanta pensativa.
—71→

Aura errante, placentera
mueve la onda luminosa
de su rubia., de su hermosa  35
desbordada cabellera.

En la sombra se adivina
el destello que la inunda,
y espumosa la circunda
la flotante muselina.  40

Suele a veces levantar
a los cielos la mirada,
como tórtola agitada
por el ansia de volar.

Y las ramas, que la ven  45
palpitante, de la altura
caen en arcos de verdura
sobre el arco de su sien.

Y rendidas a su imperio,
bulliciosas la consultan,  50
y la elevan, y la ocultan
en el seno del misterio...
—72→

¡Ah! ¡Su imagen celestial
es un sueño del estío:
luz y niebla de algún río,  55
divagando en el sauzal!

1877.

  —73→  


ArribaAbajoBasta y sobra


¿Tú piensas que te quiero por hermosa,
      por tu dulce mirar,
por tus mejillas de color de rosa?
Sí, por eso y por buena, nada más.

¿Que entregada a la música y las flores,  5
      no aprendes a danzar?
Pues me alegra, me alegra que lo ignores
yo te quiero por buena, nada más.

¿Que tu ignorancia raya en lo sublime,
      de Atila y Genjis-Khan?  10
¡Qué muchacha tan ciega!... Pero, dime:
¿Si lo supieras, te querría más?
—74→

Bien se están con su ciencia los doctores
      la tuya es el hogar;
los niños y la música y las flores,  15
bastan y sobran para amarte más.

  —75→  


ArribaAbajoA una niña en su álbum


¿Versos? ¡y tienes dieciséis años!
Mira, los versos mejores son
no tener penas ni desengaños,
vivir esclava de una ilusión.

Cantos alados, rimas inquietas,  5
desde tu seno vienen a mí:
más que en la lira de los poetas,
hay armonías dentro de ti.
—76→

Deja que vuele tu fantasía,
pon en sus alas todo tu ser,  10
que allí se encuentra la poesía
donde va el alma de una mujer.

Nunca las bellas formas ligeras
que los poetas hacen vivir,
vierten la lumbre de esas quimeras  15
que hay en el fondo del porvenir.

Duérmete, y sueña. Mientras reposas,
verás cual vuelan en derredor,
como un enjambre de mariposas,
tus ilusiones de flor en flor.  20

Hay en la vida sólo una hora
de inexplicable santa embriaguez,
y es cuando el alma como una aurora
rompe las sombras de la niñez.

Se aclaran, brillan los horizontes  25
sienten las selvas vaga inquietud
florece el día sobre los montes;
¡Ama y palpita la juventud!
—77→

¡Santos delirios! De esos engaños
huye vencida la inspiración:  30
cuando se tienen tan pocos años,
no hay mejor lira que el corazón.

1879.

  —79→  


ArribaAbajoEl nido de boyeros


A Mercedes Obligado


Yo conozco en las islas un arroyo
eternamente límpido y sereno,
que parece, tendido entre los sauces,
      larga cinta de acero.

Sonríen al pasar todas sus aguas  5
del camalote azul bajo el reflejo,
y del rosal silvestre se iluminan
      al cárdeno destello.
—80→

En la vecina estancia hay una niña
de trece años lo más, quizá de menos,  10
muy dada a pasear por el arroyo
      tranquilo de mi cuento.

Se la ve en la canoa, (una canoa
pequeña y blanca, con filetes negros),
reclinada en la popa, y con la pala  15
      que la sirve de remo.

Unas veces, bogando lentamente
por la margen, la lleva su deseo
a elegir una flor, y va regando
      las aguas con sus pétalos.  20

Otras, impulsa con vigor la pala,
quedan detrás girando mil hoyuelos,
y al aire se desatan en manojos
      sus lúcidos cabellos.

Perturban el silencio de las islas  25
sus gritos y sus risas, que los ecos
con musical cadencia desparraman
      vibrantes a lo lejos.
—81→

Fatigada abandona, destilando,
sobre la falda atravesado el remo;  30
y tal, semeja un cisne que dispone
      las alas para el vuelo.

Suele verme al pasar, y me amenaza,
fingiéndose enojada, con el dedo;
del recodo inmediato, vuelve el rostro  35
      y me grita: «¡hasta luego!»

Pero ayer sucedió que mientras iba
buscando sombras para el sol de Enero,
vio colgado a un laurel, sobre las aguas,
      un nido de boyeros.  40

Era hermoso, en verdad: resplandecían
las fibras del cardón en largo cesto,
y al rumor del laurel se columpiaba
      con la igualdad de un péndulo.

La niña, puesta en pie sobre la popa,  45
tendió los brazos a bajarlo en ellos,
pero desviole el nido una imprevista
      trepidación del viento.
—82→

Ya las mangas caídas, los desnudos
mórbidos brazos levantó de nuevo,  50
y, balanceada entonces la canoa,
      la derribó en su asiento.

Irguiose al punto, en actitud airada,
golpeola fuerte el corazón el pecho,
y alzó la pala a derribar el nido,  55
       con implacable ceño.

Sobre la copa del laurel, un ave
negra y brillante, reposó su vuelo;
y por todas las islas resonaron
      los cantos del boyero.  60

Llevó la joven al cantor los ojos,
bajó la pala y escuchó en silencio...
¡Qué intensas van las amorosas notas
      de las niñas al seno!

Oyó después, cuando callada el ave,  65
embebecida se quedó un momento,
salir del nido un delicioso y blando
      susurro de polluelos.
—83→

-«¡Ah, no duermen!» se dijo, y con la pala
ingenuamente se entregó a mecerlos...  70
Pero viome de pronto, y encendida
      abandonó su empeño.

Sucede desde ayer que mi vecina,
al volver lentamente de regreso,
no me quiere mirar, ni me amenaza  75
      como antes, con el dedo.

Es inútil negarme tus miradas,
valiente remadora de ojos negros.
No dormirás ya en paz, porque conoces
      el nido de boyeros.  80

  —85→  


ArribaAbajoAcuarela


Es la mañana: nardos y rosas
mueve la brisa primaveral,
y en los jardines las mariposas
vuelan y pasan, vienen y van.

Una niñita madrugadora  5
va a juntar flores para mamá,
y es tan hermosa que hasta la aurora
vierte sobre ella más claridad.

Tras cada mata de clavelina,
de pensamientos y de arrayán,  10
gira su traje de muselina,
su sombrerito, su delantal.
—86→

Llena sus manos de lindas flores,
y cuando en ellas no caben más,
con su tesoro de mil colores  15
vuelve a los brazos de su mamá.

Mientras se aleja, como dos rosas
sus dos mejillas se ven brillar,
y la persiguen las mariposas
que en los jardines vienen y van.  20

  —87→  


ArribaAbajoAl partir


¿Es verdad que te ausentas de la patria
donde a la aurora, por primera vez,
el sol de Mayo te envolvió en su lumbre
y allá en la cuna te besó la sien?

¿Es verdad que te apartas de ese nido  5
en cuyos bordes, aleteando ayer,
ensayaba su vuelo sobre el mundo
la bulliciosa y virginal niñez?

¡Ah! ¡Si vas a partir, no habrás podido
mirar el cielo sin llorar después!  10
¡Esas nubes que pasan, nadie sabe
si cuando vuelvas volverán también!...
—88→

De la tierra extranjera el horizonte,
¡Cuán triste, opaco y silencioso es!
¡Y cuán lleno de luces y armonías,  15
el alto cielo que nos vio nacer!

¡Ah! Cuando sientas que te oprime el alma,
con férrea mano, la ansiedad cruel,
¡tórtola! ¡vuelve las ligeras alas,
y al dulce nido de tu infancia ven!  20

1877.



  —89→  

ArribaAbajoSantos Vega

Tradiciones argentinas



Santos Vega el payador,
aquel de la larga fama,
murió cantando su amor
como el pájaro en la rama.


Cantar Popular.                





I

El alma del payador2


Cuando la tarde se inclina
sollozando al occidente,
corre una sombra doliente
—90→

Sobre la pampa argentina,
y cuando el sol ilumina  5
con luz brillante y serena
del ancho campo la escena,
la melancólica sombra
huye besando su alfombra
con el afán de la pena.  10

Cuentan los criollos del suelo
que, en tibia noche de luna,
en solitaria laguna
para la sombra su vuelo;
que allí se ensancha, y un velo  15
va sobre el agua formando,
mientras se goza escuchando
por singular beneficio,
el incesante bullicio
que hacen las olas rodando.  20

Dicen que, en noche nublada,
si su guitarra algún mozo
en el crucero del pozo
deja de intento colgada,
llega la sombra callada  25
y, al envolverla en su manto,
suena el preludio de un canto
—91→
entre las cuerdas dormidas,
cuerdas que vibran heridas
como por gotas de llanto.  30

Cuentan que, en noche de aquellas
en que la Pampa se abisma
en la extensión de sí misma
sin su corona de estrellas,
sobre las lomas más bellas,  35
donde hay más trébol risueño,
luce una antorcha sin dueño
entre una niebla indecisa,
para que temple la brisa
las blandas alas del sueño.  40

Mas, si trocado el desmayo
en tempestad de su seno,
estalla el cóncavo trueno,
que es la palabra del rayo,
hiere al ombú de soslayo  45
rojiza sierpe de llamas,
que, calcinando sus ramas,
serpea, corre y asciende,
y en la alta copa desprende
brillante lluvia de escamas.  50

Cuando, en las siestas de estío,
las brillazones3 remedan
vastos oleajes que ruedan
sobre fantástico río;
mudo, abismado y sombrío,  55
baja un jinete la falda
tinta de bella esmeralda,
llega a las márgenes solas...
¡y hunde su potro en las olas,
con la guitarra a la espalda!  60

Si entonces cruza a lo lejos,
galopando sobre el llano
solitario, algún paisano,
viendo al otro en los reflejos
de aquel abismo de espejos,  65
siente indecibles quebrantos,
y, alzando en vez de sus cantos
una oración de ternura,
al persignarse murmura:
«¡El alma del viejo Santos!»  70

Yo, que en la tierra he nacido
donde ese genio ha cantado,
—93→
y el pampero he respirado
que el payador ha nutrido,
beso este suelo querido  75
que a mis caricias se entrega,
mientras de orgullo me anega
la convicción de que es mía
la patria de Echeverría,
¡la tierra de Santos Vega!  80


II

La prenda del payador


El sol se oculta: inflamado
el horizonte fulgura,
y se extiende en la llanura
ligero estambre dorado.
Sopla el viento sosegado,  85
y del inmenso circuito
no llega al alma otro grito
ni al corazón otro arrullo,
que un monótono murmullo,
que es la voz de lo infinito.  90

Santos Vega cruza el llano,
alta el ala del sombrero,
levantada del pampero
al impulso soberano.
Viste poncho americano,  95
suelto en ondas de su cuello,
y chispeando en su cabello
y en el bronce de su frente,
lo cincela el sol poniente
con el último destello.  100

¿Dónde va? Vese distante
de un ombú la copa erguida,
como espiando la partida
de la luz agonizante.
Bajo la sombra gigante  105
de aquel árbol bienhechor,
su techo, que es un primor
de reluciente totora,
alza el rancho donde mora
la prenda del payador.  110
Ella, en el tronco sentada,
meditabunda lo espera,
y en su negra cabellera
—95→

Hunde la mano rosada.
Le ve venir: su mirada,  115
más que la tarde, serena,
se cierra entonces sin pena,
porque es todo su embeleso
que él la despierte de un beso
dado en su frente morena.  120

No bien llega, el labio amado
toca la frente querida,
y vuela un soplo de vida
por el ramaje callado...
Un ¡ay! Apenas lanzado,  125
como susurro de palma
gira en la atmósfera en calma;
y ella, fingiéndole enojos,
alza a su dueño unos ojos
que son dos besos del alma.  130

Cerró la noche. Un momento
quedó la Pampa en reposo,
cuando un rasgueo armonioso
pobló de notas el viento.
Luego, en el dulce instrumento  135
vibró una endecha de amor,
—96→
y, en el hombro del cantor,
llena de amante tristeza,
ella dobló la cabeza
para escucharlo mejor.  140

«Yo soy la nube lejana
(Vega en su canto decía),
que con la noche sombría
huye al venir la mañana;
soy la luz que en tu ventana  145
filtra en manojos la luna;
la que de niña, en la cuna,
abrió tus ojos risueños;
la que dibuja tus sueños
en la desierta laguna».  150

«Yo soy la música vaga
que en los confines se escucha,
esa armonía que lucha
con el silencio, y se apaga;
el aire tibio que halaga  155
con su incesante volar,
que del ombú, vacilar
hace la copa bizarra;
¡y la doliente guitarra
que suele hacerte llorar!...»  160

Leve rumor de un gemido,
de una caricia llorosa,
hendió la sombra medrosa
crujió en el árbol dormido.
Después, el ronco estallido  165
de rotas cuerdas se oyó
un remolino pasó
batiendo el rancho cercano;
y en el circuito del llano
todo en silencio quedó.  170

Luego, inflamando el vacío,
se levantó la alborada,
con esa blanca mirada,
que hace chispear el rocío
y cuando el sol en el río  175
vertió su lumbre primera,
se vio una sombra ligera
en occidente ocultarse,
y el alto ombú balancearse
sobre una antigua tapera4.  180


III

La muerte del payador


Bajo el ombú corpulento,
de las tórtolas amado,
porque su nido han labrado
allí al amparo del viento;
en el amplísimo asiento  185
que la raíz desparrama,
donde en las siestas la llama
de nuestro sol no se allega,
dormido está Santos Vega,
Aquel de la larga fama.  190

En los ramajes vecinos
ha colgado, silenciosa,
la guitarra melodiosa
de los cantos argentinos.
Al pasar los campesinos  195
ante Vega se detienen;
—99→
en silencio se convienen
a guardarle allí dormido;
y hacen señas no hagan ruido
los que están a los que vienen.  200

El más viejo se adelanta
del grupo inmóvil, y llega
a palpar a Santos Vega,
moviendo apenas la planta.
Una morocha que encanta  205
por su aire suelto y travieso,
causa eléctrico embeleso
porque, gentil y bizarra,
se aproxima a la guitarra
y en las cuerdas pone un beso.  210

Turba entonces el sagrado
silencio que a Vega cerca,
un jinete que se acerca
a la carrera lanzado;
retumba el desierto hollado  215
por el casco volador;
y aunque el grupo, en su estupor,
contenerlo pretendía,
llega, salta, lo desvía,
y sacude al payador.  220

Recién el rostro sombrío
de aquel hombre mudos vieron,
y, observándole, sintieron
temblar las carnes de frío.
Miró en torno con bravío  225
y desenvuelto ademán,
y dijo: -«Entre los que están
no tengo ningún amigo,
pero, al fin, para testigo
lo mismo es Pedro que Juan».  230

Alzó Vega la alta frente,
y le contempló un instante,
enseñando en el semblante
cierto hastío indiferente.
-«Por fin, dijo fríamente  235
el recién llegado, estamos
juntos los dos, y encontramos
la ocasión, que éstos provocan,
de saber cómo se chocan
las canciones que cantamos».  240

Así diciendo, enseñó
una guitarra en sus manos,
y en los raigones cercanos
—101→
preludiando se sentó.
Vega entonces sonrió,  245
y al volverse al instrumento,
la morocha hasta su asiento
ya su guitarra traía,
con un gesto que decía:
«La he besado hace un momento».  250

Juan Sin Ropa (se llamaba
Juan Sin Ropa el forastero)
comenzó por un ligero
dulce acorde que encantaba.
Y con voz que modulaba  255
blandamente los sonidos,
cantó tristes nunca oídos,
cantó cielos no escuchados,
que llevaban, derramados,
la embriaguez a los sentidos.  260

Santos Vega oyó suspenso
al cantor; y toda inquieta,
sintió su alma de poeta
como un aleteo inmenso.
Luego, en un preludio intenso,  265
hirió las cuerdas sonoras,
y cantó de las auroras
—102→
y las tardes pampeanas,
endechas americanas
más dulces que aquellas horas.  270

Al dar Vega fin al canto,
ya una triste noche oscura
desplegaba en la llanura
las tinieblas de su manto.
Juan Sin Ropa se alzó en tanto,  275
bajo el árbol se empinó,
un verde gajo tocó,
y tembló la muchedumbre,
porque, echando roja lumbre,
aquel gajo se inflamó.  280

Chispearon sus miradas,
y torciendo el talle esbelto,
fue a sentarse, medio envuelto
por las rojas llamaradas.
¡Oh, qué voces levantadas  285
las que entonces se escucharon!
¡Cuántos ecos despertaron
en la Pampa misteriosa,
a esa música grandiosa
que los vientos se llevaron!  290

Era aquella esa canción
que en el alma sólo vibra,
modulada en cada fibra
secreta del corazón;
el orgullo, la ambición,  295
los más íntimos anhelos,
los desmayos y los vuelos
del espíritu genial,
que va, en pos del ideal,
como el cóndor a los cielos.  300

Era el grito poderoso
del progreso, dado al viento;
el solemne llamamiento
al combate más glorioso.
Era, en medio del reposo  305
de la Pampa ayer dormida,
la visión ennoblecida
del trabajo, antes no honrado;
la promesa del arado
que abre cauces a la vida.  310

Como en mágico espejismo,
al compás de ese concierto,
mil ciudades el desierto
levantaba de sí mismo.
—104→
Y a la par que en el abismo  315
una edad se desmorona,
al conjuro, en la ancha zona
derramábase la Europa,
que sin duda Juan Sin Ropa
era la ciencia en persona.  320

Oyó Vega embebecido
aquel himno prodigioso,
e, inclinando el rostro hermoso,
dijo: -«Sé que me has vencido».
El semblante humedecido  325
por nobles gotas de llanto,
volvió a la joven, su encanto,
y en los ojos de su amada
clavó una larga mirada,
y entonó su postrer canto:  330

-«Adiós, luz del alma mía,
adiós, flor de mis llanuras,
manantial de las dulzuras
que mi espíritu bebía;
adiós, mi única alegría,  335
dulce afán de mi existir
Santos Vega se va a hundir
en lo inmenso de esos llanos...
—105→
¡Lo han vencido! Llegó, hermanos,
el momento de morir».  340

Aun sus lágrimas cayeron
en la guitarra, copiosas,
y las cuerdas temblorosas
a cada gota gimieron
pero súbito cundieron  345
del gajo ardiente las llamas,
y trocado entre las ramas
en serpiente, Juan Sin Ropa,
arrojó de la alta copa
brillante lluvia de escamas.  350

Ni aún cenizas en el suelo
de Santos Vega quedaron,
y los años dispersaron
los testigos de aquel duelo;
pero un viejo y noble abuelo,  355
así el cuento terminó:
-«Y si cantando murió
aquel que vivió cantando,
fue, decía suspirando,
porque el diablo lo venció»  360



  —107→  


ArribaAbajoEl canto de las olas


Deviller


Hijas volubles de la mar, tenemos
caprichos y caricias de mujer:
hijas volubles de la mar, sentimos
      sus cóleras arder.

Cual las jóvenes madres en su seno,  5
de vida henchido y amorosa fe,
mecen, gimiendo de ternura, al niño
      que acaba de nacer;
—108→

Así, con suave ondulación, mecemos
en nuestros brazos al gentil bajel,  10
mientras lo impulsa a la remota playa
      nuestro eterno vaivén.

Pero a veces, en cólera encendidas,
cómplices ¡ah! Del huracán soez,
como juguetes frágiles, hacemos  15
      los mástiles caer.

Y allá, en la airada tempestad, abrimos
negras tumbas del náufrago a los pies,
que alza sus brazos a los dioses... ¡y ellos
      no lo escuchan ni ven!  20

Viejas ya sobre el mundo, y siempre jóvenes,
guardianes del abismo, hoy como ayer,
mudo vela el secreto de sus antros
      nuestro silencio fiel.

Sirenas encantadas, atraemos  25
a los que tienen, en su extraña sed,
esta mar voluptuosa por querida
      y el cielo por dosel.
—109→

Y siempre, siempre en los futuros siglos,
cuando la tierra muera de vejez,  30
nuestros cantos de amor oirá la tarde,
      ¡y de muerte también!

¡Hijas volubles de la mar, tenemos
caprichos y caricias de mujer:
hijas volubles de la mar, sentimos  35
      sus cóleras arder!

  —111→  


ArribaAbajoEstrofas


Bien pronto, hermosa, y con risueño orgullo,
de los quince años en la edad florida,
de tu belleza se abrirá el capullo
a los cálidos vientos de la vida.

Y cual banda de azules mariposas  5
que el aire abate sobre el valle ameno,
las ilusiones bajarán radiosas
en ledo enjambre a acariciar tu seno.

¡Las ilusiones, que en las noches bellas,
con alas invisibles se adelantan,  10
y secretos que saben las estrellas
en los oídos de las niñas cantan!
—112→

Placer y pena sentirás y enojos,
a los contentos mezclarás dolores;
se llenarán de lágrimas tus ojos  15
para regar de tu pasión las flores.

Feliz te harán las lágrimas lloradas,
porque en la edad a que triunfante subes,
son los dolores nubes sonrosadas,
y las lágrimas, gotas de esas nubes.  20

1874.

  —113→  


ArribaAbajoNocturno


¡Oh! Dulce amiga del triste,
ligera brisa nocturna,
que vas diciendo a las flores
lo que otras flores pronuncian

¡Infatigable viajera  5
que en la sombría espesura
vuelas, contando a las hojas
lo que otras hojas susurran!

¡Errante soplo, que ríos
y mares rápido cruzas,  10
para confiar a las olas
lo que otras olas murmuran!
—114→

¡Ah! ¡ven a mí, pues repites
cuanto en las sombras escuchas,
ven a decir a mi alma  15
lo que en otra alma se oculta!

¿Acaso llora en silencio
lágrimas ¡ay! de ternura,
y mira inmóvil los astros
como el ciprés de las tumbas?  20

¿Acaso, puesta de hinojos,
las manos trémulas juntas,
está rogando al Dios bueno
que nos proteja y nos una?

¡Oh, ¡dulce amiga del triste,  25
ligera brisa nocturna,
que vas batiendo las alas
entre la sombra confusa!

Dila que siempre en mi oído
su voz dulcísima arrulla;  30
que en el cristal de mi alma
es como un iris la suya;
—115→

¡Y que en la flor entreabierta
de la esperanza, se juntan,
como dos gotas de llanto,  35
como dos rayos de luna!

  —117→  


ArribaAbajoSólo tú


Tú, que enjugas la lágrima vertida,
por la miseria y la orfandad, y tienes
para todos los males de la vida
la desbordante copa de los bienes;

Tú, que has nacido para hollar triunfante  5
de los salones la mullida alfombra,
y desdeñando tu victoria, errante
vas a buscar al huérfano en la sombra:

Tú, que abates do quiera los dolores,
que en toda noche viertes un destello,  10
y eres pródiga, en fin, como las flores,
que dan su aroma sin pensar en ello;
—118→

Tú eres mi amada, la visión celeste
a quien he dado del amor la ofrenda,
y cuya blanca y vaporosa veste  15
cruzar he visto por mí misma senda.

  —119→  


ArribaAbajoAl poeta americano Numa Pompillo Llona


Autor de la Odisea del alma


Aún resuena en el fondo de mi pecho
ese apóstrofe inmenso de tu alma
¡Aún chispea mi espíritu, encendido
en el rayo vivaz de tu palabra!
—120→

Hoy que el fuego del genio me circunda,  5
hoy que azota mi frente con sus llamas,
¡cómo laten mis sienes! ¡cómo hierve
tumultuosa mi sangre americana!

¿Qué volcán, en los Andes inflamado,
dio a tu pecho el aliento con que abrasas  10
y qué eléctrica nube tempestuosa,
la tremenda explosión de la borrasca?

¿En qué selva del trópico lujoso,
en qué oculta sonora catarata,
aprendiste la música sublime  15
que en tus versos suspende y embriaga?

¡Oh, dimelo, poeta!.. Muchas veces,
en las llanuras de mi hermosa patria,
he ofrecido a los vuelos del pampero,
para arrancarle su rugido, el arpa.  20

¡Vano empeño! Jamás la lira mía
exhaló de sus cuerdas agitadas
—121→
ardiente grito, como aquel que rompe
de la imponente soledad la calma.

¡Dime, cóndor audaz del pensamiento,  25
en qué nube, en qué aurora, en dónde se hallan
esos tintes de espléndida belleza,
que yo puedo tender allí mis alas!

Sí; yo siento también, como tú sientes,
de la suprema inspiración las ansias;  30
¡un incendio en mí mismo, que deslumbra
como un astro deshecho en llamaradas!

¡Y, admirando la lira de la Grecia,
que las piedras y fuentes apartaba,
he soñado el poeta a cuyo acento  35
se suspenda en silencio el Tequendama!

¡El Poeta inmortal del Nuevo Mundo,
que recorra sus sendas ignoradas
con el alma de América en los labios,
con el fuego de Dios en la mirada!  40

¡El Homero, cantor de sus victorias,
que, por cima del humo y la metralla,
clave audaz en el Sol nuestra bandera;
en el Sol, que es la cuna de Atahualpa!

¡Ah! ¡Tal vez eres tú! Quizá en tu lira  45
duermen todos los himnos que levanta
de su hirviente cristal, el Amazonas;
de su oleaje turbulento, el Plata;

Quizá duermen los genios que suspiran
del argentino Paraná en las playas;  50
los que ciñen, tejiendo hebras de fuego,
¡deslumbrante diadema al Aconcagua!

Quizá gimen los vientos,¡ay!, los vientos
cargados con las sombras y las lágrimas
que las nubes del cielo de la América  55
dejan caer en las dolientes huacas5;

¡Y resuena el magnífico concierto
de tu espléndida tierra ecuatoriana,
—123→
allí donde se yergue el Chimborazo
y el Sol del Inca a coronarle baja!...  60

¡Salve, cóndor audaz del pensamiento
dígnate descender hasta mi estancia:
¡Que yo toque contigo las estrellas,
aunque ruede después bajo tus alas!

1876

  —125→  


ArribaAbajoAdolescente


¡Lejos se oculta a mis ojos,
lejos se oculta mi vida,
copo de espuma llevado
por las corrientes dormidas!

Su blanca imagen las horas  5
de mi pasado ilumina,
vagando lejos, vagando
por las barrancas floridas.
—126→

Allí el rumor de sus pasos
en las quebradas palpita,  10
y de su falda el susurro
vuela temblando en las brisas.

¡Allí, como antes, renacen
y la hondonada tapizan,
aquellas flores, aquellas  15
de sus desvelos de niña!

Aún sueño verla inclinada
en la gredosa colina,
donde, en las tardes de Octubre,
iba a juntar margaritas.  20

Las agrupaba en su sello,
luego a mi encuentro venía,
de su sombrero de paja
volando al aire las cintas.

-«Son para ti, muchas veces  25
burlándose, repetía,
¿Ves?, las muy rojas son tuyas;
estas más claras son mías».
—127→

Iba a tomarlas, pero ella
las ocultaba, y decía:  30
-«Sobre mi seno se duermen
fuera de aquí se marchitan».

Y, vacilando, en la puerta
de la paterna capilla:
-«Hoy no son nuestras las flores,  35
son de la Virgen María...».

¡Lejos se oculta a mis ojos,
lejos se oculta mi vida,
copo de espuma llevado
por las corrientes dormidas!  40

¡Guardan los bosques cercanos
recuerdos de ella en ruinas
los vicios nidos, los dueños
de sus primeras caricias!

Sí, pero faltan les aves  45
que, pequeñuelas, solían
entre sus manos de nieve
batir las pardas alitas.
—128→

Tal vez en árbol lejano
las baña el sol de la dicha,  50
y no se acuerdan de aquella
que las bañaba en sonrisas.

Mas, aunque ingratas la olviden,
está su nombre en mi lira,
y en su inocente recuerdo  55
mi pensamiento se abisma.

1877.