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Poesías

Tomo I


Juan Meléndez Valdés




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Nota para esta edición

Esta edición de la obra poética de Meléndez Valdés se ha organizado sobre la versión póstuma Poesías (Madrid, Imprenta Real, 1820 [1821]), preparada por el escritor en el exilio y que editaron sus amigos y admiradores el académico Martín Fernández de Navarrete y el vate Manuel José Quintana. A pesar de los avisos del autor para que no se publicara el resto de la obra lírica no recogida en ella, se añaden en un Apéndice los poemas que, por razones de distinta naturaleza, no fueron incluidos allí, respetando el mismo orden de géneros del texto original. Tengo también en cuenta la lectura que hice de la misma en mi edición de Obras completas (Madrid, Fundación Castro, 1996-1997), en la que ocupaban los dos primeros de los tres tomos, de la que me aparto, sin embargo, en algunas cosas. Sólo añadimos un poema nuevo no editado nunca, que me ha proporcionado generosamente el profesor Antonio Astorgano Abajo (la oda «No es imperfecta en sus inmensos seres»). Modernizo el texto en lo referente a grafías, sintaxis y puntuación para hacer más cómoda la lectura al lector actual, quien por otra parte podrá enfrentarse a las composiciones primitivas en versiones manuscritas o impresas antiguas que acompañan a esta colección.

EMILIO PALACIOS FERNÁNDEZ




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Advertencia de los editores

(Procede de la edición de 1820)


Por los años de 1807 pensaba el autor, siguiendo el consejo de algunos de sus amigos y discípulos, hacer una edición de sus poesías escogidas y fijar de este modo su nombre, no por la multitud de sus composiciones, sino por el mérito calificado de las que se publicasen. Los sucesos de la revolución, que al fin le condujeron a Francia, no le proporcionaron realizar este proyecto. Allí repasó y corrigió sus poesías, aumentó su número y las coordinó con intento de publicarlas en España. Para esto formó los índices o guiones de las que entraban en cada clase o división, dándoles el orden que le pareció, y previniendo al fin de cada uno de ellos lo siguiente: «Aunque tengo compuestos otros varios romances [lo mismo dice respecto a las letrillas, anacreónticas, etc.], los anteriores me parecen los menos imperfectos, y así prohíbo que se impriman los demás bajo cualquier pretexto que para ello se busque; se lo ruego así encarecidamente al editor de mis poesías, y espero de su probidad y buen gusto que cumplirá en todo esta mi voluntad. Montpellier, a 2 de agosto de 1814. Juan Meléndez Valdés». La misma nota se halla en el índice o guión de las letrillas, firmado en Nîmes, a 8 de julio de 1815. Con una decisión tan terminante, los editores no han debido ni podido alterar el orden y elección de las poesías que ahora se publican, cumpliendo y respetando la voluntad de su autor. El prólogo que tenía dispuesto para la nueva edición que proyectaba es el siguiente.




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Prólogo del autor

Parece que la suerte se ha declarado siempre contra la edición de estas mis poesías, queriéndome acaso apartar así de la tentación de publicarlas. Detenida en prensa muchos meses la primera impresión por haberse el manuscrito extraviado, y apuradas a poco de su anuncio las dos que se hicieron en Valladolid a un mismo tiempo el año de 1797, tratándose ya de otra tercera, tuve que dejar la corte precipitadamente y vivir retirado muchos años, sin que en ellos fuese posible emprender este trabajo tan agradable como útil, ni la prudencia y mi seguridad me impusiesen otra ley que la del silencio y el olvido, por si a su sombra lograba desarmar a la calumnia y el poder ensangrentado en mi daño.

Cuando cesó este estado, y yo y todos los buenos divisábamos la aurora de otro más feliz para la nación y las letras en el reinado del señor Fernando VII, arrancándole de entre nosotros la más negra perfidia, nos arrojó en el mar turbulento de una revolución, toda sangre y horrores, en que se abismaban la patria, las fortunas, las vidas de sus hijos; y yo mismo, a pesar de mis principios y deseos, mi plan ignorado de vida y mis resoluciones, me vi arrastrado y envuelto entre sus olas en el punto de perecer en la borrasca. La necesidad imperiosa y el derecho sagrado de la conservación me han detenido en ella hasta su fin; pero en todos sus trances, ya entre el horror y peligrosa calma que un victorioso ejército a todos imponía, o corriendo las penas y zozobras de una emigración de cuasi tres años, mi corazón y mis anhelos ni han sido ni podrán ser otros que los del español más honrado, más fiel y más amante de su patria y sus reyes. En luces, instrucción y todo lo demás cederé sin dificultad el lugar a cualquiera; pero en estas virtudes jamás consentiré que otro se me anteponga, porque las he mamado con la leche, las consagró mi educación, las he fortificado con mi reflexión y mis estudios, y hacen y harán constantes la parte más preciosa de mi triste existencia, y el solo patrimonio que me resta después de treinta y cinco años de servicios a mi nación, y el celo más ardiente por su felicidad.

Por fortuna, en esta emigración, en que jamás pensé que pisaría otro suelo que el español, a pesar de mis inmensas pérdidas traje conmigo, sin saberlo, los borradores de las más de las poesías con que va aumentada esta nueva edición, y que el ocio y la necesidad de distraerme, y hacer así más llevaderos mi suerte y mis quebrantos, me han hecho corregir para darlas al público menos imperfectas que al principio lo estaban. Pero, dígolo con dolor, tan deshecha y horrible tempestad, después de haberme aniquilado con el robo y la llama cuanto tenía, y la biblioteca más escogida y varia que vi hasta ahora en ningún particular, en cuya formación había gastado gran parte de mi patrimonio y toda mi vida literaria, también acabó con las copias en limpio de mis mejores poesías en el género sublime y filosófico, un poema didáctico, El magistrado, una traducción muy adelantada de la Eneida, y otros trabajos en prosa sobre la legislación, la economía civil, las leyes criminales, cárceles, mendiguez y casas de misericordia, que trataba de imprimir, y me hubieran sido de más honor, y al público de más provecho, que los versos y cantos de esta colección. Los frutos de diez y más años de aplicación constante en mi retiro, de vigilias continuas, y la meditación más grave y detenida, todo despareció y ha perecido para siempre, sin la esperanza aun más remota de poderlo ni descubrir ni recobrar. Mis libros, mis reflexiones y trabajos me han enseñado a llevar mis desgracias con un ánimo igual, sin abatirme ni desmayar en ellas; y si la lectura y el estudio no me pagasen hoy con este dulce premio, de nada ciertamente hubieran conducido a mi felicidad y mi aprovechamiento.

De los versos publicados antes he suprimido algunos, haciendo en los demás varias enmiendas, cual me ha parecido para mejorarlos. A veces son éstas tan ligeras que se cifran todas en la mudanza de una palabra, un giro, un consonante u otra cosa tal para huir de algún defecto leve de estilo o locución; a veces son aumentos y mudanzas de estrofas en las composiciones, o vueltas y correcciones de más bulto, que en mi entender les dan más alma y nueva perfección. En todas he usado de la libertad de dueño de mis versos; mis lectores, si quieren cotejarlos, juzgarán si se han hecho con gusto y con acierto.

Los ahora añadidos, cuasi otros tantos como los antes publicados, van escogidos y castigados con la lima que me ha sido posible. Son de todos los géneros, desde la letrilla delicada y alegre hasta lo sublime de la oda y lo grave y severo de la epístola, porque en todos ellos me ha parecido hallar en mis borrones composiciones de algún precio, no indignas de la luz. Me hubiera sido fácil aumentar muchas más, y hacer la colección más abultada; pero aun las publicadas son ya en demasía; y si de todas ellas, con lisonja del amor propio, pudiese yo esperar que sobrevivan célebres, y queden al Parnaso pocos centenares de versos, me tendré desde ahora por muy afortunado.

He cuidado de los romances, género de poesía todo nuestro, en que siendo tan ricos, y sonando tan gratos al oído español, apenas entre mil hallaremos alguno corriente y sin lunares feos. ¿Por qué no darle a esta composición los mismos tonos y riqueza que a las de verso endecasílabo? ¿Por qué no aplicarla a todos los asuntos, aun los de más aliento y osadía? ¿Por qué no castigarla con esmero, y hacer lucir en ella todas las galas y pompa de la lengua? Yo lo he intentado, no sé si con acierto; pero el camino es tan hermoso como vario y florido, y si los ingenios de mi patria lo quieren frecuentar y se convierten con ardor hacia este género, nuestro romance competirá algún día con lo más elevado de la oda, más dulce y florido del idilio y de la anacreóntica, más severo y acre de la sátira, y acaso más grandioso y rotundo de la epopeya.

Tal vez se notará que en mis versos hablo mucho de mí; compuestos los más como distracción de mis tareas, o hijos de mis desgracias y mis penas para aliviarme en ellas de mis justos dolores, no es mucho que los pinte, y acaso los pondere. He bebido mucho sin merecerlo en la amarga copa del dolor; mis años de sazón y de frutos de utilidad y gloria los sepultó la envidia en un retiro oscuro y una jubilación; me he visto calumniado, perseguido, desterrado, confinado, y aun crudamente preso en el abatimiento y la pobreza, en lugar de los premios a que mis méritos literarios, mi celo y mis servicios me debieran llevar; y por todo ello no debe ser extraño que sienta y que me queje. Los que han tenido la dicha de encontrar siempre con caminos llanos y floridos pueden haberlos frecuentado sin fatiga y con júbilo; yo, desde que dejé la quietud de mi cátedra y mi universidad, no he hallado por doquiera sino cuestas, precipicios y abismos en que me he visto ciego y despeñado.

Ingrato sería si no me mostrase sensible a la buena acogida y los elogios que así de nacionales como extranjeros han seguido teniendo las últimas ediciones de mis versos. Sin haber yo dado un paso para solicitarlo, se han celebrado con entusiasmo por los literatos españoles de mejor nota. Entre ellos y recientemente, don Javier de Burgos, que hace hablar al culto y delicado Horacio en metro castellano con tanta elegancia, y acaso más estro y más espíritu que él cantaba en latín; don Alberto de Lista, sevillano, en quien veo renacida la musa del divino Herrera, y el ingenioso García Suelto, que tan bien hermana la cítara de Apolo con la vara y profundos misterios de Esculapio; y todos tres me honran con llamarme su amigo y su maestro; me han dirigido en este mi destierro tres composiciones, que ellas solas bastaran a endulzarme sus horrores y a satisfacer la vanidad, si yo no viese bien mi medianía, o ellas no fuesen hijas del entusiasmo y el cariño. ¡Con cuánto gusto las copiara yo aquí por sus bellezas, si la modestia no me lo estorbase!

Los papeles públicos extranjeros y las personas de mejor gusto han hablado en su tiempo con no menor aprecio. Los ex jesuitas Andrés, Masdeu y Arteaga, la Década filosófica cuando se publicó la edición de Valladolid, el Mercurio extranjero, Mr. Simonde de Sismondi en su obra De la literatura del mediodía de la Europa, pero sobre todo el sabio y erudito alemán Mr. Bouterwek, profesor de Gotinga, en su Historia de la poesía y la elocuencia después del siglo XIII, dicen de mí lo que yo no merezco y me avergonzaría de referir. También se han traducido muchas de mis composiciones en inglés, italiano y francés; aun se ha llegado en esta lengua a escribir una noticia de mi vida tan inexacta como lisonjera; y se han impreso en París mis obras escogidas por los años de 1800, y en Parma de 812, según que entonces se me notició y vi anunciado en un periódico de Milán que hoy no tengo a la mano.

Todo esto me ha puesto en la grata precisión de no admitir en mi nueva edición composición alguna que a mi parecer no lo merezca, corrigiéndolas todas más y más; porque el modo mejor de responder, así a los elogios como a las críticas, es el de esmerarse en los trabajos, fijos siempre los ojos en la posteridad, que nada disimula.

No, empero, quiero decir con esto que todas las composiciones son iguales, como ni en Virgilio lo son todas las Églogas o todos los libros de su divina Eneida, ni lo son las odas del ameno y escogido Horacio, ni lo es nada de cuanto los hombres ejecutan. Tiene cada cosa su mérito adecuado y su belleza, de los cuales nunca es dado pasar; y el autor que los conoce y los alcanza arribó al punto de la perfección. Yo no hice más, porque mis fuerzas no han llegado a más, y ya helaron los años mi genio y mi entusiasmo; amante de las musas españolas, he procurado ataviarlas acaso con más gusto y aliño que las hallé vestidas, y hacerlas hablar el lenguaje sublime de la moral y la filosofía; pero, lo vuelvo a repetir, nunca he pasado de un simple aficionado, llamado y ocupado siempre en cosas de más monta. Mi ardiente afición al habla castellana, y la alta idea que de sus bellezas y número tengo formada, me hicieran trabajar muchas veces con un ardor y un estro que sin ellas nunca hubiera tenido; mas desde mis bosquejos a cuadros acabados, de lo que suena ahora a lo que puede y debe resonar un día, ¡qué inmensa distancia no alcanzan a ver el gusto y la razón!

Juventud española, amante de tu patria y de las letras, a ti queda correr esta distancia y dar a nuestra lengua y poesía el brillo y majestad de que tan dignas son, y están demandando, de justicia. Ahí tienes un Pelayo, un Colón, o la conquista de Granada para la musa épica, argumento el primero en que pensé algún día, embebecido por su interés y su grandeza, de que me retrajeron mis desgracias, y en que lloraré siempre no haberme ejercitado; ahí tienes en la historia cien hechos nacionales insignes y terribles para la tragedia, y nuestras extravagancias y ridículos para la festiva Talía, con las voces más dulces, más llenas y sonoras para el canto y la ópera; cosas todas en que estamos tan faltos cuanto debiéramos ser ricos, y competir, si no vencer, lo más culto de Europa. Trabaja, pues, por tu gloria y la gloria nacional, que correrán a par; y déjame a mí la pequeña, pero dulce y tranquila, de haber empezado cuasi sin guía, haber ido adelante entre contradicciones y calumnias, y haber comprado al fin con mi reposo y mi fortuna el placer inocente de querer en la mía renovar los sones de las liras que pulsaron un tiempo tan delicadamente Garcilaso y Herrera, Villegas y León.

Pero si en estos sones encuentran por dicha mis lectores una pequeña parte de los alivios, la calma y el recreo que al repetirlos he probado yo; si les inspiran los gustos sencillos e inocentes del campo, la tranquilidad, la medianía; si los alejan de la ambición funesta y la codicia, les hacen gratos su estado y sus hogares, y encienden en sus pechos el sagrado entusiasmo de admiración a la naturaleza y amor a la patria y la virtud; si imprimen en los jóvenes los sentimientos del buen gusto, las semillas del decir urbano, la agradable magia de la lengua y la dulce afición a nuestras musas, inflamando además con sus cuadros y campestres escenas la imaginación de los artistas, para que nos repitan sus pinceles el siglo y los milagros de los Velázquez, Canos, Juanes y Murillos, mis esperanzas quedarán satisfechas, mi amor a mi nación recompensado, y mis trabajos ya no lo serán.

Pudiera esta colección haberse impreso y publicado en Francia, y haberme sido, entre sus literatos y los aficionados a nuestra frase y nuestras musas, que hoy no son pocos, de nombre y de interés; alguno me lo propuso, y alguno lo aconsejó; pero español por mis principios y todos mis deseos, he querido que mi patria tenga la primera, como un humilde feudo de mi amor, los últimos frutos, sazonados o ingratos, de la musa de un hijo que ofreciéndole fino cuanto ha podido darle, de buen grado ansiara celebrarla con títulos y timbres más ilustres, pero que envanecido con sus glorias, ni pensó jamás ni hizo cosa que creyese menguarlas o mancillar su nombre esclarecido.

Nîmes, en Francia, a 16 de octubre de 1815.






A mis lectores


ArribaAbajo   No con mi blanda lira
serán en ayes tristes
lloradas las fortunas
de reyes infelices,
    ni el grito del soldado  5
feroz en crudas lides,
o el trueno con que arroja
la bala el bronce horrible.
   Yo tiemblo y me estremezco,
que el numen no permite  10
al labio temeroso
canciones tan sublimes.
    Muchacho soy y quiero
decir más apacibles
querellas y gozarme  15
con danzas y convites.
    En ellos coronado
de rosas y alhelíes,
entre risas y versos
menudeo los brindis.  20
   En coros las muchachas
se juntan por oírme,
y al punto mis cantares
con nuevo ardor repiten.
   Pues Baco y el de Venus  25
me dieron que felice
celebre en dulces himnos
sus glorias y festines.






ArribaAbajo

Odas anacreónticas




- I -


De mis cantares

ArribaAbajo   Tras una mariposa,
cual zagalejo simple,
corriendo por el valle
la senda a perder vine.
    Recosteme cansado,  5
y un sueño tan felice
me asaltó que aún gozoso
mi labio lo repite.
   Cual otros dos zagales
de belleza increíble,  10
Baco y Amor se llegan
a mí con paso libre;
   Amor un dulce tiro
riendo me despide,
y entrambas sienes Baco  15
de pámpanos me ciñe.
   Besáronme en la boca
después, y así apacibles,
con voz muy más süave
que el céfiro me dicen:  20
    «Tú de las roncas armas
ni oirás el son terrible,
ni en mal seguro leño
bramar las crudas sirtes.
    La paz y los amores  25
te harán, Batilo, insigne;
y de Cupido y Baco
serás el blando cisne».




- II -


El amor mariposa

ArribaAbajo   Viendo el Amor un día
que mil lindas zagalas
huían de él medrosas
por mirarle con armas,
   dicen que de picado  5
les juró la venganza
y una burla les hizo,
como suya, extremada.
    Tornose en mariposa,
los bracitos en alas,  10
y los pies ternezuelos
en patitas doradas.
   ¡Oh!, ¡qué bien que parece!
¡Oh!, ¡qué suelto que vaga,
y ante el sol hace alarde  15
de su púrpura y nácar!
   Ya en el valle se pierde,
ya en una flor se para,
ya otra besa festivo,
y otra ronda y halaga.  20
    Las zagalas, al verle,
por sus vuelos y gracia
mariposa le juzgan
y en seguirle no tardan.
   Una a cogerle llega,  25
y él la burla y se escapa;
otra en pos va corriendo,
y otra simple le llama,
   despertando el bullicio
de tan loca algazara  30
en sus pechos incautos
la ternura más grata.
   Ya que juntas las mira,
dando alegres risadas
súbito Amor se muestra,  35
y a todas las abrasa.
   Mas las alas ligeras
en los hombros por gala
se guardó el fementido,
y así a todos alcanza.  40
   También de mariposa
le quedó la inconstancia:
llega, hiere, y de un pecho
a herir otro se pasa.




- III -


A una fuente

ArribaAbajo   ¡Oh, cómo en tus cristales,
fuentecilla risueña,
mi espíritu se goza,
mis ojos se embelesan!
    Tú de corriente pura,  5
tú de inexhausta vena,
transparente te lanzas
de entre esa ruda peña,
   do a tus linfas fugaces
salida hallando estrecha,  10
murmullante te afanas
en romper sus cadenas,
    y bullendo y saltando,
las menudas arenas
afanosa divides  15
que tus pasos enfrenan,
    hasta que los hervores
reposada sosiegas
en el verde remanso
que te labras tú mesma.  20
   Allí aun más cristalina
a un espejo semejas
do se miran las flores
que galanas te cercan.
   Con su plácida sombra  25
tu frescura conserva
el nogal que pomposo
de tu humor se alimenta,
    y en sus móviles hojas
el susurro remeda  30
de tus ondas volubles
que al bajar se atropellan.
   En ti las avecillas
su sed árida templan,
sus plumas humedecen,  35
jugando se recrean.
   Cuando abrasado sirio
aflige más la tierra
y el mediodía ardiente
su faz al mundo ostenta,  40
   en ti grata frescura
y amable sueño encuentra
el laso caminante,
que tu raudal anhela.
   Su benigna corriente  45
el seno refrigera,
la salud fortifica,
repara las dolencias.
   En las almas alegres
el júbilo acrecienta,  50
y al que llora angustiado
le adormece las penas.
    ¡Oh!, nunca, fuente clara,
nunca menguados veas
los copiosos cristales  55
que tus márgenes llenan.
   Nunca turbios la planta
del ganado los vuelva,
ni el pintado lagarto,
ni la ondosa culebra.  60
   Nunca próvida ceses
en los giros y vueltas
con que mansa discurres
fecundando la vega,
   mas alegre acompañes  65
murmullando parlera
de mi lira los trinos,
de mi labio las letras.




- IV -


El consejo del Amor

ArribaAbajo   Pensativo y lloroso,
contemplando cuán tibia
Dorila mi amor oye
por hermosa y por niña,
   al margen de una fuente  5
me asenté cristalina,
que un rosal adornaba
con su pompa florida.
    El voluble murmullo
de sus plácidas linfas,  10
de mis penas agudas
amainaba las iras;
   y en sus ondas rientes
encantada la vista,
invisibles cual ellas  15
mis cuidados se huían,
    cuando en torno una rosa
que besar solicita,
volar vi a un cefirillo
con ala fugitiva,  20
   y entre blandos susurros,
en voz dulce y sumisa,
entendí que a la bella
cariñoso decía:
   «¿Dó, insensible, te vuelves?  25
¿Por qué, injusta, te privas
en mis juegos vivaces
de mil tiernas caricias?
   Mírame que rendido,
cuando humillar podría  30
con soplo despeñado
tu presunción esquiva,
   que te tornes te ruego,
y a mis labios permitas
que los ámbares gocen  35
que en tus hojas abrigas.
   No temas, no, que ofendan
con culpable osadía
su rosicler hermoso,
aunque blanda te rindas.  40
    Aun más fino que ardiente,
a nada más aspiran
que a un inocente beso
las esperanzas mías.
   Por ti dejé en el valle,  45
por ti, beldad altiva,
con vuelo desdeñoso,
mil lindas florecitas.
   Tú sola me embebeces,
tú sola», repetía  50
el céfiro, y más suelto
en torno de ella gira,
   cuando súbito noto
que la rosa rendida
le presenta su seno,  55
y él cien besos le liba,
   con los cuales mimosa
de aquí y de allá se agita,
otros y otros buscando
que muy más la mecían.  60
   Y en aquel mismo punto
escuché que benigna
nueva voz me alentaba,
nuncio fiel de mis dichas:
   «No de tímido ceses;  65
insta, anhela, suplica,
cefirillo incesante
de tu rosa Dorila;
   y en sus dulces canciones
delicada tu lira  70
su tibieza y sus miedos
cual la nieve derritan.
   Verás como a tus ansias
cede al fin y propicia
las finezas atiende,  75
por ti ciega suspira,
    apurando en mi copa
las inmensas delicias
que a mis más fieles guardo,
que mi afecto le brinda».  80
    Del Amor fue el consejo;
y así luego entre risas
vi a la esquiva en mis brazos
como mil rosas fina.




- V -


De la primavera

ArribaAbajo   La blanda primavera
derramando aparece
sus tesoros y galas
por prados y vergeles.
    Despejado ya el cielo  5
de nubes inclementes,
con luz cándida y pura
ríe a la tierra alegre.
   El alba de azucenas
y de rosa las sienes  10
se presenta ceñidas,
sin que el cierzo las hiele.
    De esplendores más rico
descuella por oriente
en triunfo el sol, y a darle  15
la vida al mundo vuelve.
    Medrosos de sus rayos
los vientos enmudecen,
y el vago cefirillo
bullendo les sucede,  20
   el céfiro, de aromas
empapado, que mueven
en la nariz y el seno
mil llamas y deleites.
   Con su aliento en la sierra  25
derretidas las nieves,
en sonoros arroyos
salpicando descienden.
    De hoja el árbol se viste,
las laderas de verde,  30
y en las vegas de flores
ves un rico tapete.
    Revolantes las aves
por el aura enloquecen,
regalando el oído  35
con sus dulces motetes.
   Y en los tiros sabrosos
con que el ciego las hiere,
suspirando delicias,
por el bosque se pierden,  40
    mientras que en la pradera,
dóciles a sus leyes,
pastores y zagalas
festivas danzas tejen,
   y los tiernos cantares  45
y requiebros ardientes
y miradas y juegos
más y más los encienden.
    Y nosotros, amigos,
cuando todos los seres  50
de tan rígido invierno
desquitarse parecen,
    ¿en silencio y en ocio
dejaremos perderse
estos días que el tiempo  55
liberal nos concede?
   Una vez que en sus alas
el fugaz se los lleve,
¿podrá nadie arrancarlos
de la nada en que mueren?  60
   Un instante, una sombra
que al mirar desparece,
nuestra mísera vida
para el júbilo tiene.
    Ea, pues, a las copas,  65
y en un grato banquete
celebremos la vuelta
del abril floreciente.




- VI -


A Dorila

ArribaAbajo   ¡Cómo se van las horas,
y tras ellas los días,
y los floridos años
de nuestra frágil vida!
    La vejez luego viene,  5
del amor enemiga,
y entre fúnebres sombras
la muerte se avecina,
   que, escuálida y temblando,
fea, informe, amarilla,  10
nos aterra, y apaga
nuestros fuegos y dichas.
   El cuerpo se entorpece,
los ayes nos fatigan,
nos huyen los placeres  15
y deja la alegría.
   Si esto, pues, nos aguarda,
¿para qué, mi Dorila,
son los floridos años
de nuestra frágil vida?  20
    Para juegos y bailes
y cantares y risas
nos los dieron los cielos,
las Gracias los destinan.
   Ven, ¡ay!, ¿qué te detienes?  25
Ven, ven, paloma mía,
debajo de estas parras
do lene el viento aspira;
   y entre brindis süaves
y mimosas delicias  30
de la niñez gocemos,
pues vuela tan aprisa.




- VII -


De lo que es amor

ArribaAbajo   Pensaba cuando niño
que era tener amores
vivir en mil delicias,
morar entre los dioses.
   Mas luego rapazuelo  5
Dorila cautivome,
muchacha de mis años,
envidia de Dïone,
   que inocente y sencilla,
como yo lo era entonces,  10
fue a mis ruegos la nieve
del verano a los soles.
   Pero cuando aguardaba
no hallar ansias ni voces
que a la gloria alcanzasen  15
de una unión tan conforme,
   cual de dos tortolitas
que en sus ciegos hervores
con sus ansias y arrullos
ensordecen el bosque,  20
   probé desengañado
que amor todo es traiciones
y guerras y martirios
y penas y dolores.




- VIII -


A la Aurora

ArribaAbajo   Salud, riente Aurora,
que entre arreboles vienes
a abrir a un nuevo día
las puertas del oriente,
   librando de las sombras  5
con tu presencia alegre
al mundo, que en sus grillos
la ciega noche tiene;
   salud, hija gloriosa
del rubio sol, perenne  10
venero a los mortales
de alivios y placeres.
   Tú de eternales rosas
ceñida vas las sienes,
mientras tu fresco seno  15
flores y perlas llueve;
   tú, de brillantes ojos;
tú, de serena frente,
y en cuya boca manan
risas y aromas siempre.  20
   Cuando la hermosa lumbre
de Venus desfallece,
de ópalo, nácar y oro
velada le sucedes;
   y el pabellón alzando  25
en que su faz envuelve
tu padre el sol, sus huellas,
nuncia feliz, precedes.
   Tu manto purpurado,
flotando al viento leve  30
de las eoas plagas,
del cielo se desprende,
    hinche el espacio inmenso,
y de su grana y nieve
las bóvedas eternas  35
matiza y esclarece,
   en cuanto alegre cruzas
por sendas de claveles,
desde su excelsa cumbre
al cárdeno occidente.  40
   El sol que en pos te sigue
tus vivos rosicleres
inflama, y retemblando
por verlos se detiene
   hasta que entre sus llamas  45
tú misma al fin te pierdes
y en su torrente inmenso
envuelta despareces;
   si no es que tan penada
de tu Titón te sientes,  50
que por sus brazos dejas
ya la mansión celeste.
   Los céfiros fugaces,
que en un letargo muelle
las flores en su seno  55
rendidos guardar quieren,
   con tu calor se animan,
las prestas alas tienden
y en delicioso juego
las liban y las mecen,  60
    de do a las aves corren
que aún en sus nidos duermen,
con su vivaz susurro
pugnando que despierten
   a darte, oh bella Aurora,  65
los dulces parabienes
y henchir con su alborada
las auras de deleite.
   Tú, en tanto más graciosa,
en luz y en rayos creces,  70
que en transparentes hilos
cruzando al viento penden.
   Las cristalinas aguas
cual vivas flechas hieren
y hacen de bosque y prados  75
más animado el verde,
   a par que sus cogollos
alzan las ricas mieses
y abriéndose las flores
sus ámbares te ofrecen,  80
    que a la nariz y al seno
y al labio que los bebe
de su fragancia inundan
y a mil delicias mueven.
   Y todo bulle y vive  85
y en regocijo hierve
rayando tú, que al mundo
la ansiada luz le vuelves.
   Haz, ¡ay!, purpúrea diosa,
que como en faz riente  90
un día fausto y puro
benigna nos prometes,
    así en mi blando seno,
sin ansias que lo aquejen,
la paz y la inocencia  95
por siempre unidas reinen.




- IX -


De un baile

ArribaAbajo   Ya torna mayo alegre
con sus serenos días,
y del amor le siguen
los juegos y la risa.
   De ramo en ramo cantan  5
las tiernas avecillas
el regalado fuego
que el seno les agita,
   y el céfiro jugando
con mano abre lasciva  10
el cáliz de las flores
y a besos mil las liba.
   Salid, salid, zagalas;
mezclaos a la alegría
común en sueltos bailes  15
y música festiva.
   Venid, que el sol se esconde;
las sombras, más benignas,
dan al pudor un velo
y a amor nueva osadía.  20
   ¡Oh, cuál el pecho salta!,
¡cuál en su gozo imita
los tonos y compases
de vuestra voz divina!
   Mis plantas y mis ojos  25
no hay paso que no finjan,
cadena que no formen,
y rueda que no sigan.
   Huye veloz burlando
Clori del fino Aminta;  30
torna, se aparta, corre,
y así al zagal convida.
   ¡Con qué expresión y juego
de talle y brazos, Silvia,
en amable abandono,  35
su Palemón esquiva!
   De Flora el tierno amante
o la mariposilla,
la fresca hierbezuela
con pie más tardo pisan.  40
   ¡Qué ardiente Melibeo
a Celia solicita,
la apremia con halagos,
y en torno de ella gira!
   Pero Dorila, ¡oh cielos!,  45
¿quién vio tan peregrina
gracia?, ¿viveza tanta?
¡Cuál sobre todas brilla!,
   ¡qué espalda tan airosa!,
¡qué cuello!, ¡qué expresiva  50
volverle un tanto sabe
si el rostro afable inclina!
   ¡Ay!, ¡qué voluptuosos
sus pasos!, ¡cómo animan
al más cobarde amante  55
y al más helado irritan!
   Al premio, al dulce premio
parece que le brindan
de amor, cuando le ostentan
un seno que palpita.  60
   ¡Cuán dócil es su planta!,
¡qué acorde a la medida
va del compás! Las Gracias
la aplauden y la guían,
   y ella, de frescas rosas  65
la blonda sien ceñida,
su ropa libra al viento,
que un manso soplo agita.
   Con timidez donosa
de Cloe simplecilla  70
por los floridos labios
vaga una afable risa.
   A su zagal incauta
con blandas carrerillas
se llega, y vergonzosa  75
al punto se retira.
   Mas ved, ved el delirio
de Anarda en su atrevida
soltura; sus pasiones,
¡cuán bien con él nos pinta!  80
   Sus ojos son centellas,
con cuya llama activa
arde en placer el pecho
de cuantos, ¡ay!, la miran.
   Los pies, cual torbellino  85
de rapidez no vista,
por todas partes vagan
y a Lícidas fatigan.
   ¡Qué dédalo amoroso!,
¡qué lazo aquel que unidas  90
las manos con Menalca
formó amorosa Lidia!
   ¡Cuál andan!, ¡cuál se enredan!,
¡cuán vivamente explican
su fuego en los halagos,  95
su calma en las delicias!
   ¡Oh pechos inocentes!,
¡oh unión!, ¡oh paz sencilla,
que huyendo las ciudades
el campo sólo habitas!  100
   ¡Ah!, ¡reina entre nosotros
por siempre, amable hija
del cielo, acompañada
del gozo y la alegría!




- X -


De las riquezas

ArribaAbajo   Ya de mis verdes años
como un alegre sueño
volaron diez y nueve
sin saber dónde fueron.
   Yo los llamo afligido,  5
mas pararlos no puedo,
que cada vez más huyen
por mucho que les ruego;
   y todos los tesoros
que guarda en sus mineros  10
la tierra, hacer no pueden
que cesen un momento.
   Pues lejos, ea, el oro;
¿para qué el afán necio
de enriquecerse a costa  15
de la salud y el sueño?
   Si más gozosa vida
me diera a mí el dinero,
o con él las virtudes
encerrara en mi pecho,  20
   buscáralo, ¡ay!, entonces
con hidrópico anhelo;
pero si esto no puede,
para nada lo quiero.




- XI -


A un ruiseñor

ArribaAbajo   ¡Con qué alegres cantares,
oh ruiseñor, celebras
tu dicha y de tu amada
el tierno afán recreas!
   Ella del blando nido  5
te responde halagüeña
con pïadas süaves
y se angustia si cesas.
   Las otras aves callan;
y el eco tus querellas  10
con voz aduladora
repite por la selva,
   mientras el cefirillo
de envidioso te inquieta,
las hojas agitando  15
con ala más traviesa.
   Tú cesas y te turbas;
atento adonde suena
te vuelves y cobarde
de ramo en ramo vuelas.  20
   Mas luego, ya seguro,
los silbos le remedas,
el triunfo solemnizas
y tornas a tus quejas.
   Así la noche engañas,  25
y el sol cuando despierta
aún goza la armonía
de tu amorosa vela.
   ¡Oh, avecilla felice!,
¡oh, qué bien la fineza  30
de tu pecho encareces
con tu voz lisonjera!
   Ya pías cariñoso,
ya más alto gorjeas,
ya al ardor que te agita  35
tu garganta enajenas.
   ¡Oh!, no ceses, no ceses
en tal dulce tarea,
que en delicias de oírte
mi espíritu se anega.  40
   Así el cielo, tu nido,
de asechanzas defienda,
y tu amable consorte
fiel por siempre te sea.
   Yo también soy cautivo;  45
también yo si tuviera
tu piquito agradable
te diría mis penas,
   y en sencillos coloquios
alternando las letras,  50
tú cantarás tus glorias
y yo mi fe sincera;
   que los malignos hombres
burlan de la inocencia,
y expónese a su risa  55
quien su dicha les cuenta.




- XII -


De los labios de Dorila

ArribaAbajo   La rosa de Citeres,
primicia del verano,
delicia de los dioses
y adorno de los campos,
   objeto del deseo  5
de las bellas, del llanto
del Alba feliz hija,
del dulce Amor cuidado,
   ¡oh, cuán atrás se queda
si necio la comparo  10
en púrpura y fragancia,
Dorila, con tus labios!,
   ora el virginal seno
al soplo regalado
de aura vital desplegue  15
del sol al primer rayo,
   o inunde en grato aroma
tu seno relevado,
más feliz si tú inclinas
la nariz por gozarlo.  20




- XIII -


De unas palomas

ArribaAbajo   Un día que en la vega,
bajo el nogal copado
que da a su fuente sombra
con los pomposos ramos,
   cantaba entretenido  5
con inocente labio
de mi suerte la dicha,
las delicias del campo,
   casi a mis pies seguras
se bañaban jugando  10
las sencillas palomas
en un limpio remanso.
   Su bullicio y arrullos,
y sus besos y halagos
me cayeron absorto  15
la lira de las manos.
   Libre yo y ellas libres,
y uno así nuestro estado,
por instantes se hacía
mi embeleso más grato.  20
   Una en medio las aguas,
cual pequeñuelo barco,
ufanándose riza
su plumaje galano;
   otra fija bebiendo  25
del vivo sol los rayos
y en el raudal se sume
para templar su estrago;
   otra extiende las alas
cual dos móviles brazos  30
y al corriente se entrega
que la va en pos llevando;
   y otra en plácido giro
revolante en el llano,
torna cien y cien veces  35
del uno al otro lado,
   agitándose todas
y corriendo y saltando
y cruzando y tejiendo
mil revueltas y lazos,  40
   cuando allá de las nubes,
cual flamígero rayo,
un milano sobre ellas
precipítase aciago
   que en sus uñas agudas  45
para bárbaro pasto
de sus pollos, ¡ay!, roba
la más bella inhumano,
   sin bastar a salvarla
en tan súbito caso  50
de mis palmas y gritos
el estrépito vano.
   Derramado y sin orden,
con mortal sobresalto
del ladrón ominoso  55
huye el tímido bando.
   Y yo, el alma cubierta
de amargura y espanto,
con la vista le sigo,
con mi voz le amenazo.  60
   ¡Desvalida inocencia,
siempre mísero blanco
del poder fiero, siempre
de sus iras estrago!

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