Aunque al principio solamente habíamos pensado traducir
el poema épico de Luis de Camoëns, hemos creído
después que no dejaría de ser útil trasladar
también al castellano una parte de sus Rimas o poesías
varias, para dar a conocer el fértil y flexible ingenio
de este poeta, que se empleó en todos los géneros
de poesía conocidos y usados en su tiempo.
Él
fue (dice el caballero Souza-Botelho) uno de los primeros
que después de Sa y Miranda, adoptaron la introducción
del estilo italiano. Pero por su gusto, formado con los ejemplares
griegos y latinos, por su vena poética, y por aquella
armoniosa versificación que le es propia, se colocó
en un orden superior a todos los poetas de esta escuela.
Petrarca había sido entre los italianos el que más
había contribuido, por sus trabajos literarios y por
sus composiciones líricas, a dar al idioma italiano
las gracias de la poesía antigua, y a añadirle
otras propias de su tiempo. Podemos comparar, pues, las poesías
de Camoëns con las composiciones líricas del
Petrarca, que son las que constituyen la fama de este autor,
y haciéndolo así, estoy persuadido de que las
personas imparciales no creerán que las composiciones
del poeta portugués sean inferiores a las del italiano.
Paréceme incontestable que las de nuestro poeta tienen
un estro igual al de su predecesor, y ofrecen la misma armonía
en la versificación y elegancia en el lenguaje; la
misma viveza de imágenes y delicadeza de sentimientos;
y además tienen sobre las del Petrarca la ventaja
de ser menos cargadas de conceptos y sutilezas, y de presentar
mucho mayor valentía en los pensamientos. Ambos ofrecieron
el ejemplo de la pasión más pura, amando con
extrema constancia y fineza damas a quienes no podían
unirse: ambos experimentaron la infelicidad de sobrevivirles.
Ellos se hallaron, por consiguiente, en las mismas situaciones
para cantar y llorar después el objeto de sus amores.
Entretanto, el género y circunstancias particulares
de la vida de cada uno, debieron influir de un modo bien
diferente en sus composiciones: influjo el más desventajoso
para las poesías de Camoëns, y el más
favorable para las del Petrarca.
Éste vivió
feliz, rico, estimado y buscado de los grandes, residiendo
en las cortes o en una buena casa de campo, en el país
más bello y civilizado del mundo; y cultivó
las letras sosegadamente en los intervalos de los negocios.
Camoëns, por el contrario, vivió pobre, perseguido,
desterrado; y pasó la mejor parte de la vida lejos
de su patria, por climas feroces, pudiendo apenas dar al
estudio algunos momentos, substraídos a la tumultuosa
ocupación de las armas, y acibarados con el disgusto
de verse mal recompensado, y aun maltratado por sus ingratos
compatriotas. Adviértase además que el Petrarca
tuvo tiempo para corregir, perfeccionar y publicar él
mismo sus poesías, lo que no sucedió a Camoëns.
¿Cuánto debemos, pues, ensalzar el ingenio de este
poeta, cuando a pesar de tantas desventajas, observamos que
él no es inferior, antes bien es superior al primer
poeta que ha tenido la Italia en este género?
La
imaginación de Camoëns fue fertilísima
en sonetos. Aunque en la amplísima colección
que se hizo sin discernimiento después de su muerte
se encuentran algunos inferiores, que o no le pertenecen,
o le fueron arrancados intempestivamente por la importunidad
de sus amigos, es bien notable y digna de admiración
la cantidad de sonetos excelentes y perfectos que hay allí
y no consienten superioridad, además de otros muchos
buenos que allí se hallan reunidos. La mayor parte
de ellos son amatorios, llenos de gracia y delicadeza, o
de una viva pasión. En general, ningún poeta
supo conocer y desempeñar mejor el carácter
de este pequeño poema; y sobre todo, ninguno tuvo
mejor que él el don de imprimir su sensibilidad en
los versos que salían de su corazón; versos
que, aun ahora mismo, mueven profundamente en nosotros una
tierna simpatía.
Sus canciones son conformes a las
del Petrarca y de Bembo; y verdaderamente son admirables
por la elegancia del lenguaje y por la armonía de
los versos. Nadie conoció ni imitó la poesía
del Petrarca mejor que Luis de Camoëns; y todavía
me atreveré a decir que lo es superior en los pensamientos
y en la descripción viva de las escenas de la naturaleza,
pues las pinta como quien las había sabido sentir;
cosa que ni la imaginación ni el arte pueden alcanzar.
En sus odas, no diré que se vea la impetuosidad de
Píndaro o la valentía que se admira en algunas
de las de Horacio; pero diré que también en
ellas se encuentran las gracias felices que forman muchas
veces el mérito del poeta latino, y que presentan
a cada paso lugares de una gran belleza, tanto por la melodía
de la poesía, como por la viveza de los sentimientos.
Las sextinas son una invención métrica de
los Provenzales y una de las composiciones más difíciles
por la disposición de los consonantes. En éstas
se ve también el talento flexible de nuestro poeta,
el cual quiso probar que no había género de
poesía en que no aventajase. Ellas tienen la armonía
musical propia para encantar nuestros sentidos y para producir
en nosotros la impresión más agradable. Todos
los que son capaces de sentir los encantos de la poesía,
habrán observado que la estructura del verso, que
es en cierto modo la parte mecánica de ella, tiene
una correlación misteriosa con las sensaciones y afecciones
de nuestra alma y con todo lo que habla a la imaginación.
Las penas del amor, la vida aventurera en regiones remotas
y los crueles trabajos de Luis de Camoëns, debían
inspirarle la poesía elegíaca y el deseo de
imitar en ella a Propercio, Tibulo y Ovidio. Sin embargo,
si comparamos sus elegías con las de estos tres poetas,
no las hallaremos conformes a las reglas que ellos nos dejaron,
porque el nuestro emplea algunas veces un estilo y un tono
que convendrían mejor a la epístola. Pero en
diversos lugares el tono, el estilo y los sentimientos son
perfectamente elegíacos, y excita en nosotros el más
fuerte y vivo interés, no sólo por la pasión
y melancolía que respiran sus elegías, sino
también por la contemplación de todo lo que
sufría este hombre siempre infeliz.
Sus églogas
merecen también particular atención por su
mérito poético. En ellas, lo mismo que en las
otras composiciones, se siente el calor de la pasión
y de los sentimientos que las dictaban y animan. Es necesario
sabor y considerar que Camoëns se transforma en uno
de los interlocutores, y representa con este disfraz varios
incidentes de su vida y de la de otras personas entonces
conocidas. En la primera, hecha a la muerte de su amigo D.
Antonio Noroña, se ve el profundo sentimiento y dolor
que le causó esta pérdida, y brilla el amor
de su patria, que en todas ocasiones procura engrandecer,
y el noble sentimiento del valor e independencia nacional;
cosa que no se halla fuera de su lugar en esta composición,
pues D. Antonio había muerto con las armas en la mano;
y en esta égloga pasa a lamentar la muerte del príncipe
D. Juan, heredero del reino, que murió en ese año;
muerte que era una pérdida sensible para Portugal,
pues dejaba un solo hijo en la infancia. El estilo, los pensamientos
y sentimientos son de una gran belleza, y merece particular
atención el tono elegíaco de los cantos fúnebres
de Frondelio y Aonia, y su diferente versificación.
La última, que se compuso a la muerte de doña
Catalina de Ataide, es del mayor interés; la tristeza
y melancolía de los sentimientos nos mueve a participar
de las penas que debía sentir el infelicísimo
Camoëns por tan cruel golpe. Es imposible dejar de llorar
aun hoy, al verlo oprimido con tan grande y penetrante pena,
y al oírle exclamar:
Y
vos ¡oh vida mía! pues curarme
Ya no podéis,
dejadme juntamente,
Porque memoria tal pueda dejarme:
Aunque
muero por ella alegremente.
No se olvidó Camoëns
del estilo y géneros de la poesía nacional;
pues de uno y otro nos dejó modelos bellísimos.
Las redondillas que escribió después de su
naufragio son una linda paráfrasis del salmo 136.
Es imposible hacer cosa mejor en este género. Compuso
también por el mismo estilo algunos cantares, motes,
glosas, etc., que por la naturalidad de los pensamientos
y por la dulzura y gracia del estilo, deben desarmar toda
crítica.
El martirio de Santa Úrsula, rasgo
épico, en que reunió todo lo que las leyendas
decían sobre las once mil vírgenes, debe interesar
a toda clase de lectores, tanto por las bellezas con que
supo hermosearlo, como por el lenguaje verdaderamente poético
en que está escrito.
Es, pues, bien extraño
que nadie haya pensado hasta ahora en traducir estas poesías.
Nosotros hemos sido los primeros que lo hemos intentado;
tal vez no habremos sido en ellas muy felices, según
lo cansados que estábamos de luchar incesantemente
con las dificultades de toda especie que hemos tenido que
vencer en la traducción de Los Lusíadas. Así
es que las composiciones que en este tomo presentamos, no
son precisamente las mejores del poeta, sino las que más
fácilmente hemos podido acomodar a nuestro idioma.
Quedan sin traducir algunas otras bellísimas, que
deberán leer en el original los que quieran penetrarse
bien del mérito de este fecundísimo escritor.
El poeta, que también conocía y hablaba perfectamente
la lengua castellana, escribió en este idioma algunos
sonetos, elegías, letrillas, etc., y también
el monólogo de Aonia con que da fin a la égloga
primera. No hemos podido menos de incluir en esta edición
estas composiciones; pero para que no se confundan con las
que nosotros hemos traducido, irán todas señaladas
con una estrella o asterisco, así *.
D. LAMBERTO
GIL
Nota
En cada soneto, elegía, égloga, etc., después
de los números romanos que señalan el orden
que aquella poesía tiene en esta colección,
hay otros árabes que indican el lugar que dicha composición
ocupa en las ediciones completas de Camoëns, hechas
en Lisboa en los años 1779 y 1782.