Poesía. Selección
José Iglesias de la Casa
Cuando yo en el prado
me pongo a dormir,
sueño que me halaga
mi pastor gentil.
Despierto,
y no viendo
holgar y reír
a Alexi conmigo,
cual
en sueños vi,
de mí no me
acuerdo,
ni acierto a vestir,
ni escucho el ganado,
que
bala por mí.
El año que viene
no le tendré así;
que yo de mi lado
no le
he dejar ir,
pues casarnos hemos
los dos
por abril,
y en un mismo chozo
hemos de dormir.
Mañanita alegre
del señor
San Juan,
al pie de la fuente
del rojo arenal;
con
un listón verde
que eché por sedal
y un alfiler
corvo,
me puse a pescar.
Llegóse
al estanque
mi tierno zagal,
y en estas palabras
me empezó
a burlar:
«Cruel pastorcilla,
¿dónde
pez habrá
que a tan dulce muerte
no quiera llegar?»
Yo así de él, y dije:
«¿Tú
también querrás?
Y este pececillo
no, no se
me irá.»
Una paloma blanca
como la nieve,
me
ha picado en el alma;
mucho me duele.
Dulce
paloma,
¿cómo pretendes
herir el alma
de quien te
quiere?
Tu pico hermoso
brindó placeres,
pero en mi pecho
picó cual sierpe.
Pues
dime, ingrata,
¿por qué pretendes
volverme males
dándote bienes?
¡Ay! nadie fíe
de aves aleves;
que a aquel que halagan,
mucho más
hieren.
¿Ves aquel señor graduado,
roja
borla, blanco guante,
que nemine discrepante
fue en Salamanca
aprobado?
Pues con su borla, su grado,
cátedra,
renta y dinero,
es un grande majadero.
¿Ves
servido un señorón
de pajes en real carroza,
que un rico título goza,
porque acertó a
ser varón?
Pues con su casa, blasón,
título,
coche y cochero,
es un grande majadero.
¿Ves al jefe blasonando
que tiene el cuero cosido
de heridas que ha recibido
allá
en Flandes batallando?
Pues con su escuadrón, su mando,
su honor, heridas y acero,
es un grande majadero.
¿Ves
aquel paternidad,
tan grave y tan reverendo,
que en prior
le está eligiendo
toda su comunidad?
Pues con su
gran dignidad,
tan serio, ancho y tan entero,
es un grande
majadero.
¿Ves al juez con fiera cara
en
su tribunal sentado,
condenando al desdichado
reo que
en sus manos para?
Pues con sus ministros, vara,
audiencia
y juicio severo,
es un grande majadero.
¿Ves
al que esta satirilla
escribe con tal denuedo,
que no cede
ni a Quevedo
ni a otro ninguno en Castilla?
Pues con su vena,
letrilla,
pluma, papel y tintero,
es mucho más
majadero.
Siendo yo tierno niño,
iba cogiendo
flores
con otra tierna niña,
por un ameno bosque,
cuando sobre unos mirtos
vi al Teyo Anacreonte,
que a Venus
le cantaba
dulcísimas canciones.
Voyme al viejo y
le digo:
«Padre, deje que toque
ese rabel que tiene,
que
me gustan sus sones.»
Paró su canto el viejo,
afable
sonrióme,
cogióme entre sus brazos
y allí
mil besos diome.
Al fin me dio su lira,
toquéla, y
desde entonces
mi blanda musa sólo,
sólo me
inspira amores.
Debajo de aquel
árbol
de ramas bulliciosas,
donde las auras suenan,
donde el favonio sopla,
donde sabrosos trinos
el ruiseñor
entona,
y entre guijuelas ríe
la fuente sonorosa;
la mesa, oh Nise, ponme
sobre las frescas rosas,
y de
sabroso vino
llena, llena la copa.
Y bebamos alegres
brindando
en sed beoda,
sin penas, sin cuidados,
sin sustos, sin
congojas;
y deja que en la corte
los grandes en buen hora,
de adulación servidos,
con mil cuidados coman.
Epigramas
Sin crédito en su ejercicio
se llegó un médico a ver,
y él por ganar
de comer
ya se ocupa en nuevo oficio.
Mas
tan poco se desvía
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de la afición del primero,
que hoy hace sepulturero
el que antes médico hacía.
Preguntó a su esposo Inés:
«¿Qué cosa es la que tropieza
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un marido con los pies,
llevándola en la cabeza?»
Puesto
el pobre a discurrir,
respondió que no acertaba;
y ella echándose a reír,
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con dos dedos le apuntaba.
Tocando ayer Luisa un pito,
«¿qué
avisas, di?», la pregunto.
Y dijo un su pajecito:
«Es que
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de caer en el garlito.»
Ella lo fue a desplumar,
que era un pichón
delicado,
criado en buen palomar.
Y apenas lo hubo pelado,
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volvió su pito a tocar.