Poesías [Selección]
Mihai Eminescu
Traducción de Dana Mihaela Giurcă y José Manuel Lucía Megías
El paje Cupido, astuto,
siempre travieso y tan malcriado,
juguetea alegre con los niños,
duerme en la cama de las damas.
De la luz, como los ladrones,
se aparta con mucho cuidado,
de noche escala las ventanas
a tientas y con mucha calma;
cordoncillos y naderías
aquellos son todos sus bienes...
generoso si nada pides
y tacaño si algo deseas.
En un apolillado libro
buscas la verdad por la noche
y encuentras pegada en las hojas
su vida de cabellos rubios.
Él regala ideas insensatas
a la joven tierna, inmadura,
y con iconos luminosos
la acompaña toda la noche.
Cuando por una sed del alma
se siente abrasada la niña -
es que él ha dormido a su lado
juntos como dos tortolillos.
Es tímido como los niños,
aunque astuta sea su sonrisa;
lánguidos se muestran sus ojos
como los ojos de una viuda.
Hombros y cuellos muy hermosos,
senos blancos, senos redondos,
él los mantiene entre sus brazos
y ocultos entre sus dos manos.
Si se lo pides por favor,
te demuestra bien su crueldad:
el velo blanco que los cubre
tan solo un poco, un poco lo alza.
Cuando no existía ni la muerte, ni nada inmortal,
ni siquiera la semilla de la luz que otorga la vida,
no existía hoy, ni mañana, ni ayer, ni siempre,
pues uno era todas y todo no era más que una1;
cuando la tierra, el cielo, el aire, el mundo entero
estaban en la fila de los que no habían existido jamás,
por aquel entonces estabas Tú solo, y así me pregunto:
¿quién será el dios por quien mostramos devoción?2.
Él fue el único dios antes de que existieran los dioses
y de la inmensidad de las aguas dio poderes a los rayos,
él les da alma a los dioses y felicidad a la gente,
él es la fuente de la salvación de la humanidad:
¡Arriba vuestros corazones! ¡Alzad vuestros cantos!
¡Él es la muerte de la muerte y la resurrección de la vida!
Y él me concedió los ojos para ver la luz del día,
y llenó mi corazón con la virtud de la compasión;
en medio de los bramidos del viento oí su andar
y sentí su tierno verso en voz llevada por el canto,
pero por encima de todo esto mendigo algo más:
¡que consienta mi entrada en el eterno descanso!
Que maldiga a cualquiera que sienta piedad por mí,
que bendiga, en cambio, a todo aquel que me oprima,
que escuche a cualquiera que quiera burlarse de mí,
que haga más fuerte el brazo que quiera matarme,
y que haga subir a lo más alto aquel hombre
que me robe la piedra que pondré bajo mi cabeza.
Que pase yo mi vida perseguido por todo el mundo,
hasta sentir mis ojos vacíos de toda lágrima,
que cada hombre que nazca en el mundo sea mi enemigo,
que no llegue a reconocerme incluso a mí mismo,
que el suplicio y el dolor endurezcan mis sentidos,
que sea capaz de maldecir a mi madre, a la que quería -
cuando el odio más cruel me parezca amor...
entonces quizás olvide mi dolor, entonces podré morir.
Moriré abandonado y lleno de pecados - entonces
que tiren a la calle mi indigno cadáver,
y, Padre, ¡concédele corona valiosa a aquel
que azuce los perros para que me saquen el corazón!
Y para aquel que me arrojará piedras a la cara,
¡ten piedad, mi señor, y concédele la vida eterna!
Solo así, Padre, podría ser yo capaz de agradecerte
que me hayas dado la suerte de vivir en el mundo.
Para pedir tus favores, no doblo las rodillas y la frente,
hacia el odio y las maldiciones querría persuadirte,
sentir que, por tu respiración, mi respiración se para
y que en este apagar eterno desaparezco sin dejar huella.
«¡Oh, quédate conmigo, quédate -
te quiero tanto, te amo tanto!
Todos, todos tus deseos, todos
tan solo yo puedo escucharlos;
en la sombra de las tinieblas
yo te comparo con un príncipe,
que mira el abismo del agua
con negros ojos, ojos sabios;
y entre el bramido de las olas,
entre el vibrar de la alta hierba,
yo te hago oír en secreto
avanzar manadas de ciervos;
yo te veo envuelto en mil misterios
cómo canturreas en voz baja,
mientras en el brillo del agua
introduces tu pie descalzo;
mientras miras la luna llena
y sus reflejos en el lago,
tus años parecen instantes,
dulces instantes como siglos».
Así tan tierno, me habló el bosque,
meciendo sobre mí sus bóvedas; -
yo silbaba ajeno a su canto
y salí a la pradera riendo.
Mas si ahora yo allí volviera
ya no podría comprenderlo...
¿dónde estás, dónde estás infancia?
¿Y dónde se encuentra tu bosque?
Brumas blancas, resplandecientes
engendra la luna plateada,
las despliega sobre las aguas,
las extiende sobre los campos;
y las flores hacen veladas3
para rasgar las telarañas,
del vestido nocturno cuelgan
simientes de piedras preciosas.
Junto al lago, donde las nubes
han tejido una fina sombra,
entrecortada por las ondas
iguales a anillos de luz,
entrando por entre los juncos
se inclina despacio la niña,
y lanza al tiempo rosas rojas
sobre las ondas encantadas.
para que se aparezca el rostro,
las jóvenes arrojan rosas;
las rosas están hechizadas
por conjuros de Santa Viernes.
Ella mira... su pelo rubio,
su rostro brillan con la luna,
mientras en sus ojos azules
se reúnen todos los cuentos.
Ideal perdido en la noche de un mundo que ya no existe,
mundo que pensaba en cuentos y que hablaba en poesía,
¡Oh! te veo, te oigo, te pienso, joven y dulce mensaje6
de un cielo con otras estrellas, otros paraísos y otros dioses.
Venus, cálido mármol, ojos de piedra que centellean,
brazo suave como el pensamiento de un emperador poeta7,
tú has sido la divinización de la belleza de la mujer,
de la mujer que hoy vuelvo de nuevo a ver hermosa.
Rafael, perdido en sueños como en una noche estrellada,
alma ebria de rayos y de eternas primaveras,
te vio y soñó un paraíso con jardines perfumados,
te vio flotando reina entre los ángeles del cielo
y creó así en el lienzo blanco a la Madona Divina8,
con su diadema de estrellas, con su tierna sonrisa, virginal,
la cara pálida entre rayos dorados, rostro de ángel, pero mujer,
pues la mujer es el prototipo de los ángeles del cielo.
Así yo, perdido en la noche de una vida de poesía,
te vi, mujer estéril, mujer sin alma, mujer sin fuego,
e hice de ti un ángel, tierno como un día mágico
cuando en una vida vacía sonríe un rayo de buena suerte.
Vi tu rostro pálido por una enfermiza embriaguez,
tus labios amoratados por la mordedura de la corrupción,
y arrojé encima de ti, cruel ser, el velo blanco de la poesía
y a tu palidez le entregué el rayo de la inocencia.
Te entregué los pálidos rayos que rodean con magia
la frente del ángel-genio, la frente del ángel-ideal,
de demonio hice una santa; de una carcajada, una sinfonía;
de tus obscenas miradas, los ojos de la aurora matinal.
Mas hoy cae el velo, ¡cruel ser! Liberada de sueños estériles,
mi frente ha sido despertada por el hielo de tus labios.
¡Y te contemplo, demonio, y mi amor apagado y frío
me enseña sin ninguna duda cómo mirarte con desprecio!
Tú me pareces como una bacante, que con engaños ha robado
de la frente de una virgen el mirto verde del martirio,
una virgen con un alma santa como lo es una oración,
mientras el corazón de la bacante es espasmódico, largo delirio.
¡Oh! ¡Así como Rafael creó a la Madona Divina,
con su diadema de estrellas, con su tierna sonrisa, virginal,
así yo también convertí en diosa a una pálida mujer,
con corazón estéril, frío y con alma llena de veneno!
¿Lloras, niña? - ¿Con una mirada humedecida e implorante
puedes romper y desgarrar de nuevo mi corazón renegado?9.
A tus pies caigo y miro tus negros ojos profundos como el mar
y beso tus manos, y les pregunto si puedo esperar tu perdón.
¡Seca tus ojos, deja de llorar!... Fue muy cruel la acusación,
fue cruel e injusta, sin ningún motivo, sin fundamento siquiera.
¡Mi alma! Aunque fueras demonio, tú eres santa por el amor,
y adoro este demonio de ojos grandes, de cabellos rubios.
Amando en secreto, guardé silencio,
pensando que a ti esto te gustaría;
en tus ojos leí una eternidad
de sueños asesinos de placer.
No puedo más. La fuerza del amor
da palabras a los tiernos misterios;
quiero ahogarme en la dulce llamarada
de aquella alma que conoce la mía.
¿No ves mi boca quemarse de sed,
que en mis ojos febril se ve el tormento,
mi niña, con larga y rubia melena?
Con un soplo refrescas mis suspiros,
con sonrisas emborrachas mi mente.
Pon fin a mi dolor... ven ya a mi pecho.
La noche en la catedral entristecida, entre luces amarillentas
de cirios de cera que arden y arden junto a los altares -
mientras la bóveda, al fondo, queda oscura, profunda,
impenetrable a los rojos ojos de los pabilos cansados,
en la iglesia desierta, junto al arco de uno de los muros,
arrodillada en los escalones hay una niña como un ángel;
en los iconos del altar, entre fragmentos de rayos rojizos,
pálida y afligida se ve la imagen de la Madre de Dios.
Una antorcha está clavada en un pilar de piedra gris;
brillantes gotas de brea caen al suelo crepitando
y desprendiendo su olor crujen coronas de flores secas
que, en secreto, murmuran la oración de la niña entre susurros.
Hundido en la oscuridad, junto a una cruz de mármol,
en una sombra negra, espesa, como un demonio Él está en vela,
sobre el brazo de la cruz extiende y coloca sus codos,
los ojos hundidos en la cara, la frente arrugada y triste.
Y apoya su barbilla en el hombro frío de la piedra,
su cabello negro como la noche en el brazo blanco del mármol;
de vez en cuando la llama triste con reflejos rosa-blanco
lanza con ternura un rayo que sobre su rostro pasa.
Ella un ángel que reza - Él un demonio que sueña;
Ella un corazón de oro - Él un alma renegada;
Él, en su fatídica sombra, se apoya obstinado -
a los pies de la Virgen, triste, santa, Ella está en vela.
Sobre un muro elevado y frío de puro mármol,
blanco como nieve invernal, nítida como agua cristalina,
se refleja como en un espejo la sombra completa de la niña -
su sombra, que al igual que ella, está arrodillada rezando.
¿Qué es lo que te falta a ti, rubia niña en tu esplendor,
con rostro de mármol blanco y con manos de cera?
El velo - una niebla diáfana mezclada con estrellas; - clara
es tu inocente mirada bajo la sombra de las pestañas;
¿qué es lo que te falta para ser ángel? - Alas largas y estrelladas.
Mas, ¿qué veo? Por los vivos hombros de tu sombra ¿qué se extiende?
Dos sombras de alas que se mueven temblando,
dos alas de sombra que se alzan hacia el cielo.
¡Oh!, no es su sombra aquello - es su ángel de la guarda;
junto al mármol blanco veo sus etéreas formas.
Sobre su inocente vida, se cierne su santa vida,
a su lado él reza, a su lado él también se arrodilla.
Pero si es aquella su sombra - entonces Ella es un ángel,
y sin embargo nadie puede ver sus alas blancas;
los muros santificados por largas oraciones de la humanidad
ven sus alas diáfanas y pregonan el acontecimiento.
¡Te quiero! - casi grita el demonio en su noche,
pero la sombra alada consigue detener sus labios;
no por amor - sino por la oración dobla él sus rodillas
y escucha desde el otro mundo sus dulces y tímidos susurros.
¿Ella? - Es hija de un rey, rubia con corona de estrellas
cruza feliz por el mundo, ángel, reina y mujer;
¿Él? - Enciende en los pueblos la chispa de la destrucción
y en los corazones vacíos siembra rebeldes ideas.
Separados por las olas de la vida, entre él y ella
hay siglos de pensamiento, una historia, - un pueblo,
a veces - aunque no a menudo - se encuentran y sus ojos
se miran y parecen consumirse en su ardiente deseo.
Sus grandes ojos, azules, dulces y suaves por la ternura,
¡qué profundo penetran en los ojos de él, negros, tormentosos!
Y por su rostro demacrado pasa suavemente una nube roja -
Se aman... y ¡qué lejos ambos están el uno del otro!
Vino un rey pálido, vino con su corona antigua,
pesada de glorias y poder, y se la habría ofrecido
si en la alfombra del trono ella hubiera puesto sus pies,
y en su mano con el cetro, su mano delicada, pequeña.
Pero no - mudos quedaron sus labios apenas entreabiertos,
mudo el corazón en su pecho, su mano echada hacia atrás.
En lo profundo de su alma, ella estaba enamorada. Claro y lento
se mostraba el rostro del demonio en sus virginales sueños.
Ella lo veía agitando al pueblo con ideas distantes, atrevidas;
¡Qué fuerte es! - pensó ella, con amoroso, dulce miedo;
él enciende el presente con la fama de sus ideas, lo enciende
contra todo lo que acumularon largos siglos y frentes grandiosas.
Él a menudo, subido a una piedra, se envuelve con rabia
en el estandarte rojo y su frente áspera-profunda, arrugada,
parecía como una noche negra cubierta de tormentas,
sus ojos centelleaban y su palabra despertaba la furia del pueblo.
En un lecho pobre suda en una larga agonía
el joven. Una lámpara alarga su lengua avara y estrecha,
crepitando en el aire enfermo. - Nadie sabe de él,
nadie suaviza su destino, nadie acaricia su frente.
¡Ay!, todas aquellas ideas dirigidas contra el mundo,
contra las leyes escritas, contra el orden que nos rige
en el nombre de Dios - todas están hoy dirigidas
contra su corazón moribundo, ¡quieren ahogar su alma!
¡Morir sin esperanza! ¿Quién conoce la amargura
que se oculta en estas palabras? - Sentirte sin libertad, diminuto,
ver las grandes aspiraciones que se reducen a nada,
cómo reinan en el mundo los males, sin oposición ninguna,
pues oponiéndote a ellos, desperdicias tu vida -
y al morir ves que has vivido en el mundo en vano:
una muerte así es el infierno. Otras lágrimas, otra amargura
más cruel no es posible. Sientes que no eres más que nada
y estos negros pensamientos casi no le dejan ni morir.
¡Cómo entró en la vida! ¡Cuánto amor por lo justo y lo bueno,
cuánta sincera fraternidad había traído consigo!
¿Y la recompensa? - La amargura, que le oprime el alma.
Pero entre nieblas negras, que cubren sus ojos,
se acerca a él plateada la alta sombra de un ángel,
se sienta suavemente sobre su cama; sus ojos cegados de llanto
ella los besa. - Las nieblas que les cubrían se levantan...
Es Ella. Con una alegría profunda, jamás sentida,
él la mira a los ojos. - Es hermosa entre tanta emoción;
la última hora le reconcilia con toda una vida de dolor;
¡Ay!, murmura él muriéndose. - Adivino quién eres, querida.
He seguido esta tierra, mi tiempo, la vida, el pueblo
con mis ideas rebeldes contra el cielo abierto;
Él no ha querido condenar al demonio, sino que ha enviado
un ángel para reconciliarme, y esta reconciliación... es el amor.
Así tan tierna, te asemejas
a la flor blanca del cerezo;
de la multitud, como un ángel11
de pronto entras en mi vida.
Y con rozar la suave alfombra,
cruje bajo tus pies la seda,
y de los pies a la cabeza
flotas ligera como un sueño.
Del largo, fruncido vestido
surges como el mármol inmóvil -
mi alma pende así de tus ojos
llenos de fortuna y de lágrimas.
¡Oh!, feliz sueño de amor,
tierna novia, ¡ay!, de los cuentos,
¡deja de sonreír! Tu sonrisa
me muestra lo dulce que eres,
que con el encanto nocturno
nublas mis ojos para siempre,
con tus más cálidos susurros,
con abrazos de manos frías.
De pronto cruza un pensamiento,
un velo en tus ojos ardientes:
es la ensombrecida renuncia,
la sombra de dulces deseos.
Te vas; he entendido muy bien
que no debo seguir tus pasos,
que te he perdido para siempre,
¡la que fuiste novia de mi alma!
Es culpa mía haberte visto
y nunca podré perdonármelo,
pagaré mi sueño de luz
tendiendo mi derecha en vano.
Aparecerás como imagen
de la eterna virgen María,
llevando en tu frente corona -
¿Adónde vas? ¿Cuándo regresas?12.
- «Blanca, ¿sabes?, que de un amor
fuera de la ley tú has nacido;
¡desde el principio yo juré
que con Cristo te casarías!
Vistiéndote los santos hábitos,
abandonando este mundo,
expiarás la falta materna
y me redimirás de un crimen.»
- «A este mundo, querido padre,
renuncie quien así lo quiera,
que siento el corazón alegre,
y mi juventud luminosa;
el baile, la música, el bosque...
me encariñé de todos ellos,
¡y no de las celdas vacías
donde lloras, soñando afuera!»
- «Yo sé mejor qué te conviene,
como te he dicho así se hará;
¡para el camino de mañana
empieza a prepararte hoy!»
Las manos se lleva a los ojos,
tan solo piensa en una cosa:
huir de su casa, enloquecida;
es lo único que le queda.
Su corcel blanco, buen amigo,
ensillado la espera fuera,
pone sus pies en el estribo
y se encamina hacia el bosque.
Entre alisos llega la tarde,
la embriagan con sus aromas,
el cielo muestra sus estrellas,
dulces heraldos del silencio.
Entre los bosques ella llega
hasta el santo y viejo tilo,
lleno de flores hasta el suelo
ocultando un arroyo mágico.
Unido a la voz del agua,
suena un cuerno con ternura
más fuerte, cada vez más fuerte,
más cerca, cada vez más cerca;
y el arroyo lleno de magia,
brota, sonando entre olas -
arriba, entre bosques, colinas
la tierna luna está de guardia. -
Como de un hechizo Ella tiembla
y asombrada lo mira todo,
ve a un joven justo a su lado,
montado sobre un corcel negro...
¿Será que sus ojos la mienten,
o acaso es real, verdadero?
Flores de tilo por su pelo
y en su cinto, un cuerno de plata.
Ella entonces baja la vista,
pasa su mano por las sienes,
y se le llena el corazón
de un hechizo muy doloroso.
Él se le acerca lentamente
y con ternura infantil le habla;
ella siente prendida su alma,
tanto que cierra los ojos.
Con una mano le rechaza,
pero se siente entre sus brazos;
por un dolor, por un placer
se le encoge el alma, el pecho.
¿Y gritar?... ya no es capaz,
se inclina ella sobre su hombro,
con mil besos, innumerables
no para de llenar sus labios;
él la acaricia y le pregunta,
y ella entonces su rostro oculta
y le responde lentamente
y con una voz dulce, débil.
Se van, uno al lado del otro,
y no se preocupan por nadie,
y por su amor, uno al otro,
se consumen en sus miradas;
sin cesar se alejan, se alejan,
cruzan entre umbrías el valle,
y su cuerno lleno de pena
suena dulce, suena intenso...
Su tierno sonido esparce
extendiéndose por los valles,
más quedo, cada vez más quedo,
más lejos... cada vez más lejos.
Arriba, entre abetos, colinas
detrás la luna está de guardia,
y el arroyo lleno de magia
brota, sonando entre las olas.
Con el mañana aumentas tus días,
con el ayer reduces tu vida
y sin embargo tienes delante
eternamente el día de hoy.
Y cuando uno se va, otro viene
para continuarlo en este mundo,
igual que cuando el sol se pone
sale al instante él en otro sitio.
Y parece como que otras olas
bajan siempre por el mismo vado,
parece como que es otro otoño,
pero siempre caen las mismas hojas.
Camina antes de nuestra noche
la reina de la dulce mañana;
incluso es la muerte una ilusión
y al tiempo un tesorero de vidas.
De cualquier instante pasajero
esta verdad es la que comprendo,
que sostiene a la eternidad
y hace girar todo el universo.
Por eso, aunque vuele este año
y todo él se hunda en el pasado,
tú conservas aún todo el tesoro
que en el alma siempre has tenido.
Con el mañana aumentas tus días,
con el ayer reduces tu vida
teniendo sin embargo delante
eternamente el día de hoy.
Todas las imágenes brillantes,
que en rápidas filas se suceden,
reposan para siempre inmutables
bajo el rayo del juicio eterno.
Y se fue el amor, un amigo
que era sumiso a los dos
y así digo con mis canciones
adiós, adiós, adiós a todos.
Las ha encerrado el olvido
con su fría mano en la cómoda,
y ya ni a los labios me vienen,
ni por la cabeza me pasan.
¡Y tanto murmullo de arroyos,
tanta serenidad de estrellas,
y un amor de tantas tristezas
he enterrado dentro de ellas!
¡De qué inmensidad alejada
surgieron dentro de mi mente!
¡Con cuántos llantos las regué
querida, solo para ti!
¡Cómo cruzaban con fatiga
desde mi pena más profunda,
y cómo aún hoy me lamento
de todo lo que ya no sufro!
¡Que ya no quieres hoy mostrarte,
luz perdida en la lejanía,
con tus ojos oscuros, negros
que han renacido de la muerte!
Con aquella dócil sonrisa,
con aquel tan tierno semblante,
para hacer de mi vida un sueño,
de mi sueño toda una vida.
Que me parezca que te acercas
en cuanto se alza la luna,
en la sombra de dulces cuentos,
los de las mil y una noches.
Era un sueño misterioso,
un sueño demasiado tierno,
y demasiado hermoso era
si tuvo que llegar su fin.
Demasiado ángel a mis ojos,
demasiado poca mujer,
para que la alegría aquella
pudiera durar para siempre.
Y demasiado nos perdimos
tal vez, tú y yo, en sus encantos,
demasiado olvido de Dios,
demasiado olvido de todo.
¡Tal vez ni siquiera haya sitio
en un mundo tan miserable
para una suerte tan santa
que ha traspasado el dolor!
Y brilla el lago estremeciéndose
y se mece bajo el sol;
yo, mirándolo desde el bosque,
dejo que la pena me embruje
y escucho desde la frescura
la cordoniz13.
Desde manantiales y arroyos
suena somnolienta el agua;
y allí donde penetra el sol,
entre las ramas a las ondas,
entre olas asustadizas
ella se arroja.
El cuco canta, mirlos, tordos -
¿y quién sabe diferenciarlos?
Mil especies de aves trinan
escondidas entre las ramas
y hablan entre ellas con muchos
significados.
Dice el cuco: - «¿Dónde la hermana
de nuestros sueños de verano?
Tan cimbreante y tan querida,
con su mirada fatigada,
que aparezca, igual que un hada,
ante nosotros.»
El viejo tilo alarga una rama,
para que ella pueda doblarla,
que la joven rama se impulse,
que la levante por los brazos,
y que lluevan miles de flores
encima de ella.
Pregunta triste el manantial:
- «¿Dónde se encontrará mi reina?
¿Soltando sus suaves cabellos,
mirando su rostro en mis aguas,
soñadora, que me acaricie
su dulce pie?»
- «¡Querido bosque -contesté-,
ella no viene, ya no viene!
Quedad solos, vosotros, robles,
soñad con los ojos azules,
que solo para mí brillaron
todo el verano».
¡Qué bien que se estaba en el bosque,
cuando era su compañero!
Igual que un cuento encantado
que permanece hoy oscuro...
De dondequiera que estés, vuelve,
para estar solos.
Si pasan los años como han pasado,
ella me gustará cada vez más,
porque en toda su naturaleza
hay un «no sé cómo» y un «no sé qué».
¿Y me habrá hechizado con algún rayo
en el instante aquel en que nos vimos?
Aunque no es más que una mujer,
sin embargo es distinta, «no sé cómo».
Y por esta razón me da lo mismo
si habla o si permanece en silencio;
pues si su voz es toda ella armonía,
es su silencio también un «no sé qué».
Esclavizado por la misma pena
siempre recorro el mismo camino...
en cada misterio de sus hechizos
hay un «no sé qué», hay un «no sé cómo».
Te vas, en años de tortura
no te verán mis tristes ojos,
enamorados de tu ser,
de cómo te ríes, te mueves14.
Pero no es tierno como un cuento
mi amor, mi doloroso amor;
pero tu alma es un demonio
con rostro de hermoso mármol.
En la cara, un pálido hechizo,
y ojos brillantes, encendidos
y turbadores están húmedos
por halagos y por malicias.
Cuando me tocas, me estremezco,
me sobresalto cuando pasas,
del dulce caer de tus pestañas
pende mi existencia futura.
Te vas, no voy a lamentar
el día de ayer a partir de ahora,
pues no volveré ya a ser víctima
de los despiadados dolores.
Y no confundirás más mi oído
con el respirar de tu boca,
no acariciarás ya mi frente
para hacerme perder el juicio.
Nombres deshonrosos podría
plasmar dentro de mi cabeza,
y odiarte encarnizadamente,
maldecirte, ya que te quiero.
Ahora ya ni eso me queda,
ya no tengo a quién maldecir,
y así como hoy será mañana,
como mañana la eternidad. -
Un otoño se dilata
sobre un cansado y triste arroyo;
encima de él las hojas muertas -
mis sueños que se están muriendo.
La vida como una locura
acabada antes de empezar,
en la negra eternidad
te he tenido un instante en brazos.
Después, levantando sus alas,
se fue para siempre mi suerte -
¡dame el tesoro de un instante
junto con años de lamentos!
Doina
los Rumanos se me han quejado
de que ya no pueden andar
por culpa de los extranjeros.
Desde Hotin17 hasta el Mar Negro
vienen los rusos18 a caballo,
desde el Mar Negro hasta Hotin
siempre nos cortan el camino;
la oruga ha llenado los cornos21;
tanto te acosan los extraños
que no puedes reconocerte.
Desde la montaña hasta el valle
se ha abierto paso el enemigo22,
tan solo hay vados como aquellos.
¡Ay del pobre e infeliz Rumano!
Siempre hacia atrás como el cangrejo,
ni le va bien, ni tiene ánimo,
ni le es el otoño, otoño,
ni es el verano su verano,
y es extranjero en su país.
brotan torrentes de enemigos
y se asientan en nuestra tierra;
se mueren todas las canciones,
y todos los pájaros vuelan
por la multitud de extranjeros;
y solo la sombra del cardo
queda en la puerta del cristiano.
Descubre la patria su seno,
el bosque - hermano del Rumano -
se inclina siempre ante el hacha
y sus manantiales se secan -
¡pobre queda en su país pobre!
¡Quien quiera a los extranjeros,
que los perros coman sus almas,
el desierto coma su casa,
la infamia destroce su estirpe!
¡Rey Esteban27, Su Majestad,
no permanezcas más en Putna28,
deja allí al archimandrita29
todo el cuidado de la iglesia,
deja el cuidado de los Santos
a cargo de los eclesiásticos,
y que ellos doblen las campanas
todo el día, toda la noche,
tal vez se apiadará así Dios,
y puedas librar a tu pueblo!
Tú levántate de la tumba,
que te oiga sonar el cuerno
para reunir así Moldavia.
Si tocas el cuerno una vez,
reunirás a toda Moldavia,
si tocas el cuerno dos veces,
los bosques vendrán a ayudarte,
si lo tocas una tercera
perecerán los enemigos
de una frontera a la otra -
¡Entonces los quieran los cuervos
entonces los quieran las horcas!