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ArribaAbajoRimas sacras

[1614]





ArribaAbajoCanción a la muerte de Carlos Félix


   Éste de mis entrañas dulce fruto,
con vuestra bendición, ¡oh Rey Eterno!,
ofrezco humildemente a vuestras aras,
que si es de todos el mejor tributo
un puro corazón humilde y tierno  5
y el más precioso de las prendas caras,
no las aromas raras
entre olores fenicios
y licores sabeos,
os rinden mis deseos,  10
por menos olorosos sacrificios,
sino mi corazón, que Carlos era,
que en el que me quedó menos os diera.

   Diréis, Señor, que en daros lo que es vuestro
ninguna cosa os doy, y que querría  15
hacer virtud necesidad tan fuerte,
y que no es lo que siento lo que muestro,
pues anima su cuerpo el alma mía
y se divide entre los dos la muerte.
Confieso que de suerte  20
vive a la suya asida,
que cuanto a la vil tierra
que el ser mortal encierra,
tuviera más contento de su vida;
mas cuanto al alma, ¿qué mayor consuelo  25
que lo que pierdo yo me gane el cielo?

   Póstrese nuestra vil naturaleza
a vuestra voluntad, imperio sumo,
—128→
autor de nuestro límite, Dios santo;
no repugne jamás nuestra bajeza,  30
sueño de sombra, polvo, viento y humo,
a lo que vos queréis, que podéis tanto;
afréntese del llanto
injusto, aunque forzoso,
aquella inferior parte  35
que a la sangre reparte
materia de dolor tan lastimoso,
porque donde es inmensa la distancia,
como no hay proporción no hay repugnancia.

   Quiera yo lo que vos, pues no es posible  40
no ser lo que queréis, que no queriendo,
saco mi daño a vuestra ofensa junto.
Justísimo sois vos; es imposible
dejar de ser error lo que pretendo,
pues es mi nada indivisible punto.  45
Si a los cielos pregunto,
vuestra circunferencia
inmensa, incircunscrita,
pues que sólo os limita
con margen de piedad vuestra clemencia,  50
¡oh guarda de los hombres!, yo ¿qué puedo
adonde tiembla el serafín de miedo?

   Amábaos yo, Señor, luego que abristes
mis ojos a la luz de conoceros,
y regalome el resplandor suave.  55
Carlos fue tierra, eclipse padecistes,
divino Sol, pues me quitaba el veros
opuesto como nube densa y grave.
Gobernaba la nave
de mi vida aquel viento  60
de vuestro auxilio santo
por el mar de mi llanto
al puerto del eterno salvamento,
—129→
y cosa indigna, navegando, fuera
que rémora tan vil me detuviera.  65

   ¡Oh, cómo justo fue que os ofreciese
mi alma impedimentos para amaros,
pues ya por culpas propias me detengo!
¡Oh, cómo justo fue que os ofreciese
este cordero yo para obligaros,  70
sin ser Abel, aunque envidiosos tengo!
Tanto, que a serlo vengo
yo mismo de mí mismo,
pues ocasión como ésta
en un alma dispuesta  75
la pudiera poner en el abismo
de la obediencia, que os agrada tanto
cuanto por loco amor ofende el llanto.

   ¡Oh, quién como aquel padre de las gentes
el hijo sólo en sacrificio os diera  80
y los filos al cielo levantara!
No para que con alas diligentes
ministro celestial los detuviera
y el golpe al corderillo trasladara,
mas porque calentara  85
de rojo humor la peña,
y en vez de aquel cordero
por quien corrió el acero
y cuya sangre humedeció la leña,
muriera el ángel, y trocando estilo,  90
en mis entrañas comenzara el filo.

   Y vos, dichoso niño, que en siete años
que tuvistes de vida, no tuvistes
con vuestro padre inobediencia alguna,
corred con vuestro ejemplo mis engaños,  95
serenad mis paternos ojos tristes,
pues ya sois sol donde pisáis la luna.
De la primera cuna
—130→
a la postrera cama
no distes sola un hora  100
de disgusto, y agora
parece que le dais, si así se llama
lo que es pena y dolor de parte nuestra,
pues no es la culpa, aunque es la causa vuestra.

   Cuando tan santo os vi, cuando tan cuerdo,  105
conocí la vejez que os inclinaba
a los fríos umbrales de la muerte;
luego lloré lo que ahora gano y pierdo,
y luego dije: «Aquí la edad acaba,
porque nunca comienza desta suerte».  110
¿Quién vio rigor tan fuerte,
y de razón ajeno,
temer por bueno y santo
lo que se amaba tanto?
Mas no os temiera yo por santo y bueno,  115
si no pensara el fin que prometía
quien sin el curso natural vivía.

   Yo para vos los pajarillos nuevos,
diversos en el canto y las colores,
encerraba, gozoso de alegraros;  120
yo plantaba los fértiles renuevos
de los árboles verdes, yo las flores
en quien mejor pudiera contemplaros,
pues a los aires claros
del alba hermosa apenas  125
saliste, Carlos mío,
bañado de rocío,
cuando, marchitas las doradas venas,
el blanco lirio convertido en hielo
cayó en la tierra, aunque traspuesto al cielo.  130

   ¡Oh qué divinos pájaros agora,
Carlos, gozáis, que con pintadas alas
discurren por los campos celestiales
—131→
en el jardín eterno, que atesora
por cuadros ricos de doradas salas  135
más hermosos jacintos orientales,
adonde a los mortales
ojos la luz excede!
¡Dichoso yo que os veo
donde está mi deseo  140
y donde no tocó pesar ni puede,
que sólo con el bien de tal memoria
toda la pena me trocáis en gloria!

   ¿Qué me importara a mí que os viera puesto
a la sombra de un príncipe en la tierra,  145
pues Dios maldice a quien en ellos fía,
ni aun ser el mismo príncipe, compuesto
de aquel metal del sol, del mundo guerra,
que tantas vidas consumir porfía?
La breve tiranía,  150
la mortal hermosura,
la ambición de los hombres,
con títulos y nombres
que la lisonja idolatrar procura,
al espirar la vida, ¿en qué se vuelven  155
si al fin en el principio se resuelven?

   Hijo, pues, de mis ojos, en buen hora
vais a vivir con Dios eternamente
y a gozar de la patria soberana.
¡Cuán lejos, Carlos venturoso, agora  160
de la impiedad de la ignorante gente
y los sucesos de la vida humana,
sin noche, sin mañana,
sin vejez siempre enferma,
que hasta el sueño fastidia,  165
sin que la fiera envidia
de la virtud a los umbrales duerma,
—132→
del tiempo triunfaréis, porque no alcanza
donde cierran la puerta a la esperanza!

   La inteligencia que los orbes mueve  170
a la celeste máquina divina
dará mil tornos con su hermosa mano,
fuego el León, el Sagitario nieve,
y vos, mirando aquella esencia trina,
ni pasaréis invierno ni verano,  175
y desde el soberano
lugar que os ha cabido,
los bellísimos ojos,
paces de mis enojos,
humillaréis a vuestro patrio nido,  180
y si mi llanto vuestra luz divisa,
los dos claveles bañaréis en risa.

   Yo os di la mejor patria que yo pude
para nacer, y agora en vuestra muerte
entre santos dichosa sepultura;  185
resta que vos roguéis a Dios que mude
mi sentimiento en gozo, de tal suerte,
que, a pesar de la sangre que procura
cubrir de noche escura
la luz desta memoria,  190
viváis vos en la mía,
que espero que algún día
la que me da dolor me dará gloria,
viendo al partir de aquesta tierra ajena,
que no quedáis adonde todo es pena.  195



  —133→  

ArribaLa Dorotea

[1632]





I

   A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene el aldea  5
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos.
Ni estoy bien ni mal conmigo,
mas dice mi entendimiento  10
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo  15
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan
fácilmente me defiendo,
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.  20
Él dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento,
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.
La diferencia conozco  25
porque en él y en mí contemplo
su locura en su arrogancia,
mi humildad en mi desprecio.
—134→
O sabe naturaleza
más que supo en este tiempo,  30
o tantos que nacen sabios
es porque lo dicen ellos.
«Sólo sé que no sé nada»,
dijo un filósofo, haciendo
la cuenta con su humildad,  35
adonde lo más es menos.
No me precio de entendido,
de desdichado me precio,
que los que no son dichosos
¿cómo pueden ser discretos?  40
No puede durar el mundo,
porque dicen, y lo creo,
que suena a vidrio quebrado
y que ha de romperse presto.
Señales son del juicio  45
ver que todos le perdemos,
unos por carta de más,
otros por carta de menos.
Dijeron que antiguamente
se fue la verdad al cielo;  50
tal la pusieron los hombres,
que desde entonces no ha vuelto.
En dos edades vivimos
los propios y los ajenos;
la de plata los extraños  55
y la de cobre los nuestros.
¿A quién no dará cuidado,
si es español verdadero,
ver los hombres a lo antiguo
y el valor a lo moderno?  60
Todos andan bien vestidos,
y quéjanse de los precios,
de medio arriba, romanos;
—135→
de medio abajo, romeros.
Dijo Dios que comería  65
su pan el hombre primero
en el sudor de su cara
por quebrar su mandamiento,
y algunos, inobedientes
a la vergüenza y al miedo,  70
con las prendas de su honor
han trocado los efetos.
Virtud y filosofía
peregrinan como ciegos;
el uno se lleva al otro,  75
llorando van y pidiendo.
Dos polos tiene la tierra,
universal movimiento:
la mejor vida, el favor;
la mejor sangre, el dinero.  80
Oigo tañer las campanas
y no me espanto, aunque puedo,
que en lugar de tantas cruces
haya tantos hombres muertos.
Mirando estoy los sepulcros,  85
cuyos mármoles eternos
están diciendo sin lengua
que no lo fueron sus dueños.
¡Oh, bien haya quien los hizo,
porque solamente en ellos  90
de los poderosos grandes
se vengaron los pequeños!
Fea pintan a la envidia,
yo confieso que la tengo
de unos hombres que no saben  95
quién vive pared en medio.
Sin libros y sin papeles,
sin tratos, cuentas ni cuentos,
—136→
cuando quieren escribir
piden prestado el tintero.  100
Sin ser pobres ni ser ricos
tienen chimenea y huerto;
no los despiertan cuidados,
ni pretensiones, ni pleitos;
ni murmuraron del grande,  105
ni ofendieron al pequeño;
nunca, como yo, firmaron
parabién ni pascua dieron.
Con esta envidia que digo
y lo que paso en silencio,  110
a mis soledades voy,
de mis soledades vengo.


II

   Zagala, así Dios te guarde,
que me digas si me quieres,
que aunque no pienso olvidarte,  115
impórtame no perderme.
A tus ojos me subiste,
en ellos vi cómo llueven
cuando quieren perlas vivas
y rayos cuando aborrecen.  120
Si fue verdad, tú lo sabes;
mis desconfianzas temen
que, como hay gustos que engañan,
habrá lágrimas que mienten.
Los hechizos de tu llanto  125
divinamente me prenden,
pues mis ojos de los tuyos
veneno de perlas beben.
Tus lágrimas me aseguran.
—137→
Tus regalos me entretienen,  130
tus favores me confían
y tus celos me enloquecen.
Mas en medio destas cosas,
por cualquiera enojo leve,
si quieres, ¿cómo es posible  135
que te vayas y me dejes?
Tres días ha que te fuiste
a los prados y a las fuentes,
dejando las de mis ojos,
adonde pudieras verte.  140
¿En qué mejores cristales
quien ama mirarse puede,
si espejos del alma vivos
fueron las lágrimas siempre?
O me quieres o me olvidas;  145
si me olvidas, ¿cómo vuelves?;
y si me quieres, zagala,
¿cómo gustas de mi muerte?
Por hablar con las serranas
acaso y sin detenerme,  150
¡ay Dios, qué duras venganzas
de culpas que no te ofenden!
Traen del baile a tu choza
mil almas tus ojos verdes
y no los riño celoso,  155
Dios sabe si culpa tienen,
y tú me matas a mí,
que si he pensado ofenderte
antes que mire otros ojos
los míos llorando cieguen.  160
Zagala del alma mía,
vuelve por tu vida a verme;
mas ninguna obligación
te traiga si me aborreces,
—138→
que yo me sabré morir  165
desesperado y ausente
porque me debas matarme,
porque no te canse el verme.


III

   Al son de los arroyuelos
cantan las aves de flor en flor  170
que no hay más gloria que amor
ni mayor pena que celos.

   Por estas selvas amenas,
al son de arroyos sonoros,
cantan las aves a coros  175
de celos y amor las penas.
Suenan del agua las venas,
instrumento natural,
y como el dulce cristal
va desatando los yelos,  180
al son...
De amor las glorias celebran
los narcisos y claveles,
las violetas y penseles
de celos no se requiebran.  185
Unas en otras se quiebran
las ondas por las orillas
y como las arenillas
ven por cristalinos velos,
al son...  190
Arroyos murmuradores
de la fe de amor perjura
por hilos de plata pura
ensartan perlas en flores.
Todo es celos, todo amores,  195
—139→
y mientras que lloro yo
las penas que amor me dio
con sus celosos desvelos,
al son de los arroyuelos
cantan las aves de flor en flor  200
que no hay más gloria que amor
ni mayor pena que celos.


IV

   Corría un manso arroyuelo
entre dos valles al alba,
que sobre prendas de aljófar  205
le prestaban esmeraldas.
Las blancas y rojas flores
que por las márgenes baña
dos veces eran narcisos
en el espejo del agua.  210
Ya se volvía el aurora
y en los prados imitaban
celosos lirios sus ojos,
jazmines sus manos blancas.
Las rosas en verdes lazos,  215
vestidas de blanco y nácar,
con hermosura de un día
daban envidia y venganza.
Ya no bajaban las aves
al agua, porque pensaban,  220
como daba el sol en ella,
que eran pedazos de plata.
En esta razón Lisardo
salía de su cabaña,
¿quién pensara que a estar triste  225
donde todos se alegraban?
—140→
Por las mal enjutas sendas
delante el ganado baja,
que a un mismo tiempo paciendo
come yelo y bebe escarcha.  230
Por otra parte venía
de sus tristezas la causa,
hermosa como ella misma,
pues ella sola se iguala.
Leyendo viene una letra  235
que a sus estrellas con alma
compuso Lisardo un día
con más amor que esperanza.
Viole admirado de verla
y de unas cintas moradas,  240
para matalle a lisonjas
el instrumento desata,
y por dos hilos de perlas
que dos claveles guardaban,
dio la voz al manso viento  245
y repitió las palabras:
«Madre, unos ojuelos vi
verdes, alegres y bellos.
¡Ay, que me muero por ellos
y ellos se burlan de mí!  250
Las dos niñas de sus cielos
han hecho tanta mudanza,
que la color de esperanza
se me ha convertido en celos.
Yo pienso, madre, que vi  255
mi vida y mi muerte en vellos.
¡Ay, que me muero por ellos
y ellos se burlan de mí!
¿Quién pensara que el color
de tal suerte me engañara?  260
—141→
Pero ¿quién no lo pensara
como no tuviera amor?
Madre, en ellos me perdí
y es fuerza buscarme en ellos.
¡Ay, que me muero por ellos  265
y ellos se burlan de mí!».


V

   ¡Ay, soledades tristes
de mi querida prenda,
donde me escuchan solas
las ondas y las fieras!  270
Las unas que espumosas
nieve en las peñas siembran,
porque parezcan blandas
con mi dolor las peñas;
las otras que bramando  275
ya tiemblan la fiereza
y en sus entrañas hallan
el eco de mis quejas.
¿Cómo sin alma vivo
en esta seca arena  280
o cómo espero el día
si está mi aurora muerta?
O ¿pediré llorando
la noche de su ausencia
que, pues ya viven juntas,  285
entrambas amanezcan?
Pero saldrán las suyas
y no saldrá mi estrella,
que aunque de noche salen
padece noche eterna.  290
Alma Venus divina,
—142→
que día y noche muestras
la senda del aurora
y del mayor planeta,
por esta noche sola  295
le da la presidencia,
pues sabes que te iguala
su luz y su pureza.
Cubra funesto luto,
barquilla pobre y yerma,  300
de la proa a la popa,
tus jarcias y tus velas.
No ya tendal te vista
ni te coronen fiestas,
marítimos hinojos,  305
mas venenosa adelfa.
Las juncias y espadañas
que de aquestas riberas
con sus3 dorados lirios
tejidas orlas eran,  310
y los laureles verdes,
secos tarayes sean,
lo inútil de sus hojas
mis esperanzas tengan;
y rómpaste de suerte  315
que parezcas deshecha
cabaña despreciada
que los pastores dejan.
No ya por la mesana
tus flámulas parezcan  320
sierpes de seda al viento,
de tafetán cometas;
no de alegres colores,
sino de sombras negras,
las palas de tus remos  325
las ondas encanezcan;
—143→
no las desnudas ninfas
cuando la vela tiendas
a la embreada quilla
arrimen las cabezas.4  330
Deshechos huracanes
te saquen y te vuelvan,
pues ya la mar de España
les concedió licencia.
Vosotros, ¡oh barqueros!,  335
que en aquestas aldeas
dejáis vuestras esposas
hermosas y discretas,
si obligan amistades
a mis tristes endechas,  340
en tanto que las olas
por estas rocas trepan,
pues viven retiradas
las barcas y las pescas,
ayudad con suspiros  345
mis lastimosas quejas.
El que a la mar saliere
para que presto vuelva,
embárquese en mis ojos
y le tendrá más cerca.  350
El que estuviere alegre
ni venga ni me vea,
que volverá de verme
con inmortal tristeza.
Cortad ciprés funesto  355
y acompañad mi pena
con versos infelices
de míseras elegías;
y el que mejores rimas
hiciere a las exequias  360
—144→
de mi querida esposa,
tal premio se prometa.
Aquí tengo dos vasos
donde esculpidas tenga
la desdeñosa Dafnes  365
y la amorosa Leda;
aquélla verde lauro
y con las plumas ésta
del cisne por quien Troya
llamó su fuego a Elena;  370
y dos redes tan juntas
que si sus nudos cuenta,
podrá suspiros míos
y yo del mar la arena.
Sacarán las Nayades  375
las Dríadas y Oreas,
aquéllas de las ondas,
las otras de las selvas,
las frentes que coronan
corales y verbenas  380
para que doble el llanto
tan mísera tragedia.
«Ya es muerta, decid todos,
ya cubre poca tierra
la divina Amarilis,  385
honor y gloria vuestra;
aquélla cuyos ojos
verdes, de amor centellas,
músicos celestiales,
Orfeos de almas eran,  390
cuyas hermosas niñas
tenían, como reinas,
doseles de su frente
con armas de sus cejas.
Aquélla cuya boca  395
—145→
daba lición risueña
al mar de hacer corales;
al alba de hacer perlas;
aquélla que no dijo
palabras extranjeras  400
de la virtud humilde
y la verdad honesta;
aquélla cuyas manos,
de vivo azâr compuestas,
eran nieve en blancura,  405
cristal en transparencia,
cuyos pies parecían
dos ramos de azucenas,
si para ser más lindas
nacieran tan pequeñas;  410
la que en la voz divina
desafió sirenas,
para quien nunca Ulises
pudiera hallar cautela;
la que añadió al Parnaso  415
la musa más perfecta,
la virtud y el ingenio,
la gracia y la belleza.
Matola su hermosura
porque ya no pudiera  420
la envidia oír su fama,
ni ver su gentileza».
Venid a consolarme,
que muero de tristeza...
Mas no vengáis, barqueros,  425
que no quiero perderla;
que si mi vida dura
es sólo porque sienta
más muerte con la vida,
más vida que sin ella.  430
—146→
Ya roto el instrumento,
los lazos y las cuerdas,
lo que la voz solía
las lágrimas celebran.
Su dulce nombre llamo,  435
mas poco me aprovecha,
que el eco que me burla
con mis acentos suena.
Mi propia voz me engaña,
y como voy tras ella,  440
cuanto la sigo y llamo
tanto de mí se aleja.
En este dulce engaño
pensando que me espera
salen del alma sombras  445
a fabricar ideas.
Delante se me ponen,
y yo, con ansia extrema,
lo que imagino abrazo,
por ver si efeto engendra.  450
Pero en desdicha tanta
y en tanta diferencia
los brazos que engañaba
desengañados quedan.
¡Qué alegre respondía,  455
dividiendo risueña
aquel clavel honesto
en dos esferas medias!
Y yo, su esposo triste,
al desatar la lengua,  460
cogía de sus hojas
la risa con las perlas.
Mas ya no me responde
mi dulce, amada prenda,
—147→
que en el silencio eterno  465
a nadie dan respuesta.
De suerte sus memorias
en soledad me dejan,
que busco sus estampas
por esta arena seca,  470
y donde tantos miro
-¡qué locura tan nueva!-
escojo las menores
y digo que son ellas.
No hay árbol donde tuvo  475
alguna vez la siesta,
que no le abrace y pida
la sombra que me niega,
y entre estas soledades
con ansias tan estrechas  480
no miro su retrato
y muérome por verla;
que no pueden los ojos
sufrir que muerta sea
la que tan lindo talle  485
pintada representa.
Lo que deseo huyo,
porque de ver me pesa
que dure más el arte
que la naturaleza;  490
sin esto, porque creo,
-como me mira atenta-,
que, pues que no me habla,
no debe de ser ella.
Pintola Franceliso,  495
de las paredes cuelga
de mi cabaña pobre,
mas ¡qué mayor riqueza!
Si alguna vez acaso
—148→
levanto el rostro a verla,  500
las lágrimas la miran,
porque los ojos ciegan;
mas no podrá quejarse
de que otra cosa vean,
aunque mirase flores,  505
sin parecerme feas.
Tan triste vida paso
que todo me atormenta,
la muerte porque huye,
la vida porque espera.  510
Cuando barqueros miro,
cuyas esposas muertas,
que tanto amaron vivas,
olvidan y se alegran,
huyo de hablar con ellos,  515
por no pensar que puedan
hacer en mí los tiempos
a su memoria ofensa;
porque si alguna cosa,
aun suya, me consuela,  520
ya pienso que la agravio
y dejo de tenerla.
Así lloraba Fabio
del mar en las riberas,
la vida de Amarilis,  525
la muerte de su ausencia,
cuando atajaron juntas
con desmayada fuerza,
el corazón las ansias,
las lágrimas la lengua.  530
Amor, que le escuchaba,
dijo: «La edad es ésta
de Píramo y Leandro,
de Porcia, Julia y Fedra,
—149→
que no son destos siglos  535
amores tan de veras,
que ni el morir los cura
ni el tiempo los remedia».


VI

   ¡Pobre barquilla mía
entre peñascos rota,  540
sin velas desvelada
y entre las olas sola!
¿Adónde vas perdida,
adónde, di, te engolfas,
que no hay deseos cuerdos  545
con esperanzas5 locas?
Como las altas naves
te apartas animosa
de la vecina tierra
y al fiero mar te arrojas.  550
Igual en las fortunas,
mayor en las congojas,
pequeña en las defensas,
incitas a las ondas.
Advierte que te llevan  555
a dar entre las rocas
de la soberbia envidia,
naufragio de las honras.
Cuando por las riberas
andabas costa a costa,  560
nunca del mar temiste
las iras procelosas:
segura navegabas,
que por la tierra propia
nunca el peligro es mucho  565
—150→
adonde el agua es poca.
Verdad es que en la patria
no es la virtud dichosa,
ni se estimó la perla
hasta dejar la concha.  570
Dirás que muchas barcas
con el favor en popa,
saliendo desdichadas,
volvieron venturosas.
No mires los ejemplos  575
de las que van y tornan,
que a muchas ha perdido
la dicha de las otras.
Para los altos mares
no llevas cautelosa  580
ni velas de mentiras
ni remos ni lisonjas.
¿Quién te engañó, barquilla?
Vuelve, vuelve la proa,
que presumir de nave  585
fortunas ocasiona.
¿Qué jarcias te entretejen?
¿Qué ricas banderolas
azote son del viento
y de las aguas sombra?  590
¿En qué gavia descubres,
del árbol alta copa,
la tierra en perspectiva,
del mar incultas orlas?
¿En qué celajes fundas  595
que es bien echar la sonda
cuando, perdido el rumbo,
erraste la derrota?
Si te sepulta arena,
¿qué sirve fama heroica?;  600
—151→
que nunca desdichados
sus pensamientos logran.
¿Qué importa que te ciñan
ramas verdes o rojas,
que en selvas de corales  605
salado césped brota?
Laureles de la orilla
solamente coronan
navíos de alto borde
que jarcias de oro adornan.  610
No quieras que yo sea
por tu soberbia pompa
Faetonte de barqueros
que los laureles lloran.
Pasaron ya los tiempos  615
cuando lamiendo rosas
el céfiro bullía
y suspiraba aromas.
Ya fieros huracanes
tan arrogantes soplan,  620
que salpicando estrellas,
del sol la frente mojan.
Ya los valientes rayos
de la vulcana forja
en vez de torres altas  625
abrasan pobres chozas.
Contenta con tus redes
a la playa arenosa
mojado me sacabas;
pero vivo, ¿qué importa?  630
Cuando de rojo nácar
se afeitaba la aurora,
más peces te llenaban
que ella lloraba aljófar.
Al bello sol que adoro,  635
—152→
enjuta ya la ropa,
nos daba una cabaña
la cama de sus hojas;
esposo me llamaba,
yo la llamaba esposa,  640
parándose de envidia
la celestial antorcha.
Sin pleito, sin disgusto,
la muerte nos divorcia;
¡ay de la pobre barca  645
que en lágrimas se ahoga!
Quedad sobre la arena,
inútiles escotas,
que no ha menester velas
quien a su bien no torna.  650
Si con eternas plantas
las fijas luces doras,
¡oh dueño de mi barca!,
y en dulce paz reposas,
merezca que le pidas  655
al bien que eterno gozas
que adonde estás me lleve,
más pura y más hermosa.
Mi honesto amor te obligue,
que no es digna victoria  660
para quejas humanas
ser las deidades sordas.
Mas ¡ay, que no me escuchas!...
Pero la vida es corta:
viviendo, todo falta;  665
muriendo, todo sobra.
—153→


VII

   Si tuvieras, aldeana,
la condición como el talle,
fueras reina de tu aldea,
tuvieras vasallos grandes.  670
Opuestas al sol de tus ojos
la luna de tu donaire,6
la tierra de tu aspereza
forma eclipses, sombras hace.
¿Eres tú la bien prendida,  675
aunque es mejor que te llamen
la que cuanto mira prende
y tiene celos del aire?
Si no puede tu belleza
de ti misma asegurarte,  680
¿qué hará mi amor, Amarilis,
que para tus celos baste?
El día, aldeana bella,
que bajas del monte al valle,
¿qué envidias no te aseguran  685
tu hermosura y mis verdades?
Las zagalas que te miran
apenas dicen que saben
adonde pones los pies,
tan breves estampas hacen.  690
Todas envidian tu brío,
y en tus galas, siempre iguales,
aprenden cuidados todas
de los descuidos que traes.
Pareces la primavera,  695
que las flores y las aves
todas despiertan a verte
y al sol de tus ojos salen.
—154→
Mal hayan los arroyuelos
si cuando por ellos pases  700
no murmuraren alegres
que tengas celos de nadie.
Siendo así, ¿por qué te ofendes
en presumir que me agrade
quien tiene envidia de ti  705
y se precia de imitarte?
No gastes mal tantas perlas,
no llores más, no me mates,
que pienso que tus estrellas
se están dividiendo en partes.  710
Baste el enojo, Amarilis,
sal por tu vida a escucharme,
que a las niñas de tus ojos
quiero cantar por que callen:
      No lloréis, ojuelos,  715
      porque no es razón
      que llore de celos
      quien mata de amor.
      Quien puede matar
      no intente morir,  720
      si hace con reír
      más que con llorar.
      Si queréis vengar
      los que muerto habéis,
      ¿por qué no tenéis  725
      de mí compasión?
      No lloréis, ojuelos,
      porque no es razón
      que llore de celos
      quien mata de amor.  730