Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente






- L -


Las penas y los gustos forman mezclados la tela de la vida

ArribaAbajo   En las vueltas fugaces
que en su invisible vuelo
sobre mi frente ha dado,
marchitándola, el tiempo,
   siempre vi sucederse  5
las penas y el contento,
alternados la tela
de mis años tejiendo,
   sin lucirme ni un día
que por triste o risueño  10
ni de bienes lo hallase
ni de lloros exento.
   Fui niño, y gocé alegre
de la niñez los juegos,
que de un crudo pedante  15
turbó el áspero ceño,
   cual con planta afanosa
huye en alas del miedo
un corro de aldeanas
de un fantástico espectro.  20
   Si joven de Cupido
ardí en los dulces fuegos,
lloré a par los vaivenes
de mudanzas y celos,
   que en su copa engañosa  25
siempre da el ceguezuelo
con el néctar de Jove
de Colcos los venenos.
   Para mí de Minerva
los afanes severos  30
fueron no una fatiga,
sino un fácil recreo;
   pero al ver que mi frente
se adornó con sus premios,
me abrumaron los gritos  35
de un enjambre de necios.
   Tomome de la mano
la ambición un momento
para darme sus penas
por el brillo de un puesto,  40
   do por un nombre vano
y un forzado respeto,
mi noble independencia
ferié a crudos desvelos.
   En la corte dolosa  45
vi al favor, que halagüeño,
con mil gratos delirios
embriagó mi deseo;
   mas de nubes y horrores
vile en torno cubierto,  50
su ominosa cadena
degradando mi cuello;
   y en los altos banquetes
los brindis de Lïeo
y del dios de la mesa,  55
los sabrosos misterios
   alternar confundidos
con los torvos recelos
o gemir congojados
en los brazos del tedio;  60
   los cantos de las Musas
y el laurel con que Febo
ennoblece sus hijos
y eterniza sus versos,
   la quietud y el olvido  65
anhelar en secreto,
de la envidia acosados
y su fétido aliento;
   la amistad sacrosanta,
su inefable embeleso,  70
al acíbar unidos
de un fatal rompimiento;
   de los hombres y el mundo
bullicioso el comercio,
una inútil fatiga  75
y a mil trances sujeto;
   el engaño mañoso,
los modales fingiendo
del sencillo agasajo
y el encono del celo:  80
   todo, en fin, como Jano,
con dos varios aspectos,
la alegría en el uno,
y en el otro los duelos.
   Así de escarmentado,  85
mucho más que de cuerdo,
este mar de la vida
ya sin susto navego,
   tan cauto en la bonanza
de arrostrar rumbos nuevos,  90
como en las tempestades
de ceder a un vil miedo,
   siempre firme esperando
que mudándose el tiempo,
pare el claro en lluvioso,  95
y el nublado en sereno.




- LI -


De mis versos

ArribaAbajo   «Dicen que alegre canto
tan amorosos versos
cual nuestros viejos tristes
nunca cantar supieron.
   Pero yo, que sin sustos,  5
pretensiones, ni pleitos,
vivo siempre entre danzas
retozando y bebiendo,
   ¿puedo acaso afligirme?
¿Pueden mis dulces metros  10
no bullir en las llamas
de Cupido y Lïeo?
   ¿Por qué los que me culpan,
de vil codicia ciegos,
inicuos atesoran  15
y gozan con recelo?
   ¿Por qué en fatal envidia
hierven y horror sus pechos,
cuando riente el mío
nada en genial contento?  20
   ¿Por qué afanados velan
mientras que en paz yo duermo,
tras el fugaz fantasma
de la ambición corriendo?
   Bien por mí seguir puede  25
cada cual su deseo,
pero yo antes que el oro
a los brindis me atengo,
   y antes que a negras iras
o a deleznables puestos,  30
a delicias y gozos
libre daré mi pecho.
   Vengan, pues, vino y rosas,
que mejor que no duelos
son los sorbos süaves  35
con que alegre enloquezco».
   Así a Dorila dije,
que, festiva, al momento
me dio llena otra copa,
gustándola primero;  40
   y entre mimos y risas,
con semblante halagüeño
respondiome: «¿Qué temes
la grita de los viejos?
   Bebamos si nos riñen,  45
bebamos y bailemos;
que de tus versos dulces
yo sola juzgar debo».




- LII -


El consejo de Minerva

ArribaAbajo   Triste el Amor un día
quejose a Citerea
de que el mundo sus aras
fementido desdeña.
   «Ya», decía, «no hieren  5
mis aladas saetas,
que un tiempo el mismo Jove
temblaba por certeras.
   Todos, madre, las burlan,
y con risa celebran  10
los suspiros y ruegos
y mimosas querellas
   con que antes mil beldades
de gracia y rubor llenas
y miles de amadores  15
me ornaban sus ofrendas.
   Éstos sólo orgullosos
por más fáciles piensan
en vulgares banquetes,
fastidiando mi néctar;  20
   y las necias muchachas,
mariposas ligeras,
el valor no conocen
de una afable entereza,
   ni el imperio que alcanza  25
sobre el mismo que ruega
la inocente repulsa,
que a más ruegos empeña,
   o cuál dobla sus nudos
la rendida fineza  30
y mis triunfos sazona
la dulce resistencia.
   Los benignos desdenes,
la picante reserva,
las tímidas miradas,  35
la virginal modestia,
   como sueños se olvidan,
y se siguen y precian
el antojo voluble,
la liviana franqueza,  40
   con que en pos las dulzuras
que mi copa presenta
corren siempre, y burladas
sólo acíbar encuentran.
   Cual ilusos los hombres,  45
en su ardiente impaciencia,
olvidando mi numen,
a su sombra se entregan,
   y de ti luego injustos
todos, madre, se quejan,  50
y en los brazos del tedio
de mi nombre blasfeman».
   Oyó al penado niño
la severa Minerva,
que a Citeres rogaba  55
que sus gracias le ceda
   para hacer de las liras
de cien claros poetas
más plácidos los sones,
inmortales las letras;  60
   y en voz dulce le dice:
«Haz que lleven tus flechas,
si anhelas que tu imperio,
rapaz, eterno sea,
   entre las vivas llamas  65
que tu aliento les presta,
honor las de los hombres,
pudor las de las bellas,
   porque envuelva el decoro
tus gustosas ofensas  70
y el rubor a la virgen
aun vencida ennoblezca.
   Ellos entonces finos
ansiarán tus cadenas,
y en las suyas de flores  75
gemirán fieles ellas».
   Dorila, en nuestros pechos
Amor hizo la prueba
del celestial consejo
que la diosa le diera.  80
   Yo te amo cada día,
mi bien, con más firmeza,
y tú me correspondes
más sencilla y más tierna.




- LIII -


El nido del jilguero

ArribaAbajo   No hayas miedo que turbe,
dichoso jilguerito,
mi sacrílega mano
la quietud de tu nido.
   Vela en él cuidadoso,  5
vela tus dulces hijos,
con tu amada partiendo
tan precioso destino.
   Yo me enajeno al verte,
bullicioso y festivo,  10
ir y volver en torno
con solícitos giros,
   ya posarte de un lado
y en un grato delirio
celebrar tus venturas  15
con armónicos trinos,
   ya pïando allegarte
por dividir más fino
entre su madre y ellos
los besos de tu pico,  20
   o en la menuda hierba
buscarles con ahínco
el goloso alimento
de algún leve granillo,
   en contraste gracioso  25
con su verde subido
de tu lindo plumaje
lo bayo y amarillo.
   Tu feliz compañera,
más atenta en su alivio,  30
de su seno amoroso
les da en tanto el abrigo;
   y acá y allá escuchando,
el más leve ruido
de un ramillo, una hoja,  35
se le abulta un peligro
   con que tímida, ahincada,
los estrecha consigo,
más y más donde suena
fijos vista y oído.  40
   Vuelves tú y se asegura,
y en suavísimos píos
las zozobras te cuenta
que su amor ha sentido,
   y los tiernos polluelos,  45
abiertos los piquillos,
el tuyo solicitan
con incesante grito
   hasta que de tu seno
les dispensas benigno  50
el sustento, calmando
su voraz apetito,
   sin contarse un instante
en que menos activo
los descuide tu anhelo  55
ni ceséis en sus mimos.
   ¡Avecillas felices,
con qué placer envidio
vuestra unión inocente,
la delicia en que os miro!  60
   Vuestra viva impaciencia
y esos blandos suspiros,
tantos quiebros y halagos
sin cesar repetidos,
   todo, todo embriaga  65
de gozo el pecho mío,
y en pos loco me lleva
de mil dulces prestigios.
   El cielo os libre fausto
del gavilán maligno,  70
como yo de los hombres
guardaré vuestro asilo,
   para serles de ejemplo,
con amor tan sencillo,
de paternal ternura,  75
de conyugal cariño.




- LIV -


El canto de la alondra

ArribaAbajo   ¿Dónde estás, avecilla,
que por más que en buscarte
mis ojos por el viento
solícitos se afanen,
   dar contigo no pueden  5
cuando tú te deshaces
en llenarlo armoniosa
de tus píos süaves?
   ¿Dónde estás? ¿Cómo el vuelo
tanto, alondra, encumbraste,  10
que la vista más lince
desfallece en tu alcance?
   Y tú el canto redoblas,
y en más llenos compases
ensordeces la esfera  15
y enmudeces las aves.
   Tu voz sola se escucha,
que en trinos penetrantes
desciende de do el alba
las puertas al sol abre,  20
   su alegre mensajera,
con música incesante
del sueño en que se olvidan
llamando a los mortales
   a que gocen y admiren  25
la pompa con que nace,
y empieza entre arreboles
su trono de oro a alzarse.
   Yo a todos me anticipo,
y en este umbroso valle,  30
durmiendo aún tú, ya miro
si rayan sus celajes,
   que nunca el dios del sueño
visita favorable
los pechos que suspiran  35
en duelos y pesares.
   Tú cantas, avecilla,
y en quiebros agradables
del júbilo en que hierves
pareces darnos parte.  40
   Al nuevo día aguardas
sin miedo de emplearle
ni en cargos que te abrumen,
ni en necios que te enfaden,
   siguiendo en tus gorjeos  45
y trinos celestiales
hasta que el sol en brazos
se apaga de la tarde.
   Y siempre exenta y libre,
doquiera que te place  50
discurres vagarosa
con ala revolante:
   ya plácida te meces,
ya rápida te abates,
ya recta te sublimas,  55
doblando tus cantares.
   La vista que te sigue
no alcanza ya a mirarte,
o un punto te divisa
inmóvil en los aires.  60
   ¡Dichosa tú, a quien cupo
tan libre ser, y sabes
sin velas ni zozobras
pacífica gozarle!
   Yo, atado a un triste cargo  65
cual siervo en dura cárcel,
no alcanzo de este suelo
ni un punto a separarme.
   Tus alas, tu soltura,
tu independencia dame;  70
yo iré donde a mi suerte
jamás tu suerte iguale.
   Tú cantas y te gozas;
yo, envuelto en ansias graves,
mis cantos en suspiros  75
vi súbito tornarse.
   Tú a la alma primavera,
que el manto ya flotante
despliega y colma el mundo
de júbilo inefable,  80
   canora te anticipas,
sintiendo ya inundarse
tu seno en las delicias
de amor, esposa y madre.
   Mientras yo sólo en ella  85
de mi existencia frágil
la débil llama tiemblo
ir súbito a apagarse,
   apenas mal seguro
del golpe inexorable  90
que amaga de mis días
el delicado estambre,
   del fúnebre Aqueronte
tocando ya la margen,
do las pálidas sombras  95
se espesan a millares
   y al viejo triste ruegan
que en su batel las pase
allá do en uno iremos
pequeñuelos y grandes,  100
   y do ni por tesoros,
ni por ínclita sangre,
ni omnipotente cetro,
jamás se huyera nadie,
   sin que tus dulces trinos,  105
alondra amada, basten
a desprender mi mente
de esta ominosa imagen.
   Ufana tus venturas,
celebra, oh feliz ave,  110
que a mí no es dado, ¡ay, triste!,
sino llorar mis males.




- LV -


A Anfriso, que ni la voz ni la lira son ya, por mis años, a propósito para la poesía

ArribaAbajo   No suena ya, no suena
mi lira, dulce amigo,
cual en los faustos días
de mi verdor florido.
   La voz quebrada y débil  5
ya los sublimes trinos
del ruiseñor no alterna,
ni sus dolientes píos.
   Un tiempo, cuando el alba
aun con dudoso brillo  10
sembraba por los prados
su aljófar cristalino,
   en pos de sus fulgores
me oyera el bosque umbrío
con balbuciente labio  15
llamar al sol divino.
   Me oyera en la alborada
de alegres pajarillos
seguir con voz süave
su armónico bullicio.  20
   Oyéranme las bellas,
más dulce y derretido,
pintar de sus encantos
la gloria y los peligros,
   y en unos lindos ojos  25
gozándome cautivo,
trocar por apiadarlos
mis tonos en suspiros,
   suspiros que otra boca
con mil donosos mimos  30
tornar tal vez solía,
yo extático de oírlos.
   Luego en más altos modos
osé hasta el sacro Olimpo
alzarme, y sus luceros  35
cantar embebecido,
   cantar la inmensa lumbre
y el alto señorío
del claro sol, de Febe
los rayos más benignos.  40
   O por la humilde aldea
y el cándido pellico,
dejando de la corte
los mágicos prestigios,
   se oyó por mí en el trono  45
del labrador sencillo
la voz, de la indigencia
los míseros gemidos.
   Entonces, ¡ay!, entonces
con generoso ahínco  50
tras el sublime lauro
volaba, oh caro Anfriso;
   y el estro irresistible
sintiendo el pecho mío,
los dedos a las cuerdas  55
corrieron sin arbitrio.
   Sus voces celestiales
hirieron en mi oído,
y el labio a la alabanza
se abriera y a los himnos.  60
   ¡Afortunado ensueño
que en humo se deshizo
al despertar, y en vano
que hoy torne solicito!
   Brillaba mi cabello  65
dorado, luengo y rizo,
al viento entrelazado
de rosa y verde mirto;
   y en mis rientes ojos,
ora a la luz caídos,  70
bullía el vivaz fuego
de mi candor festivo.
   Hoy escarchar mis sienes
de nieve al tiempo miro,
las rugas por mi rostro  75
sembrar con soplo impío,
   desfallecer mi aliento,
y hasta en el genio mismo
ejercitar odioso
su funeral dominio.  80
   Pasó mi primavera,
pasó el ardiente estío,
y a par de la esperanza
los sueños y delirios.
   Veloz el blando otoño,  85
cual raudo torbellino
que cuanto en torno alcanza
arrastra en pos consigo,
   huirase muy más presto
que el rayo fugitivo  90
del sol del mar sonante
se apaga en los abismos,
   relámpago ominoso,
que cruza de improviso,
desvista y desparece  95
envuelto en su humo mismo.
   Ya ni mi labio al canto
se presta, ni el hechizo
de la armonía al numen
aguija entorpecido  100
   muy más que de la nieve
con los pesados grillos
fenece inerte el grano
del más preciado trigo.
   Mi lira inútil yace;  105
ni entre su horror sombrío
el genio de la noche
desciende a mí propicio,
   cual antes me inspirara,
trepando hasta el empíreo  110
en alas de la gloria
mi espíritu atrevido.
   La calma y el silencio,
en blanda paz conmigo,
me aduermen en los brazos  115
del ocio y el retiro,
   gimiendo escarmentado,
si con pesar tardío,
del hado y de los hombres
los criminales tiros.  120
   Tal navegante cuerdo,
tras riesgos infinitos,
ganar dichoso alcanza
del puerto el fausto asilo.
   Tú en tanto a quien los años  125
y el claro dios del Pindo
adulan y en su redes
prendió el alado niño,
   feliz mis huellas sigue
y en don bien merecido  130
recibe, Anfriso amado,
la lira de Batilo,
   la lira que a los cisnes
de nuestros sacros ríos
fue ejemplo a que cantasen  135
con más acorde estilo.
   Yo en tus aplausos loco,
mientras que al negro olvido
me robas tú en tus versos,
del mismo Apolo dignos,  140
   diré gozoso a todos:
«Si en tan excelso giro
sobre los astros vaga,
yo le mostré el camino».




- LVI -


Después de una tempestad

ArribaAbajo   ¡Oh, con cuánta delicia,
pasada la tormenta,
en ver el horizonte
mis ojos se recrean!
   ¡Con qué inquietud tan viva  5
gozarlo todo anhelan,
y su círculo inmenso
atónitos rodean!
   De encapotadas nubes
allí un grupo semeja  10
de mal unidas rocas
una empinada sierra,
   recamando sus cimas
las ardientes centellas
que del sol con las sombras  15
más fúlgidas chispean,
   y a sus rayos huyendo,
ya cual humo deshechas,
al lóbrego occidente
presurosas las nieblas.  20
   De otra parte el espacio
tranquilo se despeja,
y un azul más subido
a la vista presenta,
   que en su abismo engolfada,  25
las bóvedas penetra
donde suspensas giran
sin cuento las estrellas.
   El iris a lo lejos,
cual una faja inmensa  30
de agraciados colores,
une el cielo a la tierra;
   y la nariz y el labio
extáticos alientan,
embalsamado el aire  35
de olorosas esencias
   que el corazón dilatan
y le dan vida nueva,
y en el pecho no cabe,
y en delicias se anega.  40
   Derrámase perdida
la vista, y por doquiera
primores se le ofrecen
que muy más la enajenan.
   Aquí cual una alfombra  45
se tiende la ancha vega,
y allá el undoso Duero
sus aguas atropella.
   Los árboles más verde
su hermosa copa ondean,  50
do bullendo sacude
Cefirillo mil perlas.
   Las mieses más lozanas
sus cogollos despliegan,
y sobre ellos se asoman  55
las espigas más llenas.
   Reanimadas las flores
levantan la cabeza,
matizando galanas
los valles y laderas,  60
   do saltando y volando
con alegre impaciencia
las parlerillas aves
se revuelven entre ellas
   y en sus plumas vistosas  65
mil cambiantes reflejan
al sol, que sin celajes
ya el cielo enseñorea.
   ¡Oh, cuán rico de luces,
cual vencedor atleta,  70
entre llamas divinas
centellante se ostenta!
   ¡Cuál su fúlgido carro
con sosegada rueda
bajando va, y las aguas  75
sus fuegos reverberan!
   Las aves al mirarlo,
desatando sus lenguas
en suavísimos trinos,
el oído embelesan;  80
   y la tierra y los cielos
con igual complacencia
en sus rayos se animan
y su triunfo celebran.
   Todo, en fin, cuanto existe  85
y envolvió en sus tinieblas
el nublado, ya en calma
al júbilo se entrega,
   mientras ciega mi mente
de ver tantas bellezas,  90
en lugar de cantarlas,
ni a admirarlas acierta.




- LVII -


De mi suerte

ArribaAbajo   Perseguido y hollado,
blanco puesto a las iras
del poder, y en los grillos
de pobreza enemiga,
   en olvido y en ocio  5
fugitivos se eclipsan
estériles los años
de mi cansada vida;
   y el brillo de la gloria
que inflamarme solía,  10
y allanar al deseo
mil ilustres fatigas,
   despareció y ahogose,
cual se ahogaron mis dichas
en la fiera borrasca  15
que anegó mi barquilla.
   Pero en tantos reveses
aun las Musas benignas
a mi oreja se acercan
y sus cantos me inspiran.  20
   Aun sus almos avisos
la sublime Sofía
me dispensa, y sus voces
mi bondad fortifican.
   En sabrosas lecturas  25
se me vuelan los días,
sin formar una queja,
ni llorar una cuita.
   La sencilla inocencia,
que en mi seno se abriga,  30
se acrisola en el fuego
que el error ciego atiza;
   y adulándome grata
la jovial alegría,
que cual Febo las nieblas  35
tal mis penas disipa,
   corre rápido el tiempo
en que fiel la justicia
mis trabajos consagre,
su corona me ciña.  40
   Con tan plácidos sueños
lleno de una delicia
que jamás goza el crimen
y a la virtud envidia,
   mientras que los amigos  45
con su blanda acogida
de mi crudo destierro
los horrores mitigan,
   no trueco, pues, mi suerte
con el necio que brilla  50
de oro y vicios cubierto
del favor en la cima;
   que si a par nuestros pasos
a la tumba caminan,
yo una senda de flores,  55
y él la sigue de espinas.




- LVIII -


A las Gracias

ArribaAbajo   Si en mis sencillos versos,
oh Gracias celestiales,
vuestro mágico hechizo
yo bosquejar lograse;
   si una fugaz centella  5
de aquel fuego inefable
que en vuestro rostro ríe
y en vuestros ojos arde
   a mi lira le diese
los trinos y compases  10
que extáticas se llevan
tras sí las voluntades,
   y a mi voz la dulzura
y el agrado, que valen
cuantas flores y adornos  15
prodiga al genio el arte;
   si les diese el halago,
la delicia, las sales,
la feliz elegancia,
la negligencia fácil,  20
   que en vuestra amable boca
entre el néctar süave
que destila corriendo
cual de un venero nacen,
   ¡cuál en júbilo hirviera!,  25
¡cómo entonces radiante
mi sien brillara ungida
de rosas y azahares,
   y a un plácido abandono
librándome, los aires  30
de gozo y armonía
llenara en mis cantares!
   Que vosotras, oh Gracias,
con un mirar afable,
un quiebro, un ay, que sola  35
preciar la mente sabe,
   al pecho más de bronce
de cera lo tornáis,
logrando que el más rudo
más ciego os idolatre.  40
   Y a la belleza misma
sus más finos quilates
gratas le dais, haciendo
que vista y alma encante.
   Vuestra es de la zagala  45
la ingenuidad amable
y el no buscado esmero,
la sencillez picante.
   Una flor que donosas
le ponéis, más realce  50
da a su cabello de oro
que un fúlgido diamante;
   y a una sonrisa leve
de tal magia animáis
que hacéis que en mil delicias  55
los pechos embriague,
   cual nada sin vosotras
ni la hermosura vale,
ni el más costoso adorno,
ni el más esbelto talle.  60
   De Armida los pensiles,
como ahogados les falte
vuestra mano hechicera,
ya ominosos desplacen.
   Cuando ella no dirige  65
al genio de las artes,
sus más sublimes toques
sin luz ni vida yacen:
   Citeres no es la diosa
que en su nudez cobarde  70
sembrando ya mil risas
de las espumas sale,
   ni Apolo el numen sacro
que de Pitón triunfante
con aire se sublima  75
majestuoso y grande;
   y el verso más canoro,
sin el subido esmalte,
la llama que invisibles
vosotras le prestáis,  80
   nunca será que el labio
de una bella lo cante,
ni el gusto lo repita,
ni venza las edades.
   Venus, la excelsa Venus,  85
si agradar quiere al padre
de los hombres y dioses,
solícita al tocarse,
   a su beldad celeste
vuestra cintura añade  90
de mimos y delicias
tesoro inapreciable.
   Preséntase, y su boca
rosada no bien abre,
ya Jove se embebece,  95
de amor los dioses arden,
   y en alegre murmullo
resuenan incesantes
del espléndido alcázar
las bóvedas reales.  100
   La virtud, Gracias puras,
la virtud que hace alarde
de hermanar con sus triunfos
el hombre a las deidades
   os implora benignas,  105
y en sus rudos combates
aun ansiosa procura
con vosotras ornarse;
   y la verdad en medio
de su fulgor brillante,  110
risueña con vosotras
se aliña y se complace,
   porque su voz sagrada
así los pechos halle
más gratos, y sus fueros  115
más dóciles acaten.
   ¿Pues qué de la inocencia?
La candidez quitadle,
y en ella a sus mejillas
las rosas virginales;  120
   quitadle el embarazo,
los tímidos celajes
en que el pudor se envuelve,
solícito en guardarse,
   las ansias, las zozobras  125
con que anheloso bate
su seno puro, tiembla,
si tiene que mostrarse,
   y veréis cuál en humo
la ilusión se deshace,  130
que a rendirle nos lleva
tan dulce vasallaje.
   Que a todo, a todo, diosas,
vuestra presencia añade
un aroma, un prestigio  135
y elegancia y donaire
   que los ojos deslumbran,
las almas satisfacen,
y en vínculos de flores
ciegas en pos las traen.  140
   Curad, pues, que mis versos,
si idólatra constante
anhelé desde niño
seros siempre agradable,
   por vuestros se distingan;  145
que aunque el estro les falte,
ya haréis, amables magas,
que duren inmortales.




- LIX -


A mi lira

ArribaAbajo   ¿Será que salvar logren
mi nombre del olvido,
oh lira, de tus cuerdas
los delicados trinos,
   y que el poeta amable  5
de Baco y de Cupido
resuene con sus versos
en los lejanos siglos?
   Sí; que así lo afirmaron
con acento benigno,  10
cuando a las dos deidades
me consagré de niño.
   Dijéronme: «Tú canta,
rapaz, sensible y fino,
de mis llagados pechos  15
las llamas y cariños,
   y en las alegres mesas
haz que mis dulces vinos
agraden más al labio,
célebres ya en tus himnos;  20
   y verás cuál las gentes
con benévolo oído
te acogen por humilde,
te imitan por sencillo;
   cómo Febo y sus Musas  25
el lenguaje florido
de Villegas y Laso
renuevan en tus trinos,
   y en las alas del gusto,
si hoy les dan grato abrigo  30
las florecientes vegas
del Tormes cristalino,
   por tu España discurren
y con vuelo atrevido
el Pirene traspasan  35
y el nevado Apenino,
   sin cesar hasta donde
con alto señorío
Méjico entre las aguas
su trono fijó altivo  40
   y el felice limeño
goza en su valle unidos
del mayo entre las rosas
las mieses y racimos.
   Deja que otros se encumbren  45
allá sobre el Olimpo
y hasta del sacro Jove
indaguen los designios,
   que la brillante gloria
los lleve embebecidos  50
tras el sublime lauro,
sin miedo a sus peligros.
   Tú, apocado y humilde,
prefiere en tus destinos
a las palmas guerreras  55
el pacífico olivo;
   que risueñas las Gracias
de la olorosa Gnido
te ofrecen ya las flores,
y Citeres sus mirtos».  60
   Dijeron las deidades.
Yo, fiel a sus avisos,
jamás demandé necio
del claro dios del Pindo
   las canciones que alegran  65
en su plectro divino
de los númenes sacros
los banquetes festivos,
   ni de glorias ajenas
envidioso enemigo,  70
codicié sus aplausos
en mi oscuro retiro.
   ¡Ojalá que en su seno
inocente y tranquilo,
oh lira, salvar logres  75
mi nombre del olvido!



Arriba
Anterior Indice Siguiente