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  —83→  

ArribaAbajoSonetos

Teatro





ArribaAbajoBurlas de amor


   Dulce, atrevido pensamiento loco,
¿adónde te levantas por mi daño?
Ligeras alas de un gustoso engaño,
¿adónde me lleváis? Tened un poco.

   Divinos ojos, vuestra luz invoco,  5
que me despeña un fácil desengaño,
y en el principio del camino extraño
la sombra de la muerte piso y toco.

   Camina, dulce fin de mis enojos,
a cuyas bellas manos e inclemencia  10
me trujo atado la enemiga suerte,

   vuelve a mi alma tus hermosos ojos,
y muérame yo allí si en tu presencia
tiene poder la rigurosa muerte.




ArribaAbajoLa Corona de Hungría


[1623-1624]


   Corona, ilustre luz, baña y colora
de nueva plata el horizonte ufano,
bajen tus rayos de la cumbre al llano,
que ya te espera en sus alfombras Flora.

   Desciende, sol, a tu querida aurora,  5
encrespa, enriza con dorada mano
—84→
la blanca nieve a su cabello cano,
bebe sus perlas y sus nubes dora.

   Aliña el carro de oro, date [priesa],
tú mismo tu presteza desafía  10
y por signos y estrellas atraviesa.

   Báñame el alma en gozo y alegría,
pues ya la noche de mis males cesa
y de mis bienes amanece el día.




ArribaAbajoLa niña de plata


   Un soneto me manda hacer Violante,
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.

   Yo pensé que no hallara consonante  5
y estoy a la mitad de otro cuarteto,
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

   Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,  10
pues fin con este verso le voy dando.

   Ya estoy en el segundo y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce y está hecho.




ArribaAbajoLa discreta venganza


   El humo que formó cuerpo fingido,
que cuando está más denso para en nada;
el viento que pasó con fuerza airada
y que no pudo ser en red cogido;
—85→

   el polvo en la región desvanecido  5
de la primera nube dilatada;
la sombra que, la forma al cuerpo hurtada,
dejó de ser, habiéndose partido,

   son las palabras de mujer. Si viene
cualquiera novedad, tanto le asombra,  10
que ni lealtad ni amor ni fe mantiene.

   Mudanza ya, que no mujer, se nombra,
pues cuando más segura, quien la tiene,
tiene polvo, humo, nada, viento y sombra.




ArribaAbajoQuerer la propia desdicha


   Celos, que amor en las sospechas cría,
son de la paz una insufrible ausencia,
una solicitud y diligencia
que mueve la turbada fantasía.

   Son una indivisible compañía  5
celos y amor, y aun pienso que una esencia,
pero con esta sola diferencia,
que celos son la noche, amor el día.

   Forzosos celos son, no son violentos;
apenas nace amor, cuando los llama,  10
nadie puede entender sus movimientos,

   ninguno defenderse de su llama,
porque si son los celos pensamientos,
¿quién puede no pensar perder lo que ama?



  —86→  

ArribaAbajoLa Arcadia

[1598]





I

   Por la florida orilla
de un claro y manso río
de salvia y de verbena coronado,
al tiempo que se humilla
al planeta más frío  5
con templado calor el sol dorado,
libre, solo y armado
de acero, olvido y nieve,
pasaba peregrino,
ya fuera del camino  10
del juvenil ardor que el pecho mueve,
cuando al salir Apolo
un niño vi venir, desnudo y solo.

    Rubio el cabello de oro
con una cinta preso  15
que los hermosos ojos le cubría,
y como alarbe o moro
de innumerable peso
un carcax que del cuello le pendía;
y como quien vivía  20
de saltear los hombres,
un arco puesto a punto;
mas cuando le pregunto
que me diga sus títulos y nombres,
respóndeme arrogante,  25
niño en la vista y en la voz gigante:
—87→

   -Yo soy aquél que suelo
con apacible guerra,
con alegre dolor y dulces males,
desde el supremo cielo  30
hasta la baja tierra
herir los dioses, hombres y animales.
Transformaciones tales
jamás Circe las supo,
porque un hechizo formo  35
con que mudo y transformo
cualquiera ser que de mi fuego ocupo,
y al alma que condeno
la hago yo vivir en cuerpo ajeno.

   Fácil tengo la entrada,  40
difícil la salida,
ablándame1 el desprecio y cansa el ruego,
ni hay alma tan helada
o en piedra convertida
que no enternezca mi amoroso fuego.  45
Por eso, rinde luego
las armas arrogantes
de que vas victorioso,
que el rayo más furioso
se templa con miles flechas penetrantes,  50
y lloran mis agravios
igualmente los fuertes y los sabios.

   Yo respondile entonces:
-Mal me conoces, niño;
mira que soy un capitán valiente  55
que en mármoles y bronces,
con ésta que me ciño,
hago escribir mis hechos a la gente.
¿Cómo tu fuego ardiente
o tus blandos suspiros  60
pueden temer los brazos
—88→
[volar] tanto escuadrón, entre los tiros
que han visto en mil pedazos
de la pólvora fiera,
que vence el fuego de su mesma esfera?  65

   Yo al duro, helado hibierno
y al verano abrasado,
de iguales armas y valor vestido,
llevando a mi Gobierno
el escuadrón formado,  70
tanta varia nación he combatido,
que tengo convertido
en duro acero el pecho;
por eso en paz te torna,
que mi espada no adorna  75
las puertas de tu templo sin provecho,
ni pueden tales ojos
humillarse a tus lágrimas y enojos.

   Así le replicaba
cuando de entre unas hiedras  80
una hermosura celestial salía,
que no lo que miraba,
pero las mesmas piedras
en ceniza amorosa convertía.
Amor, que ya me vía  85
con pensamientos vanos
apercibir defensa,
a la primera ofensa
me derribó la espada de las manos,
y en viéndome tan ciego  90
lloré, rendime y abraseme luego.

   En esto al verde llano
un carro victorioso
dos tigres ya domésticos trajeron;
asió el amor la mano  95
de aquel rostro amoroso
—89→
y juntos a su trono se subieron,
y los que allí me vieron,
entre sus pies me ataron,
y al fin sus ruedas fieras  100
mis [armas] y banderas
por despojos vencidos adornaron,
llevándome cautivo
adonde agora lloro, muero y vivo.

   Más todo vencimiento es más victoria,  105
y aquesta pena gloria,
con sólo que me mire Isbella un día
y entre sus ojos arda el alma mía.


II

   En una playa amena
a quien el Turia perlas ofrecía  110
de su menuda arena,
y el mar de España de cristal cubría,
Belisa estaba a solas,
llorando al son del agua y de las olas.

   «Fiero, cruel esposo»,  115
-los ojos hechos fuentes repetía;
y el mar, como envidioso,
a tierra por las lágrimas salía,
y alegre de cogerlas,
las guarda en conchas y convierte en perlas-.  120

    «Traidor, que estás agora
en otros brazos, y a la muerte dejas
el alma que te adora,
y das al viento lágrimas y quejas:
si por aquí volvieres,  125
verás que soy ejemplo de mujeres.

   Que en esta mar furiosa
hallaré de mi fuego la templanza,
—90→
ofreciendo animosa
al agua el cuerpo, al viento la esperanza,  130
que no tendrá sosiego
menos que en tantas aguas tanto fuego.

   ¡Ay tigre! Si estuvieras
en este pecho, donde estar solías,
muriendo yo murieras,  135
mas prendas tengo en las entrañas mías
en que verás que mato
a falta de tu vida tu retrato».

   Ya se arrojaba, cuando
salió un delfín con un bramido fuerte,  140
y ella, en verle temblando,
volvió la espalda al rostro y a la muerte,
diciendo: «Si es tan fea,
yo viva y muera quien mi mal desea».


III

   ¡Oh libertad preciosa,  145
no comparada al oro
ni al bien mayor de la espaciosa tierra;
más rica y más gozosa
que el precioso tesoro
que el mar del sur entre su nácar cierra!  150
Con armas, sangre y guerra,
con las vidas y famas
conquistada en el mundo;
paz dulce, amor profundo,
que el mal apartas y a tu bien nos llamas:  155
en ti sola se anida
oro, tesoro, paz, bien, gloria y vida.

   Cuando de las humanas
tinieblas, vi del cielo
—91→
la luz, principio de mis dulces días,  160
aquellas tres hermanas
que nuestro humano velo
tejiendo llevan por inciertas vías,
las duras penas mías
trocaron en la gloria  165
que en libertad poseo,
con siempre igual deseo,
donde verá por mi dichosa historia
quien más leyere en ella,
que es dulce libertad lo menos della.  170

   Yo, pues, señor exento
desta montaña y prado,
gozo la gloria y libertad que tengo;
soberbio pensamiento
jamás ha derribado  175
la vida humilde y pobre que entretengo.
Cuando a las manos vengo
con el muchacho ciego,
haciendo rostro embisto,
venzo, triunfo y resisto  180
la flecha, el arco, la ponzoña, el fuego,
y con libre albedrío
lloro el ajeno mal y canto el mío.

    Cuando el aurora baña
con helado rocío  185
de aljófar celestial el monte y prado,
salgo de mi cabaña,
riberas deste río,
a dar el nuevo pasto a mi ganado;
y cuando el sol dorado  190
muestra sus fuerzas graves,
al sueño el pecho inclino
debajo un sauce o pino,
oyendo el son de las parleras aves,
—92→
o ya gozando al aura,  195
donde el perdido aliento se restaura.

   Cuando la noche fría
con su estrellado manto
el claro día en su tiniebla encierra,
y suena en la espesura  200
el tenebroso canto
de los nocturnos hijos de la tierra,
al pie de aquesta sierra
con rústicas palabras
mi ganadillo cuento,  205
y el corazón contento
del gobierno de ovejas y de cabras,
la temerosa cuenta
del cuidadoso rey me representa.

   Aquí la verde pera  210
con la manzana hermosa,
de gualda y roja sangre matizada,
y de color de cera
la cermeña olorosa
tengo, y la endrina de color morada;  215
aquí de la enramada
parra que al olmo enlaza
melosas uvas cojo,
y en cantidad recojo,
al tiempo que las ramas desenlaza  220
el caluroso estío,
membrillos que coronan este río.

   No me da descontento
el hábito costoso
que de lascivo el pecho noble infama:  225
es mi dulce sustento
del campo generoso
estas silvestres frutas que derrama.
—93→
Mi regalada cama
de blandas pieles y hojas,  230
que algún rey la envidiara,
y de ti, fuente clara,
que bullendo el arena y agua arrojas,
estos cristales puros,
sustentos pobres, pero bien seguros.  235

    Estese el cortesano
procurando a su gusto
la blanda cama y el mejor sustento;
bese la ingrata mano
del poderoso injusto,  240
formando torres de esperanza al viento;
viva y muera sediento
por el honroso oficio,
y goce yo del suelo,
al aire, al sol y al hielo  245
ocupado en mi rústico ejercicio,
que más vale pobreza
en paz que en guerra mísera riqueza.

   Ni temo al poderoso
ni al rico linsojeo,  250
ni soy camaleón del que gobierna:
ni me tiene envidioso
la ambición y deseo
de ajena gloria ni de fama eterna.
Carne sabrosa y tierna,  255
vino aromatizado,
pan blanco de aquel día,
en prado, en fuente fría,
halla un pastor con hambre fatigado;
que el grande y el pequeño  260
somos iguales lo que dura el sueño.
—94→


IV

   Sola esta vez quisiera,
dulce instrumento mío, me ayudaras,
por ser ya la postrera,
y que después colgado te quedaras  265
de aqueste sauce verde,
donde mi alma llora el bien que pierde.

   Mas pues que de ti siento
que estás con mis desdichas acordado,
suene tu ronco acento  270
en mis amargas quejas destemplado;
celebre mi partida
cual cisne al despedirse de la vida.

   Destas verdes riberas
que el rico Tajo con sus aguas baña,  275
parto a ver las postreras,
que vierten las que bebe el mar de España,
si primero que allego
entre las de mis ojos no me anego.

   Ya quedarán vengados  280
mis fieros, envidiosos enemigos,
y del todo olvidados
de mis puras entrañas mis amigos;
libre de toda guerra,
sepultará mi cuerpo ajena tierra.  285

   Temo que muerto quede
antes que parta si lo siento tanto,
que, en fin, acabar puede
más que el ajeno mal el propio llanto,
que las armas ajenas  290
no matan tanto como propias penas.

    Dulce señora mía,
ya de nuestro llorado apartamiento
—95→
llegó el amargo día;
las velas y esperanzas doy al viento;  295
de vos me aparto y quedo,
si con dejar el alma partir puedo.

   ¡Ay dulce y cara España,
madrastra de tus hijos verdaderos,
y con piedad extraña  300
piadosa madre y huésped de extranjeros!
Envidia en ti me mata,
que toda patria suele ser ingrata.

   Pero porque es mi gloria
vengar mis enemigos con mi ausencia,  305
tendré por más victoria
igualar con su envidia mi paciencia,
que no sufrir la furia
del que a sí no se ve y al otro injuria.

   Del español robusto  310
se ríe el alemán, y el rubio franco
del etíope adusto;
mas si se mira bien, ¿quién hay tan blanco
que alguna cosa fea
o pasada o presente en sí no vea?  315

   Dichoso el que ha nacido
lleno de faltas y desgracias fieras,
ni de la fama ha sido
llevado por naciones extranjeras,
que a quien la envidia deja,  320
de amigo ni enemigo tiene queja.

   Los mismos de quien hice
mayores confianzas me vendieron,
porque me satisfice
de aquella falsedad con que vinieron  325
sólo a saber mi intento,
para regir por él su pensamiento.

   ¡Con qué pena importuna
—96→
trata su tierra al hombre que en la ajena,
buscando su fortuna,  330
se ofrece a tanto mal, peligro y pena!
¡Qué duras sinrazones
le llevan a tratar otras naciones!

   Que como el viento airado
suele arrojar el pájaro del nido,
o del granizo helado
suele ser derribado y combatido,
así del patrio suelo
me arrojan iras del contrario cielo.  5

   Y como el lobo fiero
saca de la manada el corderillo
que vino a dar primero
a sus crueles dientes que al cuchillo,
así la envidia fiera  10
me ha querido matar antes que muera.

   El enemigo cierto,
puesto que ofenda, ofende declarado,
y el daño descubierto
o se sufre mejor o es remediado;  15
de mano del amigo
es en los hombres el mayor castigo.

    ¡Ay destierros injustos,
que en la mañana hermosa de mis años
anochecéis mis gustos!  20
Mas puede ser que viva en los extraños,
que lo que desestima
la tierra propia, la extranjera estima.

   Yo parto a ser ejemplo
de vanas esperanzas y favores,  25
porque ya me contemplo
fuera de sus envidias y temores,
donde acabe mi vida
pobre, envidiada, triste y perseguida.
—97→


V

   Cuando sale el alba hermosa  30
coronada de violetas,
crece el crepúsculo al día
por contemplar tu belleza;
la luz de la tuya envidia,
que el norte a tus ojos llevas,  35
adonde es para los míos
acaso tu larga ausencia.
No hay planeta que contigo
indignado el rostro tenga,
ni resplandor que se iguale  40
de las suyas a tu esfera.
Las nubes del occidente
menos bordadas se muestran,
el cielo cuando te mira
de que te formó se alegra.  45
El sol a Júpiter dice
que eres el sol de la tierra
y que aumentas con tus ojos
las minas de su riqueza.
La luna de ti celosa,  50
que te da más luz se queja;
hasta las estrellas grandes,
que parecen más pequeñas.
Alba, crepúsculo, día,
luz, norte, ocaso, planetas,  55
resplandor, esferas, nubes,
cielo, sol, luna y estrellas:
unas se alegran y otras se querellan,
que adonde sales tú se esconden ellas.
Los blandos jazmines miro  60
que con tu frente se afrentan:
—98→
las rosas con tus mejillas
hace Venus que se atrevan;
con tus labios los claveles
más se encienden de vergüenza,  65
que el alhelí, jaspeado
de blanco y rojo, desprecian.
¿Cuál azucena se iguala
a tu cuello y manos bellas?,
¿qué junquillo y mirasol  70
a tu esparcida madeja?,
¿qué azâr a tu aliento manso,
qué lirio a tus limpias venas,
qué mosquetas a tus pechos,
donde la nieve se engendra?  75
Jazmines, rosas, claveles,
alhelíes, azucenas,
junquillos y mirasoles,
azahar, lirios, mosquetas,
ninguna se compara, ninfa bella,  80
a tu hermosura y celestial belleza.
Esmeraldas son tus ojos
y topacios tu cabeza,
donde el oro que se cría
nace adonde tú te peinas;  85
plata bruñida es tu cuerpo,
o el cristal que el viento hiela;
de la piedra girasol
tu vista hurtó la belleza.
Amatistes y zafiros  90
ser esmeraldas quisieran
para tener con tus ojos
sobre el color competencia.
El coral, verde en el agua,
muere porque tú le veas,  95
que hará en el agua tu boca
—99→
lo que hace el sol en la tierra;
que como él engendra el oro,
color puede engendrar ella,
y dar en su nácar mismo  100
blancura y lustre a las perlas.
Esmeraldas y topacios,
oro, plata, cristal, piedras,
girasoles, amatistes,
zafiros, coral y perlas,  105
donde asiste, señora, tu belleza,
tú tienes el valor, y ellos son piedras.
¡Ay, si mereciese un alma
tan grande como contemplas,
que todo este cuerpo ocupa  110
por no ofrecerla pequeña,
que te dignases de amar
un hombre de tantas prendas,
¿qué te daría, Crisalda,
de regalos y riquezas?  115
Perdices te ofrecería,
vivas en la misma percha,
con el pico y los pies rojos
que estampan en el arena;
las calandrias que madrugan,  120
las mirlas, a quien enseña
naturaleza a cazar
las hormigas con la lengua;
el gavilán pardo y libre,
la filomena parlera,  125
que el verano alegre anuncia
a las fuentes destas selvas;
el águila bajaría,
cuando es pollo, destas peñas;
la tórtola enamorada,  130
que con arrullos se besa;
—100→
la grulla, muerta en las viñas,
no de noche, cuando vela,
que no soy el monte Tauro
para pasarme con piedras;  135
los ánades, de oro y verde
bordadas las plumas nuevas
del cuello, y del azul las alas,
que bien nadan y mal vuelan;
los pavos, donde los ojos  140
de Argos sirvieron de rueda,
y con las cercetas pardas
cuantas el aire sustenta.
Perdices, calandrias, mirlas,
gavilanes, filomenas,  145
águilas, tórtolas, grullas,
ánades, pavos, cercetas,
para poderte regalar trujera
de nidos, montes, árboles y peñas.
Las guindas rojas, maduras,  150
los madroños de las sierras
donde el erizo en sus puntas
los ensarta como cuentas;
la castaña, armada en balde,
los membrillos de las vegas,  155
que al miedo el color hurtaron
y la forma a las camuesas;
las uvas verdes y azules,
blancas, rojas, tintas, negras,
pendientes de los sarmientos  160
los racimos y hojas secas;
del almendro flor y fruto,
que uno sabe y otro alegra,
la endrina, con la flor cana,
y la olorosa cermeña;  165
las nueces, secas y verdes,
—101→
que por que esas manos bellas
no se tiñan de limpiallas,
te dieran sus blancas piernas;
la pera, el níspero duro,  170
que se madura en la yerba,
la serba, roja en el árbol
y parda cuando aprovecha:
guindas, madroños, castañas,
membrillos, uvas, almendras,  175
endrinas, cermeñas, nueces,
peras, nísperos y serbas
al tiempo que madrugan te trujera
de incultos montes y labradas huertas.
La liebre cobarde viva  180
cuando olvidada se acuesta,
el conejo bullicioso
que se espanta de las yerbas;
el cabritillo manchado,
el oso con la colmena,  185
el gamo en la brama herido,
los corzos con las saetas,
las ciercas dentro del agua
cuando su ponzoña llevan;
el jabalí colmilludo,  190
de quien Venus se lamenta;
el toro que no ha sentido
a qué parte el yugo aprieta,
porque no corte Alejandro
las dos conyundas revueltas;  195
el tigre, lleno de manchas
que algún caballo desea,
el espín, lleno de rayos,
imagen de la soberbia;
la cabra montés, que vista  200
desde los pies de una sierra,
—102→
parece que de las ramas
como fruto asida cuelga:
liebres, conejos, cabritos,
osos, gamos, corzos, ciervas,  205
jabalíes, toros, tigres,
espines, cabras montesas
para comer y para ver te diera
destas montañas y de aquellas selvas.
Cuando quisieras pescados,  210
con redaya, plomo y cerdas,
mares, lagunas y ríos
me dieran sabrosa pesca:
la verde rana que canta,
de que comieras la media,  215
porque se dice que tienen
gusto de mujeres feas;
el pez de escamas de plata;
el camarón, lleno de hebras;
la langosta, que cocida  220
tiene de coral las piezas;
la trucha, lisa y pintada;
la murena, verde y negra;
la concha, que con la luna
abre y cierra, crece y mengua;  225
el cangrejo, torpe y feo;
el zafío, como oreja;
el delfín, músico y dulce,
astrólogo en las tormentas;
las focas, con quien Teseo  230
mató a Hipólito por Fedra,
y hasta las ballenas grandes,
que el ámbar precioso engendran.
Ranas, peces, camarones,
langostas, truchas, murenas,  235
—103→
conchas, cangrejos, zafíos,
delfines, focas, ballenas,
y cuanto el mar, el aire, el suelo encierra,
si me quieres ofrezco a tu belleza.


VI

   La verde primavera  240
de mis floridos años
pasé cautivo, amor, en tus prisiones,
y en la cadena fiera,
cantando mis engaños,
lloré con mi razón tus sinrazones,  245
amargas confusiones
del tiempo que has tenido
ciega mi alma y loco mi sentido.

   Mas ya que el fiero yugo
que mi cerviz domaba  250
desata el desengaño con tu afrenta,
y al mismo sol enjugo
que un tiempo me abrasaba
la ropa que saqué de la tormenta,
con voz libre y exenta  255
al desengaño santo
consagro altares y alabanzas canto.

   Cuanto contento encierra
contar su herida el sano
y en la patria su cárcel el cautivo  260
entre la paz y guerra,
y el libre del tirano,
tanto en cantar mi libertad recibo,
¡oh mar, oh fuego vivo,
que fuiste al alma mía  265
herida, cárcel, guerra y tiranía!
—104→

   Quédate, falso amigo,
para engañar a aquéllos
que siempre están contentos y quejosos,
que desde aquí maldigo  270
los mismos ojos bellos
y aquellos lazos dulces y amorosos
que un tiempo tan hermosos
tuvieron, aunque injusto,
asida el alma y engañado el gusto.  275

    Quede por las cortezas
de aquestos verdes árboles,
ingrata fiera, con mi fe tu nombre;
imprima en las durezas
de aquestos blancos mármoles  280
mi ejemplo amor, que a todo el mundo asombre,
y sépase que un hombre
tan ciego y tan perdido
su vida escribe y llora arrepentido.




ArribaAbajoRimas humanas

[1604]





ArribaAbajoElisio


   -Luz que alumbras el sol, Lucinda hermosa,
que aun no te precias de volver los ojos
al alma que llamabas dueño suyo:
si vives, porque vivo, desdeñosa,
acaba con mi vida tus enojos,  5
pues no has de hallar defensa en lo que es tuyo.
El cuello es éste, no dirás que huyo;
desnudo de mi propia resistencia
le ofrezco a tu inclemencia-.
Así lloraba Elisio al pie de un monte  10
—105→
cuando nuestro horizonte
el primero crepúsculo doraba,
por quien la noche fría,
que la luz de sus rayos respetaba,
huyendo a los antípodas volvía.  15

   Puestos los ojos en las bellas lumbres
con lástima de sí prosigue el llanto,
diciendo: -¡Oh sol, que con tus rayos bellos
bañas las verdes, elevadas cumbres
destos rígidos montes, cuyo manto  20
de blanca nieve se regala en ellos!
La noche, con sus húmedos cabellos,
mis lágrimas creció, mi amada pena,
de negras sombras llena,
y en tu presencia tuvo confianza  25
de verme en la bonanza
que tu divina luz me prometía,
mas mi dolor renuevo
viendo que sale el día
y que comienzo a padecer de nuevo.  30

   Porque si pienso en la mortal tristeza
que tuve y tengo y que el dolor dilata,
iguales son o la presente crece;
hallo que va creciendo mi firmeza,
hiedra de tu rigor, Lucinda ingrata,  35
y que quien a la noche [me] aborrece
con mayores desdenes amanece.
¡Oh escura noche, de temor vestida!
Pues ¿cómo?, ¿que en mi vida
un solo día de placer no haya?  40
¿Que venga el sol y vaya
por este nuestro y el opuesto polo
y no me toque a mí su lumbre pura?
¡Oh peregrino solo
de amor ciego, del alma noche escura!  45
—106→

   Ya las aves en rama o nido enrizan
las blandas plumas en ciudad o en selva
y los rayos del sol resplandecientes
con acordados picos solemnizan,
dándole gracias de que a verlas vuelva,  50
a cuya imitación las claras fuentes
entonan el cristal de sus corrientes;
las hojas con el viento se requiebran
y el resplandor celebran
que el aire esclareció del negro velo.  55
Yo triste, en este suelo
tendido, sin saber si parte o sale,
de todo bien me privo;
ninguna luz me vale,
siempre en tinieblas y en tormento vivo.  60

   Verase Apolo en mi cenit ardiendo,
descansarán las aves, defendidas
   de su rigor en árboles hojosos;
mis cabras pacerán, Ladon durmiendo,
por los floridos campos esparcidas  65
las malvas y tomillos olorosos,
y sobre los hijuelos bulliciosos
con anchas alas y soberbio cuello,
picando el tierno vello,
asistirá la tórtola casada;  70
la cierva enamorada
vendrá a bañarse en este arroyo manso;
yo sólo entonces, de mi error vencido,
viviré sin descanso,
llorando celos y temiendo olvido.  75

   Vendrá la noche y engastando el cielo
diamantes en su cóncavo sutiles,
tranquilo cubrirá toda la tierra;
los animales por el verde suelo
seguros dormirán, y a los rediles  80
—107→
voraz el lobo hará su oculta guerra;
bajarán los ganados de la sierra,
y tras el tardo buey, con paso lento,
del campo al heno atento,
el labrador se volverá a su aldea,  85
que de lejos humea
con la rústica cena deseada,
y verase, colgada de su filo,
callar la noche helada
y que no muda mi dolor estilo.  90

   No hay tiempo para mí, faltome el tiempo;
ya son del mar las olas mis cuidados,
la que se acaba crece en la que viene.
Mi frágil esperanza llega a tiempo,
que con pasos enfermos y cansados  95
huyendo de la muerte se entretiene,
mas poca resistencia le conviene,
que al fin la alcanzará con la sospecha
y a sus manos deshecha
quien puede asegurar mi corta vida.  100
Dulcísima homicida,
no mates con desdenes mi esperanza;
antes la vida muera,
que el bien que no se alcanza
al fin es bien mientras gozar se espera-.  105

   Dijo, y volviendo la cabeza al soto
vio las traviesas, esparcidas cabras
huir aquí y allí como sin dueño;
interrumpió su voz el alboroto,
quedaron indecisas las palabras;  110
tendió los brazos y arrugando el ceño,
como el que despertó de largo sueño
puso piedra en la honda, cuyo giro
así despide el tiro,
que volvieron volando al valle ameno,  115
—108→
haciendo como el trueno,
que el aire rompe y resonando queda,
bramar la fuerte seda;
las aves se espantaron, y en lo hueco
del valle resonó doblado el eco.  120




ArribaAbajoEl peregrino en su patria

[1604]




IV

   Serrana hermosa, que de nieve helada
fueras, como en color, en el efeto,
si amor no hallara en tu rigor posada;

   del sol y de mi vista claro objeto,
centro del alma que a tu gloria aspira
y de mi verso altísimo sujeto;

   alba dichosa en que mi noche espira,
divino basilisco, lince hermoso,
nube de amor, por quien sus rayos tira;

   salteadora gentil, monstruo amoroso,
salamandra de nieve y no de fuego,
para que viva con mayor reposo:

   hoy que a estos montes y a la muerte llego,
donde vine sin ti, sin alma y vida,
te escribo de llorar cansado y ciego.

   Pero dirás que es pena merecida
de quien pudo sufrir mirar tus ojos
con lágrimas de amor en la partida.

   Advierte que eres alma en los despojos
desta parte mortal, que a ser la mía,
faltara en tantas lágrimas y enojos;

   que no viviera quien de ti partía,
—109→
ni ausente, agora, a no esforzarle tanto
las esperanzas de un alegre día.

   Aquella noche en su mayor espanto
consideré la pena del perderte,
la dura soledad creciendo el llanto,

   y llamando mil veces a la muerte,
otras tantas miré que me quitaba
la dulce gloria de volver a verte.

   A la ciudad famosa que dejaba
la cabeza volví, que desde lejos
sus muros con sus fuegos me enseñaba,

   y dándome en los ojos los reflejos,
gran tiempo hacia la parte en que vivías
los tuvo amor suspensos y perplejos;

   y como imaginaba que tendrías
de lágrimas los bellos ojos llenos,
pensándolas juntar crecí las mías,

   mas como los amigos, desto ajenos,
reparasen en ver que me paraba,
en el mayor dolor fue el llanto menos.

   Ya, pues, que el alma y la ciudad dejaba
y no se oía del famoso río
el claro son con que sus muros lava.

   «Adiós, dije mil veces, dueño mío,
hasta que a verme en tu ribera vuelva,
de quien tan ternamente me desvío.

    No suele el ruiseñor en verde selva
llorar el nido, de uno en otro ramo
de florido arrayán y madreselva,

   con más doliente voz que yo te llamo,
ausente de mis dulces pajarillos,
por quien en llanto el corazón derramo,

   ni brama, si le quitan sus novillos,
con más dolor la vaca, atravesando
los campos de agostados amarillos;
—110→

   ni con arrullo más lloroso y blando
la tórtola se queja, prenda mía,
que yo me estoy de mi dolor quejando.

   Lucinda, sin tu dulce compañía
y sin las prendas de tu hermoso pecho,
todo es llorar desde la noche al día,

   que con sólo pensar que está deshecho
mi nido ausente, me atraviesa el alma,
dando mil nudos a mi cuello estrecho;

   que con dolor de que le dejo en calma
y el fruto de mi amor goza otro dueño,
parece que he sembrado ingrata palma».

   Llegué, Lucinda, al fin, sin verme el sueño
en tres veces que el sol me vio tan triste,
a la aspereza de un lugar pequeño

   a quien de murtas y peñascos viste
Sierra Morena, que se pone en medio
del dichoso lugar en que naciste.

   Allí me pareció que sin remedio
llegaba el fin de mi mortal camino,
habiendo apenas caminado el medio,

   y cuando ya mi pensamiento vino,
dejando atrás la sierra, a imaginarte,
creció con el dolor el desatino;

   que con pensar que estás de la otra parte,
me pareció que me quitó la sierra
la dulce gloria de poder mirarte.

   Bajé a los llanos desta humilde tierra
adonde me prendiste y cautivaste
y yo fui esclavo de tu dulce guerra.

   No estaba el Tajo con el verde engaste
de su florida margen cual solía
cuando con esos pies su orilla honraste,

   ni el agua clara a su pesar subía
por las sonoras ruedas, ni bajaba
—111→
y en pedazos de plata se rompía,

    ni Filomena su dolor contaba,
ni se enlazaba parra con espino,
ni yedra por los árboles trepaba,

   ni pastor extranjero ni vecino
se coronaba del laurel ingrato,
que algunos tienen por laurel divino.

   Era su valle imagen y retrato
del lugar que la corte desampara
del alma de su espléndido aparato.

   Yo, como aquél que a contemplar se para
ruinas tristes de pasadas glorias,
en agua de dolor bañé mi cara.

   De tropel acudieron las memorias,
los asientos, los gustos, los favores,
que a veces los lugares son historias,
y en más de dos que yo te dije amores
parece que escuchaba tus respuestas
y que estaban allí las mismas flores.

   Mas como en desventuras manifiestas
suele ser tan costoso el desengaño
y sus veloces alas son tan prestas,

    vencido de la fuerza de mi daño
caí desde (mí) mismo medio muerto
y conmigo también mi dulce engaño.

   Teniendo, pues, mi duro fin por cierto
las ninfas de las aguas, los pastores
del soto y los vaqueros del desierto,
cubriéndome de yerbas y de flores
me lloraban diciendo: «Aquí fenece
el hombre que mejor trató de amores,

    y puesto que Lucinda le merece,
que su vida consiste en su presencia
él también con su muerte la engrandece».

   Entonces yo, que haciendo resistencia
—112→
estaba con tu luz al dolor mío,
abrí los ojos que cerró tu ausencia;
luego, desamparando el valle frío
las ninfas bellas, con sus rubias frentes
rompieron el cristal del manso río
y en círculos de vidrio transparentes
las divididas aguas resonaron
y en las peñas los ecos diferentes.

   Los pastores también desampararon
el muerto vivo y en la tibia arena
por sombra de quien era me dejaron.

   Yo solo, acompañado de mi pena,
volvite al alma, del dolor quejoso
que de pensar en ti la tuvo ajena.

   Así ha llegado aquel pastor dichoso,
Lucinda, que llamabas dueño tuyo,
del Betis rico al Tajo caudaloso,

   éste que miras es retrato suyo,
que así el esclavo que llorando pierdes
a tus divinos ojos restituyo.

   O ya me olvides o de mí te acuerdes,
si te olvidare mientras tengo vida,
marchite amar mis esperanzas verdes;

   cosa que al cielo por mi bien le pida
jamás me cumpla, si otra cosa fuere
de aquestos ojos donde estás, querida.

   En tanto que mi espíritu rigiere
el cuerpo que tus brazos estimaron,
nadie los míos ocupar espere;

   la memoria que en ellos me dejaron
es alcaide de aquella fortaleza
que tus hermosos ojos conquistaron.

   Tú conoces, Lucinda, mi firmeza
y que es de acero el pensamiento mío
con las pastoras de mayor belleza.
—113→

   Ya sabes el rigor de mi desvío
con Flora, que te tuvo tan celosa,
a cuyo fuego respondí con frío.

   Pues bien; conoces tú que es Flora hermosa,
y que con serlo sin remedio vive,
envidiosa de ti, de mí quejosa;

   bien sabes que habla bien, que bien escribe,
y que me solicita y me regala
por más desprecios que de mí recibe.

   Mas yo, que de tu pie, donaire y gala
estimo más la cinta que desecha
que todo el oro con que a Creso iguala,

   sólo estimo tenerte sin sospecha,
que no ha nacido agora quien desate
de tanto amor lazada tan estrecha.

   Cuando de yerbas de Tesalia trate
y discurriendo el monte de la luna
los espíritus ínfimos maltrate,

   no hay fuerza en yerba ni en palabra alguna
contra mi voluntad que hizo el cielo,
libre en adversa y próspera fortuna.

   Tú sola mereciste mi desvelo,
y yo también, después de larga historia
con mi fuego de amor vencer tu yelo.

   Viva con esto alegre tu memoria,
que, como amar con celos es infierno,
amar sin ellos es descanso y gloria,

   que yo, sin atender a mi gobierno,
no he de apartarme de adorarte ausente
si de ti lo estuviese un siglo eterno.

   El sol mil veces discurriendo cuente
del cielo los dorados paralelos
y de su blanca hermana el rostro aumente,

   que los diamantes de sus puros velos,
—114→
que viven fijos en su otava esfera,
no han de igualarme aunque me maten celos.

   No habrá cosa jamás en la ribera
en que no te contemplen estos ojos
mientras ausente de los tuyos muera;

   en el jazmín tus cándidos despojos,
en la rosa encarnada tus mejillas,
tu bella boca en los claveles rojos,

   tu olor en las retamas amarillas
y en maravillas que mis cabras pacen
contemplaré también tus maravillas:

   y cuando aquellos arroyuelos que hacen,
templados, a mis quejas consonancia,
desde la sierra donde juntos nacen,

   dejando el sol la furia y arrogancia
de dos tan encendidos animales,
volviere el año a su primera estancia,

   a pesar de sus fuentes naturales,
del yelo arrebatadas sus corrientes,
cuelguen por estas peñas sus cristales,

   contemplaré tus concertados dientes
y a veces, en carámbanos mayores,
los dedos de tus manos transparentes.

   Tu voz me acordarán los ruiseñores
y destas yedras y olmos los abrazos,
nuestros hermafrodíticos amores.

   Aquestos nidos de diversos lazos,
donde agora se besan dos palomas,
por ver mis prendas burlarán mis brazos.

   Tú, si mejor tus pensamientos domas,
en tanto que yo quedo sin sentido,
dime el remedio de vivir que tomas,

    que aunque todas las aguas del olvido
bebiese yo, por imposible tengo
que me escapase de tu lazo asido,
—115→

   donde la vida a más dolor prevengo.
¡Triste de aquél que por estrellas ama,
si no soy yo, porque a tus manos vengo!

   Donde si espero de mis versos fama,
a ti lo debo, que tú sola puedes
dar a mi frente de laurel la rama
donde muriendo vencedora quedes.




ArribaAbajoLos pastores de Belén

[1612]





I

   Nace al alba María
y el sol con ella,
desterrando la noche
de nuestras penas.
Nace el alba clara,  5
la noche pisa;
del cielo la risa
su paz declara;
el tiempo se para
por sólo vella,  10
desterrando la noche
de nuestras penas.
Para ser señora
del cielo, levanta
esta niña santa  15
su luz como aurora;
él canta, ella llora
divinas perlas,
desterrando la noche
de nuestras penas.  20
—116→
Aquella luz pura
del sol procede,
porque cuanto puede
le da hermosura.
El alba asegura  25
que viene cerca,
desterrando la noche
de nuestras penas.


II

   ¿Dónde vais, zagala,
sola en el monte?  30
Mas quien lleva el sol
no teme la noche.
¿Dónde vais, María,
divina esposa,
madre gloriosa  35
de quien os cría?
¿Qué haréis si el día
se va al Ocaso
y en el monte acaso
la noche os coge?  40
Mas quien lleva el sol
no teme la noche.
El ver las estrellas
me causa enojos,
pero vuestros ojos  45
más lucen que ellas.
Ya sale con ellas
la noche escura;
a vuestra hermosura
la luz se asconde;  50
mas quien lleva el sol
no teme la noche.
—117→


III

   ¡Cuán bienaventurado
aquél que puede llamarse justamente,
que sin tener cuidado  55
de la malicia y lengua de la gente,
a la virtud contraria
la suya pasa en vida solitaria!

   ¡Dichoso el que no mira
del altivo señor las altas casas,  60
ni de mirar se admira
fuertes colunas oprimiendo basas,
en las soberbias puertas,
a la lisonja eternamente abiertas!

    Los altos frontispicios,  65
con el noble blasón de sus pasados,
los bélicos oficios,
de timbres y banderas coronados,
desprecia y tiene en menos
que en el campo los olmos, de hojas llenos.  70

    No sufre el confiado
en quien puede morir, y que al fin muere,
ni humilde al levantado
con vanas sumisiones le prefiere,
sin ver que no hay coluna  75
segura en las mudanzas de fortuna.

    Ni va sin luz delante
del señor poderoso, que atropella
sus fuerzas arrogante,
pues es mejor de noche ser estrella  80
que por la compañía
del sol dorado no lucir de día.

   ¡Dichoso el que, apartado
de aquéllos que se tienen por discretos,
—118→
no habla desvelado  85
en sutiles sentencias y concetos,
ni inventa voces nuevas,
más de ambición que del ingenio pruebas!

   Ni escucha al malicioso
que de todo cuanto ve le desagrada,  90
ni al crítico enfadoso
teme la esquiva condición, fundada
en la calumnia sola,
fuego activo del oro que acrisola.

   Ni aquellos arrogantes  95
por el verde laurel de alguna ciencia,
que llaman ignorantes
los que tiene por sabios la experiencia,
porque la ciencia en suma
no sale del laurel, mas de la pluma.  100

   No da el saber el grado
sino el ingenio natural, del arte
y estudio acompañado,
que el hábito y los cursos no son parte,
ni aquella ilustre rama,  105
faltando lo esencial para dar fama.

   ¡Oh cuántos hay que viven
a sus cortas esferas condenados!
Hoy lo que ayer escriben,
ingenios como espejos que, quebrados,  110
muestran siempre de un modo
lo mismo en cualquier parte que en el todo.

   ¡Dichoso, pues, mil veces
el solo que en su campo, descuidado
de vanas altiveces,  115
cuanto rompiendo va con el arado
baña con la corriente
del agua que destila de su frente!

   El ave sacra a Marte
—119→
le despierta del sueño perezoso,  120
y el vestido sin arte
traslada presto al cuerpo, temeroso
de que la luz del día
por las quiebras del techo entrar porfía.

   Revuelve la ceniza,  125
sopla el humoso pino mal quemado;
el animal se eriza
que estaba entre las pajas acostado.
Ya la tiniebla huye
y lo que hurtó a la luz le restituye.  130

   El pobre almuerzo aliña,
come y da de comer a los dos bueyes,
y en el barbecho o viña,
sin envidiar los patios de los reyes,
ufano se pasea  135
a vista de las casas de su aldea.

   Y son tan derribadas,
que aun no llega el soldado a su aposento,
ni sus armas colgadas
de sus paredes vio, ni el corpulento  140
caballo estar atado
al humilde pesebre del ganado.

   Caliéntase el enero,
alrededor de sus hijuelos todos,
a un roble, ardiendo entero,  145
y allí contando de diversos modos
de la extranjera guerra,
duerme seguro y goza de su tierra.

   Ni deuda en plazo breve,
ni nave por la mar su paz impide,  150
ni a la fama se atreve;
con el reloj del sol sus horas mide,
y la incierta postrera
ni la teme cobarde ni la espera.
—120→


IV

   Zagala divina,  155
bella labradora,
boca de rubíes,
ojos de paloma,
Santísima Virgen,
soberana aurora,  160
arco de los cielos
y del sol corona:
tantas cosas cuentan
sagradas historias
de vuestra hermosura,  165
que el alma me roban:
que tenéis del cielo,
morena graciosa,
la puerta en el pecho,
la llave en la boca.  170

   Vuestras gracias me cuentan,
zagala hermosa;
mientras más me dicen,
más me enamoran.
Dícenme que sois  175
de las tres personas
el trono divino
en que asisten todas;
que ya el Padre Eterno
Hija suya os nombra,  180
el Hijo su Madre
y el Amor su Esposa;
que ya el vellocino,
de la tierra alfombra,
lloviendo las nubes  185
de perlas se borda.
—121→
Que tenéis guardada
en vos una joya
que de Dios el pecho
dignamente adorna.  190

   Vuestras gracias, etc.

   Que tenéis la cara
como cuando llora
sobre blancos lirios
la mañana aljófar;  195
que sois nieve pura
sobre quien deshojan
purpúreos claveles
o encarnadas rosas.

   Yo no sé quién sirve  200
hermosuras locas,
flores de la tierra
que la muerte corta,
y deja de amaros,
divina Señora,  205
a cuya belleza
la luna se postra.

   Vuestras gracias, etc.

   Cuéntanme que al templo
fuistes, niña hermosa,  210
cuyas quince gradas
las subistes sola;
que en él ofrecistes
para tanta gloria
casta vida y alma,  215
palabras y obras;
que aunque sois casada
—122→
la misma vitoria
tendréis hoy que antes
y después que agora.  220
Seréis Madre y Virgen,
porque os hizo sombra
el amor divino
de quien sois Esposa.

   Vuestras gracias, etc.  225


V

   A mi niño combaten
fuegos y hielos,
sólo amor padeciera
tan gran tormento.
Del amor el fuego  230
y del tiempo el frío,
al dulce amor mío
quitan el sosiego.
Digo cuando llego
a verle, riendo:  235
-Sólo amor padeciera
tan gran tormento.
Helarse algún pecho
y el alma abrasarse
sólo puede hallarse  240
que amor lo haya hecho.
Niño satisfecho
de fuego y hielo,
sólo amor padeciera
tan gran tormento.  245
—123→


VI

   Hoy al hielo nace
en Belén mi Dios,
cántale su Madre
y él llora de amor.
Aquel Verbo santo,  250
luz y resplandor
de su Padre Eterno,
que es quien le engendró,
en la tierra nace
por los hombres hoy;  255
cántale su Madre
y él llora de amor.
Como fue su Madre
de tal perfección,
un precioso nácar  260
sólo abierto al sol,
las que llora al Niño
finas perlas son.
Cántale su Madre
y él llora de amor.  265
-No lloréis, mi vida,
que me dais pasión-,
le dice la Niña
que al Niño parió.
Témplanse los aires  270
a su dulce voz;
cántale su Madre
y él llora de amor.
—124→


VII

   Este Niño y Dios, Antón,
que en Belén tiembla y suspira,  275
con unos ojuelos mira
que penetra el corazón.
Este Niño celestial
tiene unos ojos tan bellos,
que se va el alma tras ellos  280
como a centro natural.
Ya es cordero y no es león,
y como dejó la ira,
con unos ojuelos mira
que penetra el corazón.  285
Antiguamente miraba
en nube, monte y en fuego
y en ofendiéndole, luego
del ofensor se vengaba;
mas después que vino, Antón,  290
donde como hombre suspira,
con unos ojuelos mira
que penetra el corazón.
No se dejaba mirar
envuelto en nubes y velos;  295
ahora en pajas y hielos
se deja ver y tocar.
Y como ve a los que son
la causa por que suspira,
con unos ojuelos mira  300
que penetra el corazón.
—125→


VIII

   La niña a quien dijo el ángel
que estaba de gracia llena,
cuando de ser de Dios madre
le trujo tan altas nuevas,  305
ya le mira en un pesebre
llorando lágrimas tiernas,
que obligándose a ser hombre
también se obliga a sus penas.
«¿Qué tenéis, dulce Jesús?  310
-le dice la niña bella-,
¿tan presto sentís, mis ojos,
el dolor de mi pobreza?
Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda,  315
sino mis brazos y pechos
que os regalan y sustentan.
No puedo más, amor mío,
porque si yo más pudiera
vos sabéis que vuestros cielos  320
envidiaran mi riqueza».
El niño recién nacido
no mueve la pura lengua,
aunque es la sabiduría
de su eterno Padre inmensa,  325
mas revelándole el alma
de la Virgen la respuesta,
cubrió de sueño en sus brazos
blandamente sus estrellas.
Ella entonces, desatando  330
la voz regalada y tierna,
así tuvo a su armonía
la de los cielos suspensa:
—126→

   Pues andáis en las palmas,
ángeles santos,  335
que se duerme mi niño,
tened los ramos.

   Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos  340
que suenan tanto:
no le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.  345

   El niño divino,
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco  350
del tierno llanto.
Que se duerme mi niño,
tened los ramos.

   Rigurosos yelos
le están cercando;  355
ya veis que no tengo
con qué guardarlo.
Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme2 mi niño,  360
tened los ramos.