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ArribaAbajoEpístolas




ArribaAbajoA mi madre


   Miedo me da el pensar lo que en mí siento,
y por eso en sus males, importuno,
sólo sabe ir a ti mi pensamiento.
   Por tus renglones, que besé uno a uno,
ya sé que están en nuestra humilde casa,
todos muy bien, aunque feliz ninguno.
   Que arrastren, como yo, su dicha escasa
con católica fe, con pecho fuerte;
que la vida es cruel, mas pronto pasa.
   Y sufriendo por Dios, tendrán la suerte
de vivir esa vida de alegría,
que no muere en el día de la muerte.
   ¿Quieres saber mi historia, madre mía?
¡Ay! si el saberla yo me da tormento,
el contártela a ti, ¿qué me daría?
   De un pesar que no espera es mi lamento;
por eso hoy busca tu materno lado,
maniático de ti, mi pensamiento.
   Del hijo más que todos desdichado,
abre tu corazón a sus gemidos,
por la vida tan triste que le has dado.
   Pensando en goces, para siempre huídos,
mi mano sofocando la agonía,
del corazón retiene los latidos.
   ¡Cuánto recuerdo ahora, madre mía,
aquel dulce mirar con que afrentabas
al sol de otoño al acabarse el día!
   ¡Cuántas dichas entonces me augurabas,
mientras viendo nacer mis sentimientos,
con el alma en los ojos me mirabas!
   Y aunque las dichas se volvieron cuentos,
¡cómo, en recuerdo de tan bellos días,
hoy te besan los pies mis pensamientos!
   Al fijar tus pupilas en las mías,
como es la voz del alma tu mirada,
¡qué de cosas, callando, me decías!
   Ya mi mente en tu espíritu filtrada,
dejaré deslizarse mi existencia
en tu augusta belleza vinculada.
   Tú sola en mi dolor me das paciencia,
pues siempre con tu imagen me acompañas,
confidente leal de mi conciencia.
    Tú de luz pura el pensamiento bañas,
la infernal lobreguez trocando en cielo,
del hijo, antes feliz, de tus entrañas.
   Pueda hoy contigo desahogar mi duelo,
pues sabe bien tu natural tristeza
que el placer de llorar es gran consuelo.
   Turbios mis ojos, blanca mi cabeza,
perdí con la esperanza la energía,
y ya hasta tengo de vivir pereza.
   Fue tan larga y terrible mi agonía,
que por tu hermosa senectud te juro
que, a no vivirme tú, me moriría.
   De tanto ser como encontré perjuro,
ya dejo hasta el recuerdo que maldigo,
por tu amor siempre grande y siempre puro.
   Desde este día a tu mejor amigo
ya no le importa obscuridad o gloria,
gusto o pesar, sufriéndolo contigo.
   Del alma, que consagro a tu memoria,
presto los males curará la muerte,
desenlace final de toda historia.
   Y antes la edad, más que las penas, fuerte,
me dará poco a poco ese desvío,
que la tristeza en hábito convierte.
   Buitre de las pasiones, el hastío
con sordo afán mi corazón devora,
y el pecho se me queja a pesar mío.
   Mas así iré viviendo hora tras hora,
hasta que ponga fin a mi existencia
aquel Dios que es más Dios del ser que llora.
   Y querrá, en su bondad, la Providencia,
mientras llega ese fin, dar a mi mente
la angustia que se abisma en la paciencia.
   ¿Recuerdas la tersura de mi frente?
¡Oh, qué «¡ay!» darías sus arrugas viendo,
de esos que dais las madres solamente!
   Mas concluyo esta carta, porque entiendo
que lo mismo que a mí cuando te escribo,
se te caerán las lágrimas leyendo.
   No llores, madre mía, pues concibo
que es pagar con un ¡ay! con mucho exceso
la ruin parte de vida que ahora vivo.
    ¡Cuánto lloras mi mal! A cuenta de eso,
para estampar en tu anchurosa frente,
además de otros mil, te guardo un beso.
   Dame tu bendición, que yo impaciente
a darte voy cuánto tu amor desea,
que es la ansia eterna de tenerme enfrente.
   Y si Dios no permite que te vea,
de mi vida los últimos alientos
besos serán que te daré en idea.
   Desde que hallé insufribles mis tormentos,
cuantas horas los días han tenido,
tuve yo para ti de pensamientos.
   Adiós, mi santo amor; tú siempre has sido
el ángel para mí de las mujeres;
recuerda sin cesar que no te olvido,
y escríbeme a menudo que me quieres.




ArribaAbajoEpístola moral a D. F. F. Golfín


   Aunque ausente de ti, Golfín amigo,
presa feliz de tu inmortal memoria,
dejo el mundo, entro en mí, y hablo contigo.
   Y al recordarte mi doliente historia,
daré consejo a tus precoces canas,
diadema de tus días y tu gloria.
   Mis esperanzas ¡ay! fueron tan vanas,
tanto el placer de la ciudad me hastía,
que ni de ser feliz tengo ya ganas.
   Trueca tu vida por la vida mía,
o pagarás, cual pago, la flaqueza
de creer de la corte en la alegría.
   ¿Ves la dicha mayor de la grandeza?
Pues es mucho más grande y más risueño
el goce con que sueña la pobreza.
   ¿Y qué vale el ser grande, si al pequeño
en premiar su martirio se desvela
el alto cielo en su aparente sueño?
   Al campo por salud mi mente vuela;
que el mal de corte, que se llama hastío,
¡ay! como el viento del sepulcro hiela.
   Hoy, como ayer y siempre, amigo mío,
que te lleve con fruto, a Dios le ruego,
las muchas bendiciones que te envío.
   Alabado ya Dios, te escribo, y luego
llevo el próvido afán de mis amores
al huerto que he plantado, y que ahora riego.
   Y después, convertidos en olores,
el viento, al despertar, me vuelve y cuenta
gratísimos mensajes de las flores.
   Créeme, Golfín; sólo la paz se sienta
aquí donde la envidia no asesina
con su mirada de Caín sangrienta.
   Todo en la corte a la ambición inclina,
como el mar, con sus bruscas tempestades
las almas de los débiles fascina.
   ¿Qué brota esa Babel, sino maldades,
para el que son, de intemperancia ajeno,
un poblado desierto las ciudades?
   Un mes hará que de cuidados lleno,
te dejé donde atroces las pasiones
prueban el hierro, el fuego y el veneno.
   Y ya henchido de impuras ambiciones,
como arrastra la arena, va arrastrando
el viento del desierto las naciones.
   ¡Cuánto Nerón la libertad va alzando,
conforme va sus hierros, oprimida,
al rostro de los siglos arrojando!
   Ven donde el aura a respirar convida
en la parte del bosque más obscura,
alientos de salud, soplos de vida.
    Deja del mundo la región impura,
pues casi de rodillas te lo pido
por nuestros cortos días de ventura.
   Lucharás como yo, y al fin, rendido,
cual cae helado con la noche el viento,
tu espíritu vital caerá abatido.
   ¿Quieres decir que es de un cobarde aliento,
cuando el ocaso de la edad avanza,
buscar desesperado el aislamiento?
   Mas ¿qué valor a resistir alcanza
los humanos dolores sin medida,
las desdichas que matan la esperanza?
   De tanto batallar mi alma rendida,
sin pena ni placer, deja impasible
estas tristes riberas de la vida.
   ¡Subir para caer! ¡Destino horrible!
¡Qué lástima da a un alma generosa
ver al hombre luchar con lo imposible!
   Porque el genio mayor ¿es otra cosa
que un insecto que vive recorriendo
la vasta soledad de alguna rosa?
   Obediente a mi voz, ya te estoy viendo
de la ambición, del mundo y de ti mismo,
como quien huye de su sombra, huyendo.
   Aléjate de ese antro, en cuyo abismo,
tras la esperanza, hasta la fe arrojamos,
y la santa pasión del patriotismo.
   Y en tanto que aquí paz juntos hallamos,
que sirvas, ruego a Dios, con buena estrella
la patria en que sufrimos y gozamos.
   Esa patria, Golfín, siempre tan bella,
que al recordar su no sé qué divino,
hace llorar al que se ausenta de ella.
   Dile ya al mundo adiós; que es desatino
loco sufrir todo el azar que encierra
ese anónimo eterno del destino.
   Y a quien sirve al azar, rey de la tierra,
sin gozar del presente ni el pasado,
la exacración del porvenir le aterra.
   Vive así, si esto es vida, atormentado
tu corazón, que es bueno entre los buenos,
en su ataúd de carne aprisionado.
   Yo, entretanto, por valles siempre amenos,
de la calumnia me atraeré, escondido,
si nunca caridad, silencio al menos.
   Perdón hasta a mis émulos les pido,
que ha tiempo que en las copas de las flores
bebí de mis venganzas el olvido.
   Hastiado de placeres y dolores,
sólo amo de las selvas la espesura,
amor que curó en mí locos amores.
   ¡Qué honda es la paz cuando la noche oscura
deja caer, por entre sombras, yerta
la luz de los amores sin ventura!
   ¡Qué dulce es aquí el aura, cuando incierta
hace un ruido, en los árboles fluyendo,
que aduerme, y cuando aduerme no despierta!
   Ven, y felices a tus hijos viendo,
la muerte aguardarás que nos espera,
espectro que se acerca y va creciendo.
   Y al lado de la dulce compañera,
que, enseñándote a creer, tu fe asegura
porque nunca el que cree se desespera,
   Labrando seguiréis vuestra ventura,
con el amor juntando la inocencia,
y uniendo la virtud a la ternura.
   Que el bueno sabe bien por experiencia
que el que quiere tener sueños dorados,
purifica primero su conciencia.
   ¡Cuán venturosos son, aunque olvidados,
sin saber lo que es gloria ni riqueza,
los pastores que van por estos prados!
   Hay gente tan dichosa en su pobreza,
que con escaso abrigo y pan tasado,
no recuerda ni un día de tristeza.
    Mas tú vendrás, por el dolor guiado,
como las aves van, emigradoras,
a un país que no han visto y que han soñado.
   Verás que en estas playas seductoras,
si ajena de placer se pasa alguna,
vacías de dolor corren las horas.
   ¡Oh carga del poder, siempre importuna!
dando aquí Dios su gracia por consuelo,
¿qué se nos marcha al irse la fortuna?
   ¡Bendigamos al sol que ilustra el cielo,
que hace flores brotar a las arenas,
árboles a las rocas, fruto al hielo!
   ¡Nombre infausto el de corte, que las penas
recuerda, así como los ecos vanos
recuerdan al esclavo sus cadenas!
   Reina aquí el Dios que trajo a los humanos
el mando dulce, la incruenta gloria,
fe sin superstición, paz sin tiranos.
   Ven, y mata con tiempo tu memoria,
mucho antes que tu nombre eche la suerte
a ese lago de sangre de la historia.
   Por no verme, Golfín, cual podrás verte,
ya he puesto entre la corte y la pradera
una ausencia absoluta cual la muerte.
   Que venga yo a expirar, el cielo quiera,
donde al morir, zagalas y pastores,
se sientan tristes por la vez primera.
   Y dejad que entretanto, sin dolores,
donde olvidado ya, todo se olvida,
me sobreviva a mí cogiendo flores.
   Mas ¡ay! bien pronto a esta mansión querida
te arrastrará la edad, pues cautamente,
sin más que andar el tiempo, obra en la vida.
   ¡Siempre contigo, aunque de ti ausente,
herido el corazón, mas todo entero,
te dará su amistad eternamente;
que nada inspiras tú perecedero!