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Epístolas




Epístola I


Al dr. D. Gaspar González de Candamo, catedrático de lengua hebrea de la Universidad de Salamanca, en su partida a América de canónigo de Guadalajara de México


ArribaAbajo    ¿Huyes ¡ay! huyes mis amantes brazos,
Dulce Candamo, y entre el indio rudo,
En sus inmensos solitarios bosques,
Corres a hallar la dicha que en el seno,
En el fiel seno de tu tierno amigo  5
El cielo y la amistad te guardan solo?
Surta en el puerto la atrevida nave
Ya las velas fugaces libra inquieta
A los alados vientos; ya impaciente
Clama la chusma por levar el ancla:  10
Lévala y ciega entre confusas voces,
Salvas vivas a la mar se arroja.

    ¡O! tente, tente, nevecilla frágil,
¿Do te abandonas?... despeñado el noto
Mira qual corre la llanura inmensa  15
Del antiguo océano, infausto padre
De borrascas y míseros naufragios.
Los ciegos vados, los escollos tristes,
Las negras nubes sobre ti apiñadas,
Y tanto monstruo que las aguas cría,  20
Miedo y horror al ánimo y los ojos,
Mira desventurada: cauta el puerto
Torna a ganar, y dexa de mi amigo
La venturosa carga. Amigo, vuelve,
Vuelve a mis brazos, y con blanda mano  25
Mis dolorosas lágrimas enxuga.
Tu ciego arrojo a mi sensible pecho
Se las hace verter... ¿y más contigo
Podrán las leyes de un respeto injusto,
La opinión ciega, el pundonor vidroso  30
Que la ley santa de amistad? ¿no tienes
Aquí quanto te debe hacer felice?
¿Tus hermanas, tu amigo?... ¿y de ellos huyes?
¿Y entre bárbaros dicha hallar esperas?

    No ingrato, no; la sólida ventura  35
Solo mora en las almas inocentes,
Que une amistad con su sagrado lazo.
Solo esta llama celestial los pechos
Hinche de verdaderas alegrías
Y de eterno placer, que en sombra triste  40
Jamás se anubla de pesar tardío.
Lejos del ciego mundanal tumulto
Tesoros, honras, dignidades, todo
Extraño le es, y con desdén lo mira

    ¿Aquellas dulces pláticas, aquellas  45
Íntimas confianzas en que a un tiempo
Nuestra razón con la verdad se ornaba,
Y el pecho en entusiasmo generoso
Por la santa virtud movido ardía;
Tantos plácidos días discurriendo  50
Del hombre y su alto ser, del laberinto
Obscuro de su pecho y sus pasiones;
Las horas que sentados nos burlaban,
En raudo vuelo huyéndose fugaces,
Ya de un arroyo al margen, ya perdidos  55
Por estos largos valles; aquel fuego
Con que tú orabas en favor del pobre,
Víctima triste de enemigos hados,
Y escuchándote yo bañadas vieras
Mis mexillas en lágrimas; las gratas  60
Disputas nuestras depurando el oro
De la verdad de las escorias viles,
Con que el error y el interés la ofuscan;
Los heroycos propósitos mil veces
Renovados de amarla sobre todo;  65
Las útiles lecturas, los festivos
Y sazonados chistes... ¿tantas, tantas
Celestiales delicias en mis brazos
Detenerte no pueden? ¿o es que esperas
Hallar acaso en los remotos climas  70
Otro amigo, otro pecho como el mío?

    ¡Ah! que ciego te engañas: ¡ah! que triste,
Solo, aburrido, despechado, un día
En tu abandono y tu dolor perdido
Me has de llamar; y los turbados ojos,  75
Turbados de llorar, hacia estos valles
Volverás, que hora ¡o mísero! abandonas.
Sí, sí, los volverás; y en ruego inútil
Demandarás el olvidado nombre,
Mis cariños, mis brazos... ¿mas qué digo?  80
Yo le ruego, y la nave ya ligera
Con sesgo vuelo por el mar cerúleo,
Atrás dexando la galayca playa,
Hiende las olas espumosas y huye
Corno el viento veloz. Querido amigo,  85
Mitad del alma mía, compañero
De mi florida juventud, amparo,
Consuelo de mis penas, de virtudes
Y de bondad tesoro inagotable,
Y archivo fiel de mis secretos tristes,  90
Ve en paz, navega en paz: próvido el cielo
Sobre ti vele, y tus preciosos días
Fausto conserve para alivio mío.
Consérvelos el cielo, y de su trono
El Dios clemente que en tu pecho puso  95
El heroyco propósito, y te arranca
De la querida patria y mi fiel seno,
Por mil afanes y peligros ruidos
Alegre sus delicias conmutando,
Con mano poderosa te sostenga  100
Salvo del mar en el inmenso abismo.
A su benigno omnipotente imperio
Los raudos vientos su furor enfrenen,
Y aquellos sólo blandamente soplen
Que al puerto afortunado te encaminen,  105
Qual corre al grato albergue la paloma
Buscando fiel su nido y sus hijuelos.

    Él puede, y yo le ruego fervoroso.
No, mis ardientes súplicas, nacidas
De inocente amistad, de fe sincera,  110
Vanas ¡ah! no han de ser; que Dios atiende
Grato al que ruega por el dulce amigo,
Y ante su trono subirán mis voces,
Qual el fragrante aroma de las aras
En sacrificio acepto. Y tú que llevas  115
En mi amigo esta vez, vasto océano,
Mi vida y la mitad del alma mía
Librada a tus abismos, las sonantes
Alzadas olas calma, por do fuere
La frágil navecilla que conduce  120
Tan sagrado depósito a las playas
Del opulento mexicano imperio.
¡O padre venerando! ayuda fácil
Su arduo camino: mis plegarias oye,
Y lejos del la tempestad ahuyenta.  125
Yo agradecido con sonante lira
Te cantaré por siempre de los mares
Supremo rey, y en himnos reverentes;
Subiré a las estrellas tus loores.
Favorable le ampara; que no loca  130
Presunción, ni osadía temeraria,
O ciega sed de atesorar, mas solo
La tierna humanidad, el vivo anhelo
De conocer al hombre en los distintos
Climas, do sabio su Hacedor le puso,  135
Y de ilustrarle el zelo generoso
A tan remotas tierras le arrebatan.

    Tierras dichosas, que esperáis gozarle,
¡Qual os envidio! ¡quanto! ¡y que tesoro
En él os va de probidad sencilla!  140
¡Ah! ¿por qué este tesoro a mí se roba?
¡Ah! si unidos alientan nuestros pechos,
¿Por qué mares inmensos nos separan?
¿Cómo, querido amigo, al lado tuyo
Participe no soy de tus fortunas?  145
¿Por qué, por que mi espíritu angustiado
Su inmenso mal no ha de llorar contigo?
¿Por qué contigo no verán mis ojos,
No estudiarán ese ignorado mundo,
Tantas incultas peregrinas gentes?  150
¡O! ¡a tu mente curiosa que de objetos
Van a ostentarse! ¡quanta maravilla
A ese tu genio observador aguarda!
Otro cielo, otra tierra, otros vivientes,
Plantas, árboles, ríos, montes, brutos,  155
Insectos, piedras, minerales, todo,
Todo nuevo y extraño; ¡quan opimos!
¡Quan ricos frutos cogerá tu ingenio!
Tu ingenio conducido a la luz clara
De la verdad en su sagaz examen.  160

    Sacia la ardiente sed admira, estudia
La gran naturaleza, y con divina
Mente su inmensidad feliz abarca:
Sus vínculos descubre, y un hallazgo
Sea cada paso que en sus reynos dieres.  165
Mientras yo ¡ay Dios! en mi dolor profundo
Perdido y solo, de esperar cansado,
Cansado de sufrir, víctima triste
De mil ciegas pasiones, estos valles
Vago sin seso, y despechado imploro  170
La muerte con los tristes perezosa.
Que de ti lejos, fiel amigo, ¿dónde
Podrá alivio encontrar el alma mía?
¿Dónde aquel zelo de mi bien, aquellos
Saludables avisos que templaban  175
Qual un divino bálsamo las penas
De mi pecho, hallaré?... Mudo y lloroso,
Solitario, aburrido, los felices
Lugares correré, donde solías
Mi gozo hacer un tiempo y mi ventura.  180
Iré al aula, a tu estancia: el nombre tuyo
Repetiré llamándote, y mi anhelo
Sólo hallará por ti dolor y llanto.

    ¡Ay! ¡en qué amarga soledad me dexas!
¡Ay! ¡qué tierra! ¡qué hombres! la calumnia,  185
La vil calumnia, el odio, la execrable
Envidia, el zelo falso, la ignorancia
Han hecho aquí, lo sabes, su manida;
Y contra mi infeliz se han conjurado.
¿Podré ¡o dolor! entre enemigos tales  190
Morar seguro sin tu amiga sombra?
¿Podré un mínimo punto haber reposo?
¿Gozar un solo instante de alegría?

    Dichoso tú, que su letal veneno
Logras seguro huir, y entre inocentes  195
Semi-bárbaros hombres las virtudes
Hallarás abrigadas, que llorosas
De este suelo fatal allá, volaron.
Disfruta, amigo, sus sencillos pechos:
Bendice, alienta su bondad salvage,  200
Preciosa mucho más que la cultura
Infausta que corrompe nuestros climas
Con brillo y apariencias seductoras.
¡O! ¡quien pudiera sepultarse entre ellos!
¡Quien abrazar su desnudez alegre,  205
De sí lanzando los odiosos grillos
Con que el error y el interés le ataron!
Entonces la alma paz, el fausto gozo,
El sosiego inocente, el sueño blando,
Y la quietud de mí tan suspirada,  210
Que hoy de mi seno amedrentados huyen,
A morarle por siempre tornarían.

    Tú esta ventura logras: tú felice
En medio de ellos gozarás seguro
Los más plácidos días... Ve sus almas,  215
Su Inocencia, el reposo afortunado
Que les dan su ignorancia y su pobreza
Vélos reír, y envidia su ventura.
Lejos de la ambición, de la avaricia,
De la envidia cruel, en sus semblantes  220
Sus almas nuevas se retratan siempre.
Naturaleza sus deseos mide,
La hambre el sustento, su fatiga el sueño.
Su pecho solo a la virtud los mueve;
La tierna compasión es su maestra;  225
Y una innata bondad de ley les sirve.
La paz, lo necesario, el grato alivio
De una consorte tímida y sencilla,
Una choza, una red, un arco rudo,
Tales son sus anhelos; esto solo  230
Basta a colmar sus inocentes pechos.
¡Afortunados ellos muchas veces!
¡Afortunado tú que entre ellos moras!

    Mas ¡ay! si vieres al odioso fraude,
Al impío despotismo el brazo alzado  235
Sus días afligir, si a almas de hierro
De su incauta bondad abusar vieses,
Y expilar inhumanas su miseria;
Oponte denodado a estos furores.
Opón, amigo, el pecho firme: clama,  240
Increpa sin pavor, insta, importuna,
Y tu elocuente voz suba hasta el trono
Del justo, el bueno, del clemente Carlos,
Ministro eres de paz, a ti encomienda
El sumo Dios la humanidad hollada.  245
Ceda todo a este empleo generoso
Quietud, saber... hasta la vida misma:
Que ya próvido el cielo la corona
Texe a tu sien de inmarcesibles flores,
Y después que hayas sido entre esos pueblos  250
Claro exemplo de todas las virtudes,
Te ha de tornar a mis amigos brazos,
Do baxo un mismo techo venturosos,
Juntos gozemos nuestros breves días,
Y en un sepulcro mismo inseparables  255
Juntos también reposen nuestros huesos.

    A Dios, Candamo, a Dios: la amistad santa
Distancias no conoce; y de los mares
Y del tiempo a pesar, tuya es mi vida...
A Dios, a Dios... ¡amarga despedida!...  260




Epístola II


El filósofo en el campo


ArribaAbajo    Baxo una erguida populosa encina,
Cuya ancha copa en torno me defiende
De la ardiente canícula, que ahora
Con rayo abrasador angustia el mundo,
Tu obscuro amigo, Fabio, te saluda.  5
Mientras tú en el guardado gabinete
A par del feble ocioso cortesano
Sobre el muelle sofá tendido yaces,
Y hasta para alentar vigor os falta;
Yo en estos campos por el sol tostado  10
Lo afronto sin temor, sudo y anhelo,
Y el soplo mismo que me abrasa ardiente,
En plácido frescor mis miembros baña.
Miro y contemplo los trabajos duros
Del triste labrador, su suerte esquiva,  15
Su miseria, sus lástimas, y aprendo
Entre los infelices a ser hombre.

    ¡Ay Fabio! ¡Fabio! en las doradas salas
Entre el brocado y colgaduras ricas,
El pie hollando entallados pavimentos,  20
¡Que mal al pobre el cortesano juzga!
¡Que mal en torno la opulenta mesa,
Cubierta de mortíferos manjares,
Cebo a la gula y la lascivia ardiente,
Del infeliz se escuchan los clamores!  25
Él carece de pan: cércale hambriento
El largo enxambre de sus tristes hijos,
Escuálidos, sumidos en miseria,
Y acaso acaba su doliente esposa
De dar ¡ay! a la patria otro infelice,  30
Víctima ya de entonces destinada
A la indigencia, y del oprobrio siervo;
Y allá en la corte en luxo escandaloso
Nadando en tanto el sibarita, ríe
Entre perfumes y festivos brindis,  35
Y con su risa a su desdicha insulta.

    Insensibles nos hace la opulencia,
Insensibles nos hace. Ese bullicio,
Ese contino discurrir veloces
Mil doradas carrozas, paseando  40
Los vicios todos por las anchas calles;
Esas empenachadas cortesanas,
Brillantes en el oro y pedrería
Del cabello a los pies; esos teatros,
De luxo y de maldades docta escuela,  45
Do un ocioso indolente a llorar corre
Con Andrómaca o Zaida, mientras sordo
Al anciano infeliz vuelve la espalda,
Que a sus umbrales su dureza implora;
Esos palacios y preciosos muebles,  50
Que porque más y más se infle el orgullo,
Labró prolixo el industrioso China;
Ese incesante hablar de oro y grandezas;
Ese anhelo pueril por los más viles
Despreciables objetos, nuestros pechos  55
De diamante tornaron: nos fascinan,
Nos embebecen, y olvidar nos hacen
Nuestro común origen y miserias.
Nombres ¡ay! hombres, Fabio amigo, somos,
Vil polvo, sombra, nada; y engreídos  60
Qual el pavón en su soberbia rueda,
Deidades soberanas nos creemos.

    ¿Qué hay, nos grita el orgullo, entre el colono
De común y el señor? ¿tu generosa
Antigua sangre, que se pierde obscura  65
Allá en la edad dudosa del gran Nino,
Y de héroe en héroe hasta tus venas corre,
De un rústico a la sangre igual sería?
El potentado distinguirse debe
Del tostado arador: próvido el cielo  70
Así lo ha decretado, dando al uno
El arte de gozar, y un pecho al otro
Llevador del trabajo. Su vil frenta
Del alba matinal a las estrellas
En amargo sudor los surcos bañe,  75
Y exhausto espire a su señor sirviendo;
Mientras él coge venturoso el fruto
De tan ímprobo afán, y uno devora
La substancia de mil. ¡O quanto! ¡quanto
El pecho se hincha con tan vil lenguaje!  80
Por más que grite la razón severa,
Y la cuna y la tumba nos recuerde,
Con que justa natura nos iguala.

    No, Fabio amado, no; por estos campos
La corte olvida: ven y aprende en ellos,  85
Aprende la virtud. Aquí, en su augusta
Amable sencillez, entre las pajas,
Entre el pellico y el honroso arado
Se ha escogido un asilo, compañera
De la sublime soledad: la corte,  90
Las puertas le cerró quando entre muros
Y fuertes torreones y hondas fosas,
De los fáciles bienes ya cansados
Que en mano liberal su autor les diera,
Los hombres se encerraron imprudentes,  95
La primitiva candidez perdiendo.
En su abandono triste religiosas
En sus chozas pajizas la abrigaron
Las humildes aldeas, y de entonces
Con simples cultos fieles la idolatran.  100

    Aquí los dulces, los sagrados nombres
De esposo, padres, hijos, de otro modo
Pronuncia el labio y suenan al oído.
Del entrañable amor seguidos siempre
Y del tierno respeto, no tu vista  105
Ofenderá la escandalosa imagen
Del padre injusto a que la amable virgen,
Hostia infeliz arrastra al santuario,
Y al sumo Dios a su pesar consagra
Por correr libre del burdel al juego.  110
No la del hijo indiano que pleytea
Contra el autor de sus culpables días
Por el ciego interés: no la del torpe
Impudente adulterio en la casada
Que en venta al prado sale, convidando  115
Con su mirar y quiebros, licenciosos
La loca juventud, y al vil lacayo,
Si el amante tardó, se prostituye:
No la del abominable nieto
Que cuenta del abuelo venerable  120
Los lentos días, y al sepulcro quiere
Llevarle en cambio de su rica herencia.
Del publicano el corazón de bronce
En la común miseria; de la insana
Disipación las dádivas; y el precio  125
De una ciudad en histriones viles:
Ni en fin de la belleza melindrosa
Que jamás pudo ver sin desmayarse
De un gusanillo las mortales ansias;
Empero hasta el patíbulo sangriento  130
Corre, y con faz enxuta y firmes ojos
Mira el trágico fin del delincuente,
Lívida faz y horribles convulsiones,
Quizá comprando este placer impío,
La atroz curiosidad te dará en rostro.  135

    Otras, otras imágenes tu pecho
Conmoverán a la virtud nacido.
Verás la madre al pequeñuelo infante
Tierna oprimir en tus honestos brazos,
Mientras oficiosa por la casa corre  140
Siempre ocupada en rústicas tareas,
Ayuda, no ruina del marido.
El cariño verás con que le ofrece
Sus llenos pechos, de salud y vida
Rico venero: juguetón el niño  145
Ríe y la halaga con la débil mano,
Y ella enloquece en fiestas cariñosas.
La adulta prole en torno le acompaña
Libre, robusta, de contento llena;
O empezando a ser útil, parte en todo  150
Tomar anhela, y gózase ayudando
Con manecillas débiles sus obras.
En el vecino prado brincan, corren,
Juegan y gritan un tropel de niños
Al raso cielo, en su agradable trisca  155
A una pintados en los rostros bellos
El gozo y las pasiones inocentes,
Y la salud en sus mexillas rubias.
Lejos del segador el canto suena,
Entre el blando balido del rebaño  160
Que el pastor guía a la pacible sombra,
Y el sol sublime en el cenit señala
El tiempo de reposo: a casa vuelve
Bañado en sudor útil el marido
De la era polvorosa; la familia  165
Se asienta en torno de la humilde mesa.
¡O, si tan pobre no la hiciese el yugo
De un Mayordomo bárbaro, insensible!
Mas expilada de su mano avara,
De Tántalo el suplicio verdadero  170
Aquí, Fabio, verías: los montones
De mies dorada enfrente están mirando,
Premio que el cielo a su afanar dispensa,
Y hasta de pan los míseros carecen.
Pero ¡o buen Dios! del rico con oprobrio,  175
Su corazón en reverentes himnos
Gracias te da por tan escasos dones,
Y en tu entrañable amor constante fía.

    Y mientras charlan corrompidos sabios
De ti, Señor, para ultrajarte, o necios  180
Tu inescrutable ser definir osan
En aulas vocingleras; él contempla
La hoguera inmensa de ese sol, tu imagen,
Del vago cielo en la extensión se pierde,
Siente el aura bullir que de sus miembros  185
El fuego templa y el sudor copioso,
Goza del agua el refrigerio grato,
Del árbol que plantó la sombra amiga,
Ve de sus padres las nevadas canas,
Su casta esposa, sus queridos hijos;  190
Y en todo, en todo con silencio humilde
Te conoce, te adora religioso.

    ¿Y estos miramos con desdén? ¿la clase
Primera del estalo, la más útil,
La más honrada, el santuario augusto  195
De la virtud y la inocencia hollamos?
¿Y para qué? Para exponer tranquillos
De una carta al azar ¡o noble empleo
Del tiempo y la riqueza! lo que haría
Próvido heredamiento a cien hogares  200
Para premiar la audacia temeraria
Del rudo gladiador, que a sus pies dexa
El útil animal que el corvo arado
Para sí nos demanda; los mentidos
Halagos, con que artera al duro lecho  205
Desde sus brazos del dolor nos lanza
Una impudente cortesana; el raro
Saber de un peluquero, que elevando
De gasas y plumage una alta torre
Sobre nuestras cabezas, las rizadas  210
Hebras de oro en que ornó naturaleza
A la beldad, afea y desfigura
Con su indecente y asquerosa mano.

    ¡O oprobrio! ¡o vilipendio! ¿La matrona,
La casta virgen, la viuda honrada  215
Ponerse pueden al lascivo ultraje,
A los toques de un hombre? ¿esto toleran
Maridos castellanos? ¿el ministro
De tan fea indecencia por las calles
En brillante carroza y como en triunfo  220
Atropellando al venerable anciano,
Al sacerdote, al militar valiente,
Que el pecho ornado con la cruz gloriosa
Del patrón de la patria a pie camina?

    Huye, Fabio, esa peste. ¿En tus oídos  225
De la indigencia mísera no suena
El suspirar profundo, que hasta el trono
Sube del sumo Dios? ¿su justo azote
Amenazar no ves? ¿no ves la trampa,
El fraude, la baxeza, la insaciable  230
Disipación, el deshonor lanzarlos
En el abismo del oprobrio, donde
Mendigarán sus nietos infelices,
Con los mismos que hoy huellan confundidos?

    Húyelos, Fabio; ven y estudia dócil  235
Conmigo las virtudes de estos hombres
No conocidos en la corte. Admira,
Admira su bondad: ve qual su boca,
Llana y veraz como su honrado pecho,
Sin velo, sin disfraz, celebra, increpa  240
Lo que aplaudirse o condenarse debe.
Mira su humanidad apresurada
Al que sufre acorrer: de boca en boca
Oirás volar, o Fabio, por la corte
Esta voz celestial; mas no imprudente  245
En las almas la busques, ni entre el rico
Brocado blando abrige al infelice.
Sólo los que lo son, sólo en los campos
Los miserables condolerse saben,
Y dar su pan al huérfano indigente.  250
Goza de sus sencillas afecciones
El plácido dulzor, el tierno encanto.
Ve su inocente amor con que energía,
Con que verdad en rústicos conceptos
Pinta sus ansias a la amable virgen  255
Que en mutua llama honesta le responde,
El bello rostro en púrpura teñido;
Y bien presto ante el ara el yugo santo
El nudo estrechará, que allá forjaran
Vanidad, o ambición, y aquí la dulce  260
Naturaleza, el trato y la secreta
Simpática virtud que unió sus almas.
Sus amistades vea desatendida
En las altas ciudades, do enmudece
Su lengua el interés, solo en el pudo  265
Labio del labrador oirás las voces
De esta santa virtud, gozarás pura
Sólo en su seno su celeste llama.

    Admira su paciente sufrimiento;
O más bien llora viéndolos desnudos,  270
Esquálidos, hambrientos, encorvados,
Lanzando ya el suspiro postrimero
Baxo la inmensa carga que en sus hombros
Puso la suerte. El infeliz navega,
Dexa su hogar, y afronta las borrascas  275
Del inmenso océano, porque el luxo
Sirva a tu gula y su soberbio hastío
El café que da Moca perfumado,
O la canela de Ceylan. La guerra
Sopla en las almas su infernal veneno,  280
Y en insano furor las cortes arden;
Desde su esteva el labrador paciente,
Llorando en torno la infeliz familia,
Corre a la muerte, y en sus duros brazos
Se libra de la patria la defensa.  285
Su mano apoya el anhelante fisco;
La aciaga mole de tributos carga
Sobre su cerviz ruda, y el tesoro
Del estado, hinche de oro la miseria.

    Ese sudor amargo con que inunda  290
Los largos surcos que sa arado forma,
Es la dorada espiga que alimenta,
Fabio, del cortesano el ocio muelle.
Sin ella el hambre pálida... ¿Y osamos
Desestimarlos? Al robusto seno  295
De la fresca aldeana confiamos,
Nuestros débiles hijos, porque el dulce
Néctar y la salud felices hallen,
De que los privan nuestros feos vicios;
¿Y por vil la tenemos? ¿Al membrudo  300
Que nos defiende, injustos desdeñamos?
Sus útiles fatigas nos sustentan;
¿Y en digna gratitud con pie orgulloso
Hollamos su miseria, porque al pecho
La roxa cinta, o la brillante placa,  305
Y el ducal manto para el ciego vulgo
Con la clara Excelencia nos señalen?

    ¿Qué valen tantas raras invenciones
De nuestro insano orgullo, comparadas
Con el montón de sazonadas mieses  310
Que crió el labrador? Débiles niños
Fináramos bien presto en hambre y llore
Sin el auxilio de sus fuertes brazos.




 
 
FIN
 
 


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