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Discurso II


El hombre fue criado para la virtud, y sólo halla su felicidad en practicarla


ArribaAbajo    ¿Nació, Amintas, el hombre
Para correr tras la apariencia vana,
Qual bestia del placer? ¿o en sed insana
Por las riquezas míseras ardiendo
Del alto Potosí, sin que le asombre  5
El inmenso océano,
Turbará en frágil pino
La paz del inocente americano?

    ¿El roto muro impávido venciendo,
Cubierto el pecho fuerte  10
De acero y saña, afrontará la muerte
Con faz leda, el camino
Creyéndola engañado
De una gloria sin fin? ¿abandonado
Al ocio muelle, en torpe indiferencia  15
De su alto ser, de su destino augusto,
Su frágil existencia
Dexará fenecer en sueño injusto?

    Esta llama divina,
Pura, Inmortal, que en nuestro pecho arde,  20
Del supremo Hacedor plácido aliento,
Tampoco al vano alarde
De congojosa ciencia se destina.
Bien puede con osado pensamiento,
De tanto sol luciente  25
Como ornando su velo transparente
Gira en la noche lúgubre callada,
Medir el velocísimo camino
Solícito el mortal; del más vecino
Planeta al más lejano  30
Pesar la mole inmensa; separada
Ver la luz en el prisma; o de liviano
Ardor herido por el aura leve
Trepar, do apena el águila se atreve.
Puede al lóbrego abismo de la tierra  35
Calarse, y cuidadoso,
Quanto ser raro y misterioso encierra
Su ancho seno explorar: de las edades
Con ardor fastidioso
Los fastos revolver, vicios, maldades,  40
Errores mil entronizados viendo;
Y a ti, santa virtud, siempre oprimida,
Pobre, ajada, llorosa;
O bien al pueblo indómito rigiendo
En vela triste, en inquietud medrosa,  45
De su arbitrio la vida
De miles ver colgada.
¿Qué es tanto afán al cabo? amigo, nada.

    No, la augusta grandeza
Del hombre no se debe  50
Fixar sobre apariencias exteriores,
Que a par del justo el delincuente lleve.
Si iluso de la tierra en la baxeza
Se anonada su espíritu, mejores
Las bestias son; y el Padre soberano,  55
Avaro con la muestra milagrosa
Que en su excelso consejo producía,
A su imagen gloriosa
Y a quien rey sumo de la tierra hacía,
Pródigo en su bondad abrió la mano  60
Para dotarlas, sometiendo injusto
A los medios el fin jamás se daña
El bruto en sus deseos;
O vanidad, o míseros empleos
Le acibaran el gusto:  65
El hombre solo en su anhelar se engaña.

    A fin más alto el Numen le destina:
La virtud celestial es su nobleza;
El lodo vil por ella se avecina
A su inefable Autor; su inmensa alteza  70
Participa dichoso,
Y a el ángel casi igual, con planta pura
Entre sus coros de laurel glorioso
Ceñida en torno la serena frente,
El alcázar de estrellas esplendente  75
En eterna ventura
Sublime hollará un día.
¿Y habrá quien tenga en mísera agonía
Su pecho? ¿habrá quien vele?
¿Y por el cetro,o por el fausto anhele?  80

    ¿El heredero, el morador del cielo,
De allá al reyno del llanto desterrado,
De su alma patria, de su ser se olvida?
¿El augusto traslado
Del Dios del universo no alza el vuelo  85
A contemplarle, en la apariencia vana
Fascinado del bien? ¿con sed ardiente
De ser feliz, de la insondable fuente
Huye de eterna beatitad? ¡O insana
Culpable ceguedad! gime sumida  90
Del vicio el alma en el infame lodo,
Y su nobleza ilusa,
Menos en lo que debe busca en todos
Burlarse, y luego a su Hacedor acusa.
¿Mas que, tus graves yerros, ser liviano,  95
Harán trocar el orden soberano
Que dio el gran Ser a su acabala obra?
No, no; ni en ella tu locura sobra:
Todo en orden está: solo tu pecho
Trastornarlo sacrílego porfía,  100
Quando una fragua de pasiones hecho
Anhela, teme, espera, desconfía.

    De no meditar nace
Nuestro mísero estado. La alta mente,
A quien se dio pesar con ley severa  105
El bien y el mal, o soñolienta yace,
O en fútiles objetos se derrama,
O del placer llevada suavemente,
Del aura lisonjera,
En su imagen falaz ciega se inflama:  110
El bien mentido qual verdad recibe,
Y de esperanzas y de sombras vive.

    A la llorosa puerta de la vida
Nos acecha el Error, con faz doblada
Riendo adulador, en aparente  115
Mentida luz su túnica esplendente,
Y una ancha senda de otros mil hollada
Con la siniestra mano señalando,
De su diestra fatal la nuestra asiendo
A ir en pos de la turba nos convida.  120
Luego el vicio nos hacen,
El pecho inocentillo al mal torciendo,
Entre la leche y el arrullo blando
Nuestros padres beber, y se complacen
Si en ellos el hijuelo los remeda.  125
Vanidad loca, envidia pestilente
De su labio imprudente
Oye el niño, y estudia cuidadoso
Sin saberlo a ser vano y envidioso.
Viene el maestro, y en borrar se afana  130
Si del primer candor aun algo queda;
Y aplausos coge por su ciencia vana.
De voces sin sentido
Del viejo Lacio nuestra mente abruma,
Y de autores haciendo larga suma,  135
En su estéril saber desvanecido
Grita, contiende, opina,
De ignorados errores nos instruye,
Nada edifica quanto más destruye.
¡O instrucción saludable y peregrina!  140
La sociedad, fecunda engendradora
De culpas, de su mano nos recibe,
Y el veneno mortífero nos dora
Con ilustres exemplos.
En trono de oro al vicio nos presenta,  145
Que jactancioso sus victorias cuenta
De la inocencia o la virtud mofada.
Consagra el interés, erige templos
Al placer indecente,
Y por ley el delito nos prescribe  150
Con firme voz de miles aclamada.

    Gritan luego irritadas altamente
Las infaustas pasiones, qual rabiosos
Opuestos huracanes,
Del mar en las llanuras despeñados  155
Y el triste pecho en míseros cuidados
Dividen y en anhelos congojosos.
Crece la edad y crecen los afanes:
Trepar es fuerza a la escarpada cumbre
Del fastidioso deleznable mando,  160
Y fuerza atesorar, por más que gima
El infelice que el hogar me cede,
Quede la tierra, quede
De miles de cadáveres sembrada,
Y brille de laurel mi frente ornada.  165

    ¡O! ¡con que ciega furia se desvela!
¡Qual trabaja en su daño el miserable
Mortal! quanto suspira, quanto anhela,
Quanto a gozar llegó tras mil sudores,
Para su mal lo quiere.  170
Espinas en su seno son las flores:
Un instante agradable
De fugitivo día
Luengos años le cuesta de agonía,
Si de sus vicios víctima no muere.  175
Del deseo al dolor, de otro deseo
A otro nuevo dolor sin cesar veo
Correr al hombre triste,
Sin que de tanto error, de tanto daño
Le corrija jamás un desengaño.  180
¿En qué desorden tal, en qué consiste?
¿El cielo en verle mísero se place?
¿O libre solo para el vicio nace?

    Siguen los seres todos el camino
Por el dedo divino  185
Del Hacedor marcado. En raudo vuelo
Rodea la tierra al luminar del día
Con ley igual por la región vacía;
Miles de soles el inmenso cielo
Sin tropezarse cruzan; crece hojoso  190
Con ornato florido y verde pompa
El árbol en el valle, y sabe diestro
Su alimento escoger, sin que le engañe
Un xugo extraño; en giro bullicioso
La abeja sin maestro  195
Juega en el prado; y con la débil trompa
También sabe libar sus dulces mieles,
Sin que la flor más delicada dañe.
Las avecillas fieles
De amor al blando impulso, quando llega  200
El ordenado plazo,
Unirse saben en felice lazo;
Y quando al ayre tímido se entrega
De su ternura el fruto, ya instruido
De quanto saber debe, surca el viento:  205
¿Y solo el racional, siempre perdido,
Qual ciego entre tinieblas irá a tiento?
¿Él solo, esclavo de fantasmas vanos,
De funestos errores
Que abortó el interés, siempre en temores  210
Sus sueños mismos adorando insanos,
Dará en la tumba con su triste vida
Contando en cada paso una caída?
¿El fugaz punto que infeliz alienta,
Él solo, él solo en cólera sangrienta,  215
En torpe gula, en avaricia infame,
En hinchada altivez y envidia triste
Gemirá aherrojado,
Por más que austera la razón le clame?
¿En qué trastorno tal, en qué consiste?  220

    Tú, Amintas estudioso, que apartado
Del liviano furor con que la corte
Hora se agita, en meditar te empleas
Tranquilo el ser humano al cierto norte
De la alma celestial filosofía,  225
Y a un tiempo te lastimas y recreas
Con su inconstancia y ceguedad; ¿qual, dime,
Del abismo de penas en que gime,
La causa puede ser? ¿qué estrella impía
Su suerte va de la llorosa cuna  230
Hasta el sepulcro mísero rigiendo?
¿Por qué el mal sigue siempre, el bien queriendo?

    En vano acusa la cruel fortuna,
Hacer pretende cómplices en vano
El hombre de su suerte a las estrellas.  235
El grande Ordenador dexó en su mano
El bien y el mal: las huellas,
Qual el alado poblador del viento
Que en él se pierde a su placer exento,
Torna libre do quiera que le agrada;  240
Y si triunfante ríe el apetito
Y gime la razón abandonada,
Suyo ha sido el querer, suyo el delito.

    No infame pues a la verdad, si yerra;
Si en pago de una osada confianza  245
Se ve del mar sorbido con la nave,
Que fue ocasión a su desdicha grave;
Si a desastrada guerra
Le arrebató la voz de la venganza;
O si en lecho de espinas los ardores  250
De un loco amor expía entre dolores.

    Presta, iluso mortal, presta el oído,
Si de verdad anhelas ser dichoso,
De la razón al grito repetido,
Y sus avisos sigue religioso.  255
Firme le cierra al seductor acento
De las pasiones; ni el antojo vano
Tu pecho agite en soplo turbulento,
O des la rienda a un desear insano.
En tu fugaz carrera  260
Dexa al cuidado de tu Autor divino,
Pues él solo lo alcanza, tu destino,
Y de su diestra tu ventura espera:
No a agena potestad tu suerte fíes,

    Ni del vicio en las sendas te desvíes.  265
Porque no gozarás ni el alto empleo,
Ni el fresco rosicler de la hermosura,
Tras quien tan loca tu pasión se afana,
Si lidia en ciega guerra tu deseo:
Que a la rosa más pura  270
De su ámbar dulce y delicada grana
Priva el delito, y pavoroso abismo
Hacer puede de horror al cielo mismo.

    Entra pues, entra en ti: con detenida
Observación estúdiate a la lumbre  275
De la augusta verdad, y cuerdo aprende
Los altos fines de tu presta vida;
Que quien su pecho entiende,
Quien su divino ser, no la grandeza,
Siervo de vil costumbre,  280
Fixa en el baxo miserable suelo,
Ni a los pies gime de la infiel belleza;
Y libre en el oprobrio y las prisiones,
Con frente excelsa en contemplar se place
Su faz torva al tirano sin rezelo,  285
Por más que muerte indigna le amenaze.

    Rico en sublimes dones,
Del padre soberano
La omnipotencia sabia
Te dio a la común luz: quanto debiera  290
Para hacerte feliz, tanto pusiera
Pródigo en sus bondades a tu mano.
Tu labio querellándose le agravia
Con necedad sacrílega, y pidiendo
Al ser tuyo atributos no debidos,  295
La severa razón desatendiendo
Se fatiga en inútiles gemidos.

    A esta razón divina ¿qué prefieres
De quanto el cielo inmensurable encierra,
Y la ancha faz adorna de la tierra?  300
¿Todo a tu bien con ella no refieres?
¿Su luz hasta el gran Ser no te encamina,
De ente tanto la escala peregrina
Siguiendo? ¿no le ves en el lumbroso
Ardiente sol sentado?  305
¿De la nube en el rayo arrebatado?
¿De la noche el velo misterioso?

    Cultiva pues esta razón, si anhelas
Al verdadero bien: a su luz pura
Solícito nivela tus acciones,  310
Y la ardua senda de virtud emprende;
Que en tu esfuerzo se libra tu ventura.
La pompa por que insano te desvelas
Generoso abandona, y cuerdo entiende
Que el grande, siervo vil de las pasiones,  315
Por más que en su palacio suntuoso,
Do a inmensas sumas su fastidio encierra,
El oro le deslumbre y lisonjero
Aparato de tímidos clientes;
Inútil a la tierra,  320
Si la verdad lo juzga, es el postrero
De todos los vivientes.
Y el pobre, quanto obscuro virtuoso,
Que el pan divide en su sudor regado
En mesa humilde a un esquadrón de hijuelos,  325
De mísera fortuna ultraje triste;
Honor del ser humano, y de los cielos
Por los ángeles mismos acatado,
Con ellos en dichosa compañía,
Por más, Aminta, que en la tierra asiste,  330
Goza del claro empíreo la alegría.



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