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ArribaAbajoAl dotor Francisco Díaz, de Miguel de Cervantes, soneto


ArribaAbajo    Tú, que con nuevo y sin igual decoro
tantos remedios para un mal ordenas,
bien puedes esperar d'estas arenas,
del sacro Tajo, las que son de oro,
    y el lauro que se debe al que un tesoro  5
halla de ciencia, con tan ricas venas
de raro advertimiento y salud llenas,
contento y risa del enfermo lloro;
    que por tu industria una deshecha piedra
mil mármoles, mil bronces a tu fama  10
dará sin invidiosas competencias;
    daráte el cielo palma, el suelo yedra,
pues que el uno y el otro ya te llama
espíritu de Apolo en ambas ciencias.






ArribaAbajoCanción nacida de las varias nuevas que han venido de la católica armada que fue sobre Inglaterra, de Miguel de Cervantes Saavedra


ArribaAbajo    Bate, Fama veloz, las prestas alas,
rompe del norte las cerradas nieblas,
aligera los pies, llega y destruye
el confuso rumor de nuevas malas
y con tu luz desparce las tinieblas  5
del crédito español, que de ti huye;
esta preñez concluye
en un parto dichoso que nos muestre
un fin alegre de la ilustre empresa,
cuyo fin nos suspende, alivia y pesa,  10
ya en contienda naval, ya en la terrestre,
hasta que, con tus ojos y tus lenguas,
diciendo ajenas menguas,
de los hijos de España el valor cantes,
con que admires al cielo, al suelo espantes.  15

    Di con firme verdad, firme y sigura:
¿hizo el que pudo la victoria vuestra?
¿Sentenciado ha su causa el Padre eterno?
¿Bañada queda en roja sangre y pura
la católica espada y fuerte diestra?  20
En fin, de aquel que asiste a su gobierno,
¿poblado ha el hondo infierno
de nuevas almas, y de cuerpos lleno
el mar, que a los despojos y banderas
de las naciones pertinaces, fieras,  25
apenas dio lugar su inmenso seno,
del pirata mayor del occidente
ya inclinada la frente,
y puesto al cuello altivo y indomable
del vencimiento el yugo miserable?  30

    Di (que al fin lo dirás): «allí volaron
por el aire los cuerpos, impelidos
de las fogosas máquinas de guerra;
aquí las aguas su color cambiaron,
y la sangre de pechos atrevidos  35
humedecieron la contraria tierra»;
cómo huye, o si afierra,
este y aquel navío; en cuántos modos
se aparecen las sombras de la muerte;
cómo juega Fortuna con la suerte,  40
no mostrándose igual ni firme a todos,
hasta que, por mil varios embarazos,
los españoles brazos,
rompiendo por el aire, tierra y fuego,
declararon por suyo el mortal juego.  45

    Píntanos ya un diluvio con razones,
causado de un conflicto temeroso
y que le pinta la contraria parte:
mil cuerpos sobreaguados y en montones
confusos, otros naden cobdiciosos  50
d'entretener la vida en cualquier parte;
al descuido, y con arte,
pinta rotas entenas, jarcias rotas,
quillas sentidas, tablas desclavadas,
y, de impaciencia y de rigor armadas,  55
las dos (y no en valor) iguales flotas.
Exprime los gemidos excesivos
de aquellos semivivos
que, ardiendo, al agua fría se arrojaban
y, en la muerte del fuego, muerte hallaban.  60

    Después d'esto dirás: «en espaciosas,
concertadas hileras va marchando
nuestro cristiano ejército invencible,
las cruzadas banderas victoriosas
al aire con donaire tremolando,  65
haciendo vista fiera y apacible.
Forma aquel son horrible
que el cóncavo metal despide y forma,
y aquel del atambor que engendra y cría
en el cobarde pecho valentía  70
y el temor natural trueca y reforma»;
haz los reflejos y vislumbres bellas
que, cual claras estrellas,
en las lucidas armas el sol hace
cuando mirar este escuadrón le place.  75

    Esto dicho, revuelve presurosa
y en los oídos de los dos prudentes
famosos generales luego envía
una voz que les diga la gloriosa
estirpe de sus claros ascendientes,  80
cifra de más que humana valentía:
al que las naves guía
muéstrale sobre un muro un caballero,
más que de yerro, de valor armado,
y entre la turba mora un niño atado,  85
cual entre hambrientos lobos un cordero,
y al segundo Abrahán que dé la daga
con que el bárbaro haga
el sacrificio horrendo que en el suelo
le dio fama y imortal gloria en el cielo;  90

    dirás al otro, que en sus venas tiene
la sangre de Austria, que con esto sólo
le dirás cien mil hechos señalados
que, en cuanto el ancho mar cerca y contiene,
y en lo que mira el uno y otro polo,  95
fueron por sus mayores acabados.
Éstos ansí informados,
entra en el escuadrón de nuestra gente
y allá verás, mirando a todas partes,
mil Cides, mil Roldanes y mil Martes,  100
valiente aquél, aquéste más valiente;
a estos solos les dirás que miren
para que luego aspiren
a concluir la más dudosa hazaña:
«Hijos, mirad que es vuestra madre España!,  105

    la cual, desde que al viento y mar os distes,
cual viuda llora vuestra ausencia larga,
contrita, humilde, tierna, mansa y justa,
los ojos bajos, húmidos y tristes,
cubierto el cuerpo de una tosca sarga,  110
que de sus galas poco o nada gusta
hasta ver en la injusta
cerviz inglesa puesto el suave yugo
y sus puertas abrir, de herror cargadas,
con las romanas llaves dedicadas  115
[a] abrir el cielo como al cielo plugo.
Justa es la empresa, y vuestro brazo fuerte;
aun de la misma muerte
quitara la vitoria de la mano,
cuanto más del vicioso luterano».  120

    Muéstrales, si es posible, un verdadero
retrato del católico monarca,
y verán de David la voz y el pecho,
las rodillas por el suelo y un cor[dero]
mirando, a quien encierra y guarda un arca,  125
mejor que aquélla quisier[a haber hecho],
puestos de trecho a trecho
doce descalzos ángeles mortales
en quien tanta virtud el cielo encierra
que con humilde voz desde la tierra  130
pasan del mismo cielo los umbrales.
Con tal cordero, tal monarca y luego
de tales doce el ruego,
diles que está siguro el triunfo y gloria,
y que ya España canta la victoria.  135

    Canción, si vas despacio do te envío,
en todo el cielo fío
que has de cambiar por nuevas de alegría
el nombre de canción y profecía.

 
 
FIN
 
 






ArribaAbajoDel mismo, canción segunda, de la pérdida de la armada que fue a Inglaterra


ArribaAbajo   Madre de los valientes de la guerra,
archivo de católicos soldados,
crisol donde el amor de Dios se apura,
tierra donde se vee que el cielo entierra
los que han de ser al cielo trasladados  5
por defensores de la fee más pura:
no te parezca acaso desventura,
¡Oh España, madre nuestra!,
ver que tus hijos vuelven a tu seno
dejando el mar de sus desgracias lleno,  10
pues no los vuelve la contraria diestra:
vuélvelos la borrasca incontrastable
del viento, mar, y el cielo que consiente
que se alce un poco la enemiga frente,
odiosa al cielo, al suelo detestable,  15
porque entonces es cierta la caída
cuando es soberbia y vana la subida.

    Abre tus brazos y recoge en ellos
los que vuelven confusos, no rendidos,
pues no se escusa lo que el cielo ordena,  20
ni puede en ningún tiempo los cabellos
tener alguno con la mano asidos
de la calva ocasión en suerte buena,
ni es de acero o diamante la cadena
con que se enlaza y tiene  25
el buen suceso en los marciales casos,
y los más fuertes bríos quedan lasos
del que a los brazos con el viento viene,
y esta vuelta que vees desordenada
sin duda entiendo que ha de ser la vuelta  30
del toro para dar mortal revuelta
a la gente con cuerpos desalmada,
que el cielo, aunque se tarda, no es amigo
de dejar las maldades sin castigo.

    A tu león pisado le han la cola;  35
las vedijas sacude, y arrevuelve
a la justa venganza de su ofensa,
no sólo suya, que si fuera sola,
quizá la perdonara: sólo vuelve
por la de Dios, y en restaurarla piensa.  40
Único es su valor, su fuerza imensa,
claro su entendimiento,
indignado con causa, y tal que a un pecho
cristiano, aunque de mármol fuese hecho,
moviera a justo y vengativo intento.  45
Y más, que el galo, el tusco, el moro mira,
con vista aguda y ánimos perplejos,
cuáles son los comienzos y los dejos,
y dónde pone este león la mira,
porque entonces su suerte está lozana  50
en cuanto tiene este león cuartana.

    Ea pues, ¡oh Felipe, señor nuestro,
Segundo en nombre y hombre sin segundo,
coluna de la fee segura y fuerte!,
vuelve en suceso más felice y diestro  55
este designio que fabrica el mundo,
que piensa manso y sin coraje verte,
como si no bastasen a moverte
tus puertos salteados
en las remotas Indias apartadas,  60
y en tus casas tus naves abrasadas,
y en la ajena los templos profanados;
tus mares llenos de piratas fieros,
por ellos tus armadas encogidas,
y en ellos mil haciendas y mil vidas  65
sujetos a mil bárbaros aceros,
cosas que cada cual por sí es posible
a hacer que se intente aun lo imposible.

    Pide, toma, señor, que todo aquello
que tus vasallos tienen se te ofrece  70
con liberal y valerosa mano
a trueque que al inglés pérfido cuello
pongas el justo yugo que merece
su injusto pecho y proceder insano;
no sólo el oro que se adora en vano,  75
sino sus hijos caros
te darán, cual el suyo dio don Diego,
que, en propria sangre y en ajeno fuego,
acrisoló los hechos siempre raros
de la casa de Córdoba, que ha dado  80
catorce mayorazgos a las lanzas
moriscas, y, con firmes confianzas,
sus obras y su nombre han dilat[ado]
por la espaciosa redondez del suel[o],
que el que así muere vive y gana el cie[lo].  85

    En tanto que los brazos levan[tares],
gran capitán de Dios, espera, [espera]
ver vencedor tu pueblo, y no vencido;
pero si de cansado los bajares,
los suyos alzará la gente fiera,  90
que para el mal el malo es atrevido;
y en tu perseverancia está inclüido
un felice suceso
de la empresa justísima que tomas,
y no con ella un solo reino domas,  95
que a muchos pones de temor el peso;
aseguras los tuyos, fortaleces
lo que la buena fama de ti canta,
que eres un justo horror que al malo espanta
y mano que a los justos favoreces;  100
alza los brazos, pues, Moisés cristiano,
y pondrálos por tierra el luterano.

    Vosotros que, llevados de un deseo
justo y honroso, al mar os entregastes
y el ocio blando y el regalo huistes,  105
puesto que os imagino ahora y veo
entre el viento y el mar que contrastastes
y los mortales daños que sufristes,
d'entre Scila y Caribdis no tan tristes
salís que no se vea  110
en vuestro bravo, varonil semblante
que romperéis por montes de diamante
hasta igualar la desigual pelea;
que los bríos y brazos españoles
quilatan su valor, su fuerza y brío  115
con la hambre, sed, calor y frío
cual se quilata el oro en los crisoles,
y, apurados así, son cual la planta
que al cielo con la carga se levanta.

    El diestro esgrimidor, cuando le toca  120
quien sabe menos que él, se enciende en ira
y con facilidad se desagravia;
y en la orilla del mar la fuerte roca,
mientras su furia a deshacerla aspira,
muy poco o nada su rigor la agravia;  125
y es común opinión de gente sabia
que cuanto más ofende
el malo al bueno, tanto más aumenta
el temor del alcance de la cuenta,
que siempre es malo del que mal espende.  130
Triunfe el pirata, pues, agora y haga
júbilo y fiestas, porque el mar y el viento
han respondido al justo de su intento
sin acordarse si el que debe paga,
que, al sumar de la cuenta, en el remate  135
se hará un alcance que le alcance y mate.

    ¡Oh España, oh rey, oh mílites famosos!,
ofrece, manda, obedeced, que el cielo
en fin ha de ayudar al justo celo,
puesto que los principios sean dudosos,  140
y en la justa ocasión y en la porfía
encierra la vitoria su alegría.






ArribaAbajo[Romance]


ArribaAbajo    Yace donde el sol se pone,
entre dos tajadas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
profunda, lóbrega, escura,  5
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del horror y las tinieblas.
Por la boca sale un aire
que al alma encendida yela,  10
y un fuego, de cuando en cuando,
que el pecho de yelo quema.
Óyese dentro un rüido
como crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,  15
envueltos en tristes quejas.
Por las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.  20
A la entrada tiene puesto[s],
en una amarilla piedra,
huesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas del fuego  25
que arroja de sí la cueva,
dicen: «Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Y un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta  30
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedra,
el cual, oyendo, le dijo:
«Pastor, para que te crea,
no has menester juramentos  35
ni hacer la vista esperiencia.
Un vivo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva escura,
no tiene luz, ni la espera.  40
Seco le tienen desdenes
bañado en lágrimas tiernas;
aire, fuego y los suspiros
le abrasan contino y yelan.
Los lamentables aullidos,  45
son mis continuas querellas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mi sin igual firmeza,  50
que mis huesos en la muerte
mostrarán que son de piedra.
Los celos son los que habitan
en esta morada estrecha,
que engendraron los descuidos  55
de mi querida Silena».
En pronunciando este nombre,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
aquestos fines se esperan.  60






ArribaAbajo[Otra versión]

ArribaAbajo    Hacia donde el sol se pone,
entre dos partidas peñas,
una entrada de un abismo,
quiero decir, una cueva
oscura, lóbrega y triste,  5
aquí mojada, allí seca,
propio albergue de la noche,
del terror y de tinieblas.
Por su boca sale un aire
que al alma encendida yela,  10
y un fuego, de cuando en cuando,
que al pecho de nieve quema.
Óyese dentro un rüido
con crujir de cadenas
y unos ayes luengos, tristes,  15
envueltos en tristes quejas;
y en las funestas paredes,
por los resquicios y quiebras
mil víboras se descubren
y ponzoñosas culebras.  20
A la boca tiene puestos,
en una amarilla piedra,
güesos de muerto encajados
de modo que forman letras,
las cuales, vistas al fuego  25
que sale de la caverna,
dicen: «Ésta es la morada
de los celos y sospechas».
Un pastor contaba a Lauso
esta maravilla cierta  30
de la cueva, fuego y yelo,
aullidos, sierpes y piedras,
el cual, viéndole, le dijo:
«Pastor, para que te crean,
no has menester jurallo  35
ni hacer della esperiencia.
El mismo traslado es ése
de lo que mi pecho encierra,
el cual, como en cueva oscura,
ni siente luz, ni la espera.  40
Seco, le tienen desdenes
bañando lágrimas tiernas;
aire y fuego en los suspiros
arrójase, abrasa y yela.
Los lamentables aullidos,  45
son mis continuas endechas,
víboras mis pensamientos
que en mis entrañas se ceban.
La piedra escrita, amarilla,
es mis sin igual firmezas,  50
que los fuegos en mi muerte
dirán cómo fui de piedra.
Los celos son los que avisan
en esta morada estrecha,
que causaron los descuidos  55
cuidados de Silena».
En pronunciando este mal,
cayó como muerto en tierra,
que de memorias de celos
tales sucesos se esperan.  60

    El cielo a la iglesia ofrece
hoy una piedra tan fina
que en la corona divina
del mismo Dios resplandece.






ArribaAbajoDe Miguel Cervantes, glosa


ArribaAbajo    Tras los dones primitivos
que, en el fervor de su celo,
ofreció la iglesia al cielo,
a sus edificios vivos
dio nuevas piedras el suelo;  5
    estos dones agradece
a su esposa y la ennoblece,
pues, de parte del esposo,
un Hiacinto, el más precioso,
el cielo a la iglesia ofrece.  10
    Porque el hombre de su gracia
tantas veces se retira,
y el Jacinto, al que le mira,
es tan grande su eficacia
que le sosiega la ira,  15
    su misma piedad lo inclina
a darlo por medicina,
que, en su jüicio profundo,
ve que ha menester el mundo,
hoy una piedra tan fina.  20
    Obró tanto esta virtud,
viviendo Jacinto en él,
que, a los vivos rayos d'él,
en una y otra salud
se restituyó por él.  25
    Crezca gloriosa la mina
que de su luz jacintina
tiene el cielo y tierra llenos,
pues no mereció estar menos
que en la corona divina.  30
    Allá luce ante los ojos
del mismo autor de su gloria,
y acá en gloriosa memoria
de los triunfos y despojos
que sacó de la vitoria,  35
    pues si otra luz desfallece
cuando el sol la suya ofrece,
¿qué tan viva y rutilante
será aquésta si delante
del mismo Dios resplandece?  40






ArribaAbajoDe Miguel de Cervantes Saavedra, soneto


ArribaAbajo    No ha menester el que tus hechos canta,
¡oh gran marqués!, el artificio humano,
que a la más sutil pluma y docta mano
ellos le ofrecen al que al orbe espanta;
    y éste que sobre el cielo se levanta,  5
llevado de tu nombre soberano,
a par del griego y escritor toscano,
sus sienes ciñe con la verde planta;
    y fue muy justa prevención del cielo
que a un tiempo ejercitases tú la espada  10
y él su prudente y verdadera pluma,
    porque, rompiendo de la invidia el velo,
tu fama, en sus escritos dilatada,
ni olvido o tiempo o muerte la consuma.






ArribaAbajoEl capitán Becerra vino a Sevilla a enseñar lo que habían de hacer los soldados, y a esto y a la entrada del duque de Medina en Cádiz hizo Cervantes este soneto


ArribaAbajo    Vimos en julio otra semana santa,
atestada de ciertas cofradías
que los soldados llaman compañías,
de quien el vulgo, y no el inglés, se espanta;
    hubo de plumas muchedumbre tanta  5
que en menos de catorce o quince días
volaron sus pigmeos y Golías,
y cayó su edificio por la planta.
    Bramó el Becerro y púsolos en sarta;
tronó la tierra, escurecióse el cielo,  10
amenazando una total rüina;
    y al cabo, en Cádiz, con mesura harta,
ido ya el conde, sin ningún recelo,
triunfando entró el gran duque de Medina.






ArribaAbajoAl túmulo del rey que se hizo en Sevilla


ArribaAbajo    «¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!;
porque, ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?
    ¡Por Jesucristo vivo, cada pieza  5
vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!
    ¡Apostaré que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado  10
el cielo, de que goza eternamente!»
    Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto
lo que dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario miente!»
    Y luego encontinente  15
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.






ArribaAbajoUnas décimas que compuso Miguel de Cervantes


ArribaAbajo    Ya que se ha llegado el día,
gran rey, de tus alabanzas,
de la humilde musa mía
escucha, entre las que alcanzas,
las llorosas que te envía;  5
    que, puesto que ya caminas
pisando las perlas finas
de las aulas soberanas,
tal vez palabras humanas
oyen orejas divinas.  10

    ¿Por dónde comenzaré
a exagerar tus blasones,
después que te llamaré
padre de las religiones
y defensor de la fe?  15
    Sin duda habré de llamarte
nuevo y pacífico Marte,
pues en sosiego venciste
lo más en cuanto quisiste,
y es mucha la menor parte.  20

    Tembló el cita en el oriente,
el bárbaro al mediodía,
el luterano al poniente,
y en la tierra siempre fría
temió la indómita gente;  25
    Arauco vio tus banderas
vencedoras, y las fieras
ondas del sangriento Egeo
te dieron como en trofeo
las otomanas banderas.  30

    Las virtudes en su punto
en tu pecho se hallaron,
y el poder y el saber junto,
y jamás no te dejaron,
aun casi el cuerpo difunto;  35
    y lo que más tu valor
sube al extremo mayor
es que fuiste, cual se advierte,
bueno en vida, bueno en muerte
y bueno en tu sucesor.  40

    Esta memoria nos dejas,
que es la que el bueno cudicia,
que, amigables y sin quejas,
misericordia y justicia
corrieron en ti parejas,  45
    como la llana humildad
al par de la majestad,
tan sin discrepar un tilde
que fuiste el rey más humilde
y de mayor gravedad.  50

    Quedar las arcas vacías,
donde se encerraba el oro
que dicen que recogías,
nos muestra que tu tesoro
en el cielo lo escondías;  55
    desde ahora en los serenos
Elíseos campos amenos
para siempre gozarás,
sin poder desear más
ni contentarte con menos.  60






ArribaAbajoDe Miguel de Cervantes


ArribaAbajo    Yace en la parte que es mejor de España
una apacible y siempre verde Vega
a quien Apolo su favor no niega,
pues con las aguas de Helicón la baña;
    Júpiter, labrador por grande hazaña,  5
su ciencia toda en cultivarla entrega;
Cilenio, alegre, en ella se sosiega,
Minerva eternamente la acompaña;
    las Musas su Parnaso en ella han hecho;
Venus, honesta, en ella aumenta y cría  10
la santa multitud de los amores.
    Y así, con gusto y general provecho,
nuevos frutos ofrece cada día
de ángeles, de armas, santos y pastores.






ArribaAbajoMiguel de Cervantes, autor de Don Quixote: «Este soneto hice a la muerte de Fernando de Herrera; y, para entender el primer cuarteto, advierto que él celebraba en sus versos a una señora debajo deste nombre de Luz. Creo que es de los buenos que he hecho en mi vida»


ArribaAbajo    El que subió por sendas nunca usadas
del sacro monte a la más alta cumbre;
el que a una Luz se hizo todo lumbre
y lágrimas, en dulce voz cantadas;
    el que con culta vena las sagradas  5
de Helicón y Pirene en muchedumbre
(libre de toda humana pesadumbre)
bebió y dejó en divinas transformadas;
    aquél a quien invidia tuvo Apolo
porque, a par de su Luz, tiene su fama  10
de donde nace a donde muere el día:
    el agradable al cielo, al suelo solo,
vuelto en ceniza de su ardiente llama,
yace debajo desta losa fría.






ArribaAbajoMiguel de Cervantes a don Diego de Mendoza y a su fama


ArribaAbajo    En la memoria vive de las gentes,
varón famoso, siglos infinitos,
premio que le merecen tus escritos
por graves, puros, castos y excelentes.
    Las ansias en honesta llama ardientes,  5
los Etnas, los Estigios, los Cocitos
que en ellos suavemente van descritos,
mira si es bien, ¡oh Fama!, que los cuentes,
    y aun que los lleves en ligero vuelo
por cuanto ciñe el mar y el sol rodea,  10
y en láminas de bronce los esculpas;
    que así el suelo sabrá que sabe el cielo
que el renombre inmortal que se desea
tal vez le alcanzan amorosas culpas.






ArribaAbajoMiguel de Cervantes, al secretario Gabriel Pérez del Barrio Angulo


ArribaAbajo    Tal secretario formáis,
Gabriel, en vuestros escritos,
que por siglos infinitos
en él os eternizáis;
    de la ignorancia sacáis  5
la pluma, y en presto vuelo
de lo más bajo del suelo
al cielo la levantáis.

    Desde hoy más, la discreción
quedará puesta en su punto,  10
y el hablar y escribir junto
en su mayor perfección,
    que en esta nueva ocasión
nos muestra, en breve distancia,
Demóstenes su elegancia  15
y su estilo Cicerón.

    España os está obligada,
y con ella el mundo todo,
por la subtileza y modo
de pluma tan bien cortada;  20
    la adulación defraudada
queda, y la lisonja en ella;
la mentira se atropella,
y es la verdad levantada.

    Vuestro libro nos informa  25
que sólo vos habéis dado
a la materia de estado
hermosa y cristiana forma;
    con la razón se conforma
de tal suerte que en él veo  30
que, contentando al deseo,
al que es más libre reforma.






ArribaAbajoSoneto a don Diego Rosel y Fuenllana, inventor de nuevos artes, hecho por Miguel de Cervantes


ArribaAbajo    Jamás en el jardín de Falerina
ni en la Parnasa, excesible cuesta,
se vio Rosel ni rosa cual es ésta,
por quien gimió la maga Dragontina;
    atrás deja la flor que se recrina  5
en la del Tronto archiducal floresta,
dejando olor por vía manifesta
que a la región del cielo la avecina.
    Crece, ¡oh muy felice planta!, crece,
y ocupen tus pimpollos todo el orbe,  10
retumbando, crujiendo y espantando;
    el Betis calle, pues el Po enmudece,
y la muerte, que a todo humano sorbe,
sola esta rosa vaya eternizando.






ArribaAbajoDe Miguel de Cervantes, a los éxtasis de nuestra beata madre Teresa de Jesús


ArribaAbajo    Virgen fecunda, madre venturosa,
cuyos hijos, criados a tus pechos,
sobre sus fuerzas la virtud alzando,
pisan ahora los dorados techos
de la dulce región maravillosa  5
que está la gloria de su Dios mostrando:
tú, que ganaste obrando
un nombre en todo el mundo
y un grado sin segundo,
ahora estés ante tu Dios prostrada,  10
en rogar por tus hijos ocupada,
o en cosas dignas de tu intento santo,
oye mi voz cansada
y esfuerza, ¡oh madre!, el desmayado canto.

    Luego que de la cuna y las mantillas  15
sacó Dios tu niñez, diste señales
que Dios para ser suya te guardaba,
mostrando los impulsos celestiales
en ti, con ordinarias maravillas,
que a tu edad tu deseo aventajaba;  20
y si se descuidaba
de lo que hacer debía,
tal vez luego volvía
mejorado, mostrando codicioso
que el haber parecido perezoso  25
era un volver atrás para dar salto,
con curso más brïoso,
desde la tierra al cielo, que es más alto.

    Creciste, y fue creciendo en ti la gana
de obrar en proporción de los favores  30
con que te regaló la mano eterna,
tales que, al parecer, se alzó a mayores
contigo alegre Dios en la mañana
de tu florida edad humilde y tierna;
y así tu ser gobierna  35
que poco a poco subes
sobre las densas nubes
de la suerte mortal, y así levantas
tu cuerpo al cielo, sin fijar las plantas,
que ligero tras sí el alma le lleva  40
a las regiones santas
con nueva suspensión, con virtud nueva.

    Allí su humildad te muestra santa;
acullá se desposa Dios contigo,
aquí misterios altos te revela.  45
Tierno amante se muestra, dulce amigo,
y, siendo tu maestro, te levanta
al cielo, que señala por tu escuela;
parece se desvela
en hacerte mercedes;  50
rompe rejas y redes
para buscarte el Mágico divino,
tan tu llegado siempre y tan contino
que, si algún afligido a Dios buscara,
acortando camino  55
en tu pecho o en tu celda le hallara.

    Aunque naciste en Ávila, se puede
decir que en Alba fue donde naciste,
pues allí nace donde muere el justo;
desde Alba, ¡oh madre!, al cielo te partiste:  60
alba pura, hermosa, a quien sucede
el claro día del inmenso gusto.
Que le goces es justo
en éxtasis divinos
por todos los caminos  65
por donde Dios llevar a un alma sabe,
para darle de sí cuanto ella cabe,
y aun la ensancha, dilata y engrandece
y, con amor süave,
a sí y de sí la junta y enriquece.  70

    Como las circunstancias convenibles
que acreditan los éxtasis, que suelen
indicios ser de santidad notoria,
en los tuyos se hallaron, nos impelen
a creer la verdad de los visibles  75
que nos describe tu discreta historia;
y el quedar con vitoria,
honroso triunfo y palma
del infierno, y tu alma
más humilde, más sabia y obediente  80
al fin de tus arrobos, fue evidente
señal que todos fueron admirables
y sobrehumanamente
nuevos, continuos, sacros, inefables.

    Ahora, pues, que al cielo te retiras,  85
menospreciando la mortal riqueza
en la inmortalidad que siempre dura,
y el visorrey de Dios nos da certeza
que sin enigma y sin espejo miras
de Dios la incomparable hermosura,  90
colma nuestra ventura:
oye, devota y pía,
los balidos que envía
el rebaño infinito que crïaste
cuando del suelo al cielo el vuelo alzaste,  95
que no porque dejaste nuestra vida
la caridad dejaste,
que en los cielos está más estendida.

    Canción, de ser humilde has de preciarte
cuando quieras al cielo levantarte,  100
que tiene la humildad naturaleza
de ser el todo y parte
de alzar al cielo la mortal bajeza.






ArribaAbajoDe Miguel de Cervantes Saavedra


ArribaAbajo    De Turia el cisne más famoso hoy canta,
y no para acabar la dulce vida,
que en sus divinas obras escondida
a los tiempos y edades se adelanta:
    queda por él canonizada y santa  5
Teruel, vivos Marcilla y su homicida;
su pluma, por heroica conocida,
en quien se admira el cielo, el suelo espanta.
    Su dotrina, su voz, su estilo raro,
que por tuyos, ¡oh Apolo!, reconoces,  10
según el vuelo de sus bellas alas,
    grabadas por la Fama en mármol paro
y en láminas de bronce, harán que goces
siglo de eternidad, Yagüe de Salas.






ArribaDe Miguel de Cervantes Saavedra, a la señora doña Alfonsa González, monja profesa en el monasterio de Nuestra Señora de Constantinopla, en la dirección deste libro de la Sacra Minerva


Arriba    En vuestra sin igual, dulce armonía,
hermosísima Alfonsa, nos reserva
la nueva, la sin par sacra Minerva
cuanto de bueno y santo el cielo cría.
    Llega el felice punto, llega el día  5
en que, si os oye la infernal caterva,
huye gimiendo al centro y, de la acerva
región, suspiros a la tierra envía.
    En fin, vos convertís el suelo en cielo
con la voz celestial, con la hermosura  10
que os hacen parecer ángel divino;
    y así, conviene que tal vez el velo
alcéis, y descubráis esa luz pura
que nos pone del cielo en el camino.







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