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Poesías selectas

Luís de Camões




ArribaAbajoPrólogo del traductor

Aunque al principio solamente habíamos pensado traducir el poema épico de Luis de Camoëns, hemos creído después que no dejaría de ser útil trasladar también al castellano una parte de sus Rimas o poesías varias, para dar a conocer el fértil y flexible ingenio de este poeta, que se empleó en todos los géneros de poesía conocidos y usados en su tiempo.

Él fue (dice el caballero Souza-Botelho) uno de los primeros que después de Sa y Miranda, adoptaron la introducción del estilo italiano. Pero por su gusto, formado con los ejemplares griegos y latinos, por su vena poética, y por aquella armoniosa versificación que le es propia, se colocó en un orden superior a todos los poetas de esta escuela.

Petrarca había sido entre los italianos el que más había contribuido, por sus trabajos literarios y por sus composiciones líricas, a dar al idioma italiano las gracias de la poesía antigua, y a añadirle otras propias de su tiempo. Podemos comparar, pues, las poesías de Camoëns con las composiciones líricas del Petrarca, que son las que constituyen la fama de este autor, y haciéndolo así, estoy persuadido de que las personas imparciales no creerán que las composiciones del poeta portugués sean inferiores a las del italiano.

Paréceme incontestable que las de nuestro poeta tienen un estro igual al de su predecesor, y ofrecen la misma armonía en la versificación y elegancia en el lenguaje; la misma viveza de imágenes y delicadeza de sentimientos; y además tienen sobre las del Petrarca la ventaja de ser menos cargadas de conceptos y sutilezas, y de presentar mucho mayor valentía en los pensamientos. Ambos ofrecieron el ejemplo de la pasión más pura, amando con extrema constancia y fineza damas a quienes no podían unirse: ambos experimentaron la infelicidad de sobrevivirles. Ellos se hallaron, por consiguiente, en las mismas situaciones para cantar y llorar después el objeto de sus amores. Entretanto, el género y circunstancias particulares de la vida de cada uno, debieron influir de un modo bien diferente en sus composiciones: influjo el más desventajoso para las poesías de Camoëns, y el más favorable para las del Petrarca.

Éste vivió feliz, rico, estimado y buscado de los grandes, residiendo en las cortes o en una buena casa de campo, en el país más bello y civilizado del mundo; y cultivó las letras sosegadamente en los intervalos de los negocios. Camoëns, por el contrario, vivió pobre, perseguido, desterrado; y pasó la mejor parte de la vida lejos de su patria, por climas feroces, pudiendo apenas dar al estudio algunos momentos, substraídos a la tumultuosa ocupación de las armas, y acibarados con el disgusto de verse mal recompensado, y aun maltratado por sus ingratos compatriotas. Adviértase además que el Petrarca tuvo tiempo para corregir, perfeccionar y publicar él mismo sus poesías, lo que no sucedió a Camoëns. ¿Cuánto debemos, pues, ensalzar el ingenio de este poeta, cuando a pesar de tantas desventajas, observamos que él no es inferior, antes bien es superior al primer poeta que ha tenido la Italia en este género?

La imaginación de Camoëns fue fertilísima en sonetos. Aunque en la amplísima colección que se hizo sin discernimiento después de su muerte se encuentran algunos inferiores, que o no le pertenecen, o le fueron arrancados intempestivamente por la importunidad de sus amigos, es bien notable y digna de admiración la cantidad de sonetos excelentes y perfectos que hay allí y no consienten superioridad, además de otros muchos buenos que allí se hallan reunidos. La mayor parte de ellos son amatorios, llenos de gracia y delicadeza, o de una viva pasión. En general, ningún poeta supo conocer y desempeñar mejor el carácter de este pequeño poema; y sobre todo, ninguno tuvo mejor que él el don de imprimir su sensibilidad en los versos que salían de su corazón; versos que, aun ahora mismo, mueven profundamente en nosotros una tierna simpatía.

Sus canciones son conformes a las del Petrarca y de Bembo; y verdaderamente son admirables por la elegancia del lenguaje y por la armonía de los versos. Nadie conoció ni imitó la poesía del Petrarca mejor que Luis de Camoëns; y todavía me atreveré a decir que lo es superior en los pensamientos y en la descripción viva de las escenas de la naturaleza, pues las pinta como quien las había sabido sentir; cosa que ni la imaginación ni el arte pueden alcanzar.

En sus odas, no diré que se vea la impetuosidad de Píndaro o la valentía que se admira en algunas de las de Horacio; pero diré que también en ellas se encuentran las gracias felices que forman muchas veces el mérito del poeta latino, y que presentan a cada paso lugares de una gran belleza, tanto por la melodía de la poesía, como por la viveza de los sentimientos.

Las sextinas son una invención métrica de los Provenzales y una de las composiciones más difíciles por la disposición de los consonantes. En éstas se ve también el talento flexible de nuestro poeta, el cual quiso probar que no había género de poesía en que no aventajase. Ellas tienen la armonía musical propia para encantar nuestros sentidos y para producir en nosotros la impresión más agradable. Todos los que son capaces de sentir los encantos de la poesía, habrán observado que la estructura del verso, que es en cierto modo la parte mecánica de ella, tiene una correlación misteriosa con las sensaciones y afecciones de nuestra alma y con todo lo que habla a la imaginación.

Las penas del amor, la vida aventurera en regiones remotas y los crueles trabajos de Luis de Camoëns, debían inspirarle la poesía elegíaca y el deseo de imitar en ella a Propercio, Tibulo y Ovidio. Sin embargo, si comparamos sus elegías con las de estos tres poetas, no las hallaremos conformes a las reglas que ellos nos dejaron, porque el nuestro emplea algunas veces un estilo y un tono que convendrían mejor a la epístola. Pero en diversos lugares el tono, el estilo y los sentimientos son perfectamente elegíacos, y excita en nosotros el más fuerte y vivo interés, no sólo por la pasión y melancolía que respiran sus elegías, sino también por la contemplación de todo lo que sufría este hombre siempre infeliz.

Sus églogas merecen también particular atención por su mérito poético. En ellas, lo mismo que en las otras composiciones, se siente el calor de la pasión y de los sentimientos que las dictaban y animan. Es necesario sabor y considerar que Camoëns se transforma en uno de los interlocutores, y representa con este disfraz varios incidentes de su vida y de la de otras personas entonces conocidas. En la primera, hecha a la muerte de su amigo D. Antonio Noroña, se ve el profundo sentimiento y dolor que le causó esta pérdida, y brilla el amor de su patria, que en todas ocasiones procura engrandecer, y el noble sentimiento del valor e independencia nacional; cosa que no se halla fuera de su lugar en esta composición, pues D. Antonio había muerto con las armas en la mano; y en esta égloga pasa a lamentar la muerte del príncipe D. Juan, heredero del reino, que murió en ese año; muerte que era una pérdida sensible para Portugal, pues dejaba un solo hijo en la infancia. El estilo, los pensamientos y sentimientos son de una gran belleza, y merece particular atención el tono elegíaco de los cantos fúnebres de Frondelio y Aonia, y su diferente versificación.

La última, que se compuso a la muerte de doña Catalina de Ataide, es del mayor interés; la tristeza y melancolía de los sentimientos nos mueve a participar de las penas que debía sentir el infelicísimo Camoëns por tan cruel golpe. Es imposible dejar de llorar aun hoy, al verlo oprimido con tan grande y penetrante pena, y al oírle exclamar:


Y vos ¡oh vida mía! pues curarme
Ya no podéis, dejadme juntamente,
Porque memoria tal pueda dejarme:
    Aunque muero por ella alegremente.

No se olvidó Camoëns del estilo y géneros de la poesía nacional; pues de uno y otro nos dejó modelos bellísimos. Las redondillas que escribió después de su naufragio son una linda paráfrasis del salmo 136. Es imposible hacer cosa mejor en este género. Compuso también por el mismo estilo algunos cantares, motes, glosas, etc., que por la naturalidad de los pensamientos y por la dulzura y gracia del estilo, deben desarmar toda crítica.

El martirio de Santa Úrsula, rasgo épico, en que reunió todo lo que las leyendas decían sobre las once mil vírgenes, debe interesar a toda clase de lectores, tanto por las bellezas con que supo hermosearlo, como por el lenguaje verdaderamente poético en que está escrito.

Es, pues, bien extraño que nadie haya pensado hasta ahora en traducir estas poesías. Nosotros hemos sido los primeros que lo hemos intentado; tal vez no habremos sido en ellas muy felices, según lo cansados que estábamos de luchar incesantemente con las dificultades de toda especie que hemos tenido que vencer en la traducción de Los Lusíadas. Así es que las composiciones que en este tomo presentamos, no son precisamente las mejores del poeta, sino las que más fácilmente hemos podido acomodar a nuestro idioma. Quedan sin traducir algunas otras bellísimas, que deberán leer en el original los que quieran penetrarse bien del mérito de este fecundísimo escritor.

El poeta, que también conocía y hablaba perfectamente la lengua castellana, escribió en este idioma algunos sonetos, elegías, letrillas, etc., y también el monólogo de Aonia con que da fin a la égloga primera. No hemos podido menos de incluir en esta edición estas composiciones; pero para que no se confundan con las que nosotros hemos traducido, irán todas señaladas con una estrella o asterisco, así *.

D. LAMBERTO GIL






ArribaAbajoNota

En cada soneto, elegía, égloga, etc., después de los números romanos que señalan el orden que aquella poesía tiene en esta colección, hay otros árabes que indican el lugar que dicha composición ocupa en las ediciones completas de Camoëns, hechas en Lisboa en los años 1779 y 1782.




ArribaAbajoSoneto I


    Mientras quiso Fortuna que tuviese
Esperanza de hallar algún contento,
O placer de algún suave pensamiento,
Me hizo que sus efectos escribiese.

   Pero temiendo Amor que aviso diese
Mi pluma al que tuviese el juicio exento,
Me obscureció el ingenio con tormento,
Para que sus engaños no dijese.

   ¡Oh vos, a quien Amor tiene en prisiones
De ajena voluntad! cuando leyereis,
En un volumen casos tan diversos,

   Sabed que son verdades, no ficciones:
Y sabed que, según amor tuviereis,
Tendréis inteligencia de mis versos.




ArribaAbajoSoneto II


- 5 -


    Con lazo indecoroso viví atado;
Vergonzoso castigo de mis yerros:
Y empiezo ahora a sacudir los hierros
Que a mi pesar la muerte ha quebrantado.

   Sacrifiqué la vida a mi cuidado;
Que amor no quiere ovejas ni becerros:
Vi penas, vi miserias, vi destierros;
¡Paréceme que estaba así ordenado!

   Contentéme con poco, conociendo
Que era el contentamiento vergonzoso,
Sólo por ver lo que era vivir ledo.

   Mas mi estrella, que ahora ya la entiendo,
La muerte ciega, el paso peligroso,
Me hicieron de los gustos tener miedo.




ArribaAbajoSoneto III


- 7 -


    El tiempo que de amor vivir solía,
No siempre andaba al remo aherrojado;
Sino que ahora libre, ahora atado,
En varias llamas variamente ardía.

   El cielo rigoroso no quería
En un fuego no más verme abrasado;
Ni que mudando causas al cuidado,
Mudanza hallase la ventura mía.

   Y si algún poco tiempo andaba exento,
Era porque engañarme procuraba,
Por volverme a cansar con más aliento.

   Loado sea amor en mi tormento;
Pues por recreo y diversión tomaba
El darme tan cansado sufrimiento.




ArribaAbajoSoneto IV


- 9 -


    De mi estado me encuentro tan incierto,
Que en vivo ardor temblando estoy de frío;
Sin causa al mismo tiempo lloro y río,
Y es todo el mundo para mí un desierto.

   Es todo cuanto siento un desconcierto;
Mi alma un volcán, mis ojos son un río:
Ahora espero, ahora desconfío,
Ahora desvarío, ahora acierto.

   Estando en tierra al cielo voy volando;
Cada hora me es mil años, y de hecho
En mil años no encuentro un día u hora.

   Si me pregunta alguno por qué así ando,
Digo que no lo sé; pero sospecho
Que es sólo porque a vos os vi, señora.




ArribaAbajoSoneto V


- 13 -


    En un jardín cubierto de verdura
Y esmaltado de mil diversas flores,
Con la Diosa se halló de los amores,
La Diosa de la caza y la espesura.

   Dïana allí cogió una rosa pura;
La otra un lirio cogió de los mejores:
Pero excedían a las otras flores
Las violas en la gracia y hermosura.

   Pregúntanle a Cupido, que allí estaba,
De aquellas flores cuál le parecía
La más suave, más pura y más hermosa.

   Sonriéndose el muchacho replicaba.
«Hermosas son las tres, mas yo querría
la viola antes que el lirio y que la rosa.»




ArribaAbajoSoneto VI


- 14 -


    Todo el mundo en la siesta reposaba,
Y su ardor sólo Liso no sentía;
Que el reposo del fuego en que él vivía,
Consistía en la Ninfa que buscaba.

   Los montes parecía que ablandaba
Con las penas y angustias que decía;
Mas nada el duro pecho conmovía,
Que en la voluntad de otro puesto estaba.

   Cansado ya de andar en la espesura,
A un álamo se acerca, y por venganza
Estos versos escribe en la corteza:

   «Nunca pongan los hombres su esperanza
En pecho femenil, que de natura
Solamente en variar tiene firmeza.»,




ArribaAbajoSoneto VII


- 19 -


    Alma mía gentil que te partiste
De esta vida mortal tan brevemente,
Descansa allá en el cielo eternamente,
Y viva yo en la tierra siempre triste.

   Si en el asiento etéreo a do subiste
Memoria de esta vida se consiente,
Nunca te olvides del amor ardiente
Que en mis ojos tan puro y firme viste.

   Y si ves que algo puede merecerte
El inmenso dolor que me ha quedado
Del daño irreparable de perderte,

   Ruega al Dios, que tus años ha abreviado,
que tan presto de aquí me llevo a verte
Cuan presto de mis ojos te ha quitado.




ArribaAbajoSoneto VIII


- 24 -


    Aquella triste y leda madrugada,
Llena toda de pena y soledad,
Mientras haya en el mundo humanidad
Ha de ser por mis versos celebrada.

   Sólo ella, cuando amena y matizada
Salía dando al mundo claridad,
De mí alejarse vio la voluntad
Que jamás ha de ser de mí apartada.

   Sólo ella vio las lágrimas que fueron
De los ojos de entrambos derivadas
Y un ancho río al encontrarse hicieron.

   Ella oyó las palabras lastimadas
Que al fuego mismo enfriar pudieron
Y dar paz a las almas condenadas.




ArribaAbajoSoneto IX


- 27 -


    Males, que en mi ruina os conjurasteis,
¿Hasta cuándo tendréis tan duro intento?
Sin duda porque dure mi tormento,
Básteos cuanto ya me atormentasteis.

   Mas si porfiáis así porque pensasteis
Derribarme de mi alto pensamiento,
Puede más la razón do lo sustento,
Que vos, que de ella misma el ser tomasteis.

   Y por vuestra intención, dándome muerte,
Ha de acabar el mal de estos amores,
Dad ya fin a tormento tan cumplido.

   Así de ambos igual será la suerte:
En vos, por acabarme vencedores;
En mí, porque acabé de vos vencido.




ArribaAbajoSoneto X


- 28 -


    Se está la primavera retratando
En vuestra vista, deleitosa, honesta;
Y en esa cara bella y tan modesta
Se están rosas y lirios dibujando.

   Vuestro rostro con gracia matizando
Natura, cuanto puede manifiesta;
Y el monte, el campo, el río, la floresta
Se están de voz, señora, enamorando.

   Y si no queréis ahora que el que os ama
Pueda coger el fruto de estas flores,
Pierden toda su gracia vuestros ojos.

   Porque poco aprovecha, linda dama,
Que Amor sembrase en vos solos amores,
Si vuestra condición produce abrojos.




ArribaAbajoSoneto XI


- 29 -


    Siete años de pastor Jacob servía
Al padre de Raquel, serrana bella;
Mas no servía a él, servía a ella,
Que a ella sola por premio pretendía.

   Los días, esperando el feliz día,
Pasaba, contentándose con vella;
Mas Labán cauteloso, en lugar de ella,
Faltando a su palabra, lo dio a Lía.

   Él viendo que lo quitan con engaños
A la que tantos años ha que espera,
Como si no estuviera merecida,

   Volvió a servir de nuevo otros siete años,
Y aun serviría más, si no tuviera
Para tan largo amor tan corta vida.




ArribaAbajoSoneto XII


- 30 -


    Está el lascivo y dulce pajarito
Con su pico las plumas arreglando;
El verso sin medida, alegre y blando,
Entonando en el rústico arbolito.

   El cazador crüel, al pobrecito
Se va con disimulo aproximando,
Y la veloz saeta disparando,
Lo arroja en un momento hasta el Cocito.

   Así mi corazón, que libre andaba
(Como estaba de lejos destinado),
Donde menos temía ha sido herido.

   Porque el flechero ciego me esperaba,
Por poderme coger bien descuidado,
En vuestros bellos ojos escondido.




ArribaAbajoSoneto XIII


- 34 -


    Cuando el sol encubierto va mostrando
A la tierra su luz quieta y dudosa,
A orillas de una playa deliciosa
En mi enemiga estoy imaginando.

   Aquí la vi el cabello concertando,
Allí la mano al rostro tan hermosa,
Aquí hablando festiva o pesarosa,
Ahora estando quieta, ahora andando.

   Aquí estaba sentada, allí me vía
Alzando aquellos ojos tan exentos;
Aquí un poco agitada, allí segura.

   Aquí afligida estaba; allí reía:
Y paso en tan cansados pensamientos
Este vano vivir, que siempre dura.




ArribaAbajoSoneto XIV


- 49 -


    Ya es tiempo, ya, de que esta confianza
Vea que ha sido falsa su opinión;
Mas amor no se rige por razón,
Y así perder no puedo la esperanza.

   La vida sí; que una áspera mudanza
No deja vivir tanto un corazón.
Sólo en la muerte está mi salvación:
Sí; mas quien la desea no la alcanza.

   Indispensable es, pues, que espere y viva.
¡Ah dura ley de amor, que no consiente
Darle sosiego a una alma que es cautiva!

   Si he de vivir, en fin, forzosamente,
¿Por qué busco la gloria fugitiva
Con que un esperar vano me atormente?




ArribaAbajoSoneto XV


- 50 -


    Amor, con la esperanza ya perdida,
Tu soberano templo visité;
Y en señal del naufragio que pasé,
Colgué no los vestidos, mas la vida.

   ¿Qué más quieres de mí, pues destruida
Me ves toda la gloria que alcancé?
No pienses en rendirme, pues no sé
Volver a entrarme donde no hay salida.

   He aquí la vida, la alma, la esperanza,
Dulces despojos de mi bien pasado,
Mientras lo quiso aquella que yo adoro.

   Toma en ellas de mí plena venganza;
Y si te quieres ver aun más vengado,
Conténtente las lágrimas que lloro.




ArribaAbajoSoneto XVI


- 51 -


    Apolo con las Musas entonando
Con su dorada lira, me influían
Con la suave armonía que movían
Cuando tomé la pluma, comenzando:

   «Dichoso sea el día y hora, cuando
Tan delicados ojos me rendían:
Dichosos los sentidos, que sentían
Estarse en su deseo traspasando.»

   Así cantaba, cuando amor volvió
La rueda a la esperanza, que corría
Tan ligera, que casi era invisible.

   Convirtióseme en noche el claro día;
Y si alguna esperanza me quedó,
Es de padecer más, si esto es posible.




ArribaAbajoSoneto XVII


- 55 -


    Después de tantos días mal gastados,
Después de tantas noches mal dormidas,
Después de tantas lágrimas vertidas,
Tantos suspiros vanamente dados:

   ¿Cómo es que no estáis ya desengañados,
Deseos de vosotros homicidas,
Y no queréis curar esas heridas
Que hicieron el amor, el tiempo y hados?

   Si no tuvierais ya larga experiencia
Del capricho de amor, a quien servistes,
Flaqueza fuera en vos la resistencia.

   Mas, pues por vuestro mal sus daños vistes,
Que no los cura el tiempo ni la ausencia,
¿Qué bien esperáis de él, deseos tristes?




ArribaAbajoSoneto XVIII


- 60 -


    ¿Quién podrá libre ser, gentil señora,
Si os contempla con juicio sosegado;
Si el niño que de vista está privado
De vuestros ojos en las niñas mora?

   Allí manda, allí reina, allí enamora,
Allí vive de todos venerado,
Pues vuestra gracia y rostro delicado
Son una imagen do el Amor se adora.

   Quien ve que en blanca nieve nacen rosas,
Que crespos hilos de oro van cercando;
Si por entre otra luz la vista pasa,

   Rayos de oro verá, que a las dudosas
Almas están el pecho traspasando,
Así como a un cristal el sol traspasa.




ArribaAbajoSoneto XIX


- 68 -


    Dadme una ley, señora, de quereros,
Que la guarde so pena de enojaros,
Pues la fe que me obliga a tanto amaros,
Hará que quede en ley de obedeceros.

   Todo me prohibid menos el veros
Y en lo interior de mi alma contemplaros,
Porque si así no llego a contentaros,
Siquiera nunca llegue hasta ofenderos.

   Y si esa condición crüel y esquiva
Que me deis ley de vida no consiente,
Dadme al menos, señora, ley de muerte.

   Y si ni ésta me dais, justo es que viva,
Sin saber cómo vivo tristemente;
Mas al menos contento con mi suerte.




ArribaAbajoSoneto XX


- 69 -


    Herido y sin remedio parecía
El fuerte y duro Télefo temido,
Por aquel que en el agua fue metido,
A quien cortar el hierro no podía.

   Y cuando al dios Apolo le pedía
Consejo, para ser restituido,
Le respondió tornase a ser herido
Por quien antes lo hiriera, y sanaría.

   Así es, señora mía, mi ventura;
Pues herido por veros claramente,
Con tornaros a ver amor me cura.

   Pero es tan agradable esa hermosura,
Que soy como el hidrópico doliente,
Que bebiendo se aumenta su sed dura.




ArribaAbajoSoneto XXI


- 73 -


    Suspiros inflamados que cantáis
La tristeza en que yo viví tan ledo,
Yo muero, mas no os llevo, pues he miedo
De que al pasar el Lete perezcáis.

   Escritos para siempre ya quedáis
Donde os mostraran todos con el dedo
Como ejemplo de males, y bien puedo
Esperar que de ejemplo los sirváis.

   Si veis en alguien largas esperanzas
De amor y de fortuna (cuyos daños
Tal vez parecen bienaventuranzas),

Le diréis que servisteis muchos años,
Y que en fortuna todo son mudanzas,
Y que en amor no se halla sino engaños.




ArribaAbajoSoneto XXII


- 74 -


    Aquella fiera humana que enriquece
Su altiva y presuntuosa tiranía,
Con estas mis entrañas, donde cría
Amor un mal que falta cuando crece:

   Si el cielo mostró en ella (cual parece)
Cuanto mostrar al mundo pretendía,
¿Por qué se injuria de la vida mía?
¿Por qué con darme muerte se ennoblece?

   Sublimad ahora, en fin, vuestra victoria,
Señora, con vencerme y cautivarme,
Y haced de ella en el mundo larga historia:

   Pues por mucho que os vea atormentarme,
Yo ya quedo logrando de la gloria
De ver que tenéis tanta en acabarme.




ArribaAbajoSoneto XXIII


- 77 -


    El culto divinal se celebraba
En el templo, do toda criatura
Loaba al Hacedor, porque a su hechura
Con su Sagrada Sangre restauraba.

   Allí el Amor, que al tiempo me aguardaba
En que creía mi alma más segura
Con una rara angélica figura,
De la razón la vista me asaltaba.

   Creyendo que el lugar me defendía
De su libre costumbre (no sabiendo
Qué ningún confiado de él huía),

   Dejéme cautivar; mas hora viendo,
Señora, que por vuestro me quería,
De haber vivido libre me reprendo.




ArribaAbajoSoneto XXIV


- 83 -


    ¿Qué llevas, muerte cruel? Un claro día.
¿A qué hora lo tomaste? Amaneciendo.
¿Entiendes lo que llevas? No lo entiendo.
¿Quién te lo hizo llevar? Quien lo entendía.

   ¿Quién goza su beldad? La tierra fría.
¿Cómo quedó su luz? Anocheciendo.
¿Qué dice Portugal? Queda diciendo...
¿Qué? Que digno no fue de tal María.

   ¿Mataste a quien la vio? Ya muerto estaba.
¿Qué discurre el Amor? Decidlo no osa.
¿Quién lo hizo enmudecer? Mi voluntad.

   ¿Ahora en la corte qué hay? Soledad brava.
¿Y qué queda que ver? Ninguna cosa.
¿Pues qué es lo que ha faltado? Esta beldad.




ArribaAbajoSoneto XXV


- 84 -


    Ondeados hilos de oro reluciente,
Que ya con bella mano recogidos,
Ya sobre hermosas rosas extendidos,
Hacéis que su belleza se acreciente:

   Ojos, que os agitáis tan blandamente,
En mil divinos rayos encendidos;
Si ausente me robáis alma y sentidos,
¿Qué haríais si me hallara a vos presente?

   Honesta risa, que con tal lindeza
Entre coral y piedras aparece,
¡Oh! ¡Quién tu eco gentil y dulce oyese!

   Si sólo al contemplar tanta belleza,
De regocijo el alma desfallece,
¿Qué hará cuando la vea? ¡Ah! ¡Quién la viese!




ArribaAbajoSoneto XXVI


- 88 -


    Esfuerzo grande, igual al pensamiento;
Pensamientos en obras divulgados,
Y no en un pecho tímido encerrados,
Y deshechos después en lluvia y viento;

   Ánimo de codicia baja exento,
Digno por esto de ínclitos estados;
Azote de los nunca bien domados
Pueblos de Malabar sanguinolento;

   Gentileza de miembros corporales,
Ornados de púdica continencia,
Obra por cierto de celeste altura:

   Estas virtudes raras y otras tales,
Dignas todas de homérica elocuencia,
Yacen debajo de esta sepultura.




ArribaAbajoSoneto XXVII


- 98 -


    Si después de esperanza tan perdida,
Amor por algún caso consintiese
Que algún momento alegre yo tuviese,
Por cuantos tristes vi en mi larga vida:

   Un alma ya tan flaca y tan caída,
Por más favorecida que se viese
No creo yo que disfrutar pudiese
De alegría tan tarde concedida.

   No solamente Amor no me ha mostrado
Una hora en que viviese felizmente,
De cuantas en la vida me ha negado;

   Sino que tanta pena me consiente,
Que además del contento, me ha quitado
El gusto de vivir alegremente.




ArribaAbajoSoneto XXVIII


- 104 -


    Esos cabellos rubios y escogidos,
Que al áureo sol su ser están quitando;
Ese aire inmenso, donde naufragando
Están continuamente mis sentidos;

   Esos furtados ojos tan fingidos,
Que mi vida y mi muerte están causando;
Esa divina gracia, que en hablando
Mis pensamientos deja confundidos;

   Ese garboso andar, esa medida
Que a vuestro cuerpo da tal gentileza,
Esa deidad en tierra tan cumplida:

   Muestren por fin piedad y no crueza;
Que son lazos que amor teje en la vida,
Siendo en mí sufrimiento, en vos dureza.




ArribaAbajoSoneto XXIX


- 106 -


    Quien presume, señora, de loaros
Con discurso que bajo de divino,
De tanto mayor pena, será dino
Cuanto vos sois mayor al contemplaros.

   No aspire ningún canto a celebraros,
Por más que sea raro o peregrino;
Que al ver vuestra belleza, yo imagino
Que sólo al cielo puedo compararos.

   Dichosa esta alma vuestra, a quien quisisteis
Dar posesión de prenda tan subida,
Cual es la que benigna al fin me distéis.

   Siempre la antepondrá a la misma vida:
Ésta estimar en menos vos me hicisteis,
Y antes que ésa la quiero ver perdida.




ArribaAbajoSoneto XXX


- 107 -


    Moradoras gentiles, delicadas,
Del claro y áureo Tajo, que metidas
Os estáis en sus grutas escondidas,
Y con dulce reposo sosegadas:

   Hora estéis en amores inflamadas,
En diáfanos palacios divertidas,
Hora en vuestro trabajo embebecidas,
Tejiendo telas de oro matizadas;

   Volved de vuestros rostros la luz pura,
A vuestros bellos ojos consintiendo
Que lágrimas derramen de tristura,

   Y con dolor más propio iréis oyendo
Las quejas que le doy a la Ventura,
Que con penas de amor me va siguiendo.

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